Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON

por EsperanzaLR Mar Jul 19, 2016 1:11 pm

Joanita escribió:Siguelaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

Ahora sigo Joanita

por EsperanzaLR Mar Jul 19, 2016 1:14 pm

—Así que el mocoso éste decía la verdad.
—¿La verdad, señor?
—Que es usted el tutor de la hija de Darlington.
—La señorita Darlington es mi protegida. Así se estipulaba en el testamento de su
padre.
—¿Y usted accedió?
—No creo que pudiese haber hecho otra cosa.
—Un gesto de honor —replicó el hombre no sin cierta sorna—. Arthur lo admiraba
profundamente. Empiezo a preguntarme por qué.
Pues todo parecía señalar que Mayfield no estaba dispuesto a retractarse de sus
acusaciones. A pesar de sus propias razones personales para odiar a George
Darlington, William sintió que el insulto despertaba su ira. Si aquél era el modo en que
Mayfield se había comportado en el baile, su opinión de la reacción de Travener
empezaba a mejorar.
—Arthur era un magnífico soldado, señor —dijo— y lamento su muerte más de lo
que usted se imagina. Sin embargo, mi protegida nada tuvo que ver en todo aquello.
—Otro ardiente admirador de la señorita Darlington. Ya veo. Admito que mi
contacto con ella fue breve, pero, francamente, no pude admirar en ella los encantos
que pueden inspirar en ustedes tanta lealtad, caballeros. Pero ya que estamos aquí
reunidos…
Se giró y señaló con una mano el claro del bosque.
—Esto podría arreglarse sin tener que recurrir a la violencia —dijo William.
—¿Es que el señor Travener está dispuesto a disculparse?
El hombre miró directamente a Travener. La burla parecía de nuevo presente en
ellos, porque William vio enrojecer de nuevo las mejillas barbilampiñas de Travener.
—No lo está —contestó el joven.
El general sonrió.
—Lo mismo que yo, señor Travener. La sangre de esa mujer sigue ofendiéndome, lo
mismo que su presencia aquí esta mañana, mayor Sinclair.
William tenía bien poco que decir en su defensa, puesto que él mismo se estaba
cuestionando el sentido de su presencia, que parecía implicar su aprobación de lo
que estaba a punto de ocurrir.
—La señorita Darlington es mi protegida —dijo—. Una mujer de incuestionable
integridad y gran valor. Y usted la ha ofendido en público, señor.
—¿Está usted pensando en desafiarme también, Sinclair? ¿Acaso cree que, teniendo
en cuenta mi edad, harán falta dos malditos locos para hacer el trabajo? Porque, de
ser así, me halaga usted.
Dos malditos locos. Una descripción bastante aproximada.

por EsperanzaLR Mar Jul 19, 2016 1:17 pm

—Estoy aquí como simple observador, señor.
—Invitado por el señor Travener, no por mí. Y sin embargo, era usted amigo de
Arthur. O al menos eso creía él.
—Y así era. Sin embargo, no creo que honre usted su memoria con lo que le hizo a
la señorita Darlington.
—La memoria de Arthur es todo lo que me queda, mayor Sinclair, gracias al padre
de su protegida. Porque no me irá a negar precisamente usted la culpabilidad de
aquel bastardo en lo que ocurrió, ¿verdad?
William no podía defender las acciones de Darlington, independientemente de lo que
sintiera por Maite, lo cual constituía la mayor ironía del testamento de Darlington.
—Váyase a casa —le aconsejó Mayfield—. No preste su nombre a esta parodia. Su
reputación es demasiado elevada para quedar asociada con esta locura.
La tentación estaba allí. William sabía desde el principio que la opinión de Mayfield no
podía ser otra. Una parodia. Una locura. Dos malditos locos.
De nuevo el rostro de Anne se apareció ante sus ojos. Fue el rostro que había visto
el día que interpuso su cuerpo entre ella y la chusma que los atacaba, empujándola
contra la pared para protegerla. Habría dado su vida por ella sin dudarlo.
Y no es que su vida, irreparablemente menguada por la acción de su padre, valiese
gran cosa. Su elevada reputación, como Mayfield había dicho, sería un sacrificio de
mayor significado. Quizás fuese a aquella misma conclusión a la que Doyle, en su
simplicidad, había llegado sobre la suya propia. Fueran cuales fuesen los motivos de
Travener, William descubrió que no podía marcharse. Farsa o no, tendría que presencia
aquello hasta el final.
—Creo que mi reputación sobrevivirá al intento de amparar a mi protegida. Ella no
se merece su desdén, señor. Arthur habría admirado su valor y su sinceridad, lo
mismo que yo. No debería estar manchada por el deshonor que para siempre
quedará asociado al nombre de su padre, lo cual debería constituir en sí mismo
castigo suficiente para los sujetos de la calaña de Darlington. Por favor, no permita
que su cobardía se cobre otra víctima más.
Por un momento, los ojos del general parecieron dudar, pero cuando iba a
contestar, Travener, con la mirada puesta en el amanecer, lo interrumpió.
—El sol ha salido, caballeros. Es posible que se haya extendido el rumor de este
encuentro y creo que deberíamos comenzar antes de que pueda llegar el juez.
Mayfield miró a William un momento antes de volverse a Travener.
—La eterna impaciencia de la juventud. ¿Siempre tiene usted tantos deseos de
enfrentarse a la muerte, señor Travener?
—Siempre tengo los mismos deseos de enmendar un mal.
—¿Eso es lo que esto le parece?

por EsperanzaLR Mar Jul 19, 2016 1:22 pm

—Desde luego. Insultó usted a la señorita Darlington, a quien pretendo hacer mi
esposa. A menos, claro está, que esté usted dispuesto a disculparse con ella. En ese
caso, señor, le exijo que se disculpe en un lugar tan público como en el que la insultó.
Mayfield se echó a reír y su risa sonó oxidada, como si estuviera en desuso.
—Ni lo sueñe, muchacho. Terminemos con esto.
—Como desee.
Travener volvió a inclinarse y luego asintió en dirección a William. Cuando se
incorporó, descubrió que su mirada parecía divertida, pero antes de que William tuviese
ocasión de interpretar lo que vio, Doyle se alejó para acercarse al lugar en el que los
padrinos examinaban las armas.
—¿Murió bien mi hijo?
William se volvió al general y en su rostro vio el verdadero coste de la cobardía de
Darlington. La garganta le dolió al acudir a su cabeza los recuerdos que hacía ya
mucho había intentado enterrar en lo más hondo. Darlington había retenido a su
unidad mientras, ante sus propios ojos, los hombres de Ian eran barridos del campo
de batalla. Y muchos de ellos, como Arthur Mayfield, no eran sólo camaradas, sino
amigos. Amigos tan queridos como hermanos.
—Murió como un valiente, señor. Mucho más incluso de lo que usted pudiera
desear —le contestó con suavidad.
Los ojos negros se humedecieron de lágrimas. Después, asintió brevemente y se
acercó él también al grupo que examinaba las pistolas.
William se volvió hacia el sol, parpadeando varias veces para contener la emoción. Sus
vidas habían sido arañadas por la acción de un solo hombre. La de una hija a la que
no conoció. La de un oficial cuya vida quedó truncada por no querer él exponer la
suya. Un anciano cuyo único hijo sacrificó. Y un maldito loco, que nunca tendría a la
mujer que amaba. Dos malditos locos.
—…Muy sensible, señor. Le ruego que tenga cuidado.
El sonido de la voz de Travener lo devolvió de nuevo al centro del claro y entonces
se dio cuenta de que había estado rememorando los hechos de aquella batalla final
durante más tiempo del que había sido consciente. Los duelistas estaban ya
colocados en posición, las pistolas levantadas.
Inconscientemente, Ian contuvo la respiración. Se volvieron y Mayfield disparó
primero. La bala pasó de largo a la izquierda de Travener y fue a parar a uno de los
álamos. No se había hecho ningún daño y lo más probable era que Travener…
Pero no. En lugar de dar por concluido el duelo, Travener estaba bajando el arma
para apuntar directamente a su objetivo, que parecía ser el centro del pecho de
Mayfield.
El anciano parecía creer lo mismo, así que se irguió, dejando su pistola ya inútil
colgando de la mano. Tenía una sonrisa irónica dibujada en los labios y las cejas
enarcadas en una expresión arrogante. Y allí, paralizado por el valor y la dignidad, se
limitó a esperar.
William miró rápidamente a su oponente. Travener parecía decidido. Sus hermosos ojos
azules se habían vuelto fríos como el hielo y bajó la pistola hasta encararla con el
corazón del general.
Durante una eternidad no hubo movimiento alguno en el claro hasta que, en un
momento, por un mínimo cambio de postura, William supo que, a pesar de su promesa,
Travener iba a apretar el gatillo.
—¡Travener! —gritó, dando un paso hacia delante, hacia los dos hombres cuya
silueta se recortaba a la incipiente luz del sol.
La voz de William Sinclair no había perdido su inconfundible calidad de mando, algo
que al parecer Doyle Travener tampoco había olvidado.
Respondiendo ante él, el soldado se volvió hacia aquel que había gritado su nombre
y al hacerlo, la pistola que empuñaba se disparó prematuramente.

por Joanita Mar Jul 19, 2016 1:36 pm

Siguelaaaaaaaaaaaaa por favor!!!!!!!!!!!!

por asturabril Mar Jul 19, 2016 8:04 pm

Siguela porfavor I love you

por Joanita Miér Jul 20, 2016 5:36 am

Siguelaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:00 pm

asturabril escribió:Siguela porfavor

Ahora sigo mi Abril

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:06 pm

Joanita escribió:Siguelaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

Ahora sigo Joanita

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:11 pm

Capítulo 14
—Maldita sea…—masculló William, encogiéndose ante el último e interminable
movimiento de las pinzas del cirujano.
—Casi —murmuró el hombre sujetando con mano de hierro el antebrazo de Ian
mientras, con los fórceps, intentaba sacar la bala de Travener—. La tenía a la vista
y…
El gemido de William coincidió con la exclamación satisfecha del médico.
—¡Ya está! —suspiró, aliviado, mostrando la bala entre las palas del fórceps—. Casi
no ha habido daños—. Menos mal que no estaba más cerca.
El doctor McKinley se colocó al lado del cirujano a poner una gasa sobre la herida,
que había vuelto a sangrar y con una venda la sujetó fuertemente.
—La suerte del mayor Sinclair está bien documentada —dijo McKinley mientras
trabajaba.
—Ya veo —contestó el cirujano, examinando las cicatrices del pecho de William—.
¿Metralla?
—A granel.
—Mal asunto. La guerra fue una vez cosa de caballeros. Jinetes a caballo, Inglaterra,
por San Jorge y todo eso. Pero ahora…
El cirujano examinó con la mirada el pecho de William. Había dejado los fórceps y la
bala sobre una bandeja y usando las manos, con los dedos aún manchados de la
sangre de su paciente, tocó el trozo de metal que aún permanecía, claramente visible,
bajo la piel.
—Está alojado entre las costillas. Es usted afortunado. Si esto hubiera penetrado un
par de milímetros más, hoy no habríamos estado quitándole el recuerdo de lo de esta
mañana del brazo. Una suerte de mil demonios, diría yo.
—Los cirujanos del mayor Sinclair le han advertido que existe la posibilidad de que
ese fragmento se mueva y ponga en peligro el corazón.
El médico frunció el ceño, pensativo y volvió a tocar el abultamiento situado justo
encima del corazón.
—Teniendo en cuenta su posición yo no intentaría quitarlo. Seguramente sería más
peligroso intentar sacarlo que dejarlo donde está. Lo más probable es que el cartílago
termine por incorporarlo como suyo. Un recuerdo que está destinado a guardar, diría
yo, mayor Sinclair, le guste o no.
—¿Qué quiere decir eso del cartílago? —preguntó William.
—¿Alguna vez ha visto una cuña clavada en el tronco de un árbol? Con el paso de
los años, el tronco se cierra en torno al metal hasta que lo hace formar parte de la
madera misma.
—Pero no hay garantía de que eso ocurra —advirtió McKinley.
—Por supuesto. Como tampoco la hay de que no ocurra. Yo lo he visto.

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:17 pm

—¿Ah, sí? —preguntó William a McKinley.
—No personalmente.
—Pero… ¿es posible?
—Cualquier cosa es posible —contestó el médico—.Ya le dije en otra ocasión que
creo firmemente en la capacidad del cuerpo humano de curarse a sí mismo, siempre
que los matasanos no enredemos.
—¿Quiere guardar eso? —preguntó el cirujano, señalando con un gesto de la cabeza
la bala que acababa de extraerle—. Si no, ¿le importaría que me la quedase yo? Sé
que le parecerá un poco morboso, pero tengo una colección de balas de todos los
duelos a los que he sido llamado y pocas han quedado tan bien como ésta. Es usted
un hombre de suerte, mayor Sinclair, insisto.
El hombre sonrió, esperando su respuesta.
—Llévesela —dijo William.
—Gracias. Ya le enviaré la factura.
Se limpió las manos en un trapo sucio que había sacado de la bolsa que había
llevado consigo y después de bajarse las mangas, arrojó sin cuidado alguno el
instrumental que había utilizado al interior de la bolsa. La bala fue lo único que
cuidó más, envolviéndola en un trozo de tela que luego se guardó en el bolsillo.
—¿Pensó usted que iba a disparar al general? — preguntó William.
El cirujano lo miró, sorprendido.
—Por supuesto —contestó, como si no cupiera la menor duda. Luego se puso la
chaqueta, se inclinó respetuosamente ante su colega y ni William ni McKinley dijeron
nada hasta que hubo salido de la habitación.
—Supongo que no querrá explicarme cómo es que ha resultado herido en un duelo
en el que no participaba —dijo el médico.
—Pues no especialmente —contestó Ian.
—Me lo imaginaba. ¿Puedo preguntarle si tenía algo que ver su protegida?
Ian se rió.
—¿Está pensando en informar a mi hermano, doctor McKinley?
—Se lo pregunto por pura curiosidad. Es usted con mucho el paciente más
interesante que he tenido nunca, señor Sinclair y me gusta mantenerme al corriente
de sus aventuras. Y supongo que lo mismo le ocurrirá a su hermano. ¿Le ha hablado
ya de esto?
—No —contestó William, mirándose el cuidadoso vendaje que le había aplicado en el
brazo.
—Y tengo la impresión de que no piensa hacerlo.
—No —contestó, mirándolo y su mirada azul no le dejó a McKinley duda alguna de
cuál era su opinión al respecto.

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:26 pm

—En ese caso, le sugiero que se cuide bien. Ha recibido demasiados avisos del
destino últimamente. No sé qué probabilidades hay de que tantos accidentes y tan
peligrosos le ocurran a un solo hombre, especialmente a uno que dice vivir… ¿cuál
fue el término que utilizó usted? ¿Tranquilamente?
Hubo un corto silencio en el que McKinley se negó a apartar su mirada de William en
espera de una respuesta. Cuando la recibió fue, como poco, bastante oblicua.
—Supongo que será un alivio para usted saber que mi protegida ha vuelto a su
colegio.
—Una situación mucho más segura. ¿Se lo ha dicho ya a su hermano?
—Mi hermano y yo estamos en este momento… algo distanciados.
Se había preguntado si no debería restablecer la comunicación con su hermano ya
que Maite estaba en Fenton, pero no confiaba por completo en el arrepentimiento de
Daré de haberse inmiscuido en su vida.
—Comprendo —dijo McKinley—. En ese caso, espero por el bien del conde que ese
distanciamiento sea breve. Se preocupa mucho por usted.
—Gracias. Y gracias también por sus servicios de hoy. ¿Puedo preguntarle cómo
supo que lo necesitaba?
—Creo que el mayordomo de su casa ha recibido instrucciones de su hermano de ir
a buscarme cada vez que esté usted… indispuesto. Supongo que debió parecerle que
un disparo entraba en esa categoría.
McKinley recogió sus cosas y caminó hasta la puerta, pero antes de salir, miró a William
por encima del hombro.
—Ahora que me acuerdo, me pidió que le diera un recado. Se me había pasado.
—¿Daré?
—El mayordomo. Parece ser que hay un hombre abajo que insiste en que debe verlo
y que es urgente.
—¿Le ha dado Williams su nombre?
—Un tal Smythe, creo, lo cual no quiere decir mucho. Creo que me dijo que tenía
que ver con una propiedad.
—No me lo creo —dijo Ian, aún leyendo los documentos que el abogado le había
entregado.
El brazo le dolía una barbaridad. Williams lo había ayudado a ponerse una camisa
limpia y le había preparado un cabestrillo para que pudiese sujetarlo.
Teniendo en cuenta la clase de documento que estaba leyendo, se alegraba de que
McKinley no hubiese insistido en darle una dosis de láudano. Aun con la cabeza libre
de los efectos de la droga, le estaba costando un trabajo enorme asimilarlo.

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:28 pm

—Francamente, señor Sinclair, a nosotros también nos cuesta creerlo. Sin embargo,
le aseguro que la información que contienen esos documentos es correcta. Nos hemos
tomado muchas molestias en verificarlo antes de acudir a usted.
—Pero… ¿cómo es posible?
—¿Se refiere a qué fue lo que evitó que se jugase esto también?
Ian miró al señor Smythe. Desde luego, conocía bien a su cliente.
—Supongo que usted también se lo ha preguntado.
—Creemos que simplemente se olvidó de que lo poseía. Hace diez años, carecían
prácticamente de valor. La idea de usar gas para la iluminación era entonces una
mera especulación, pero era la clase de inversión que le gustaba a Darlington, por
supuesto. Cuanto mayor el riesgo, mayor la recompensa, creía él, si es que acababa
ganando, claro.
—Como parece ser el caso —contestó Ian, estudiando los documentos.
—Por suerte para su hija, no se acordó de que las poseía, o habrían pasado a mejor
vida, como todo lo demás.
—¿Qué valor tienen estas acciones hoy?
—Su valor ha aumentado mucho el último año y sigue subiendo. El gas ya se utiliza
como fuente de iluminación en las fábricas del norte y en las calles de esta ciudad.
—Con una idea aproximada me basta.
—El valor actual está reflejado en la tercera página, creo.
Y cuando Ian encontró el lugar que el señor Smythe le indicaba, levantó
rápidamente la mirada.
—¿Por acción?
El abogado asintió.
—¿Y Darlington tenía…?
Como tenía que manejarse con una sola mano, volvió con dificultad a la primera
página. Recordaba vagamente el número de acciones que el padre de Maite había
comprado hacía más de diez años.
—¡Dios todopoderoso! —exclamó, al encontrar la cantidad.
—Exacto —contestó Smythe, satisfecho con la sorpresa de Ian—. Su protegida es
una joven muy rica.
—Eso parece —contestó William, ausente. Estaba haciendo un cálculo mental para estar
seguro de no haberse equivocado.
—Y no creo que ocurra nada en breve que haga que el precio de esas acciones baje
—continuó el señor Smythe—. Más bien al contrario, en mi opinión.
—¿Quién sabe de esto?
—¿Perdón?

por EsperanzaLR Miér Jul 20, 2016 3:32 pm

—Quiero saber a quién le ha hablado usted de la fortuna de mi protegida —repitió
William pacientemente.
El abogado pareció sorprenderse de la pregunta.
—Temo no comprenderlo bien, señor Sinclair.
—Pues es muy sencillo. Me gustaría saber qué personas de su bufete han tenido
acceso a esta información.
—Mi asociado, por supuesto. Nuestro pasante, ya que fue él quien redactó estos
documentos. Pero no pretenderá usted mantener algo así en secreto, ¿verdad?
William no estaba seguro del tono empleado por el abogado. ¿Sospechaba de sus
motivos? Porque de ser así, le importaba un bledo. De saberse lo de la fortuna de
Maite, todos los truhanes del país intentarían cortejarla, a pesar del escándalo
asociado a su nombre.
—Me gustaría resguardar a mi protegida de las atenciones de aquéllos que sólo
estén interesados en esto —explicó, blandiendo los documentos.
—Comprendo su preocupación, por supuesto, pero me temo que… Con los planes
actuales de utilizar gas para iluminar todo Londres, los periódicos se harán eco de los
inversores de la empresa. Sería luchar contra molinos de viento intentar mantenerlo
en secreto, señor Sinclair. Sé que esto sólo servirá para que su trabajo sea aún más
difícil, pero me temo que no va a poder evitarlo. Una noticia como ésta saldrá a la
luz, más tarde o más temprano.
Seguramente tenía razón. Con aquella información, su tarea como tutor sería aún
mayor. No sólo tendría que protegerla a ella, sino también la fortuna que su padre le
había legado.
Lo cual supondría también una diferencia para los hombres de la alta sociedad.
Hombres que podrían ser buenos maridos. Hasta aquel momento, nadie excepto
Travener…
Nadie excepto Travener… que había vuelto de Portugal poco después de la muerte
de Darlington.
Lo cual podía no tener nada que ver con lo que el señor Smythe acababa de
descubrir. A pesar de decirse que debía ser justo, se encontró pensando en la posible
conexión de Travener con todo lo que había pasado desde que estaban en Londres.
Había aparecido allí, como por ensalmo, el día de la revuelta. También había estado
convenientemente presente la noche en que Mayfield había insultado públicamente a
Maite. Un encuentro por casualidad. Y sin embargo…
Se había preguntado en su momento cómo el general había reconocido a Maite
como la hija de Darlington. No se parecía a su padre en nada, ni en los rasgos de la
cara, ni en su físico, ni en el color del pelo. No había nada en ella que pudiera
relacionarla con Darlington y sin embargo, según le habían contado, Mayfield había
tropezado con Maite en un abarrotado salón de baile e inmediatamente la había
identificado.

por Joanita Miér Jul 20, 2016 6:08 pm

Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

por SuenoLR Jue Jul 21, 2016 3:10 am

Sique mi Kat

por Joanita Jue Jul 21, 2016 2:26 pm

Siguelaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 2:52 pm

Joanita escribió:Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa por favor! !!!!!!!

Ahora sigo Joanita

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 2:53 pm

SuenoLR escribió:
Sique mi Kat

Ahora sigo mi Tonia

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 2:59 pm

A menos que alguien se la hubiese señalado antes, pensó Ian con un escalofrío. ¿Se
la habría señalado alguien como la hija del hombre que había matado a su querido
hijo? Y de ser así, ¿con qué fin?
Casi inconscientemente, se llevó la mano a la herida del brazo, que le palpitaba con
el más mínimo movimiento. A McKinley le había llamado la atención la cantidad de
accidentes e infortunios que había venido padeciendo últimamente. Desde luego,
para ser alguien que deliberadamente había elegido llevar una vida tranquila, se
había encontrado en situaciones que no sólo eran potencialmente peligrosas…
Respiró hondo. Demasiadas situaciones no sólo peligrosas, sino extrañamente
sospechosas. Casi como si hubieran sido amañadas. Incluso aquella mañana, el
cambio de pistolas en el duelo le pareció irregular. No en sí mismo quizás, sino en el
contexto. Y desde luego en el contexto del resultado.
Tantos accidentes y tan peligrosos a un solo hombre…
—¿Señor Sinclair?
La voz de Smythe interrumpió el avance de sus pensamientos.
—Supongo que estará usted de acuerdo en que no debemos vender las acciones del
coronel. Bueno, de la señorita Darlington ahora, pero la capacidad de decisión en
asuntos financieros, siendo usted su tutor, recae por completo en sus manos.
Legalmente, por supuesto. Pero como abogado del padre de la señorita Darlington, le
aconsejaría que no…
—No pretendo vender. Lo que sí preciso determinar es quién sabe de esto —dijo,
señalando los documentos.
—¿Quién más? Sólo las personas que le he mencionado.
—¿Cómo ha sabido de esta inversión?
—Al revisar las pertenencias del coronel que nos llegaron directamente desde la
Península. Nuestro pasante encontró una carta en la que se hacía referencia a ellas y
cuando empezamos a investigar…
—Es decir, que alguien más podría haber leído esa carta. Alguien en el ejército,
quizás.
Smythe se encogió de hombros.
—Alguien tuvo que hacer su petate. Sería su asistente, supongo. O algún
subordinado, en cualquier caso. Podríamos hablar con el oficial al mando del coronel,
si es importante. Pero se llevaría su tiempo, aunque enviemos la solicitud por la
valija militar.
—Hágalo, por favor, señor Smythe. Podría ser importante.
—¿Usted cree? —preguntó el abogado con escepticismo—. En ese caso… así se
hará, señor Sinclair, si es su deseo.
William asintió mientras su pensamiento volaba. Y ya era hora, porque había estado
francamente lento en comprender lo que estaba pasando.

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 3:01 pm

Pero aquélla era la última pieza del rompecabezas que hacía encajar todo lo demás
en su sitio, de modo que hasta aquel momento no había tenido razones para
sospechar, aparte de sus propios celos. E incluso a la luz de todo aquello…
Miró los documentos que aún tenía en la mano, documentos que convertían a Maite
Darlington en una mujer increíblemente rica y de pronto tuvo la certeza, a pesar de
que aún no podía probar nada, de que no se equivocaba.
Los hombres desesperados adoptan medidas desesperadas y no podía haber nada
más desesperado que el asesinato que Travener había intentado aquella mañana. De
hecho, sólo se le ocurría una cosa que…
Aquella idea lo levantó de su sillón tan rápidamente, que dada la gran cantidad de
sangre que había perdido, la cabeza comenzó a darle vueltas. A tientas intentó
sujetarse en la mesa y los documentos cayeron al suelo.
—¡Señor Sinclair! —exclamó el abogado, asustado y rápidamente lo sujetó por un
brazo.
William movió la cabeza, intentando deshacerse del gran vacío gris que amenazaba con
tragarlo. Cuando levantó la mirada, Smythe lo observaba con preocupación.
—Averigüe quién se ocupó de recoger las pertenencias del coronel y cuando salga,
pídale a Williams que prepare el carruaje de mi hermano inmediatamente.
—Pero señor, no está usted en condiciones de…
—Realizar un viaje absolutamente necesario, se lo aseguro. De no ser así, no lo
haría.
Smythe tardó un poco en asentir.
—En ese caso, mayor Sinclair, rezaré para que llegue sin contratiempos a su
destino.
—Tienes una visita.
Maite apartó la mirada del paisaje que se contemplaba desde la ventana del
segundo piso para encontrarse con Margaret Rhodes de pie en el pasillo, mirándola.
En los días transcurridos desde su vuelta, Maite se había acostumbrado a ser
observada, al menos por las chicas que sabían de su breve estancia en Londres. No
estaba segura de por qué la encontraban de pronto tan interesante, pero fuera por lo
que fuese, bastaba para provocar incontables discusiones en los pasillos que se
silenciaban en cuanto la veían aparecer.
—No es el de la otra vez —añadió Margaret.
—No es mi tutor —aclaró Maite y los latidos de su corazón disminuyeron.
—Pero es un caballero. De lo mejorcito y aún más guapo que el anterior, si quieres
mi opinión.
Cuando se tiene la edad de Margaret y se vive en una institución únicamente
femenina, la visita de un guapo caballero es todo un evento que puede causar toda

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 3:07 pm

suerte de románticas especulaciones. Maite había sido culpable del mismo delito en el
pasado.
—Te está esperando en el salón de la señora Kemp.
—Gracias, Margaret —contestó, levantándose del alféizar de la ventana.
Tras las semanas pasadas en Londres, era más consciente del frío que se filtraba por
entre las piedras de Fenton y el sol de la tarde que entraba por los ventanales del
segundo piso era una tentación demasiado fuerte para resistirse a ella.
Pero las horas de soñar despierta no habían mejorado su aspecto. Se estiró la falda
intentando disimular las arrugas que había causado su postura en la ventana. Una
postura no muy femenina, le habría reprendido Elizabeth.
Aún más guapo que el anterior, pensó mientras seguía pasándose las manos por la
falda. ¿Daré? ¿Sería posible que su visita fuese el conde de Daré? ¿Y por qué razón
habría de hacer un viaje tan largo?
De nuevo su corazón empezó a latir desenfrenado, pero se contuvo al mirar con una
sonrisa a Margaret.
—¿Bajo contigo? —preguntó la niña.
—Estoy segura de que tienes que estudiar —le contestó— y sé muy bien dónde está
el salón, Margaret. Gracias por traerme el mensaje.
—¿Crees que será él?
—¿Cómo dices?
—El caballero del que estás enamorada. ¿Crees que será ése?
Maite podría haberle dado una docena de respuestas distintas. Seis meses antes, su
respuesta habría hecho reír a su audiencia, pero ahora…
—Crees que será él —corrigió la gramática de la niña—. Aunque no es asunto tuyo
de quién se trate, Margaret.
Y pasó al lado de la mensajera de la señora Kemp, con el mejor aire de digna
elegancia que Elizabeth le había enseñado.
—Señor Travener… qué alegría volver a verlo.
Maite se había detenido un instante antes de entrar en la sala para mirar la figura
alta y de buen porte que ocupaba el mismo rectángulo de sol del que ella había
estado disfrutando arriba. Y en cuanto reconoció de quién se trataba, se burló de la
emoción que la había hecho bajar casi corriendo por las escaleras.
Él se volvió y Maite supo inmediatamente que algo terrible había ocurrido. Su
expresión era… tortuosa. La única palabra que se le ocurrió.
Se acercó y tomó la mano que ella le había ofrecido sin pensar, pero en lugar de
acercársela a los labios, la retuvo entre las suyas un momento.
—Temo ser portador de malas noticias —dijo con suavidad.

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 3:09 pm

El corazón se le paró y la sangre se le congeló de pronto. Nunca había visto sus ojos
azules tan solemnes como en aquel momento.
—¿William?
Él asintió.
—¿Es que ha…? —comenzó, sin atreverse a pronunciar la palabra.
Travener no contestó. Se limitó a sostener su mano y a intentar descifrar su
expresión.
—Dígame qué pasa, por favor —le rogó—. ¿Es que ha muerto?
—Todavía no, pero… no esperan que pase de esta noche.
El mismo círculo de aislamiento que la rodeó cuando el general Mayfield le dio la
espalda volvió a formarse a su alrededor.
—Y ha sido culpa mía —añadió Travener.
Aquellas palabras angustiadas rompieron el muro de horror que las primeras
habían creado.
—¿Culpa suya? ¿Cómo es posible?
—Utilizamos mis pistolas. Las de Mayfield eran antiguas y estaban claramente
descuidadas. Inadecuadas para un duelo, se lo prometo. Los dos padrinos estuvieron
de acuerdo en el cambio. No hubo nada irregular.
—¿De qué está hablando?
No había entendido nada, pero las pocas palabras que había absorbido, duelo,
pistolas y Mayfield, sólo sirvieron para acrecentar sus temores.
De un movimiento brusco, soltó su mano y entrelazó las dos sobre la agonía que
sentía en el pecho para evitar que temblaran. Se había imaginado a William víctima de
una repentina enfermedad, pero las palabras de Travener parecían implicar otra cosa.
—De mi duelo con el general Mayfield. El Mayor Sinclair insistió en acompañarme
y cuando estaba a punto de disparar, gritó. Y cuando yo, naturalmente, me volví
hacia él… —hizo una pausa y movió apesadumbrado la cabeza—. Le juro, señorita
Darlington, que la pistola se disparó sola. Le había advertido al general sobre la
sensibilidad del gatillo, pero nunca me imaginé que…
—¿Usted le disparó? —preguntó, cuando por fin consiguió entender la enmarañada
explicación de Travener—. Estaba batiéndose con el general Mayfield y… ¿disparó a
William?
—Todo el mundo me ha asegurado que no soy responsable de ningún modo de lo
ocurrido, pero me temo que siempre cargaré con un tremendo sentimiento de culpa.
Sobre todo si…
«No esperan que pase de esta noche».
—Usted le disparó —repitió, incapaz de creerlo.

por EsperanzaLR Jue Jul 21, 2016 3:14 pm

Había tardado unos cuantos días en asimilar que las heridas de Ian eran culpa de su
padre. Si su tutor hubiera caído víctima de una enfermedad fatal, el sentimiento de
culpa la habría acompañado hasta el final de sus días. Pero aquella locura…
La idea de que su pretendiente rechazado, aquel Romeo enfermo de amor, hubiese
disparado a William, aunque hubiera sido por accidente, en un duelo al que se había
enfrentado por defender su honor, le resultaba increíble. E insoportable.
—Me sobresaltó. Me volví hacia él y la pistola se disparó. Tiene que comprender
que… le ruego que entienda que no…
—¿Por qué está aquí? —le preguntó, interrumpiendo unas excusas que no tenía
deseo de escuchar.
—Para llevarla conmigo a Londres, por supuesto. Pensé que desearía verlo antes de
que…
Y como ese deseo era una ardiente realidad, no tendría más remedio que permitir
que Doyle la llevase. El viejo carruaje del colegio no soportaría el viaje y aunque no
fuera así, tardaría mucho más en llegar que con el coche nuevo y rápido del señor
Travener. Y al parecer, no tenía un minuto que perder.
—¿Sería tan amable de explicarle a la señora Kemp lo ocurrido mientras yo recojo
mis cosas?
—Diga que me perdona, señorita Darlington. Sé que admiraba profundamente al
mayor Sinclair y no podría soportar que este desafortunado… accidente se
interpusiera entre nosotros.
Pero él era el responsable. Había desafiado al general cuando no tenía derecho a
hacer algo así en su nombre. Y aquel desafortunado accidente, como él lo llamaba,
había sido el resultado.
Deseaba poder decirle lo que pensaba de verdad, pero cuando pensó en las millas
que la separaban de Ian…
—Estoy segura de que no pretendía hacer daño a nadie —dijo, recordando la
lección de caridad que su tutor le había enseñado—.Y ahora, por favor, le ruego
que…
—Por supuesto —contestó Travener, aliviado.
Sus ojos azules parecían tan deseosos de complacer como los de las niñas más
pequeñas que estaban a su cargo. Y mientras lo veía alejarse apresuradamente para
informar a la señora Kemp, Maite descubrió que no lamentaba haberlo absuelto de
sus culpas.
Doyle Travener la llevaría a Londres tan rápido como fuese humanamente posible.
Y para conseguir algo así, estaba dispuesta a decirle de buen grado todas las mentiras
necesarias.

por Joanita Vie Jul 22, 2016 5:32 am

Siguelaaaaaaaaaa por favor!!!!!!!!!!!!!

por Contenido patrocinado