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WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire)

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Oct 25, 2015 10:59 am

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Mensaje por asturabril Dom Oct 25, 2015 5:39 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Oct 26, 2015 12:45 pm

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Mensaje por asturabril Lun Oct 26, 2015 8:33 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Mar Oct 27, 2015 12:23 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Miér Oct 28, 2015 12:18 pm

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Mensaje por asturabril Miér Oct 28, 2015 3:42 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 29, 2015 11:02 am

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Mensaje por asturabril Jue Oct 29, 2015 8:32 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 31, 2015 12:36 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Oct 31, 2015 12:43 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Nov 01, 2015 10:10 am

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Mensaje por tamalevyrroni Dom Nov 01, 2015 12:32 pm

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Mensaje por asturabril Dom Nov 01, 2015 3:56 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Nov 02, 2015 12:10 pm

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Mensaje por asturabril Lun Nov 02, 2015 5:09 pm

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Mensaje por SuenoLR Mar Nov 03, 2015 4:57 am

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Mensaje por EsperanzaLR Mar Nov 03, 2015 12:08 pm

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Mensaje por SuenoLR Miér Nov 04, 2015 4:38 am

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Mensaje por EsperanzaLR Miér Nov 04, 2015 11:19 am

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Mensaje por tamalevyrroni Miér Nov 04, 2015 12:33 pm

1

Miles de agujas de agua helada aguijoneaban mi piel caliente, los pinchazos ahuyentaban las sombras que aún persistían de una pesadilla que no podía recordar del todo.

Cerré los ojos y me sumergí bajo el chorro de la ducha, deseando que el temor y las náuseas que aún sentía desaparecieran por el desagüe que tenía a los pies. Noté un escalofrío y mis pensamientos viajaron hacia mi esposa. Mi ángel, que dormía tranquilamente en el apartamento de al lado. La deseé con desesperación, quería perderme dentro de ella y odié no poder hacerlo. No podía tenerla cerca. No podía arrastrar su exuberante cuerpo debajo del mío y sumergirme en él dejando que sus caricias espantaran mis recuerdos. —Joder.

Apoyé las manos sobre los fríos azulejos y absorbí la baja temperatura de aquel castigo en forma de diluvio hasta que penetró en mis huesos. Era un gilipollas y un egoísta.

Si hubiese sido mejor hombre, me habría alejado de Maite  Cross nada más verla.

Pero, en vez de ello, la convertí en mi esposa. Y habría querido que la noticia de nuestro matrimonio fuera divulgada en todos los medios conocidos por el hombre, en lugar de mantenerlo como un secreto entre unas cuantas personas. Y, lo que es peor, como no tenía intención de dejarla escapar, debería buscar el modo de compensar el hecho de que yo estaba tan jodido que ni siquiera podíamos dormir juntos en la misma habitación.

Me enjaboné, limpiándome rápidamente el sudor pegajoso con el que me había despertado. Pocos minutos después, salía del dormitorio, donde me había puesto unos pantalones de chándal antes de dirigirme a mi despacho de casa. No eran más que las siete de la mañana.

Había salido del apartamento que Maite compartía con su mejor amigo, Cary Taylor, apenas un par de horas antes para dejar que durmiera un poco antes de que tuviera que ir a trabajar. Habíamos pasado la noche juntos, ambos necesitados y hambrientos el uno del otro. Pero había habido también algo más, un deseo por parte de Maite que me carcomía y me inquietaba.

Algo preocupaba a mi esposa.

Dirigí la mirada hacia la ventana, hacia la vista de Manhattan al otro lado y, después, la posé sobre la pared donde colgaban fotografías de ella y de nosotros dos en el despacho de mi ático de la Quinta Avenida. Me imaginé el collage con claridad, pues en los últimos meses había pasado innumerables horas estudiándolo. Mirar la ciudad había sido antes el modo en que me encerraba en mi mundo. Ahora, lo conseguía mirando a Maite.

Me senté tras mi mesa, encendí el ordenador moviendo el ratón y respiré honda y lentamente cuando el rostro de mi mujer invadió la pantalla. No llevaba maquillaje en aquella fotografía del fondo de escritorio, y unas cuantas pecas claras sobre su nariz la hacían parecer más joven que sus veinticuatro años. Mis ojos se deslizaron por sus facciones: la curva de sus cejas, la claridad de sus ojos grises, sus labios carnosos. Durante los momentos que me permití pensar en ello, casi pude sentir aquellos labios sobre mi piel. Sus besos eran como una bendición, promesas de mi ángel que hacían que mi vida mereciera la pena.

Exhalé con determinación, levanté el teléfono y pulsé el número de marcación rápida de Raúl Huerta. A pesar de ser tan temprano, respondió rápidamente. —La señora Cross y Cary Taylor van hoy a San Diego —dije apretando la mano en un puño al pensarlo. No tenía que decir nada más.

—Entendido.

—Quiero una fotografía reciente de Anne Lucas y un informe detallado de dónde estuvo anoche sobre mi mesa a mediodía.

—Como muy tarde.

Colgué y me quedé mirando el cautivador y bello rostro de Maite. La había sorprendido en un momento en el que estaba contenta y desprevenida, un estado en el que yo quería que estuviera el resto de su vida. Pero la noche anterior ella se sentía angustiada por el posible encuentro con una mujer a la que yo había utilizado en el pasado. Hacía mucho tiempo que no veía a Anne, pero si ella era la responsable de algún agravio a mi mujer, volvería a verme. Y pronto.

Abrí mi bandeja de entrada y empecé a examinar mis e-mails y a redactar rápidas respuestas cuando era necesario mientras me iba acercando al asunto que había llamado mi atención en el momento en que abrí el correo. Sentí a Maite antes de verla.

Levanté la cabeza y las pulsaciones sobre el teclado se volvieron más lentas. Una repentina oleada de deseo aplacó la agitación que sentía cuando no estaba con ella.

Me recosté sobre el respaldo de mi sillón para apreciar mejor las vistas. —Te has levantado temprano, cielo.

Maite estaba en la puerta con las llaves en la mano, su pelo rubio sensualmente revuelto alrededor de los hombros, las mejillas y los labios hinchados por el sueño y las curvas de su cuerpo cubiertas por una camiseta y unos pantalones cortos. No llevaba sujetador, y sus tetas exuberantes se levantaban suavemente bajo el algodón acanalado. Menuda y hecha para que cualquier hombre cayera de rodillas ante ella, hacía a menudo referencia a lo distinta que era de las mujeres con las que me habían fotografiado anteriormente. —Te he echado de menos al despertarme —contestó con una voz ronca que siempre conseguía ponérmela dura—. ¿Cuánto tiempo llevas levantado?

—No mucho.

Empujé hacia adentro la bandeja del teclado para dejar espacio para ella sobre mi mesa.

Se acercó descalza seduciéndome sin ningún esfuerzo. Desde el primer momento que la vi supe que me haría pedazos. Aquella promesa estaba allí, en sus ojos y en su forma de moverse. A dondequiera que fuera, los hombres se quedaban mirándola. La deseaban. Igual que yo.

La agarré por la cintura cuando estuvo lo suficientemente cerca y la puse sobre mi regazo. Agaché la cabeza y le atrapé el pezón con la boca, tirando de él con chupadas largas y profundas. Oí cómo ahogaba un grito, noté que su cuerpo se sacudía por la sensación y sonreí para mis adentros. Podía hacer con ella lo que quisiera. Me había concedido ese derecho. Era el mayor regalo que me habían hecho jamás. —William. —Llevó las manos a mi pelo y lo revolvió.

Yo ya me sentía infinitamente mejor.

Levanté la cabeza, la besé y saboreé la canela de su pasta de dientes y el subyacente sabor que era sólo suyo. —¿Sí?

Me acarició la cara y me miró con ojos inquisitivos. —¿Has tenido otra pesadilla?

Dejé escapar una exhalación. Maite siempre me leía el pensamiento. No estaba seguro de poder acostumbrarme nunca a aquello.
Pasé la yema de mi dedo pulgar sobre el algodón húmedo de su pezón. —Preferiría hablar de los sueños eróticos que me estás inspirando ahora mismo.

—¿Sobre qué ha sido?

Apreté los labios ante su insistencia. —No lo recuerdo.

—William...

—Déjalo, cielo.

Se puso en tensión. —Sólo quiero ayudarte.

—Ya sabes cómo hacerlo.

—Obseso sexual —dijo con un resoplido.

La apreté contra mí. No podía encontrar las palabras para expresarle lo que sentía al tenerla en mis brazos, así que le acaricié el cuello con la nariz y respiré el adorado olor de su piel. —Campeón...

Había algo en el tono de su voz que me inquietó. Me eché hacia atrás despacio mientras mis ojos recorrían su rostro. —Dime.

—En cuanto a lo de San Diego... —Dejó caer los ojos y se mordió el labio inferior.

Yo me quedé inmóvil, esperando a ver adónde llevaba esa conversación. —Los Six-Ninths van a estar allí —dijo por fin.

No había tratado de ocultarme lo que yo ya sabía, lo cual era un alivio, pero me invadió una tensión distinta. —¿Me estás diciendo que eso supone un problema? —repuse tratando de mantener un tono de voz tranquilo, aunque sentía de todo menos calma.

—No, no es ningún problema —contestó ella con suavidad. Pero sus dedos se enredaban impacientes en mi pelo.

—No me mientas.

—No lo hago. —Respiró hondo y, a continuación, me
miró a los ojos —. Hay algo que no va bien. Estoy confundida.

—¿Con qué, exactamente?

—No te pongas así —dijo en voz baja—. No te pongas frío ni me rechaces.

—Vas a tener que perdonarme. Oír que mi mujer me dice que está confundida con respecto a otro hombre no me pone de muy buen humor.

Maite se levantó de mi regazo y yo la solté para poder mirarla, calibrarla, con cierta distancia entre los dos. —No sé cómo explicarlo.

Ignoré deliberadamente el nudo que sentía en el estómago. —Inténtalo —dije.

—Es sólo que... —Bajó la mirada y se mordió el labio inferior—. Hay algo... que no ha terminado.

Noté cómo mi pecho se endurecía y se calentaba. —¿Te pone cachonda, Maite?

Ella irguió la espalda. —No es eso.

—¿Es su voz? ¿Sus tatuajes? ¿Su polla mágica?

—Para. No resulta fácil hablar de esto. No lo hagas más difícil.
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Mensaje por tamalevyrroni Miér Nov 04, 2015 12:40 pm

—Para mí también es muy difícil, joder —espeté mientras me ponía de pie.

La examiné de la cabeza a los pies, deseando follármela y castigarla al mismo tiempo. Quería atarla, encerrarla, ponerla a salvo de cualquiera que pudiera alejarla de mí. —Te trató como a una mierda, Maite. ¿Lo has olvidado cuando has visto el videoclip de Rubia? ¿Hay algo que necesites que yo no te esté dando?

—No seas estúpido —replicó cruzando los brazos con una pose defensiva que me enfureció todavía más.

La necesitaba abierta y sumisa. La necesitaba por completo. Y había veces en las que me enfadaba ver lo mucho que ella significaba para mí. Era la única cosa que no podía imaginarme perder. Y me estaba diciendo la única cosa que no podía soportar oír. —Por favor, no te enfades por esto —susurró.

—Estoy siendo de lo más civilizado, teniendo en cuenta lo violento que me siento en este momento.

—William... —La culpa oscurecía sus ojos grises y las lágrimas brillaban.

Miré hacia otro lado.—¡No!

Pero Maite vio mi interior como siempre hacía. —No pretendía hacerte daño. —El diamante de su dedo anular, la muestra de que era mía, reflejó la luz y lanzó chispas multicolores sobre la pared—. No me gusta que te molestes y te enfades conmigo. A mí también me duele, William. No lo quiero a él. Te lo juro.

Desesperado, me acerqué a la ventana, tratando de buscar la calma que necesitaba para enfrentarme al peligro que representaba Brett Kline. Había hecho todo lo que había podido. Había pronunciado mis votos, le había puesto aquel anillo en el dedo. La había amarrado a mí de todos los modos posibles. Pero no era suficiente.

La ciudad se extendía ante mí, aunque la vista quedaba bloqueada por edificios más altos. Desde el ático de la Quinta Avenida, podía ver hasta varios kilómetros. Pero desde ese apartamento del Upper West Side que había ocupado al lado del de Maite, la vista quedaba limitada. No podía ver las infinitas franjas de calles invadidas por taxis amarillos ni la luz del sol que centelleaba desde las numerosas ventanas de los rascacielos.

Podría regalarle Nueva York a Maite. Podría regalarle el mundo. No podía amarla más de lo que ya lo hacía. Me obsesionaba. Y, sin embargo, un gilipollas de su pasado iba acercándose para echarme a un lado.

La recordé en brazos de Kline, besándolo con una desesperación que solamente debería sentir por mí. La posibilidad de que aún lo deseara hizo que me entraran ganas de romper algo.

Mis nudillos sobresalieron cuando apreté las manos en un puño. —¿Necesitamos ya un descanso? ¿Tomarnos un tiempo para que Kline pueda aclarar tu confusión? Quizá yo debería hacer lo mismo y ayudar a Corinne a aclararse también.

Al oír el nombre de mi antigua prometida, Maite cogió aire de forma temblorosa. —¿Estás hablando en serio? —repuso. Dejó pasar un horrible momento de silencio y al cabo añadió—: Felicidades, imbécil. Acabas de hacerme más daño del que nunca me has hecho.

Me volví a tiempo de ver cómo salía airadamente de la habitación, con la espalda rígida y en tensión. Las llaves que había utilizado para entrar estaban sobre mi mesa, y verlas allí hizo que se desencadenara mi desesperación. —Espera.

La agarré, pero ella trató de zafarse. Esa dinámica entre ambos ya me resultaba muy familiar: Maite echando a correr y yo saliendo en su busca. —¡Suéltame!

Cerré los ojos y apreté la cara contra la suya. —No voy a permitir que él te tenga.

—Estoy tan enfadada contigo ahora mismo que podría darte un puñetazo.

Deseé que lo hiciera. Deseaba sentir dolor. —Hazlo.

Agarró con fuerza mis brazos. —Suéltame, William —espetó.

Le di la vuelta y la acorralé contra la pared del pasillo. —¿Qué se supone que tengo que hacer cuando me dices que te sientes confundida con respecto a Brett Kline? Es como si estuviera colgando del borde de un precipicio y los dedos me estuvieran resbalando.

—Y ¿vas a tirar de mí para poder sujetarte? ¿Por qué no entiendes que no voy a marcharme a ningún sitio?

Me quedé mirándola mientras trataba de pensar en algo que decir que lo solucionara todo entre los dos. Su labio inferior empezó a temblar y yo... me deshice. —Dime cómo manejar esto —le pedí con voz ronca mientras rodeaba sus puños con las manos haciendo una suave presión—. Dime qué hacer.

—¿Quieres decir cómo manejarme a mí? —Echó los hombros hacia atrás—. Porque soy yo la que no está bien. Conocí a Brett en una época de mi vida en la que me odiaba a mí misma pero quería que los demás me quisieran. Ahora él está actuando del modo que yo quería que lo hiciera en aquel entonces y eso me está volviendo loca.

—Dios mío, Maite. —La apreté con más fuerza y eché el cuerpo sobre el de ella—. Y ¿se supone que no debo sentirme amenazado por eso?

—Se supone que debes confiar en mí. Te lo he contado porque no quería que hubiera malas vibraciones ni conclusiones erróneas. Quería ser sincera al respecto para que no te sintieras amenazado. Sé que hay cosas en mi cabeza que tengo que solucionar. Voy a ir a ver al doctor Travis este fin de semana para...

—¡Los psiquiatras no son la solución a todos los problemas!

—No me grites.

Contuve el deseo de golpear con el puño el yeso que había detrás de ella. La fe ciega de mi esposa en las propiedades curativas de la terapia me frustraban más que ninguna otra cosa. —No vamos a ir corriendo a un maldito médico cada vez que tengamos un problema. Este matrimonio lo componemos tú y yo. ¡No la maldita comunidad psiquiátrica!

Maite levantó el mentón y su mandíbula adoptó la inclinación decidida que tan loco me volvía. Nunca me daba nada a menos que mi polla estuviera dentro de ella. Después, me lo daba todo. —Puede que creas que tú no necesitas ayuda, campeón, pero sé que yo sí.

—Lo que yo necesito es a ti. —Cogí su cabeza entre mis manos—. Necesito a mi mujer. ¡Y necesito que ella piense en mí y en ningún otro tío!

—Estás haciendo que desee no haberte contado nada.
Mis labios se curvaron en un gesto de desprecio. —Sabía lo que sentías —repuse—. Lo había visto.

—Dios... Eres un loco celoso... —gimió en voz baja—. ¿Por qué no entiendes lo mucho que te quiero? Brett no es nada comparado contigo.

Nada. Pero la verdad es que no quiero estar contigo ahora mismo. Noté su resistencia, cómo trataba de apartarse de mí. Me aferré a ella como a un salvavidas. —¿No ves lo que me estás haciendo? —dije.

Ella se ablandó de pronto entre mis brazos. —No te entiendo, William. ¿Cómo puedes pulsar un interruptor y esconder tus sentimientos? Sabes lo que pienso de Corinne. ¿Cómo has podido restregármela por las narices de esa forma?

—Tú eres la razón por la que respiro. No puedo evitarlo. —Deslicé la boca por su mejilla—. No pienso en otra cosa más que en ti. Todo el día. Cada día. Todo lo que hago lo hago pensando en ti. No hay espacio para nadie más. Y me destroza ver que tú sí tienes espacio para él.

—No me estás escuchando.

—Simplemente, mantente alejada de él.

—Eso es evitar el problema, no solucionarlo. —Sus dedos se clavaron en mi cintura—. Estoy hecha pedazos, William, lo sabes. Y estoy volviendo a juntar todas mis piezas.

Yo la quería tal y como era. ¿Por qué no bastaba eso?

—Gracias a ti soy más fuerte de lo que nunca he sido —continuó—.Pero aún sigue habiendo grietas. Y, cuando las encuentre, voy a tener que descubrir qué fue lo que las causó y cómo volver a sellarlas. Para siempre.

—¿Qué coño significa eso? —Metí las manos por debajo de su camiseta buscando su piel desnuda.

Ella se puso rígida y me empujó para apartarme. —No, William.

Apreté la boca contra la suya. La levanté en el aire y la tumbé en el suelo. Ella se revolvía. —No luches contra mí —dije con un gruñido.

—No puedes hacer desaparecer nuestros problemas con un polvo.

—Sólo quiero follarte —repuse.

Enganché los pulgares en la cintura de sus pantalones cortos y se los bajé. Estaba deseando estar dentro de ella, poseerla, sentir que se rendía. Cualquier cosa con tal de ahogar la voz de mi cabeza que me decía que estaba jodido. Una vez más. Y, esta vez, no iba a perdonarme.

—Suéltame —me exigió encogiéndose sobre su vientre.

Mis brazos envolvieron sus caderas cuando trató de escabullirse. Podía hacer que me apartara como había aprendido a hacer. Podía hacer que parara con una palabra. La palabra de seguridad...

—Crossfire.

Se quedó inmóvil al oír mi voz, y esa única palabra expresó el desorden de emociones con los que Maite me había destrozado.

Fue en ese ojo del huracán cuando algo se rompió. Una calma feroz y conocida explotó en mi interior dejando en silencio el pánico que hacía que mi seguridad se tambaleara. Permanecí quieto mientras asimilaba la repentina ausencia de agitación. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sentido el vertiginoso cambio entre el caos y el control. Sólo Maite podía sacudirme con tanta fuerza, devolviéndome estrepitosamente a una época en la que yo había estado a merced de todo y de todos. —Vas a dejar de luchar contra mí —le dije con voz serena—. Y yo voy a pedirte disculpas.

Se quedó relajada entre mis brazos. Su sumisión fue total y rápida. Yo volvía a tener el control.

Tiré de ella hacia arriba y hacia atrás de modo que quedó sentada sobre mis piernas. Ella necesitaba que yo tuviera el control. Cuando yo vacilaba, ella se despistaba, y eso no hacía sino estremecerme más aún. Era un círculo vicioso y yo tenía que controlarlo con más fuerza. —Lo siento —dije. Sentía haberle hecho daño. Sentía haber perdido el control de la situación.

Estaba inquieto después de la pesadilla, algo que ella había intuido, y como me había soltado lo de Kline justo después no había tenido tiempo de volver a recomponerme.

Me encargaría de él. Ataría en corto a Maite. Punto. No había otra solución. —Necesito tu apoyo, William.

—Y yo necesito decirle que estás casada.

Maite apoyó la sien en mi mejilla. —Yo lo haré.
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WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire) - Página 2 Empty Re: WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Miér Nov 04, 2015 12:47 pm

La moví para que se sentara sobre mi regazo y me recosté contra la pared, meciéndola sobre mi cuerpo. Sus brazos rodearon mi cuello y mi mundo volvió a estar en orden.

Ella deslizó entonces la mano por mi pecho. —Campeón...

El tono de persuasión que había en su voz ya lo conocía bien. Se me puso dura al instante y empezó a hervirme la sangre. Someterse a mí excitaba a Maite, y esa reacción suya me encendió como ninguna otra cosa.

Metí la mano entre su pelo y agarré sus suaves mechones dorados mientras veía cómo sus ojos se entornaban al notar el suave tirón de mi mano. Estaba a mi merced, y eso le encantaba. Lo necesitaba tanto como yo.

Tomé su boca. Después, la tomé a ella.

***

Mientras Angus nos llevaba a Maite y a mí al trabajo, revisé mi agenda de citas y pensé en el vuelo de mi mujer de las ocho y media.

La miré. —Vas a ir a California en uno de nuestros aviones.

Ella iba mirando por la ventanilla del Bentley, observando la ciudad con su habitual interés entusiasta. Se volvió hacia mí.

Yo había nacido en Nueva York. Había crecido allí y en sus alrededores y, al final, había empezado a hacerla mía. Y, en algún momento también, había dejado de verla. No obstante, la fascinación y el deleite que Maite demostraba para con mi ciudad había hecho que yo volviera a mirarla. No observaba Nueva York con la misma intensidad que ella pero, aun así, la veía con nuevos ojos. —¿Sí? —me desafió, y su mirada mostró que sentía la misma atracción por mí.

Aquella mirada que parecía decir «Fóllame» me ponía siempre al límite. —Sí. —Cerré la funda de mi tableta—. Es más rápido, más cómodo y más seguro.

Sus labios se curvaron hacia arriba. —De acuerdo.

Aquel atisbo de risa provocadora hizo que deseara hacerle todo tipo de cosas malvadas y salvajes hasta dejarla completamente rendida. —Díselo a Cary —continuó mientras cruzaba las piernas y dejaba ver el borde de encaje de sus medias y un poco de la liga.

Llevaba una blusa roja sin mangas y una falda blanca con unos tacones de tiras. Un atuendo de lo más adecuado para ir a trabajar que hacía resaltar su cuerpo con una discreta sensualidad. Entre nosotros se levantaba un arco de electricidad, el reconocimiento instintivo de que estábamos hechos para encajar el uno en el otro a la perfección. —Pídeme que vaya contigo —dije. Odiaba pensar que estaría lejos de mí durante todo un fin de semana.

Su sonrisa desapareció de pronto. —No puedo. Si debo decirle a la gente que nos hemos casado, tengo que empezar por Cary. Y no podré hacerlo si tú estás presente. No quiero que sienta que lo he dejado fuera de la vida que estoy comenzando contigo.

—Yo tampoco quiero quedarme fuera.

Maite entrelazó los dedos con los míos. —Pasar un tiempo a solas con los amigos no hace que seamos menos pareja.

—Yo prefiero pasar el tiempo contigo —repuse—. Eres la persona más interesante que conozco.

Abrió unos ojos como platos y se me quedó mirando. Después, empezó a moverse, levantándose la falda y montando a horcajadas sobre mí antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía. Cogió mi cara entre las manos y apretó sus labios cubiertos de brillo contra los míos para besarme hasta dejarme sin sentido. —Ah... —gemí cuando se apartó jadeante. Mis dedos se flexionaron sobre la generosa curva de su precioso culo—. Hazlo otra vez.

—Ahora mismo me tienes muy cachonda —susurró limpiándome los labios con el dedo pulgar.

—Eso me gusta.

Su fuerte risa me sacudió por dentro. —Ahora mismo me siento estupendamente.

—¿Mejor que en el pasillo? —pregunté.

Su alegría era contagiosa. Si pudiera detener el tiempo, lo habría hecho en ese momento. —Ésa es una forma distinta de estar estupendamente. —Sus dedos golpetearon mis hombros. Se la veía radiante cuando estaba contenta. Y su deleite lo iluminaba todo a su alrededor. Incluso a mí—. Ése ha sido un gran cumplido, campeón. Sobre todo, viniendo nada menos que de William Cross. Conoces a personas fascinantes todos los días.

—Y ojalá desaparecieran para poder volver contigo.

Sus ojos resplandecieron. —Dios, te quiero tanto que me duele.

Las manos me temblaban y las hundí en la parte posterior de sus muslos para que no las viera. Mis ojos se movían de un lado a otro, tratando de aferrarse a algo que me sujetara.

Ojalá ella pudiera saber lo que provocaba en mí al pronunciar esas dos palabras.

Me abrazó. —Quiero que hagas algo por mí —murmuró.

—Lo que sea. Todo.

—Vamos a celebrar una fiesta.

—Genial. —Aproveché la oportunidad de poder cambiar de tema de conversación—. Yo pondré el columpio.

Maite se echó hacia atrás y me dio un golpe en el hombro. —Ese tipo de fiesta no, obseso sexual.

—Vaya rollo —dije con un suspiro.

Me miró con una sonrisa maliciosa. —¿Y si te prometo lo del columpio a cambio de la fiesta?

—Negociemos. —Me eché hacia atrás a mi vez mientras disfrutaba observándola—. Dime qué has pensado.

—Copas y amigos. Tuyos y míos.

—De acuerdo —asentí, y a continuación consideré las distintas posibilidades—. Veo tus copas y tus amigos y subo a un polvo rápido en algún rincón oscuro mientras tanto.

Su garganta se movió al tragar rápidamente y yo sonreí. Conocía muy bien a mi chica. Satisfacer su secreto exhibicionismo suponía para mí todo un giro de ciento ochenta grados y, aunque seguía sorprendiéndome cada vez que lo pensaba, no me importaba lo más mínimo. No había nada que yo no pudiera hacer por esos momentos en los que lo único que a ella le importaba era que mi polla la llenara por dentro.

—Sí que sabes regatear —dijo.

—Ésa es mi intención.

—Vale. —Se pasó la lengua por los labios—. Veo tu polvete y subo a una paja por debajo de la mesa.

La miré sorprendido. —Vestido —contraataqué.

El aire que había entre nosotros se llenó con algo parecido a un ronroneo. —Creo que necesitará considerarlo usted, señor Cross.
—Pues yo creo que va a tener que esforzarse usted más para convencerme, señora Cross.

Como siempre, Maite fue la negociación más estimulante del día.

***

Nos separamos en la planta veinte, donde bajó del ascensor para acceder al vestíbulo de Waters Field & Leaman. Yo estaba decidido a que Maite entrara en mi equipo y trabajara para mí. Era un objetivo para el que cada día diseñaba una estrategia.

Cuando llegué a mi despacho, mi ayudante ya estaba en su mesa. —Buenos días —me saludó Scott poniéndose de pie mientras yo me acercaba—. Han llamado hace unos minutos del Departamento de Relaciones Públicas. Al parecer, han recibido una inusual cantidad de consultas sobre el rumor de un compromiso entre usted y la señorita Tramell. Quieren saber qué deben responder.

—Deberían confirmarlo —contesté. Pasé por su lado y me dirigí al perchero que estaba en el rincón detrás de mi mesa.

—Enhorabuena —dijo él siguiéndome.

—Gracias.

Me quité la chaqueta con un movimiento de hombros y la colgué.

Cuando volví a mirarlo, estaba sonriendo.

Scott Reid se ocupaba de una gran cantidad de tareas con sumo sigilo, lo cual hacía que a menudo los demás lo subestimaran y pasara desapercibido. Más de una vez, su detallada observación de las personas había resultado ser extremadamente perspicaz, por lo que le pagaba más de lo que merecía su puesto para evitar que se marchara a otro lado. —La señorita Tramell y yo nos casaremos antes de que termine el año —le expliqué—. Cualquier entrevista o fotografía que pidan de cualquiera de nosotros deberá ser solicitada a través de Cross Industries. Y diles lo mismo a los de seguridad de abajo. Nadie puede ponerse en contacto con ella sin pasar antes por mí.

—Se lo diré. Por otro lado, el señor Madani quería que lo avisara cuando llegara. Quiere hablar unos minutos con usted antes de la reunión de esta mañana.

—Muy bien, estoy listo para cuando quiera.

—Genial —dijo Arash Madani entrando en el despacho—. Tiempo atrás, había días en los que estabas aquí antes de las siete. Te estás adormilando, Cross.

Lancé al abogado una mirada de advertencia, aunque sin el menor rastro de animosidad. Arash vivía para trabajar y era muy bueno en lo que hacía. Fue por eso por lo que se lo arrebaté a su anterior jefe. Era el abogado más duro que había visto y, durante todos esos años, no había cambiado lo más mínimo.

Hice una seña indicando las dos sillas que había delante de mi mesa y yo me senté en mi sillón mientras observaba cómo él hacía lo mismo. Su traje azul oscuro era sencillo pero estaba confeccionado a medida, y su ondulado cabello oscuro llevaba un corte preciso. En sus ojos castaños se veían su perspicacia y su inteligencia, y éstas se extendían a una sonrisa que expresaba más advertencia que saludo. Era un amigo además de un empleado, y yo valoraba su franqueza. —Hemos recibido una oferta respetable por el hotel de la calle Treinta y seis —dijo.

—¿Sí? —Una maraña de emociones hicieron que tardara un momento en contestar. El hotel que Maite tanto odiaba seguiría siendo un problema mientras yo lo tuviera en propiedad—. Eso es bueno.
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Mensaje por tamalevyrroni Miér Nov 04, 2015 12:49 pm

—Es curioso —respondió él de inmediato mientras apoyaba un tobillo sobre la rodilla contraria—, teniendo en cuenta lo lenta que es la recuperación del mercado. He tenido que excavar varias capas para saberlo.

El postor es una empresa subsidiaria de LanCorp. —Interesante.

—Arrogante, más bien. Landon sabe que la oferta siguiente está muy por debajo, unos diez millones. Mi recomendación es que saquemos esa propiedad del mercado y volvamos a reconsiderarlo dentro de uno o dos años.

—No. —Apoyé la espalda en mi sillón y rechacé la sugerencia con un movimiento de la mano—. Que se lo quede.

Arash parpadeó. —¿Me tomas el pelo? ¿Por qué tienes tanta prisa por deshacerte de ese hotel?

Porque no puedo seguir teniéndolo entre mis empresas sin hacerle daño a mi esposa». —Tengo mis razones —repuse.

—Eso es lo que dijiste cuando te aconsejé que lo vendieras hace unos años y, en lugar de ello, decidiste gastar varios millones en su remodelación. Un gasto que por fin acabas de amortizar. ¿Y ahora quieres librarte de él en una época en la que los mercados siguen estando inestables para vendérselo a un tío que quiere tu cabeza?

—Nunca es mal momento para vender inmuebles en Manhattan.

Y, desde luego, nunca es mal momento para deshacerse de un lugar al que Maite se refería como mi picadero. —Ha habido tiempos mejores, como bien sabes. Landon lo sabe. Si se lo vendes a él, sólo estarás animándolo.

—Bueno. Quizá así se ponga las pilas.

Ryan Landon tenía un interés personal. Yo no se lo echaba en cara. Mi padre había diezmado la fortuna de los Landon y Ryan quería que algún Cross pagara por ello. No se trataba del primer empresario ni del último que iba detrás de mí por culpa de mi padre, pero éste era el más tenaz. Y era lo suficientemente joven como para dedicarle mucho tiempo a dicha tarea.

Miré la fotografía de Maite que había sobre mi mesa. Todas las demás consideraciones ocupaban un segundo lugar. —Oye, se trata de tu negocio —dijo Arash levantando las manos con fingida rendición—. Yo sólo necesito saber si las reglas del juego han cambiado.

—Nada ha cambiado —aseguré.

—Si crees eso, Cross, es que estás más apartado del juego de lo que pensaba. Mientras Landon conspira para buscarte la ruina, tú estás descansando en la playa.

—Deja de patearme el culo por haberme tomado un fin de semana libre, Arash.

Lo haría otra vez en ese mismo momento. Los días que había pasado con Maite en los Outer Banks habían sido un puto sueño que jamás me había permitido tener.

Me puse de pie y me acerqué a la ventana. Las oficinas de LanCorp estaban en un rascacielos que había dos manzanas más arriba, y el despacho de Ryan Landon tenía unas vistas excelentes del edificio Crossfire. Imaginaba que pasaba más de un momento al día mirando mi despacho y planeando su siguiente movimiento. De vez en cuando, yo le devolvía la mirada y lo desafiaba para que se esforzara más.

Mi padre era un delincuente que había acabado con montones de vidas. Era también el hombre que me había enseñado a montar en bici y a pronunciar mi nombre con orgullo. Yo no podía salvar la reputación de Geoffrey Cross pero, desde luego, sí podía proteger lo que yo había construido de sus cenizas.

Arash se reunió conmigo junto a la ventana. —No voy a decir que no me escondería con una chica como Maite Tramell si pudiera, pero sí que tendría siempre a mano mi teléfono móvil. Sobre todo, en medio de negociaciones de alto riesgo.

Mientras recordaba el sabor del chocolate derretido sobre la piel de Maite, pensé que si un huracán hubiera empezado a arrancar el tejado no le habría prestado mayor atención. —Estás haciendo que empiece a sentir lástima por ti —repliqué.

—La adquisición de aquel software por parte de LanCorp te dejó varios años de retraso en investigación y desarrollo. Y eso ha hecho que ese tipo se vuelva arrogante.
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Mensaje por tamalevyrroni Miér Nov 04, 2015 12:56 pm

Eso era lo que hacía que le hirviera la sangre a Arash, que Landon se deleitara con su propio éxito. —Ese software no vale casi nada sin el hardware de PosIT —repuse.

Me miró. —¿Y?

—Mira el punto tres de la agenda.

Se puso delante de mí. —En mi copia dice «Asunto por determinar».
—Pues en la mía dice «PosIT». ¿Te parece una presa lo bastante buena?

—Joder.

En ese instante sonó el teléfono de mi escritorio, seguido de la voz de Scott que salía del altavoz. —Un par de cosas, señor Cross. La señorita Tramell está en la línea uno.

—Gracias, Scott. —Me dirigí al auricular con la emoción de la caza aún recorriendo mis venas. Si comprábamos PosIT, Landon volvería a la casilla de salida—. Cuando esté libre, necesito que me pongas con Victor Reyes.

—De acuerdo. Además, la señora Vidal está en la recepción — continuó, lo que me obligó a detenerme—. ¿Quiere que posponga la reunión de la mañana?

Miré a través de la pared de cristal que separaba mi despacho del resto de la planta, aunque no podía ver a mi madre desde esa distancia. Apreté las manos. Según el reloj de mi teléfono, tenía diez minutos libres y mi mujer estaba aguardando al teléfono. Sentí el deseo de que mi madre tuviera que esperar a que pudiera incluirla en mi agenda, no al revés. Pero lo deseché. —Dame veinte minutos —le dije—. Me ocuparé de las llamadas de la señorita Tramell y de Reyes y, después, puedes decirle a la señora Vidal que entre.
—Entendido.

Esperé a que sonara una vez. A continuación, cogí el teléfono y, rápidamente, pulsé el botón que parpadeaba.

2

—Cielo.

El impacto de la voz de William en mis sentidos fue tan contundente como lo había sido la primera vez que la oí. Refinada pero ronca y llena de sensualidad, me dejaba pasmada tanto en la oscuridad de mi dormitorio como por teléfono, cuando su rostro incomparablemente hermoso no podía distraerme. —Hola —dije acercando un poco más a la mesa mi sillón giratorio—. ¿Te pillo en mal momento?

—Siempre que me necesites, estaré aquí
Había algo en su voz que no estaba bien. —Puedo llamarte luego.

—Maite. —Su tono autoritario al pronunciar mi nombre hizo que se me encogieran los dedos de los pies dentro de mis Louboutin de tiras—. Dime qué necesitas.

«A ti», estuve a punto de responder, lo cual era casi una locura teniendo en cuenta que acababa de follarme hasta dejarme sin sentido tan sólo un par de horas antes..., después de haber estado haciéndolo durante casi toda la noche. —Necesito un favor —dije en vez de eso.

—Me encantará cuando tengas que devolvérmelo.

Mis hombros se liberaron de parte de la tensión acumulada. Me había herido al mencionar el nombre de Corinne del modo en que lo había hecho, y la discusión que había venido después seguía presente en mi cabeza. Sin embargo, tenía que dejarla a un lado, olvidarla. —¿Los de seguridad tienen la dirección postal de todos los empleados de Crossfire? —pregunté.

—Tienen copias de sus documentos de identidad. ¿Por qué?

—La recepcionista de aquí es amiga mía y lleva toda la semana de baja por enfermedad. Estoy preocupada por ella.

—Si lo que quieres es ir a su casa para ver cómo está, deberías pedirle su dirección.

—Lo haría si me devolviera las llamadas. —Pasé la punta del dedo por el borde de mi taza de café y me quedé mirando el conjunto de fotografías de William que decoraban mi escritorio. —¿Es que no os habláis?

—No, no nos hemos peleado ni nada de eso. No es propio de ella que no se ponga en contacto conmigo, sobre todo cuando está llamando todos los días al trabajo para decir que está enferma. Es una chica muy cariñosa..., ¿sabes de quién te hablo?

—No —contestó él con voz cansina—. No tengo ni idea.

Si hubiese sido otro hombre el que había dicho eso, habría pensado que estaba siendo sarcástico. Pero no William. No creo que hablara en realidad con las mujeres de un modo muy elocuente. Muchas veces se mostraba despistado cuando hablaba conmigo, como si el aprendizaje de sus dotes sociales no estuviera completo en lo que se refiere a tratar con el sexo opuesto. —Entonces, vas a tener que creer mis palabras, campeón. Sólo... quiero asegurarme de que está bien.

—Mi abogado está aquí mismo, pero no tengo por qué preguntarle si es legal que te dé la información que me pides para el fin que has dicho. Llama a Raúl. Él la encontrará.

—¿De verdad? —Una imagen de un experto en seguridad de pelo y ojos oscuros cruzó mi mente—. ¿Le parecerá bien?

—Cielo, se le paga para que le parezca bien todo.

—Ah —repuse jugueteando con mi bolígrafo.

Sabía que no debía incomodarme utilizar los recursos de William, pero me hacía sentir como si en nuestra relación la balanza se inclinara más hacia su lado. Aunque no creía que fuera a echármelo nunca en cara, tampoco creía que me viera como a una igual, y eso era muy importante para mí.

Se había ocupado él solo de asuntos de los que debería haberme ocupado yo, como el horrible vídeo de Sam Yimara en el que salíamos Brett y yo. Y de Nathan. —¿Cómo me pongo en contacto con él? —pregunté a pesar de ello.

—Te envío su número en un mensaje de texto.

—Vale. Gracias.

—Quiero que Angus, Raúl o yo mismo estemos contigo cuando vayas a verla.

—Eso resultaría un poco raro, ¿no crees?

Miré hacia el despacho de Mark para asegurarme de que mi jefe no me necesitaba para nada. Intentaba no hacer llamadas personales desde el trabajo, pero Megumi llevaba sin venir cuatro días seguidos y no me había devuelto ni una sola de mis llamadas ni de mis mensajes en todo ese tiempo.

—No me vengas con eso de que «es una cosa de chicas», Maite. En esto tienes que darme algo a cambio.

Entendí a qué se refería. Estaba preocupado por mi viaje a San Diego y estaba dejándolo pasar. A cambio, yo tendría que ceder un poco en lo demás. —Vale, vale. Si no está de vuelta en la oficina el lunes, ya veremos lo que hacemos.

—Bien. ¿Algo más?

—No. Eso es todo. —Mis ojos volvieron a una foto de él y sentí una punzada de dolor en el corazón, como siempre que lo miraba—. Gracias. Espero que pases un día estupendo. Te quiero con locura, ¿sabes? Y no, no espero que tú vayas a decirme lo mismo si tu abogado está ahí contigo.

—Maite. —Había un tono de dolor en su voz que me emocionó más de lo que las palabras podrían haberlo hecho—. Ven a verme cuando salgas del trabajo.

—Claro. No olvides llamar a Cary para lo de tu avión.

—Eso está hecho.

Colgué y apoyé la espalda en la silla. —Buenos días, Maite.

Me volví y vi a Christine Field, la presidenta ejecutiva. —Buenos días.
—Quería felicitarte de nuevo por tu compromiso. —Sus ojos pasaron por encima de mi hombro en dirección a las fotografías enmarcadas que tenía detrás de mí—. Lo siento, no sabía que William Cross y tú estabais saliendo.

—No pasa nada. Trato de no hablar de mi vida privada en el trabajo. Aunque lo había dicho en un tono despreocupado, pues no quería contrariar a una de las socias de la empresa, esperaba que Christine pillara la indirecta. William era el centro de mi vida, pero necesitaba que algunas partes de ella me pertenecieran sólo a mí.

Se rio. —Eso está muy bien. Pero demuestra que no estoy muy atenta a lo que pasa por aquí.

—Dudo que se esté perdiendo nada importante.

—¿Eres tú el motivo por el que Cross ha acudido a nosotros para la campaña de Vodka Kingsman?

Hice una mueca de dolor para mis adentros. Por supuesto, debía de pensar que yo le había recomendado mi jefe a mi novio, pues debía de suponer que William y yo llevábamos saliendo el tiempo suficiente como para que la noticia del compromiso tuviera lógica. Decirle que yo llevaba trabajando en Waters Field & Leaman más tiempo del que llevaba con William, cuando me habían contratado apenas dos meses antes, daría pie a especulaciones que no quería que circularan.

Y, lo que es peor, estaba bastante segura de que William sí había utilizado la campaña del vodka como excusa para atraerme a su mundo tal y como él quería. Eso no significaba que Mark no hubiera hecho un trabajo fenomenal en la licitación. Yo no quería que mi relación con William restara importancia a mi jefe y a sus logros. —El señor Cross acudió a la agencia por su cuenta —contesté ciñéndome a la verdad—. Y fue una muy buena decisión. Mark estuvo genial en la presentación.

Christine asintió. —Así fue. Bueno, te dejo para que sigas trabajando. Por cierto, Mark también ha estado elogiando tus virtudes. Nos alegra tenerte en nuestro equipo.

Conseguí responder con una sonrisa, aunque mi día había tenido un comienzo difícil. Primero, William me había hecho tambalear con su mierda sobre Corinne. Después, había visto que Megumi seguía de baja. Y ahora descubría que me trataban de un modo diferente en el trabajo porque mi nombre estaba unido al de William de una forma muy significativa.

Abrí mi bandeja de entrada y empecé a revisar el correo electrónico. Sabía que William quería que yo sintiera lo mismo que él estaba sintiendo, así que había utilizado a Corinne en mi contra. Yo era consciente de que hablar de Brett iba a suponer un problema y por ese motivo lo había ido aplazando, pero no albergaba segundas intenciones cuando había hablado de él ni cuando lo había besado. Le había hecho daño a William, sí, pero podía decir con toda sinceridad que no lo había hecho de forma consciente.

Por otra parte, él sí había tenido intención de hacerme daño. Yo no me había dado cuenta de que era capaz de hacerlo ni de desear hacerlo. Algo importante había cambiado entre nosotros esa mañana. Y sentí como si un pilar de nuestra confianza estuviera tambaleándose. ¿Era él consciente de ello? ¿Entendía lo importante que era ese problema?

El teléfono de mi mesa sonó y respondí con mi saludo habitual. —¿Cuánto tiempo ibas a esperar hasta contarme lo de tu compromiso?

Un suspiro escapó de mis labios antes de que pudiera controlarlo. Estaba claro que mi viernes se estaba poniendo cada vez más difícil. —Hola, mamá. Iba a llamarte durante el almuerzo.

—¡Anoche lo sabías! —me acusó—. ¿Te lo pidió de camino a la cena? Porque no dijiste nada de ningún compromiso cuando hablamos de que él fuera a pedirle permiso a tu padre o a Richard. Vi el anillo en el restaurante Cirpiani’s y estuve segura, pero como no dijiste nada, no insistí, ya que últimamente has estado muy susceptible. Y...
—Y últimamente tú has estado infringiendo la ley —respondí.

—... William también llevaba anillo, así que se me ocurrió que quizá se trataba de una especie de promesa o algo parecido...

—Lo es.

—... ¡Y luego leo lo de tu compromiso en internet! De verdad, Maite. ¡Ninguna madre debería descubrir por internet que su hija se va a casar!

Me quedé mirando la pantalla sin expresión alguna. —¿Qué? ¿En internet?... ¿Dónde?

—¡Elige! Page Six, Huffington Post... Y deja que te diga de nuevo que es imposible preparar una boda en condiciones antes de final de año.

Mi alerta diaria de Google no había llegado aún a mi bandeja de entrada, así que hice una búsqueda rápida, tecleando a tanta velocidad que incluso escribí mal mi nombre. No importó.

La conocida Maite Tramell ha conseguido el premio gordo, aunque no literalmente hablando, claro está. El empresario multimillonario William Cross, cuyo nombre es sinónimo de exceso y lujos, no elegiría otra cosa que no fuese platino para introducirlo en el dedo de la mujer que llevará su apellido (véase fotografía izquierda). Una fuente de Cross Industries ha confirmado el valor del enorme pedrusco que Tramell luce en la mano izquierda. No ha habido declaraciones en cuanto al anillo que se le ha visto llevar a Cross (foto derecha). Está previsto que la boda se celebre antes de final de año. Tenemos que preguntarnos a qué vienen tantas prisas. Acaba de dar comienzo la operación Vigilancia del Embarazo de WillMai.

—¡Dios mío! —susurré horrorizada—. Tengo que dejarte. Debo llamar a papá.

—¡Maite! Tienes que venir aquí después del trabajo. Tenemos que hablar de la boda.

Por suerte, mi padre estaba en la costa Oeste, lo cual me daba al menos tres horas, dependiendo de su horario de trabajo. —No puedo. Me voy a San Diego este fin de semana con Cary — repuse.

—Creo que vas a tener que aplazar todos tus viajes durante una temporada. Tienes que..

—Empieza sin mí, mamá —contesté desesperada mientras miraba el reloj—. No tengo pensado nada en especial.

No puedes estar hablando en seri...

—Te dejo. Tengo que trabajar.

Colgué y, a continuación, abrí el cajón de la mesa donde guardaba mi móvil. —Hola. —Mark Garrity se apoyó sobre el borde de mi cubículo y me ofreció una de sus encantadoras sonrisas ladeadas—. ¿Lista para la acción?

—Eh...

Mi dedo se detuvo sobre el botón de casa de mi teléfono. Me debatía entre hacer aquello por lo que me pagaban, trabajar, y asegurarme de que mi padre se enteraba de la noticia de mi compromiso por mí. Normalmente, la elección no habría supuesto ningún dilema. Me gustaba demasiado mi trabajo como para ponerlo en peligro holgazaneando. Pero mi padre había estado muy bajo de ánimos desde que se había liado con mi madre y estaba preocupada por él. No era del tipo de hombres que se tomaran a la ligera el hecho de acostarse con una mujer casada, aunque estuviera enamorado de ella.

Volví a dejar el teléfono en el cajón. —Por supuesto —respondí apartándome de la mesa y cogiendo mi tableta.

Cuando me acomodé en mi asiento de siempre delante de la mesa de Mark, le envié a mi padre un mensaje desde la tableta en el que le decía que tenía que contarle algo importante y que lo llamaría a mediodía. Aquello era lo mejor que podía hacer. Esperaba que fuera suficiente.
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