Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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solelluna
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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 11:10 am

Le agarré las piernas para que no pudiera moverse. No podía dejarme ahora. Pasara lo que pasase, no iba a permitir que me dejara.—Muy bien. —En sus ojos había una mirada calculadora que me hizo recelar—. Pues sé tú mismo. Si descubren el hombre tan terrible que eres, te va a gustar más de todos modos, ¿no es así?

—Deja los juegos psicológicos para los psiquiatras, Maite.

—Sólo estoy respondiendo a lo que tú me ofreces, campeón.

Un silbido atrajo entonces nuestras miradas hacia Martin, Lacey y Cary, que bajaban a la arena desde el borde de la terraza de pizarra. —Os comportáis como verdaderos recién casados — gritó Lacey, tan lejos que apenas se la podía oír. Se reía mientras trataba de mantener el equilibrio en la arena al tiempo que derramaba el contenido de su copa de vino.

Maite volvió a mirarme. —¿Quieres que discutamos delante de ellos?

Respiré hondo y solté el aire. —No.

—Te quiero.

—Dios. —Cerré los ojos.

Sólo era un maldito fin de semana. Un par de días. Quizá podríamos marcharnos el domingo temprano. Sus labios acariciaron los míos. —Podemos con esto —dijo—. Inténtalo.

¿Qué otra opción tenía? —Si empiezas a volverte loco —añadió—, piensa en algo terriblemente malicioso que te gustaría hacerme la noche de nuestra boda como revancha.

Apreté los dedos contra su piel. No me avergonzaba admitir que el sexo con mi mujer —aunque sólo fuera pensar en el sexo con mi mujer— tenía prioridad por encima de casi todo lo demás. —Incluso puedes escribirme mensajes con tus viles planes —sugirió—. Así también me harás sufrir.

—Ten el teléfono a mano.

—Eres malvado. —Se inclinó y apretó sus labios contra los míos en un rápido y dulce beso—. Es muy fácil quererte, William. Incluso cuando te pones imposible. Algún día lo verás.

No hice caso de su comentario. Lo importante era que la veía a ella, allí mismo, conmigo, aun después de que yo lo hubiera fastidiado todo.

La cena fue sencilla: ensalada y espaguetis. Monica cocinó y sirvió, y Maite estaba resplandeciente. El vino fluía con libertad, abriendo y vaciando una botella tras otra. Todos estaban relajados. Se reían. Incluso yo.

La presencia de Lacey fue un buen amortiguador. Era la más reciente adquisición del grupo y atrajo la mayor parte de la atención. Eso me dio un poco de respiro. Y, a medida que pasaba el tiempo, Maite se fue sonrojando y sus ojos empezaron a brillar por el alcohol. Fue acercando cada vez más su silla a la mía hasta que se apretó contra mí, su cuerpo suave y cálido.

Por debajo de la mesa, sus manos y sus pies estaban ocupados tocándome con asiduidad. La voz se le volvió más ronca y la risa más sana. Maite me había confesado una vez que el alcohol la ponía cachonda pero, de todos modos, yo conocía los síntomas.

Eran casi las dos de la mañana cuando un bostezo de Lacey hizo que todos los demás pensaran en poner fin a la velada. Monica vino con nosotros hacia la escalera. —Vuestras cosas están ya en vuestro cuarto —dijo refiriéndose tanto a Maite como a mí—. A ver si nos levantamos tarde y podemos hacer un brunch.

—Eh... —Mi mujer frunció el ceño.

Yo la agarré del codo. Estaba claro que Maite no había tenido en cuenta que compartiríamos habitación y cama, pero esa certeza no había desaparecido del todo de su mente. —Gracias, Monica. Nos vemos luego —dije.

Ella se rio y cogió mi cara entre las manos para darme un beso en la mejilla. —Estoy muy contenta, William. Eres lo que Maite necesita.

Conseguí responder con una sonrisa, consciente de que sus sentimientos serían otros si supiera lo peligroso que era que su hija compartiera cama con un hombre cuyas violentas pesadillas suponían una seria amenaza de que le hiciera daño. Maite y yo empezamos a subir. —William...

—¿Adónde vamos? —la interrumpí.

Ella me miró de reojo. —Arriba del todo.

La habitación de Maite estaba en la planta superior, ocupando lo que probablemente había sido antes un gran desván. El tejado a dos aguas de poca pendiente hacía que el techo tuviera una altura cómoda, y ofrecía una vista impresionante del estrecho de Long Island durante el día. La enorme cama estaba situada en medio de la estancia, enfrente del ventanal. Su cabecero de metal hacía de división, con un sofá colocado contra el respaldo que proporcionaba una pequeña zona de estar. El baño que había dentro de la habitación ocupaba el otro lado del espacio. Maite me miró. —¿Cómo lo vamos a hacer?

—Deja que sea yo quien se preocupe de eso.

Estaba acostumbrado a que el hecho de compartir una cama con mi mujer supusiera una preocupación. Era algo que pasaba a diario. De entre todas las cosas que ponían en peligro nuestra relación, mi parasomnia sexual atípica, tal y como la había llamado el doctor Petersen, ocupaba el primer lugar en la lista. No podía defenderme de mi jodida mente cuando estaba durmiendo. Las noches más difíciles, me convertía en un peligro físico para la persona a la que más quería.

Maite se cruzó de brazos. —En cierto modo, creo que no estás tan comprometido como yo en lo de esperar hasta la boda.

Me quedé mirándola y me di cuenta de que estábamos pensando en cosas completamente distintas. —Yo dormiré en el sofá —declaré.

—Vas a follarme en el sofá, querrás decir. Tú...

—Te follaré ahí si tengo la oportunidad —dije en tono seco—. Pero no pienso dormir contigo.

ir contigo. Ella abrió la boca para responder y, a continuación, la cerró cuando lo comprendió. —Ah.

Todo su gesto cambió. El desafío que había en sus ojos y en su voz pasó a una leve cautela. Me destrozaba ver aquello, saber que yo podía ser la fuente de cualquier infelicidad que hubiese en su vida. Aun así, era demasiado egoísta como para apartarme. Un día, su familia se daría cuenta y me odiarían por ello.

Exasperado, busqué mi bolsa de lona y la encontré en lo alto de un maletero. Fui a por ella, pues necesitaba hacer algo que no fuera ver la desilusión y el arrepentimiento de Maite. —No quiero que duermas en el sofá —dijo a mi espalda.

—No tenía pensado dormir.

Cogí mi bolsa de aseo y me dirigí al baño. Las luces se encendieron nada más entrar y mostraron un lavabo y una bañera. Abrí los grifos de la ducha de suelo flotante y me quité la camisa. La puerta se abrió entonces y entró Maite. La miré y mi mano se detuvo en la cremallera de mis pantalones. Su ardiente mirada recorrió todo mi cuerpo, sin perderse nada, acariciándolo todo. Respiró hondo. —Tenemos que hablar —dijo.

Yo me sentía excitado por su admiración y furioso por mis limitaciones. Hablar era lo último que deseaba hacer. —Acuéstate, Maite.

—No hasta que suelte lo que tengo que decirte.

—Voy a darme una ducha.

—Muy bien. —Se quitó la camiseta por encima de la cabeza. Todo lo que se agitaba en mi interior se unió en una sola necesidad imperiosa.

Me enderecé y cada músculo se me puso en tensión. Ella se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador. La polla se me puso completamente dura cuando sus tetas firmes y exuberantes quedaron a la vista. Yo nunca me había fijado tanto en los pechos hasta que apareció Maite. Ahora...Dios, hacía que perdiera la cabeza. —Hablar no es lo que vamos a hacer si te quitas la ropa —le advertí mientras mi polla palpitaba.

—Vas a escucharme, campeón. Ya sea aquí o en la ducha. Tú eliges.

—Ésta no es la mejor noche para ponerme a prueba.

Dejó caer sus pantalones cortos. Los míos se abrieron y cayeron al suelo antes de que ella se quitara el triángulo sedoso que llevaba como ropa interior. A pesar de la creciente humedad que llenaba de vapor la estancia, los pezones se le pusieron duros hasta quedarse de punta. Sus ojos bajaron hasta mi polla. Como si imaginara que la estaba saboreando, su lengua se deslizó por su labio inferior.

Mi ansia de ella subió por mi pecho hasta convertirse casi en un gruñido. Maite se estremeció al oírlo. Quería tocarla. Recorrer todo su cuerpo con mis manos y mi boca. En lugar de ello, dejé que ella mirara el mío. Su respiración se aceleró. Ver el efecto que provocaba en ella era absoluta e inconfundiblemente erótico. Lo que sentía cuando ella me contemplaba me conmovía. Maite se quedó junto a la puerta. El vapor salía por encima de la ducha y avanzaba por el borde del espejo humedeciendo mi piel. Sus ojos bajaron hasta mi cuello. —No he sido del todo sincera contigo, William.

Apreté los puños como un acto reflejo. No podía decirme eso sin que mi atención cambiara. —¿A qué te refieres?

—Ahora mismo, cuando estábamos en el dormitorio. He podido notar que te distanciabas y he sentido pánico.

—Ahora mismo, cuando estábamos en el dormitorio. He podido notar que te distanciabas y he sentido pánico. Se quedó en silencio durante unos largos segundos. Yo aguardé, conteniendo mi deseo con una honda respiración. —Lo de esperar hasta la boda no es sólo por el consejo del doctor Petersen ni por el modo en que solucionas nuestras discusiones. —Tragó saliva—. Es por mí también. Ya sabes lo que me ha pasado..., te lo conté. El sexo ha sido para mí algo retorcido durante mucho tiempo.

Cambió su apoyo de un pie a otro y bajó la cabeza avergonzada. Me revolvía las tripas ver aquello. Entonces, pensé que yo había estado demasiado concentrado en mis propias reacciones ante lo que había sucedido la semana anterior, sin pensar en lo que mi mujer estaba sufriendo. —También era así para mí —le recordé con brusquedad—. Pero nunca ha sido de esa forma entre nosotros.

a forma entre nosotros. Me miró fijamente a los ojos. —No. Nunca —repuso.

Mis puños se relajaron. —Pero eso no significa que en mi cabeza no pueda seguir retorciendo las cosas —continuó—. Has entrado en el baño y mi primer pensamiento ha sido que debía follar contigo. Que, si lo hacíamos, todo se arreglaría. Tú no seguirías enfadado y yo recuperaría tu amor otra vez.

—Siempre lo has tenido. Siempre lo tendrás.

—Lo sé. —Y, por su expresión, supe que así era—. Pero eso no acalla la voz que hay dentro de mi cabeza y que me dice que me estoy arriesgando demasiado. Que voy a perderte si no me acuesto contigo. Que eres demasiado sexual como para estar tanto tiempo sin sexo.

—Dios. —¿Cuántas veces y de cuántas maneras distintas podía yo fastidiarlo todo?—. Las cosas que te he dicho en la playa... Soy un gilipollas, Maite.

—A veces. —Sonrió—. También eres lo mejor que me ha pasado nunca. Esa voz lleva años jodiéndome, pero ya no tiene el mismo efecto. Por ti. Tú me has hecho más fuerte.

—Maite... —Me faltaban las palabras.

—Quiero que pienses en esto. Ni en tus pesadillas, ni en mis padres ni en nada más. Eres exactamente lo que necesito, tal como eres, y te quiero mucho. Me acerqué a ella.

—Aun así, quiero esperar —añadió en voz baja, pese a que sus ojos delataban el efecto que yo producía en ella.

Me agarró la muñeca cuando extendí la mano en su dirección con sus ojos en los míos. —Deja que sea yo la que te acaricie.

Aspiré el aire con dificultad. —No puedo aceptar eso.

Sonrió. —Sí que puedes. Eres más fuerte que yo, William. Tienes más autocontrol. Más fuerza de voluntad.

Levantó la otra mano para acariciarme el pecho. Yo la agarré y la apreté contra mi piel. —¿Es eso lo que quieres que te demuestre? ¿Mi autocontrol?

—Lo estás haciendo bien. —Besó mi corazón acelerado—. Soy yo la que tiene que resolver las cosas.

Su tono de voz era suave, casi un susurro. Yo rabiaba por dentro, ardiendo de deseo y amor, y ella estaba tratando de tranquilizarme. Casi me reí ante lo imposible que eso iba a resultar. A continuación, dio un paso hacia mí y su cuerpo afelpado se amoldó sobre el mío, abrazándome tan fuerte que no quedó ningún espacio entre los dos. La apreté contra mí y bajé mi cabeza hacia la suya. No supe hasta ese momento lo mucho que había necesitado sentirla así. Tierna y tolerante, desnuda en todos los aspectos. Ella apoyó la mejilla sobre mi pecho. —Te quiero mucho —musitó—. ¿Puedes sentirlo?

Aquello me abrumaba. Su amor por mí, mi amor por ella. Cada vez que Maite pronunciaba aquellas palabras, me llegaban como puñetazos. —Una vez me dijiste que hay un instante mientras estamos haciendo el amor en el que yo me abro y tú también y estamos juntos —susurró—. Quiero ofrecerte eso en todo momento, William.

Su sugerencia de que había algo que faltaba en lo que ambos teníamos me puso en tensión. —¿Importa de verdad cómo y cuándo lo sintamos?

—Quizá no estés de acuerdo —dijo echando la cabeza hacia atrás—. No voy a decirte lo contrario. Pero si te encuentras al otro lado del mundo cuando necesites mi consuelo, quiero saber que podré ofrecértelo.

—Tú estarás conmigo —murmuré con frustración.

—No siempre. —Apoyó la palma de la mano en mi pecho—. Habrá ocasiones en las que tengas que estar en dos lugares al mismo tiempo. Al final, terminarás confiando en mí para que ocupe tu lugar.

Me quedé observándola para tratar de encontrar alguna grieta en su determinación. Lo que vi fue decisión. No acababa de entender qué era lo que esperaba conseguir, pero yo no iba a interponerme en su camino. Si iba a cambiar o a evolucionar, yo necesitaba ser parte de ese proceso si deseaba mantenerla conmigo. —Bésame. —La palabra salió de mi boca como una pequeña orden, pero ella debió de notar el deseo que había detrás.

Me ofreció su boca y yo la tomé con fuerza, demasiada, por la violencia y el ansia de mi deseo. La levanté del suelo queriendo que me rodeara con las piernas, que se abriera a mí para que yo pudiera penetrarla. No lo hizo. Se quedó colgada allí, con sus manos acariciándome el pelo y su cuerpo tembloroso por el mismo deseo insaciable que yo sentía. El movimiento de su lengua contra la mía me estaba volviendo loco, provocándome con el recuerdo de aquella lengua recorriendo el resto de mi cuerpo. Traté de separarme cuando todo mi interior me incitaba a apretarme con más fuerza. —Necesito estar dentro de ti —dije con voz ronca, disgustado por tener que decir en voz alta lo que era tan obvio. ¿Por qué tener que suplicar?

—Ya lo estás. —Acarició mi mejilla con la suya—. Yo también te deseo. Ahora mismo estoy muy húmeda por tu culpa. Siento un vacío que me duele.

—Maite... Dios. —El sudor me bajaba por la espalda—. Deja que entre en ti.

Sus labios rozaron los míos. Sus dedos se metieron entre mi pelo. —Deja que te ame de otro modo.

¿Podría soportar aquello? Joder, tenía que hacerlo. Había jurado darle todo lo que necesitara, ser el principio y el fin para ella. La dejé en el suelo y fui a la ducha para cerrar los grifos. Después, me dirigí hacia la bañera, tapé el desagüe y comencé a llenarla. —¿Te has enfadado? —preguntó en un tono tan bajo que apenas podía oírla por encima del agua corriendo.

La miré, vi cómo cruzaba los brazos por encima del pecho y mostraba su vulnerabilidad. Le dije la verdad: —Te quiero.

El labio inferior de Maite tembló y, después, se cruzó para convertirse en una hermosa sonrisa que me cortó la respiración. Una vez le había dicho que la aceptaría de cualquier modo que pudiera tenerla. Eso era ahora aún más cierto de lo que lo había sido entonces. —Ven aquí, cielo.

Dejó caer los brazos y se acercó.

***

El movimiento de la cama me despertó. Parpadeé y vi que la luz del sol inundaba la habitación. Conseguí ver la cara de Maite, envuelta en un halo de luminosidad y brillo, con una ancha sonrisa. —Buenos días, dormilón —dijo.

Volví a recordar lo que había sucedido por la noche. El largo baño con las manos jabonosas de mi mujer por mi pelo y mi piel. Su voz mientras hablábamos de la boda. Su risa sensual cuando le hacía cosquillas en la cama. Sus suspiros y sus gemidos mientras nos besábamos hasta que tuvimos los labios doloridos e hinchados, haciéndonos parecer unos adolescentes que no estaban preparados para llegar hasta el final.

No voy a mentir. El sexo podría haber puesto las cosas en otro nivel, pero esa noche había sido igual de memorable. Estaba a la misma altura de otras noches sin dormir que habíamos compartido. Entonces, recordé dónde estaba y qué implicaba. —He dormido en la cama —dije. Ser consciente de ello me cayó como un jarro de agua fría.

—Sí —respondió ella con un pequeño salto de felicidad—. Así es.

Haber hecho eso había sido de lo más irresponsable. Ni siquiera me había tomado la medicina que me habían recetado para reducir el riesgo. —No me mires así —me reprendió, agachándose para besarme entre las cejas—. Has dormido como un lirón. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste así de bien?

Me incorporé. —Ésa no es la cuestión, y lo sabes.

—Escucha, campeón. Ya tenemos bastantes cosas por las que estresarnos. No necesitamos preocuparnos por las que van bien. —Se puso de pie—. Si quieres enfadarte por algo, hazlo con Cary por haber metido esto en la maleta.

Se quitó la bata corta y blanca que llevaba para mostrar el diminuto biquini azul oscuro que envolvía lo poco que conseguía tapar. —Dios mío. —Toda la sangre de mi cuerpo se me fue directamente a la polla, que se movió por debajo de la sábana con agradecida efusividad.

Maite rio y bajó los ojos hacia el lugar donde mi erección elevaba el lujoso algodón. —Te ha gustado.

Levantó los brazos y se giró para presumir del corte brasileño de la parte inferior del biquini. El culo de mi mujer era tan voluptuoso como sus tetas. Sabía que ella lo consideraba demasiado abultado, pero yo no podía estar más en desacuerdo. Yo no había sido muy dado a apreciar los atributos femeninos demasiado generosos, pero Maite me había hecho cambiar al respecto, como en tantas otras cosas. No tenía ni idea de cuál era el material del que estaba hecho el biquini, pero no tenía costuras y se abrazaba a su piel con tanta perfección que parecía pintado. Las finas tiras en su cuello, cintura y espalda hicieron que se me ocurriera atarla y tomar de ella todo lo que quisiera. —Ven aquí —le ordené extendiendo los brazos en su dirección.

Maite se movió sin dejarse alcanzar. Retiré las sábanas y me puse de pie. —Calma, muchacho —se burló mientras rodeaba el sofá.

Me agarré la polla con el puño, acariciándomela con fuerza desde abajo hasta la punta mientras la acechaba por la zona de estar. —Eso no te va a funcionar.

Sus ojos resplandecían con la risa. —Maite...

Cogió algo de detrás de la silla y corrió hacia la puerta. —¡Te veo abajo!

Embestí para agarrarla, pero se escabulló y me vi frente a la puerta cerrada. —Maldita sea.

Me lavé los dientes, me puse un bañador y una camiseta y bajé tras ella. Fui el último en hacer su aparición, y vi que el resto del grupo estaba ya sentado en la isla de la cocina, comiendo con apetito. Con un rápido vistazo al reloj de pared, comprobé que era casi mediodía. Busqué a Maite y la encontré sentada en la terraza hablando por teléfono. Se había cubierto con un vestido blanco sin tirantes. Vi que Monica y Lacey iban vestidas de forma parecida, con trajes de baño parcialmente ocultos por ropa muy ligera. Al igual que yo, Cary, Stanton y Martin llevaban bañadores y camisetas. —Siempre llama a su padre los sábados —dijo Cary al ver que yo la miraba. Me quedé observando a mi esposa durante un largo rato, buscando alguna señal de preocupación. Ya no sonreía, pero no parecía enfadada.

—Aquí tienes, William. —Monica colocó un plato de gofres y beicon delante de mí—. ¿Quieres café? ¿O quizá una mimosa?

Volví a mirar a Maite antes de responder. —Un café sería estupendo. Solo, gracias.

Monica se acercó a la cafetera que estaba en la encimera. Fui con ella. Me sonrió con sus labios pintados del mismo rosa que los tirantes de su traje de baño. —¿Has dormido bien?

—Como un tronco. —Y era verdad, aunque había sido por pura suerte. Toda la casa podría haberse despertado con una pelea entre Maite y yo, ella tratando de zafarse de mí mientras en mis sueños yo imaginaba que era otra persona.

Miré hacia atrás para ver a Cary y observé que él me miraba serio. Él había visto lo que podía pasar. No se fiaba de que yo estuviese con Maite más de lo que yo me fiaba de mí mismo. Saqué otra taza del armario al que Monica trataba de llegar. —Yo me lo sirvo —le dije.

—Ni hablar.

No discutí. Dejé que me sirviera el café y, seguidamente, otro para mi mujer. Después de añadir la cantidad de leche que le gustaba a Maite, agarré las dos tazas con una mano. Luego cogí el plato que Monica me había servido y me dirigí a la terraza. Maite levantó la mirada hacia mí a la vez que yo lo dejaba todo en la mesa que había junto a ella y me sentaba al otro lado. Se había dejado el pelo suelto. Los bucles le ondeaban alrededor de la cara lavada mientras la brisa los revolvía. Me encantaba verla así, sencilla y natural. Allí y en ese momento, ella era mi paraíso en la Tierra. «Gracias», articuló con los labios antes de coger un trozo de beicon. Lo masticó con rapidez mientras Victor le hablaba de algo que yo no podía oír.

—Al final, me voy a centrar en Crossroads, la fundación benéfica de William — anunció ella—. Espero poder hacer muchas cosas ahí. Y he estado pensando en volver a estudiar.

La miré sorprendido. —Me gustaría convertirme en asesora de William — continuó mirándome a los ojos—. Por supuesto, a él le ha ido bastante bien sin mí y tiene un estupendo equipo de consejeros, pero me gustaría que pudiera hablar del trabajo conmigo y que, al menos, yo pudiera entender lo que dice.

Me llevé una mano al pecho: «Yo te enseñaré». Me lanzó un beso. —Mientras tanto, voy a estar de lo más ocupada tratando de organizar una boda en menos de tres semanas. ¡Ni siquiera hemos elegido las invitaciones! Sé que para parte de la familia va a resultar difícil sacar tiempo. ¿Podrías enviarles un correo electrónico mientras tanto? Sólo para que la noticia empiece a rodar.

Maite mordió el beicon mientras su padre hablaba. —No lo hemos hablado —contestó tras tragar rápidamente—. Pero no tengo pensado invitarlos. Perdieron su derecho a formar parte de mi vida cuando repudiaron a mamá. Y tampoco es que hayan tratado de ponerse en contacto conmigo, así que no creo que les importe de todos modos.

Miré hacia la extensión de arena y el mar que había detrás. Yo tampoco estaba interesado en conocer a los abuelos maternos de Maite. Habían rechazado a Monica por quedarse embarazada de ella sin estar casada. Más valía que cualquiera que considerara un desatino la existencia de mi mujer no se cruzara en mi camino. Escuché la parte de Maite de la conversación durante unos minutos más y, después, se despidió. Cuando dejó el teléfono en la mesa, lanzó un fuerte suspiro que parecía de alivio. —¿Todo bien? —pregunté mientras la miraba.

—Sí. Hoy está mejor. —Miró al interior de la casa—. ¿No has querido comer con la familia?

—¿Estoy siendo poco sociable?

Me sonrió con ironía. —Totalmente. Pero no puedo echártelo en cara.

La observé con extrañeza. —Me he dado cuenta de que no he incluido a tu madre en la planificación de la boda —se explicó.

—No tienes por qué hacerlo —le respondí acomodándome más en el sillón para ocultar la rigidez de mi espalda.

Ella apretó los labios. Cogió otro trozo de beicon y me lo dio. Amor verdadero. —Maite. —Esperé hasta que me miró—. Es tu día. No te sientas obligada a hacer nada aparte de pasártelo bien, y de disfrutar del sexo conmigo, cosa que también debería ir incluida en el apartado de pasártelo bien.

Eso hizo que volviera a sonreír. —Va a ser maravilloso de todos modos.

—¿Pero? —repuse, pronunciando en voz alta lo que había dejado sin decir.

—No sé. —Se recogió el pelo por detrás de la oreja y se encogió de hombros—.

Pensar en los padres de mi madre me ha hecho pensar en los abuelos. Y tu madre va a ser la abuela de nuestros hijos. No quiero que resulte incómodo. Se me pusieron los nervios de punta. La idea de ver a mi madre con un niño al que yo hubiera dado vida junto a Maite hacía que me invadiera un remolino de emociones al que no podía enfrentarme ahora. —Ocupémonos de eso cuando llegue el momento — contesté.

—¿No es nuestra boda por donde debemos empezar?

—A ti no te gusta mi madre —repuse—. No finjas que sí por el bien de unos hijos que aún no existen.

Maite se arqueó hacia atrás ligeramente. Me guiñó un ojo y, a continuación, cogió su café. —¿Has probado los gofres?

Aun a sabiendas de que no era propio de mi mujer desviar las conversaciones, dejé que lo hiciera. Si íbamos a adentrarnos en el tema de mi madre, podríamos hacerlo más tarde. Dejó la taza y cortó un trozo de gofre con los dedos. Lo levantó hacia mí. Yo lo tomé como lo que era: una ofrenda de paz. A continuación, me puse de pie, la cogí de la mano y la saqué a la playa para dar un paseo y aclararme la mente.

—De nada.

Giré la cabeza y vi que Cary me sonreía desde su posición tumbado en la arena a pocos metros. —Sé que me agradeces que haya metido en la maleta ese biquini —se explicó mientras señalaba con el mentón en dirección a Maite, que estaba en el agua cubierta hasta las piernas.

Tenía el pelo mojado y apartado de la cara. Unas grandes gafas de aviador le protegían los ojos del sol mientras lanzaba un frisbi a Martin y Lacey. —¿La ayudaste tú a elegirlo? —preguntó Monica sonriendo desde detrás con un elegante sombrero de ala ancha.

La había visto untándole crema solar a Maite por todo el cuerpo, una tarea que me habría gustado realizar a mí, pero no había querido forzar la situación. A veces, Monica cuidaba de Maite como si siguiera siendo una niña. Y, mientras mi mujer me miraba poniendo los ojos en blanco, yo veía que disfrutaba con aquellas atenciones. Era una relación muy distinta de la que yo tenía con mi madre. No podía decir que mi madre no me quisiera porque sí que lo hacía. A su modo, dentro de unos límites. Por otra parte, el amor de Monica no tenía barreras, algo que a Maite a veces la agobiaba. ¿Quién podía decir qué era mejor o peor? ¿Que te quisieran demasiado o demasiado poco? Dios sabía que yo amaba a Maite más allá de toda lógica. Una repentina brisa marina me sacó de mis pensamientos. Monica se agarraba el sombrero mientras Cari giraba la cabeza hacia ella. —Fui yo —contestó Cary poniéndose boca abajo—. Estaba buscando bañadores de una pieza y tuve que intervenir. Ese biquini estaba hecho para ella. Sí. Desde luego que sí. Yo tenía los brazos cruzados sobre mis piernas dobladas para poder disfrutar de su visión. Estaba mojada y casi desnuda y yo me sentía caliente por ella.

Como si hubiese notado que hablábamos de ella, Maite me hizo una señal con el dedo para que acudiera a su lado. Yo asentí, pero esperé un momento antes de levantarme de mi sitio en la arena. El frescor del agua hizo que contuviera la respiración, pero un momento después lo agradecí, cuando ella se lanzó hacia mí y se apretó contra mi cuerpo. Sus piernas envolvieron mi cintura y su boca sonriente se frunció con un beso ardiente contra mis labios. —No estás aburrido, ¿verdad? —preguntó.

Después, se retorció de tal forma que los dos caímos al agua. Sentí cómo colocaba la mano sobre mi polla y la apretaba con suavidad. Se apartó cuando salí a tomar aire y se rio mientras se quitaba las gafas de sol y trataba de salir corriendo hacia la playa. La agarré de la cintura e hice que los dos cayéramos, con mi espalda absorbiendo el golpe sobre la arena. Su chillido de sorpresa fue mi recompensa, al igual que la sensación de su cuerpo frío y suave retorciéndose sobre el mío. Me giré y la apresé contra el suelo. El pelo me caía por la cara y goteaba sobre la suya. Me sacó la lengua. —La de cosas que te haría si no hubiera público delante —le dije.

—Estamos recién casados. Puedes besarme.

Levanté la vista y vi que todos nos miraban. También vi a Ben Clancy y a Angus acercándose a una casa situada dos parcelas más allá. Incluso desde aquella distancia, el reflejo de la luz sobre la terraza delató la presencia de la lente de una cámara. Quise incorporarme, pero las piernas de Maite se enredaron con las mías y me lo impidió. —Demuéstrame con un beso lo mucho que me quieres, campeón —me desafió —. ¿A que no te atreves?

Recordé haberle dicho yo esas palabras y cómo ella me había besado hasta dejarme sin respiración. Bajé la cabeza y sellé mi boca con la suya.
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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 11:21 am

5

Estaba más adormilada que profundamente dormida cuando oí que se abría la puerta del dormitorio. Tras pasar un fin de semana en la playa, los sonidos del enérgico Manhattan que se filtraban en el apartamento me relajaban a la vez que me excitaban. Aún me quedaba mucho antes de poder considerarme una neoyorquina, pero la ciudad me parecía ya mi hogar. —¡Arriba, preciosa! —gritó Cary. Un momento después, dio un salto sobre mi cama y estuvo a punto de tirarme al suelo.

Me senté y me aparté el pelo de la cara. Acto seguido, le di un empujón. —Estaba durmiendo, por si no lo has notado.

—Son las nueve pasadas, perezosa —anunció arrastrando las palabras y tumbándose boca abajo con los talones levantados—. Sé que ya no trabajas, pero ¿no tienes una tonelada de cosas que hacer?

Mientras me despertaba iba pensando en todo lo que había en mi lista de deberes. Eran tantas cosas que resultaba abrumador. —Sí.

—Qué entusiasmo.

—Necesito café para eso. Y ¿tú? —Lo miré y vi que iba vestido con unos pantalones verde oliva con bolsillos y una camiseta de cuello de pico—. ¿Qué tienes hoy en tu agenda?

—Se supone que debo descansar para desfilar mañana. Por ahora, soy todo tuyo.

Eché las manos hacia atrás, levanté las almohadas y las lancé contra él. —Tengo que llamar a la organizadora de la boda, al diseñador de interiores y ponerme con lo de las invitaciones.

—También necesitas un vestido.

—Lo sé. —Arrugué la nariz—. Pero eso no estaba en mi lista de hoy.

—¿Estás de broma? Aunque te compres un vestido prêt-à-porter, cosa que ambos sabemos que no puedes hacer, si necesita algún arreglo de cualquier tipo, no te va a dar tiempo, señorita tetas grandes y culo voluptuoso.

Cary tenía razón. Me había dado cuenta de que debía buscar un vestido a medida después de que el domingo hubiesen salido las fotos de William y yo besándonos en la playa por todo internet. El número de publicaciones de «Copia este estilo» en diferentes blogs con mi ropa de baño me dejó pasmada.

Como el biquini que llevaba ya no se vendía, los precios de los usados en las páginas de reventa eran asombrosos. —No sé qué hacer, Cary —admití—. No es que tenga precisamente el teléfono de ningún diseñador.

—Por suerte para ti, es la Fashion Week.

Eso hizo que me despertara y que mi mente empezara a dar vueltas. —No jodas. ¿Cómo no me había dado cuenta?

—La mayor parte del tiempo te has estado regodeando en la pena —me recordó en tono agrio—. Sabes que tu madre asistirá a algunos desfiles, se codeará con mucha gente y gastará miles de dólares. Ve con ella.

Me froté los ojos para despertarme. —Me da miedo hablar con ella después de cómo se puso ayer.

Cary compuso una mueca. —Sí, sufrió una verdadera crisis en toda regla.

—Te juro que sólo hablamos acerca de que ella quería convertir mi boda en una operación publicitaria y ahora está actuando como si toda la prensa fuera una pesadilla.

—Bueno, para ser justos, se refería específicamente a las revistas del corazón.

—¿Existe otro tipo de prensa hoy en día? —Suspiré y supe que debía tener otra conversación con mi madre. No iba a ser divertido—. No sé por qué se enfada tanto. Yo jamás habría conseguido que William y yo tuviéramos una fotografía mejor aunque lo hubiese intentado. Es perfecta para hacer que Corinne Giroux parezca una desesperada.

—Es verdad. —Su sonrisa se desvaneció—. Y, sinceramente, me alegra ver que William está tan enamorado de ti. Ha pasado la mayor parte del fin de semana como si le hubiesen metido un palo por el culo. Ya había empezado a creer que se estaba enfriando.

—Demasiado tarde para eso. —Mantenía un tono de voz ligero, pero me había destrozado ver lo incómodo que William se sentía ante cualquier muestra de cariño. La amistad parecía ser la conexión más cercana que podía tolerar aparte de nuestro matrimonio—. No era nada personal, Cary. ¿Recuerdas cómo se comportó en la fiesta de Vidal Records en la casa de sus padres?

—Vagamente. —Se encogió de hombros—. De todos modos, no es problema mío. ¿Quieres que me ponga en contacto con algunos amigos para ver si podemos hacer que se corra la voz mientras nos pavoneamos de lo nuestro esta semana? Tu biquini ha arrasado en internet. No me imagino a ningún diseñador que no quiera aprovechar la oportunidad de diseñarte el vestido de novia.

Solté un gemido. Sería estupendo impresionar a William con un vestido glamuroso confeccionado sólo para mí. —No sé. Sería un fastidio que se empezara a hablar de lo rápido que está pasando todo. No quiero ningún circo mediático. Ya es bastante malo que ni siquiera podamos salir el fin de semana de la ciudad sin que nos siga algún fotógrafo repulsivo.

—Maite, tienes que hacer algo.

—No le he dicho a mamá lo de la fecha del 22 de septiembre —confesé con una mueca de dolor.

—Ponte manos a la obra. Ya.

—Lo sé.

—Preciosa, podrás tener a la mejor organizadora de bodas del mundo, pero tu madre es la única mujer que puede sacar adelante una boda épica, una boda digna de Maite, en cuestión de días —dijo mientras se apartaba el pelo de la cara.

—¡No nos ponemos de acuerdo en el estilo!

Cary se levantó de la cama. —Odio tener que decirlo, pero tu madre sabe qué es lo mejor. Decoró esta casa y te compra la ropa. Su estilo es tu estilo.

Lo fulminé con la mirada. —A ella le gusta ir de compras más que a mí.

—Desde luego, mofletitos. —Me lanzó un beso—. Voy a prepararte una taza de café.

Me aparté las mantas y salí de la cama. Mi mejor amigo tenía razón. Más o menos. Pero yo combinaba la ropa a mi gusto. Cogí el teléfono de la mesilla de noche para llamar a mi madre cuando el rostro de William iluminó la pantalla. —Hola —respondí.

—¿Qué tal llevas la mañana?

Sentí un cosquilleo al oír su tono entrecortado y casi profesional. La mente de mi marido estaba en su trabajo, pero seguía pensando en mí. —Acabo de levantarme de la cama, así que no te lo puedo decir aún. ¿Qué tal la tuya? ¿Has terminado de comprar todo Manhattan?

—No del todo. Tengo que dejar algo para la competencia. Si no, ¿qué tendría de divertido?

—Te encanta tener tus retos. —Fui al baño y mis ojos se pasearon por la bañera antes de detenerse en la ducha. El simple pensamiento de mi marido desnudo y mojado me puso caliente—. ¿Qué crees que habría pasado si no me hubiese resistido a ti? ¿Y si llego a meterme en la cama contigo cuando me lo pediste?

—Me habrías vuelto loco, cosa que hiciste en realidad. Era inevitable. Almuerza conmigo.

Sonreí. —Se supone que debo organizar una boda.

—Tomaré eso como un «sí». Es una comida de negocios, pero te gustará. Me miré en el espejo y vi mi pelo completamente enmarañado y mi cara llena de pliegues de la almohada. —¿A qué hora?

—A las doce. Raúl te estará esperando abajo poco antes.

—Debería ser responsable y decirte que no.

—Pero no lo vas a hacer. Te echo de menos.

La respiración se me entrecortó. Dijo aquello en tono despreocupado, como suelen decir los hombres cosas como «Ya te llamaré». Pero William no era del tipo de hombres que dicen cosas que no sienten. Aun así, ansiaba sentir la emoción por detrás de sus palabras. —Estás demasiado ocupado como para echarme de menos.

—No es lo mismo —respondió. Hizo una pausa—. No me parece bien no poder tenerte aquí, en el Crossfire.

Me alegró que no pudiera verme sonreír. Había en su voz un rastro de perplejidad. William no tenía por qué notar ninguna diferencia porque yo no estuviese trabajando unas plantas por debajo de su despacho, donde no podía verme. Pero lo cierto es que la había. —¿Qué llevas puesto? —le pregunté.

—Ropa.

—Obvio. ¿Un traje de tres piezas?

—¿Los hay de otro tipo?

No para él. —¿De qué color?

—Negro. ¿Por qué?

—Me excita pensarlo. —Y era verdad, pero no era ésa la razón por la que lo preguntaba—. ¿Qué color de corbata?

—Blanca.

—¿Camisa?

—También blanca.

Cerré los ojos y me lo imaginé. Recordaba esa combinación. —Raya diplomática —dije.

Llevaba un traje de raya diplomática para tener un aspecto profesional con esa camisa y esa corbata. —Sí, Maite. —Bajó la voz—. No tengo ni idea de por qué esta conversación me está excitando, pero es así.

—Porque sabes que te estoy imaginando, tan oscuro, peligroso y atractivo. Sabes cuánto me excita mirarte, aunque sólo sea en mis recuerdos.

—Nos vemos aquí. Pronto. Ven ahora.

Me reí. —Lo bueno se hace esperar, señor Cross. Ya voy bastante justa de tiempo.

—Maite...

—Te quiero.

Colgué y me miré en el espejo. Con la imagen de William aún en mi mente, vi que ese aspecto desaliñado y adormilado que me devolvía la mirada era del todo insuficiente. Mi apariencia cambió cuando pensaba que William me había dejado por Corinne. Al resultado le había llamado «la nueva Maite». Desde entonces, el pelo me había crecido más allá de la altura de los hombros y, con ello, también mis reflejos. —¿Estás decente? —gritó Cary desde el dormitorio.

—Sí. —Lo miré cuando entró en el baño con mi café en la mano—. Cambio de planes —dije.

—¿Qué? —Se apoyó en el lavabo y se cruzó de brazos.

—Yo voy a meterme en la ducha. Tú vas a buscarme una peluquería fabulosa que pueda atenderme dentro de treinta minutos.

—Vale.

—Luego voy a ir a comer y tú vas a hacer unas cuantas llamadas de mi parte. A cambio, te llevaré a cenar esta noche. Elige tú el sitio.

—Conozco esa mirada tuya —dijo—. Tienes una misión.

—Exacto.

—Me duché rápidamente, puesto que no tenía que lavarme el pelo. Después, fui corriendo a mi vestidor tras haber aprovechado el tiempo que había pasado en el baño para pensar en lo que quería ponerme. Tardé un poco en encontrar el vestido adecuado. De color blanco luminoso, con sujetador incorporado y una falda tulipán ajustada, se acomodaba perfectamente a mi pecho y a mis muslos. El color y el tejido de algodón le daban un aspecto informal, mientras que la forma era a la vez elegante y sensual.

Tardé un poco más en encontrar el par de zapatos apropiado. Estuve pensando un largo rato en ponerme unos de color carne pero, al final, me decanté por un par de sandalias de tacón y cordones de color aguamarina que hacían juego con los ojos de William. Tenía un bolso de mano a conjunto y unos pendientes de ópalo que tenían el mismo tono azul luminoso.

Lo coloqué todo sobre la cama para asegurarme de que quedaba bien y me aparté con mi albornoz para observarlo. —Muy bonito —dijo Cary al aparecer detrás de mí.

—Yo compré esos zapatos —le recordé—. Y el bolso y las joyas.

Se rio y me pasó un brazo por encima de los hombros. —Sí, sí. Tu peluquero ha llegado. He dicho al portero que lo deje subir.

—¿En serio?

—No te veo entrando en una vieja peluquería sin que se monte una escena. Tendrás que buscarte a alguien de confianza para que te peine previa cita y en privado. Mientras tanto, Mario puede hacerte un estupendo corte de pelo.

—¿Y el color?

—¿El color? —Dejó caer el brazo y me miró—. ¿Qué estás pensando?

Lo agarré de la mano y me dispuse a salir de la habitación. —Ven conmigo, muchacho.

Mario era todo energía y llevaba un elegante corte de rizos con las puntas de color púrpura. Más bajito que yo, y musculoso, colocó sus cosas en el baño mientras charlaba con Cary acerca de gente a la que ambos conocían, pronunciando nombres que, a veces, yo recordaba. —Una rubia natural —dijo con entusiasmo nada más colocar las manos sobre mi pelo—. Cariño, eres de una especie extraña.

—Ponme más rubia —le pedí.

Dio un paso atrás y se acarició la perilla pensativo. —¿Cuánto más?

—¿Cuál es el opuesto al negro?

Cary soltó un silbido. Mario removió mi pelo con los dedos. —Ya tienes reflejos de color platino.

—Démosle un tono más. Quiero mantener el largo, pero hagamos algo provocador. Más capas. Con puntas por los bordes. Quizá un flequillo que me encuadre los ojos. —Me incorporé en mi asiento—. Soy lo suficientemente atrevida, atractiva e inteligente como para poder presumir.

El peluquero miró a Cary. —Me gusta esta chica.

Mi mejor amigo se cruzó de brazos y asintió. —A mí también.

Me aparté del espejo para mirar el efecto completo. Me encantaba lo que había hecho Mario con mi pelo, con las puntas hacia afuera y distintas capas cayéndome sobre los hombros y la cara. Me había aclarado mucho la parte de arriba y el cabello que rodeaba la cara, dando así un aspecto más luminoso, sin cambiar el dorado oscuro de la parte de abajo. Después, me había cardado las raíces para darme un volumen sensual. Mi bronceado del fin de semana hacía que el pelo pareciese más claro. Me había vuelto un poco loca al decantarme por un maquillaje de ojos ahumados, utilizando tonos grises y negros que conjuntaran con el gris de mi iris. Para compensarlo, había mantenido el resto más neutro, incluidos los labios, en color carne. Cuando yuxtapuse mi reflejo con la imagen de William que tenía en mi mente, vi el resultado que estaba buscando.

Mi esposo era la encarnación de lo que suponía ser alto, oscuro y hermoso, con su cabello negro como la tinta e igual de lustroso. Solía vestir de colores oscuros con bastante frecuencia, lo que hacía que la atención se centrara en los planos cincelados de su rostro y en el llamativo color de sus ojos. Yo había logrado ser el opuesto complementario. El yang de su yin. ¡Guau! Me gustaba mi aspecto. —¡Vaya! Impresionante. —Cary me examinó con admiración cuando salí a toda prisa a la sala de estar—. ¿A qué clase de almuerzo vas?

Miré el teléfono, maldiciendo en silencio al ver que habían pasado diez minutos desde que Raúl había llamado diciendo que estaba abajo esperando. —No lo sé —repuse—. Algo relacionado con el trabajo, según me ha dicho William.

—Pues vas a ser una acompañante espectacular.

—Gracias.

Sin embargo, quería más que eso. Quería ser un arma del arsenal de William. Aunque me lo había ganado, disfrutaba con el desafío. Si podía ayudar en algo, lo que fuera, con la conversación de hoy, me sentiría feliz. Aunque, si me veía superada, al menos, podría hacer que se sintiera orgulloso de que lo vieran conmigo. —Para cuando llegue la boda, irá arrastrando las pelotas de tanta abstinencia — dijo mi amigo a mi espalda—. No se puede encender tantas veces la mecha antes de que tenga que explotar.

—Qué bruto, Cary. —Abrí la puerta del apartamento—. Te enviaré un mensaje con los números del diseñador y de la organizadora de la boda. Y estaré de vuelta dentro de un par de horas.

Tuve suerte de entrar en el ascensor sin tener que esperar. Cuando llegué a la acera y Raúl salió de su asiento del Mercedes, supe que no me había equivocado cuando me miró. Mantuvo su gesto profesional, pero intuí que le gustaba lo que veía. —Siento haberme retrasado —le dije cuando me abrió la puerta de atrás—. No estaba lista cuando me has enviado el mensaje.

Hubo un atisbo de sonrisa en su rostro serio. —No creo que a él le importe.

Durante el trayecto, le envié a Cary por mensaje los números de teléfono de Blaire Ash, el diseñador de interiores que se estaba ocupando de la remodelación del ático, y de Kristin Washington, la organizadora de bodas, y le pedí que concertara unas reuniones con ellos. Cuando hube terminado y miré por la ventanilla, me di cuenta de que no nos dirigíamos al Crossfire. Cuando llegamos al Tableau One, no me sentí del todo sorprendida. Aquel popular restaurante era un negocio que compartían William y su amigo Arnoldo Ricci. Arnoldo era un desconocido cuando William lo descubrió en Italia. Ahora era un famoso chef. Raúl se detuvo junto al aparcacoches y yo me eché hacia adelante en mi asiento. —¿Puedes hacerme un favor mientras comemos?

Él giró la cabeza para mirarme. —¿Puedes enterarte de dónde está Anne Lucas ahora mismo? Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para que la ponga nerviosa. —Iba vestida para impresionar. No estaba de más sacarle a ello todo el provecho posible.

—Está bien —respondió con cautela—. Tendré que hablarlo con el señor Cross.

Casi me eché atrás. Entonces, recordé que Raúl trabajaba prácticamente para mí también. Si quería avanzar en mi lucha, ¿no era lo mejor empezar por casa? —No, soy yo la que tiene que hacerlo. Y se lo voy a decir. Búscala. Yo me encargo del resto.

—De acuerdo. —Seguía pareciendo reacio—. ¿Está preparada? Van a hacerle fotografías en cuanto la vean. —Señaló con la cabeza y miré hacia la media docena de fotógrafos que había en la puerta.

—Vaya. —Respiré hondo—. Bueno, vamos allá.
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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 11:30 am

Raúl salió del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. En el momento en que me puse de pie, los flashes de las cámaras iluminaron lo que ya era un día claro. Mantuve la mirada al frente y me apresuré a entrar en el restaurante. El lugar estaba lleno de gente y del ruido de la multitud de conversaciones que allí tenían lugar. Pese a eso, localicé a William casi de inmediato. Él también me vio. Lo que fuera que estuviera diciendo cuando llegué quedó interrumpido entre sus labios. La recepcionista me dijo algo, pero yo no la oí. Estaba demasiado concentrada en William, cuyo imponente rostro me hizo perder la respiración, como siempre, pero no me daba ninguna pista de lo que podía estar pensando.

Apartó su silla y se puso de pie con una enorme elegancia. Los cuatro hombres que estaban sentados con él miraron en mi dirección y se levantaron también. Había dos mujeres con ellos, las cuales se giraron en sus asientos para contemplarme.

Recordé que tenía que sonreír y me dispuse a caminar hacia la gran mesa redonda que estaba situada casi en el centro de la sala, andando cautelosa por el suelo de madera e intentando no hacer caso de las miradas que cosechaba manteniendo la atención sobre los oscuros ojos de William. La mano me temblaba ligeramente cuando la extendí hacia su brazo. —Siento llegar tarde —me disculpé.

Él deslizó un brazo alrededor de mi cuerpo y acarició mi sien con los labios. Sus dedos se clavaron en mi cintura con una presión casi dolorosa, y me aparté. Él me observó con una intensidad tan ardiente y un amor tan salvaje que el pulso se me paró. Sentí una oleada de placer. Conocía esa mirada, y supe que le había provocado una agitación que estaba tratando de procesar. Me gustó saber que aún podía causarle algo así. Aquello hizo que tratara de esforzarme todo lo posible por buscar el vestido apropiado para recorrer el pasillo en la boda. Miré a todos los que estaban en la mesa. —Hola.

William apartó sus ojos de mi cara. —Es un placer presentarles a mi esposa, Maite.

Lo miré sorprendida. Todo el mundo creía que solamente estábamos comprometidos. Ignoraba que William estuviera dando a conocer que ya estábamos casados. El fervor de su mirada se convirtió en cálida diversión. —Éstos son los miembros del consejo de la Fundación Crossroads.

Mi sorpresa se tornó en amor y gratitud con tanta rapidez que me tambaleé. William me agarró, como siempre hacía en todos los aspectos. En un momento en el que existía la probabilidad de que yo me sintiera un poco a la deriva, él me estaba ofreciendo algo más. Me los presentó a todos y, a continuación, retiró mi silla para que me sentara. El almuerzo transcurrió en medio de un remolino de excelente comida y conversación intensa. Me alegró saber que mi idea de añadir la existencia de Crossroads a la biografía de William en su web había hecho aumentar las visitas a la página de la fundación, y que las correcciones que yo había sugerido del sitio de internet de Crossroads habían acrecentado las solicitudes de ayuda. Me encantó que William se sentara tan cerca de mí y me sujetara la mano por debajo de la mesa. Cuando pidieron mi participación, yo negué con la cabeza. —No estoy cualificada para ofrecer nada de valor en ese aspecto. Ustedes están haciendo un trabajo increíble.

Cindy Bello, la directora ejecutiva, me miró con una gran sonrisa. —Gracias, Maite.

—Me gustaría asistir a las reuniones de la junta como observadora para ponerme al día. Si no puedo colaborar con ideas, espero encontrar otro modo de echar una mano.

—Ahora que lo menciona, muchos de nuestros receptores quieren reconocer la ayuda de Crossroads y mostrar su agradecimiento —dijo Lynn Feng, vicepresidenta de operaciones—. Celebran almuerzos y cenas que también sirven para recaudar fondos. Les encantaría que William asistiera en nombre de la fundación, pero su agenda lo impide la mayor parte de las veces.

Me incliné un momento hacia el hombro de William. —¿Quiere que yo le insista un poco más? —propuse.

—Lo cierto es que William ha sugerido que usted podría encargarse de ello — respondió ella con una sonrisa—. Lo que le estoy diciendo es que usted represente a la fundación con su persona.

La miré parpadeando. —Estará de broma.

—En absoluto.

Miré a William. Él inclinó la cabeza a modo de asentimiento. Traté de hacerme a la idea. —Yo sirvo muy poco como premio de consolación.

—Maite. —William expresó con esa única palabra su enorme desacuerdo.
 
—No estoy siendo modesta —argumenté—. ¿Por qué iba a querer escuchar nadie lo que yo pueda decir? Tú eres un experto y un orador brillante y maravilloso. Podría escucharte dando un discurso todos los días. Tu nombre vende. Ofrecerme a mí en tu lugar simplemente crearía una obligación. Eso no serviría de nada.

—¿Has terminado? —preguntó en tono tierno.

Lo miré entornando los ojos. —Piensa en esas personas a las que has ayudado en tu vida. —«Como a mí.» Eso no lo dijo, pero no tenía por qué hacerlo—. Si te pones a ello, podrías lanzar un mensaje poderoso.

—Si se me permite añadir algo —interrumpió Lynn—, cuando William no puede acudir vamos alguno de nosotros en su lugar. —Señaló al resto de los miembros del consejo—. La asistencia de un miembro de la familia Cross sería maravilloso. Nadie se sentiría decepcionado.

«La familia Cross.» Eso me entrecortó la respiración. No sabía si Geoffrey Cross había dejado atrás a otros miembros de la familia. Lo que resultaba indiscutible era que William era el recuerdo más visible de su tristemente célebre padre. Mi marido no recordaba al hombre que había sido conocido por ser un defraudador y un cobarde. Lo que sí recordaba era al padre al que había querido y que lo había criado. William se había esforzado y había conseguido mucho impulsado por la necesidad de cambiar lo que la gente asociaba con el apellido Cross. Ahora yo también compartía ese apellido. Algún día tendríamos hijos que lo llevarían también. Yo tenía la misma responsabilidad que William de hacer de ese nombre algo de lo que nuestros hijos se sintieran orgullosos. Lo miré. Él me sostuvo la mirada. —Estar en dos lugares al mismo tiempo —murmuró.

Sentí que el corazón se me encogía dentro del pecho. Aquello era más de lo que yo había esperado, y antes de lo que imaginaba. William había acudido directo a algo personal, algo íntimo y que formaba parte esencial de su persona. Algo que para mí también significaba muchísimo y a lo que yo podría poner mi propio sello. Él había librado la guerra de limpiar la mancha de su apellido a solas, lo mismo que había tenido que hacer con todas sus demás batallas. El hecho de que confiara en mí para acompañarlo en eso era, por encima de todo, una declaración de amor tan maravillosa como el anillo que llevaba en mi dedo. Apreté su mano. Traté de demostrarle, con tan sólo una mirada, lo conmovida que me sentía. Él levantó nuestras manos juntas hacia sus labios y con la mirada me respondió lo mismo: «Te quiero». El camarero llegó para retirar nuestros platos. —Ya hablaremos de ello —dijo William en voz alta. A continuación, se dirigió a los demás—. Siento interrumpir esto, pero tengo una reunión esta tarde. Podría tener la generosidad de dejar a Maite con vosotros, pero no lo haré.

Hubo sonrisas y carcajadas alrededor de la mesa. Luego me miró. —¿Estás lista?

—Dame un momento —murmuré deseando tener la oportunidad de besarlo como quería.

Por el brillo de sus ojos, sospeché que sabía exactamente en qué estaba pensando. Lynn y Cindy se habían puesto de pie y me acompañaron al baño de señoras. Mientras cruzábamos el restaurante, busqué a Arnoldo, pero no lo vi. No me sorprendió, teniendo en cuenta sus compromisos con el canal de cocina y sus otras apariciones. Por mucho que yo deseara arreglar aquella relación, sabía que con el tiempo pasaría. Al final, Arnoldo vería lo mucho que yo amaba a mi marido, que protegerlo y serlo todo para él se habían convertido en el centro de mi vida.

William y yo nos desafiábamos el uno al otro, nos impulsábamos para cambiar y crecer. A veces nos hacíamos sufrir para conseguir algo o para dejar clara nuestra postura, cosa que preocupaba al doctor Petersen pero que, de algún modo, a nosotros nos funcionaba. Podíamos perdonarlo todo salvo la traición. Era inevitable que los demás, sobre todo, los más cercanos, nos miraran desde fuera y se preguntaran cómo y por qué funcionaba lo nuestro, y si debería ser así. No podían entender —y no los culpaba por ello, porque yo misma apenas empezaba a comprenderlo— que nos exigíamos mucho más a nosotros mismos de lo que jamás exigiríamos al otro. Porque queríamos convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, ser lo suficientemente fuertes como para ser lo que el otro necesitaba.

Fui al baño y, después, me lavé las manos, dedicando un momento a mirarme en el espejo al terminar y ahuecarme el pelo. No estaba segura de cómo lo había conseguido Mario, pero me había hecho un corte que adquiría más cuerpo cuanto más lo tocaba. Vi la sonrisa de Cindy en el espejo y me sentí algo avergonzada. Después, ella sacó una barra de labios roja y me tranquilicé. —Maite, casi no te había reconocido. Me encanta lo que te has hecho en el pelo. A través del espejo, busqué a la persona que me hablaba. Durante una décima de segundo pensé que se trataba de Corinne y el corazón se me aceleró. Después, localicé su rostro.

—Hola. —Me volví para saludar a la esposa de Ryan Landon.

Cuando conocí a Angela, ella llevaba el pelo recogido en un elaborado moño que disimulaba el largo de su cabello. Con él suelto, su larga melena negra formaba una cortina lisa que le llegaba a la mitad de la espalda. Era alta y esbelta, y sus ojos, de un desvaído gris azulado. Su cara era más alargada que la de Corinne, y sus facciones algo menos perfectas, pero seguía siendo un bombón. Sus ojos me examinaron de arriba abajo con tanta despreocupación que no estuve segura de que fuera eso lo que hacía. Un buen truco. Yo no lo dominaba. Me di cuenta de que iba a someterme al continuo escrutinio no sólo de los medios de comunicación al ocupar mi puesto entre la nueva élite de la ciudad. No estaba preparada. La formación y las normas de mi madre para presentarme en sociedad no iban a servirme, eso estaba más que claro. Angela sonrió y ocupó el lavabo que había a mi lado. —Me alegro de verte —dijo.

—Yo también. —Ahora que conocía la venganza de Landon contra William, estaba alerta, pero ya no iba a intentar conseguir la cuenta de su marido. Éramos iguales. Bueno, casi. Mi marido era más joven, más rico y más atractivo. Y ella lo sabía.

Cindy y Lynn terminaron y se dirigieron a la salida. Yo les seguí el paso. —Me estaba preguntando... —dijo Angela. Me detuve y la miré con curiosidad. Las otras chicas salieron para darnos privacidad.

—¿Vas a asistir al desfile de Grey Isles de esta semana? Tu buen amigo, el que vive contigo, es el rostro de su última campaña, ¿verdad?

Me costó, pero mantuve el rostro levantado. ¿Por qué me lo preguntaba? ¿Adónde quería llegar? No estaba segura de por qué su expresión era limpia e inocente, sin ningún atisbo de astucia. Quizá yo estuviese buscando algún motivo oculto que, en realidad, no existía. O simplemente no tenía la destreza que necesitaba para entrar en su juego igual de bien que lo hacía ella. Porque estaba claro que me estaba prestando su atención, no sólo a mi relación con William, sino a todas mis relaciones. Estaba haciendo caso de las habladurías. ¿Por qué? —No tengo pensado asistir a ninguno de los desfiles de la Fashion Week — contesté con cautela.

Su sonrisa desapareció, pero sus ojos se iluminaron poniéndome más nerviosa. —Es una pena. Había pensado que podríamos ir juntas.

Aún no podía imaginar qué pretendía, y eso me estaba volviendo loca. Me había parecido bastante simpática cuando la conocí pero, después, se había quedado callada y había dejado que su marido y el resto del equipo de LanCorp hablaran. ¿Iba a ser tan descarada como para decir que su marido sentía odio por el mío? Ni ella ni Landon me habían dado muestra alguna de ninguna animosidad contra William. Pero, una vez más, no era algo que fuera a surgir durante una propuesta para salir juntas. ¿O quizá es que ella no sabía nada? Puede que el deseo de venganza de Landon fuese algo que guardaba en secreto. —Esta vez no —dije.

Dejé abierta aquella puerta deliberadamente porque quizá pudiera servirme. Ella podía ser tan ajena e inofensiva como parecía, o quizá era más astuta. En cualquier caso, no pensaba entablar amistad con alguien cuyo marido deseaba hacer daño a William. Pero eso de que había que mantener a los enemigos cerca era un proverbio por algún motivo. Se secó las manos rápidamente y recorrió conmigo el resto del camino hasta la salida. —Quizá en otra ocasión.

Tras la relativa tranquilidad del baño, el restaurante resultaba bullicioso y ruidoso, lleno de los sonidos de las voces y el tintineo de los cubiertos por encima de la música de fondo. Acabábamos de salir al pasillo que daba al salón principal cuando Ryan Landon emergió de su reservado y apareció delante de nosotras. Lo cierto es que no había ninguna mesa mala en aquel restaurante, pero la de Landon no era la mejor. ¿Sabía William que él estaba comiendo en Tableau One? No me sorprendería. Al fin y al cabo, mi marido me había seguido la pista a través de una tarjeta de crédito que yo había utilizado en una de sus discotecas. Landon era alto, aunque no tanto como William. Un metro ochenta, quizá, con abundante pelo castaño y unos ojos de color ámbar. Era fuerte y atractivo, de sonrisa relajada y carcajada fácil. A mí me había parecido encantador y atento con su esposa cuando lo conocí. —Maite —me saludó mirando brevemente detrás de mí, donde estaba su mujer—. Qué agradable sorpresa.

—Hola, Ryan. —Deseé haber podido ver la mirada que cruzaron. Si estaban confabulando contra mí, necesitaba saberlo.

—Justo estuve hablando de ti ayer. Me he enterado de que te has ido de Waters Field & Leaman.

El cosquilleo de alerta que me había asaltado en el baño se intensificó. No estaba preparada para entrar en esos peligrosos juegos de sociedad. William sabía enfrentarse a cualquiera —demonios, era el rey del campo de juego—, pero yo no. Necesité esforzarme mucho para no mirar y ver si nos estaba observando. —Ya lo echo de menos pero, de todos modos, William y yo estamos muy unidos a Mark —dije improvisando.

—Sí, hemos oído cosas estupendas de él.

—Sabe bien lo que hace. Fue mientras Mark estaba trabajando en la campaña de Vodka Kingsman cuando conocí a William.

Landon me miró sorprendido. —Jamás lo habría imaginado.

Sonreí. —Estás en muy buenas manos. Mark es el mejor. Estaría más triste por mi marcha si no supiera que vamos a volver a trabajar con él.

Él se recompuso visiblemente. —Bueno, hemos decidido que nuestro equipo de LanCorp se ocupe de ello. La verdad es que creen que pueden hacerlo de maravilla y, como los contraté para eso, he pensado que mejor dejaba que lo hicieran.

—Ah. Pues estoy deseando ver qué se les ocurre. —Di un paso para alejarme—. Ha sido estupendo veros de nuevo. Disfrutad del almuerzo.

Me dijeron adiós y yo me giré hacia mi mesa y vi que William estaba sumido en una seria conversación con los miembros del consejo. Pensé que no era consciente de que me estaba acercando, pero se puso de pie cuando llegué junto a la mesa sin mirarme. Nos despedimos y salimos del restaurante, con la mano de William en la parte inferior de mi espalda. Me encantaba que me tocara ahí, con su presión constante y firme. Con posesión. Angus esperaba en la acera con el Bentley. También los fotógrafos, que aprovecharon la oportunidad para hacernos bastantes fotografías. Fue un alivio subir al asiento de atrás y fundirnos con el tráfico. —Maite.

El timbre áspero de la voz de William me puso la carne de gallina. Lo miré y vi el fuego de sus ojos. A continuación, colocó las manos sobre mi cara y sus labios se inclinaron hacia los míos. Yo ahogué un grito, sorprendida ante su repentina ansia. Introdujo su lengua en lo más profundo de mi boca, provocando la necesidad que tenía de él y que siempre me hacía hervir la sangre. —Estás preciosa —dijo introduciendo las manos entre mi pelo—. Siempre estás cambiando. Nunca sé a quién voy a tener delante de un día para otro.

Me reí, me eché sobre él y le devolví el beso con todas mis fuerzas. Adoraba sentir su boca, sus sensuales líneas suavizadas tras su habitual dureza cuando se rendía ante mí, volviéndolo aún más guapo. —Tengo que mantenerte en ascuas, campeón.

William me subió a su regazo y sus manos se deslizaron por todo mi cuerpo. —Te deseo —dijo.

—Es lo que espero —susurré, recorriendo su labio inferior con la punta de mi lengua—. Vas a estar conmigo de por vida.

—No es suficiente. —Inclinó la cabeza y volvió a besarme, con la mano en mi nuca e inmovilizándome mientras me daba fuertes y rápidos lametones, como si me follara. Sentí la caricia de su lengua por todas partes.

Me solté al pensar en Angus. —William.

—Vamos al ático —susurró con una voz tan tentadora como la del diablo. Su polla se había puesto dura bajo mis nalgas, provocándome con la promesa de un sexo, un pecado y un placer demasiado grandes como para poder soportarlo.

—Tienes una reunión —respondí jadeante.

—A la mierda la reunión.

Solté otra carcajada y lo abracé, apretando la nariz contra su cuello para inhalar su aroma. Olía de maravilla, como siempre. William no se echaba colonia. Era el simple olor limpio y primario de su piel y un leve atisbo de su gel preferido. —Me encanta cómo hueles —le dije en voz baja, acariciándolo con la nariz. Era cálido, y su cuerpo era sensual y duro, lleno de vida, energía y poder—. Hay algo en tu olor. Toca algo dentro de mí. Es una de esas cosas por las que sé que eres mío.

Soltó un gruñido. —Joder, qué dura se me ha puesto —dijo con los labios pegados a mi oreja. Me mordió el lóbulo, castigándome por su deseo con un pequeño mordisco de dolor.

—Y yo estoy muy húmeda —respondí con un susurro—. Hoy me has hecho muy feliz.

Su pecho se ensanchó con una respiración irregular mientras me pasaba las manos arriba y abajo por la espalda. —Qué bien.

Me aparté y vi cómo se recomponía. Rara vez perdía el control. Había sido emocionante ver que yo podía provocarle aquello. Aún más, saber que había estado a punto de perderlo desde que aparecí y no había mostrado indicio alguno de ello ante los demás. Su control era para mí de lo más provocador. Mis dedos acariciaron su impresionante rostro. —Gracias. No es suficiente por lo que hoy me has dado, pero gracias.

Cerró los ojos y acercó la frente hacia mí. —De nada.

—Me alegra que te ha gustado mi pelo.

—Me gusta que te sientas segura y atractiva.

Rocé mi nariz con la suya. Mi amor por él me inundaba de tal forma que no quedaba espacio para nada más. —¿Y si necesitara el cabello color púrpura para sentirme así?

Él se rio. —En ese caso, me follaría a una esposa con el pelo púrpura. —Colocó la mano sobre mi corazón y aprovechó la oportunidad para apretarme el pecho—. Mientras el interior siga igual, el resto no es más que envoltorio.

Pensé en decirle que se estaba acercando peligrosamente al romanticismo, pero decidí callármelo. —¿Has visto a los Landon? —le pregunté.

—Han estado hablando contigo —respondió apartándose.

Entorné los ojos. —Sabías que estarían allí, ¿verdad?

—No ha sido ninguna sorpresa.

—Se te da muy bien ser desconfiado —me quejé—. Todos los hombres lo sois. Yo no he podido adivinar si Angela Landon se estaba burlando de mí cuando me ha pedido que asistiera con ella al desfile de Grey Isles en la Fashion Week o si hablaba en serio.

—Quizá un poco de las dos cosas. ¿Qué le has dicho?

—Que no voy a ir. —Lo besé y, a continuación, volví a mi asiento. Él se resistió, pero me dejó—. Corinne habría sabido cómo enfrentarse a ella. —Suspiré—. Probablemente, Magdalene también. Y, desde luego, mi madre.

—Lo has hecho bien. Y ¿qué tal Landon?

—¿Qué condiciones has acordado con Mark? —pregunté apretando los labios.

William me miró con extrañeza. —¿Qué has hecho?

—Les he mencionado que tenemos una fuerte relación con Mark porque tú y yo nos conocimos cuando trabajaste con él. Les he dicho que estamos deseando trabajar con él en el futuro.

—Quieres saber si Landon le va a ofrecer un trabajo a Mark.

—Siento curiosidad por ver hasta dónde está dispuesto a llegar Landon, sí. No me preocupa Mark. Es leal y, aunque no conoce todos los detalles, sí sabe que LanCorp ha sido parte de la causa por la que me he ido. Además, tiene cierta conexión con el mandamás de Cross Industries. No sería más que un simple obrero en LanCorp. No es estúpido.

William apoyó la espalda en su asiento. Si no lo conociera tan bien, podría haber pensado que simplemente se estaba poniendo cómodo. —Y quieres saber si te fui sincero en cuanto a los motivos de Landon.

—No. —Coloqué la mano sobre su pierna y noté la tensión en ella. Sus dos padres lo habían decepcionado. Yo sabía que había una parte en William que siempre esperaba que todo el mundo hiciera lo mismo—. Te creo. Te creí cuando me lo contaste. Tu palabra es la única prueba que necesito.

Se me quedó mirando largo rato y, después, me apretó la mano. —Gracias.

—Pero ¿puede ser que sintieras la necesidad de demostrármelo? —pregunté con suavidad—. Te enteras de que Landon tiene una reserva. Quieres presentarme al consejo de Crossroads. Celebrando la reunión en el Tableau One consigues matar dos pájaros de un tiro si yo me encuentro allí con Landon. Aunque tenía que darse la casualidad de que eso pasara.

—No si él estaba sentado junto a los baños. —Puede que yo no hubiese ido al baño.
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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 11:38 am

William me miró. —No era algo inevitable —argumenté.

—Eres una mujer —respondió él, como si con eso ya se respondiera. Entorné los ojos.

—A veces me dan ganas de darte una bofetada —repuse.

—No puedo evitar tener razón.

—Te estás desviando del tema.

Se puso serio por un momento. —Me dejaste por culpa de él. Necesitaba que volvieras a verlo después de aquello.

—Eso no es del todo cierto, pero vale. Entiendo qué quieres decir. —Con cierta frustración, me aparté mi nuevo flequillo de la cara—. Aunque, aun así, no he sabido qué pensar de ellos. Él es algo más fácil de descifrar que su mujer, pero a los dos se les da muy bien aparentar sinceridad. Y son un equipo.

—Tú y yo somos un equipo.

—Estamos cerca de serlo. Yo tengo que aprender a mantenerme fuerte.

—Yo no tengo queja.

Sonreí. —No la he fastidiado. Pero eso no es lo mismo que hacer un buen trabajo. Pasó sus dedos por mi mejilla.

—No me habría importado que la fastidiaras, aunque estoy seguro de que tu definición de eso es muy diferente de la mía. No me importaría que tuvieras el pelo verde, púrpura o del color que eligieras, aunque debo decir que me gustas rubia. Eres tú lo que quiero
.
Giré la cabeza y le besé la palma de la mano. —Angela se parece a Corinne.

Él soltó una carcajada de sorpresa. —No se parecen.

—¡Dios, desde luego que sí! O sea, no como hermanas gemelas ni nada de eso. Pero sí en el pelo y el tipo de cuerpo.

William negó con la cabeza. —No.

—¿Crees que Landon buscó a alguien parecido a tu mujer ideal?

—Lo que creo es que tu imaginación corre más que tú. —Colocó los dedos sobre mis labios cuando yo estaba a punto de decir algo más—. Y, si no, se equivocó. Así que lo que dices es discutible.

Lo miré con una mueca. Sentí que el bolso vibraba junto a mi pierna. Lo cogí y saqué mi teléfono. Tenía un mensaje de Raúl: Está en su trabajo. Miré a William y vi que me estaba observando. —Le he pedido a Raúl que le siguiera la pista a Anne hoy —lo informé.

Él murmuró algo. —Eres de lo más testaruda —espetó.

—Como has dicho antes, me siento segura y atractiva. —Le lancé un beso al aire —. Hoy es un buen día para pasarme a saludar.

William levantó los ojos hacia el espejo retrovisor. Angus hizo lo mismo y algo pasó entre los dos. Después, mi marido giró sus ojos azul brillante hacia mí. —Harás lo que diga Angus. Si a él no le parece una buena idea cuando llegue el momento, te echarás atrás. ¿Entendido?

Tardé un poco en responder porque había esperado más reticencia por su parte. —Vale.

—Y esta noche vienes a cenar al ático.

—¿Cuándo se ha convertido esto en una negociación?

Él se limitó a mirarme con expresión implacable y decidida. —Le he dicho a Cary que lo llevaría a cenar, campeón —expliqué—. Hoy ha estado haciendo varias llamadas por mí mientras yo he estado contigo. Puedes acompañarnos si quieres.

—No, gracias. Vente después.

—¿Te comportarás?

En sus ojos brilló un destello de malicia. —Sólo si tú te comportas.

Pensé que si William podía hacer bromas sobre aquello, íbamos por buen camino. —Trato hecho.

Nos detuvimos delante del Crossfire y él se incorporó, disponiéndose a salir. Mientras Angus rodeaba el coche para abrir la puerta, me acerqué a mi marido para ofrecerle mi boca. William colocó las manos en mis mejillas y me besó con labios firmes y dominantes. Al contrario que el beso que me había derretido cuando salimos del restaurante, éste fue más tierno. Y más largo. Yo estaba sin respiración cuando se apartó. Se quedó mirándome un momento y, después, compuso un gesto de satisfacción. —Llámame al móvil en cuanto hayas terminado.

—¿Y si estás...?

—Llámame.

—De acuerdo.

William salió del asiento de atrás del Bentley y entró en el Crossfire. Yo me quedé mirándolo hasta que dejé de verlo y recordé el día que nos conocimos. Yo estaba en el vestíbulo y él había vuelto a por mí. Mantuve esa idea en la cabeza sabiendo que no tenía sentido sentirme sola ahora, pero nunca me resultaba fácil verlo marchar. Ése era uno de mis defectos que tenía que superar. Ya te echo de menos, le escribí por mensaje. Su respuesta fue rápida: Me alegro, cielo. Me estaba riendo cuando Angus se puso al volante. Me miró por el espejo retrovisor. —¿Adónde?

—A donde sea que trabaje Anne Lucas.

—Puede que aún le queden varias horas en el trabajo.

—Ya lo imaginaba. Tengo que ocuparme de algunas cosas mientras espero. Si las termino todas, lo intentaremos en otro momento.

—Entendido. —Puso en marcha el Bentley y salimos.

Llamé a Cary. —Hola —contestó—. ¿Qué tal la comida?

—Ha estado bien.

Lo puse al corriente de todo. —Cuánto ajetreo —dijo cuando terminé—. No puedo decir que entienda todo ese asunto de Landon, pero tampoco entiendo muchas cosas de las que le pasan a tu hombre. ¿Existe alguien que no esté enfadado con él?

—Yo.

—Vale. Pero tú te acuestas con él.

—Cary, te voy a matar. Lo juro.

Su risa sonó al otro lado del teléfono. —Me he puesto en contacto con Blaire. Dice que puede reunirse contigo en el ático mañana, si lo deseas. Envíale un mensaje con una franja horaria para ver qué puede hacer.

—Estupendo. ¿Y Kristin?

—A eso iba, preciosa. Hoy está todo el día en la oficina, así que puedes llamarla en cualquier momento. O envíale un correo electrónico, si te resulta más fácil. Está ansiosa por hablar contigo.

—La llamaré. ¿Has pensado ya adónde vamos a ir a cenar?

—Me apetece asiático. Chino, japonés, tailandés..., no sé, algo así.

—Vale, pues a un asiático. —Recosté la cabeza contra el asiento—. Gracias, Cary.

—Encantado de ayudarte. ¿Cuándo vienes a casa?

—Aún no estoy segura. Tengo que hacer otra cosa y, después, iré para allá.

—Luego te veo.

Puse fin a la llamada mientras Angus se acercaba a la acera. —Su consulta está al otro lado de la calle —me dijo mientras yo dirigía mi atención al edificio que tenía enfrente. Tenía varias plantas y un pequeño y pulcro vestíbulo visible a través de las puertas de cristal.

Lo observé durante un breve momento y me imaginé a Anne dentro con un paciente, alguien que estaba desnudando sus secretos más íntimos sin saber con quién estaba hablando en realidad. Así es como funciona siempre. El terapeuta en el que confiábamos lo sabía todo sobre nosotros, mientras que William y yo solamente sabíamos lo que podíamos adivinar por las fotografías que había sobre su mesa y las titulaciones que colgaban de las paredes de su consulta. Revisé mis contactos, encontré el número de Kristin y llamé a su oficina. Su ayudante me la pasó enseguida. —Hola, Maite. Te tenía en mi lista de llamadas pendientes, pero tu amigo se me ha adelantado. La verdad es que llevo varios días intentando hablar contigo.

—Lo sé, y lo siento —repuse.

—No hay problema. He visto las fotografías de Cross y tú en la playa. No te culpo por no haberme devuelto la llamada. Pero tenemos que reunirnos y repasar los detalles.

—La fecha es el 22 de septiembre.

Hubo una pausa. —Vale. ¡Uf!

Hice una mueca, pues sabía que estaba pidiendo demasiado con muy poca antelación, y que iba a costar mucho tenerlo todo preparado a tiempo. —He decidido que mi madre tenía razón en cuanto a los colores blanco, crema y dorado, así que vayamos por ahí. Me gustaría que hubiera pequeños detalles en rojo. Por ejemplo, yo llevaré un ramo neutro, pero mis joyas serán de rubí.

—Ah. Déjame pensar. ¿Quizá unos faldones de rojo damasco bajo los manteles? O bajoplatos de cristal de Murano con vajilla de vidrio. Pensaré en algunas opciones. — Soltó un suspiro—. Necesito ver el sitio.

—Puedo organizar un vuelo. ¿Cuándo puedes ir?

—Cuanto antes —se apresuró a responder Kristin—. Tengo un compromiso mañana por la tarde, pero por la mañana podría ser.

—Lo averiguaré y te enviaré la información.

—Estaré pendiente. Maite, ¿tienes vestido?

—Eh..., no.

Se rio. Cuando volvió a hablar, la tensión que había notado antes había desaparecido. —Entiendo que quieras darte prisa con un hombre como el tuyo, pero con más tiempo nos aseguraríamos de que todo saliera bien y de que tuvierais un día perfecto.

—Va a ser perfecto aunque algo salga mal —repuse. Me acaricié la parte posterior del anillo con el dedo pulgar y me reconfortó tenerlo en mi mano—. Es el cumpleaños de William.

—¡Vaya! Muy bien. Lo conseguiremos.

—Gracias. Hablamos luego.

Colgué y miré hacia el edificio que estaba al otro lado de la calle. La puerta de al lado era una pequeña cafetería. Me acercaría a comprar un café y llamaría al diseñador. Le envié un mensaje a William. ¿Con quién debo hablar para ir con la organizadora de la boda en avión a la casa de los Outer Banks mañana por la mañana? Se me hacía un poco raro hacer esa pregunta. ¿Quién habría pensado que tendría aviones privados a mi disposición? No estaba segura de poder acostumbrarme nunca a utilizarlos. Esperé su respuesta durante un minuto. Como no llegaba, llamé a Blaire Ash. —Hola, Blaire —lo saludé cuando respondió—. Soy Maite Tramell, la prometida de William Cross.

—Maite. Por supuesto que sé quién eres. —Su voz era cálida y agradable—. Me alegra oírte.

—Me gustaría hablar contigo sobre algunos de los detalles del diseño. Cary me ha dicho que podemos reunirnos mañana.

—Claro. ¿A qué hora te viene bien?

Tras pensar en el viaje a los Outer Banks con Kristin, respondí: —¿Te parece que sea por la tarde? ¿Digamos, sobre las seis?

William estaría con el doctor Petersen, al menos, hasta las siete. Después, tendría que ir a casa. Eso me proporcionaba tiempo suficiente para cambiar algunas cosas de nuestros planes de diseño. —Me parece bien —confirmó Blaire—. ¿Nos vemos en el ático?

—Sí, allí nos vemos. Gracias. Adiós.
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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 11:41 am

En cuanto puse fin a la llamada, mi teléfono vibró. Miré la pantalla y vi la respuesta de William: Scott se encarga de organizarlo. Me mordí el labio y me sentí mal por no haber acudido antes a Scott. La próxima vez le preguntaré a él. ¡Gracias! Respiré hondo mientras pensaba que debía ponerme en contacto con Elizabeth, la madre de William. En el asiento delantero, sonó el teléfono de Angus. Lo levantó y, después, me miró. —Está bajando en el ascensor.

—¡Ah! —exclamé.

De la sorpresa pasé al desconcierto. ¿Cómo lo había sabido? Volví a mirar el edificio. ¿Era también propiedad de William, igual que lo era el edificio en el que trabajaba su marido?

—Aquí tiene, jovencita. —Angus extendió la mano hacia el asiento de atrás y me entregó un pequeño disco negro del tamaño de una moneda y tres veces más grueso —. Tiene adhesivo por un lado. Pégueselo al tirante de su vestido.

Metí el teléfono en el bolso y cogí el disco. Me quedé mirándolo. —¿Qué es? ¿Un micrófono?

—O lo lleva o voy con usted. —Me miró con una sonrisa de disculpa—. No es usted la que debe preocuparse, sino ella.

Como no tenía nada que ocultar, me metí el micrófono en el sujetador y salí del coche cuando Angus me abrió la puerta. Me agarró del brazo con firmeza y, a continuación, me llevó hasta el otro lado de la calle. Me guiñó un ojo antes de marcharse hacia la cafetería. De repente me quedé sola en la acera, invadida por un endiablado ataque de nervios. Desapareció un segundo después, cuando Anne salió del vestíbulo. Ataviada con un vestido cruzado con dibujo de leopardo y unos Louboutin negros, tenía un aspecto fiero y vibrante con su pelo rojo de punta. Me metí el bolso bajo el brazo y me dirigí hacia ella. —¡Qué casualidad! —le dije al acercarme.

Ella me miró con la mano levantada para llamar a un taxi. Por un momento, su felino rostro quedó sin expresión y, después, me reconoció. Su sorpresa había merecido la pena. Dejó caer el brazo. Yo volví a mirarla de arriba abajo. —Deberías tirar esa peluca que te has estado poniendo para ver a Cary. El pelo corto te sienta mejor.

Anne se recompuso enseguida. —Maite, estás muy guapa. William debe de estar puliéndote bien.

—Sí, me da cera. Cada vez que tiene la oportunidad. — Eso atrajo su atención—. De hecho, no se cansa. No le queda nada para ti, así que te aconsejo que te busques a otro por el que volverte loca.

Su expresión se endureció. Me di cuenta de que nunca antes había visto odio de verdad. Incluso en medio del calor del verano neoyorquino, sentí un escalofrío. —Qué confundida estás. —Dio un paso adelante—. Probablemente se esté follando a otra en este mismo momento. Así es él, y eso es lo que siempre hace.

—Tú no tienes ni idea de cómo es él. —Odiaba tener que levantar la cabeza para mirarla—. No tengo nada de que preocuparme con él. Sin embargo, tú sí deberías preocuparte por mí. Porque si vuelves a acercarte a él o a Cary, vas a tener que vértelas conmigo. No voy a ser nada simpática.

Di media vuelta dispuesta a alejarme. Ya había hecho lo que había ido a hacer. —Es un monstruo —gritó—. ¿Te ha contado que lleva en terapia desde que era niño?

Eso me detuvo. Me volví para mirarla. Sonrió. —Está mal desde que nació. Está enfermo y es retorcido de una forma que aún no has visto. Cree que puede ocultártelo, su muchachita guapa, que está viviendo un cuento de hadas. La bella y la bestia a la vista de todos. Una inteligente cortina de humo, pero no durará. No puede ocultar durante mucho tiempo su verdadera naturaleza.

Dios mío, ¿Anne sabía lo de Hugh? ¿Cómo podía saber que William era víctima de las perversiones de su hermano y haberse acostado con él al mismo tiempo? Me revolvía el estómago pensarlo, y sentí el sabor de la bilis en la garganta. Su risa cayó sobre mí como fragmentos de cristal.—William es despiadado y cruel hasta la médula —continuó—. Te destrozará hasta dejarte. Si es que no te mata antes...

La espalda se me puso en tensión y cerré los puños. Estaba tan enfadada que temblaba mientras contenía las ganas de darle un puñetazo en su petulante y asquerosa cara. —¿Con quién te crees que se casan los monstruos, zorra estúpida? —Volví a aproximarme—. ¿Con niñitas frágiles o con otros monstruos? Acerqué mi cara a la suya.

—Tienes razón con lo del cuento de hadas —le espeté—. Pero William es la bella. Yo soy la bestia.

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Jun 04, 2016 1:56 pm

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Mensaje por SuenoLR Dom Jun 05, 2016 3:07 am

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Mensaje por tamalevyrroni Dom Jun 05, 2016 11:07 am

«¿Crees que William da miedo? Espera a que yo caiga sobre ti.» Me quedé sentado inmóvil durante largo rato. La voz de Maite resonaba en mis oídos mientras la grabación llegaba a su fin. Levanté la vista desde la mesa hasta los ojos de Angus. —Dios mío.

Habíamos buscado cualquier expediente mío que Hugh pudiera guardar. No encontramos ninguno y supusimos que no había guardado nada. Tenía sentido. ¿Para qué documentar tus crímenes? —Volveré a buscar —dijo Angus en voz baja—. En su casa y en su consulta. Y en la de su marido. En todas partes. Los encontraré.

Asentí y me aparté de la mesa. Respiré hondo y contuve las náuseas. No había nada que hacer salvo esperar. Me acerqué a la ventana más próxima y miré hacia el edificio donde estaban las oficinas de LanCorp. —Maite ha sabido enfrentarse a ella —dijo Angus detrás de mí—. Ha hecho que Anne sienta la ira de Dios. Lo he visto en su rostro.

Yo no había querido ver el vídeo de la grabación de la cámara de seguridad porque prefería escuchar el audio de su encuentro, pero había sido suficiente. Conocía a mi esposa, su voz y su tono. Conocía su carácter. Y sabía que nada la hacía saltar tan rápido ni con tanta ferocidad como cuando salía en mi defensa. Durante el poco tiempo que llevábamos juntos, Maite había tenido enfrentamientos directos con Corinne en su casa, con mi madre en múltiples ocasiones, con Terrence Lucas en su consulta y, ahora, con su mujer en la de ella. Sabía que mi esposa sentía que tenía que hacerlo. Y por eso me había obligado a mí mismo a mantenerme al margen y dejarla actuar. Yo no necesitaba que me defendieran. Podía apañármelas muy bien solo, como siempre había hecho. Pero me gustaba saber que ya no seguía solo. Y, más aún, ser consciente de que ella podía parecer una loca y dar miedo. —Es una leona —dije mirándolo—. Yo mismo tengo algún bonito recuerdo de sus arañazos.

La tensión y la dureza de los hombros de Angus se relajaron ligeramente. —Se mantendrá a su lado.

—¿Si mi pasado sale a la luz? Sí, lo hará.

Al pronunciar esas palabras fui consciente de la verdad que había en ellas. Se habían presentado ocasiones en nuestra relación en las que no había estado seguro de aferrarme a Maite. Amaba a mi mujer y no me cabía duda de que ella me quería con la misma intensidad pero, por muy perfecta que fuera para mí, tenía sus defectos. Dudaba de sí misma con demasiada frecuencia. A veces, ella creía que no era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a ciertas situaciones. Y, cuando pensaba que su independencia y su serenidad se veían amenazadas, huía para protegerse. Dirigí la vista hacia la fotografía de ella que había sobre mi mesa. Las cosas habían cambiado recientemente. Me había llevado hasta el límite, alejándome de lo único sin lo que yo no podía vivir: ella. Me había bajado de ese filo con renuencia, obligado a hacerlo para poder recuperarla. El resultado: Maite ya no miraba nuestro matrimonio como una cosa suya y mía, sino de los dos. Mi animadversión inicial había desaparecido. Pasara lo que pasase, volvería a hacer lo mismo por tenerla a mi lado. Pero ahora lo haría sin necesidad de verme empujado a ello. —Le encanta saber que puedo cuidar de ella, mantenerla a salvo —dije, sobre todo para mí mismo—. Pero, si lo perdiera todo, ella seguiría conmigo. Es a mí a quien quiere, por muy jodido que esté.

El dinero, la imagen pública..., nada de eso era importante para ella. —Usted no está jodido, amigo. Es demasiado guapa para desgracia de usted. — Angus torció la boca con ironía—. Usted ha tomado decisiones dudosas en lo concerniente a las chicas, pero ¿quién no? Es difícil negarse cuando uno tiene ganas y ellas se levantan la falda.

Riéndome con sus comentarios tan directos, aparté de mi mente a Anne Lucas. Preocuparse no iba a servir de nada. Angus haría aquello que tan bien se le daba. Yo me centraría en mi mujer y en nuestra vida tal cual era ahora. —¿Dónde está Maite? —le pregunté.

—Raúl la está llevando al estudio de Parker Smith de Brooklyn.

Asentí, comprendiendo que ella necesitaba liberar tensiones. —Gracias, Angus.

Se fue y yo volví a mi mesa para recuperar el ritmo del día. Había cambiado una docena de cosas para poder incorporar en mi agenda el almuerzo de Crossroads y Maite, y ahora tenía que ponerme al día. Mi móvil vibró sobre el cristal ahumado de mi escritorio. Lo miré con la esperanza de ver la cara de Maite en la pantalla, pero me encontré con la de mi hermana Ireland. Sentí una momentánea punzada de incomodidad que ya me era familiar, algo muy parecido al pánico, justo antes de responder. Yo no entendía qué tenía de bueno para Maite estar en la vida de mi hermana adolescente, pero ella consideraba que, por algún motivo, era importante. Así que hice el esfuerzo por mi mujer. —Ireland, ¿a qué debo el placer? —William. —Hablaba con dificultad, con la voz empañada en lágrimas.

Me puse en tensión de inmediato. Primero, con una oleada de ira que me erizó la espalda. —¿Qué ha pasado?

—He lle-llegado del colegio y papá me estaba esperando. Se van a divorciar.

Rodeé la mesa y me dejé caer en la silla. La rabia desapareció. Antes de poder decir nada, ella continuó. —¡No lo entiendo! —lloriqueaba—. Hace un par de semanas todo iba bien. Después empezaron a discutir todo el rato y papá se fue a un hotel. ¡Ha pasado algo pero ninguno de los dos quiere decirme qué es! Mamá no deja de llorar. Papá no llora, pero tiene los ojos rojos siempre que lo veo.

Sentí otro nudo en el estómago. La respiración se me aceleró. Chris lo sabía. Lo de Hugh y yo. Lo de las mentiras de Terrence Lucas para proteger el delito de su cuñado. Lo de la negativa de mi madre a creerme, a luchar por mí, a salvarme. —Ireland...

—¿Crees que él tiene alguna aventura? Es él quien está provocando todo esto. Mamá dice que está confundido. Que va a volver. Pero yo no lo creo. Actúa como si ya hubiese tomado una decisión. ¿Puedes hablar con él?

Apreté el teléfono con fuerza. —¿Para decirle qué?

«Hola, Chris. Siento que me violaran y que tu mujer no supiera cómo enfrentarse a ello. Qué pena lo del divorcio. ¿No hay forma de que puedas perdonarla para que viváis felices por siempre jamás?» El simple hecho de pensar que Chris siguiera con su vida, con su mujer, como si nada hubiese ocurrido, me llenaba de rabia. Había alguien que lo sabía. Alguien a quien le importaba. Alguien que no podía aguantar aquello más que yo mismo. No iba a pretender que aquella situación cambiara aunque pudiera. En mi interior, algo pequeño y frío disfrutaba con la idea. Por fin. —¡Tiene que haber alguna solución, William! La gente no pasa de estar locamente enamorada a pedir el divorcio en menos de un mes.

Dios mío. Me froté la nuca, donde empezó a desatarse un fuerte dolor de cabeza. —Quizá si van a terapia... —sugerí.

Una fuerte carcajada llena de tristeza me quemó la garganta en silencio. Un terapeuta había dado comienzo a todo aquello. Era de lo más irónico por mi parte proponer que acudieran a otro para solucionar las cosas. Ireland se sorbía la nariz. —Mamá me ha dicho que papá lo había sugerido, pero ella no quiere.

Aquella triste carcajada se me escapó en ese momento. ¿Qué diría el doctor Petersen si pudiera ver el interior de la mente de ella? ¿La compadecería? ¿Sentiría asco? ¿Rabia? Quizá el doctor no sintiera nada en absoluto. Yo no me diferenciaba de otros niños que habían sufrido abusos, y ella no era distinta de otras mujeres débiles y egoístas. —Lo siento, Ireland. —Lo sentía más de lo que jamás podría decirle. ¿Qué pensaría de mí si supiera que todo aquello era culpa mía? Quizá me odiaría también, como nuestro hermano Christopher.

Ese pensamiento se me incrustó en el pecho como un tornillo. Christopher no me soportaba, pero quería a Ireland y había apostado por la relación entre los padres de los dos. Yo era un extraño. Siempre lo había sido. —¿Has hablado con Christopher? —le pregunté.

—Está tan destrozado como mamá. O sea, yo estoy fatal, pero ellos dos... Nunca los había visto tan mal.

Volví a ponerme de pie, demasiado inquieto como para permanecer sentado. «¿Qué debería hacer, Maite? ¿Qué puedo decir? ¿Por qué no estás aquí cuando te necesito?» —Tu padre no tiene ninguna aventura —dije con la intención de proporcionarle el mayor consuelo posible—. No es de ésos.

—Entonces ¿por qué pide el divorcio?

Exhalé con fuerza. —¿Por qué pone fin todo el mundo a su matrimonio? Porque no funciona.

—Después de todos estos años, ¿él decide que no es feliz y ya está? ¿Se rinde?

—Sugirió lo de la terapia y ella se ha negado.

—Entonces ¿es culpa de ella que, de repente, él tenga un problema?

La voz era la de Ireland, pero las palabras eran de mi madre. —Si vas a intentar buscar un culpable, yo no te voy a ayudar —repuse.

—No te importa si siguen juntos. Probablemente piensas que es una estupidez que esté tan enfadada a mi edad.

—Eso no es verdad. Tienes todo el derecho a sentirte mal.

Miré hacia la puerta de mi despacho cuando Scott apareció al otro lado. Le hice una señal con la cabeza cuando se tocó el reloj. Volvió a su mesa. —¡Entonces ayúdalos a arreglarlo, William!

—Dios mío. No sé por qué crees que yo voy a poder hacer nada.

Ireland empezó a llorar otra vez. Maldije en silencio, pues no me gustaba oírla sufrir tanto sabiendo que yo era en parte el causante de aquello. —Cariño...

—¿Puedes, por lo menos, intentar razonar con ellos?

Cerré los ojos. Yo era el maldito problema y eso hacía que me resultara imposible ser parte de la solución. Pero no podía decirlo. —Los llamaré —le aseguré.

—Gracias. —Volvió a sorberse la nariz—. Te quiero.

Un pequeño sonido escapó de mi garganta y el golpe de sus palabras me hizo tambalearme. Colgó antes de que pudiera recuperar la voz y me dejó con la sensación de haber perdido una oportunidad. Dejé el teléfono sobre la mesa y contuve las ganas de lanzarlo al otro lado de la habitación. Scott abrió entonces la puerta y asomó la cabeza. —Lo están esperando todos en la sala de juntas.

—Ya voy.

—Además, el señor Vidal ha pedido que lo llame cuando pueda.

Asentí con la cabeza, pero maldije en silencio al oír el nombre de mi padrastro. —Lo llamaré.

***

Eran casi las nueve de la noche cuando Raúl me envió un mensaje para decirme que Maite estaba subiendo al ático. Salí del despacho de mi casa y fui a encontrarme con ella en el rellano, mirándola sorprendido cuando la vi con una enorme caja entre las manos. Raúl estaba detrás de ella con un bolso de viaje. Maite me sonrió al verme mientras yo le quitaba la caja de las manos. —He traído algunas cosas para invadir tu espacio.

—Invádelo todo —le dije, cautivado por la brillante y traviesa luz que había en sus ojos grises.

Raúl depositó el bolso de viaje en el suelo de la sala de estar y, a continuación, salió en silencio para dejarnos solos. Yo seguí a Maite con los ojos, admirando sus vaqueros oscuros que se ajustaban a cada curva y la blusa suelta de seda que llevaba metida por dentro de ellos. Llevaba zapatos planos, cosa que la hacía casi treinta centímetros más bajita que yo estando descalzo. El pelo le caía por los hombros, alrededor de la cara, que llevaba lavada, sin maquillar. Lanzó su bolso sobre el sillón orejero más cercano a la puerta. Mientras se quitaba los zapatos con un puntapié junto a la mesa de centro, me miró, recorriendo con sus ojos mi pecho desnudo y los pantalones negros de mi pijama de seda. —Habías dicho que te portarías bien, campeón.

—Habías dicho que te portarías bien, campeón. —Bueno, teniendo en cuenta que aún no te he besado, creo que me estoy portando muy bien. —Fui hasta la mesa del comedor para dejar la caja. Miré en su interior y vi una serie de fotografías enmarcadas envueltas en plástico de burbujas—. ¿Qué tal la cena?

—Deliciosa. Ojalá Tatiana no estuviese embarazada. Pero creo que eso está haciendo que Cary lo piense bien y esté madurando un poco. Eso es bueno.

Yo sabía muy bien que debía reservarme mi opinión, así que asentí. —¿Quieres que abra una botella de vino?

Su sonrisa iluminó la habitación. —Estupenda idea.

Cuando volví a la sala de estar momentos después, vi la chimenea decorada con varias fotografías. El montaje que yo le había regalado para que lo tuviera en su trabajo estaba ahora allí, exhibiendo imágenes de los dos juntos. También había fotografías de Cary, Monica, Stanton, Victor e Ireland. Y una fotografía enmarcada de mi padre y yo en la playa de hacía mucho tiempo, una foto que yo había compartido con ella cuando firmamos el contrato de compra de la casa de la playa en los Outer Banks. Di un sorbo a mi copa mientras asimilaba aquel cambio. No había ningún otro objeto personal en la sala principal, así que la transformación era fuerte. Maite había elegido, además, marcos de mosaico de cristal de colores brillantes que centelleaban y llamaban la atención. —¿Tus alertas de conservación de la soltería han saltado ya? —bromeó mientras cogía la copa que le ofrecí.

La miré divertido. —Es demasiado tarde para espantarme.

—¿Estás seguro? No he hecho más que empezar.

—Es cuestión de tiempo.

—Es cuestión de tiempo. —De acuerdo —dijo encogiéndose de hombros. Después, dio un sorbo al pinotnoir que yo había elegido—. Estaba dispuesta a hacerte una mamada para tranquilizarte si empezabas a ponerte nervioso.

Mi polla se endureció a medida que crecía. —Ahora que lo mencionas, he sentido cierto sudor frío...

Una bola de pelos salió entonces de debajo de la mesa de centro, dándome tal susto que casi derramé el vino tinto sobre la alfombra de Aubusson que tenía bajo los pies. —¿Qué narices es eso?

La bolita se agitó y se convirtió en un cachorro no más grande que el tamaño de mis zapatos. Fue dando traspiés hacia mí con sus patas temblorosas. Era casi todo negro y marrón y tenía el vientre blanco. Tenía unas orejas enormes que se movían alrededor de su dulce cara llena de alegría y excitación. —Es tuyo —dijo mi mujer en tono divertido—. ¿No es adorable?

Mudo, vi cómo el diminuto perro llegaba hasta mí y empezaba a lamerme los dedos de los pies. —Oh, le has gustado. —Maite dejó la copa sobre la mesita y se puso de rodillas a la vez que extendía la mano para acariciar la suave cabeza del cachorro.

Confundido, miré a mi alrededor y vi lo que antes no había llamado mi atención. El bolso que Raúl llevaba tenía una malla de ventilación en lo alto y a los lados. —¡Dios mío, deberías verte la cara! —Maite se rio, recogió al perro del suelo y se incorporó. Me quitó la copa y puso entre mis manos al cachorro.

Cogí a la inquieta bola de pelo porque no tuve otra opción y eché la cabeza hacia atrás cuando empezó a lamerme la cara sin parar. —No puedo tener un perro —dije.

—Claro que puedes.

—No quiero un perro.

—Sí que lo quieres.

—Maite..., no.

Se llevó mi vino al sofá y se sentó con las piernas cruzadas bajo su cuerpo. —Así, el ático no parecerá tan vacío cuando me mude.

Yo me quedé mirándola. —No necesito un perro. Necesito a mi mujer.

—Ahora tendrás las dos cosas. —Bebió de mi copa y se lamió los labios—. ¿Cómo lo vas a llamar?

—No puedo tener un perro —repetí.

Ella me miró con serenidad. —Es un regalo de aniversario de tu esposa, tienes que quedártelo.

—¿Aniversario?

—Llevamos casados un mes. —Apoyó la espalda en el sofá y me lanzó una mirada de lo más sensual—. Estaba pensando que podríamos ir a la casa de la playa a celebrarlo.

Yo agarré mejor al perro, que no paraba de moverse. —¿Celebrarlo, cómo?

—Como quieras.

Se me puso dura al instante, algo que ella notó.Su mirada se oscureció y acarició mi erección sobre el bulto de mis pantalones. —Me muero, William —susurró con los labios y las mejillas sonrojadas de repente—. Quería esperar, pero no puedo. Te necesito. Y es nuestro aniversario. Si no podemos hacer el amor un día así estando solamente tú, yo y lo que los dos tenemos, sin ninguna mentira, no podremos hacer el amor nunca. Y no creo que eso sea verdad.

Me quedé mirándola. Ella sonrió con gesto irónico. —Si es que eso tiene algún sentido.

El cachorro me lamía la mandíbula frenéticamente y yo apenas lo noté, pues mi atención estaba toda en mi esposa. No dejaba de sorprenderme, en todos los aspectos. —Lucky —dije de pronto.

—¿Qué?

—Así se llamará. Lucky.

Maite se rio. —Eres un demonio, campeón.

***

Cuando Maite se fue a casa, yo tenía nuevas jaulas para perro en mi dormitorio y en mi despacho, y unos bonitos cuencos para agua y comida en la cocina. En mi despensa había pienso para cachorros en un contenedor hermético de plástico, y unas afelpadas camitas ocuparon su espacio en cada habitación del ático. Había incluso una zona de hierba artificial que supuestamente Lucky utilizaría para orinar (eso, cuando no se aliviaba sobre mis caras alfombras, como había hecho no hacía mucho rato). Todos aquellos objetos, incluidos accesorios, juguetes y limpiadores enzimáticos para la orina, habían estado esperando en el rellano, en la puerta del ascensor, por lo que supe que mi mujer había reclutado a Raúl y a Angus para su plan de endilgarme una mascota. Me quedé mirando al cachorro, que estaba a mis pies, observándome con ojos tiernos y oscuros llenos de algo muy parecido a la adoración. «¿Qué narices se supone que tengo que hacer con un perro?» La cola de Lucky se movía con tanta fuerza que el lomo se le agitaba a la vez de un lado a otro. Cuando le hice a Maite la misma pregunta, ella me explicó su plan: Lucky iría conmigo al trabajo y, después, Angus lo dejaría en una guardería para perros —¿quién sabía que existían ese tipo de cosas?— y lo recogería a tiempo de volver conmigo a casa. La verdadera respuesta estaba escrita en la nota que me había dejado sobre la almohada.

Mi querido hombre oscuro y peligroso: Los perros son estupendos jueces del carácter. Estoy segura de que este adorable beagle que ahora es tuyo te va a adorar casi tanto como yo porque verá lo que yo veo en ti: un enorme instinto protector, atención y lealtad. Eres un macho alfa de los pies a la cabeza, así que te obedecerá cuando yo no lo haga. (¡Estoy segura de que eso lo vas a agradecer!) Con el tiempo, te acostumbrarás a que él te quiera de manera incondicional, al igual que yo y las demás personas que hay en tu vida. Tuya para siempre, La señora X.

Levantándose sobre sus patas traseras, Lucky me daba golpecitos en la espinilla a la vez que soltaba suaves gemidos. —Eres una cosita muy exigente, ¿no? —Lo cogí y le permití los inevitables lametones en la cara. Olía ligeramente al perfume de Maite, así que me lo acerqué a la nariz.

Tener un perro nunca había estado en mi lista de deseos. Pero tampoco lo había estado tener una mujer y eso era lo mejor que me había pasado nunca. Aparté a Lucky y lo miré con atención. Maite le había puesto un collar rojo con una placa de metal grabada en la que se leía: «FELIZ ANIVERSARIO». Al lado llevaba la fecha de nuestra boda, para que no me deshiciera de él. —Estamos condenados a estar juntos —le dije. Y eso hizo que soltara un ladrido y se removiera con más fuerza—. Tú lo vas a lamentar más que yo.

Sentado solo en mi dormitorio, puedo oír los gritos de mi madre. Papá le suplica y, después, ella le responde a gritos. Encienden la televisión antes de cerrar la puerta de golpe, pero el volumen no está lo suficientemente alto como para que no se oiga su discusión.

Últimamente, se pelean a todas horas. Cojo el mando de mi coche teledirigido preferido y lo empujo contra la pared una y otra vez. No sirve de nada. Mamá y papá se quieren. Se miran durante un largo rato, sonrientes, como si se olvidaran de todo lo que los rodea. Se hacen muchas caricias. Se cogen de las manos. Se besan. Se besan mucho. Resulta repugnante, pero es mejor que los gritos y los llantos de las últimas dos semanas. Incluso papá, que siempre está sonriendo y riéndose a carcajadas, ha estado triste. Tiene los ojos enrojecidos todo el tiempo y no se ha afeitado desde hace días. Me da miedo que se separen como les pasó a los padres de mi amigo Kevin.

El sol va escondiéndose despacio pero la pelea no cesa. La voz de mamá suena ahora ronca y rasgada por las lágrimas. Un cristal se rompe. Algo pesado golpea la pared y me sobresalta. Ha transcurrido mucho tiempo desde el almuerzo y mi estómago se queja, pero no tengo hambre. La verdad es que siento ganas de vomitar. La única luz de mi habitación viene de la televisión, en la que echan una película aburrida que no me gusta. Oigo que la puerta del dormitorio de mis padres se abre y, después, se cierra. Unos segundos más tarde, se abre la puerta de la calle y también se cierra. Nuestro apartamento se queda en un absoluto silencio que hace que vuelva a sentir náuseas.

Cuando por fin se abre la puerta de mi dormitorio, mamá se queda allí como una sombra con una luz brillante que la rodea. Me pregunta por qué estoy a oscuras, pero no respondo. Estoy enfadado con ella por haber sido tan mala con papá. Él nunca empieza las peleas. Siempre es ella. Por algo que ha visto en la televisión, que ha leído en el periódico o que le han dicho sus amigas. Siempre le están hablando mal de papá, diciéndole cosas que sé que no son verdad. Mi papá no es ningún mentiroso ni ningún ladrón. Mamá debería saberlo. No debería escuchar a otras personas que no lo conocen como nosotros. —William.

Mamá enciende la luz y yo me sobresalto. Está más vieja. Huele a leche rancia y a talco de bebé. Mi habitación ha cambiado. Mis juguetes han desaparecido. La moqueta que tengo debajo es ahora una alfombra sobre un suelo de piedra. Mis manos son más grandes. Me pongo de pie y tengo la misma estatura que ella. —¿Qué? —contesto cruzándome de brazos.

—Tienes que dejar de hacer esto. —Se limpia las lágrimas que le caen de los ojos—. No puedes seguir actuando así.

—Vete. —Las náuseas de mi estómago aumentan y mis manos se humedecen hasta que las cierro con fuerza. —¡Tienes que dejar de mentir! Ahora tenemos una vida nueva, una vida buena. Chris es un hombre bueno.

—Esto no tiene nada que ver con Chris —contesto con rabia y con ganas de darle un puñetazo a algo. No debería haber contado nada. No sé por qué pensé que alguien me creería. —No puedes...

Me incorporé de golpe, jadeando, tirando con fuerza de las sábanas hasta rasgarlas. Pasó un rato hasta que mi sangre acelerada volvió a su velocidad normal a la vez que empezaba a ser consciente de los incesantes ladridos que me habían despertado. Me froté la cara, maldije y, después, me sobresalté cuando Lucky se agarró al faldón del edredón para subirse a la cama. Dio un salto y se lanzó sobre mi pecho. —¡Por el amor de Dios, cálmate!

El cachorro soltó un gemido y se acurrucó en mi regazo, haciéndome sentir como un gilipollas. Lo agarré y lo apreté contra mi pecho. —Perdona —murmuré a la vez que le acariciaba la cabeza.

Cerré los ojos y me eché sobre el cabecero, deseando que mi corazón se tranquilizara. Tardé unos minutos en orientarme y casi el mismo tiempo en darme cuenta de que mi cariñoso Lucky me estaba calmando. De pronto, me reí para mis adentros y cogí el teléfono que estaba en la mesilla de noche. La hora, poco después de las dos de la mañana, hizo que lo pensara. También la necesidad de ser fuerte, de encargarme yo de mi propia mierda. Pero habían sucedido muchas cosas desde la primera vez que llamé a Maite para hablarle de una pesadilla. Cosas buenas.—Hola —respondió ella con voz adormilada y sensual—. ¿Estás bien?

—Mejor ahora que oigo tu voz.

—¿Te está dando problemas el cachorrito? ¿O es una pesadilla? ¿O quizá es que estás juguetón?

La calma me invadió. Me había preparado para un empujón pero, en lugar de eso, parecía que ella iba a ponérmelo más fácil. Una razón más para esforzarme en darle lo que quería, cualesquiera que fuesen mis primeros instintos al respecto. Porque Maite era feliz. Yo era feliz. —Puede que todo a la vez —respondí.

—Vale. —Oí el sonido de sus sábanas—. Empieza por el principio, campeón.

—Si cierro la puerta de la jaula, Lucky se queja y no me deja dormir.

Se rio. —Eres un blandengue. Te tiene calado. ¿Lo has llevado a tu despacho?

—No. Ladra cuando está allí y tampoco puedo dormir. He terminado cerrando la puerta de la caja sin el pestillo y se ha tranquilizado.

—No va a aprender a controlar la vejiga si no le enseñas.

Bajé los ojos hacia el beagle, que estaba acurrucado y dormido en mi regazo. —Me ha despertado de una pesadilla —añadí—. Creo que lo ha hecho a propósito.

Maite se quedó en silencio un momento. —Cuéntamela.

Lo hice y ella me escuchó. —Antes había estado intentando subirse a la cama sin conseguirlo —terminé—. Es demasiado pequeño y la cama demasiado alta. Pero se ha subido de pronto para despertarme.

Maite suspiró al otro lado del teléfono. —Supongo que él tampoco puede dormir si tú haces ruido.

Me quedé pensando un momento y, después, me reí. Toda la inquietud que aún arrastraba por el sueño se disipó como el humo en medio de la brisa. —De repente me han dado ganas de subirte sobre mis rodillas y darte un azote, cielo —dije.

Su voz se tornó cálida y divertida cuando respondió: —Inténtalo, pequeño. Ya verás lo que pasa.

Yo sabía lo que pasaría. Era ella la que no podía verlo. Todavía. —Volviendo a tu sueño... —murmuró—. Sé que ya te lo he dicho antes, pero lo repito. Creo de verdad que tienes que volver a hablar con tu madre sobre Hugh. Sé que va a resultar doloroso, pero creo que debes hacerlo.

—No va a cambiar nada.

—Eso no lo sabes seguro.

—Sí. —Me moví y Lucky emitió un gruñido de protesta—. No te lo he dicho antes: Chris ha pedido el divorcio.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—No estoy seguro. Me acabo de enterar hoy, por Ireland. He hablado con Chris después del trabajo, pero él sólo me ha mencionado de su acuerdo prenupcial y me ha dicho que quiere hacer alguna otra concesión. No hemos hablado de los motivos por los que desea poner fin a su matrimonio.

—¿Crees que es porque se ha enterado de lo de Hugh?

Solté un suspiro, agradecido por poder hablar de ello con Maite. —Creo que es demasiada coincidencia para que no tenga nada que ver.

—Vaya. —Se aclaró la garganta—. Creo que tu padrastro me gusta de verdad.

Yo no estaba seguro de lo que sentía por Chris. No lo sabía. —Cuando pienso en que mi madre está pasándolo mal por esto... Puedo imaginármelo, Maite. Ya lo he visto antes.

—Lo sé.

—No me gusta. Odio que esté así. Me duele verla así.

—La quieres. Es normal.

Y yo quería a Maite. Por no juzgarme. Por su devoción sin reservas. Eso me dio el coraje para decírselo: —Sin embargo, reconozco que también me alegro. ¿Qué clase de gilipollas quiere que su madre sufra?

Hubo una larga pausa. —Ella te hizo daño. Sigue haciéndotelo. Está en la naturaleza animal querer verla herida también. Pero creo que de lo que te alegras es de que haya un vencedor. Alguien que le está diciendo lo que de verdad te ocurrió y que no está bien.

Cerré los ojos. Si en mi vida había alguna vencedora, era mi mujer. —¿Quieres que vaya? —preguntó.

Estuve a punto de decirle que no. Mi costumbre después de sufrir una pesadilla era darme una larga ducha y, luego, refugiarme en el trabajo. Eso era lo que sabía hacer. Así me enfrentaba a ello. Pero pronto ella estaría viviendo conmigo, compartiendo mi vida de una forma que yo necesitaba pero para la que no estaba del todo preparado. Tenía que empezar a cambiar algunas cosas para eso. Sin embargo, más que la logística, era a ella a la que quería tener en ese momento. Quería verla, olerla, sentirla cerca. —Iré yo —le dije—. Me doy una ducha rápida y te mando un mensaje antes de salir.

—Vale. Estaré preparada. Te quiero, William.

Respiré hondo y dejé que sus palabras me atravesaran. —Yo también te quiero, cielo.
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Mensaje por tamalevyrroni Dom Jun 05, 2016 11:21 am

***

Volví a despertarme con el sol, sintiéndome descansado a pesar de las horas que había pasado en vela. Me estiré y noté algo cálido y peludo que se movía junto a mi brazo. Después, el lametón de una simpática lengua contra mi bíceps. Abrí un ojo y vi a Lucky. —¿No puedes mantener esa cosa dentro de la boca? — le solté.

Maite se puso boca arriba y sonrió con los ojos aún cerrados. —No lo culpo. Eres extremadamente delicioso y apetece lamerte.

—Entonces, acerca esa lengua tuya aquí.

Giró la cabeza hacia mí y abrió los ojos. Tenía el pelo enredado y las mejillas rosadas.Agarré a Lucky y lo acurruqué en mi vientre mientras me ponía de lado. Apoyé la cabeza en una mano y miré a mi adormilada esposa, sintiendo una extraña felicidad sólo por empezar el día en la misma cama que ella. Lo cierto era que no debería haberme arriesgado. Maite no había visto el estado de mis sábanas porque las había cambiado antes de salir a por ella. Pero eran tan sólo una pequeña muestra del daño que podía provocar cuando dormía. Ni Lucky ni mi mujer estaban a salvo a mi lado mientras yo dormía. Sólo me había arriesgado porque nunca había tenido varias pesadillas en una misma noche. Y porque echaba mucho de menos a Maite. Ella no era la única que lo ansiaba. —Me alegra que me llamaras —murmuró.

Acerqué la mano y le acaricié la mejilla con los dedos. —No ha resultado tan malo.

Ella se movió ligeramente y me besó la palma. Había visto lo peor de mí y me había amado cada vez que había sido testigo de ello. Yo había dejado de cuestionarlo. Simplemente, tenía que merecerla. Y lo haría. Tenía toda la vida para conseguirlo. —Hoy no tienes planeado tenderle ninguna otra emboscada a alguna enemiga, ¿verdad? —pregunté.

—No. —Se desperezó y mis ojos se vieron atraídos hacia el lugar donde sus tensas tetas se rozaban con el algodón de su camiseta—. Pero estoy preparada por si alguien decide tenderme una emboscada a mí.

Dejé a Lucky en el suelo, me agarré a Maite y me puse sobre ella. Sus piernas se abrieron de forma instintiva y yo me acomodé entre ellas, moviendo la cadera para acariciar la polla contra su sexo. Ella ahogó un grito y me agarró de los hombros con mirada de sorpresa. —No me refería a ti, campeón.

—¿Yo no soy nadie? —Enterré la cara en la calidez de su cuello y lo acaricié con la nariz.

Olía de maravilla, suave y dulce. Un olor absolutamente sensual. Froté mi miembro duro contra ella y sentí su calor a través de su ropa interior y la seda de mis pantalones. Ella se ablandó y se derritió de esa forma que tanto me excitaba. —No —susurró con sus ojos oscurecidos. Extendió la mano y me agarró del culo, clavándome las uñas, instándome a seguir—. Eres tú. El único hombre que está hecho para mí.

Por muy elegante y femenina que fuera Maite, se había puesto más fuerte con el Krav Maga. Eso también me excitaba. Bajé la cabeza y mi boca acarició la suya. El corazón se me aceleró mientras trataba de asimilar lo que ella significaba para mí. Me hacía sentir fresco y nuevo, como si nunca pudiera envejecer. Quizá por eso yo había sufrido tanto, para ser capaz de apreciarla cuando la encontrara. Nunca daría su amor por sentado. Una lengua que no era la de mi mujer me lamió el costado haciéndome cosquillas. Me sacudí maldiciendo y Maite se rio. Fulminé con la mirada al pequeño criminal, que daba saltos de excitación mientras movía la cola sin parar. —Oye, Lucky, no estás haciendo honor a tu afortunado nombre.

Maite se rio con nerviosismo. —Te está ayudando a que tú hagas honor a tu promesa de comportarte.

Dirigí la mirada a mi mujer, cuyas uñas seguían firmemente clavadas en mi culo. —Que implicaba la advertencia de que tú también te portaras bien —repliqué.

Apartó las manos y se las llevó a la cabeza mientras movía los dedos. Pero su mirada seguía siendo sensual y tenía los labios separados mientras respiraba agitadamente. Se estremeció debajo de mí, aun cuando su piel parecía febril. Su deseo por mí aliviaba mi ansia feroz. Y su determinación de esperar, ahora que conocía cuál era el motivo, me dio la fuerza para apartarme. Me resultaba físicamente doloroso separarme de ella. Su leve gemido de angustia resonó dentro de mí a la vez que reflejaba la mía. Me puse boca arriba y, de inmediato, me vi sometido a un baño de su lengua al estilo de Lucky. —Le gustas de verdad —dijo Maite.

Se giró para ponerse de lado y le acercó la mano para rascarlo por detrás de las orejas. Eso provocó que el perro se aproximara a ella. Su chillido entre risas cuando Lucky se dispuso a lamerle la cara me hizo sonreír a pesar de las ansias de mi polla. Podría haberme quejado del maldito perro, de la falta de sexo, de sueño y de más cosas. Pero lo cierto es que mi vida era casi tan perfecta como habría deseado.

***

Cuando llegué al trabajo me dispuse a empezar con fuerza la jornada. El lanzamiento de la nueva consola de juegos GenTen era inminente y, aunque había muchísimas especulaciones, habíamos conseguido mantener en secreto el componente de realidad virtual. Ese componente se estaba desarrollando en todas partes, pero Cross Industries le llevaba años de ventaja a la competencia. Yo sabía bien que el sistema PhazeOne de LanCorp era una simple revisión, con óptica avanzada y mayor velocidad. Podía ser competencia para la generación anterior de GenTen, pero solamente eso. Poco antes del almuerzo, hice tiempo para llamar a mi madre. —William —me saludó con un suspiro tembloroso—. Supongo que te habrás enterado.

—Sí, lo siento. —Noté que estaba mal—. Si necesitas algo, dímelo.

—Es Chris quien de repente no es feliz con nuestro matrimonio —respondió en tono rencoroso—. Y es culpa mía, claro.

Yo suavicé el tono, pero le hablé con firmeza: —No quiero parecer insensible, pero no me interesa conocer los detalles. ¿Cómo estás?

—Habla con él. —Fue una súplica sincera. La voz se le quebró—. Dile que ha cometido un error.

Pensé qué contestar. La ayuda que yo le había ofrecido era fiduciaria, no personal. No quedaba ya nada personal en mi relación con mi madre. Aun así, me sorprendí con lo que dije: —Seguro que no querrás mi consejo, pero te lo ofrezco de todos modos. Quizá podrías pensar en ir a terapia.

Hubo una pausa.—No puedo creer que tú, de entre todos los demás, me estés sugiriendo algo así.

—Predico con el ejemplo. —Dirigí la mirada hacia la fotografía de mi esposa, como hacía con tanta frecuencia a lo largo del día—. Maite me sugirió que fuéramos a terapia de pareja poco después de que empezáramos a salir. Quería que sacáramos más provecho de nuestra relación. Yo la amaba, así que acepté. Al principio iba sin ganas, pero ahora puedo decir que realmente ha merecido la pena.

—Ha sido ella la que ha provocado todo esto —protestó—. Tú eres un hombre muy inteligente, William, pero no te das cuenta de lo que está haciendo.

—Voy a colgar, madre —contesté antes de que me exasperara—. Llámame si necesitas algo.

Colgué y, después, giré mi silla con una lenta revolución en todo mi ser. La decepción y la rabia que siempre acompañaban a las conversaciones con mi madre estaban allí, encendidas, pero ahora las sentía con más fuerza de lo habitual. Quizá porque había soñado con ella tan recientemente, reviviendo el momento en que me había dado cuenta de que nunca se dejaría convencer, de que había decidido deliberadamente hacer la vista gorda por motivos que yo jamás comprendería. Durante años, había inventado excusas para ella. Había concebido docenas de razones para su negativa a protegerme y darme algo de consuelo. Hasta que fui consciente de que estaba haciendo lo contrario, inventándose historias de por qué yo había mentido sobre mis abusos para que ella pudiera soportar vivir con su decisión de fingir que aquello nunca había ocurrido. Así que no seguí haciéndolo. Ella me había fallado como madre, pero prefería creer que era yo el que había fallado como hijo. Y así siguió. Cuando volví a girarme hacia mi escritorio, cogí el teléfono y llamé a mi hermano. —¿Qué quieres? —respondió.

Podía imaginarme su ceño fruncido. Su rostro tan diferente del mío. De los tres hijos de mi madre, sólo Christopher se parecía a su padre más que a nuestra madre. Su acritud tenía el efecto predecible de despertarme las ganas de provocarlo. —El placer de escuchar tu voz. ¿Qué otra cosa si no?

—Déjate de mierdas, William. ¿Has llamado para regodearte? Tu mayor deseo se ha hecho por fin realidad.

Me eché hacia atrás en mi sillón y miré al techo. —Te diría que lamento mucho que tus padres se divorcien, pero no me ibas a creer, así que no lo voy a hacer. En lugar de ello, sí te digo que estoy aquí para lo que necesites.

—Vete al infierno —espetó, y colgó.

Me aparté el auricular de la oreja y lo sostuve en el aire durante un momento. Al contrario de lo que creía Christopher, no siempre me había desagradado. Hubo un tiempo en que me gustó tenerlo en mi vida. Durante una corta temporada, tuve un camarada, un hermano. La hostilidad que yo sentía ahora por él se la había ganado. Pero daba igual, lo cuidaría y vigilaría que no diera ningún tropezón demasiado fuerte, le gustara o no. Devolví el auricular a su base y regresé al trabajo. Al fin y al cabo, no iba a permitir que nada me arruinara el fin de semana. Tenía pensado permanecer absolutamente incomunicado mientras estuviera con mi esposa.

***

Observé al doctor Petersen, que estaba sentado con total tranquilidad enfrente de mí. Llevaba unos vaqueros oscuros y anchos con una camisa blanca metida por la cintura, más relajado de lo que lo había visto nunca. Me pregunté si se trataría de una decisión deliberada en un esfuerzo por parecer lo más inofensivo posible. Él conocía ya mi pasado con los terapeutas y había comprendido por qué siempre los consideraba hasta cierto punto como una amenaza. —¿Qué tal vuestro fin de semana en Westport? —preguntó.

—¿Lo ha llamado ella? —En el pasado, Maite quería asegurarse de que yo hablara de algo específico en la terapia y se lo decía al doctor Petersen por adelantado. Yo refunfuñaba por ello y, con frecuencia, no sabía apreciarlo, pero la motivación de Maite era su amor por mí, y no podía quejarme.

—No —respondió con una sonrisa amable, casi cariñosa—. He visto las fotografías de ti y de Maite.

Eso me sorprendió. —Jamás lo habría tomado por la clase de persona que lee las revistas del corazón.

—Mi mujer las lee. Me enseñó las fotos porque le parecieron muy románticas. Estuve de acuerdo con ella. Ambos parecíais muy felices.

—Lo somos.

—¿Cómo te llevas con la familia de Maite?

Me arrellané en el sillón. —Conozco a Richard Stanton desde hace muchos años y a Monica desde hace unos cuantos.

—Las relaciones casuales y de trabajo son muy diferentes de las de familia.

Su perspicacia me irritó. Aun así, fui sincero: —Fue incómodo. No tenía por qué ser así, pero me enfrenté a ello.

La sonrisa del doctor Petersen se intensificó. —¿Cómo te enfrentaste a ello?

—Me concentré en Maite.

—Y entonces ¿mantuviste las distancias con los demás?

—No más de lo habitual.

Tomó nota en su tableta. —¿Ha pasado algo más desde que nos vimos el jueves?

Sonreí con ironía. —Me ha regalado un perro. Un cachorro.

Levantó los ojos hacia mí. —Felicidades.

Me encogí de hombros. —Maite está entusiasmada.

—Entonces ¿el perro es de ella?

—No. Trajo todos sus cacharros y me lo puso en el regazo.

—Eso es mucha responsabilidad.

—El perro estará bien. A los animales se les da bien ser autosuficientes. —Como vi que aguardaba con una paciencia expectante, pasé a otro asunto—: Mi padrastro ha pedido el divorcio.

El doctor Petersen inclinó un poco la cabeza mientras me observaba. —Hemos pasado de la familia política a un perro en casa y, después, a la disolución del matrimonio de tus padres en pocos segundos. Eso son muchos cambios para una persona que se esfuerza por mantener una estructura.

Aquello era una obviedad, así que no añadí nada más. —Pareces visiblemente sereno, William. ¿Es porque va todo bien con Maite?

—Extremadamente bien.

Sabía que el contraste con la sesión de la semana anterior era notable. Había sentido pánico por mi separación de Maite, terror y vértigo por la posibilidad de perderla. Recordaba aquella sensación con una claridad angustiosa, pero me costaba asimilar lo rápido que yo me había desenmarañado. No reconocía a aquel hombre desesperado, no podía conciliarlo con lo que ahora sabía de mí mismo. El psiquiatra asintió despacio. —De las tres cosas de las que has hablado, ¿cómo las clasificarías de la más importante a la menos?

—Eso depende de lo que se entienda por importante.

—Tienes razón. ¿Qué dirías que te causa mayor impacto?

—El perro.

—¿Tiene nombre?

Hice una pausa con una sonrisa. —Se llama Lucky.

Por alguna razón, él tomó nota de aquello. —¿Le regalarías tú a Maite una mascota?

Su pregunta me desconcertó. Respondí sin pensarlo mucho. —No.

—¿Por qué no?

Lo medité un momento. —Como usted ha dicho, es una responsabilidad.

—¿Te molesta que ella te haya hecho adquirir esa responsabilidad?

—No.

—¿Tienes alguna fotografía de Lucky?

Fruncí el ceño. —No. ¿Adónde quiere ir a parar?

—No estoy seguro. —Dejó su tableta a un lado y me miró a los ojos—. Sé paciente conmigo.

—De acuerdo.

—Adoptar una mascota es una gran responsabilidad, parecida a la de adoptar a un niño. Dependen de uno en lo referente a comida y protección, en la compañía y el cariño. Los perros más que los gatos u otros animales.

—Eso me han dicho —respondí con frialdad.

—Tú tienes a la familia en cuyo seno naciste y la familia que adquieres por tu matrimonio, pero te mantienes alejado de ambas. Sus actividades y propuestas no te provocan un impacto significativo porque tú no se lo permites. Perturban el orden de tu vida, así que las mantienes a una cómoda distancia.

—No veo nada de malo en ello. Desde luego, no soy la única persona que dice que la familia son las personas a las que uno elige.

—¿A quién has elegido tú, William, aparte de a Maite?

—Eso no fue una elección.

Apareció en mi mente tal y como estaba la primera vez que la vi. Iba vestida para hacer ejercicio, con la cara sin maquillar y su increíble cuerpo con un ajustado atuendo de deporte. Igual que otras miles de mujeres de la isla de Manhattan, pero ella me había deslumbrado como si fuese un rayo, sin ni siquiera ser consciente de que yo estaba allí. —Lo que me preocupa es que Maite se haya convertido para ti en un mecanismo de defensa —dijo el doctor Petersen—. Has encontrado a alguien que te quiere y que te cree, que te apoya y te da fuerza. En muchos sentidos, sientes que ella es la única que de verdad va a comprenderte siempre.

—Maite es la única que se encuentra en una posición para que así sea.

—No es la única —replicó él con templanza—. He estado leyendo las transcripciones de tus declaraciones. Conoces las estadísticas.

Sí, era consciente de que una de cada cuatro mujeres que yo había conocido habían estado expuestas a abusos sexuales. Eso no cambiaba el hecho de que ninguna de ellas había suscitado en mí la sensación de afinidad que había tenido con Maite. —Si pretende llegar a algún sitio, doctor, me gustaría que lo hiciera ya — repliqué.

—Quiero que seas consciente de una posible tendencia a recluirte en Maite, a la exclusión de todos los demás. Te he preguntado si le regalarías una mascota porque no te veo haciéndolo. Eso apartaría de ti el foco de atención de ella y su cariño, aunque sólo fuera un poco, mientras que tu atención y tu cariño están centrados por completo en ella.

Golpeteé con los dedos el brazo del sillón. —Eso no es raro en unos recién casados.

—Pero es inusual en ti. —Se inclinó hacia adelante—. ¿Te ha dicho Maite por qué te ha regalado a Lucky?

Vacilé, pues prefería no revelar algo tan íntimo. —Ella quiere que yo reciba más amor incondicional.

Sonrió. —Y estoy seguro de que para ella supondrá un enorme placer ver que tú correspondes a ese amor. Maite se ha esforzado mucho para que te abras ante ella y ante mí. Ahora que estás dando esos pasos, quiere que te abras también a otros. Cuanto mayor sea tu círculo más cercano, más contenta estará. Ella quiere arrastrarte a ello, no que tú la alejes de ahí.

Mis pulmones se expandieron con una larga y profunda inhalación. Tenía razón, por mucho que no me gustara admitirlo. El doctor Petersen volvió a apoyar la espalda y consultó de nuevo su tableta, dándome tiempo para asimilar lo que había dicho.Decidí preguntarle algo que me había estado rondando la mente. —Cuando le hablé de Hugh...

—¿Sí? —dijo prestándome toda su atención.

—No pareció sorprendido.

—Y quieres saber por qué. —Su mirada era amable—. Hay ciertos síntomas. Podría decir que lo deduje, pero no sería del todo cierto.

Noté que el teléfono me vibraba en el bolsillo, pero no hice caso, a pesar de ser consciente de que sólo un puñado de contactos estaban programados para evitar la configuración de «no molestar» que siempre activaba durante mis sesiones con el doctor Petersen. —Vi a Maite poco después de que se mudara a Nueva York —continuó—. Me preguntó si era posible que dos supervivientes de abusos sexuales pudieran tener una relación seria. Eso fue pocos días después de que tú te pusieras en contacto conmigo para preguntarme si podría verte además de veros a ti y a Maite como pareja.

El pulso se me aceleró. —Yo no se lo había contado a ella. No lo hice hasta que ya llevábamos un tiempo viniendo aquí.

Pero sí había tenido las pesadillas, de esas tan malas que últimamente había sufrido con menor frecuencia. El teléfono volvió a vibrar y lo saqué. —Disculpe.

Era Angus. Estoy en la puerta de la consulta —había escrito primero. Y después: Es urgente. Me puse en tensión. Angus no me molestaría si no tuviese una buena razón. Me incorporé. —Voy a tener que irme —le dije al doctor Petersen.

Dejó a un lado la tableta y se puso de pie. —¿Va todo bien?

—Estoy seguro de que, si no es así, se enterará el jueves. —Le estreché rápidamente la mano y salí de la consulta.

Pasé por la recepción vacía antes de salir al vestíbulo. Angus estaba allí con una expresión seria. No perdió el tiempo. —La policía está en el ático con Maite. La sangre se me heló. Fui hacia el ascensor con Angus siguiéndome los pasos. —¿Por qué? —inquirí.

—Anne Lucas la ha denunciado por acoso.

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Jun 05, 2016 4:49 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Jun 06, 2016 1:17 pm

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Mensaje por SuenoLR Miér Jun 08, 2016 3:39 am

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Mensaje por tamalevyrroni Lun Jun 13, 2016 10:47 am

La mano me temblaba mientras servía café recién hecho en tres tazas. No estaba segura de si era porque estaba muy enfadada o porque tenía miedo. La verdad es que sentía ambas cosas. Al ser hija de un policía, conocía las normas no escritas que seguían aquellos que trabajaban tras el muro de silencio de las fuerzas del orden. Y, después de todo lo que habíamos sufrido William y yo en torno a la muerte de Nathan, ahora estaba doblemente en guardia. Pero no eran los agentes Graves y Michna de la brigada de homicidios los que querían hablar conmigo. No estaba segura de si eso me ponía más o menos nerviosa. Ellos suponían lo malo ya conocido, por así decir. Y, aunque no iría tan lejos como para considerar a Shelley Graves una aliada, ella había dejado el caso cuando aún le quedaban algunas preguntas sin respuesta.

Esta vez eran los agentes Peña y Williams los que habían aparecido en mi puerta. Y había sido Anne Lucas quien los había enviado. Esa maldita zorra. Tuve que poner fin a mi cita con Blaire Ash, consciente de que era inevitable que el diseñador se cruzara con los agentes en el vestíbulo cuando saliera del ascensor privado. No tenía tiempo de preocuparme de qué pensaría al respecto. En lugar de eso, aproveché el breve lapso que estuve sola para llamar a Raúl y decirle que buscase a Arash Madani. Quise telefonear a William, pero estaba con el doctor Petersen y pensé que aquello era más importante. Yo podía encargarme de la policía. Sabía cuáles eran las medidas fundamentales: que un abogado estuviera presente y ser breve. No dar explicaciones ni ofrecer información que no se me pidiera. Coloqué las tres tazas de café en una bandeja y busqué algo para servir la leche. —No tiene por qué molestarse, señorita Tramell —dijo el agente Peña mientras él y su compañera entraban en la cocina con sus gorras bajo el brazo.

Peña tenía una cara de niño que lo hacía parecer más joven de lo que realmente era. Supuse que tendría en torno a mi edad. Williams era una voluptuosa mujer negra de corta estatura, con una afilada mirada de policía que indicaba que había visto cosas que yo no querría ver nunca. Les pedí que esperaran en la sala de estar pero, en lugar de hacerlo, me siguieron. Eso hizo que me sintiera perseguida, y estoy segura de que, en parte, era su intención. —No es ninguna molestia. —Dejé de preocuparme por la leche y simplemente puse la botella sobre la isla de la cocina—. Además, estoy esperando a que llegue mi abogado, así que no puedo hacer mucho más mientras tanto.

La agente Williams me miraba con frialdad, como si se preguntara por qué sentía la necesidad de tener a un abogado conmigo. Yo no tenía por qué justificarme, pero sabía que no tendría nada de malo hacerles saber por qué actuaba con cautela. —Mi padre es policía en California —expliqué—. Me regañaría si no siguiera su consejo.

Tomé el bote del azúcar que había sacado de la despensa y la puse en la bandeja antes de acercarla a la isla. —¿En qué lugar de California? —preguntó Peña mientras cogía una taza y se tomaba su café solo.

—Oceanside.

—Eso está en la zona de San Diego, ¿verdad? Muy bonito.

—Sí que lo es.

Williams cogió su café con un poco de leche desnatada y un montón de azúcar que se sirvió directamente del bote. —¿El señor Cross está aquí? —preguntó.

—Está en una reunión.

Continuó con la mirada fija en mí mientras se llevaba la taza a los labios. —¿Quién era el hombre que salía cuando hemos subido?

La deliberada despreocupación de su tono hizo que me alegrara de haber mandado buscar a Arash. No creí ni por un segundo que su pregunta fuese simplemente por hablar de algo. —Blaire Ash. Es el diseñador de interiores que se está encargando de unas reformas que estamos haciendo.

—¿Vive usted aquí? —preguntó Peña—. Nos hemos pasado por un apartamento del Upper West Side que tenemos entendido que es suyo.

—Estoy preparando mi mudanza.

Se apoyó en la isla y miró alrededor. —Bonita casa.

—Yo también lo creo.

Williams me miró a los ojos. —¿Lleva mucho tiempo saliendo con William Cross?

—Lo cierto es que está casada conmigo —respondió William entrando por la puerta en ese momento.

Peña se incorporó y tragó saliva rápidamente. Williams dejó su taza con la fuerza suficiente como para que se le derramara un poco de café. William paseó la mirada por todos nosotros y, después, me observó fijamente. Estaba perfecto, con su traje impoluto, su corbata inmaculadamente anudada y su pelo oscuro alrededor de aquel rostro tan salvajemente hermoso. Había un leve atisbo de barba incipiente alrededor de su provocativa boca. Aquello y el sensual largo de su pelo le daban un toque peligroso a su, por lo demás, civilizada apariencia. Ni siquiera los dos policías que se encontraban entre ambos pudieron contener la oleada de deseo que me invadió al verlo. Vi cómo se acercaba a mí a la vez que se quitaba la chaqueta del traje, como si fuese de lo más normal que dos agentes de la policía de Nueva York estuviesen allí para interrogarme. La lanzó sobre el respaldo de un taburete de la isla y vino a mi lado. Me quitó el café de las manos y me dio un beso en la sien. —William Cross —dijo extendiendo la mano hacia los dos agentes—. Y éste es nuestro abogado, Arash Madani.

Fue entonces cuando vi que Arash había entrado en la cocina detrás de mi marido. Los agentes, tan concentrados en William, tampoco parecían haberlo visto. Con su absoluta seguridad, su buen aspecto con su traje oscuro y su encanto relajado, Arash entró en la habitación y se hizo cargo de la situación tras presentarse con una amplia sonrisa. La diferencia entre él y William era sorprendente. Ambos eran elegantes, atractivos y serenos. Ambos educados. Pero Arash se mostraba accesible y cercano. William, en cambio, más imponente y distante. Levanté la vista hacia mi marido y vi cómo bebía de mi taza. —¿Prefieres café solo?

Bajó la mano por mi espalda con la mirada fija en los agentes y en Arash. —Me encantaría.

—Me alegra que esté aquí, señor Cross —dijo Peña—. La doctora Lucas también ha presentado una demanda contra usted.

—Pues ha sido divertido —dijo Arash una hora después tras acompañar a los agentes hasta el ascensor.

William le lanzó una mirada demoledora mientras abría con destreza una botella de malbec. —Si ésa es tu idea de la diversión, es que necesitas salir más.

—Estaba pensando hacerlo hoy, con una rubia muy atractiva, debo añadir, hasta que he recibido tu llamada. —Arash apartó uno de los taburetes de la isla de la cocina y se sentó.

Yo recogí todas las tazas y las llevé al fregadero. —Gracias, Arash —dije.

—No hay de qué.

—Apuesto a que no entras en los juzgados con mucha frecuencia, pero quiero estar allí la próxima vez que lo hagas. Eres estupendo.

Sonrió. —Me aseguraré de avisarte.

—No le des las gracias por hacer su trabajo —murmuró William. Sirvió el vino rojo oscuro en tres copas.

—Le estoy dando las gracias por hacer su trabajo bien —le repliqué, aún impresionada por el modo en que trabajaba Arash. El abogado era carismático y encantador, al igual que humilde cuando buscaba un fin. Hacía que todos se relajasen y, después, los dejaba hablar mientras calculaba cuál era su mejor ángulo de ataque.

—Y ¿para qué narices crees que le pago tanto? ¿Para que la fastidie?

—Tranquilo, campeón —dije con voz calmada—. No dejes que esa zorra pueda contigo. Y no utilices ese tono conmigo ni con tu amigo.

Arash me hizo un guiño. —Creo que está celoso porque yo te gusto tanto.

—¡Ja! —A continuación, vi la mirada fulminante que William le echó a Arash y me sorprendí—. ¿En serio?

—Volviendo al asunto en cuestión, ¿cómo vas a arreglar esto? —lo retó mi marido, atravesando con la mirada a su amigo por encima de su copa de vino.

—¿Arreglar lo que vosotros habéis fastidiado? —preguntó Arash con sus ojos marrones brillando con una risa silenciosa—. Los dos le habéis dado a Anne Lucas munición para hacer esto al haber ido a su lugar de trabajo en dos ocasiones distintas. Habéis tenido mucha suerte de que haya adornado su historia con una pequeña acusación de asalto contra Maite. Si llega a ceñirse a la verdad, os tendría a los dos cogidos del cuello.

Fui al frigorífico y empecé a sacar cosas para preparar la cena. Llevaba toda la noche reprendiéndome a mí misma por haber sido tan estúpida. Nunca se me había ocurrido pensar que ella podría revelar de forma voluntaria su sórdida aventura extramatrimonial con William. Se suponía que era una importante miembro de la comunidad sanitaria y su marido un reconocido pediatra. La había subestimado. Y no había hecho caso de William cuando me había advertido de que era peligrosa. La consecuencia era que había presentado una demanda legítima diciendo que primero William había entrado en su consulta durante una sesión de terapia y que, luego, yo le había tendido una emboscada de nuevo en su trabajo dos semanas después. Arash aceptó la copa que William le tendió. —Puede que el fiscal del distrito decida o no ir contra ella por haber mentido en su denuncia, pero ella ha dañado su credibilidad al haber acusado a Maite de que le ha puesto la mano encima cuando la grabación de la cámara de seguridad prueba que no fue así. Por cierto, una gran suerte que la tuvieras.

Saber que efectivamente William era el propietario del edificio donde trabajaba Anne Lucas no me sorprendió mucho. Mi marido necesitaba control, y tener ese tipo de vigilancia en los negocios del matrimonio Lucas era muy propio de él. —No tendría por qué decirlo —prosiguió Arash—, pero cuando os enfrentéis a un loco, no entréis al trapo.

William me miró enarcando una ceja. Era irritante, pero tenía razón. Me lo había dicho. El abogado nos lanzó sendas miradas de advertencia. —Intentaré que se anule su falsa demanda de asalto y veré si puedo sacarle provecho presentando una contrademanda por acoso. También trataré de pedir órdenes de alejamiento para ti y para Cary Taylor pero, aparte de eso, tenéis que manteneros alejados, muy alejados de ella.

—Desde luego —le aseguré, aprovechando la oportunidad para palpar el bonito y tenso culo de mi marido al pasar por su lado.

Él giró la cabeza para hacerme una mueca. Yo le lancé un beso al aire. Me hacía gracia que pudiera sentir los más mínimos celos. Lo más impresionante de Arash era que se hacía valer ante William. Desde luego, no lo superaba. Aunque yo había visto que Arash podía ser tan intimidatorio como él, no lo era por naturaleza. William era siempre peligroso. Nadie lo tomaba nunca por otra cosa. Aquello me atraía enormemente de él, puesto que sabía que jamás lo domesticaría. Y, Dios, qué guapo era. Él también lo sabía. Sabía lo deslumbrada que yo me sentía por él. Aun así, aquel monstruo de ojos verdes podía sacar lo mejor de él. —¿Te quedas a cenar? —le pregunté a Arash—. Todavía no sé qué voy a preparar, pero hemos arruinado tus planes y me siento mal por eso.

—Sigue siendo temprano. —William dio un fuerte sorbo a su vino—. Aún puede hacer otros planes.

—Me encantaría quedarme a cenar —dijo Arash con una sonrisa maliciosa.

No pude resistirme a meterle mano otra vez, así que extendí el brazo alrededor del cuerpo de mi marido para coger mi vino y le acaricié la pierna al hacerlo. Rocé mis pechos por su espalda al retirarlo. Con la velocidad de un rayo, William me agarró la muñeca, la apretó y un escalofrío de excitación me atravesó el cuerpo. Sus ojos azules me ponían muy caliente. —¿Quieres portarte mal? —preguntó con voz sedosa.

Sentí una instantánea desesperación por él. Porque tenía un aspecto tranquilo y de lo más civilizado y contenido mientras prácticamente me estaba preguntando si quería follar. No tenía ni idea de cuánto lo deseaba. Oí un leve zumbido. Con mi muñeca aún sujeta, William miró a Arash, al otro lado de la encimera. —Pásame el teléfono.

El abogado me miró y negó con la cabeza, incluso mientras se giraba para sacar el teléfono de William de la chaqueta que estaba sobre el taburete. —Nunca entenderé cómo lo aguantas
—dijo. —Es estupendo en la cama —bromeé—. Y allí no es nada arisco, así que...

William me atrajo hacia sí y me mordió el lóbulo de la oreja. Los pezones se me pusieron de punta. Él soltó un gruñido casi inaudible sobre mi cuello, aunque dudé que le importara que Arash pudiera oírlo. Jadeante, me aparté y traté de concentrarme en cocinar. Nunca antes había utilizado la cocina de William. No tenía ni idea de dónde estaban las cosas ni de qué había en la despensa, aparte de lo que había atisbado mientras preparaba el café para la policía. Encontré una cebolla, un cuchillo y una tabla para cortar. Por muy agradecida que me sintiera por la distracción, tenía que hacer algo más, pues estábamos los dos muy acelerados. —De acuerdo —dijo William al teléfono con un suspiro—. Ya voy.

Lo miré. —¿Tienes que ir a algún sitio?

—No. Angus va a subir a Lucky.

—¿Quién es Lucky? —preguntó Arash.

—El perro de William. El abogado parecía bastante sorprendido.

—El que tengo ahora —aclaró William en tono triste antes de salir de la cocina.

Cuando volvió un momento después con Lucky, que le lamía el mentón sin parar de retorcerse, me derretí. Ahí estaba, con su chaleco y en mangas de camisa, un titán de la industria, una potencia mundial, agobiado por el cachorro más bonito del mundo. Cogí su teléfono, lo activé y le hice una foto. Ésa iba a caer enmarcada cuanto antes. Mientras lo pensaba, le envié un mensaje a Cary: Hola, soy Maite. ¿Quieres venir a cenar al ático? Esperé un poco a que respondiera. A continuación, dejé el teléfono de William y seguí cortando cebolla.

—Debería haberte hecho caso con lo de Anne —le dije a William cuando volvimos a la sala de estar tras despedir a Arash—. Lo siento.

Su mano en la parte inferior de mi espalda se deslizó más allá y me agarró de la cintura. —No lo sientas.

—Debe de ser frustrante para ti lidiar con alguien tan testarudo.

—Eres estupenda en la cama, y allí no eres tan testaruda, así que...

Me reí al oír cómo me respondía con mis propias palabras. Estaba contenta. Pasar la velada con él y con Arash, ver lo relajado y tranquilo que estaba con su amigo, poder moverme por el ático como si fuese mi casa... —Me siento como si estuviera casada —murmuré al darme cuenta de que no me había sentido de verdad así antes. Teníamos los anillos y nuestros votos, pero eso eran adornos del matrimonio, no su realidad.

—Deberías —contestó con un familiar tono arrogante—. Porque lo estás y vas a seguir estándolo el resto de tu vida.

Lo miré cuando nos acomodamos en el sofá. —¿Y tú?

Su mirada se dirigió hacia el parquecito donde Lucky dormía. —¿Me estás preguntando si me siento domesticado?

—Eso no va a pasar nunca —respondí con seriedad.

William me miró, observándome. —¿Quieres que lo esté?

Pasé la mano por su pierna porque no podía evitarlo. —No.

—Esta noche te ha gustado que Arash estuviera aquí.

Lo miré de reojo. —No estarás celoso de tu abogado, ¿verdad? Eso sería ridículo.

—A mí tampoco me gustaría —dijo con el ceño fruncido—. Pero no me refería a eso. Te gusta que venga gente a casa.

—Sí. —Lo miré extrañada—. ¿A ti no?

Apartó la mirada con los labios apretados. —Está bien.

Me quedé inmóvil. La casa de William era su santuario. Antes que a mí no había llevado a ninguna mujer allí. Había supuesto que habría recibido a sus amigos, pero quizá no. Quizá aquel ático era el lugar donde se retiraba de todo el mundo. Le cogí la mano.—Perdona, William. Debería haberte preguntado antes. No lo he pensado y debería haberlo hecho. Es tu casa.

—Nuestra casa —me corrigió a la vez que volvía los ojos hacia mí—. ¿Por qué te disculpas? Tienes todo el derecho a hacer lo que quieras aquí. No tienes que pedirme permiso para nada.

—Y tú no deberías sentirte invadido en tu propia casa.

—Nuestra casa —espetó—. Tienes que acostumbrarte a esa idea, Maite. Rápido.

Me eché hacia atrás al ver su repentino estallido. —Estás enfadado.

Se puso de pie y rodeó la mesa de centro con todo el cuerpo en tensión. —Has pasado de sentirte casada a actuar como si fueses una invitada en mi casa.

—Nuestra casa —lo corregí—. Lo que significa que la compartimos y que tienes derecho a decir que preferirías que no hubiésemos tenido visita.

William se pasó la mano por el pelo, un claro síntoma de su creciente agitación. —Eso no me importa una mierda.

—Pues, desde luego, actúas como si te importara —dije en tono tranquilo.

—Joder. —Me miró con las manos en sus esbeltas caderas—. Arash es mi amigo.

¿Por qué iba a importarme que le preparases la cena? ¿Estábamos volviendo al tema de los celos? —He preparado la cena para ti y lo he invitado a quedarse.

—Muy bien. Lo que tú digas.

—No parece que esté muy bien porque estás cabreado.

—No lo estoy.

—Pues entonces, estoy confundida y eso está empezando a cabrearme.

Su expresión se endureció. Se dio la vuelta, se acercó a la chimenea y se quedó mirando las fotos de familia que yo había puesto en la repisa. De pronto, me arrepentí de haberlo hecho. Sería la primera en admitir que lo había empujado a cambiar más rápido de lo debido, pero había visto la necesidad de un refugio, un lugar tranquilo donde poder bajar la guardia. Quería eso para él, quería que nuestra casa supusiera eso para él. Si la convertía en un lugar que William quisiera evitar, si alguna vez le resultaba más fácil evitarme a mí, yo estaría poniendo en peligro ese matrimonio que para mí era más valioso que ninguna otra cosa. —William. Por favor, háblame. —Quizá yo también se lo había puesto difícil—. Si he sobrepasado un límite, tienes que decírmelo.

Volvió a mirarme frunciendo el ceño. —¿De qué narices estás hablando?

—No lo sé. No entiendo por qué estás tan enfadado conmigo. Ayúdame a comprenderlo.

Él soltó un suspiro de frustración y, después, me miró a los ojos con la precisión del láser que había sacado a la luz todos los secretos que yo tenía. —Si no hubiese nadie más en el mundo, sólo tú y yo, a mí me parecería bien. Pero para ti no sería suficiente — dijo.

Apoyé la espalda sorprendida. Su mente era un laberinto que yo nunca podría conocer del todo. —¿Estarías bien solamente conmigo y sin nadie más? ¿Para siempre? ¿Sin competidores a los que aplastar? ¿Sin tener que planear una dominación a escala mundial? — Solté un resoplido—. Te aburrirías soberanamente.

—¿Eso es lo que crees?

—Eso es lo que sé.

—¿Y tú? —me desafió—. ¿Cómo te las apañarías sin amigos a los que invitar a casa y sin poder entrometerte en la vida de nadie más?

Entorné los ojos. —Yo no me entrometo —repuse.

Me lanzó una mirada paciente. —¿Sería yo suficiente para ti si no existiera nadie más?

—No hay nadie más —aseguré.

—Maite, responde a la pregunta.

No tenía ni idea de a qué venía aquello, pero sólo sirvió para que me resultara más fácil responderle. —Tú me fascinas, ¿lo sabes? Nunca eres aburrido. Toda una vida a solas contigo no sería suficiente para llegar a descifrarte.
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Mensaje por tamalevyrroni Lun Jun 13, 2016 11:16 am

—¿Serías feliz?

—¿Teniéndote sólo para mí? Eso sería el paraíso. — Sonreí—. Tengo una fantasía con Tarzán. Tú Tarzán, yo Jane.

La tensión de sus hombros se relajó visiblemente y una leve sonrisa apareció en su boca. —Llevamos un mes casados. ¿Por qué es la primera vez que oigo eso?

—Supongo que porque prefiero esperar unos meses antes de sacar mis rarezas.

William me dirigió una extraña y abierta sonrisa y, al hacerlo, me fundió el cerebro. —¿En qué consiste esa fantasía?

—Bueno, ya sabes. —Moví una mano en el aire para quitarle importancia—. Una casa en un árbol, un taparrabos. Suficiente calor como para que estés cubierto por una capa de sudor, pero no demasiado. Tú estarías ardiendo por la necesidad de follar, pero no tienes ninguna experiencia. Yo tendría que enseñarte.

Se quedó mirándome. —¿Tienes una fantasía sexual en la que yo soy virgen?

Me costó mucho no reírme ante su incredulidad. —En todos los aspectos —respondí con absoluta seriedad—. Nunca habrías visto unos pechos ni el coño de una mujer antes que los míos. Yo tendría que enseñarte a acariciarme, decirte qué es lo que me gusta. Tú aprenderías rápido pero, después, yo tendría un hombre salvaje en mis manos. Sería increíble.

—Ésa es la realidad. —Se dirigió a la cocina—. Tengo una cosa para ti.

—¿Un taparrabos?

—¿Y si te digo que es lo que va dentro de él? —respondió sin volverse.

Sonreí. Casi había esperado que regresara con vino. Me incorporé cuando vi que traía algo pequeño y de un llamativo color rojo en la mano, un color y una forma que supe que era de Cartier. —¿Un regalo?

William recorrió la distancia que nos separaba con su paso seguro y sensual.Excitada, me puse de rodillas sobre el sofá. —¡Dámelo, dámelo!

Negó con la cabeza mientras lo levantaba en el aire al sentarse. —No lo vas a tener hasta que yo te lo dé.

Me senté y dejé las manos sobre las piernas. —Respondiendo a tus preguntas... —Me acarició la mejilla con los dedos—. Sí, me siento casado.

El corazón se me aceleró. —Volver a casa contigo —murmuró con los ojos clavados en mi boca—. Verte preparar la cena en nuestra cocina. Incluso tener al condenado de Arash aquí. Eso es lo que quiero. A ti. Esta vida que estamos construyendo.

—William... —La garganta me quemaba.

Bajó los ojos hacia la bolsa de gamuza roja de su mano. Desabrochó el botón que la cerraba y dejó caer dos medialunas de platino sobre la palma de su mano. —¡Hala! —Me llevé una mano al cuello.

Él me agarró la muñeca izquierda y la colocó suavemente sobre su regazo para deslizar por debajo la mitad de la pulsera. La otra mitad la levantó hacia mí para que yo pudiera ver lo que había grabado en su interior. SIEMPRE MÍA. PARA SIEMPRE TUYO ~ GIDEON.

—Dios mío —susurré mientras veía cómo mi marido ajustaba la mitad de la pulsera a la de abajo—. Con esto sí que me voy a acostar contigo.

era a la de abajo—. Con esto sí que me voy a acostar contigo. Su suave carcajada hizo que me enamorara aún más de él. La pulsera tenía un dibujo de unos tornillos que la rodeaban entera con dos tornillos de verdad a ambos lados que William cerró. —Esto es para mí —dijo levantando el destornillador en el aire.

Vi cómo se lo guardaba en el bolsillo y supe que no podría quitarme aquella pulsera sin él. No es que deseara hacerlo, me encantaba. Y también era la prueba de que tenía un alma romántica. —Y esto es mío —dije sentándome a horcajadas y pasando los brazos por encima de sus hombros.

ma de sus hombros. Sus manos se agarraron a mi cintura y echó la cabeza hacia atrás dejando a la vista su cuello para que mis labios lo exploraran. No era una rendición. Era complacencia. Y a mí me gustaba. —Llévame a la cama —susurré mientras mi lengua le lamía la oreja.

Sentí que sus músculos se tensaban y, después, se flexionaban sin esfuerzo mientras él se levantaba sujetándome como si yo no pesara nada. Emití un ronroneo gutural de placer y William aplastó mi culo, levantándome más antes de sacarme de la sala de estar. Yo jadeaba y el corazón me latía a toda velocidad. Mis manos estaban por todas partes, deslizándose por su pelo y sobre sus hombros, desatándole la corbata. Quería llegar hasta su piel, sentirlo carne sobre carne. Mis labios recorrían su cara al besarlo por todos los lugares a los que podía llegar. Caminaba con determinación pero sin prisa, su respiración era relajada y regular.

Cerró la puerta con una patada elegante y suave. Dios mío, me volvía loca cuando actuaba con tanto autocontrol. Trató de dejarme sobre la cama, pero yo seguí sujeta a él. —No puedo quitarte la ropa si no me sueltas. —Sólo la ronquedad de su voz delataba sus ganas.

Lo solté y abordé los botones de su chaleco. —Quítate tú la ropa.

Apartó mis dedos para hacerlo. Yo lo miraba conteniendo la respiración mientras él empezaba a desnudarse. La visión de sus manos bronceadas, resplandecientes con los anillos que yo le había regalado, desatándose la corbata con habilidad... ¿Cómo podía ser tan erótico? El susurro de la seda cuando él tiró de ella. El modo despreocupado con que la dejó caer en el suelo. El calor de sus ojos cuando me miraba a la vez que yo lo miraba a él. Era el peor de los sacrificios, la mayor tortura autoinfligida, y me obligué a soportarlo. Deseaba tocarlo, pero me contuve. Lo esperé a la vez que lo deseaba. Yo nos había torturado a ambos al obligarnos a esperar, así que, como poco, me merecía aquello.

Lo había echado de menos. Había añorado tenerlo así. El cuello de su camisa se separó cuando él sacó los botones de sus ojales, dejando al aire la columna de su cuello y, después, un atisbo de su pecho. Se detuvo en el botón que quedaba por debajo de los pectorales para provocarme y empezó a ocuparse de los gemelos de la camisa. Se los quitó despacio, de uno en uno, y los dejó con cuidado sobre la mesilla de noche. Un suave gemido escapó de mi boca. La desesperación se volvía salvaje en mi interior, deslizándose por mis venas como el más potente de los afrodisíacos. William se quitó la camisa y el chaleco con sus hombros flexionándose y, luego, relajándose. Era perfecto. Cada centímetro de su cuerpo. Cada trozo de músculo pulido que quedaba visible por debajo de la piel. No había nada tosco en ningún aspecto. No había demasiado de nada. Excepto su polla. Dios mío...

Apreté las piernas cuando él se quitó los zapatos y se bajó los pantalones y los calzoncillos por sus largas y fuertes piernas. Mi sexo se hinchó anhelante mientras la sangre se me agolpaba en lo más hondo de mi ser, con mi raja húmeda y llena de deseo. Sus rígidos abdominales se flexionaron cuando se incorporó. Los músculos de su cadera resaltaban en forma de uve y apuntaban hacia su grueso y largo pene, que se curvaba hacia arriba entre sus piernas. —Dios, William.

El líquido preseminal sobresalía por su ancho capullo. Los testículos le colgaban pesados, equilibrando el peso de su polla llena de venas. Era magnífico, hermoso en el sentido más primario, salvajemente masculino. Aquella visión provocaba toda la feminidad que había en mí.

Me lamí los labios y la boca se me humedeció. Quería saborearlo, oír su placer cuando yo no estuviese perdida en el mío, sentirlo temblar y estremecerse cuando lo llevara hasta el límite. William se agarró la erección con la mano y la acarició con fuerza desde la base hasta la punta, sacando una densa perla de líquido. —Es para ti, cielo —dijo con voz áspera—. Tómalo.

Me levanté de la cama y me dispuse a ponerme de rodillas. Él me agarró del codo con la boca apretada. —Desnuda —indicó.

Me costó ponerme de pie, pues las rodillas me flaqueaban por el deseo. Más aún me costaba resistirme a arrancarme la ropa de golpe. Temblaba cuando me desaté la ajustada camiseta sin mangas, tratando de abrirla una vez desanudada con una especie de striptease. Él inhaló aire con un siseo cuando dejé a la vista el encaje de mi sujetador. Sentía los pechos pesados y tiernos, y los pezones duros y en tensión. William dio un paso hacia mí y sus manos se deslizaron por debajo de los tirantes de mis hombros para bajarlos hasta que mis pechos cayeron entre las palmas de sus manos, que los esperaban. Cerré los ojos con un leve gemido y él me apretó con suavidad, elevando mis pechos antes de acariciarme los pezones con la yema de sus pulgares. —Debería haberte dejado vestida —dijo con voz firme. Pero sus caricias decían otra cosa. Que yo era hermosa. Sensual. Que no podía mirar a otro sitio.

Se apartó y yo grité al echar de menos sus manos. Su mirada era tan oscura que parecía que tenía los ojos negros. —Ofrécemelos.

Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro a la vez que mi sexo palpitaba. Moví los hombros para dejar caer la camiseta y, después, llevé las manos hacia atrás para desabrocharme el sujetador. Cayó por mis hombros y me permitió tomar mis pechos entre mis manos y levantarlos hacia él. Inclinó la cabeza con una paciencia desesperante y pasó la punta de la lengua por mi pezón con un lento y pausado lametón. Yo quería gritar, golpearlo..., hacer algo. Lo que fuera para terminar con aquel control tan enloquecedor. —Por favor —le rogué con descaro—. William, por favor...

Lamió con fuerza. Tirando de mí con chupadas profundas y rápidas, moviendo frenéticamente su lengua sobre mi sensible pezón. Pude oler la lujuria animal que desprendía, feromonas y testosterona, el olor de un macho viril terriblemente excitado. Me reclamaba, exigente y dominante. Sentí su atracción. Sentí que me derretía por dentro, que me rendía. Me tambaleé y él me agarró, haciendo que me inclinara sobre sus brazos mientras él pasaba a mi otro pecho. Sus mejillas se hundían con la fuerza de sus chupetones y mi coño se apretaba al compás. La espalda me dolía por la tensión de la postura y tuve que agarrarme a él para recibir su placer. Aquello me excitó hasta el borde de la locura. Yo había luchado por él. Y él había matado por mí. Había un vínculo entre nosotros, primitivo y ancestral, imposible de describir. Él podía tomarme, usarme. Era suya. Lo había obligado a esperar y él me lo había permitido por motivos que no estaba segura de saber. Sin embargo, ahora me recordaba que podía alejarme y mantener cierta distancia a veces, aunque su mano siempre sujetaría las cadenas que nos mantenían unidos. Y me atraería hacia sí siempre que le apeteciera, porque yo le pertenecía. «Siempre mía.» —No pares. —Entrelacé mis manos con su pelo—. Fóllame. Necesito tu polla dentro de mí.

Me dio la vuelta y me tumbó sobre la cama, inmovilizándome con una mano entre los omóplatos y buscando con la otra la cremallera de mis pantalones. Tiró de ella y la abrió de golpe rasgando la tela. —¿Estás conmigo? —preguntó con un gruñido mientras metía la mano por la abertura para ponerla sobre mi nalga.

—¡Sí! ¡Dios, sí! —Él ya lo sabía, pero lo había preguntado. Siempre se aseguraba de recordarme que yo tenía el control, que era yo la que le daba permiso.

Me destrozó los pantalones al bajármelos hasta las rodillas, utilizando una sola mano mientras con la otra me agarraba del pelo. Se mostraba brusco, impaciente. Agarró el borde de mi tanga y éste se me clavó en la piel antes de romperse con un chasquido. Luego metió la mano entre mis piernas juntas y colocó la palma sobre mi sexo. Arqueé la espalda a la vez que el cuerpo me temblaba. —Dios, estás húmeda. —Me metió un dedo. Lo sacó. Metió dos—. Joder, qué empalmado me tienes.

Los tiernos tejidos se aferraron a sus dedos. William los retiró y los movió en círculo sobre mi clítoris, frotándolo. Yo me apreté sobre las yemas de sus dedos, buscando el placer que necesitaba a la vez que de mi garganta salían tenues sonidos de súplica. —No te corras hasta que esté dentro de ti —dijo con un gruñido. Me agarró la cadera con ambas manos y me echó hacia atrás al tiempo que apuntaba el ancho capullo de su polla hacia mi raja.

Se detuvo un momento con una respiración fuerte y alta. A continuación, se introdujo dentro de mí. Yo grité con la boca sobre el colchón, abriéndome y llenándome de él, retorciéndome para recibirlo. William me sostuvo en alto y mis pies se levantaron del suelo. Movió la cadera para invadir lo poco que quedaba de espacio dentro de mí, taladrándome con su pene. Yo apreté cada centímetro de él, palpitando a su alrededor con un placer frenético. —¿Estás bien? —espetó hundiendo sus dedos en mi carne.

Me eché hacia atrás con los brazos, tan a punto de correrme que me dolía. —Más.

A través del rugido de la sangre en mis oídos, lo oí gritar mi nombre con un gruñido. Su polla se volvió más gruesa y larga y se sacudió al llegar al orgasmo con fuertes chorros. Parecían no terminar nunca, y quizá fuera así, porque empezó a follarme en medio de su orgasmo bombeando su caliente y cremoso semen, que me iba invadiendo. Al notar que se corría, mi orgasmo estalló. Me llenó todo el cuerpo con potentes espasmos y me retorcí con fuertes temblores.

Con las uñas clavadas en la colcha, traté de mantener el equilibrio mientras William me embestía con su polla, perdido en un excitante y feroz orgasmo. La viscosidad de su semen humedeció los labios de mi sexo y, después, fue cayéndome por las piernas. Soltó un gemido y embistió más adentro a la vez que encorvaba la cadera, taladrándome. Se estremeció al correrse otra vez, tan sólo segundos después de su primer orgasmo. Se echó sobre mí y me besó el hombro, con su aliento caliente y acelerado sobre la curva de mi espalda empapada en sudor. Su pecho se movía sobre mi columna, y el apretón de sus manos sobre mis caderas se fue relajando. Empezó a acariciarme y a tranquilizarme. Sus dedos encontraron mi clítoris y lo masajearon, provocándome, frotándome hasta llegar a otro tembloroso clímax. Sus labios se movieron sobre mi piel. —Cielo.

Pronunció esa palabra una y otra vez. De forma entrecortada. Desesperada. Sin aliento. «Para siempre tuyo.» Mientras aún estaba en lo más profundo de mí, seguía estando duro y preparado.

***

Me hallaba tumbada en la cama, acurrucada junto al costado de William. Mis pantalones habían desaparecido y él estaba desnudo, con su magnífico cuerpo aún empapado en sudor. Mi marido yacía boca arriba, con un grueso y musculoso brazo doblado por encima de su cabeza mientras el otro estaba enroscado alrededor de mi cuerpo, moviendo inconscientemente los dedos arriba y abajo sobre mi torso. Estábamos tumbados sobre las sábanas, las piernas de él abiertas, su polla semierecta y curvada hacia el ombligo. Relucía bajo la luz de las lámparas de las mesillas de noche, húmeda de mí y de él. Su respiración empezaba ahora a normalizarse y el corazón se le fue calmando por debajo de mi oreja. Su olor era delicioso. Olía a pecado, a sexo y a William. —No recuerdo cómo hemos llegado a la cama —murmuré con voz rasposa y casi ronca.

Su pecho retumbó con una carcajada. Giró la cabeza y me besó en la frente. Yo me acurruqué contra él con más fuerza, pasándole el brazo por la cadera para sujetarme a él. —¿Estás bien? —preguntó con voz tierna.

Eché la cabeza hacia atrás para mirarlo. Estaba sonrojado y sudoroso, con el pelo cayéndole por las sienes y el cuello. Su cuerpo era una máquina bien engrasada, acostumbrado a la vigorosa combinación de artes marciales que practicaba para mantenerlo en forma. No estaba agotado por el polvo. Podría haber seguido toda la noche, sin descanso. Había sido el esfuerzo de contenerse todo lo que había podido, controlándose hasta que yo me había vuelto loca por él y él por mí. —Me has hecho perder la cabeza —sonreí con una sensación de estar narcotizada —. Noto un hormigueo en los dedos de los pies y las manos.

—He sido brusco —dijo acariciándome la cadera—. Te he hecho daño.

—¡Mmm! Lo sé —respondí con los ojos cerrados.

Noté que se movía y se levantaba tapándome la luz. —Eso te gusta —murmuró.

Lo vi inclinado sobre mí. Le toqué la cara y recorrí su frente y su mandíbula con la punta de los dedos. —Me encanta tu control. Me excita.

Atrapó mis dedos entre sus dientes y, después, los soltó. —Lo sé.

—Pero cuando lo pierdes... —Suspiré al recordarlo—. Me vuelve loca saber que puedo hacerte eso, que me deseas tanto.

Dejó caer la cabeza y su frente tocó la mía. Atrajo más mi cuerpo hacia el suyo, haciéndome sentir lo dura que se le había vuelto a poner. —Más que ninguna otra cosa.

—Y confías en mí. —En mis brazos, bajaba la guardia por completo. La ferocidad de su deseo no ocultaba su vulnerabilidad. La desataba.

—Más que en nadie. —Se deslizó sobre mí, cubriendo mi cuerpo desde los pies hasta los hombros, sosteniendo sin esfuerzo su peso para no aplastarme. Aquella sensual presión volvió a ponerme cachonda.

Inclinó la cabeza y acarició con sus labios los míos. —Crossfire —murmuró.

Crossfire era mi palabra de seguridad, lo que yo le decía cuando me sentía agobiada y necesitaba que él dejara de hacer lo que fuera que estuviese haciendo. Cuando él me decía esa palabra, estaba agobiado también, pero no quería que yo parara. Para William, Crossfire expresaba una conexión más profunda que el amor. —Yo también te quiero —sonreí.


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Mensaje por EsperanzaLR Lun Jun 13, 2016 2:56 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Dom Jun 19, 2016 11:41 am

***

Enroscándome sobre una almohada, miré hacia el vestidor y oí a William cantar. Sonreí con tristeza. Se había duchado y se estaba vistiendo con una clara sensación de energía a pesar de haber comenzado la mañana follándome hasta hacerme alcanzar un orgasmo que había hecho que yo viera las estrellas. Tardé un poco en reconocer la canción. Al hacerlo, sentí mariposas en el estómago. At last. No importaba si era la versión de Etta James o la de Beyoncé la que estaba escuchando en su mente. Lo que yo oía era su voz, intensa y con matices, cantando sobre la visión de cielos azules y sonrisas que lanzaban un embrujo sobre él. Salió anudándose una corbata color carbón, con su chaleco sin abotonar y la chaqueta en el brazo. Lucky salió corriendo tras él. Después de sacarlo de su parquecito esa mañana, el cachorro se había convertido en su sombra. William posó los ojos sobre mí y me miró con una sonrisa de rompecorazones. —Y aquí estamos —canturreó.

—Aquí estoy yo, al menos. Derrumbada tras varias horas de sexo. No creo ni que pueda ponerme de pie. En cambio, tú... —Señalé hacia él—. Tú eres tú. No es justo. Hay algo que no estoy haciendo bien.

William se sentó en el borde de la cama deshecha con su aspecto impecable. Se echó sobre mí y me besó.—Recuérdame una cosa. ¿Cuántas veces me corrí anoche?

Lo fulminé con la mirada. —No las suficientes, según parece, porque estabas listo para volver a hacerlo cuando el sol salía.

—Lo que demuestra el hecho de que hay algo que estás haciendo muy bien. — Me apartó el pelo de la mejilla—. He estado tentado de quedarme en casa, pero tengo que dejarlo todo listo para que podamos desaparecer durante un mes. Como ves, estoy de lo más motivado.

—¿Lo dices en serio?

—¿Crees que no? —Apartó la sábana y colocó la palma de la mano sobre mi pecho.

Yo le agarré la mano antes de que la levantara de nuevo. —Una luna de miel de un mes. Voy a dejarte seco al menos una vez. Estoy decidida.


—¿Sí? —Sus ojos brillaron al reírse—. ¿Sólo una?

—Me lo estás pidiendo tú, campeón. Cuando haya terminado me suplicarás que te deje en paz.

—Eso no va a pasar nunca, cielo. Ni en un millón de años.

Su seguridad suponía un desafío para mí. Volví a taparme con la sábana. —Ya lo veremos.

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Jun 19, 2016 4:45 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Lun Jun 20, 2016 11:16 am

Cuando Angus entró en mi despacho, levanté la vista del correo electrónico que estaba leyendo. Llevaba el sombrero en las manos y se detuvo delante de mi escritorio. —Anoche registré la oficina de Terrence Lucas —dijo—, y no encontré nada.

No esperaba que lo hiciera, así que no me sorprendí. —Es posible que le dijera a Anne lo que sabe y que no haya archivos que encontrar.

Él asintió muy serio. —Ya que estaba en ello, suprimí todo rastro de la cita de Maite tanto de los discos duros como de las copias de seguridad. También borré las imágenes de vídeo de cuando Maite y usted estuvieron allí. He comprobado que no pidió una copia a seguridad, así que no tendrá usted ningún problema si sigue el ejemplo de su mujer y presenta una denuncia propia.

Ése era Angus, siempre teniendo en cuenta todas las posibilidades. —Y ¿eso no lo encontraría interesante la policía? —Me eché hacia atrás—. Los Lucas tienen tanto que perder como yo.

—Ellos son culpables, amigo. Usted no.

—Las cosas no son nunca así de sencillas.

—Tiene todo cuanto ha deseado y merece. Ellos no pueden quitarle nada.

Salvo la propia estimación y la de mis amigos y colegas. Había trabajado mucho por recuperar ambas tras la deshonra pública de mi padre. Los que querían encontrarme flaquezas se verían satisfechos. Eso no me inquietaba tanto como habría ocurrido en otro tiempo. Sin embargo, a Angus no le faltaba razón. Había hecho fortuna y tenía a Maite.

Si salvaguardar su tranquilidad suponía retirarme del escrutinio público, lo haría. Era algo que ya me había planteado cuando Nathan Barker aún era una amenaza. Maite se había mostrado dispuesta a esconder nuestra relación a todo el mundo para ahorrarme cualquier posible escándalo que emanara de su pasado. Era un sacrificio que no había estado dispuesto a hacer. Ocultarnos. Vernos a escondidas. Fingir ante los demás que no estábamos enamorándonos profunda e irrevocablemente. Ahora era diferente. Maite se me había hecho tan necesaria como el aire que respiraba. Proteger su felicidad era más importante que nunca. Sabía lo que era ser juzgado por los pecados de otro y nunca dejaría que mi esposa pasara por eso. Al contrario de lo que ella creía, podía vivir sin intervenir en todo lo concerniente a Cross Industries. No me pasaría el día haciendo de Tarzán en taparrabos, pero había un cómodo término medio entre los dos extremos. —Me advertiste respecto a Anne. —Moví la cabeza a un lado y a otro—. Debería haberte escuchado.

Angus se encogió de hombros. —Lo que está hecho está hecho. Anne Lucas es una mujer adulta, y lo bastante mayorcita para responsabilizarse de sus decisiones.

«¿Qué está usted haciendo, amigo?», me había preguntado cuando Anne se deslizó en el asiento trasero del Bentley aquella primera noche. En las semanas que siguieron, su desaprobación fue haciéndose cada vez más evidente, hasta que un día me levantó la voz. Furioso conmigo mismo por castigar a una mujer que no me había hecho nada, lo había pagado con Angus, recordándole cuál era su sitio. La breve expresión de dolor que se había apresurado a disimular me perseguiría hasta la tumba. —Lo siento —dije sosteniéndole la mirada—. Por cómo me he comportado.

Una pequeña sonrisa le marcó las arrugas de la cara. —La disculpa no es necesaria, pero la acepto.

—Gracias.

La voz de Scott se oyó por los altavoces. —Está aquí el equipo PosIt. También tengo en espera una llamada de Arnoldo para usted. Dice que no tardará nada.

Miré a Angus para ver si tenía algo más que decirme. Él se dio un toquecito en la sien a modo de saludo informal y se fue. —Pásamelo —respondí dirigiéndome a Scott.

Esperé a que la luz roja parpadeara y pulsé el botón del altavoz. —¿Dónde estás?

—Hola a ti también, amigo mío —saludó Arnoldo, con notas italianas en el acento de su voz—. Me han dicho que habéis estado en el restaurante esta semana.

—Comimos de maravilla. —Ah, sólo servimos comida de esa clase. Tampoco se nos dan mal las cenas.

Me eché hacia atrás en la silla. —¿Estás en Nueva York?

—Sí, y preparando tu despedida de soltero, que para eso te llamo. Si tienes planes para este fin de semana, cancélalos. —Maite y yo estaremos fuera de la ciudad.

—Ella estará fuera de la ciudad. Fuera del país, en realidad, por lo que Shawna me ha dado a entender. Y tú también estarás fuera de la ciudad. Los demás chicos están de acuerdo conmigo. Vamos a obligarte a salir de Nueva York para variar.

La primera parte de lo que había dicho Arnoldo me sorprendió tanto que apenas oí la última. —Maite no va a salir del país —repliqué.

—Eso tendrás que discutirlo con ella y sus amigas — dijo tranquilamente—. En cuanto a nosotros, nos vamos a Río de Janeiro.

Me sorprendí de pie. Maldita sea. Maite no se encontraba en el Crossfire. No podía coger un ascensor sin más e ir a buscarla. —Le pediré a Scott que organice el vuelo —continuó—. Nos marcharemos el viernes por la tarde, con la idea de volver el lunes a tiempo para que vayas a trabajar, si eres lo bastante ambicioso.

—¿Adónde se va Maite?

—No tengo ni idea. Shawna no quiso decírmelo, porque tú no debes saberlo. Me dijo que estarían fuera el fin de semana, y yo pensaba mantenerte ocupado, porque Cary no quiere que te entrometas.

—No le toca a él decidirlo —salté.

Arnoldo hizo una pausa. —Enfadarte conmigo no te servirá de nada, William. Y, si no confías en Maite, amigo mío, no deberías casarte con ella.

—Arnoldo, eres el mejor amigo que tengo. Pero eso cambiará si no paras el carro en lo que a Maite se refiere.

—Me malinterpretas —se apresuró a corregir—. Si la enjaulas por tu propia seguridad, acabarás perdiéndola. Lo que se considera romántico en un novio puede ser agobiante en un marido.

Al darme cuenta de que estaba aconsejándome, empecé a contar hasta diez. Llegué hasta el siete. —No doy crédito —repliqué.

—No te lo tomes a mal. Arash me asegura que esa chica es lo mejor que te ha pasado en la vida. Dice que nunca te ha visto más feliz y que ella te adora.

—Yo digo lo mismo.

Arnoldo soltó el aire ruidosamente. —Los hombres enamorados no son los mejores testigos.

La diversión dio paso al enfado. —Y ¿por qué Arash y tú habláis de mi vida privada? — le espeté.

—Eso es lo que hacen los amigos.

—Las amigas. Vosotros sois hombres adultos. Deberíais tener algo mejor que hacer. —Di unos golpecitos con los nudillos en el escritorio—. Y ¿pretendes que pase un fin de semana en Brasil con una panda de tíos cotillas?

—Escucha. —Su tono era irritante de tan calmado—. Manhattan ya no se lleva. A mí también me gusta la ciudad, pero creo que hemos agotado sus encantos, sobre todo para ocasiones como ésta.

Desilusionado, miré por la ventana la ciudad que amaba. Sólo Maite estaba al tanto de la habitación de hotel que tenía permanentemente reservada, mi picadero, como ella la llamaba. Hasta que la conocí, era el único lugar adonde llevaba a mujeres para acostarme con ellas. Era seguro. Impersonal. No revelaba nada de mí salvo cómo era desnudo y cuánto me gustaba fornicar. Salir de Nueva York suponía que no follaría, por eso siempre les insistía a los chicos que las rondas las hiciéramos en la ciudad. —Vale. No discutiré. —Pensaba discutirlo con Maite, y con Cary, pero eso no era asunto de Arnoldo.

—Estupendo. Te dejo que sigas trabajando. Hablamos este fin de semana.

Finalizamos la llamada. Miré en dirección a Scott a través de la pared de cristal y alcé un dedo para decirle que necesitaba un minuto más. Cogí mi teléfono móvil y llamé a Maite. —Hola, campeón —contestó con voz coqueta y alegre.

Lo digerí, junto con el puñetazo de placer y excitación que me recorrió el cuerpo. Tenía la voz, profunda siempre, más ronca de lo habitual. Me recordó a las largas noches, los sonidos que emitía cuando estaba excitada, la manera en que gritaba mi nombre cuando se corría. Me había propuesto hacer que emitiera aquellos sonidos eternamente, que tuviera siempre la piel arrebolada y los labios hinchados, con aquel ritmo lento y sensual porque aún me sentía dentro de ella. A cualquier sitio que fuera, tenía que ser evidente que follábamos con frecuencia y a fondo. En mí era evidente. Me sentía ágil y relajado, con cierto temblor de piernas, pero nunca lo había reconocido. —¿Hemos cambiado de planes para el fin de semana? —pregunté.

—Puede que aumente mi dosis de vitaminas —bromeó—, pero, por lo demás, no. Estoy deseando que llegue.

El arrullo de su voz me excitaba. —Me he enterado de que nuestras amistades planean separarnos este fin de semana para nuestras respectivas despedidas de soltero y soltera —la informé.

—Ah. —Hubo una pausa—. Yo confiaba en que se olvidaran de esa historia.

Curvé los labios en una sonrisa que deseé que ella pudiera ver. —Podríamos huir a donde nadie nos encuentre.

—Ojalá —respondió con un suspiro—. Creo que esas cosas son más para ellos que para nosotros. Es la última oportunidad que tienen de estar con nosotros como siempre.

—Para mí esos días terminaron cuando te conocí —dije. Pero sabía que aún no habían terminado para Maite. Ella se aferraba a su independencia y seguía manteniendo sus amistades como siempre había hecho.

—Es una especie de ritual, ¿no te parece? —caviló—. Dos personas se comprometen para toda la vida, y sus amigos los llevan de juerga, los emborrachan y los animan a ser malos por última vez.

Todo el desenfado sensual que había mostrado al principio de la conversación había desaparecido. Mi mujer era muy celosa. Yo lo sabía y lo aceptaba, de la misma manera que ella había aceptado mi actitud posesiva. —Hablaremos más de ello esta noche.

—Vale —dijo en un tono que indicaba que el asunto en cuestión le hacía cualquier cosa menos gracia.

Eso me consolaba, de alguna manera. Prefería imaginarla sufriendo durante un fin de semana sin mí que pasándoselo en grande. —Te quiero, Maite.

Se quedó sin respiración. —Yo también te quiero.

Cuando colgué, me dirigí a coger la chaqueta del perchero, pero cambié de opinión. Volví sobre mis pasos hasta el escritorio y llamé a Cary. —¿Qué hay? —contestó.

—¿Adónde piensas llevar a mi mujer este fin de semana?

Respondió con tal rapidez que supe que estaba esperando que lo llamase. —Y ¿a ti qué te importa? —replicó.

—¿Cómo no va a importarme?

—No pienso permitir que la controles —dijo él con firmeza—, con guardianes para que no se le acerquen los tíos, como hiciste en Las Vegas. Ya es una mujer hecha y derecha. Sabe arreglárselas y se merece pasarlo bien.

Vaya, así que era eso. —Entonces había circunstancias atenuantes, Cary.

—¿En serio? —Su voz estaba teñida de sarcasmo—. ¿Como cuáles?

—Nathan Barker aún respiraba y tú acababas de tener una puñetera orgía en el salón. No podía confiarte su seguridad.

Hubo una pausa. Cuando volvió a hablar, se lo notaba menos acalorado. —Clancy se ocupará de la seguridad. No le pasará nada.

Respiré hondo. Clancy y yo recelábamos el uno del otro, dado que él sabía lo que yo había hecho para impedir que Nathan siguiera siendo una amenaza para Maite. Pese a todo, ambos queríamos lo mismo: que Maite fuera feliz y no corriera peligro. Confiaba plenamente en él y era consciente de que hacía un gran trabajo al frente de la seguridad de Stanton y Monica. Hablaría con él personalmente, lo pondría en contacto con Angus. Había que prever cualquier contingencia y poder establecer comunicación. En caso de que Maite me necesitara, yo tenía que poder llegar hasta ella lo antes posible. Se me formó un nudo en el estómago sólo de pensarlo. —Maite necesita a sus amigos y yo quiero que se lo pase bien —declaré.

—Estupendo —respondió él con indiferencia—. Estamos de acuerdo.

—No me entrometeré, Cary, pero no olvides que nadie está tan comprometido con su seguridad como yo. Ella sólo es parte de tu vida, pero es mi vida entera. No seas cabezota y acude a mí si me necesitas. ¿Está claro?

—Sí, clarísimo.

—Si hace que te sientas mejor, te diré que yo estaré en Brasil.

Se quedó callado un momento. —Aún no sé adónde vamos a ir, pero me inclino por Ibiza.

Maldije para mis adentros. Tardaría medio día en llegar allí desde Río. Quise discutírselo —desde luego, podía sugerirle escenarios alternativos en Sudamérica—, pero me mordí la lengua de momento, consciente de lo que me había comentado el doctor Petersen respecto de la necesidad de Maite de tener un círculo social amplio.

—Comunícame lo que decidas —preferí decirle.

—De acuerdo.

Terminada la llamada, cogí la chaqueta y me la puse. Estaba seguro de que Maite y el doctor Petersen discreparían al respecto, pero los amigos y la familia podían ser un castigo más que otra cosa.
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Mensaje por tamalevyrroni Lun Jun 20, 2016 11:27 am

***

El resto de la tarde transcurrió como estaba planeado. Eran casi las cinco cuando Arash entró tranquilamente y se acomodó en el sofá más cercano, extendiendo los brazos sobre el respaldo. Concluí la conversación telefónica con uno de nuestros centros de distribución en Montreal y me levanté, estirando las piernas. Tenía prevista una sesión con mi entrenador personal, que iba a darme una paliza. Estaba seguro de que a Maite le encantaría saber que me había minado las fuerzas. Claro que eso no impediría que me acostase con ella al finalizar el día. —Debe de haber una buena razón para que te hayas puesto tan cómodo —le dije a Arash secamente, rodeando el escritorio.

Él exhibió una sonrisa insolente. —Deanna Johnson.

Ralenticé el paso, pues el nombre me había cogido por sorpresa. —¿Qué pasa con ella? —inquirí.

Arash silbó. —Así que la conoces.

—Es una periodista que va por libre —repuse.

Me acerqué al bar y saqué dos botellas frías de agua del frigorífico. Deanna era también una mujer con la que había follado, lo que resultó ser un error garrafal en más de un sentido. —Vale. ¿Sabes la rubia despampanante que me dejó plantado anoche?

Le dirigí una mirada impaciente. —Suéltalo de una vez.

—Trabaja en el departamento jurídico de la editorial que compró los derechos del libro de Corinne. Ella me ha contado que el escritor fantasma no es otro que Deanna Johnson. Solté el aire bruscamente, apretando las botellas con tanta fuerza que el agua empezó a salirse. —Maldita sea.

Mi mujer ya me había advertido que tuviera cuidado con ella y no la había escuchado. —Deja que lo adivine —dijo Arash arrastrando las palabras—. Conoces a la señorita Johnson en el sentido bíblico...

Me giré y fui hacia donde él estaba. Le lancé una botella, salpicando gotas de agua entre los dos. Abrí la mía y bebí con ganas. Maite tenía razón: era imprescindible que fuéramos un equipo mejor, más unido. Ambos tendríamos que aprender a confiar en los consejos del otro, y a seguirlos, incondicionalmente. Mi amigo apoyó los codos en las rodillas, sosteniendo la botella de agua con las dos manos. —Ahora entiendo por qué tenías tanta prisa en ponerle el anillo a Maite. En sellar el pacto antes de que ella salga corriendo.

Arash bromeaba, pero veía la preocupación en su rostro. Era un reflejo de la mía. Porque ¿hasta dónde aguantaría mi mujer? Me retiré la botella de los labios. —Bueno, bonita noticia para acabar el día —murmuré.

—¿Qué es?

Arash y yo volvimos la cabeza y vimos a Maite entrando por la puerta de mi despacho con tan sólo el teléfono móvil en las manos. Vestía la misma ropa deportiva que llevaba el día que la conocí. Últimamente tenía la cola de caballo más corta y ligera, el cuerpo más delgado y definido. Pero siempre sería aquella chica que me dejó sin respiración. —Maite. —Arash se levantó rápidamente.

—¿Qué tal? —Le sonrió mientras venía hacia mí, y se puso de puntillas para plantarme un beso en los labios—. Hola, campeón.

Al posarse de nuevo en el suelo, tenía arrugado el entrecejo. —¿Qué ocurre? ¿Es un mal momento?

La agarré por la cintura, acercándola a mí. Me encantaba notar su cuerpo contra el mío; calmaba la ansiedad que sentía cuando no estábamos juntos. —Claro que no, cielo. Tú ven a verme cuando te apetezca.

Le brillaban los ojos. —Megume y yo vamos a ir juntas al gimnasio, pero he llegado pronto, así que se me ha ocurrido pasar a verte. Echar una ojeada a lo buenazo que estás para motivarme.

La besé en la frente. —No te me agotes —susurré—, que ésa es tarea mía.

Maite seguía con el ceño fruncido cuando me enderecé. —En serio, ¿qué pasa?

Arash se aclaró la garganta e hizo un gesto en dirección a la puerta. —Me vuelvo a mi oficina.

Respondí a su pregunta antes de que él se fuera: —Deanna está escribiendo el libro de Corinne.

Maite se tensó. —¿De veras?

—¿Ella sabe quién es Deanna? —Arash nos miraba a los dos con unos ojos como platos.

Mi mujer clavó la mirada en él. —¿Conoces tú a Deanna?

Arash levantó las dos manos. —No la he visto en mi vida. Nunca había oído hablar de ella hasta hoy.

Desprendiéndose de mi abrazo, Maite me lanzó una mirada. —Te lo dije.

—Lo sé.

—¿Qué es lo que le dijiste? —preguntó Arash, metiéndose las manos en los bolsillos.

Me cogió la botella de agua y se dejó caer en un sillón.—Que no era de fiar. Está encabronada porque William consiguió desnudarla y luego la dejó plantada. No es que la culpe. Yo me sentiría completamente humillada si expusiera la mercancía y no vendiera un clavel.

Arash volvió a sentarse en el sofá. —¿Tienes problemas de rendimiento, Cross?

—¿Buscas trabajo, Madani? —repliqué sentándome en un sillón.

—Ella ya había jugado con William a esconder el salchichón antes —siguió Maite —. Y el salchichón le gustó de verdad... Tampoco la culpo por eso. Ya te he contado lo bueno que es en la cama.

Arash me miró, sumamente divertido. —Es cierto, sí.

—Te deja con la boca abierta. Te encandila y...

—¡Joder, Maite! —mascullé.

Ella me miró de la manera más inocente. —Sólo lo pongo en antecedentes, cariño. Además de hacer honor a la verdad. El caso es que la pobre Deanna está que no sabe si lo aborrece o quiere tirárselo. Como no puede hacer esto último, se atiene a lo primero.

Me quedé mirándola. —¿Has terminado?

Mi mujer me lanzó un beso y, a continuación, bebió un buen trago de agua. Arash se echó hacia atrás. —Mis felicitaciones por revelarle todo eso —me dijo—. Eres una santa, Maite, por aguantarlo a él y la estela de mujeres despechadas que ha dejado.

—¿Qué puedo decir? —Frunció los labios—. ¿Cómo os habéis enterado?

—Conozco a alguien que trabaja en la editorial —explicó Arash.

—Ah. Pensé que quizá Deanna había dicho algo.

—No lo hará. En la editorial no quieren que se sepa que Corinne no está escribiendo el libro, así que tiene una cláusula de confidencialidad. Están negociando el contrato.

Maite se inclinó hacia adelante, arrancando trocitos de la etiqueta de la botella. Sonó su teléfono, que tenía junto al muslo en el sillón, y lo cogió para leer el texto. —Me marcho. Megumi ya está lista.

Maite se levantó, y Arash y yo hicimos otro tanto. Instantes después la tenía en mis brazos, con la cabeza hacia atrás, esperando que le diera un beso. Se lo di, frotando mi nariz contra la suya antes de que se retirara. —Tienes suerte de que yo apareciera —dijo. Me pasó el agua—. Piensa en la cantidad de problemas en los que te habrías metido si hubieras seguido soltero más tiempo.

—Tú eres un problema vitalicio —repuse.

Se despidió de Arash y salió. La observé marcharse, y me disgustó que se fuera. Maite dijo adiós a Scott con la mano al pasar delante de él y luego desapareció. —¿Tiene hermanas? —preguntó Arash cuando ambos volvimos a sentarnos.

—No, es única.

—¡Un momento! —exclamó Maite volviendo a entrar.

Arash y yo nos levantamos de golpe. Se unió de nuevo a nosotros. —Si están negociando, aún no se ha firmado nada, ¿verdad?

—Verdad —respondió Arash.

Entonces me miró a mí. —Tú puedes conseguir que no firme.

Enarqué las cejas.—Y ¿cómo se supone que voy a hacerlo?

—Ofrécele un trabajo.

Me quedé mirándola, y luego respondí: —No.

—No digas que no.

—No —repetí.

Mi mujer miró a Arash. —En tus contratos de trabajo hay cosas como confidencialidad, respeto mutuo, no competencia, etcétera, ¿verdad?

Arash se quedó pensativo un momento. —Ya sé adónde quieres ir a parar y, sí, las hay. Pero existen limitaciones respecto a lo que cubren esas cláusulas y cómo hacerlas cumplir.

—Pero eso será mejor que nada, ¿no? Mantén cerca a tus enemigos y todo eso... —Me lanzó una mirada expectante.

—No me mires así, Maite.

—Vale. Sólo era una idea. Tengo que irme. —Se despidió con un gesto de la mano y se apresuró a salir.

La falta de un beso o un adiós me sentó mal. Verla marchar por segunda vez... me disgustó aún más que la primera. Me había hecho esperar para tener sexo con ella. Acababa de sugerir, sin darle mayor importancia, que sedujera a otra mujer. La Maite que yo conocía y amaba nunca habría hecho ninguna de esas dos cosas. —Tú no quieres que se publique ese libro —le dije según se iba.

Maite se detuvo en la puerta y se giró. Me miró, con la cabeza ladeada ligeramente. —No, no quiero.

Su escrutadora mirada me puso en el disparadero. Me caló enseguida y vio la turbación que me invadía. —Sabes que esperaría que le ofreciera algo más que un simple empleo —añadí.

—Tienes que engatusarla —coincidió ella volviendo sobre sus pasos—. Eres una jugosa zanahoria, Cross. Y sabes cómo hacer de tentación inalcanzable sin proponértelo siquiera. Sólo tienes que conseguir que firme en la línea de puntos. Después, puedes trasladarla a Siberia con tal de que le asignes un empleo que se adecue a la descripción de las funciones del puesto.

Algo en su tono me puso los nervios de punta, eso y la forma en que me miraba, como un domador de leones rodeando a la fiera, cauto y vigilante pero controlando la situación. Respondí a su provocación. —Quieres que me prostituya para conseguir lo que deseas...

—Por Dios, Cross —masculló Arash—. ¡No seas imbécil!

Maite frunció el ceño, nublándosele el claro gris de los ojos. —¡Gilipolleces! —espetó—. Sólo tendrías que embaucarla, no follártela. Quiero que se publique ese libro tanto como tú quieres escuchar Rubia una y otra vez, pero vives con la puñetera canción como yo puedo vivir con el puñetero libro.

—Entonces ¿a qué viene lo de contratarla? —repliqué dando un paso hacia ella —. No quiero ni ver a esa maldita mujer, y mucho menos que trabaje para mí.

—Muy bien. Era sólo una sugerencia. Me he dado cuenta de que estabas disgustado nada más entrar aquí, y no me gusta verte disgustado...

—¡Por el amor de Dios, no estoy disgustado!

—Muy bien —respondió ella arrastrando las palabras—. ¿Prefieres malhumorado? ¿Sombrío? ¿Irritado? ¿Esos adjetivos te parecen más masculinos para ti, campeón?

—Debería ponerte el culo como un tomate.

—Inténtalo y te parto ese labio tan sexi que tienes —me soltó, sacando a relucir el genio—. ¿Tú crees que me gusta la idea de que pongas a esa zorra caliente? Sólo con imaginarte flirteando con ella, haciéndole creer que quieres echar un polvo con ella, me entran ganas de romper cosas, su cara incluida.

—Bien. —Había conseguido lo que necesitaba. Maite no podía ocultar los celos cuando se enfadaba. Le hervía la sangre, bullía de furia. Sin embargo, yo me había calmado.

—Y puede que el hecho de que Deanna renuncie no cambie nada —continuó sin dejar de echar chispas—. El editor podría contratar a otra persona para que escribiera el puto libro. Con suerte, alguien imparcial, pero, claro, a ti te salen examantes por todas partes, así que a lo mejor hasta podrían tener suerte otra vez.

—Ya basta, Maite.

—No te prostituiría sólo para impedir que se publicase ese libro. Tienes el mejor polvo del siglo. Podría conseguir varios miles de pavos a la hora por ti, como poco.

—¡Maldita sea! —Me abalancé sobre ella, pero se echó a un lado.

—¡Vale ya! —terció Arash, interponiéndose entre nosotros—. Como abogado tuyo que soy, he de decir que encabronar a tu mujer podría costarte millones.

—Le gusta encabronar a las mujeres —me chinchó Maite, moviéndose de un lado a otro detrás de Arash para esquivarme—. Le pone.

—Apártate, Madani —bramé.

—Es todo tuyo, Arash. —Maite saltó y puso pies en polvorosa.

Fui tras ella. La alcancé cuando cruzaba las puertas, cogiéndola de la cintura y separándole los pies del suelo. Ella forcejeaba, gruñendo. Le hinqué los dientes en el hombro y Maite chilló, consiguiendo que varios pares de ojos se volvieran hacia nosotros. También los de Megumi, que justo en ese momento doblaba la esquina. —Dame un beso de despedida —exigí.

—No te gustaría que te acercara la boca a ninguna parte de tu cuerpo en estos momentos.

Lanzándola hacia arriba, le di la vuelta en el aire y la hice bajar de cara a mí, apresándole la boca en un intenso beso. Fue un poco chapucero, torpe. Nos chocamos de nariz, pero la sensación de su boca bajo la mía, de su cálida piel bajo mis manos, era justo lo que necesitaba. Maite me pellizcó el labio inferior con los dientes. Podría haberme hecho daño, sangre incluso, pero el mordisco era una suave regañina, al igual que su forma de tirarme del pelo. —Estás loco —se quejó—. ¿Qué demonios te pasa?

—Ni se te ocurra marcharte sin darme un beso de despedida.

—¿Lo dices en serio? —Me miró desafiante—. Te he besado.

—La primera vez, pero no la segunda ni la tercera.

—¡Hay que joderse! —musitó. Agarrándose con fuerza a mi cuello, se incorporó y me envolvió la cintura con las piernas—. Y ¿por qué no me lo has pedido?

—No suplicaré.

—Nunca lo haces. —Me tocó la cara—. Tú das órdenes. No pares ahora.

—¡Hay que ver las cosas que puedes permitirte cuando eres jefe! —le dijo Megumi a Scott, que estaba sentado a su mesa con la mirada fija en la pantalla de su ordenador.

Scott tuvo la prudencia de no decir nada. Sin embargo, Arash no se mostró tan circunspecto. —Enajenación mental transitoria causada por el nerviosismo prenupcial, ¿verdad, Scott? —Se acercó a mí—. Incapacidad mental. Algún tipo de lapsus mental. Le lancé una mirada de advertencia.

—Cierra la boca.

—Sé bueno. —Maite me besó ligeramente—. Luego hablaremos de todo esto. —¿En tu casa o en la nuestra?

Ella sonrió, aplacado el genio. Soltó las piernas y la dejé en el suelo. Ahora podía dejar que se marchara. Seguía sin gustarme, pero se me había quitado el nudo que tenía en el estómago. Maite estaba como si no hubiera pasado nada. Su genio aparecía siempre como una tormenta repentina y se disipaba con la misma rapidez, haciendo borrón y cuenta nueva. —Hola, Megumi. —Alargué la mano.

Ella la estrechó, presumiendo de uñas esmaltadas con brillo casi transparente. Megumi era una mujer atractiva, con una media melena y los ojos almendrados. La amiga y excompañera de trabajo de Maite tenía mejor aspecto que la última vez que la había visto, lo cual me agradó, porque sabía lo mucho que mi mujer se preocupaba por ella. La conocía sólo de vista antes de la agresión sexual que recientemente había cambiado su vida. Lo lamentaba. Los oscuros ojos marrones de la mujer que tenía delante en ese momento dejaban entrever una mirada herida y un aire bravucón que delataba vulnerabilidad. Yo sabía por experiencia que le quedaba mucho camino por recorrer. Y nunca volvería a ser la misma persona. Miré a Maite. Mi mujer había hecho un largo viaje, tanto de la niña que había sido como de la jovencita que era cuando la conocí. Ahora era más fuerte, también. Me alegraba verlo y no lo cambiaría por nada. Sólo me quedaba rezar para que esa fortaleza no terminara alejándola de mí.
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Mensaje por tamalevyrroni Lun Jun 20, 2016 11:34 am

***

Salí del estudio de James Cho como suponía, completamente derrotado. Aun así, me las arreglé para redimirme al final, derribando al excampeón de lucha libre en nuestro último combate de entrenamiento. Angus me esperaba en la calle, junto al Bentley. Abrió la puerta y me cogió la bolsa de deporte, pero no sonrió. En el asiento trasero, Lucky ladró en su transportín, asomando su ansiosa cara entre los barrotes.

Deteniéndome un momento antes de subir al coche, le sostuve la mirada a Angus. —Tengo información —dijo muy serio.

Debido a la búsqueda de los archivos de Hugh, estaba preparado para recibir malas noticias. —Hablaremos cuando lleguemos al ático —repuse.

—Sería mejor en su despacho.

—De acuerdo. —Me senté en el asiento trasero, frunciendo el ceño.

Cualquiera de los dos lugares era privado. Había sugerido que fuéramos a casa para que Maite pudiera estar conmigo, apoyándome, cuando Angus me informara de lo que tuviera que informarme. Sin embargo, el hecho de que él prefiriera el despacho sólo podía significar que no quería que Maite estuviera presente. ¿Qué tendría que decirme que era mejor que mi mujer no se enterara? Lucky dio una patada a la puerta del transportín, gimiendo suavemente. Distraído, la abrí y salió disparado, subiéndoseme en el regazo y echándose hacia atrás para lamerme la mandíbula. —Bueno, bueno. —Lo sujeté para que no se cayera de tan exaltado como estaba y ladeé la cabeza para evitar que me lamiera en la boca—. Yo también me alegro de verte.

Durante el trayecto, me dediqué a contemplar la ciudad mientras acariciaba con una mano aquel cuerpo suave y cálido. Nueva York ofrecía un paisaje muy diferente por la noche, con aquella combinación de oscuros callejones y rascacielos parpadeantes, estridentes fachadas de neón e íntimos restaurantes con terraza.

Con casi dos millones de personas viviendo en una isla de menos de sesenta kilómetros cuadrados, la privacidad era rara e imaginada. Las ventanas de los apartamentos estaban enfrentadas, con apenas distancia entre ellas. Era habitual que los cristales no se cubrieran, quedando así expuesta la vida privada de la gente a todo aquel que quisiera mirar. El telescopio era un objeto muy apreciado.

El neoyorquino vivía en una burbuja, ocupándose de sus asuntos con la esperanza de que los demás hicieran lo mismo. La otra opción era ser claustrofóbico, la antítesis del espíritu de libertad sobre el que se fundaba el Empire State. Llegamos al Crossfire y bajé del Bentley con Lucky. Angus entró por la puerta giratoria detrás de mí y cruzamos el vestíbulo en silencio. Los guardias de seguridad se levantaron al verme, saludándome rápidamente por mi nombre, mientras lanzaban miradas al pequeño cachorro que llevaba bajo el brazo. Sonreí para mis adentros al ver mi reflejo. Vestido con un pantalón de chándal y una camiseta, y el pelo húmedo de la ducha, dudaba que nadie que no estuviera enterado creyera que aquel edificio era de mi propiedad.

Subimos rápidamente en el ascensor y, a los pocos minutos de nuestra llegada, cruzábamos la oficina central de Cross Industries. La mayoría de los despachos y los cubículos estaban oscuros y vacíos, pero algunos empleados ambiciosos seguían aún trabajando, o carecían de motivos para irse a casa. Lo comprendía perfectamente. Hasta no hacía mucho, yo también pasaba más tiempo en la oficina que en el ático. Al entrar en mi despacho, encendí las luces y ajusté la opacidad de la pared acristalada. Luego me dirigí a la zona de estar y me acomodé en el sofá poniendo a Lucky sobre un cojín a mi lado. Fue en ese momento cuando me fijé en que Angus llevaba una carpeta de piel gastada. Arrimó un sillón a la mesa de centro y se sentó. Me miraba a los ojos. Se me hizo un nudo en la garganta al venírseme a la cabeza otra posibilidad. Angus parecía sombrío, excesivamente formal. —No vas a retirarte —me adelanté con la voz pastosa—. No pienso permitirlo.

Se me quedó mirando un momento y luego su expresión se suavizó. —Amigo, aún tendrá que aguantarme algún tiempo — replicó.

Me sentí tan aliviado que me hundí en el sofá con el corazón desbocado. Lucky, juguetón como siempre, me saltó al pecho. —¡Abajo! —le ordené, con lo que conseguí que se alborotara todavía más.

Lo puse en su sitio con una mano y, con un gesto de la cabeza, le indiqué a Angus que comenzara. —Recordará el dossier que compilamos cuando conoció a Maite —dijo.

Concentrado al oír el nombre de mi mujer, me puse derecho. —Por supuesto —asentí.

El recuerdo del día que conocí a Maite me vino de inmediato a la mente. Estaba ya sentado en la limusina, a punto de marcharnos. Ella había entrado en el edificio. La vi y sentí que me atraía. Incapaz de resistirme, le dije a Angus que esperara, volví a entrar y me encontré... persiguiendo a una mujer, algo que yo nunca había hecho. Se le cayó su tarjeta de identificación al verme, y yo se la recogí, fijándome en su nombre y en la compañía para la que trabajaba. Por la noche tenía ya una carpeta en el escritorio de mi casa con información confidencial sobre ella, algo que tampoco había hecho nunca por un mero interés sexual. De alguna forma, inconscientemente, supe que era mía. Supe que, por mucho que me engañara a mí mismo, aquella mujer iba a ser importante para mí. En los días que siguieron, el dossier aumentó, al incluir datos sobre los padres de Maite y a Cary, y luego a los abuelos paternos y maternos de Maite. —Tenemos contratado a un abogado en Austin —continuó Angus— para que nos envíe informes de cualquier actividad inusual de Harrison y Leah Tramell.

Los padres de Monica. A mí me daba igual que se hubieran distanciado de su hija y de su nieta. Menos familia con la que lidiar. Pero también era consciente de que, aunque no hubieran mostrado ningún interés en Maite como nieta ilegítima que era, podrían cambiar de opinión cuando el matrimonio de ella conmigo se hiciera público. —¿Qué han hecho?

—Han muerto —respondió bruscamente Angus, abriendo la carpeta—. Hace casi un mes.

Eso me dio que pensar. —Maite no lo sabe. Precisamente este fin de semana estuvimos hablando de las invitaciones de boda y salieron a colación. Supongo que Monica no cuenta con ellos.

—Fue ella quien escribió la nota necrológica que apareció en el periódico local. —Angus sacó una fotocopia y la puso encima de la mesa.

La cogí y le eché un rápido vistazo. Los Tramell habían muerto juntos, en un accidente de navegación durante unas vacaciones veraniegas. La foto que acompañaba la nota era de hacía varias décadas, con prendas y peinados que se remontaban a los años setenta. Formaban una atractiva pareja, bien vestida y con accesorios caros. Lo que no encajaba era el pelo; incluso en el blanco y negro del periódico se veía que ambos tenían el cabello oscuro. Leí la frase final: «Harrison y Leah dejan una hija, Monica, y dos nietos». Levanté la vista hacia Angus y repetí en voz alta: —¿Dos nietos? ¿Maite tiene un hermano?

Lucky consiguió zafarse de mi laxa sujeción y saltó al suelo. Angus respiró hondo. —Esa mención y la foto me llevaron a investigar más a fondo.

Sacó una fotografía y la dejó sobre la mesita. Le eché una mirada. —¿Quién es?

—Monica Tramell, que ahora se llama Monica Dieck.

Se me heló la sangre. La mujer de la foto era morena, como sus padres. Y no se parecía en absoluto ni a la Monica que yo conocía ni a mi mujer. —No entiendo nada.

—Todavía no he averiguado cuál es el nombre real de la madre de Maite, pero la verdadera Monica Tramell tenía un hermano llamado Jackson, que estuvo casado con Lauren Kittrie por poco tiempo.

—Lauren. —El segundo nombre de Maite—. ¿Qué sabemos de ella?

—De momento, nada, pero lo sabremos. Estamos investigando. Me pasé los dedos por el pelo. —¿Es posible que nos hayamos confundido de Tramell y hayamos investigado a la familia que no era?

—Qué va, amigo.

Me levanté y me acerqué al bar. Cogí dos vasos del estante y vertí dos dedos de whisky de malta Ardbeg Uigeadail en cada uno. —Stanton lo averiguaría todo sobre Monica, la madre de Maite, antes de casarse con ella.

—Usted no supo nada del pasado de Maite hasta que ella se lo contó —dijo.

Tenía razón. Los informes sobre los abusos a Maite, el aborto, las transcripciones judiciales, el acuerdo..., todo había sido meticulosamente ocultado. Cuando le pedí a Arash que redactara el acuerdo prenupcial, nos limitamos a verificar sus bienes personales y sus deudas, eso fue todo. La amaba. La deseaba. Nunca se me habría ocurrido dudar de ella. Stanton también amaba a su esposa. La fortuna personal de ésta, acumulada tras dos ventajosos divorcios, debió de servir para hacer frente a los problemas más acuciantes. Por lo demás, suponía que él y yo habíamos actuado de manera similar. ¿Por qué buscar problemas cuando todo indicaba que no había ninguno? El amor se empeñaba en no ver e idiotizaba a los hombres. Rodeé el bar y estuve a punto de tropezar con Lucky cuando de repente se puso delante de mí. —Benjamin Clancy es muy bueno —añadió Angus—. Jamás se le habría pasado algo así.

—Joder, a nosotros se nos ha pasado. —Me ventilé el whisky de un trago.

—La madre de Maite utilizó el nombre, la fecha de nacimiento y la historia familiar de Monica, pero nunca ha abierto una línea de crédito, que es como se descubren la mayoría de las identidades falsas. La cuenta bancaria que utiliza se estableció hace veinticinco años, y se trata de una cuenta empresarial con una identificación fiscal independiente.

Cuando la abrió, tuvo que aportar un número de la seguridad social, pero el mundo era un lugar muy diferente antes de internet. La enormidad del fraude casi escapaba a mi entendimiento. Si Angus tenía razón, la madre de Maite habría vivido más tiempo con la identidad de otra persona que con la suya propia. —Amigo, no hay rastro —repitió, dejando el whisky en la mesita sin tocar—. Ninguna miga de pan que seguir.

—Y ¿qué me dices de la auténtica Monica Tramell?

—Su marido lo controla todo. En ese sentido, ella es casi como si no existiera.

Bajé la mirada al cachorro, que me daba con la pata en la espinilla. —Maite no sabe nada de esto —dije con tristeza—. Me lo habría contado.

Pero incluso mientras lo decía, me pregunté cómo podría habérmelo dicho. Cómo se lo habría dicho yo, si estuviera en su lugar. ¿Podía guardar semejante secreto porque llevaba tanto tiempo viviendo una mentira que había llegado a creérsela? —Sí, William —dijo Angus, en voz baja y conciliadora. Él también se lo preguntaba. Era su trabajo hacerlo—. Ella lo ama de verdad, como no he visto nunca a una muchacha querer a un hombre.

Me arrellané en el sofá, noté el peso ligero de Lucky cuando se me subió encima. —Tengo que saber más. Tengo que saberlo todo. No puedo irle a Maite con esta clase de información a retazos.

—La tendrá —me prometió.

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Jun 20, 2016 12:32 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Jun 23, 2016 4:30 pm

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Mensaje por asturabril Jue Jun 23, 2016 6:42 pm

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Mensaje por SuenoLR Miér Jun 29, 2016 2:05 am

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Mensaje por EsperanzaLR Miér Jun 29, 2016 3:03 pm

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