Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:25 pm

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Si uno ha tocado el cielo con las manos, es imposible conformarse con menos, y para Maite Tramell y William Cross, el miedo a que su maravillosa relación se pueda truncar sería comparable a sufrir el infierno en la tierra. Las consecuencias del inconfesable acto que han cometido pueden ser terribles para los dos amantes que, cuando se miran a los ojos, sólo desean que todo vuelva a ser como antes.

Cuando William Cross prometió a Maite Tramell que cuidaría de ella y la protegería de todo peligro, ninguno de los dos imaginaba que algún día tendría que llevar esa promesa hasta sus últimas consecuencias. Pero el hermanastro de Maite, el mismo que abusó sexualmente de ella años atrás, apareció de nuevo para amenazar sus vidas, como un siniestro fantasma del pasado, y no hubo más remedio que eliminar el problema de raíz. William tuvo que cometer un crimen para proteger a su gran y único amor…

A pesar de que lo planeó hasta el último detalle para asegurarse de no dejar ninguna pista que lo incriminara, un puente de desconfianza se ha tendido entre la pareja, que se ha visto obligada a aparentar que su relación ha terminado para no levantar sospechas. Una prueba excesivamente dura para Maite, que estaba empezando a acostumbrarse a la relación de confianza y atracción mutua que había nacido a partir de una aventura de incontrolable deseo. Sin embargo, una nueva amenaza se cierne ahora sobre los dos amantes: a pesar del cuidado con el que ha obrado el astuto y poderoso William Cross, puede que algo haya escapado a su control. La prensa, la policía y la propia familia de Maite pueden acabar destruyendo lo que con tanto esfuerzo, lágrimas y pasión han construido entre ambos.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:33 pm

1

Los taxistas de Nueva York son una casta especial. Audaces hasta el extremo, conducen a toda pastilla y zigzaguean con brusquedad por calles abarrotadas con una calma antinatural. Para no perder la cordura, había aprendido a centrarme en la pantalla de mi smartphone en vez de en los coches que pasaban veloces a escasos centímetros. Siempre que cometía el error de levantar la vista, terminaba con el pie derecho clavado en el suelo, como si instintivamente quisiera pisar el freno. Pero, por una vez, no me hacía falta ninguna distracción. Estaba pegajosa de sudor tras una intensa clase de Krav Maga, y la cabeza me daba vueltas pensando en lo que había hecho el hombre al que amaba.



William Cross. Sólo pensar en ese nombre me provocaba una ardiente llamarada de anhelo por todo mi ejercitado cuerpo. Desde el primer momento en que le vi —desde que vi a través de su increíble y bellísimo exterior al oscuro y peligroso hombre que llevaba dentro— había sentido esa atracción que procedía de haber encontrado la otra mitad de mí misma. Le necesitaba como necesitaba que me latiera el corazón, pero se había expuesto demasiado, lo había arriesgado todo... por mí.



El estruendo de un claxon me devolvió bruscamente a la realidad.



Por el parabrisas, vi la sonrisa de felicidad de mi compañero de piso dirigiéndose a mí desde la cartelera publicitaria del lateral de un autobús. Los labios de Cary Taylor esbozaban una insinuante curva y su largo y macizo cuerpo bloqueaba el cruce. El taxista no dejaba de tocar el claxon, como si eso fuera a despejar el camino.



Ni en broma. Cary no se movía y yo tampoco. Estaba tumbado de lado, desnudo de cintura para arriba y descalzo, con los vaqueros desabrochados para enseñar la cinturilla del calzoncillo y las elegantes líneas de sus marcados abdominales. Estaba muy sexy, con el pelo castaño oscuro todo revuelto y aquella mirada pícara de sus ojos verde esmeralda.



De repente caí en la cuenta de que tendría que ocultarle un terrible secreto a mi mejor amigo. Cary era mi guía, la voz de la razón, el hombro en el que prefería apoyarme, y un hermano para mí en todo lo importante de la vida. Me desagradaba la idea de tener que guardarme lo que William había hecho por mí.



Me moría por hablar de ello, por que alguien me ayudara a entenderlo, pero nunca podría decírselo a nadie. Incluso nuestro terapeuta podría verse ética y legalmente obligado a romper la confidencialidad.



Apareció un fornido agente de tráfico que llevaba chaleco reflectante e instó al autobús a que circulara por su carril con una autoritaria mano enguantada de blanco y un grito que no dejaba lugar a dudas. Nos hizo señas de que prosiguiéramos justo antes de que cambiara el semáforo. Me eché hacia atrás, abrazándome la cintura, balanceándome.



El trayecto desde el ático de William en la Quinta Avenida hasta mi apartamento en el Upper West Side era corto, pero se me estaba haciendo eterno. La información que la detective Shelley Graves, del Departamento de Policía de Nueva York, me había comunicado hacía apenas unas horas me había cambiado la vida. También me había obligado a abandonar a la persona con la que necesitaba estar.



Había dejado a William porque no podía fiarme de los motivos de Graves. No podía correr el riesgo de que me hubiera contado sus sospechas sólo para ver si volvería con él y probar que su ruptura conmigo era una mentira bien urdida.



¡Dios santo! Era tal el torrente de sentimientos que el corazón me latía desbocado.



Ahora William me necesitaba tanto como yo a él, si no más, pero me había marchado. El desconsuelo que se le veía en los ojos cuando las puertas de su ascensor privado se interpusieron entre nosotros me había desgarrado las entrañas.


William.



El taxi dobló la esquina y se detuvo delante de mi apartamento. El portero de noche abrió la puerta del coche antes de que pudiera decirle al conductor que diera la vuelta, y el aire pegajoso de agosto sustituyó enseguida al acondicionado.



—Buenas tardes, señorita Tramell. —El portero acompañó el saludo con un ligero toque del ala del sombrero y esperó pacientemente mientras pasaba mi tarjeta de débito por el lector electrónico. Cuando terminé de pagar, acepté su ayuda para salir del taxi y noté que se fijaba, con discreción, en que tenía la cara manchada de lágrimas.



Sonriendo como si todo me fuera de maravilla, entré deprisa en el vestíbulo y me fui derecha al ascensor, tras un breve saludo al personal de recepción.



—¡Maite!



Al volver la cabeza, vi que, en la zona de descanso, se ponía de pie una esbelta morena vestida con un elegante conjunto de falda y blusa. Su oscura y ondulada melena le llegaba a los hombros y una sonrisa embellecía sus carnosos labios, que eran de un rosa brillante. Fruncí el ceño, pues no la conocía.



—¿Sí? —contesté, súbitamente recelosa. Había un destello de rapacidad en aquellos ojos oscuros que me mosqueó. A pesar de lo hecha polvo que me sentía, y con toda probabilidad también lo parecía, me puse derecha y la miré directamente.



—Deanna Johnson —se presentó, tendiendo una mano muy cuidada—. Reportera independiente.



Arqueé una ceja.—Hola.



Ella se echó a reír.—No hace falta que seas tan suspicaz. Sólo quiero hablar contigo unos minutos. Estoy trabajando en un reportaje y me vendría bien tu ayuda.



—Sin ánimo de ofender, pero no se me ocurre nada de lo que quiera hablar con una reportera.



—¿Ni siquiera de William Cross?



Se me erizaron los pelos de la nuca.—De él menos aún.



William, uno de los veinticinco hombres más ricos del mundo, con una cartera de bienes inmuebles en Nueva York tan extensa que dejaba alucinado a cualquiera, siempre era noticia; por lo tanto, también lo era el que me hubiera dejado y vuelto con su antigua novia.



Deanna cruzó los brazos, movimiento que le acentuó el escote, algo en lo que me fijé sólo porque volví a mirarla con más atención.—Vamos —insistió—. Te dejaré en el anonimato, Maite. No utilizaré nada que te identifique. Aprovecha la oportunidad de tomarte la revancha.



Sentí un peso en el estómago. Aquella mujer era exactamente el tipo de William: alta, delgada, de pelo oscuro y piel morena. Nada que ver conmigo.—¿Estás segura de que quieres ir por ese camino?—pregunté calmadamente, convencida de que había follado con mi novio en algún momento del pasado—. Yo que tú no le cabrearía.



—¿Le tienes miedo? —me soltó—. Yo no. El que tenga dinero no le da derecho a hacer lo que le venga en gana.



Tomé aliento lenta y profundamente y recordé que el doctor Terrence Lucas —otra persona que discrepaba con William— me había dicho algo parecido. Ahora que sabía de lo que William era capaz, de hasta dónde llegaría por protegerme, aún podía responder sinceramente y sin reservas:—No, no le tengo miedo. Pero he aprendido a elegir qué batallas quiero librar.Seguir adelante es la mejor revancha.



Ella alzó el mentón.—No todos tenemos a una estrella del rock esperando entre bastidores.

—Lo que sea. —Suspiré para mis adentros cuando mencionó a mi ex, Brett Kline, que era el líder de un grupo musical en ascenso y uno de los hombres más sexys que había conocido. Al igual que William, irradiaba atractivo sexual como ola de calor. A diferencia de William, él no era el amor de mi vida. Nunca más volvería a tirarme a esa piscina.



—Mira —Deanna sacó una tarjeta profesional de un bolsillo de la falda—, pronto entenderás que William Cross te utilizaba para poner celosa a Corinne Giroux y, de ese modo, conseguir que volviera con él. Cuando bajes de las nubes, llámame. Estaré esperando.



Acepté la tarjeta.—¿Por qué crees que sé algo que merezca la pena contar?



Afinó sus exuberantes labios.—Porque cualquiera que fuese el motivo de Cross para liarse contigo, has hecho mella en él. El hombre de hielo se ha derretido un poco por ti.



—Es posible, pero se ha terminado.



—Eso no significa que no sepas alguna cosa, Maite. Yo puedo ayudarte a comprender lo que es de interés periodístico.



—¿Qué enfoque piensas darle? —Ni en sueños iba a cruzarme de brazos mientras alguien ponía a William en su punto de mira. Si ella estaba decidida a convertirse en una amenaza para él, yo lo estaba a interponerme en su camino.



Ese hombre tiene un lado oscuro.



—¿Acaso no lo tenemos todos? —¿Qué había descubierto sobre William? ¿Qué le había revelado él en el curso de su... relación? Si es que la habían tenido.



Dudaba de que llegara el día en que pensar en William manteniendo relaciones íntimas con otra mujer no despertara en mí unos celos furibundos.—¿Por qué no vamos a algún sitio y hablamos? —insistió, tratando de camelarme.



Lancé una mirada a los empleados de recepción, que, muy educados, se comportaban como si no estuviéramos allí. Estaba muy dolida emocionalmente para hablar con Deanna, y aún no me había recuperado del impacto que me había producido la conversación con la detective Graves.—Quizá en otro momento—respondí, dejando la posibilidad abierta porque tenía intención de vigilarla.



Como si hubiera notado mi desazón, Chad, uno de los trabajadores nocturnos de recepción, se acercó.—La señorita Johnson se marcha ya—le dije, relajándome conscientemente. Si la detective Graves no había podido colgarle nada a William,a una entrometida reportera freelance no iba a irle mejor.



Una lástima que yo supiera la clase de información que podía filtrarse de la policía,
y la facilidad y la frecuencia con que se hacía. Mi padre, Victor Reyes, era poli, y yo había oído muchas cosas a ese respecto.Buenas noches, Deanna.



—Nos vemos—se despidió ella cuando me alejaba.



Entré en el ascensor y apreté el botón de mi piso. Al cerrarse las puertas, me flaquearon las fuerzas y me apoyé en el pasamanos. Tenía que advertir a William, pero no había forma de contactar con él que no pudiera rastrearse.



El dolor que tenía en el pecho se me agudizó. Nuestra relación se había jodido de tal manera que ni siquiera podíamos hablarnos.



Salí en el piso correspondiente y entré en mi apartamento, crucé la espaciosa sala y dejé el bolso en uno de los taburetes de la cocina. La vista de Manhattan que se contemplaba desde las ventanas de suelo a techo del salón no consiguió conmoverme. Me sentía muy inquieta y todo me daba igual. Lo único que importaba era que no estaba con William.



Mientras me dirigía por el pasillo hacia mi habitación, oí el sonido de música a poco volumen que salía del cuarto de Cary. ¿Estaría acompañado? Y si era así, ¿de quién? Mi mejor amigo había decidido intentar compatibilizar dos relaciones: una con una mujer que le aceptaba como era, y otra con un hombre que no soportaba que Cary estuviera liado con otra persona.



Me desnudé y fui dejando la ropa en el suelo del cuarto de baño de camino a la ducha. Mientras me enjabonaba, me era imposible no pensar en las veces que me había duchado con William, ocasiones en las que la incontenible lujuria que sentíamos el uno por el otro había provocado encuentros extraordinariamente eróticos. Le echaba muchísimo de menos. Necesitaba su roce, su deseo, su amor. Ansiaba todas esas cosas con una avidez que me llenaba de inquietud y me tenía con los nervios a flor de piel. Ignoraba cómo podría quedarme dormida sin saber cuándo tendría la oportunidad de volver a hablar con William. Había tanto de lo que hablar...



Me envolví en una toalla y salí del baño.



William estaba al otro lado de la puerta cerrada de mi dormitorio. Verle me produjo una impresión tan violenta que fue como un golpe físico. Se me cortó la respiración y el corazón empezó a latirme a un ritmo desbocado, respondiendo todo mi ser a su presencia con un fortísimo sentimiento de añoranza. Era como si hiciera años que no le veía, en lugar de una sola hora.



Le había dado una llave, pero el edificio era de su propiedad. Dar conmigo sin dejar un rastro que pudiera seguirse era posible contando con esa ventaja..., de la misma manera que había podido llegar hasta Nathan.—Es peligroso que estés aquí—señalé. Lo cual no impidió que me emocionara el hecho de que estuviera. Me lo comía con la mirada, recorriendo con avidez su cuerpo macizo y ancho de espaldas.



Vestía unos pantalones de chándal negros y una sudadera de la Universidad de Columbia, un conjunto que le hacía parecer el hombre de veintiocho años que era y no el magnate multimillonario que conocían todos los demás. Llevaba una gorra de los Yankees muy calada hasta las cejas, pero la sombra que proyecta el ala no ocultaba el llamativo azul de sus ojos, que me miraban con intensidad. Había una adusta expresión en sus sensuales labios.—Tenía que venir.



William Cross era un hombre increíblemente atractivo, tan guapo que la gente se le quedaba mirando por la calle. Hubo un tiempo en que le consideré un dios del sexo, y las frecuentes—y entusiastas—exhibiciones de su destreza en ese terreno me demostraron que estaba en lo cierto, pero sabía también que era muy humano. Le habían hecho daño, como a mí.



Nuestra relación tenía escasas posibilidades.



El pecho se me dilató al inspirar profundamente, mi cuerpo reaccionaba a la proximidad del suyo. Aunque él estaba a una cierta distancia, yo notaba la embriagadora atracción, el empuje magnético que se producía al estar cerca de la otra mitad de mi alma. Había sido así desde nuestro primer encuentro, una atracción recíproca inexorable.



Luché contra el impulso de lanzarme a sus brazos, que era donde ansiaba estar. Estaba demasiado quieto, demasiado contenido. En vilo, esperé a que él tomara la iniciativa. ¡Dios santo!, cuánto le quería.



Apretó los puños a ambos lados del cuerpo.—Te necesito.



Noté cómo me tensaba en lo más íntimo en respuesta a la aspereza de su voz, cálida y lujuriosa.—No hace falta que te alegres tanto por ello —bromeé, jadeante, intentando levantarle el ánimo antes de que se me echara encima.


Amaba su lado salvaje, y amaba su lado tierno. Le tomaría de cualquier manera en que pudiera tenerle, pero llevaba tanto tiempo... Expectante, notaba ya tensión y hormigueo en la piel, ansiaba la voraz reverencia de su contacto físico. Me asustaba lo que sucedería si se me acercaba con todo su vigor, anhelando como anhelaba su cuerpo. Podríamos destrozarnos el uno al otro.



—Me mata estar sin ti—dijo bruscamente—,echarte de menos.Me siento como si mi puñetero sano juicio dependiera de ti, Maite, ¿y tú quieres que me alegre de ello?



Tuve que pasarme la lengua por mis labios resecos, y él gruñó, consiguiendo que me estremeciera.—Vale...,me alegro.



Adoptó una postura claramente más relajada. Debía de estar muy preocupado por cómo reaccionaría yo a lo que él había hecho por mí. Para ser sincera, yo sí estaba preocupada.¿Significaba mi agradecimiento que era más retorcida de lo que pensaba?



Entonces recordé las manos de mi hermanastro recorriéndome entera, el peso de su cuerpo apretándome contra el colchón, el dolor desgarrador entre mis piernas mientras me embestía una y otra vez...


Volví a estremecerme de ira. Si alegrarme de que ese cabró*** estuviera muerto me convertía en un mal bic***, ¿qué se le iba a hacer?



respiró profundamente. Se llevó una mano al pecho y se frotó la zona del corazón como si le doliera.—Te quiero muchísimo.



—Cielo.—Dejando caer las llaves al suelo, me alcanzó de dos rápidas zancadas y con ambas manos me acarició el pelo húmedo. Estaba temblando, y yo lloré, abrumada por la certeza de lo mucho que me necesitaba.



Ladeando la cabeza como él quería, William me apresó la boca con posesiva
vehemencia, saboreándome con pausadas e intensas lenguaradas. Aquella pasión y aquella avidez produjeron en mis sentidos el efecto de una detonación; y, con un gemido, me aferré a su sudadera. El quejido con el que él respondió me hizo vibrar de tal manera que se me endurecieron los pezones y me puso la piel de gallina.



Me entregué por completo, y le quité la gorra de la cabeza para hundir los dedos en su sedoso pelo negro. Me abandoné a sus besos, dejándome llevar por su exuberante sensualidad. Se me escapó un sollozo.



—No llores —susurró, echándose hacia atrás para colocarme una mano en la mejilla. Me destroza verte llorar.



—Es demasiado—respondí, estremecida.



Sus preciosos ojos parecían tan cansados como los míos. Asintió con tristeza.—Lo que hice...



—No se trata de eso, sino de lo que siento por ti.



Me rozó con la punt*** de la nariz, deslizando las manos por mis brazos desnudos con veneración, unas manos manchadas de sangre proverbial, lo cual me hacía amar su tacto aún más.



—Gracias —susurré.



Él cerró los ojos.—Dios mío, cuando te marchaste esta noche..., no sabía si volverías..., si te había perdido...



—Te necesito,William.



—No pediré perdón. Volvería a hacerlo.—Me agarró con más fuerza—.¿Qué otras opciones había,aparte de más órdenes de alejamiento y un incremento en las medidas de seguridad y la vigilancia para el resto de tu vida?Era imposible que estuvieras a salvo mientras Nathan siguiera vivo.



Me apartaste. Me dejaste al margen. Tú y yo...



—Todo ha terminado.—Me presionó los labios con la yema de los dedos—.Para siempre, Maite.No discutamos por algo que ya no puede cambiarse.



—Le aparté la mano.



—Le aparté la mano. —¿Se ha terminado? ¿Ya podemos estar juntos? ¿O seguimos ocultando nuestra relación a la policía? ¿Tenemos siquiera una relación?



William me sostuvo la mirada, sin esconder nada, dejándome ver su dolor y su miedo.—Eso es lo que he venido a preguntarte.



—Si de mí depende, nunca te abandonaré—afirmé con vehemencia—.Nunca.



William me deslizó las manos desde el cuello hasta los hombros, dejando una estela candente en mi piel.—Necesito que eso sea verdad—dijo con suavidad—.Tenía miedo de que te alejaras..., de que tuvieras miedo... de mí.



William, no...



—Yo nunca te haría daño.


Le agarré por la cinturilla del pantalón y tiré, aunque no conseguí moverle.—Lo sé.



Y, físicamente, no tenía dudas; siempre había sido cuidadoso conmigo, siempre cauto. Pero emocionalmente, mi amor se había utilizado en mi contra con meticulosa precisión. Me esforzaba por reconciliar la absoluta confianza que tenía en que William conocía mis necesidades y el recelo que emanaba de un corazón roto aún en proceso de
curación.



—¿De verdad? —Me escrutó la cara, tan familiarizado como siempre con lo que no se decía—. Me moriría si me abandonaras, pero nunca te haría daño para retenerte.



—No deseo irme a ninguna parte.



Exhaló de forma audible.—Mis abogados hablarán con la policía mañana, para hacerse una idea de cómo están las cosas.



Echando la cabeza hacia atrás, apreté con dulzura mis labios contra los suyos. Actuábamos en connivencia para ocultar un delito, y mentiría si dijera que no me preocupaba seriamente —después de todo, era hija de policía—, pero la alternativa era demasiado espantosa para tenerla en cuenta.



—Tengo que saber que puedes vivir con lo que he hecho —dijo en voz baja, enrollándose mi pelo en un dedo.



—Creo que sí. ¿Y tú?



Acercó de nuevo su boca a la mía.—Puedo sobrevivir a cualquier cosa contigo a mi lado.



Metí las manos por debajo de su sudadera, en busca de aquella piel cálida y dorada. Notaba sus músculos, duros y marcados, bajo las palmas de mis manos; su cuerpo era una obra de arte viril y seductora. Le lamí los labios y le atrapé el inferior con los dientes, mordiendo con suavidad.


William dejó escapar un gemido. Aquel sonido de placer me recorrió como una caricia.—Tócame. —Sus palabras eran una orden, pero su tono era de súplica.



—Eso hago.



Alargando un brazo por detrás, me agarró una muñeca y puso mi mano delante. Sin pudor alguno, encajó su verg*** en la palma de mi mano y empezó a frotarse. Mis dedos envolvieron aquel cipote grueso y duro, con el pulso acelerado al darme cuenta de que no llevaba nada bajo los pantalones del chándal.



—¡Dios! —musité—. ¡Me pones tan caliente...!



Me miraba fijamente con aquellos ojos azules; tenía las mejillas encendidas, entreabiertos sus labios esculturales. Nunca trataba de ocultar el efecto que yo le producía, nunca fingía tener un mayor control de sus reacciones conmigo que el que yo tenía con él. Ello contribuía a que su dominio en el dormitorio fuera aún más fascinante, a sabiendas de que él también se sentía indefenso ante la atracción que existía entre los dos.



Sentí una opresión en el pecho. Aún no podía creer que fuera mío, que pudiera verle de aquella manera, tan abierto, tan ansioso y endemoniadamente sexy.



William me quitó la toalla. Aspiró con brusquedad cuando ésta cayó al suelo, y me quedé totalmente desnuda ante él.—Oh,Maite.



Le temblaba la voz de emoción, y yo noté un escozor en los ojos. Se subió la camisa, se la sacó por la cabeza y la tiró a un lado. Luego vino hacia mí, acercándoseme con cuidado, prolongando el momento en que se tocaría la piel desnuda de nuestros cuerpos.



Me asió por las caderas, flexionando los dedos con nerviosismo, con la respiración entrecortada. Las punt*** de mis pechos le rozaron primero, provocándome una tremenda sensación por todo el cuerpo. Di un grito ahogado. Me apretó contra él, dejando escapar un gruñido, levantándome en volandas y retrocediendo en dirección a la cama.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:35 pm

2

Mis muslos rozaron el colchón y aterricé de cul***, cayendo boca arriba con William inclinado sobre mí. Rodeándome la espalda con un brazo, me colocó en el centro de la cama y a continuación se me puso encima. Cuando quise darme cuenta, ya tenía su boca en uno de mis pechos, entre labios suaves y cálidos que succionaban con premura y avidez. Apretaba mi carne con la mano, friccionaba posesivamente.



—¡Cómo te echaba de menos! —exclamó. El frescor de mi carne contrastaba con su piel caliente, y acogía el peso de su cuerpo tras largas noches sin él.



Encajé las piernas en sus pantorrillas y metí las manos entre la cinturilla del pantalón para agarrarle aquel prieto y macizo trasero. Tiraba de él, arqueando las caderas para sentir su polla a través de la prenda de algodón que nos separaba, queriéndole dentro de mí, para tener la certeza de que volvía a ser mío.



—Dilo—le rogué, necesitando oír las palabras que a él le parecían tan insuficientes.



Se separó un poco y, mirándome desde arriba, me apartó el pelo de la frente con delicadeza. Tragó saliva.



Me erguí y le estampé un beso en aquella boca tan hermosamente modelada.—Lo diré yo primero: te quiero.



Cerró los ojos y se estremeció. William me rodeó con sus brazos, apretándome tanto que casi no me dejaba respirar.—Te quiero —susurró—.Demasiado.



Aquella ferviente declaración reverberó en mi interior. Apoyé la cara en su hombro y lloré.—Cielo. —Me cogió un mechón de pelo y cerró el puño.



Levanté la cabeza y le atrapé la boca, aderezando nuestro beso con la sal de mis lágrimas. Mis labios se movían desesperadamente sobre los suyos, como si pudiera desaparecer en cualquier momento y no me diera tiempo a saciarme de él.



—Maite. Deja... —Me cogió la cara entre las manos, lamiéndome la boca hasta dentro—. Déjame quererte.



—Por favor —susurré, entrelazando los dedos por detrás de su cuello para atraerle. Sentía su ardiente y poderosa erección contra los labios de mi vulva y su peso ejercía la presión adecuada sobre mi clítoris palpitante—. No pares.



—No lo haré. Me es imposible.



Poniéndome una mano en el trasero, me alzó diestramente entre sus caderas. Jadeé cuando el placer se irradió por todo mi cuerpo, duros y erectos mis pezones contra su pecho. La estimulación que me proporcionaba aquel suave y crespo vello era insoportable. Me dolía en lo más íntimo y mi cuerpo pedía a gritos la vigorosa embestida de su polla.



Recorrí su espalda con las uñas, desde los hombros hasta las caderas. Él se fue arqueando al ritmo de la tosca caricia, emitiendo un débil gemido, con la cabeza hacia atrás en un delicioso abandono erótico.



—Otra vez —ordenó bruscamente, con las mejillas encendidas y los labios abiertos.



Me incorporé un poco y le hinqué los dientes en el pectoral. Estremeciéndose, William silbó y aguantó.



No podía contener la intensa oleada de emoción que necesitaba liberarse, el amor y
la necesidad, la rabia y el miedo. Y el dolor. Dios mío, el dolor. Aún lo sentía vivamente.



Quería lanzarme sobre él. Castigar tanto como dar placer. Hacerle experimentar una pequeña parte de lo que viví cuando él me apartó de su lado.



Le pasé la lengua por las leves marcas de mis dientes y él meneó las caderas acoplándose a mí, deslizando la polla por los labios abiertos de mi sexo.



—Me toca a mí —susurró en tono enigmático. Apoyándose en un brazo, de macizos y hermosos bíceps, me rodeó un pecho con la otra mano. Bajó la cabeza y posó los labios en la punt*** erecta de mi pezón. Le ardía la boca; su lengua era áspero terciopelo en mi carne sensible. Cuando clavó los dientes en la arrugada punt***, grité, estremeciéndome cuando la intensidad del deseo afluyó a lo más íntimo de mi ser.



Le agarré del pelo con poca delicadeza, tal era la pasión que me embargaba. Le rodeé con las piernas, apretándole, dejándole ver que el deseo le reclamaba. Quería poseerle, hacerle mío otra vez.



—William —gemí. Tenía las sienes húmedas de la estela que me habían dejado las lágrimas; la garganta, tirante y dolorida.



—Aquí estoy, cielo —dijo en voz baja, mordisqueándome el escote camino del otro pecho. Con aquellos dedos diabólicos tiró del húmedo pezón que acababa de dejar, pellizcándolo suavemente hasta que le empujé la mano—. No te me opongas. Deja que te quiera.


Me di cuenta de que estaba tirándole del pelo, queriendo apartarle al tiempo que pugnaba por acercarme más a él. William me tenía sitiada, seduciéndome con su impresionante perfección masculina y su íntima pericia con mi cuerpo. Y yo me rendía. Notaba los pechos pesados, el sexo húmedo e inflamado. Movía las manos sin descanso mientras le aprisionaba con las piernas.


Aun así, él se apartó de mí un poco más, susurrando tentaciones mientras me recorría el estómago con la boca. Te he echado tanto de menos... te necesito... tengo que poseerte... Noté una cálida humedad en la piel y al bajar la vista vi que él lloraba también, asolada su hermosa cara por la misma plétora de emociones que me invadían a mí.


Con dedos trémulos, le rocé la mejilla, queriendo secar unas lágrimas que volvieron a aparecer en el instante mismo en que se las enjugué. Él me frotó la mano con la nariz, emitiendo un débil y quejumbroso gemido; no podía soportarlo. Su dolor me resultaba más difícil de sobrellevar que el mío propio.—Te quiero —le dije.


—Maite. —Se puso de rodillas y se elevó, sus muslos extendidos entre los míos, con la polla, dura y gorda, cabeceando por el peso.



Todo en mí se tensó con una avidez insaciable. Se le marcaban los prietos músculos, duros como una piedra y perfectamente definidos, de su cuerpazo, le brillaba la piel morena con el sudor. Salvo por el pene, definitivamente primario, con sus gruesas venas y su ancha raíz, William era de una elegancia portentosa. La bolsa testicular también le colgaba grande y pesada. Su escultura sería tan hermosa como el David de Miguel Ángel, pero con un detalle de un erotismo flagrante.



Francamente, Willam Cross estaba hecho para foll*ar con una mujer hasta volverla loca. —Me perteneces —dije con brusquedad, incorporándome y trepando torpemente hacia él, apretando mi torso contra el suyo—. Por entero.



—¡Cielo! —Me apresó la boca en un beso rudo, cargado de lascivia. Me alzó y nos dimos la vuelta de manera que él se colocó de espaldas a la cabecera y yo encima de él. Nos
deslizamos hasta que toda la carne de nuestros cuerpos, resbaladizos por el sudor, quedó en contacto.



Sus manos surgían por todas partes, y su cuerpo macizo pugnaba por alzarse como lo había hecho el mío. Le puse las palmas en la cara y empecé a lamerle la boca, intentado saciar la sed que tenía de él.



Él introdujo una mano entre mis piernas y con un cuidado reverencial hurgó en mi hendidura. Luego me acarició el clítoris con las yemas de los dedos y rodeó la trémula abertura de mi sexo. Con los labios apretados contra los suyos, gemí, meneando las caderas. Me acariciaba sin prisas, avivándome el deseo, follándome la boca con su beso lento y profundo.



El placer me impedía respirar. Mi cuerpo entero se estremeció cuando me abarcó con una mano y, muy despacio, me introdujo su largo dedo corazón. Con la palma me frotó el clítoris, rozando delicados tejidos con las yemas. Con la otra mano me agarró de la cadera, sujetándome, refrenándome.



William parecía ejercer un control absoluto, seducir con perversa minuciosidad, pero él temblaba más que yo y el pecho le palpitaba con más fuerza. Los sonidos que de él emanaban estaban teñidos de remordimiento y súplica.



Echándome hacia atrás, le cogí la ver*ga con ambas manos, agarrándole con firmeza.



Conocía su cuerpo muy bien, sabía lo que necesitaba y lo que deseaba. Empecé a bombeársela desde la raíz hasta la pun*ta, extrayendo una espesa gota de rocío de su enorme capullo. Retrocedió hacia la cabecera de la cama con un gruñido, curvando el dedo que tenía dentro de mí. Yo observé, fascinada, cómo la espesa gota rodaba hacia un lado del glande y luego resbalaba a lo largo del pene hasta caer en la parte superior de mi puño.



—No sigas —dijo de manera entrecortada—. Estoy a punto.



Le acaricié de nuevo, y se me hizo la boca agua cuando expulsó un chorro de fluido preseminal. Me excitaba muchísimo verle disfrutar de aquella manera y saber que producía semejante efecto en una criatura tan descaradamente sexual.



Emitió una exclamación al tiempo que sacaba los dedos de mi vagina. Me cogió por las caderas y me desplazó. Me echó hacia delante y luego me bajó un poco, colocándome entre sus caderas, clavándome su embravecida polla.



Grité y me agarré a sus hombros, contrayéndose mi sexo contra la gruesa penetración.



—Maite. —Estiró el cuello y la mandíbula por la tensión y empezó a correrse, derramándose con fuerza dentro de mí.



Aquel chorro de lubricación me abrió, acoplándose mi sexo a su palpitante erección hasta que me llenó por completo. Clavé las uñas en sus rígidos músculos, con la boca abierta para aspirar el aire que me faltaba.



—Tómalo —dijo, dirigiendo mi descenso para ganar la pequeña parte de mí que le permitiría hundirse hasta la base—. Tómame.



Yo gemí, agradeciendo aquel conocido dolor que me producía tenerle tan dentro. El orgasmo me pilló tan de sorpresa que arqueé la espalda cuando me traspasó aquel ardiente placer.



El instinto se encargó de que yo siguiera moviendo las caderas, apretando y aflojando los músculos mientras me concentraba en el momento, en la recuperación de mi amor. De mi corazón.



William cedió a mis exigencias.—Eso es, cielo —me animó con la voz quebrada y una erección tan dura como si no acabara de tener un orgasmo de órdago.



Bajó los brazos y se agarró al edredón. Con los movimientos, contraía y flexionaba los bíceps. Se le tensaban los abdominales cada vez que yo le llevaba al límite, brillando con el sudor el exacto entramado de sus músculos. Su cuerpo era una máquina perfectamente engrasada y yo estaba poniéndola a prueba.



Me dejaba hacerlo. Se entregaba a mí.



Ondulando las caderas, busqué el placer, mientras decía su nombre entre gemidos. Experimenté unos espasmos rítmicos y alcancé otro orgasmo demasiado deprisa. Me tambaleé, con los sentidos embargados.—Por favor —supliqué—. William, por favor.



Me cogió por la nuca y la cintura, y me deslizó hasta que estuvimos tumbados en la cama. Sujetándome firmemente, me mantuvo inmóvil, empujando hacia arriba... una y otra vez... jodiéndome con rápidas y enérgicas embestidas. La fricción de su grueso pene, entrando y saliendo, era demasiado. Me estremecí violentamente y me corrí de nuevo, clavándole los dedos en los costados.



Sacudiéndose, William me siguió, tensando los brazos hasta que yo apenas podía respirar. Sus fuertes exhalaciones eran el aire que llenaba mis pulmones ardientes.Estaba totalmente poseída, completamente indefensa.



—¡Dios!, Maite —Hundió la cara en mi cuello—. Te necesito. Te necesito muchísimo.



—Mi vida. —Le abracé con fuerza. Aún me daba miedo despegarme de él.



Parpadeé mirando el techo y me di cuenta de que me había dormido. Entonces me invadió el pánico, la horrible certeza de despertarme de un maravilloso sueño y volver a una realidad de pesadilla. Me incorporé, aspirando bocanadas de aire, sintiendo una tremenda opresión en el pecho.


William.



Casi me echo a llorar cuando le vi acostado a mi lado, con los labios ligeramente entreabiertos, profunda y acompasada la respiración. El amante por el que se me había roto el corazón volvía a mí.



Dios...



Apoyándome en el cabecero de la cama, me obligué a tranquilizarme, a saborear el inusitado placer de observarle mientras dormía. La cara se le transformaba cuando estaba despreocupado; esos momentos me recordaban lo joven que era en realidad. Era fácil olvidarse de ello cuando estaba despierto e irradiando la tremenda fuerza de voluntad que literalmente hizo que me cayera de cul*o la primera vez que le vi.



Con unos dedos llenos de adoración, le retiré de la mejilla sus oscuros mechones de pelo, fijándome en las nuevas arrugas que le habían aparecido alrededor de los ojos y la boca. También me fijé en que había adelgazado. Nuestra separación le había pasado factura, pero lo había disimulado muy bien. O tal vez yo le veía siempre como alguien perfecto y sin mácula.



No había sido capaz de ocultar mi desolación. Me había creído que nuestra relación había terminado y todos se dieron cuenta, algo con lo que William había contado. Negación plausible, lo había llamado él. Infierno lo llamaba yo, y mientras no dejáramos de fingir que habíamos roto, para mí seguiría siéndolo.



Moviéndome con cuidado, apoyé la cabeza en una mano y observé a aquel hombre
desmedido que embellecía mi cama. Rodeaba la almohada con los brazos, exhibiendo unos bíceps esculturales y una musculosa espalda adornada con los arañazos y las marcas, en forma de media luna, de mis uñas. También le había agarrado el trasero, excitada hasta la locura al sentir cómo lo contraía y lo relajaba mientras me follaba incansablemente, empotrándome su larga y gruesa polla hasta lo más profundo.



Una y otra vez...



Moví las piernas nerviosamente, notando que mi cuerpo se agitaba con renovada avidez. Pese a toda su refinada elegancia, William era un animal indómito de puertas adentro, un amante que me desnudaba el alma cada vez que me hacía el amor. Carecía de defensas contra él cuando me tocaba; era incapaz de resistirme al placer de extender los muslos para aquel hombre tan viril y apasionado.



Abrió los ojos, anonadándome con aquellos vívidos iris azules. Me miró de arriba abajo con tan seductora indolencia que el corazón me dio un vuelco.—Tienes la mirada de me-muero-por-echar-un-polvo —dijo, arrastrando las palabras.



—Debe de ser por el polvazo que tienes tú —repliqué—. Despertarme contigo es como... un regalo de Navidad.



Esbozó una sonrisa.—Para mayor comodidad, ya estoy desenvuelto. Y funciono sin pilas.



El tremendo deseo que me invadió me produjo una sensación de opresión en el pecho. Le amaba demasiado. Me preocupaba constantemente la posibilidad de perderle. Él era un relámpago en una botella, un sueño que yo intentaba sostener en las manos.



Dejé escapar un trémulo suspiro.—Eres un lujo exquisito para cualquier mujer. Un voluptuoso y sensual...



—Calla. —Antes de que pudiera ver sus intenciones, se dio la vuelta y me arrastró debajo de él—. Soy asquerosamente rico, pero tú sólo me quieres por mi cuerpo.



Levanté la vista, admirando la forma en que su oscuro pelo enmarcaba aquel extraordinario rostro.—Quiero el corazón que hay en su interior.



—Es tuyo. —Me envolvió con sus brazos y sus piernas se entrelazaron con las mías, estimulando mi piel hipersensible con el áspero vello de sus pantorrillas.



Estaba dominada, poseída. La sensación de su cálido y macizo cuerpo contra el mío era deliciosa. Suspiré, y sentí que la duda que me atenazaba se disipaba un poco.—No debería haberme quedado dormido —dijo en voz queda.



Le acaricié el pelo, sabiendo que tenía razón, que sus pesadillas y su parasomnia sexual atípica hacían que dormir con él fuera peligroso. A veces repartía golpes a diestro y siniestro mientras dormía, y, si me encontraba cerca, me llevaba toda la violencia de la ira que le consumía por dentro.—Me alegro de que lo hicieras.



Me agarró la muñeca y se llevó los dedos a la boca para besarlos.Necesitamos pasar tiempo juntos cuando no estamos mirando por encima del hombro.



—Ay, Dios. Casi me olvido. Deanna Johnson estuvo aquí hace un rato. —En cuanto esas palabras salieron de mi boca lamenté el muro que levantaron entre nosotros.



William parpadeó y, en aquella décima de segundo, la calidez que había en sus ojos desapareció.—No te acerques a ella. Es periodista.



Le rodeé con mis brazos.—Quiere sangre.



—Tendrá que ponerse a la cola.



—¿Por qué está tan interesada? Es freelance. Nadie le ha encargado que escriba sobre ti.



—Déjalo ya, Maite.



Aquella forma de dar por concluido el asunto me fastidió. —Sé que has follado con ella.



—No, no lo sabes. Y en lo que deberías centrarte ahora es en el hecho de que me dispongo a foll*ar contigo.



La certeza me traspasó el corazón. Le solté, apartándome de él.—Has mentido.



Retrocedió como si le hubiera abofeteado.—Jamás te he mentido.



—Me dijiste que habías follado más desde que me conocías que en los últimos dos años juntos, pero al doctor Petersen le dijiste que tenías relaciones sexuales dos veces a la semana. ¿En qué quedamos?



Se puso boca arriba y frunció el ceño.—¿Tenemos que hablar de eso ahora? ¿Esta noche?



Su lenguaje corporal era tan tenso y estaba tan a la defensiva que mi irritación con su esquivez se evaporó al instante. No quería pelearme con él, y mucho menos por el pasado. Lo que importaba era el presente y el futuro. Tenía que confiar en que me sería fiel.



—No —respondí con ternura, poniéndome de lado y posándole una mano en el pecho. En cuanto amaneciera, tendríamos que volver a fingir que ya no estábamos juntos. Ignoraba durante cuánto tiempo tendríamos que seguir con aquella farsa o cuándo volvería a estar con él—. Sólo quería avisarte de que busca información. Ándate con cuidado.


—El doctor Petersen me preguntó sobre relaciones sexuales, Maite —dijo de manera inexpresiva—, lo que no significa foll*ar necesariamente, en mi opinión. Creí que esa distinción no se apreciaría cuando respondiera a la pregunta. Que quede claro: iba con mujeres al hotel, pero no siempre me las tiraba. De hecho, lo excepcional era que ocurriese.



Pensé en su picadero, una suite provista de toda la parafernalia sexual reservada en uno de sus muchos establecimientos de alojamiento. La había dejado, gracias a Dios, pero yo nunca la olvidaría.—Será mejor que no sepa nada más.



—Tú has abierto la puerta —soltó él—. Y hemos entrado.



Suspiré.—Tienes razón.



—Había veces en las que no soportaba estar a solas conmigo mismo, pero tampoco quería hablar. Ni siquiera quería pensar, mucho menos sentir nada. Necesitaba la distracción de centrar mi atención en otra persona, y hacer uso de la polla suponía mucho compromiso. ¿Me entiendes?



Por desgracia, lo comprendía, acordándome de las veces en que me dejaba llevar por cualquier chico con tal de acallarme la cabeza durante un rato. Aquellas relaciones nunca tuvieron que ver con el sexo.



—¿Pero has follado con ella o no? —Me desagradaba hacer esa pregunta, pero teníamos que quitárnosla de en medio.



Giró la cabeza y me miró.—Una vez.



—Menudo buen polvo debió de ser para que esté tan cabreada.



—No lo sé —musitó—. No me acuerdo.



—¿Estabas borracho?



—Joder, no. —Se pasó las manos por la cara—. ¿Qué demonios te ha dicho?



—Nada personal. Pero sí dijo que tenías un «lado oscuro». Y he supuesto que se refería a algo sexual, pero no le pedí más detalles. Actuaba como si nos uniera el hecho de que nos hayas plantado a las dos. La «Hermandad de las Abandonadas por William».



Me miró con frialdad en los ojos.—No seas maliciosa. No te pega.



—¡Oye! —Fruncí el ceño—. Perdona. No pretendía ser una completa bruja, sólo una pequeñita. Bien mirado, creo que tengo derecho.



—¿Qué otra cosa podía hacer, Maite? Ni siquiera sabía de tu existencia. —La voz de William se hizo más grave y áspera—. Si hubiera sabido que andabas por ahí, te habría buscado. No habría perdido ni un segundo. Pero no lo sabía, y me conformé con menos. Igual que tú. Los dos perdimos el tiempo con personas que no eran adecuadas.



Sí, es verdad. Tontos del cu*lo.



Hubo una pausa.—¿Estás cabreada?



—No, estoy bien.



Se me quedó mirando.Yo me reí.Estabas dispuesto a pelear, ¿verdad? Podemos hacerlo si quieres, pero yo confiaba en echar otro polvo.



William se me puso encima. La expresión de su rostro, aquella mezcla de alivio y gratitud, me provocó un agudo dolor en el pecho. Me recordó lo mucho que necesitaba que se confiara en él.—Eres diferente —dijo, acariciándome la cara.



Por descontado que lo era. El hombre al que amaba había matado por mí. Muchas cosas se volvían insignificantes después de semejante sacrificio.



3



–Cielo.Olí el café antes de abrir los ojos.



—¿William?



—¿Hmmm?



—Como no sean las siete por lo menos, te la ganas.



La dulzura de su sonrisa me puso cachonda.—Es pronto, pero tenemos que hablar.


—¿Sí? —Abrí un ojo y luego el otro, para poder apreciar del todo su traje de tres piezas. Me daban tantas ganas de comérmelo que quería quitárselo... con los dientes.



Se sentó en el borde de la cama, símbolo de la tentación.—Quiero asegurarme de que estamos de acuerdo antes de marcharme.



Me incorporé y me apoyé contra la cabecera, sin molestarme en taparme los pechos porque íbamos a terminar hablando de su ex_novia. Jugaba sucio cuando la ocasión lo merecía.—Voy a necesitar ese café para mantener esta conversación.



William me pasó la taza, luego me acarició un pezón con la yema del pulgar.—Precioso —murmuró—. Cada centímetro de ti.



—¿Intentas distraerme?



—Tú estás distrayéndome a mí. Y con muy buenos resultados.



¿Estaría él tan encaprichado con mi aspecto y mi cuerpo como lo estaba yo con los suyos? La idea me hizo sonreír.—Echaba de menos tu sonrisa.



—Conozco la sensación. —Cada vez que le veía y no me dedicaba una sonrisa me laceraba el corazón. Ni siquiera podía pensar en esas ocasiones sin sentir ecos de dolor—. ¿Dónde habías escondido el traje, campeón? Sé que no lo tenías en el bolsillo.



Con un cambio de atuendo, se había transformado en un poderoso hombre de negocios. El traje estaba hecho a medida, y la camisa y la corbata conjuntaban de manera impecable. Incluso los gemelos brillaban con discreta elegancia. Con todo, la cascada de pelo negro que le rozaba el cuello de la chaqueta advertía de que estaba lejos de ser dócil.



—Ésa es una de las cosas de las que tenemos que hablar. —Se enderezó, pero su mirada seguía siendo cálida—. Me he mudado al apartamento de al lado. Tendremos que hacer que nuestra reconciliación parezca correctamente gradual, así que guardaré las apariencias de vivir en el ático de manera habitual, pero pasaré todo el tiempo que pueda como tu nuevo vecino.



—¿Es seguro?


—No soy sospechoso, Maite. Ni siquiera soy persona de interés. Mi coartada no tiene fisuras, y no se me conoce motivo. Simplemente estamos mostrando cierto respeto a la policía no insultando a su inteligencia. Les estamos poniendo fácil que justifiquen su conclusión de que han llegado a un punto muerto.



Tomé un sorbo de café para darme tiempo a pensar en lo que había dicho. El peligro podría no ser inmediato, pero era intrínseco a la culpa. Yo sentía esa presión, por mucho que él se esforzara en tranquilizarme.



Pero estábamos intentando reencontrarnos de nuevo, y yo me daba cuenta de que William necesitaba tener la seguridad de que íbamos a recuperarnos de las tensiones y la separación de las últimas semanas.



Deliberadamente adopté un tono desenfadado.—Así que mi ex-novio estará en la Quinta Avenida, pero tengo un nuevo vecino súper macizo con el que jugar. Esto se pone interesante.



—¿Quieres hacer role-play? —preguntó, enarcando una ceja.



—Quiero tenerte satisfecho —admití con crudeza—. Quiero ser todo lo que nunca has encontrado en las otras mujeres con las que has estado. —Mujeres a las que había llevado a un picadero con juguetes.



Sus ojos eran de un ardiente azul frío, pero la voz sonó cálida y serena.—No puedo apartar las manos de ti. Eso debería bastar para convencerte de que no necesito nada más.



Le miré fijamente mientras estaba allí de pie. Él me cogió la taza y la dejó en la mesilla, luego agarró el borde de la sábana y la echó a un lado, exponiéndome por completo. —Recuéstate —ordenó—. Extiende las piernas.



Se me aceleró el pulso al obedecerle, deslizándome hasta quedar boca arriba y abriendo las piernas. Instintivamente quise cubrirme —la sensación de vulnerabilidad bajo aquella penetrante mirada era muy intensa—, pero resistí. Faltaría a la verdad si no reconociera que era de lo más excitante estar completamente desnuda mientras él, irresistible, permanecía vestido con uno de sus trajes endiabladamente sexys. Eso le daba a él una instantánea ventaja de poder que no podía ser más excitante.



Me recorrió la vulva con un dedo, deteniéndose juguetonamente en el botón.—Este precioso coñ*o me pertenece.



El tono ronco de su voz me provocó un cosquilleo en el vientre.Abarcando todo mi sexo con la palma de su mano, me miró a los ojos.—Soy un hombre muy posesivo, Maite, como ya habrás notado.



Me estremecí cuando, con la pun*ta de un dedo, rodeó la apretada abertura.—Sí.



—Role-play, ataduras, medios de transporte y localizaciones varias... Estoy deseando explorar todas esas cosas contigo. —Centelleándole los ojos, me introdujo un dedo ¡ay-muy-despacio! Emitió un tenue ronroneo y se mordió el labio inferior, una expresión de puro erotismo que me hizo pensar que había notado su semen dentro de mí.



El que me penetrara y me diera placer de aquella forma tan delicada me dejó sin habla. —¿A que te gusta? —dijo suavemente.



—Humm.



Internó el dedo aún más.—Ni de coña dejaré que te corras con plásticos, vidrios, metales o cueros. El amigo a pilas y compañía tendrán que buscarse otros entretenimientos.



El calor se adueñaba de mi cuerpo como la fiebre. Él lo entendió.



Inclinándose sobre mí, William apoyó una mano en el colchón y acercó su boca a la mía. Con el pulgar me apretó el clítoris y frotó hábilmente, masajeándome dentro y fuera. El placer que me producían sus caricias se extendió, tensándome el estómago y endureciéndome los pezones.



Me llevé las manos a mis pechos desnudos, apretando a medida que se hinchaban. Su tacto y su deseo eran mágicos. ¿Cómo había podido vivir sin él?—Me muero por ti —dijo con voz ronca—. Te deseo constantemente. Sólo tienes que chasquear los dedos, y se me pone dura. —Me pasó la lengua por el labio inferior, aspirando mi aliento entrecortado—. Cuando me corro, me corro para ti. Por ti y tu boca, tus manos y tu insaciable coñito. Y, al revés, será igual para ti. Mi lengua, mis dedos, mi lefa dentro de ti. Sólo tú y yo, Maite. Íntimos y desnudos.



No me cabía duda de que, cuando me tocaba, yo era el centro de su mundo, lo único que él veía y en lo que pensaba. Pero no podíamos tener ese contacto físico todo el tiempo. De alguna manera, tenía yo que aprender a creer en lo que no podía ver entre nosotros.



Sin ningún pudor, cabalgué estremecida sobre aquel dedo que se me clavaba. Introdujo otro dedo y yo puse aún más empeño, arqueándome hacia arriba para recibir sus acometidas.—¡Por favor!



—Cuando los ojos se te vuelvan tiernos y ensoñadores, seré yo quien te ponga esa expresión, no un juguete. —Me mordisqueó la barbilla, luego se desplazó hacia mi pecho, apartando mis manos con los labios. Se apoderó de uno de mis pezones con un dulce mordisco, rodeando con la boca la tierna cumbre y succionando suavemente. El dolor que me producía era como el pinchazo de una aguja, avivada mi sed por la sensación de que seguía habiendo una brecha entre nosotros, algo que aún estaba por decir y resolver.



—Más —pedí entre jadeos, necesitando su placer tanto como el mío.



—Siempre —murmuró él, curvando los labios en una pícara sonrisa contra mi piel.



Gruñí con frustración.—Te quiero dentro de mí.



—Como debe ser. —Enroscó la lengua en el otro pezón, moviéndola juguetonamente a su alrededor hasta hacerme implorar que lo succionara—. Debes suspirar por mí, cielo, no por un orgasmo. Por mi cuerpo, mis manos. Con el tiempo, serás incapaz de correrte sin el roce de mi piel.



Asentí enérgicamente, con la boca demasiado seca para hablar. El deseo se me retorcía en lo más íntimo como un muelle, tensándose con cada círculo que dibujaba William en mi clítoris con el pulgar y con cada embestida de sus dedos. Pensé en mi fiel amigo a pilas, y supe que, si William dejara de tocarme en aquel momento, nada me llevaría al clímax. Mi pasión era por él, mi deseo lo encendía su deseo de mí.



Mis muslos se estremecieron.—Vo... voy a correrme.



Cubrió mi boca con la suya, con sus labios dulces y seductores. Fue el amor de aquel beso lo que me hizo estallar. Grité y temblé con un rápido e intenso orgasmo. Mi gemido fue largo y entrecortado, mi cuerpo se agitaba violentamente. Metí las manos por debajo de su chaqueta para aferrarme a su espalda, para acercarle a mí, reclamándole con la boca hasta que amainó aquel placer desgarrador.



—Dime en qué estás pensando —dijo, lamiéndose de los dedos el gusto a mí.



Procuré conscientemente ralentizar el latido de mi corazón.—No estoy pensando en nada. Sólo quiero mirarte.



—No siempre. A veces cierras los ojos.


—Porque eres muy hablador en la cama y tu voz es muy sexy. —Tragué saliva con revivido dolor—. Te quiero, William. Necesito saber que te hago sentir tan bien como tú a mí.



—Cómemela ahora —susurró—. Haz que me corra para ti.



Me deslicé de la cama en un suspiro, lanzándome a su bragueta con entusiasmo. La tenía gorda y dura, con una tensa erección. Le levanté el faldón de la camisa, le bajé los gayumbos y se la liberé. Notaba en mis manos el peso de su miembro, que ya brillaba en la pun*ta. Lamí la prueba de su excitación, adorando aquel control, la forma en que refrenaba su propia sed para satisfacer la mía.



Tenía los ojos puestos en él cuando me metí en la boca el suave capullo. Observé cómo separaba los labios al tomar una imperiosa bocanada de aire y le pesaban los párpados, como si el placer le embriagara.



—Maite. —Había fuego en aquellos ojos caídos que me miraban fijamente—. Ah... Sí, así. ¡Cuánto adoro esa boca!



Aquel elogio me sirvió de acicate, y avancé hasta donde me fue posible. Me encantaba hacérselo, me encantaban su olor y su sabor masculinos, tan especiales. Recorrí con los labios toda la largura de su pene, chupando con suavidad. Con veneración. Y no me sentí mal por adorar su virilidad... Me la merecía.



—Esto te encanta —dijo con voz ronca, hundiendo los dedos en mi pelo para rodearme la cabeza— tanto como a mí.



—Más. Me gustaría hacértelo durante horas. Hacer que te corras una y otra vez.



En su pecho resonó un gruñido.—Lo haría. Nunca me sacio.



Con la pun*ta de la lengua recorrí hasta el capu*llo una vena palpitante, y luego volví a meterme aquel magnífico pene en la boca, arqueando el cuello hacia atrás mientras me agachaba para sentarme en los talones, con las manos en las rodillas, ofreciéndome a él.William me miró con unos ojos que centelleaban de lujuria y ternura.



—No te detengas. —Adoptó una postura más abierta. Empujó la polla hasta el fondo de mi garganta y volvió a sacarla, dejándome en la lengua una estela de cremosa espuma. Tragué, paladeando su intenso sabor. William gimió, con las manos en mis mejillas—. No pares, cielo. No me dejes ni una gota.



Ahuequé los carrillos cuando encontramos el ritmo, nuestro ritmo, la sincronización de nuestros corazones, de nuestra respiración y de nuestra pulsión para el placer. Podíamos paralizarnos pensando en algún problema, pero nuestros cuerpos nunca se equivocaban. Cuando teníamos las manos encima del otro, los dos sabíamos que estábamos donde queríamos estar y con la persona con la que queríamos estar.



—¡Joder, qué bien! —Le rechinaron los dientes de manera audible—. Ah, Dios, vas a conseguir que me corra.



Su polla crecía en mi boca. Me agarró del pelo, tiró de él, y su cuerpo se estremeció cuando se corrió con fuerza.



William emitió una exclamación al tiempo que yo tragaba. Se derramó por completo, en ráfagas calientes y espesas, inundándome la boca como si no se hubiera corrido en toda la noche. Para cuando él terminó, yo estaba jadeante y temblorosa. Me ayudó a levantarme, y, a trompicones, fuimos a parar a la cama, donde se recostó conmigo a su lado. Respiraba con dificultad, pero no dejaba de apretarme contra él con manos bruscas.



—No era esto lo que tenía en mente cuando te traje el café. —Me estampó un rápido beso en la frente—. Tampoco es que me queje.



Me acurruqué junto a él, más que agradecida de tenerle de nuevo en mis brazos.—¿Por qué no hacemos novillos y recuperamos el tiempo perdido?



Su risa era ronca debido al orgasmo. Me tuvo abrazada durante un rato, pasándome los dedos por el pelo y deslizándolos dulcemente por mi brazo.



—Me destrozaba —dijo con voz queda— ver lo dolida y enfadada que parecías estar. Saber que te hacía daño y que estabas alejándote de mí... Fue un infierno para los dos, pero no podía arriesgarme a que te consideraran sospechosa.



Me puse tensa. No había pensado en esa posibilidad. Podría argüirse que yo era el motivo que William tenía para matar. Y podría suponerse que yo estaba al tanto del crimen. Mi completa y absoluta ignorancia no había sido mi única protección; se había asegurado de que yo también tuviera una coartada. Siempre protegiéndome..., a cualquier precio.



Se echó hacia atrás.—Te he dejado un teléfono de prepago en el bolso. Está programado con un número que te pondrá en contacto con Angus. Si me necesitas para cualquier cosa, puedes dar conmigo a través de él.



Apreté los puños. Tenía que comunicarme con mi novio a través de su chófer.—Qué poco me gusta eso.



—Tampoco a mí. Despejar el camino que me lleve a ti es mi principal prioridad.



—¿No es peligroso meter a Angus en esto?



—Fue miembro del MI6. Las llamadas clandestinas son un juego de niños para él. —Hizo una pausa y continuó—: Visibilidad total, Maite: puedo averiguar dónde estás a través del teléfono, y lo haré.



—¿Qué? —Salí de la cama y me puse de pie. Mis pensamientos rebotaban entre el MI6 (¡el servicio secreto británico!) y la localización de mi teléfono móvil por GPS, sin saber qué abordar primero—. De ninguna manera.



Él también se levantó.—Si no puedo estar contigo ni hablar contigo, al menos tengo que saber dónde te encuentras.



—No lo hagas, William.



Su expresión era de serenidad.—No tenía por qué decírtelo.



—¿En serio? —Me fui hacia el armario a coger una bata—. Y tú dijiste que advertir a alguien de un comportamiento ridículo no es una excusa para ello.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:36 pm

—No me machaques tanto.



Fulminándole con la mirada, me puse una bata de seda roja y me até el cinturón con un nudo.—No. Creo que eres un maniático del control al que le gusta que me sigan.



Cruzó los brazos.—Me gusta que sigas viva.



Me quedé helada. Enseguida pasé revista mentalmente a los acontecimientos de las últimas semanas, con el añadido de Nathan en la foto. De repente todo tenía sentido: el que se pusiera como se puso William la mañana en que quise ir andando a trabajar, el que Angus me hubiera seguido como una sombra por la ciudad todos los días, la furia de William cuando confiscó el ascensor en el que iba yo...


Todas las veces en que casi le odié por comportarse como un gilipollas, él sólo pensaba en protegerme de Nathan.



Me fallaron las piernas y me caí al suelo de manera poco elegante.



—Maite.



Había comprendido muchas cosas durante el tiempo que habíamos estado separados. Me había dado cuenta de que William nunca dejaría que Nathan entrara en su despacho con unas fotos en las que se veía cómo me violaban y abusaban de mí y saliera después tan campante. Brett Kline sólo me había besado y William le había dado una paliza. Nathan me había violado repetidamente durante años y lo había documentado con fotos y vídeos. La reacción de William al verse cara a cara con Nathan la primera vez tuvo que ser violenta.



Nathan debió de ir al edificio Crossfire el día en que me encontré a William recién duchado con una mancha encarnada en el puño de la camisa. Lo que en un principio sospeché que era carmín era la sangre de Nathan. El sofá y los cojines de la oficina de William estaban revueltos a consecuencia de una pelea, no de un casquete de mediodía con Corinne.



Vamos a ver, ¿tú crees que yo quiero supervisarte constantemente? Se han dado circunstancias atenuantes. Créeme que he tratado de mantener un equilibrio entre tu independencia y tu seguridad.



¡Vaya! La retrospección no sólo me dejó las cosas muy claras; también me propinó un buen coscorrón y me proporcionó un poco de sentido común.—Lo entiendo.



—Yo creo que no. Esto —dijo, señalándose a sí mismo con impaciencia— no es más que un puñetero caparazón. Eres tú quien me mueve, Maite. ¿Me comprendes? Eres mi alma y mi corazón. Si algo te sucediera, me moriría. ¡Mantenerte a salvo es una cuestión de pura supervivencia! Toléralo por mí, si no quieres hacerlo por ti misma.



Me abalancé sobre él, haciéndole perder el equilibrio y tirándole de espaldas al suelo. Le besé con todas mis fuerzas, con el corazón martilleándome en el pecho y la sangre latiéndome en los oídos.—Me fastidia ponerte frenético —musité entre besos desesperados—, pero es que me lo has hecho pasar muy mal.



Gruñendo, me estrechó con fuerza.—Entonces, ¿todo bien entre nosotros?



Arrugué la nariz.—Quizá no con lo del teléfono de prepago. El seguimiento por el móvil es de locos. No me mola nada.



—Es temporal.



—Lo sé, pero...



Me puso una mano en la boca. —Te he dejado instrucciones en el bolso de cómo rastrear mi teléfono.



Aquello me dejó sin palabras.



William esbozó una sonrisa de satisfacción. —No tan mala idea, por otro lado.



—Calla. —Me aparté de él y le di una palmada en el hombro—. Somos totalmente disfuncionales.



—Yo prefiero el término de «conducta selectivamente desviada», pero que quede entre nosotros.



La chifladura que había sentido momentos antes se evaporó, sustituida por una oleada de pánico al recordar que estábamos ocultando nuestra relación. ¿Cuánto tiempo tardaría en volver a verle? ¿Días? No volver a vivir lo que había vivido las últimas semanas. Sólo de pensar en estar sin él durante cualquier periodo de tiempo me ponía mala.



Tuve que tragarme el nudo que tenía en la garganta para preguntarle:—¿Cuándo podremos estar juntos otra vez?



—Esta noche,Maite.—Había preocupación en sus ojos—. Me duele esa mirada tuya.



—Sólo quiero que estés conmigo —susurré, notando en los ojos el escozor de las lágrimas otra vez—. Te necesito.



William me acarició la mejilla con las yemas de los dedos.—Tú estabas conmigo. Constantemente. No dejé de pensar en ti ni un segundo. Soy tuyo, Maite. Esté donde esté, te pertenezco.



Me abandoné a su caricia, empapándome de ella, para que me desaparecieran todos los temores.—Pero Corinne se acabó. No puedo soportarlo.



—Se acabó —accedió, sobresaltándome—. Ya se lo he dicho. Confiaba en que pudiéramos ser amigos, pero ella quiere lo que en el pasado hubo entre los dos, y yo te quiero a ti.



—La noche en que murió Nathan... ella era tu coartada. —No pude continuar. Me hacía daño pensar en cómo habría pasado todas aquellas horas con ella.



—No, mi coartada fue el incendio de la cocina. Me llevó gran parte de la noche tratar con el Cuerpo de Bomberos, la compañía de seguros y organizar todos los preparativos para el servicio de comidas. Corinne estuvo conmigo durante una parte de todo eso, y, cuando se marchó, había suficiente personal que confirmara mi paradero.



El alivio que sentí debió de notárseme en la cara, porque a William se le suavizó la mirada y se le llenó de la pena que ya le había visto tantas veces.



Se levantó y me tendió una mano para ayudarme a hacer otro tanto.—A tu nuevo vecino le gustaría invitarte a cenar en su casa esta noche. Digamos que a las ocho. Encontrarás la llave, junto con la de su ático, en tu llavero.



Le agarré la mano e intenté levantar los ánimos respondiendo con una broma.—Está buenísimo. Me pregunto si estará por la labor la primera noche.



Me dedicó una sonrisa tan pícara que me puso a mil por hora.—Creo que las posibilidades de que eches un polvo esta noche son muy altas.



Suspiré aparatosamente.—¡Qué romántico!



—Te voy a dar a ti romance. —Me acercó a él y, como en un baile, me inclinó hacia atrás con suma facilidad.



Apretada contra él desde las caderas a los tobillos y arqueada hacia atrás, dibujando una curva de rendimiento, noté cómo se me abría la bata, dejando mis pechos al descubierto. Él hizo que me inclinara aún más, hasta que mi sexo, dolorido, terminó abrazando su muslo macizo y no pude evitar ser súper consciente de la fuerza de su cuerpo mientras sostenía mi peso además del suyo.



Y así de deprisa, me sedujo. A pesar de las horas de placer y de un reciente orgasmo, estaba lista para él en aquel momento, excitada por su destreza y su vigor, por la seguridad en sí mismo, el control que tenía de sí y de mí misma.




Me deslicé por su pierna lentamente, lamiéndome los labios. Él gruñó y me cubrió el pezón con la ardiente humedad de su boca, acosándome la endurecida punt*a con la lengua. Sin esfuerzo me sostuvo, me excitó, me poseyó.



Cerré los ojos y, con un gemido, me rendí.



Debido al calor y a la humedad, decidí ponerme un vestido tubo de lino y recogerme el pelo en una cola de caballo.Completé el atuendo con unos pendientes de aro y me maquillé muy ligeramente.



Todo había cambiado. William y yo volvíamos a estar juntos. Ahora vivía en un mundo en el que ya no estaba Nathan Barker. Nunca más doblaría una esquina y me encontraría con él. Nunca más aparecería en la puerta de mi casa como salido de la nada.



Ya no tendría que preocuparme de que William averiguara cosas de mi pasado que abrieran una brecha entre nosotros.No había nada que no supiera y me quería de todas

formas.



Pero la paz en ciernes que surgió con esa nueva realidad venía acompañada del temor por William: necesitaba tener la certeza de que se libraría de ser encausado. ¿Cómo podría demostrarse su inocencia en un crimen que realmente había cometido? ¿Íbamos a tener que vivir con el miedo permanente a que lo que hizo nos persiguiera de por vida? ¿Y cómo nos había cambiado ese acto? Porque de ninguna manera podríamos volver a ser quienes habíamos sido, y menos después de algo de semejante calibre.



Salí de la habitación y me dispuse a ir a trabajar, alegrándome de las horas de distracción que me esperaban en Waters Field & Leaman, una de las agencias de publicidad más importantes del país. Cuando fui a coger el bolso del mostrador de desayuno, me encontré a Cary en la cocina. Saltaba a la vista que había estado tan Ocupado, con mayúscula, como yo.



Estaba apoyado en la encimera, agarrado al borde, mientras su amigo, Trey, le rodeaba la cara con las manos y le besaba con pasión. Trey estaba completamente vestido con un vaquero y una camisa, mientras que Cary sólo llevaba unos pantalones deportivos muy sexys que le quedaban a la altura de las caderas. Ambos tenían los ojos cerrados y se les veía muy ensimismados el uno en el otro para darse cuenta de que no estaban solos.



Era una grosería mirar, pero no pude evitarlo. Primero porque siempre me había parecido fascinante ver a dos hombres atractivos montándoselo. Y segundo porque la postura de Cary me resultaba muy reveladora. Tenía una expresión de vulnerabilidad en el rostro, pero el hecho de que estuviera agarrando la encimera, en lugar de al hombre al que amaba, delataba una distancia que no terminaba de desaparecer.



Cogí el bolso y, procurando no hacer ruido, salí de puntillas del apartamento.



Como no quería llegar completamente derretida al trabajo, tomé un taxi en lugar de ir caminando. Desde el asiento de atrás, vi aparecer el edificio Crossfire de William. Las brillantes e inconfundibles espirales azul zafiro albergaban tanto a Cross Industries como a Waters Field & Leaman.



no entendía por qué había aceptado un empleo de principiante, teniendo en cuenta las buenas relaciones y los recursos con que contaba, yo me sentía muy orgullosa de estar labrándome mi propio camino. Mark era un jefe estupendo, para formar y para delegar, lo que significaba que estaba aprendiendo mucho tanto de sus enseñanzas como de hacer cosas por mí misma.



El taxi dobló una esquina y se detuvo detrás de un Bentley monovolumen negro que yo conocía muy bien. Al verlo, el corazón me dio un vuelco, pues imaginé que Gideon no andaría lejos.



Pagué al taxista y salí del frescor interior al húmedo y caluroso aire de primera hora de la mañana. Clavé los ojos en el Bentley con la esperanza de vislumbrar a William. Era alucinante lo mucho que me excitaba la idea, sobre todo después de una noche revolcándome con él en toda su gloriosa desnudez.



Con una sonrisa burlona, me dirigí hacia las puertas giratorias de marco dorado y
entré al gran vestíbulo. Si un edificio podía encarnar a un hombre, el Crossfire lo hacía con William. Los suelos y las paredes de mármol irradiaban poder y riqueza, mientras que el exterior de cristal azul cobalto era tan llamativo como los trajes de William. En general, el Crossfire era elegante y sexy, oscuro y peligroso... como el hombre que lo había creado. Me encantaba trabajar allí.



Pasé por los torniquetes de seguridad y tomé el ascensor hasta el vigésimo piso. Cuando salí de la cabina, divisé a Megumi, la recepcionista. Presionó el botón para abrirme las puertas de seguridad y se levantó cuando me acercaba.



—Hola —me saludó, tan elegante ella con sus pantalones negros y una blusa de seda dorada sin mangas. Sus oscuros ojos endrinos le centelleaban de entusiasmo y llevaba sus bonitos labios pintados de un atrevido color rojo—. Quería preguntarte qué vas a hacer el sábado por la noche.



—Oh... —Quería pasarlo con William, pero nada garantizaba que eso fuera a suceder—. No sé. No tengo planes todavía. ¿Por qué?



—Uno de los amigos de Michael se va a casar y tienen una despedida de soltero el sábado. Si me quedo en casa, me vuelvo loca.



—¿Michael es el de la cita a ciegas? —le pregunté, sabiendo que salía con un chico con quien su compañera de piso le había apañado una cita.



—Sí. —Por un momento a Megumi se le iluminó la cara—. Realmente me gusta y creo que yo también le gusto a él, pero...



—Sigue —la animé.



Alzó un hombro en un gesto de resignación y desvió la mirada.—Tiene fobia al compromiso. Sé que está loco por mí, pero no deja de decir que la cosa no va en serio y que sencillamente lo estamos pasando bien. Pero pasamos mucho tiempo juntos —arguyó—. Ha reorganizado su vida para estar conmigo más a menudo. Y no sólo físicamente.



Torcí el gesto con cierta pena, pues conocía a ese tipo de hombre. No era fácil salir de esa clase de relaciones. Las señales contradictorias mantenían altas la emoción y la adrenalina, y era difícil renunciar a la posibilidad de que el chico aceptara el riesgo. ¿Qué chica no quería alcanzar lo inalcanzable?



—Me apunto para salir este sábado —respondí, haciéndole ver que podía contar conmigo—. ¿Qué se te ha ocurrido?



—Beber, bailar, desmadrarnos... —Megumi recuperó la sonrisa—. A lo mejor hasta encontramos a algún tío bueno que te consuele.



—Ehh... —¡Ahí va! ¡Menuda complicación!—. La verdad es que estoy muy bien así.



Me miró con el ceño fruncido.—Pareces cansada.



Me he pasado la noche entera copulando con William Cross... —Ayer tuve una clase de Krav Maga muy dura.



¿Qué? Da igual. En cualquier caso, tampoco te hará daño ver cómo está el panorama, ¿no?



Me moví la cinta del bolso en el hombro.—Nada de sustitutos —insistí.


—¡Oye! —Se puso las manos en las caderas—. Sólo te estoy sugiriendo que te abras a la posibilidad de conocer a alguien. Sé que William Cross ha debido de poner muy alto el listón, pero, hazme caso, no hay mejor venganza que seguir adelante.



Eso me hizo sonreír.—No me cerraré a nada —respondí para salir del atolladero.



Sonó el teléfono de su mesa y me despedí con un gesto de la mano al tiempo que me dirigía por el pasillo hacia mi cubículo. Necesitaba un poco de tiempo para pensar en cómo desempeñar el papel de mujer sin pareja estando tan enganchada como estaba. Si William me pertenecía, él me poseía a mí. No me imaginaba con nadie más.



Estaba pensando en cómo mencionar a Gideon el asunto del sábado por la noche cuando oí que Megumi me llamaba por detrás. Me di la vuelta.—Tengo una llamada en espera para ti —dijo—. Y confío en que sea personal, porque tiene una voz endiabladamente sexy. Suena a S-E-X-O bañado en chocolate y cubierto de nata.



Se me erizó el vello de la nuca.—¿Te ha dicho cómo se llama?



—Sí. Brett Kline.



4



Llegué a mi mesa y me dejé caer en la silla. Tenía las palmas de las manos húmedas sólo de pensar en hablar con Brett, y me armé de valor para la pequeña emoción que me produciría hablar con él y el sentimiento de culpa que la seguiría. No se trataba de que quisiera recuperarle ni de que quisiera estar con él. Sencillamente hubo algo entre nosotros y una cierta atracción sexual que fue puramente hormonal. No podía evitarlo, pero tampoco iba a hacer nada al respecto.



Dejé mi bolso y la bolsa en la que llevaba unos zapatos planos en un cajón de la mesa, paseando la mirada por el collage enmarcado de fotos de William y de mí juntos. Me lo había regalado para que no dejara de pensar en él en ningún momento..., como si eso fuera posible. Si hasta soñaba con él.



Sonó mi teléfono. La llamada redirigida desde recepción. Brett no se había dado por vencido. Estaba decidida a considerarla como una llamada profesional, con el fin de recordarle que me encontraba en el trabajo y que las conversaciones personales estaban fuera de lugar.



—Oficina de Mark Garrity. Maite Tramell al habla —respondí.


—Maite. ¿Qué tal? Soy Brett.



Cerré los ojos mientras asimilaba aquella voz del tipo que sonaba a S-E-X-O cubierto de chocolate. Sonaba incluso más decadente y sexual que cuando cantaba, lo cual había contribuido a lanzar a su banda, los Six-Ninths, al borde del estrellato. Había firmado un contrato con Vidal Records, la compañía discográfica que dirigía el padrastro de William, Christopher Vidal sénior, una compañía de la que inexplicablemente William era accionista mayoritario.



Hablando de que el mundo es un pañuelo.—Hola —le saludé—. ¿Cómo va la gira?



—Increíble. Todavía ando un poco perdido, la verdad.



—Llevabas mucho tiempo queriéndolo y te lo mereces. Disfruta de ello.



Se quedó callado unos instantes, y en ese espacio de tiempo, me lo imaginé. La última vez que le vi tenía un aspecto imponente, con el pelo a lo punk y las punt*as teñidas de platino, y los ojos oscuros y enrojecidos de lo que me deseaba. Era alto y musculoso sin ser corpulento, con el cuerpo trabajado por la actividad constante y las exigencias de ser una estrella del rock. Tenía la piel morena cubierta de tatuajes, y piercings en los pezones, que aprendí a chupar cuando quería sentir su polla dura dentro de mí...



Pero no le llegaba a William ni a la suela de los zapatos. Brett podía gustarme como a cualquier otra mujer con sangre en las venas, pero William era un mundo aparte.—Oye —dijo Brett—, ya sé que estás trabajando, así que no quiero entretenerte. Vuelvo a Nueva York y me gustaría verte.



Crucé los tobillos.—No creo que sea buena idea.



—Vamos a estrenar el vídeo musical de «Rubia» en Times Square —siguió—. Me gustaría que estuvieras allí conmigo.



—Allí con... ¡Vaya! —Me froté la frente. Momentáneamente desconcertada por su
petición, decidí pensar en lo mucho que me daba la lata mi madre por frotarme la cara, pues aseguraba que era la mejor forma de que te salieran arrugas—. Me halaga mucho que me lo pidas, pero me gustaría saber... si te mola que seamos sólo amigos.



—¡Joder, no! —Se rio—. Chica, estás soltera. La pérdida de Cross es mi ganancia.



¡Mier*da! Hacía ya casi tres semanas que habían aparecido en los blogs de cotilleos las primeras imágenes de la escenificada reconciliación de William y Corinne. Al parecer, todo el mundo había decidido que ya era hora de que me enrollara con otro tío.



No es tan fácil. No estoy lista para otra relación, Brett.



Te estoy pidiendo una cita, no un compromiso para toda la vida.



—Brett, en serio...



—Tienes que ir, Maite—insistió con aquel susurro seductor con el que siempre conseguía que me bajara las bragas—. Es tu canción. No aceptaré un no por respuesta.



—No te quedará más remedio.



—Me dolería mucho que no fueras —dijo con voz queda—. Y no es broma. Iremos en plan de amigos, si hace falta, pero tienes que ir.


Dejé escapar un hondo suspiro, echando la cabeza hacia atrás.—No quiero que te hagas ilusiones. —Ni cabrear a William...



—Te prometo que me lo tomaré como un favor entre amigos.



Ya, y una mier*da. No respondí.



No se dio por vencido. Nunca lo haría.—¿Vale? —machacó.



Alguien me puso una taza de café en la mesa y, al levantar la vista, me encontré con Mark a mis espaldas.—Vale —cedí, más que nada porque tenía que trabajar.



Podría ser tanto el jueves como el viernes por la noche; aún no estoy seguro. Dame tu número de móvil y te mandaré un mensaje de texto cuando lo sepa a ciencia cierta.



Se lo recité de un tirón.—¿Lo has cogido? Tengo que colgar.


—Que tengas un día estupendo en el curro —dijo, haciéndome sentir mal por meterle prisa y ser antipática. Era un chico majo y podría haber sido un buen amigo, pero esa posibilidad se fue al garete en el día en que le besé.



—Gracias. Me alegro mucho por ti, Brett. Adiós. —Puse el auricular en su soporte y sonreí a Mark—. Buenos días.



¿Va todo bien? —preguntó, con un ceño ligeramente fruncido que le ensombrecía los ojos. Vestía un traje azul marino con una corbata de color morado oscuro que hacía resaltar su tez morena.



—Sí. Gracias por el café.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:37 pm

—De nada. ¿Lista para trabajar?



—Por supuesto —respondí con una sonrisa.



No tardé mucho tiempo en darme cuenta de que a Mark le pasaba algo. Se le veía distraído y malhumorado, lo que no era muy propio de él. Estábamos trabajando en la campaña de un software para el aprendizaje de lenguas extranjeras, pero no ponía mucho interés. Le propuse que habláramos un poco sobre la campaña en la que se animaba a consumir productos autóctonos, pero no sirvió de nada.



—¿Te pasa algo? —pregunté finalmente, metiéndome, incómoda, en el terreno de la amistad, donde ambos procurábamos no entrar en horas de trabajo.



Dejábamos el trabajo a un lado cada dos semanas, cuando me invitaba a almorzar con su pareja, Steven, pero con la prudencia de no salirnos de nuestros papeles de jefe y subordinada. Yo lo agradecía muchísimo, dado que Mark sabía que mi padrastro era rico. No quería que nadie me tuviera unas consideraciones que no me había ganado.



—¿Qué? —Levantó la mirada hacia mí y luego se pasó una mano por el pelo, cortado al rape—. Perdona.



Dejé la tableta en las piernas.—Pareces preocupado por algo.



Él se encogió de hombros, haciendo rodar hacia atrás y hacia delante su silla Aeron.—El domingo es mi séptimo aniversario con Steven.



—Eso es estupendo —exclamé, sonriendo. De todas las parejas que había conocido en mi vida, Mark y Steven era la más estable y cariñosa—. Felicidades.



—Gracias —respondió, esforzándose por esbozar una sonrisa.



—¿Vais a salir? ¿Has hecho alguna reserva o quieres que me encargue yo de ello?



Meneó la cabeza.—No hay nada decidido. No sé qué sería mejor.



—¿Por qué no pensamos en algo? Yo no he tenido muchos aniversarios, me apena reconocer; pero a mi madre se le dan de muerte, y tengo alguna idea.



Tras haber sido el florero de tres maridos ricos, Monica Tramell Barker Mitchell Stanton podría haberse dedicado a organizar eventos si, en algún momento, hubiera tenido que ganarse la vida.



—¿Prefieres algo íntimo? —le sugerí—, ¿sólo para vosotros dos? ¿O una fiesta con los amigos y la familia? ¿Acostumbráis a haceros regalos?



—¡Quiero casarme! —soltó de repente.



—Ah. Vale. —Me eché hacia atrás en la silla—. En romanticismo me ganas por goleada.



Mark se rio sin ganas y a continuación me miró con tristeza.—Debería ser romántico. Dios sabe que cuando Steven me lo pidió hace unos años, todo fueron corazones y flores. Ya sabes lo melodramático que es. Fue a por todas.



Le miré con un parpadeo de perplejidad.—¿Le dijiste que no?



—Le dije que aún no. Estaba empezando a irme bien aquí, en la agencia, a él estaban empezando a llegarle algunos encargos francamente lucrativos, y los dos estábamos recuperándonos de una dolorosa ruptura. No parecía el momento más apropiado y no terminaba de entender sus razones para querer casarse.



—Eso nadie lo sabe nunca con seguridad —dije en voz baja, más para mí misma que para él.



—Pero yo no quería que pensara que dudaba de nosotros —continuó Mark, como si no me hubiera oído—, así que me escudé en la institución del matrimonio, como un gilipollas.



Contuve una sonrisa.—Tú no eres un gilipollas.



—En los últimos años no ha dejado de repetir lo acertado que estuve al decir que no.



—Pero no te negaste en redondo. Lo que le dijiste fue que no era el momento, ¿verdad?



—No lo sé. Ya no sé lo que le dije. —Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa y tapándose la cara con las manos. La voz se le oía queda y apagada—. Me dio miedo. Tenía veinticuatro años. Tal vez haya personas que se sientan preparadas para esa clase de compromiso a esa edad, pero yo..., yo no lo estaba.



—¿Y ahora que tienes veintiocho sí lo estás? —La misma edad que William. Y pensar en ello me estremeció, en parte porque yo tenía la misma edad que Mark cuando respondió que aún no era el momento, y podía comprenderlo.



—Sí. —Mark levantó la cabeza y me miró—. Estoy más que preparado. Es como si hubiera empezado la cuenta atrás y yo estuviera cada vez más impaciente. Pero me temo que va a decir que no. Quizá su momento fue cuatro años atrás y ahora ya ha pasado completamente.



—Ya sé que parecerá una perogrullada, pero no lo sabrás mientras no se lo preguntes —y esbocé una tranquilizadora sonrisa—. Él te quiere. Y mucho. Creo que las probabilidades que tienes de oír un sí son muy altas.



Él sonrió, dejando entrever unos dientes torcidos encantadores.—Ya me dirás si quieres que me encargue de la reserva.



—Te lo agradezco. —Se le serenó la expresión—. Siento mucho sacar este tema cuando tú estás pasando por una ruptura complicada.



—No te preocupes por mí. Estoy bien.



Mark se me quedó mirando unos instantes, y asintió.



—¿Almorzamos juntos?


Levanté la vista hacia el rostro serio de Will Granger. Will era el último ayudante que había llegado a Waters Field & Leaman y le había estado ayudando a aclimatarse. Lucía patillas y unas gafas oscuras de montura cuadrada que le daban un aire ligeramente beatnik retro que le favorecía.



—Claro. ¿Qué te apetece?



—Pasta y pan. Y tarta. Y a lo mejor una patata asada.



Enarqué las cejas.—Vale. Pero si luego acabo amodorrada y babeando encima de la mesa, espero que me saques del atolladero ante Mark.



—Eres una santa, Maite. Natalie está siguiendo una dieta baja en carbohidratos y no puedo pasar un día más sin almidón y sin azúcar. Mírame, me estoy quedando escuchimizado.



Por lo que él contaba, Will y su novia del instituto, Natalie, parecían llevarse muy bien. Nunca he dudado de que él bebía los vientos por ella —y daba la impresión de que ella hacía otro tanto—, aunque se quejara cariñosamente de su preocupación por pequeñeces.



—Eso está hecho —dije, sintiéndome un poco triste de repente. Estar separada de William era una tortura, sobre todo cuando me encontraba rodeaba de amigos que tenían sus propias relaciones.



Era casi mediodía, y mientras esperaba a Will envié un rápido mensaje de texto a Shawna —la casi cuñada de Mark— para preguntarle si se apuntaba a una juerga de chicas el sábado por la noche. Acababa de pulsar la tecla de enviar cuando sonó el teléfono de mi mesa.



—Oficina de Mark Garrity —respondí enérgicamente.



—Maite.



Me dio un escalofrío al oír la voz ronca y grave de William.—Hola, campeón.



—Dime que estamos bien.



Me mordí el labio inferior, con el corazón hecho un gurruño. El que no pudiéramos estar juntos debía de estar causándole el mismo desasosiego que a mí.—Claro que lo estamos. ¿Acaso no te lo parece? ¿Ocurre algo?



—No. —Hizo una pausa—. Tenía que oírtelo otra vez.



—¿No quedó claro ayer? —Cuando te clavaba las uñas en la espalda...—. ¿O esta mañana? —Cuando me postré ante ti.



—Quería oírtelo decir cuando no estás mirándome. —La voz de William me acariciaba los sentidos? Me excité tanto que me dio vergüenza.



—Lo siento —susurré, sintiéndome incómoda—. Sé que te molesta que las mujeres te cosifiquen. No deberías aguantármelo.



—Nunca me quejaría de ser lo que tú quieras que sea, Maite. Por Dios —dijo con brusquedad en la voz—. Me encanta que te guste lo que ves, porque bien sabe Dios lo que a mí me gusta mirarte.



Cerré los ojos ante la oleada de anhelo que me invadía. Saber lo que ahora sabía — que yo era fundamental para él— me hacía mucho más difícil no estar con él.—Te echo mucho de menos. Y resulta extraño porque todo el mundo cree que hemos roto y que tengo que seguir adelante...



—¡No! —Esa única palabra sonó como una explosión, con tanta fuerza que di un respingo—. Maldita sea. Espérame, Maite. Yo te he esperado toda la vida.



Tragué saliva y, al abrir los ojos, vi que Will venía hacia mí. Bajé la voz. —Te esperaré siempre, mientras seas mío.



—No será para siempre. Estoy haciendo todo lo que puedo. Confía en mí.



—Confío en ti.



De fondo se oyó el pitido de otro teléfono que reclamaba su atención.—Te veré a las ocho en punto —dijo William bruscamente.



—Sí.



Se cortó la conexión, y me sentí sola al instante.—¿Lista para papear? —preguntó Will, frotándose las manos, disfrutando de la comida antes de tiempo. Megumi había ido a almorzar con su fóbico-al-compromiso. Así que éramos Will, yo y toda la pasta que pudiera comer en una hora.



Pensando que una buena modorra inducida por ingesta de carbohidratos era lo que a lo mejor necesitaba, me levanté y dije:—¡Qué demonios, sí!



Cuando volvíamos de almorzar, me compré una bebida energética sin carbohidratos en una tienda. Poco antes de las cinco de la tarde, ya sabía que iba a ir a darle a la cinta de correr en cuanto saliera de trabajar.



Era socia de Equinox, pero realmente quería ir a un gimnasio CrossTrainer. Me afectaba mucho el que William y yo tuviéramos que estar separados, y pasar un rato en un lugar que me traía tan buenos recuerdos me ayudaría a sobrellevarlo. Además, era una
cuestión de lealtad. William era mi pareja. Iba a hacer todo lo posible por pasar el resto de mi vida con él. Para mí eso suponía apoyarle en todo lo que hiciera.



Volví andando a casa, a riesgo de marchitarme por el camino; pero no importaba, ya que, de todas formas, iba a sudar la gota gorda en el gimnasio. Cuando salí del ascensor en la planta de mi apartamento, se me fueron los ojos hacia la puerta de al lado. Jugueteé con la llave que William me había dado. Se me pasó por la cabeza la idea de entrar a echar un vistazo a su apartamento. ¿Sería parecido al de la Quinta Avenida? ¿O muy diferente?



El ático de William era impresionante, con arquitectura de preguerra y todo el encanto del viejo mundo. Era un espacio que destilaba abundancia, sin dejar por ello de ser cálido y acogedor. Me resultaba igual de fácil imaginar a niños correteando por allí que a dignatarios extranjeros.



¿Cómo sería aquel alojamiento temporal? ¿Con escasos muebles, nada de arte y una exigua cocina? ¿Habría llegado a instalarse?



Me detuve ante la puerta de mi apartamento y, después de debatirme en la duda, resistí la tentación. Quería que él me invitase a pasar.



Al entrar en el salón de mi casa, oí una risa femenina. No me sorprendió encontrarme con una rubia de piernas largas acurrucada al lado de Cary en mi sofá blanco, con la mano en su regazo, acariciándole a través de los pantalones de deporte. Mi compañero de piso seguía sin camisa, rodeando con los brazos a Tatiana Cherlin, acariciándole lánguidamente los bíceps.



—Hola, nena —me saludó con una sonrisa—. ¿Qué tal el curro?



—Como siempre. Hola, Tatiana.

Ésta me respondió con un gesto de la barbilla. Era una mujer despampanante, lo cual era de esperar, dado que era modelo. Dejando a un lado su aspecto, al principio no me cayó muy bien y seguía sin hacerlo. Pero viendo a Cary, tenía que reconocer que a lo mejor ella le venía bien de momento.

Ya le habían desaparecido los moratones; pero aún estaba recuperándose de una brutal paliza, una emboscada de Nathan que había desencadenado todos los acontecimientos que ahora me separaban de William.



—Voy a cambiarme para irme al gimnasio —dije, dirigiéndome hacia el pasillo.



—Espera un momento, que tengo que hablar con mi niña —oí que Cary le decía a Tatiana.



Entré en mi habitación y tiré el bolso encima de la cama. Estaba hurgando en mi armario cuando Cary apareció en la entrada.—¿Qué tal estás? —le pregunté.



—Mejor. —Sus ojos tenían un brillo de picardía—. ¿Y tú?



Mejor.



Cruzó los brazos sobre su pecho desnudo.—¿Es eso gracias a quienquiera que estuviera tricotando contigo anoche?



Cerré el cajón empujando con la cadera.—¿Lo dices en serio? —repliqué—. Yo no te oigo a ti cuando estás en tu habitación. ¿Cómo es que me oyes tú a mí en la mía?



Se dio unos golpecitos en la sien.—Tengo un radar para el sexo.



¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no tengo uno yo también?



—Más bien que Cross te provocó un cortocircuito durante uno de sus sexatones.



Aún no te has recuperado del vigor de ese hombre. Ojalá se inclinara de mi lado y me
agotara a mí. Le arrojé mi sujetador deportivo.



Lo cogió con destreza, riéndose.—Bueno, ¿quién era?



Me mordí el labio, no queriendo mentir a la única persona que siempre me había dicho la verdad aunque doliera. Pero no me quedaba más remedio.—Un tipo que trabaja en el Crossfire.



Desvaneciéndosele la sonrisa, Cary entró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas.—¿Y sencillamente te levantaste y decidiste traértelo a casa y pasarte la noche follan*do con él? Yo creía que habías ido a clase de Krav Maga.



—Y así fue. Vive por aquí cerca y me lo encontré después de clase. Una cosa llevó a la otra...



—¿Debería preocuparme? —me preguntó en voz baja, escrutándome cuando me devolvía el sujetador—. Tú no te habías tirado a nadie así, por las buenas, desde hacía mucho tiempo.



—No se trata de eso, exactamente. —Me obligué a sostener la mirada a Cary, sabiendo que, de no hacerlo, nunca me creería—. Estoy... saliendo con él. Esta noche vamos a cenar juntos.



—¿Voy a conocerle?



—Claro, pero no hoy. Voy a ir a su casa.



Frunció los labios.—Hay algo que no me estás contando. Suéltalo.



Eludí la pregunta.—Esta mañana te vi besando a Trey en la cocina.



—Vale.



—¿Va todo bien entre vosotros?



—No puedo quejarme.



¡Caray! Cuando Cary se olía algo, no había manera de engañarle. Salí por donde pude.



—Hoy he hablado con Brett —dije todo lo despreocupadamente que fui capaz, procurando no darle demasiada importancia—. Me llamó al trabajo. Y no, no era el tipo de anoche.



—¿Qué quería? —preguntó, alzando las cejas.



Me quité los zapatos y me dirigí al baño a lavarme la cara.—Viene a Nueva York para estrenar el vídeo musical de «Rubia». Me ha pedido que vaya con él.



—Maite... —empezó a decir, en ese tono de advertencia que los padres reservan para los niños mimados.



—Me gustaría que vinieras conmigo.



Eso le frenó un poco.—¿De carabina? ¿No te fías de ti misma?



Miré su reflejo en el espejo.—No voy a volver con él, Cary. Para empezar, tampoco es que hayamos estado nunca juntos realmente, así que deja de preocuparte por eso. Quiero que vayas porque creo que te lo pasarás bien y porque no quiero que Brett se haga ilusiones. Él ha accedido a que vayamos como amigos, pero creo que habrá que repetirle la idea unas cuantas veces paraque se le meta en la cabeza. Y para ser justos.



—Tendrías que haberte negado.



—Lo intenté.



—Nena, un no es un no. No es tan difícil.



—¡Cállate! —Me froté un ojo con un algodón desmaquillador—. Bastante malo es ya que me sienta culpable por ir. Tú pensaste que me divertiría yendo a aquel concierto sin saber a quién me encontraría allí. Así que deja de darme la barrila.



Que ya lo hará William.



Cary frunció el ceño.—¿Y de qué demonios tienes que sentirte culpable?



—¡A Brett le zurraron por mi culpa!



De eso, nada. Le zurraron por besar a una chica guapa sin pensar en las consecuencias. Tendría que haberse imaginado que estabas con alguien. ¿Y se puede saber qué mosca te ha picado?


—No necesito ninguna monserga sobre Brett, ¿vale? —Lo que necesitaba era que Cary supiera de mi relación con William y las preocupaciones que tenía, pero no podía pedir ayuda a mi mejor amigo. Eso hacía que todo lo que iba mal en mi vida fuera aún más desasosegante. Me sentía completamente sola y a la deriva—. Ya te he dicho que no pienso pasar por ahí otra vez.



—Me alegra oírlo.



Le conté parte de la verdad porque sabía que él no me juzgaría. —Sigo enamorada de William.



—Ya lo sé —respondió, sin más—. Por si sirve de algo, estoy seguro de que vuestra ruptura le está reconcomiendo a él también.



Le abracé.—Gracias.



—¿Por qué?



—Por ser tú.



Soltó un bufido.—No estoy diciendo que debas esperarle. No importa tras lo que se ande Cross... Allá él si se duerme en los laureles. Pero no creo que estés preparada para meterte en la cama de otro. Tú no puedes andar por ahí acostándote con cualquiera, Maite. El sexo significa algo para ti; por eso lo pasas tan mal cuando lo vas regalando.



—Es cierto, nunca funciona —coincidí, mientras terminaba de lavarme la cara—. ¿Vendrás conmigo al estreno del vídeo?
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:39 pm

—Claro que iré.



¿Quieres llevar a Trey o a Tatiana?



Negando con la cabeza, se volvió hacia el espejo y se arregló el pelo con varias expertas pasadas de la mano.—Entonces sería como una cita doble. Mejor si yo soy la tercera rueda. Más impactante.



Observé su reflejo, esbozando una cariñosa sonrisa.—Te quiero.



Él me tiró un beso.—Cuídate, nena. Es lo único que te pido.



El regalo que más me gustaba hacer cuando alguien inauguraba casa era unas copas de martini Waterford. Para mí eran la combinación perfecta de elegancia, alegría y utilidad. Había regalado un juego a una amiga de la universidad que no tenía ni idea de lo que era el cristal de Waterford pero a la que encantaban los appletinis, martinis con aguardiente de manzana; y otro a mi madre, que no tomaba martinis pero le encantaba el cristal Waterford. Era un regalo que tampoco dudaría en hacer a William Cross, un hombre con más dinero de lo podía imaginarse.



Pero no era cristal lo que sostenía en las manos cuando llamé a su puerta.



Nerviosa, cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro y me pasaba la mano caderas abajo para estirarme el vestido. Me había emperifollado después de volver del gimnasio, empleándome a fondo en el peinado y la sombra de ojos color ceniza, correspondientes a la Nueva Maite. El lápiz de labios rosa pálido era a prueba de besos, y llevaba un pequeño vestido negro de escote caído y con la espalda muy baja.



El corto vestido enseñaba mucha pierna, que yo realcé con unos Jimmy Choo sin puntera. Llevaba los aros de diamantes que me había puesto en nuestra primera cita y el anillo que él me había regalado, una impresionante joya que tenía unos cordones de oro entrelazados con equis engarzadas en los diamantes, que representaban a William aferrándose a los distintos cabos de mi persona.



La puerta se abrió y yo me tambaleé un poco, asombrada ante el hombre guapísimo y endiabladamente sexy que me recibió. William debía de sentirse un poco nostálgico también, pues lucía el mismo jersey negro que se había puesto para ir al club donde en realidad empezó nuestra relación. Le quedaba de maravilla: la combinación perfecta entre atractivo informal y elegante. Conjuntado con unos pantalones gris grafito y descalzo, el efecto que produjo en mí fue de puro y candente deseo.



—¡Dios santo! —exclamó—. Estás increíble. La próxima vez avísame antes de que abra la puerta.



Yo sonreí.—Hola, Oscuro y Peligroso.

5

William esbozó una sonrisa abrumadora al tenderme una mano. Cuando alcancé a tocarle la palma con los dedos, él me agarró y tiró de mí hacia dentro, acercándome hasta posar sus labios delicadamente sobre los míos. La puerta se cerró a mis espaldas y él alargó el brazo para echar la llave, aislándonos del mundo.



Le agarré un trozo de jersey.—Te has puesto mi jersey preferido.



—Lo sé. —De repente, en un movimiento no exento de gracia, se agachó y se puso mi mano, que sostenía, en el hombro.



—Ponte cómoda, cielo mío. Estos tacones no te harán falta hasta que no estés lista para foll*ar.



Mi sexo se contrajo con anticipación. —¿Y si ya lo estoy?



—No lo estás. Lo sabrás cuando llegue el momento.



Trasladé el peso de mi cuerpo de un pie a otro cuando William me descalzaba.—¿Ah, sí? ¿Cómo?



Alzó la cabeza y me miró con aquellos ojos tan azules. Estaba casi de rodillas, quitándome los zapatos; sin embargo, el control que tenía de sí mismo y de mí era innegable.—Estaré metiendo mi polla dentro de ti.



Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro pero esta vez por otra razón. Sí, por favor.



Se enderezó, y de nuevo su figura surgió imponente ante mí. Me pasó las yemas de los dedos por la mejilla.—¿Qué tienes en la bolsa?



—¡Ah! —Me quité de la cabeza el hechizo sexual con el que me había encandilado—. Un regalo para tu nueva casa.



Miré a mi alrededor. Aquella vivienda era un reflejo de la mía. El apartamento era precioso y de lo más acogedor. En parte esperaba un espacio semipermanente, provisto sólo de lo más imprescindible. En cambio, era todo un hogar. Estaba iluminado con velas, que proyectaban una cálida luz dorada sobre unos muebles que reconocí porque eran de William y míos.



Anonadada, apenas me di cuenta cuando me cogió el regalo y el bolso de las manos. Descalza, le rodeé al ver mis mesas auxiliares de centro y de rincón alrededor del sofá y las sillas; mi mueble de salón con sus objetos decorativos y fotos enmarcadas de los dos juntos; mis cortinas con su suelo no iluminado y sus lámparas de mesa.



En la pared, el lugar donde colgaría mi televisor de pantalla plana, había una enorme foto de mí lanzándole un beso, una copia mucho más grande de la que yo le regalé y que tenía en la mesa de su despacho del Crossfire.


Me giré despacio, tratando de asimilar todo aquello. Ya me había sorprendido de aquella forma anteriormente, cuando recreó mi dormitorio en su ático, para proporcionarme un lugar conocido adonde acudir en los momentos difíciles.—¿Cuándo te has trasladado aquí? —Me encantaba. La mezcla de lo moderno tradicional por mi parte y la elegancia del viejo mundo por la suya de alguna manera resultaba perfecta. Había combinado los elementos adecuados para crear un espacio que era... nosotros.



—La semana que Cary estuvo en el hospital.



Me quedé mirándole.—¿En serio?



Eso fue cuando William empezó a alejarse de mí, a rehuirme. Había comenzado a salir con Corinne otra vez y no había manera de dar con él.Instalarse en este lugar debió de llevarle su tiempo también. —Tenía que estar cerca de ti —dijo distraídamente, mirando en la bolsa—. Tenía que asegurarme de que podía llegar hasta ti con rapidez. Antes de que lo hiciera Nathan.



Me recorrió un escalofrío. En la época en la que más lejos sentía a William, él estaba físicamente cerca. Velando por mí.—Cuando te llamé desde el hospital —dije, tragando saliva—, había alguien contigo.



—Raúl. Él se encargó de coordinar el traslado. Tenía que estar todo terminado antes de que Cary y tú volvierais a casa. —Me lanzó una mirada—. ¿Toallas, cielo? —preguntó, en tono más que burlón.



Sacó de la bolsa las toallas blancas con las palabras CROSSTRAINER bordadas en ellas. Las había adquirido en el gimnasio. En aquel momento me lo imaginaba en un piso de soltero con lo más básico. Ahora resultaban ridículas.—Lo siento —me disculpé, sin haberme recuperado aún de sus revelaciones sobre el apartamento—. Me había hecho una idea muy diferente de este lugar.



Cuando alargué la mano para coger las toallas, él las apartó.—Tus regalos son siempre un detalle. Cuéntame en qué pensabas cuando las compraste.



Pensaba en hacer que pienses en mí.



—No hay momento del día en que no lo haga —susurró.



Deja que te lo aclare: en mí, toda caliente y sudorosa y ansiosa por estar contigo.



—Hummm..., algo con lo que fantaseo a menudo.



De repente, me vino a la cabeza el recuerdo de William gratificándose en la ducha de mi casa. Realmente no había palabras para describir lo alucinante que fue aquella visión. —¿Piensas en mí cuando te la pelas?



Yo no me masturbo.



—¿Qué? ¡Venga ya! Todos los tíos lo hacen.



William me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos, luego me llevó a la cocina de donde emanaba un aroma celestial.—Hablemos de vino.



—¿Intentas conquistarme con alcohol?



—No. —Me soltó y dejó la bolsa con las toallas en la encimera—. Sé que la comida es el camino para llegarte al corazón.



Me senté en un taburete igual que los de mi apartamento, emocionada por aquella manera suya de hacerme sentir en casa.—¿Al corazón o a las bragas?



Él sonrió mientras me servía una copa de vino tinto de una botella que había abierto previamente para que respirase.—No llevas bragas.



—Tampoco llevo medias.



—Ten cuidado, Maite. —William me lanzó una mirada adusta—. O desbaratarás mi intento de seducirte como mandan los cánones antes de montarte encima de todas las superficies planas de este apartamento.



Se me secó la boca. La expresión que tenía en los ojos cuando me alcanzó la copa de vino hizo que me ruborizara y se me fuera un poco la cabeza.—Antes de conocerte —murmuró, con los labios en el borde de la copa—, me tocaba cada vez que me duchaba. Formaba parte del ritual, del mismo modo que lavarme el pelo.



Ya me parecía a mí. William era un hombre muy sexual. Cuando estábamos juntos, follábamos antes de dormir, a primera hora de la mañana, y a veces encontrábamos el momento durante el día para echar un pol*vo rápido.—Desde que te conozco, sólo lo he hecho una vez —continuó—. Y estabas conmigo.



Me quedé con la copa a medio camino de la boca.—¿De veras?



Tomé un sorbo mientras me daba tiempo para ordenar las ideas. —¿Y por qué has dejado de hacerlo? En las últimas semanas... no hemos estado juntos.



Esbozó un amago de sonrisa.—No puedo desperdiciar ni una gota si quiero estar a tu altura.



Dejé la copa de vino y le di un empujón en el hombro.—¡Siempre te las arreglas para que parezca una ninfómana!



—Te gusta el sexo, cielo—ronroneó—. No hay nada malo en ello. Eres voraz e insaciable, y me encanta. Me encanta saber que, una vez que te penetro, me vas a dejar seco. Y que luego querrás hacerlo otra vez.



Para tu información te diré que, durante nuestra separación, no me hice ni una sola paja. Como no estábamos juntos, ni siquiera me apetecía.



Se inclinó hacia la encimera y apoyó un codo en el frío granito negro.—Hmm.



—Me gusta foll*ar contigo porque eres tú, no porque yo sea un zorrón devorapollas. Si no te gusta, echa barriga o deja de ducharte o haz lo que te dé la gana. —Me bajé del taburete—. O sencillamente di que no, William.



Me fui al salón, tratando de librarme de la sensación de desasosiego que había tenido todo el día.



William me rodeó por detrás, deteniéndome a medio camino.—Para —dijo, con aquel tono autoritario que siempre me enardecía.



Intenté zafarme.—Vamos a ver, Maite.



Me rendí, bajando las manos a ambos lados y agarrándome el vestido.—Explícame qué demonios te pasa —dijo con voz serena.



Incliné la cabeza sin decir nada, porque no sabía qué decir. Tras un momento de silencio, él me cogió entre sus brazos y me llevó al sofá. Se sentó y me colocó en su regazo.



Yo me hice un ovillo.—¿Quieres pelea? —preguntó, apoyando la barbilla encima de mi cabeza.


—No —musité.



—Vale. Yo tampoco. —No dejaba de pasarme las manos por la espalda—. ¿Por qué no hablamos, entonces?



Apreté la nariz contra su cuello.—Te quiero.



—Lo sé. —Inclinó la cabeza hacia atrás, dejándome sitio para acurrucarme.



—No soy adicta al sexo.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:42 pm

—No sé qué problema habría si lo fueras. Dios sabe que hacer el amor contigo es lo que más me gusta en el mundo. De hecho, si alguna vez quisieras que me ocupara de ti con más frecuencia, sería capaz de reorganizar mi agenda de manera que pudiera acostarme contigo en horas de trabajo.



—¡Dios santo! —Le pellizqué con los dientes, y él se rio con ternura.



William me agarró del pelo y me echó la cabeza hacia atrás. Su mirada era dulce y seria.—Tú no estás disgustada por la increíble vida sexual que tenemos. Es otra cosa.



Sencillamente, no estoy... bien. Amoldándome a su regazo, Willliam me arrimó más a él, llenándome de ternura. Encajábamos a la perfección, mis curvas se ensamblaban en las esculturales líneas de su cuerpo.



—¿Te gusta el apartamento?



—Me encanta.



Estupendo. —Su voz se tiñó de satisfacción—. Obviamente, es un ejemplo... llevado al extremo.



Se me aceleró un poco el corazón.—¿De cómo será nuestra casa?



Empezaremos de cero, claro. Todo nuevo.



Aquella declaración me conmovió.—Te arriesgaste mucho —no pude por menos de decir—, trasladándote aquí, entrando y saliendo del edificio. Me pongo nerviosa sólo de pensarlo.



—En teoría, aquí vive alguien. Así que, lógicamente, esa persona ha traído muebles y va y viene. Entra por el garaje, como cualquier otro residente con coche. Cuando hago de él, me visto de forma un poco diferente, voy por las escaleras, y compruebo las instalaciones de seguridad y, de ese modo, sé si voy a encontrarme con alguien antes de que ocurra.



Aquella ingente planificación me resultaba alucinante; claro que Willam tenía ya mucha práctica, después de haber dado con Nathan sin dejar rastro.—Tantos gastos y tantas molestias... por mi causa. No tengo... No sé qué decir.



—Dime que te plantearás la posibilidad de venirte a vivir conmigo.



Saboreé el placer que me produjeron aquellas palabras.—¿Has pensado en una fecha para ese nuevo comienzo?



—En cuanto nos sea posible —respondió, presionándome suavemente el muslo con la mano.



Puse mi mano sobre la suya. Había muchas cosas que se interponían en el camino de nuestra vida en común: el persistente trauma de nuestros pasados; mi padre, a quien le desagradaban los niños ricos y pensaba que William era un farsante; y yo, porque me gustaba mi apartamento y creía que abrirme camino en una nueva ciudad suponía hacer todo lo que pudiera yo sola.



Salté al asunto que más me preocupaba.



—¿Y qué pasa con Cary?



El ático tiene un apartamento anejo para invitados.



Echándome hacia atrás rápidamente, le miré de hito en hito.—¿Harías eso por Cary?



—No. Lo haría por ti.



—William, yo... —Se me apagó la voz porque no tenía palabras. Me quedé sobrecogida. Algo cambió en mi interior.



—Entonces si no es el apartamento lo que te preocupa —dijo—, es otra cosa.



Decidí dejar a Brett para el final.—El sábado salgo con unas amigas.



Se puso tenso. Tal vez alguien que no le conociera tan bien como yo no habría captado ese sutil estado de alerta, pero yo sí lo capté.—¿Para hacer qué exactamente?



Bailar, beber. Lo de siempre.


—¿Vais a ir de lig*ue?



—No. —Me humedecí los labios, pasmada ante el cambio que se había operado en él. Había pasado de la broma íntima a la concentración más absoluta—. Todas tenemos pareja. Al menos eso creo. No estoy muy segura respecto a la compañera de piso de Megumi, pero ésta tiene pareja y ya sabes que Shawna tiene a su chef.



De repente se puso en plan empresario y dijo:—Yo me encargo de los preparativos: coche, conductor y seguridad. Si os atenéis a mis clubes, el guardaespaldas se quedará en el coche. Si vais a otro sitio, os acompañará.



Parpadeé, sorprendida.—De acuerdo —respondí.



En la cocina empezó a pitar el temporizador del horno.



William se levantó, conmigo en brazos, de un único y elegante movimiento. Abrí los ojos de par en par. Sentía que me zumbaba la sangre en las venas. Le rodeé el cuello con los brazos y le dejé que me llevara a la cocina.—Me encanta lo fuerte que eres.



—Es fácil impresionarte. —Me sentó en un taburete y, antes de dirigirse al horno, me dio un beso largo y persistente.



—¿Has cocinado tú? —No estaba segura de por qué me sorprendió la idea, pero lo hizo.



—No. Arnoldo mandó que me trajeran una lasaña lista para meter en el horno y una ensalada.



—Suena bien. —Ya había comido en el restaurante del chef Arnoldo Ricci, y sabía que la comida estaría de muerte.



Cogí la copa y desperdicié aquel maravilloso vino tragándomelo de golpe para armarme de valor, pensando que ya era hora de contarle lo que no le iba a gustar oír. Agarré el toro por los cuernos y dije:—Brett me ha llamado hoy al trabajo.



Durante unos minutos, creí que no me había oído. Se puso una manopla de cocina, abrió el horno y sacó la lasaña sin mirar en mi dirección. Tuve la certeza de que no se había perdido ni una sola palabra cuando dejó la fuente encima del horno y me miró.



Dejó la manopla en la encimera, agarró la botella de vino y se me acercó. Sereno, me cogió la copa y volvió a llenármela antes de hablar.—Supongo que querrá verte cuando esté en Nueva York la semana que viene.



Tardé un suspiro en reaccionar:—¡Sabías que iba a venir! —le acusé.



—Por supuesto que lo sabía.



Ignoraba si era porque el grupo de Brett grababa con Vidal Records o porque William le vigilaba. Ambas razones eran perfectamente posibles.—¿Habéis quedado en veros? —Su voz era dulce y suave. Demasiado.



Haciendo caso omiso del manojo de nervios que tenía en el estómago, le sostuve la mirada.—Sí, para el estreno del nuevo vídeo musical de los Six-Ninths. Cary va a acompañarme.



William asintió con la cabeza, sin revelar sus sentimientos, dejándome de lo más inquieta.



Me deslicé del taburete y me acerqué a él. Envolviéndome en sus brazos, apoyó la mejilla en mi cabeza.—Le diré que no voy —me apresuré a decir—. En realidad, no me apetece.



—No pasa nada. —Balanceándose de un lado a otro, meciéndome, susurró—: Te rompí el corazón.



—No es ésa la razón por la que acepté ir.



Levantó las manos y me pasó los dedos por el pelo, peinándomelo hacia atrás desde la frente y las mejillas con una ternura que hizo que se me saltaran las lágrimas.—No podemos olvidar las últimas semanas así como así. Te herí en lo más hondo y sigues dolida.



Entonces caí en la cuenta de que no había estado dispuesta a reanudar nuestra relación como si nada hubiera ido mal. En el fondo aún le guardaba rencor, y William lo percibía.



Me aparté de él.—¿Qué estás diciendo?



Que no tengo derecho a abandonarte y hacerte daño y esperar que lo olvides todo y me perdones de la noche a la mañana.



—¡Has matado a un hombre por mí!



—No me debes nada —soltó—. Mi amor por ti no es una obligación. Aún me traspasaba el alma oírle decir que me amaba, a pesar de las veces que lo había demostrado con sus actos.



—No quiero herirte, William —le aseguré con ternura en la voz.



—Entonces no lo hagas. —Me besó con una dulzura desgarradora—. Vamos a comer, antes de que se enfríe la comida.



Me enfundé una camiseta de Cross Industries y el pantalón de un pijama de William que me recogí en los tobillos. Llevamos velas a la mesa de centro y comimos en el suelo con las piernas cruzadas. William siguió con mi jersey favorito puesto, pero se quitó los pantalones y se puso unos negros holgados para estar más cómodo.



Lamiéndome de los labios una gota de salsa de tomate, le conté cómo me había ido el día. —Mark está armándose de valor para pedirle a su pareja que se case con él.



—Si no recuerdo mal, llevan ya un tiempo juntos.



—Desde la universidad.



William esbozó una sonrisa.—Supongo que no es una pregunta fácil de hacer, incluso aunque se esté seguro de la respuesta.



Bajé la vista al plato.—¿Corinne estaba nerviosa cuando te lo preguntó a ti?



—Maite. —Esperó hasta que el prolongado silencio me hizo levantar la cabeza—. No vamos a hablar de eso.



—¿Por qué no?



—Porque no importa.



Le escudriñé el rostro.—¿Cómo te sentirías si existiera alguien a quien yo hubiera dicho que sí? En teoría.


—¡Por tu culpa! Este club es como la Viagra. Estoy sofocada, sudorosa y chorreando feromonas. Y he sido una chica mala, ¿sabes? He bailado como si no tuviera pareja.


—A las chicas malas se las castiga.



—Entonces quizá debería ser mala verdad, para que el castigo valga la pena.



Gruñó.—Vuelve a casa y sé mala conmigo.



Imaginarle en casa, preparado para mí, me hizo desearle aún más.—Estoy atrapada hasta que las chicas estén listas, y parece que aún van a tardar un buen rato.



—Puedo ir yo. En veinte minutos podrías tener mi polla dentro de ti. ¿Quieres?Paseé la mirada por el club, vibrando mi cuerpo entero con la energizante música que sonaba. Imaginarle allí, follan*do con él en aquel lugar sin restricciones, hacía que me retorciera de gusto sólo de pensarlo.



—Sí que quiero.



—¿Ves la pasarela elevada?



Dándome la vuelta, levanté la vista y vi una pasarela suspendida entre las paredes. Varias parejas se frotaban al ritmo de la música seis metros por encima de la pista de baile.—Sí.



—Hay una parte que gira en una esquina con espejos. Nos vemos allí. Prepárate, Maite—exigió—. Cuando te encuentre, tienes que estar ya con el coñ*o desnudo y húmedo.Me estremecí al oír aquella orden tan familiar, onsciente de que eso suponía que sería brusco e impaciente. Justo lo que yo quería.



—Llevo puesto un...



—Cielo, ni una multitud de millones de personas bastaría para esconderte de mí. Te encontré una vez, y siempre lo haré.



El deseo me abrasaba las venas.—Date prisa.



Estiré el brazo para dejar el auricular en su sitio, junto a la caja, y cogí la botella de agua mineral, que me bebí entera. Luego me dirigí al baño, donde hice cola durante una eternidad con el fin de prepararme para William. Estaba mareada por el alcohol y toda
aquella animación, e ilusionadísima porque mi novio —posiblemente uno de los hombres más ocupados del mundo— lo dejara todo para... ocuparse de mí.



Me lamí los labios, cambiando el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Entré corriendo en una cabina del servicio de señoras y me deshice de las bragas antes de plantarme delante de un lavabo y un espejo para refrescarme con una toallita húmeda. Del maquillaje casi no quedaba ni rastro, salvo por el rímel corrido, y tenía las mejillas encendidas por el calor y el esfuerzo. Del pelo era mejor no hablar, todo alborotado y pegado a la cara.



Curiosamente, no estaba nada mal. Se me veía sexy y dispuesta.Lacey se encontraba en la cola y me paré un momento a hablar con ella cuando me dirigía hacia la salida del abarrotado baño.—¿Te lo estás pasando bien? —le pregunté.



—¡Ya lo creo! —Sonrió—. Gracias por presentarme a tu primo.



No me molesté en sacarle del error.—De nada. ¿Puedo preguntarte algo? Es sobre Michael.



Se encogió de hombros.—Adelante —dijo.



—Tú saliste con él primero. ¿Qué era lo que no te gustaba?



—No había química. Un tipo guapo y triunfador. Pero, por desgracia, no me apetecía foll*ar con él.



—Devuélvelo —terció la siguiente chica que estaba en la cola.



—Eso hice.



—Entiendo. —Respetaba totalmente que no se siguiera adelante con una relación carente de ardor sexual, pero seguía preocupándome aquella situación. No me gustaba ver a Megumi tan abatida—. Voy a ver si me tiro a un buenorro.



—A por ello, chica —dijo Lacey con un movimiento de cabeza. Salí en busca de las escaleras que conducían a la pasarela elevada. Las encontré vigiladas por un gorila que controlaba el número de cuerpos a los que se permitía subir. Había cola y la miré con consternación.



Mientras consideraba el retraso al que me enfrentaba, el gorila descruzó los brazos del pecho y se apretó el auricular que llevaba en el oído, a todas luces concentrándose en lo que le estuvieran diciendo por el receptor. Parecía samoano o maorí, con aquella piel color caramelo, la cabeza afeitada y el pecho y los bíceps enormes y macizos. Tenía cara de niño, aún más adorable cuando su temible expresión se vio sustituida por una amplia sonrisa.



Bajó la mano de la oreja y me señaló con un dedo.—¿Tú eres Maite?



Hice un gesto afirmativo.



Echó un brazo atrás y descolgó el cordón de terciopelo que bloqueaba la escalera.—Sube.



Hubo un clamor de protesta entre los que estaban esperando. Me disculpé con una sonrisa y subí corriendo las escaleras todo lo deprisa que me permitían los tacones. Cuando llegué arriba, una gorila me dejó pasar y me señaló a la izquierda. Vi el rincón que había mencionado William, donde se unían dos paredes espejo y la pasarela hacía un giro en forma de ele.



Me abrí camino entre cuerpos que se retorcían, acelerándoseme el pulso a cada paso que daba. Allí arriba la música estaba menos alta y el aire más húmedo. El sudor brillaba en la piel expuesta y la altura daba sensación de peligro, pese a que la barandilla de cristal que rodeaba la pasarela llegaba hasta el hombro. Ya casi había alcanzado la zona de espejos cuando un hombre me agarró por la cintura y, tirando de mí hacia atrás, se me pegó a la espalda meneando las caderas sin parar.



Mirando por encima del hombro, vi al tipo con el que había bailando antes, el que me había llamado guapa. Sonreí y empecé a bailar, cerrando los ojos, dejándome llevar por la música. Cuando comenzó a deslizarme las manos por encima de la cintura, se las cogí y volví a bajárselas hasta las caderas, junto con las mías. Él se rio y bajó las rodillas para alinear su cuerpo con el mío.



Estuvimos así tres canciones, hasta que tuve la íntima convicción de que William andaba cerca. Aquella descarga eléctrica me recorrió la piel, acentuando todas las sensaciones. De repente, la música era más alta, la temperatura también, la sensualidad del club más excitante.

Sonreí y abrí los ojos, y le vi que venía hacia mí como una flecha. Me enardecí al instante, y se me hacía la boca agua mientras me comía con los ojos a aquel hombre vestido con camiseta negra y vaqueros, y el pelo retirado de aquella cara que quitaba el hipo. Nadie que le viera reconocería en él a William Cross, el magnate de fama internacional. Aquel tipo parecía más joven y más rudo, inconfundible sólo porque rezumaba sexualidad por todos los poros de su piel. Me lamí los labios ante la perspectiva, arrimándome al tipo que tenía a mis espaldas, restregando voluptuosamente el cul*o contra él mientras él seguía meneando las caderas.



William iba con las manos apretadas a los lados, en una actitud agresiva y depredadora. No aminoró el paso cuando se acercó a mí, su cuerpo en rumbo de colisión con el mío. Salí a su encuentro en el último paso y me arroje a él. Nuestros cuerpos chocaron; le eché los brazos al cuello y le bajé la cabeza para atraparle la boca en un húmedo y ardiente beso.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:44 pm

Con un gruñido, William me abarcó el trasero y me apretó contra él, despegándome del suelo. Me magullaba los labios con la furia de su pasión, inundándome la boca con unas duras y penetrantes zambullidas de lengua, que me advertían de las violentas sombras de su lujuria.



El tipo con el que había estado bailando surgió detrás de mí, poniéndome las manos en el pelo y los labios en los omóplatos.



William se echó para atrás, con una preciosa expresión furibunda en la cara.—¡Piérdete!



Miré al chico y me encogí de hombros.—Gracias por el baile.



—Cuando quieras, hermosa. —Agarró de la cintura a una chica que pasaba por allí y se marchó.



—Cielo. —Con un gruñido, William me apretó contra el espejo, clavándome el muslo entre las piernas—. Eres una chica mala.



Con ansia y sin asomo de pudor, cabalgué sobre él, sofocando un grito al tacto de la tela vaquera contra mi delicado sexo.—Sólo para ti.



Me agarró las nalgas desnudas por debajo del vestido, espoleándome. Me mordía la oreja, me rozaban en el cuello mis pendientes chandelier de plata. Él respiraba con dificultad, y en su pecho resonaba un murmullo. Olía muy bien, y mi cuerpo respondía, acostumbrado a asociar su aroma con el más desenfrenado y tórrido de los placeres.


Bailamos, apretadísimos, moviendo el cuerpo como si no hubiera ropa entre nosotros. La música retumbaba a nuestro alrededor, dentro de nosotros, y él movía su increíble cuerpo siguiendo el ritmo, embelesándome. Ya habíamos bailado antes, pero nunca de aquella forma, no con aquellos movimientos sensuales y lascivos. Estaba sorprendida, excitada, más enamorada, si cabía.



William me miraba con los párpados caídos, seduciéndome con su avidez y su inhibición. Estaba perdida en él, envuelta en él, arañando por acercarme más.



Me amasaba el pecho a través del fino corpiño negro de mi vestido de tirantes. La tira incorporada que hacía las veces de sujetador no le suponía ningún obstáculo. Acariciaba y luego tiraba de la pun*ta endurecida de mi pezón.



Con un gemido, apoyé la cabeza contra el espejo. Había decenas de personas a nuestro alrededor, pero no me importaba. Sólo quería tener sus manos encima, su cuerpo contra el mío, su aliento en mi piel.



—¿Quieres? —preguntó con voz ronca—. ¿Aquí mismo?



Me estremecí ante la idea.—¿Lo harías?



—Quieres que lo vean. Quieres que vean cómo follo con mi polla ese coñito voraz hasta inundarte de lefa. Quieres que demuestre que eres mía. —Me clavó los dientes en el hombro—. Que te lo haga sentir.



—Quiero que demuestres que tú eres mío —le solté, metiendo las manos en los bolsillos de sus tejanos para palpar su cul*o macizo—. Quiero que lo sepa todo el mundo.



William encajó un brazo debajo de mi trasero y me levantó, plantando la otra mano contra una especie de almohadilla que había en la pared junto al espejo. Oí un tenue pitido, luego se abrió una puerta en el espejo que tenía a mis espaldas y entramos en una oscuridad casi absoluta. La entrada oculta se cerró detrás de nosotros, amortiguando la música.



Estábamos en un despacho, con una mesa, una zona de descanso y una vista de ciento ochenta grados del club a través de un espejo de cristal polarizado.



Me dejó en el suelo y me giró, sujetándome de cara en el lado transparente del cristal. El club se extendía ante mí, y la gente que bailaba en la pasarela estaba a escasos centímetros de distancia. Las manos de William ascendieron por la falda hasta el canesú de mi vestido, deslizando los dedos por el escote y retorciéndome un pezón.



Estaba atrapada. Su cuerpazo cubría el mío, me rodeaba con sus brazos, su torso contra mis caderas, con los dientes en mi hombro, inmovilizándome. Le pertenecía.  



—Tú dime cuándo es demasiado —susurró, desplazando los dientes hacia el cuello—. Di la contraseña antes de que te asuste.  



Me invadía la emoción, una sensación de agradecimiento por aquel hombre que siempre —siempre— pensaba en mí primero.



—Yo te he provocado, así que quiero que me tomes, como un salvaje.



—Estás más que preparada... —ronroneó, metiéndome dos dedos rápidamente y con fuerza—. Estás hecha para foll*ar.



—Hecha para ti —dije con la respiración entrecortada, empañando el cristal con el aliento. Estaba enardecida por él, el deseo se me derramaba desde dentro, desde un pozo de amor que no podía contener.



—¿Lo has olvidado esta noche? —Quitó la mano que tenía en mi sexo e, introduciéndola entre los dos, se bajó la bragueta—. ¿Cuando te tocaban otros hombres, frotándose contra ti? ¿Te olvidaste de que me perteneces?



—Nunca. Nunca me olvido de ello. —Cerré los ojos, al notar su erección, dura y cálida, contra mis nalgas desnudas. Él también estaba preparado. Para mí—. Yo te he llamado. Te deseaba.



Me recorrió la piel con los labios, dejando una estela abrasadora hasta mi boca.—Entonces, tómame, cielo —dijo, persuasivo, su lengua tocando la mía con juguetonas lameduras—. Méteme dentro de ti.



Arqueando la espalda, alargué un brazo entre las piernas y le rodeé la ver*ga con la mano. Él flexionó las rodillas, acoplándose a mí.



Hice una pausa, girando la cabeza para apretar mi mejilla contra la suya. Me encantaba que pudiera experimentar aquello con él, que pudiera estar de aquella manera con él. Moviendo las caderas en círculo, me froté el clítoris contra el ancho capullo de su ver*ga, dejándolo resbaladizo con mi excitación.



William me apretaba mis pechos hinchados, mulléndolos.—Vente hacia mí, Maite. Apártate del cristal.


Puse las palmas en el espejo polarizado, y me eché hacia atrás, descansando la cabeza en su hombro. Me puso una mano en el cuello, me agarró de la cadera y me penetró con tanta fuerza que me levantó en el aire. Me mantuvo así, suspendida en sus brazos, henchida de su polla, inundándome los sentidos con los sonidos de placer que emitía.



Al otro lado del espejo, el club seguía atronando. Me abandoné al perverso e intensísimo placer del sexo aparentemente exhibicionista, una fantasía ilícita que siempre nos volvía locos.



Me retorcí, incapaz de aguantar aquel placer excesivo. Alargué un poco más la mano que tenía entre las piernas y le agarré la bolsa. Estaba tan prieto y lleno, tan preparado... Y dentro de mí... —¡Oh, Dios! Estás tan duro...



—Estoy hecho para foll*ar contigo —susurró, provocándome temblores de placer por todo el cuerpo.



—Hazlo. —Puse las dos manos en el cristal, a punto de estallar—. ¡Ya!



William me inclinó hasta los pies, sujetándome mientras me doblaba por la cintura, abriéndome para él, para que pudiera deslizarse hasta el fondo. Dejé escapar un tenue y agudo grito cuando me cogió por las caderas y me dirigió, sabiendo exactamente cómo colocarme para encajar dentro de mí. La tenía demasiado grande, demasiado larga y gruesa. El estiramiento era intenso. Delicioso.



Me temblaba la vagina, se contraía desesperadamente en torno a su miembro. Él emitió un bronco sonido de placer, saliéndose un poco antes de deslizarse de nuevo lentamente. Una y otra vez. Frotándome con el ancho capullo de su ver*ga el racimo de nervios que, en lo más profundo de mí, sólo él había alcanzado.



Gemía, clavando los dedos con frenesí, dejando rastros de vapor en el cristal. Era dolorosamente consciente del latido distante de la música y de la multitud de personas que yo veía con la misma claridad que si estuvieran en la habitación con nosotros.



—Eso es, cielo —dijo, con tono de urgencia—. Quiero oír cuánto te gusta.



—William. —Las piernas se me sacudieron violentamente por un movimiento especialmente hábil, el peso de mi cuerpo sosteniéndose sólo en el cristal y en el firme control de William.



Estaba tan excitada que casi no podía soportarlo, ávida, sintiendo la sumisión de mi postura y la dominación de ser montada. No podía hacer nada salvo aceptar lo que William me daba, el deslizamiento y la retirada, rítmicos, los sonidos de la sed que le devoraba. El roce de sus vaqueros contra mis muslos me sugería que se los había bajado lo suficiente para liberar la ver*ga, una señal de impaciencia que me estremecía.



Retiró una mano de mi cadera y me la posó en el cu*lo. Notaba la yema de su pulgar, húmeda de saliva, frotándome el prieto frunce de mi trasero.



—No —supliqué, temiendo volverme loca. Pero ésa no era mi contraseña (Crossfire) y me abrí como una flor para él, cediendo a la exigente presión.


Él bramó, reclamando ese oscuro lugar. Se me echó encima, moviendo una mano para tocarme el sexo, para abrirme y frotar mi clítoris palpitante. —Mía —dijo con voz ronca—. Eres mía.



Era demasiado. Me corrí con un grito, sacudiéndome violentamente, chirriando mis manos en el cristal al resbalárseme las palmas sudorosas. Él empezó a bombear el éxtasis dentro de mí; su pulgar en mi trasero era un tormento irresistible, sus inteligentes dedos en mi clítoris me enloquecían. Un orgasmo se encadenaba con el siguiente, mi sexo tremolaba a lo largo de aquella verg*a que se me clavaba.  



Él emitió un ronco sonido de deseo y se hinchó dentro de mí, buscando el clímax.—¡No te corras! ¡Aún no! —exclamé, jadeando.



William disminuyó el tempo, áspera su respiración en la oscuridad.—¿Cómo me quieres?



—Quiero mirarte. —Gemí cuando noté que la vagina se me tensaba otra vez—. Quiero verte la cara.



Él se retiró y me puso derecha. Me giró y me levantó. Me sujetó contra el cristal y me ensartó con fuerza. En aquel momento de posesión, me dio lo que necesitaba. La vidriosa mirada de indefenso placer, el instante de vulnerabilidad antes de que el deseo incontenible tomara el control.



—Quieres mirarme mientras me derramo —dijo ásperamente.



—Sí. —Me bajé los tirantes de los hombres y me descubrí los pechos, levantándolos y apretándolos, jugueteando con mis pezones. El cristal vibraba con los golpes en mi espalda; William vibraba frente a mí, sin apenas freno en el cuerpo.



Apreté mis labios contra los suyos, absorbiendo sus jadeos.—Déjate ir —susurré.



Sosteniéndome sin esfuerzo, se retiró, arrastrando la gruesa y pesada corona por los tejidos hipersensibles de mi interior. Luego me penetró con poderío, llevándome al límite. —¡Oh, Dios! —Me retorcí entre sus manos—. Estás tan adentro...



—Maite.



Me folló con fuerza, embistiendo como un poseído. Temblando, me agarré y abrí las piernas completamente para acoger las implacables acometidas de su enhiesto pene. Se había abandonado al instinto, al apremiante deseo de aparearse. Dejaba escapar unos gemidos salvajes que me excitaban y lubrificaban de tal manera que mi cuerpo no ofrecía resistencia y daba la bienvenida a su desesperada necesidad.



Fue rudo, lascivo y sexy a más no poder. Arqueó el cuello y musitó mi nombre.—Córrete para mí —exigí, contrayendo los músculos de la vagina, apretándole.



Su cuerpo entero se sacudió con fuerza, se estremeció. Torció la boca en una mueca de agónica dicha, con la mirada perdida ante el clímax inminente.



William se corrió con un rugido animal, derramándose con tanta fuerza que yo lo sentí. Una y otra vez, calentándome desde dentro con espesas ráfagas de semen.



Yo le besaba por doquier, mis piernas y brazos aguantando con fuerza.Se derrumbó sobre mí, pugnando por respirar.Corriéndose aún.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:46 pm

10

Lo primero que vi cuando me desperté el domingo por la mañana fue un frasco con una etiqueta como las de antes en la que se leía REMEDIO PARA LA RESACA. Un lazo de rafia adornaba el cuello de dicho frasco y un tapón de corcho mantenía el nauseabundo contenido a buen recaudo. El «remedio» funcionaba, como había comprobado la vez anterior que Willliam me había dado aquel mejunje, pero verlo me recordó el mucho alcohol que había consumido la noche anterior.



Apretando los ojos, solté un gruñido y hundí la cabeza en la almohada, deseando volver a dormirme.



La cama se movía. Noté unos labios, cálidos y firmes, recorriéndome la espalda desnuda.—Buenos días, cielo mío.


—Pareces muy contento y satisfecho de ti mismo—musité.



—Satisfecho de ti, en realidad.



—Maníaco.



—Me refería a tus sugerencias sobre gestión de crisis, pero ni que decir tiene que el sexo fue fenomenal, como siempre. —Deslizó una mano bajo la sabana que tenía enredada en la cintura y me pellizcó el cul*o.



Levanté la cabeza y me lo encontré a mi lado, apoyado contra la cabecera de la cama, con el portátil en el regazo. Estaba para comérselo, como era habitual, con unos pantalones de cordón holgados, y se le veía muy tranquilo. Seguro que yo no estaba ni de lejos tan atractiva. Había vuelto a casa en la limusina con las chicas y después me reuní con William en su apartamento. Casi había amanecido cuando terminé con él, y estaba tan cansada que caí rendida en la cama con el pelo todavía mojado tras una ducha rápida.



Me produjo una agradable sensación de placer verle allí a mi lado. Él había dormido en la habitación de invitados y tenía un despacho donde trabajar. El hecho de que eligiera hacerlo en la cama donde yo había dormido significaba que, sencillamente, quería estar cerca de mí, aun cuando estuviera inconsciente.



Volví la cabeza para mirar el reloj de la mesilla, pero la mirada se me quedó enganchada en la muñeca.—William... —El reloj que me había colocado en el brazo mientras dormía me fascinaba. En aquella pieza de inspiración art déco brillaban cientos de diminutos diamantes. La correa era de un satén crema y la esfera de madreperla llevaba las marcas de Patek Philippe y Tiffany & Co.—. Es precioso.



—Sólo hay veinticinco como ése en el mundo, así que en absoluto es tan único como tú, pero, claro, ¿qué lo es? —Bajó hacia mí la cabeza y sonrió.



—Me encanta. —Me puse de rodillas—. Te quiero.



Dejó el portátil a un lado justo cuando que me puse a horcajadas sobre él para abrazarle con todas mis fuerzas.—Gracias —susurré, emocionada por el detalle. Debió de salir a comprarlo mientras yo estaba en casa de mi madre o justo después de marcharme con las chicas.



—Humm. Dime cómo ganarme uno de esos abrazos desnudos todos los días.



—Siendo tú, campeón. —Acerqué mi mejilla a la suya—. Tú eres lo único que necesito.



Me levanté de la cama y me dirigí al baño con la pequeña botella ámbar en la mano. Tragué el contenido con un escalofrío, me cepillé los dientes y el pelo, y me lavé la cara. Me puse una bata y regresé al dormitorio, donde me encontré con que William se había ido y dejado el portátil abierto en mitad de la cama.



Pasé por delante de su despacho y vi que estaba de pie, con las piernas separadas y los brazos cruzados, de cara a la ventana. La ciudad se extendía ante él. No era la vista que tenía desde su despacho en el Crossfire o en el ático, sino a más corta distancia. Más cercana e inmediata.



—No comparto tu preocupación —dijo enérgicamente dirigiéndose al micrófono del auricular—. Soy consciente del riesgo... No digas más. No hay nada que discutir. Redacta el acuerdo como se especifica.



Reconocí al instante ese acerado tono de voz que adoptaba cuando hablaba de negocios, y no me detuve. Seguía sin saber exactamente qué contenía el frasco, pero imaginaba que eran vitaminas con alguna clase de licor. Una copa más para que se pasara la resaca. Estaba entonándome el estómago, y amodorrándome también, así que fui a la cocina a prepararme un café.



Provista de cafeína, me dejé caer en el sofá y miré a ver si tenía mensajes en el smartphone. Fruncí el ceño cuando vi que tenía tres llamadas perdidas de mi padre, todas ellas antes de las ocho de la mañana en California. Vi que también tenía una docena de llamadas de mi madre, pero no tenía intención de hablar con ella otra vez hasta el lunes, como muy pronto. Y había un mensaje de texto de Cary en el que gritaba: «¡LLÁMAME!».



Llamé a mi padre primero, procurando tomar un trago de café antes de que respondiera.—Maite.



La angustia con la que mi padre pronunció mi nombre me dijo que algo iba mal. Me senté más derecha.—Papá... ¿va todo bien?



—¿Por qué no me contaste lo de Nathan Barker? —Su voz era áspera y llena de aflicción. Se me puso la piel de gallina.



¡Joder! Se había enterado. Me temblaba tanto la mano que se me derramó el café caliente en la mano y el muslo. Me había asustado tanto la angustia de mi padre que ni siquiera lo noté.—Papá, yo...



—No puedo creer que no me lo dijeras. Ni Monica. Dios mío... Ella tendría que haberme dicho algo. Tú deberías habérmelo dicho. —Su respiración era trémula—. ¡Tenía derecho a saberlo!



La pena me caló hasta lo más hondo. Parecía que mi padre —un hombre cuyo autodominio era comparable al de William— estaba llorando.



Dejé la taza encima de la mesa de centro, respirando de manera acelerada y superficial. Los antecedentes juveniles de Nathan habían salido a la luz a raíz de su muerte, exponiendo el horror de mi pasado a cualquiera que tuviera el conocimiento y los medios para buscarlo. Mi padre, que era policía, contaba con esos medios.



—No podrías haber hecho nada —le dije, anonadada, pero procurando mantener la compostura por su bien. Oí en mi smartphone el pitido de una llamada, pero hice caso omiso—. Ni antes ni después.



—Podría haber estado contigo. Podría haber cuidado de ti.



—Y lo hiciste, papá. Conocer al doctor Travis me cambió la vida. Realmente no empecé a enfrentarme a nada hasta ese momento. No te imaginas lo mucho que me ayudó.



Gruñó, y fue un tenue sonido de pesadumbre.—Debería haber luchado contra tu madre por ti. Tendrías que haber estado conmigo.



—Oh, Dios. —Sentí una punzada en el estómago—. No puedes culpar a mamá. Durante mucho tiempo ella no supo lo que sucedía. Y cuando se enteró, hizo todo...



—¡A mí no me lo dijo! —gritó, haciéndome dar un respingo—. ¡Tendría que habérmelo dicho, joder! ¿Y cómo podía ella no saberlo? Tuvo que haber señales... ¿Cómo pudo no verlas? ¡Jesús! Las vi yo cuando viniste a California.



Sollozaba, incapaz de contener la angustia.—Le supliqué que no te lo dijera. Se lo hice prometer.



—No eras tú quien debía tomar esa decisión,Maite. Eras una niña. Ella tendría que haberse dado cuenta.


—¡Lo siento! —Lloré. El insistente e incesante pitido de una llamada en espera me estaba poniendo nerviosa—. Lo siento mucho. No quería que Nathan hiciera daño a ninguna persona más de las que yo amaba.



—Voy a ir a verte —dijo, con repentina tranquilidad—. Voy a coger el primer vuelo que haya. Te llamaré cuando llegue.



—Papá...



—Te quiero, cariño. Lo eres todo para mí.



Colgó. Hecha polvo, me quedé allí sentada completamente aturdida. Sabía que el conocimiento de lo que me habían hecho sería un tormento para mi padre, pero no sabía cómo luchar contra esa oscuridad.

Mi teléfono empezó a vibrarme en la mano y me quedé mirando la pantalla, viendo el nombre de mi madre e incapaz de decidir qué hacer.



Vacilante, me levanté y lo dejé en la mesita como si me quemara. No podía hablar con ella. No quería hablar con nadie. Sólo quería a William.



Fui a trompicones por el pasillo, rozando la pared con el hombro. Oí la voz de William al acercarme a su despacho, aceleré el paso, las lágrimas se me agolpaban en los ojos.



—Te agradezco que pienses en mí, pero no —dijo con una voz tenue y firme que era diferente de la que le había oído poco antes. Era amable, más íntima—. Claro que somos amigos. Tú sabes por qué... no puedo darte lo que quieres de mí.



Llegué a su despacho y le vi a su mesa, con la cabeza baja mientras escuchaba.—Vale ya —dijo, gélidamente—. Por ahí, no, Corinne.



—William —susurré, aferrándome a la jamba de la puerta con todas mis fuerzas.



Él levantó la vista, se irguió bruscamente y se levantó como movido por un resorte. Su expresión ceñuda desapareció.—Tengo que dejarte —dijo, quitándose el auricular de la oreja y dejándolo en la mesa al rodearla—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?



Me cogió cuando me precipité en sus brazos. Le necesitaba, y me inundó una sensación de alivio cuando me acercó a él y me abrazó estrechamente.—Mi padre se ha enterado. —Apreté la cara contra su pecho, con ecos del dolor de mi padre en la cabeza—. Lo sabe.



William me mecía en sus brazos. Su teléfono empezó a sonar. Farfullando exabruptos, salió de la habitación.



En el pasillo, oí el traqueteo de mi teléfono encima de la mesa de centro. El irritante sonido de dos teléfonos sonando a la vez incrementó mi angustia.—Dime si tienes que atender esa llamada —dijo William.



—Es mi madre. Seguro que mi padre ya la ha llamado, y está tan enfadado... Dios mío, William. Está desolado.



—Entiendo cómo se siente.



Me llevó a la habitación de invitados y cerró la puerta tras él de una patada. Acostándome en la cama, cogió el mando a distancia de encima de la mesilla y encendió el televisor, bajando el volumen a un nivel que impedía que se oyera cualquier otro sonido excepto mis sollozos. Luego se tumbó a mi lado y me abrazó, pasándome las manos por la espalda una y otra vez. Lloré hasta que me dolieron los ojos y no me quedó nada.



—Dime qué puedo hacer —dijo cuando me serené.



—Va a venir. A Nueva York. —Se me hizo un nudo en el estómago ante la idea—. Creo que va a intentar coger un avión hoy mismo.



—Cuando lo sepas, iré contigo a buscarle.



—No puedes.



—¡Y una mier*da no puedo! —exclamó sin vehemencia.



Le ofrecí la boca y suspiré cuando me besó.—Debo ir sola. Está herido. No querrá que nadie más le vea en ese estado.



William asintió.—Llévate mi coche.



—¿Cuál de ellos?



—El DB9 de tu nuevo vecino.



—¿Eh?



Se encogió de hombros.—Lo reconocerás cuando lo veas.



No lo dudaba. Fuera el que fuese, el coche sería elegante, rápido y peligroso... como su dueño.—Tengo miedo —murmuré, entrelazando aún más mis piernas con las suyas. Era tan fuerte y sólido... Quería aferrarme a él y no soltarme nunca.



Me pasó los dedos por el pelo.—¿De qué?



—Las cosas ya están bastante jodidas entre mi madre y yo. Si mis padres se pelean, no quiero que me pillen en el medio. Sé que no lo llevarían bien, en especial mi madre. Están locamente enamorados el uno del otro.



—No me había dado cuenta.



—No los has visto juntos. Saltan chispas —expliqué, recordando que William y yo nos habíamos separado cuando me enteré de que la química entre mis padres seguía al rojo vivo—. Y mi padre me confesó que aún estaba enamorado de ella. Me entristece pensarlo.



—¿Porque no están juntos?



—Sí, pero no porque yo quiera tener una gran familia feliz —aclaré—. Simplemente me disgusta la idea de pasar la vida sin la persona de la que estás enamorado. Cuando te perdí...



—Nunca me perdiste.



—Fue como si una parte de mí hubiera muerto. Vivir toda una vida así...



—Sería un infierno. —William me pasó las yemas de los dedos por la mejilla y vi la desolación en sus ojos, el persistente espectro de Nathan obsesionándole—. Deja que yo me encargue de Monica.



Le miré con perplejidad.—¿Cómo vas a hacerlo?
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:47 pm

—¡Lo siento! —Lloré. El insistente e incesante pitido de una llamada en espera me estaba poniendo nerviosa—. Lo siento mucho. No quería que Nathan hiciera daño a ninguna persona más de las que yo amaba.



—Voy a ir a verte —dijo, con repentina tranquilidad—. Voy a coger el primer vuelo que haya. Te llamaré cuando llegue.



—Papá...



—Te quiero, cariño. Lo eres todo para mí.



Colgó. Hecha polvo, me quedé allí sentada completamente aturdida. Sabía que el conocimiento de lo que me habían hecho sería un tormento para mi padre, pero no sabía cómo luchar contra esa oscuridad.



Mi teléfono empezó a vibrarme en la mano y me quedé mirando la pantalla, viendo el nombre de mi madre e incapaz de decidir qué hacer.



Vacilante, me levanté y lo dejé en la mesita como si me quemara. No podía hablar con ella. No quería hablar con nadie. Sólo quería a William.



Fui a trompicones por el pasillo, rozando la pared con el hombro. Oí la voz de William al acercarme a su despacho, aceleré el paso, las lágrimas se me agolpaban en los ojos.



—Te agradezco que pienses en mí, pero no —dijo con una voz tenue y firme que era diferente de la que le había oído poco antes. Era amable, más íntima—. Claro que somos amigos. Tú sabes por qué... no puedo darte lo que quieres de mí.



Llegué a su despacho y le vi a su mesa, con la cabeza baja mientras escuchaba.—Vale ya —dijo, gélidamente—. Por ahí, no, Corinne.



—William —susurré, aferrándome a la jamba de la puerta con todas mis fuerzas.



Él levantó la vista, se irguió bruscamente y se levantó como movido por un resorte. Su expresión ceñuda desapareció.—Tengo que dejarte —dijo, quitándose el auricular de la oreja y dejándolo en la mesa al rodearla—. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma?



Me cogió cuando me precipité en sus brazos. Le necesitaba, y me inundó una sensación de alivio cuando me acercó a él y me abrazó estrechamente.—Mi padre se ha enterado. —Apreté la cara contra su pecho, con ecos del dolor de mi padre en la cabeza—. Lo sabe.



William me mecía en sus brazos. Su teléfono empezó a sonar. Farfullando exabruptos, salió de la habitación.



En el pasillo, oí el traqueteo de mi teléfono encima de la mesa de centro. El irritante sonido de dos teléfonos sonando a la vez incrementó mi angustia.—Dime si tienes que atender esa llamada —dijo William.



—Es mi madre. Seguro que mi padre ya la ha llamado, y está tan enfadado... Dios mío, William. Está desolado.



—Entiendo cómo se siente.



Me llevó a la habitación de invitados y cerró la puerta tras él de una patada. Acostándome en la cama, cogió el mando a distancia de encima de la mesilla y encendió el televisor, bajando el volumen a un nivel que impedía que se oyera cualquier otro sonido excepto mis sollozos. Luego se tumbó a mi lado y me abrazó, pasándome las manos por la espalda una y otra vez. Lloré hasta que me dolieron los ojos y no me quedó nada.



—Dime qué puedo hacer —dijo cuando me serené.



—Va a venir. A Nueva York. —Se me hizo un nudo en el estómago ante la idea—. Creo que va a intentar coger un avión hoy mismo.



—Cuando lo sepas, iré contigo a buscarle.



—No puedes.



—¡Y una mier*da no puedo! —exclamó sin vehemencia.



Le ofrecí la boca y suspiré cuando me besó.—Debo ir sola. Está herido. No querrá que nadie más le vea en ese estado.



William asintió.—Llévate mi coche.



—¿Cuál de ellos?



—El DB9 de tu nuevo vecino.



—¿Eh?



Se encogió de hombros.—Lo reconocerás cuando lo veas.



No lo dudaba. Fuera el que fuese, el coche sería elegante, rápido y peligroso... como su dueño.—Tengo miedo —murmuré, entrelazando aún más mis piernas con las suyas. Era tan fuerte y sólido... Quería aferrarme a él y no soltarme nunca.



Me pasó los dedos por el pelo.—¿De qué?



—Las cosas ya están bastante jodidas entre mi madre y yo. Si mis padres se pelean, no quiero que me pillen en el medio. Sé que no lo llevarían bien, en especial mi madre. Están locamente enamorados el uno del otro.



—No me había dado cuenta.



—No los has visto juntos. Saltan chispas —expliqué, recordando que William y yo nos habíamos separado cuando me enteré de que la química entre mis padres seguía al rojo vivo—. Y mi padre me confesó que aún estaba enamorado de ella. Me entristece pensarlo.



—¿Porque no están juntos?



—Sí, pero no porque yo quiera tener una gran familia feliz —aclaré—. Simplemente me disgusta la idea de pasar la vida sin la persona de la que estás enamorado. Cuando te perdí...



—Nunca me perdiste.



—Fue como si una parte de mí hubiera muerto. Vivir toda una vida así...



—Sería un infierno. —William me pasó las yemas de los dedos por la mejilla y vi la desolación en sus ojos, el persistente espectro de Nathan obsesionándole—. Deja que yo me encargue de Monica.



Le miré con perplejidad.—¿Cómo vas a hacerlo?


Frunció los labios a un lado.—La llamaré y le preguntaré cómo lo estás llevando todo y qué tal te va. Empezaré el proceso de acercamiento a ti, públicamente.



Sabe que te lo he contado todo. Puede que se venga abajo contigo.



—Mejor conmigo que contigo.



Eso fue casi suficiente para hacerme sonreír.—Gracias.



—La distraeré y le haré pensar en otra cosa. —Me alcanzó la mano y tocó el anillo. Campanas de boda. No lo dijo, pero entendí el mensaje. Y, efectivamente, eso es lo que mi madre pensaría. Un hombre de la posición de William no volvía con una mujer valiéndose de la madre —en particular de una como Monica Stanton— a menos que sus «intenciones» fueran serias.



Ése era un asunto que abordaríamos otro día.



Durante la hora siguiente, William fingió estar a otra cosa; pero, en realidad, no se apartaba de mí y me seguía de una habitación a otra con cualquier pretexto. Cuando me sonó el estómago, me llevó a la cocina inmediatamente y preparó un plato de sándwiches, patatas fritas y una ensalada de macarrones.



Comimos en la isla de cocina, y dejé que el consuelo de la atención que me prodigaba me calmara los nervios. Por muy complicadas que estuvieran las cosas, podía apoyarme en él. Eso hacía que muchos de los problemas a los que nos enfrentábamos parecieran superables.



Qué no podríamos conseguir estando juntos?—¿Qué quería Corinne? —pregunté—. Además de a ti.



Se le endureció la expresión.—No quiero hablar de Corinne.



Lo dijo con un tono que me inquietó.—¿Va todo bien?



—¿Qué acabo de decir?



—Algo poco convincente que prefiero pasar por alto.



Emitió un sonido de exasperación, pero se aplacó. —Está disgustada.



—¿Gritando de disgusto o llorando de disgusto?



—¿Acaso importa?



—Sí. Hay una diferencia entre estar cabreada con un tío y estar hecha un mar de lágrimas por él. Por ejemplo: Deanna está cabreada y puede planear tu destrucción; yo no paraba de llorar y apenas podía levantarme de la cama todos los días.



—¡Dios, Maite! —Puso una mano encima de la mía—. Lo siento.


—Déjate de disculpas. Ya harás las paces conmigo cuando tengas que vértelas con mi madre. Entonces, ¿Corinne está enfadada o llorosa?



—Estaba llorando. —William hizo una mueca de dolor—. ¡Dios!, ha perdido los papeles.



—Siento mucho que te tengas que pasar por eso, pero no dejes que te haga sentir culpable.



—La utilicé —dijo en un susurro—, para protegerte a ti.



Dejé mi sándwich en el plato y le miré aguzando los ojos.—¿Le dijiste que lo único que podías ofrecerle era tu amistad o no?



—Sabes que sí. Pero también alenté la impresión de que podía haber algo más, por la prensa y la policía. No fui muy claro. De eso es de lo que me siento culpable.



—Bueno, vamos a ver. Esa bruja quiso hacerme creer que te la habías tirado — levanté dos dedos— dos veces. Y la primera vez que lo hizo, me dolió tanto que aún no me he recuperado. Además, está casada, ¡por el amor de Dios! No tiene por qué andar seduciendo a mi hombre cuando ella tiene el suyo.



—Volviendo a lo de que me la tiraba. ¿De qué hablas?

Le expliqué los incidentes: el desastre del carmín en el puño y mi visita de improviso al apartamento de Corinne, cuando actuó como si acabara de foll*ar con él.



—Bueno, eso cambia mucho las cosas —dijo—. Ya no tenemos nada más que decirnos.



—Gracias.



Alargó una mano para remeterme el pelo detrás de la oreja.—Al final saldremos de todo esto.



—¿Qué haremos entonces? —musité.



—Seguro que se me ocurre algo.



—Sexo, ¿verdad? —Meneé la cabeza—. He creado un monstruo.



—No te olvides del trabajo... juntos.



Oh, Dios mío. Nunca te das por vencido.



Masticó una patata frita y tragó.—Me gustaría que echaras un vistazo a las webs renovadas de Crossroad y Cross Industries cuando terminemos de almorzar.



Me limpié los labios con una servilleta. —¿En serio? Eso sí que ha sido rápido. Estoy impresionada.



—Tú espera a verlas antes de formarte una opinión.



William me conocía bien. El trabajo era para mí una válvula de escape y él me puso a ello. Me colocó con su portátil en el salón, se encargó de que mi teléfono dejara de sonar y se fue a su despacho para llamar a mi madre.



Durante los primeros minutos después de que me dejara sola, oí el tenue murmullo de su voz y traté de concentrarme en las páginas web que me había puesto delante, pero era inútil. Me resultaba muy difícil concentrarme, y terminé llamando a Cary.



—¿Dónde coñ*os estás? —ladró a modo de saludo.



—Ya sé que es una locura —me apresuré a decir, convencida de que tanto mi madre como mi padre me habrían llamado al apartamento que compartía con Cary al no contestar al smartphone—. Lo siento.


Por el sonido de fondo imaginé que Cary se encontraba en la calle.—¿Te importaría decirme qué está ocurriendo? Me está llamando todo el mundo: tus padres, Stanton, Clancy... Todos te están buscando y tú no respondes al móvil. Me estoy poniendo histérico pensando qué te habrá pasado.



Mier*da. Cerré los ojos.—Mi padre se ha enterado de lo de Nathan.



Se quedó callado, el ruido distante del tráfico y los cláxones era la única indicación de que él seguía al teléfono.—¡La hostia! Nena, ¡qué putada!



Se me puso tal nudo en la garganta al oír la compasión que se reflejaba en su voz que no podía hablar. No quería llorar más.



De repente el ruido de fondo se amortiguó, como si hubiera entrado en algún lugar tranquilo. —¿Cómo está? —preguntó Cary.



—Destrozado. Cary, fue horrible. Creo que lloraba, y estaba furioso con mamá. Probablemente por eso ha estado llamando tanto.



—¿Qué va a hacer?



—Va a venir a Nueva York. No sé cuándo, pero me ha dicho que me llamaría en cuanto llegara.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:48 pm

—¿Está de camino ya? ¿Hoy?



—Eso creo —respondí apenada—. No sé cómo se las está arreglando para conseguir días libres en el trabajo otra vez tan pronto.



—Prepararé la habitación de los invitados en cuanto llegue a casa, si no lo has hecho tú ya.



—Yo me encargo. ¿Dónde estás?



—He quedado con Tatiana para comer e ir al cine. Tengo que salir un poco.



—Siento mucho que te haya tocado atender mis llamadas.



—Da igual —respondió, restando importancia al asunto, como era habitual en Cary—. Estaba más preocupado que otra cosa. No has parado mucho en casa últimamente. No sé a qué te dedicas o a quién te dedicas. Estás muy rara.



El tono de acusación que delataba su voz aumentó mi remordimiento, pero no podía decirle nada.—Lo siento.



Se quedó como esperando una explicación, luego dijo en voz baja.—Estaré en casa dentro de un par de horas.



—De acuerdo. Hasta luego.



Colgué, y entonces llamó mi padrastro.—Maite.



—Hola, Richard. —Fui derecha al grano—. ¿Ha llamado mi padre a mi madre?



—Un momento. —Hubo un momento de silencio al teléfono, luego oí que se cerraba una puerta—. Sí, ha llamado. Fue... muy desagradable para tu madre. Este fin de semana ha sido muy difícil para ella. No está bien, y me preocupa.



—Esto es duro para todos —dije—. Quería que supieras que mi padre viene a Nueva York y querré pasar unos días tranquila con él.



—Tienes que decirle a Victor que sea un poco más comprensivo con lo que ha pasado tu madre. Estaba sola, con una criatura traumatizada.



—Y tú has de comprender que tenemos que darle un tiempo para que lo asimile — repliqué, en un tono más áspero de lo que pretendía, pero que reflejaba mis sentimientos. Iban a obligarme a que tomara partido entre mis padres—. Y me gustaría que te encargaras de que mi madre dejara de llamarnos a mí y a Cary constantemente. Habla con el doctor Petersen si es necesario —sugerí, refiriéndome al terapeuta de mi madre.



—Monica está al teléfono ahora. Cuando esté libre, se lo comentaré.



—No se lo comentes sin más. Haz algo al respecto. Esconde los teléfonos en alguna
parte si hace falta.



—Eso es exagerado e innecesario.



—No si no deja de hacerlo. —Tamborileaba sobre la mesa de centro—. Tú y yo somos culpables de andar siempre arropando a mamá (¡Oh, no, no vamos a disgustar a Monica!), porque preferimos darnos por vencidos antes que lidiar con sus crisis nerviosas. Pero eso se llama chantaje emocional, Richard, y ya estoy harta de pagar.



Se quedó callado. —Ahora estás sometida a mucha tensión. Y...



—¿Tú crees? —Por dentro estaba pegando gritos—. Dile a mamá que la quiero y que la llamaré cuando pueda, que no será hoy.



—Puedes llamarnos a Clancy y a mí si necesitas algo —dijo con frialdad.



—Gracias, Richard. Te lo agradezco.

Colgué y tuve que contenerme para no lanzar el teléfono contra la pared.



Había conseguido calmarme un poco y revisar la web de Crossroads antes de que William saliera de su despacho. Parecía hecho polvo y un poco aturdido, lo cual no era de extrañar, dadas las circunstancias. Tratar con mi madre cuando estaba disgustada era un reto para cualquiera, y William no podía recurrir a la experiencia.



—Ya te lo advertí —dije.



Levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró.—Se recuperará. Creo que es más fuerte de lo que aparenta.



—Se pondría loca de contenta al oírte, ¿verdad?



William se sonrió.



Yo puse los ojos en blanco.—Cree que me hace falta un hombre rico que cuide de mí y me proteja.



—Ya lo tienes.



—Voy a dar por hecho que no lo has dicho en plan troglodita. —Me levanté—. Tengo que irme y prepararlo todo para la visita de mi padre. Tendré que quedarme en casa por la noche mientras esté él aquí, y quizá no sea buena idea que te cueles a hurtadillas en mi apartamento. Como te tome por un ladrón, vas apañado.


—Y una falta de respeto, también. Aprovecharé para dejarme ver por el ático.



—Entonces quedamos en eso. —Me froté la cara antes de contemplar mi nuevo reloj—. Al menos tendré una forma bonita de contar los minutos hasta que volvamos a estar juntos.



Se acercó a mí y me cogió por la nuca. Con el pulgar empezó a trazar incitantes círculos.—Necesito saber que estás bien.



Asentí.—Estoy cansada de que Nathan me dirija la vida. Me he propuesto empezar de nuevo.



Imaginé un futuro en el que mi madre no me acosara, a mi padre volvieran a irle bien las cosas, Cary fuera feliz, Corinne estuviera en un país lejano y William y yo pudiéramos olvidarnos de nuestros pasados.


Y por fin estaba lista para luchar por ese futuro.

11

Lunes por la mañana. Hora de ir al trabajo. No sabía nada de mi padre, así que me preparé para salir. Estaba revolviendo en el vestidor cuando llamaron a la puerta del dormitorio.—Adelante —grité.



Un minuto después oí a Cary, gritando a su vez:—¿Dónde demonios estás?



—Aquí dentro.



Su sombra oscureció la entrada.—¿Sabes algo de tu padre?



Dirigí la vista hacia él.—Todavía no. Le he mandado un mensaje pero no me ha respondido.



—O sea, que aún está en el avión.



O ha perdido algún enlace, ¿quién sabe?



Yo miraba la ropa con el ceño fruncido.—Toma —entró, me rodeó y sacó del estante de abajo unos pantalones palazzo de lino y una blusa negra de encaje con manga japonesa.



—Gracias. —Y, como estaba muy cerca, le di un abrazo. Él me lo devolvió tan fuerte que me dejó sin aire. Sorprendida por tanta efusión, permanecí un buen rato abarcándole con los brazos y la mejilla apoyada en su pecho, a la altura del corazón.



Era la primera vez en varios días que se ponía vaqueros y camiseta y, como siempre, conseguía que pareciera un atuendo caro y llamaba la atención.—¿Va todo bien? —le pregunté.



Te echo de menos, nena —susurró con la boca en mi pelo.



—Es que no quería que te cansaras de mí. —Intenté que sonara a broma, pero su tono me había inquietado; le faltaba la jovialidad a la que me tenía acostumbrada—. Voy a coger un taxi para ir al trabajo, así que me queda un poco de tiempo. ¿Tomamos un café?



—Sí. —Se echó hacia atrás y sonrió. Se le veía guapísimo y juvenil. Me tomó de la mano para salir del vestidor. Tiré las prendas sobre un sillón de camino a la cocina.



—¿Vas a salir? —le pregunté.



—Hoy tengo una sesión de fotos.



—¡Vaya!, ¡qué buena noticia! —Me acerqué a la cafetera mientras él sacaba del frigorífico una mezcla de nata y leche—. Parece que tenemos otra razón para buscar una botella de vino Cristal.



—De ningún modo —bufó—. No, con todo lo que está pasando con tu padre.



—¿Y qué vamos a hacer? ¿Sentarnos y mirarnos el uno al otro? No hay otra cosa. Nathan está muerto y, aunque no lo estuviera, lo que me hizo pasó hace mucho tiempo. — Empujé hacia él una taza humeante y llené otra—. Estoy lista para echar su recuerdo a un hoyo oscuro y frío y olvidarme de él.



—Pasó para ti. —Puso crema en mi café y volvió a su sitio—. Pero todavía es una novedad para tu padre. Seguro que quiere hablar de ello contigo.



—No voy a hablar de ello con mi padre. No voy a hablar de ello nunca.



—Puede que él no esté de acuerdo con eso. Me giré para mirarle, apoyada en la encimera con la taza entre las manos.



—Lo único que necesita es ver que todo marcha perfectamente. No se trata de él, sino de mí, y estoy sobreviviendo. Bastante bien, creo yo.



Cary removió el café, pensativo.—Pues sí —dijo un poco después—. ¿Vas a contarle lo de tu novio misterioso?



—No es misterioso. Simplemente, no puedo hablar de él, y eso no tiene nada que ver con nuestra amistad. Confío en ti y te quiero igual que siempre.



Por encima del borde de la taza, sus ojos verdes mostraban recelo.—Pues no lo parece.



—No es misterioso. Simplemente, no puedo hablar de él, y eso no tiene nada que ver con nuestra amistad. Confío en ti y te quiero igual que siempre.



Por encima del borde de la taza, sus ojos verdes mostraban recelo.—Pues no lo parece.



—Eres mi mejor amigo. Cuando sea viejecita y tenga el pelo gris, tú seguirás siendo mi mejor amigo. Y ni que decir tiene que el hombre con el que estoy saliendo no va a cambiar eso.



—¿Y esperas que no me dé la sensación de que te falta confianza en mí? ¿Qué pasa con ese tipo para que no puedas decirme ni siquiera su nombre o alguna otra cosa?



Suspiré y le dije una verdad a medias.—No sé cómo se llama.



Cary se quedó quieto y me miró fijamente.—Me tomas el pelo.



—Nunca se lo he preguntado. —Respuesta evasiva donde las hubiera, era como para cuestionarla. Cary me dirigió una larga mirada.



—¿Y se supone que no tengo que preocuparme?



—Pues no. Yo me siento a gusto con la situación tal como está. Ambos tenemos lo que necesitamos y él me cuida.


Se quedó observándome.—¿Qué le dices mientras te corres? Algo tienes que gritar si es bueno en la cama, y supongo que lo será ya que resulta evidente que no os conocéis por hablar mucho, precisamente.



—Bueno... —aquello me pilló de sorpresa—, creo que sólo digo: «¡Ay, Dios mío!».



Se echó a reír, con la cabeza hacia atrás. —Y tú, ¿cómo te las arreglas para compatibilizar dos relaciones? —le pregunté.



—Lo hago bien. —Se metió una mano en bolsillo y empezó a balancearse sobre los talones—. Me parece que Tat y Trey están tan cerca de la monogamia como yo. En lo que a mí respecta, funciona.



Yo encontraba fascinante aquella componenda.—¿No te preocupa equivocarte de nombre cuando te corres?



Le brillaron los ojos.—No. Siempre los llamo baby.



Sacudí la cabeza. Cary era incorregible.—¿Vas a hacer que se conozcan?



Se encogió de hombros.—No me parece la mejor idea.



—¿No?



—Tatiana es un bi***cho en el mejor de los casos y Trey un buen tipo. En mi opinión, no resulta una combinación apropiada.



—Una vez me dijiste que Tatiana no te gustaba mucho. ¿Has cambiado en ese sentido?



—Ella es como es —se limitó a decir— y yo la acepto así.



Yo le miraba sin pestañear.—Maite, Tatiana me necesita —dijo suavemente—. Trey me desea y creo que también me quiere, pero no me necesita.



Eso sí que lo comprendía bien. A veces es muy agradable que te necesiten.—Entiendo.



—¿Quién dice que sólo hay una persona en el mundo que pueda dárnoslo todo? — gruñó—. No me trago yo eso. Fíjate en ti y tu novio sin nombre.



—Puede que un revoltijo resulte bien con gente que no sea celosa. Conmigo no funcionaría.



—Ya. —Cary levantó su taza y yo le di un golpecito con la mía.



—Entonces ¿vino Cristal y ...?



—Mmm... —frunció la boca— ..., ¿tapas?
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:50 pm

Parpadeé por la sorpresa.—¿Quieres llevar a mi padre por ahí?



—¿Te parece mala idea?



—Es una idea estupenda, si conseguimos que él esté de acuerdo. —Le sonreí—. Eres genial, Cary.



Él me hizo un guiño y yo me sentí un poco más tranquila.



Todo en mi vida parecía estar alterado, especialmente mi relación con las personas a las que más quería. Me resultaba difícil resolverlo porque yo contaba con ellas para mantener la estabilidad. Pero quizás cuando todo se calmara, me sentiría más fuerte, capaz de sostenerme por mí misma. Si el efecto era ése, valdrían la pena la confusión y el dolor.—¿Quieres que te arregle el pelo?



—Sí, gracias.



Cuando llegué al trabajo me disgustó encontrarme a Megumi tan triste. Me saludó con un gesto indolente con la mano a la vez que presionaba el botón para abrirme la puerta y luego se dejó caer contra el respaldo de la silla.—Chica, tienes que librarte de Michael —le dije—; las cosas no funcionan bien.



—Ya lo sé —se echó hacia atrás el largo flequillo de su melena asimétrica—. Voy a romper con él la próxima vez que le vea. No tengo noticias suyas desde el viernes y me estoy volviendo loca pensando si ligaría con alguien mientras andaba de bar en bar en plan soltero.



—¡Agg!



—Lo sé, ¿vale? No es muy sensato andar preocupándose de si el hombre con quien te acuestas está tirándose a alguien más por ahí.



No pude evitar acordarme de la conversación que había tenido con Cary un poco antes. —Ben y Jerry’s y yo estamos sólo a un telefonazo de ti. Grita si nos necesitas.



—¿Es ése tu secreto? —se rio brevemente—. ¿Qué te ha hecho olvidar a William Cross?



—No le he olvidado —reconocí.



Ella asintió con solemnidad. —Lo sabía. Pero tú te lo pasaste muy bien el sábado, ¿no? Y él es idio***ta, por cierto.



Un día va a darse cuenta y volverá arrastrándose.—Llamó a mi madre el fin de semana —le dije, inclinándome sobre la mesa y bajando la voz— preguntando por mí.



—¡Vaya! —Megumi se inclinó hacia delante también—. ¿Y qué le dijo?



—No sé los detalles.



—¿Volverías con él?



Me encogí de hombros.—No sé. Depende de lo bien que se arrastre.



—Desde luego. —Chocamos las palmas en alto—. A propósito, tienes muy bien el pelo.



Le di las gracias y me dirigí a mi cubículo, preparando mentalmente la solicitud de permiso para salir si mi padre llamaba. Apenas había doblado la esquina del extremo del corredor cuando salió Mark de su despacho con una sonrisa de oreja a oreja.—¡Ay, Dios! —Me paré a medio camino—. Pareces locamente feliz. A ver si lo adivino: te has comprometido.



—¡Efectivamente!



—¡Guay! —Dejé en el suelo el bolso de mano y la bolsa de plástico y me puse a aplaudir—. ¡Me hace tanta ilusión por ti! Felicidades.



Me agachó y recogió mis cosas.—Ven a mi despacho.



Me hizo un gesto para que pasara antes que él y después cerró la puerta de cristal.—¿Fue difícil? —le pregunté y tomé asiento delante de su mesa.



—Lo más difícil que he hecho en mi vida. —Mark me entregó mis cosas, se hundió en la silla y empezó a balancearse de adelante atrás—. Y Steven me dejó sufrir un buen rato, ¿puedes creerlo? Sabía de antemano que iba a pedirle que se casara conmigo. Dijo que se adivinaba por lo nervioso que estaba yo.



Sonreí.—Te conoce muy bien.



—Y tardó un minuto o dos en contestarme, pero créeme si te digo que me parecieron horas.



—Apuesto a que sí. Entonces, ¿toda su retórica antimatrimonio era sólo una fachada?



Asintió con la cabeza, aún sonriente.—Le había herido en su orgullo que yo se lo quitara de la cabeza anteriormente y quería vengarse un poquito. Me dijo que siempre había sabido que al final yo entraría en razón. Y, cuando por fin me decidí, él hizo que me costara lo mío.



Me daba la impresión de estar oyendo a Steven, tan festivo y sociable.—¿Y dónde te declaraste?



—No pude hacerlo en ningún sitio con el ambiente adecuado, como un restaurante iluminado con velas o un local acogedor, con poca luz, después de un espectáculo. No, tuve que esperar hasta que la limusina nos dejó en casa de noche y estábamos parados en la puerta y yo iba a perder la oportunidad, así que se lo solté allí mismo, en la calle.



—Me parece muy romántico.



—Me parece muy romántico.—Y a mí me parece que la romántica eres tú —me respondió.



—¿A quién le importan el vino y las rosas? Cualquiera puede hacerlo así.



Expresarle a alguien que no puedes vivir sin él, eso sí que es romanticismo.—Como de costumbre, tienes razón.



Me soplé las uñas y las froté contra la blusa.—¿Qué puedo yo decir?



—Voy a dejar que Steven te cuente todos los detalles durante la comida del miércoles. Lo ha descrito tantas veces ya que te lo recitará de memoria.



—Tengo muchas ganas de verle. —Por muy entusiasmado que estuviera Mark, estaba segura de que Steven daría saltos de alegría. El contratista grandote y musculoso tenía una personalidad tan radiante como el brillo de su pelo rojo—. Estoy contentísima por los dos.



—Steven va a engancharte para que ayudes a Shawna con los preparativos, ya sabes. —Se sentó y apoyó los codos en la mesa—. Además, su hermana está reclutando a todas las mujeres que conocemos. Estoy seguro de que todo esto a va ser una locura desmesurada.



—¡Qué divertido!



—Eso dices ahora —me advirtió, con ojos risueños—. Vamos a coger un café y empezamos el trabajo de esta semana, ¿te parece?



Me levanté.—Mmm... me fastidia pedirte esto, pero mi padre tiene que venir aquí esta semana en un viaje urgente. No estoy segura de cuándo va a llegar; podría ser hoy mismo. Tendré que recogerle y dejarle acomodado.



—¿Necesitas algún tiempo de permiso?



—Sólo para instalarle en el apartamento. Unas horas, como mucho.



Mark movió la cabeza en sentido afirmativo.—Has dicho «viaje urgente». ¿Va todo bien?



—Irá bien.



—Vale, no hay ningún problema por mi parte para que te tomes el tiempo que necesites.



—Gracias.



Mientras dejaba mis cosas en la mesa, pensé por enésima vez en lo mucho que me gustaban mi trabajo y mis jefes. Comprendía que William quisiera tenerme más cerca y valoraba la idea de construir algo en común, pero mi empleo me enriquecía como persona. No quería dejar aquello ni terminar guardándole rencor a él si seguía presionándome para que renunciara. Tendría que ocurrírseme algún argumento que William pudiera aceptar.



Empecé a pensar en ello mientras Mark y yo nos dirigíamos a la sala de descanso.



Aunque Megumi no había roto con Michael todavía, me la llevé a comer a un deli donde tenían unos wraps exquisitos y había un surtido bastante bueno de postres Ben & Jerry. Yo elegí un Chunky Monkey y ella un Cherry Garcia. Ambas disfrutamos de aquel fresco placer en medio de un día caluroso.



Estábamos sentadas al fondo, en una mesita metálica, con la bandeja de la comida —los restos— entre las dos. El deli no estaba tan abarrotado a mediodía como los otros restaurantes convencionales de la zona, lo cual era conveniente para nosotras. Podíamos charlar sin tener que levantar la voz.



—Mark está en el séptimo cielo —dijo Megumi, lamiendo la cuchara. Llevaba puesto un vestido verde lima que le iba muy bien con el pelo oscuro y el tono pálido de la piel. Siempre se vestía con colores y estilos atrevidos. Yo envidiaba su habilidad para hacerlo tan bien.



—Ya —sonreí—. Es estupendo ver a alguien tan feliz.



—Felicidad libre de culpa. No como este helado.



—¿Y qué supone un poquito de culpa de vez en cuando?



—¿Un cu***lo gordo?



—Gracias por recordarme que tengo que ir al gimnasio hoy. Llevo varios días sin hacer ejercicio.



A menos que se tenga en cuenta la gimnasia de cama...—¿Cómo consigues estar motivada? —me peguntó—. Yo sé que debería ir, pero siempre encuentro algún pretexto para no hacerlo.



—¿Y, aun así, tienes esa increíble figura? —Moví la cabeza de lado a lado—. ¡Qué rabia me da!



Ella hizo una mueca con los labios.—¿Adónde vas a entrenarte?



—Alterno un gimnasio normal con uno de Krav Maga que hay en Brooklyn.



—¿Vas antes o después del trabajo?

—Después. No soy madrugadora. Me encanta dormir.



—¿Te importaría que te acompañase alguna vez? No sé si al de Krav ese o como se llame, pero sí al gimnasio.



Tragué un poco de chocolate, y estaba a punto de contestar cuando oí que sonaba un teléfono. —¿Vas a contestar? —preguntó Megumi, y me hizo caer en la cuenta de que era el mío.



e trataba del móvil de prepago, por eso no lo había reconocido.



Lo saqué a toda prisa y respondí casi sin aliento.—¿Sí?



—Cielo.



Durante unos segundos saboreé la voz profunda de William.—¡Hola!, ¿qué hay?



—Mis abogados acaban de notificarme que quizás la policía tenga un sospechoso.



—¿Qué? —Se me paró el corazón y la comida se me revolvió toda en el estómago— ¡Oh, Dios mío!



—No soy yo.



No me acuerdo de mi vuelta a la oficina. Cuando Megumi quiso saber el nombre del gimnasio tuvo que preguntármelo dos veces. El miedo que sentía no tenía nada que ver con ningún otro sufrimiento anterior. Era mucho peor cuando lo sentías por alguien a quien amabas.



¿Cómo podía la policía sospechar de otra persona?



Tenía la horrible sensación de que sólo estaban intentando alterar a William. Alterarme a mí.


Si ése era su objetivo, estaban consiguiéndolo, por lo menos conmigo. A William se le oía tranquilo y sereno durante nuestra breve conversación. Me había dicho que no me inquietara, que él sólo quería advertirme de que tal vez vinieran a hacerme más preguntas.



O tal vez no.



¡Dios! Me dirigí lentamente hacia mi mesa, con los nervios deshechos. Era como si
me hubiera tomado de un trago todo el café de una cafetera. Me temblaban las manos y el corazón me latía demasiado deprisa.



Me senté y traté de trabajar, pero no podía concentrarme. Miraba fijamente la pantalla y no veía nada.



Y si la policía tenía un sospechoso que no era William, ¿qué íbamos a hacer nosotros? No podíamos permitir que fuera a la cárcel una persona inocente.



Y, sin embargo, había en mi interior una vocecita susurrándome que William quedaría libre de acusaciones si declararan culpable del delito a otro. En el mismo momento en que esa idea se formó en mi mente, me sentí fatal. Se me fueron los ojos a la foto de mi padre, vestido de uniforme y muy apuesto, de pie junto a su coche patrulla.



Yo estaba confundida y asustada.



Cuando mi smartphone comenzó a vibrar sobre la mesa, me sobresalté. En la pantalla aparecieron el nombre y el número de papá. Contesté rápidamente.—¡Hola! ¿Dónde estás?



—En Cincinnati, cambiando de avión.



—Espera, que voy a tomar nota de los datos del vuelo. —Cogí un bolígrafo y anoté a toda prisa los detalles que me dio—. Estaré esperándote en el aeropuerto. Estoy deseando verte.



—Bueno... Maite, cariño —suspiró profundamente—. Hasta luego.



Colgó, y el silencio subsiguiente fue ensordecedor. Comprendí entonces que el sentimiento más fuerte que tenía era el de culpabilidad. A él le empañaba la voz y a mí me ponía un nudo en el estómago.



Me levanté y fui al despacho de Mark. —Acabo de hablar con mi padre. Su vuelo llega a la LaGuardia dentro de un par de horas.



Levantó la vista hacia mí, con el ceño fruncido y la mirada escrutadora.—Vete a casa, prepárate y recoge a tu padre.



—Gracias. —Esa única palabra tendría que bastarle. Mark parecía comprender que yo no quería pararme a dar explicaciones.



Usé el móvil de prepago para enviar un mensaje mientras me dirigía a casa en un taxi: «Voy al apartº. En 1 h. recojo papá. ¿Pueds hablar?».



Necesitaba saber qué pensaba William..., cómo se sentía. Yo estaba hundida y no se me ocurría qué hacer al respecto.



Cuando llegué a casa, me puse un vestido de verano ligero y sencillo y unas sandalias. Contesté un mensaje de Martin coincidiendo con él en lo bien que lo habíamos pasado el sábado y en que deberíamos repetirlo. Revisé minuciosamente la cocina, asegurándome de que todas las cosas de comer favoritas de papá que había ido comprando estaban exactamente donde yo las había colocado. Repasé la habitación de invitados, aunque ya lo había hecho el día anterior. Me conecté a internet y comprobé el vuelo de mi padre.



Todo hecho. Me quedaba tiempo suficiente para volverme loca.



Hice una búsqueda en Google, concretamente en Imágenes, sobre «Corinne Giroux y esposo».



Lo que averigüé fue que Jean-François Giroux era realmente guapo. Un tío bueno de verdad. No tanto como William, pero ¿quién podía serlo? Gideon estaba en primera
división él solito. Pero Jean-François era de los que no pasaban desapercibidos, con el pelo oscuro y ondulado y unos ojos de color jade claro. Estaba bronceado y llevaba perilla, que le quedaba estupendamente. Él y Corinne formaban una pareja espectacular.



Sonó mi móvil de prepago y me levanté de un salto para llegar hasta él, tropezándome de paso con la mesa de centro. Lo saqué del bolso a toda prisa y contesté:—¿Sí?



—Estoy al lado —dijo William—, y no tengo mucho tiempo.



—Ya voy.



Agarré mi bolso y salí. Una vecina estaba en ese momento abriendo la puerta de su casa y yo le dirigí una sonrisa cortés y distante mientras fingía esperar el ascensor. En cuanto la oí entrar en el apartamento, me fui como una flecha hasta la puerta de William, que se abrió antes de que yo usara mi llave.



William me recibió en vaqueros y camiseta, con una gorra de béisbol en la cabeza. Me tomó de la mano para llevarme dentro y se quitó la gorra antes de acercar su boca a la mía. El beso que me dio fue asombrosamente dulce; y sus labios, firmes pero suaves y cálidos.—Después. No soy madrugadora. Me encanta dormir.



—¿Te importaría que te acompañase alguna vez? No sé si al de Krav ese o como se llame, pero sí al gimnasio.



Tragué un poco de chocolate, y estaba a punto de contestar cuando oí que sonaba un teléfono. —¿Vas a contestar? —preguntó Megumi, y me hizo caer en la cuenta de que era el mío.



e trataba del móvil de prepago, por eso no lo había reconocido.



Lo saqué a toda prisa y respondí casi sin aliento.—¿Sí?



—Cielo.



Durante unos segundos saboreé la voz profunda de William.—¡Hola!, ¿qué hay?



—Mis abogados acaban de notificarme que quizás la policía tenga un sospechoso.



—¿Qué? —Se me paró el corazón y la comida se me revolvió toda en el estómago— ¡Oh, Dios mío!



—No soy yo.



No me acuerdo de mi vuelta a la oficina. Cuando Megumi quiso saber el nombre del gimnasio tuvo que preguntármelo dos veces. El miedo que sentía no tenía nada que ver con ningún otro sufrimiento anterior. Era mucho peor cuando lo sentías por alguien a quien amabas.



¿Cómo podía la policía sospechar de otra persona?



Tenía la horrible sensación de que sólo estaban intentando alterar a William. Alterarme a mí.



Si ése era su objetivo, estaban consiguiéndolo, por lo menos conmigo. A William se le oía tranquilo y sereno durante nuestra breve conversación. Me había dicho que no me inquietara, que él sólo quería advertirme de que tal vez vinieran a hacerme más preguntas.



O tal vez no.



¡Dios! Me dirigí lentamente hacia mi mesa, con los nervios deshechos. Era como si me hubiera tomado de un trago todo el café de una cafetera. Me temblaban las manos y el corazón me latía demasiado deprisa.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:53 pm

Me senté y traté de trabajar, pero no podía concentrarme. Miraba fijamente la pantalla y no veía nada.



Y si la policía tenía un sospechoso que no era William, ¿qué íbamos a hacer nosotros? No podíamos permitir que fuera a la cárcel una persona inocente.



Y, sin embargo, había en mi interior una vocecita susurrándome que William quedaría libre de acusaciones si declararan culpable del delito a otro. En el mismo momento en que esa idea se formó en mi mente, me sentí fatal. Se me fueron los ojos a la foto de mi padre, vestido de uniforme y muy apuesto, de pie junto a su coche patrulla.



Yo estaba confundida y asustada.



Cuando mi smartphone comenzó a vibrar sobre la mesa, me sobresalté. En la pantalla aparecieron el nombre y el número de papá. Contesté rápidamente.—¡Hola! ¿Dónde estás?



—En Cincinnati, cambiando de avión.



—Espera, que voy a tomar nota de los datos del vuelo. —Cogí un bolígrafo y anoté a toda prisa los detalles que me dio—. Estaré esperándote en el aeropuerto. Estoy deseando verte.



—Bueno... Maite, cariño —suspiró profundamente—. Hasta luego.



Colgó, y el silencio subsiguiente fue ensordecedor. Comprendí entonces que el sentimiento más fuerte que tenía era el de culpabilidad. A él le empañaba la voz y a mí me ponía un nudo en el estómago.



Me levanté y fui al despacho de Mark. —Acabo de hablar con mi padre. Su vuelo llega a la LaGuardia dentro de un par de horas.



Levantó la vista hacia mí, con el ceño fruncido y la mirada escrutadora.—Vete a casa, prepárate y recoge a tu padre.



—Gracias. —Esa única palabra tendría que bastarle. Mark parecía comprender que yo no quería pararme a dar explicaciones.



Usé el móvil de prepago para enviar un mensaje mientras me dirigía a casa en un taxi: «Voy al apartº. En 1 h. recojo papá. ¿Pueds hablar?».



Necesitaba saber qué pensaba William..., cómo se sentía. Yo estaba hundida y no se me ocurría qué hacer al respecto.



Cuando llegué a casa, me puse un vestido de verano ligero y sencillo y unas sandalias. Contesté un mensaje de Martin coincidiendo con él en lo bien que lo habíamos pasado el sábado y en que deberíamos repetirlo. Revisé minuciosamente la cocina, asegurándome de que todas las cosas de comer favoritas de papá que había ido comprando estaban exactamente donde yo las había colocado. Repasé la habitación de invitados, aunque ya lo había hecho el día anterior. Me conecté a internet y comprobé el vuelo de mi padre.



Todo hecho. Me quedaba tiempo suficiente para volverme loca.



Hice una búsqueda en Google, concretamente en Imágenes, sobre «Corinne Giroux y esposo».



Lo que averigüé fue que Jean-François Giroux era realmente guapo. Un tío bueno de verdad. No tanto como William, pero ¿quién podía serlo? Gideon estaba en primera
división él solito. Pero Jean-François era de los que no pasaban desapercibidos, con el pelo oscuro y ondulado y unos ojos de color jade claro. Estaba bronceado y llevaba perilla, que le quedaba estupendamente. Él y Corinne formaban una pareja espectacular.



Sonó mi móvil de prepago y me levanté de un salto para llegar hasta él, tropezándome de paso con la mesa de centro. Lo saqué del bolso a toda prisa y contesté:—¿Sí?



—Estoy al lado —dijo William—, y no tengo mucho tiempo.



—Ya voy.



Agarré mi bolso y salí. Una vecina estaba en ese momento abriendo la puerta de su casa y yo le dirigí una sonrisa cortés y distante mientras fingía esperar el ascensor. En cuanto la oí entrar en el apartamento, me fui como una flecha hasta la puerta de William, que se abrió antes de que yo usara mi llave.



William me recibió en vaqueros y camiseta, con una gorra de béisbol en la cabeza. Me tomó de la mano para llevarme dentro y se quitó la gorra antes de acercar su boca a la mía. El beso que me dio fue asombrosamente dulce; y sus labios, firmes pero suaves y cálidos.



William me recibió en vaqueros y camiseta, con una gorra de béisbol en la cabeza. Me tomó de la mano para llevarme dentro y se quitó la gorra antes de acercar su boca a la mía. El beso que me dio fue asombrosamente dulce; y sus labios, firmes pero suaves y cálidos.



Dejé caer el bolso y le rodeé con los brazos, arrimándome a él. La sensación de fuerza que me transmitió mitigó mi ansiedad lo suficiente como para poder respirar hondo.—Hola —susurró.



—No tenías que venir a casa. —Me imaginaba lo que eso le habría trastornado la jornada: cambiarse de ropa, el desplazamiento de ida y vuelta...



—Sí que tenía que venir. Tú me necesitas —deslizó las manos por mi espalda y se apartó lo justo para mirarme a la cara—. No te angusties, Maite, que ya me ocuparé yo.



—¿Cómo?



Había serenidad en sus ojos azules y seguridad en su expresión.—Ahora mismo estoy esperando que me llegue más información: a quién están investigando y por qué. Hay muchas posibilidades de que no les salga bien, ya lo sabes.



Yo le escruté el semblante.—¿Y si les sale bien?



—¿Que si voy a dejar que otro pague por mi delito? —Apretó las mandíbulas—. ¿Es eso lo que estás preguntando?



—No. —Le alisé la frente con las yemas de los dedos—. Me consta que tú no permitirías semejante cosa. Sólo quería saber cómo vas a evitarlo.



Su ceño fruncido se acentuó.—Estás pidiéndome que prediga el futuro,Maite, y no puedo hacerlo. Tú sólo tienes que confiar en mí.



—Y confío —afirmé con vehemencia—, pero aún estoy asustada; no puedo evitar ponerme nerviosa.



—Lo sé. Yo también estoy preocupado. —Me pasó un dedo por el labio inferior—. La detective Graves es una mujer muy inteligente.



En eso estábamos de acuerdo.—Tienes razón. Eso me hace sentir mejor.



Yo no conocía bien a Shelley Graves en realidad, pero en los pocos contactos que habíamos tenido siempre me dio la impresión de que era lista y muy espabilada. Yo no la había tenido en cuenta, pero debería haberlo hecho. Resultaba curioso encontrarse en una situación en la que al mismo tiempo la temía y la valoraba.—¿Has organizado ya la estancia de tu padre?



La pregunta me trajo los nervios de vuelta.—Todo está preparado, excepto yo.



Su mirada se suavizó.—Alguna idea de qué vas a hacer con él?



—Cary ha vuelto a trabajar hoy, así que lo celebraremos con champán y luego saldremos a cenar por ahí.



—¿Crees que él estará dispuesto?



—No sé si estoy dispuesta yo —admití—. Es disparatado hacer planes para beber Cristal y celebrar cosas con todo lo que está pasando, pero ¿qué puedo hacer? Si mi padre no ve que estoy bien, tampoco pasará de hacer averiguaciones acerca de Nathan. Tengo que demostrarle que toda aquella sordidez pertenece al pasado.



—Y me dejarás que yo me encargue del resto —me advirtió—. Yo cuidaré de ti, de nosotros. Céntrate en tu familia durante un tiempo.



Retrocedí un poco, le cogí de la mano y le conduje al sofá. Era una sensación extraña estar en casa tan temprano después de haberme presentado en el trabajo. Ver por la ventana el sol esplendoroso cayendo sobre la ciudad me hacía sentir con el paso cambiado y reforzaba la idea de que habíamos perdido tiempo de estar juntos.



Me senté con las piernas dobladas, frente a él, viendo cómo se acomodaba a mi lado. Nos parecíamos mucho en algunas cosas, incluido nuestro pasado. ¿Era preciso que también William se lo revelara todo a su familia? ¿Sería eso lo que le hacía falta para curarse completamente?—Ya sé que tienes que volver al trabajo —le dije—, pero me alegro de que hayas venido a casa por mí. Tienes razón: necesitaba verte.


Se llevó mi mano a los labios.—¿Sabes cuándo volverá tu padre a California?



—No.



—De todos modos, mañana saldré tarde de la cita con el doctor Petersen. —Me miró con una leve sonrisa—. Ya encontraremos una manera de estar juntos.



Tenerle cerca..., tocarle..., verle sonreír..., oírle decir aquellas palabras... Yo podría superar cualquier cosa siempre que le tuviera a mi lado después de un largo día.—¿Me concedes cinco minutos? —le pedí.



Lo que tú quieras, cielo —contestó con ternura.



—Sólo esto. —Me aproximé más a él y me acurruqué en su costado.



William me pasó un brazo por los hombros. Enlazamos las manos de ambos en el regazo. Formamos un círculo perfecto. No tan brillante como los anillos que llevábamos puestos, pero de un valor inestimable igualmente.



Después de un ratito, se inclinó hacia mí y suspiró.—Yo necesitaba esto también.



Le abracé con más fuerza.—Está muy bien que me necesites, campeón.



—Me gustaría necesitarte un poco menos, lo justo para que fuera soportable.



—¿Y qué tendría eso de divertido? Su risa suave me hizo quererle todavía más.



había estado acertado respecto al DB9. Mientras observaba al encargado del aparcamiento trayendo el magnífico Aston Martin de color gris metalizado hasta donde yo me encontraba, pensé que era algo así como William con neumáticos. Era sexo con acelerador. Tenía una especie de elegancia animal que me hacía encoger los dedos de los pies.



Me horrorizaba ponerme al volante.



Conducir en Nueva York no se parecía en nada a conducir por el sur de California. Vacilé antes de aceptar las llaves de manos del empleado, con pajarita, razonando que tal vez fuera más sensato pedir una limusina.



El teléfono empezó a sonar y rápidamente lo busqué.—¿Sí?



—Decídete —me susurró William—. Deja de preocuparte y condúcelo.

Empecé a dar vueltas buscando con los ojos las cámaras de seguridad. Un escalofrío me recorrió la espalda. Notaba la mirada de William sobre mí.—¿Qué estás haciendo?



—Pensando que ojalá estuviera contigo. Me encantaría tumbarte sobre el capó y follarte bien despacio. Meterte la polla muy adentro. Darles trabajo a los amortiguadores. Uy , Dios mío, ya estoy empalmado.



Y a mí me estaba poniendo húmeda. Podía pasar una eternidad escuchándole. ¡Cuánto me gustaba su voz!—Tengo miedo de estropearte este coche tan bonito.



—No me importa el coche, sino tu seguridad. Así que rózalo todo lo que quieras, pero no te hagas daño.



—Si esperabas que eso iba a tranquilizarme, no ha funcionado.



—Podemos practicar sexo telefónico hasta que te corras. Eso sí funcionaría.



Les hice una mueca a los empleados del párking que hacían como si no estuvieran observándome.—¿Qué te ha puesto tan caliente en el rato tan corto que ha pasado desde que te dejé? No sé si preocuparme.



—Me excita pensar en ti conduciendo el DB9.



—¿No me digas? —Intenté reprimir una sonrisa—. Recuérdame quién de los dos es el fetichista del transporte.



—Ponte al volante —me dijo, persuasivo—. Imagina que voy en el asiento de al lado, con una mano entre tus piernas y metiendo los dedos en tu co***ño suave y resbaladizo.



Me acerqué al coche con las piernas temblorosas y le dije entre dientes:—Debes de tener un deseo de muerte.



—Me sacaría la polla y la acariciaría con una mano mientras te tocaría a ti con la otra, excitándonos los dos a la vez.



—Tu falta de respeto a la tapicería de este vehículo es horrorosa. —Me acomodé en el asiento del conductor y tardé un minuto en saber cómo ponerlo en marcha.



La voz profunda de William llegaba a través del equipo de sonido del coche.—¿Qué te parece?



Estaba segura de que había sincronizado mi teléfono prepago con el Bluetooth del automóvil. William siempre pensaba en todo.—Muy caro —respondí—. Estás loco por dejarme conducir esto.



—Estoy loco por ti —respondió, provocándome descargas de placer por todo el cuerpo—. LaGuardia está programada en el GPS.



Me hacía bien notar que estaba de mejor humor por haber venido a verme a casa. Ahora sabía cómo se sentía él. Significaba mucho para mí que nos sintiéramos del mismo
modo.



Levanté el GPS y apreté el botón para poner la transmisión en marcha.—¿Sabes una cosa, campeón? Que quiero chuparte mientras conduces esta cosa. Poner una almohada entre los dos asientos y chuparte la polla durante kilómetros.



—Te tomo la palabra. Dime qué te parece el coche.



—Suave. Potente. —Me despedí de los empleados agitando la mano al salir del aparcamiento subterráneo—. Responde muy bien.



—Igual que tú —murmuró—. Por supuesto, tú eres mi automóvil favorito.



—¡Qué bonito! Y tú, mi palanca preferida. —Entonces me incorporé al tráfico.



Se echó a reír.—Espero ser tu única palanca.



—Pero yo no soy tu único coche —repliqué, sintiendo cuánto le quería en aquel momento porque sabía que él estaba cuidándome y asegurándose de que yo me encontraba cómoda. En California, conducir había sido para mí como respirar, pero, desde que me trasladé a Nueva York, no me había puesto al volante de un solo coche.



—Eres el único que me gusta desnudo —dijo él.



—Menos mal, porque soy muy posesiva.



—Ya lo sé. —Su voz sonaba plena de satisfacción masculina.



—Ya lo sé. —Su voz sonaba plena de satisfacción masculina.



—¿Dónde estás?



—En el trabajo.



—Haciendo de todo un poco, estoy segura. —Pisé el acelerador y recé cuando cambié de carril—. ¿Y qué es un poco de relajante distracción para tu novia en medio de la dominación del mundo del entretenimiento?



—Por ti yo haría que el mundo dejara de dar vueltas.



Curiosamente, aquella tonta frase me enterneció.—Te quiero.



—Te ha gustado, ¿eh?



Yo sonreí, asombrada y complacida a la vez por su absurdo sentido del humor.Era más que consciente del entorno en el que me movía. Había señales en todas las direcciones prohibiéndolo todo. Conducir en Manhattan era un veloz viaje a ninguna parte. —Oye, que no puedo girar ni a derecha ni a izquierda. Creo que voy a ir hacia Midtown Tunnel. Puede que te pierda.



—Tú no me perderás nunca, cielo —me aseguró—. Donde quiera que vayas, por lejos que sea, allí estaré yo contigo.



Cuando divisé a mi padre fuera de la zona de recogida de equipajes, desapareció toda la seguridad que me había infundido William desde que salí del trabajo. Papá estaba demacrado y ojeroso, tenía los ojos enrojecidos y barba de varios días.



Noté el escozor de las lágrimas cuando me dirigía hacia él, pero las contuve, decidida a tranquilizarle. Con los brazos abiertos, le observé mientras dejaba la maleta en el suelo, y luego me quedé sin aire en los pulmones cuando me abrazó con fuerza.—Hola, papá —le dije, con un temblor en la voz que no quería que él notase.



—Maite. —Me besó con fuerza en la sien.



—Pareces cansado. ¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido?

—Al salir de San Diego. —Se echó hacia atrás y me miró a la cara escrutadoramente con sus ojos grises, que eran iguales que los míos.



—¿Tienes más equipaje?



Dijo que no con la cabeza, sin dejar de contemplarme.—¿Tienes hambre? —le pregunté.



—Comí algo en Cincinnati. —Finalmente, se volvió y recogió su equipaje—. Pero si tienes hambre tú...



—No, yo no, pero estaba pensado que podíamos sacar a Cary a cenar una poco más tarde, si estás de acuerdo. Ha vuelto hoy a trabajar.



—Pues claro. —Se detuvo con la maleta en la mano; daba la impresión de estar un poco perdido e inseguro.



—Papá, yo estoy bien.



—Yo no. Tengo ganas de pegarle a algo y no encuentro nada donde dar.



Eso me dio una idea.



Le cogí de la mano y nos encaminamos a la salida del aeropuerto.—No te olvides de lo que has dicho.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:54 pm

12

–Está obligando a Derek a esforzarse de verdad —comentó Parker mientras se secaba con una toalla el brillo de sudor de su cabeza afeitada.



Me giré y vi a mi padre luchando con el instructor, que era el doble de su tamaño, y eso que mi padre no era un hombre bajito. Con más de un metro ochenta de altura y noventa kilos de peso y músculos marcados, Victor Reyes era un magnífico oponente. Además, me había dicho que iba a probar el Krav Maga después de que yo le hablara de mi interés por él y parecía que así había sido. Algunos de los movimientos ya los había aprendido.



—Gracias por dejarle entrar.



Parker me miró con aquella mirada inmutable y calmada tan propia de él. Me había enseñado más cosas aparte de a defenderme. También me había enseñado a concentrarme en los pasos que debía dar, no en el miedo.—Normalmente te diría que la clase no es el lugar idóneo para traer la rabia — contestó—, pero Derek necesitaba un desafío así.



Aunque no la formuló, pude sentir la pregunta que quedó flotando en el aire. Decidí que lo mejor sería responderla, pues Parker me estaba haciendo un favor al dejar que mi padre monopolizara a su compañero instructor.—Acaba de enterarse de que alguien me hizo daño hace mucho tiempo. Ahora es demasiado tarde para poder hacer nada al respecto y no lo lleva bien.



Alargó la mano para coger la botella de agua que estaba justo al lado de la colchoneta. —Yo tengo una hija —dijo poco después—. Puedo imaginar cómo se siente.



Cuando me miró antes de beber, vi la comprensión en sus ojos oscuros de pestañas espesas y estuve segura de que había traído a mi padre al lugar correcto.



Parker era una persona agradable con una gran sonrisa. Y tenía una autenticidad que pocas veces había visto en nadie. Pero había algo en él que advertía a los demás que se anduvieran con pies de plomo. Enseguida sabías que era una estupidez tratar de engañarle. Su actitud desenvuelta era tan obvia como sus tatuajes tribales.—Así que lo traes aquí para que se entrene y, de paso, para que vea por sí mismo que te estás encargando de tu propia protección —dijo—. Buena idea.



—No sé qué otra cosa hacer —confesé. El estudio de Parker estaba situado en una zona de Brooklyn que estaba reactivándose. Se trataba de un antiguo almacén remodelado y el ladrillo visto y las gigantes puertas correderas del muelle de carga le daban un toque moderno y duro. Era un lugar donde yo disfrutaba de una sensación de seguridad y control.



—Se me ocurre una cosa. —Sonrió y señaló con el mentón hacia la colchoneta—.



amos a enseñarle lo que sabes hacer.



Dejé caer la toalla sobre mi botella de agua y asentí.—Vamos.



No vi a ninguno de los encargados uniformados del aparcamiento cuando entramos en el garaje de mi edificio de apartamentos. Como de todos modos quería ser yo quien
hiciera los honores, no me importó. Deslicé el DB9 hacia una de las plazas vacías y detuve el coche.—Estupendo. Justo al lado del ascensor.



—Ya lo veo —dijo mi padre— ¿Es tuyo este coche?



Había estado esperando esa pregunta.—No. De un vecino.



—Un vecino muy generoso —observó con tono seco.



—Un cielo. Es un Aston Martin. No está mal, ¿eh? —Lo miré de reojo con una sonrisa.



Parecía cansado y exhausto, y no por el ejercicio. Su agotamiento venía de dentro y me estaba destrozando el corazón.



Apagué el coche, me quité el cinturón de seguridad y me giré para mirarle. —Papá, yo... Me duele verte tan destrozado por esto. No puedo soportarlo.



—Sólo necesito un poco de tiempo —dijo tras soltar un resoplido.



—Yo no quería que lo supieras. —Extendí la mano para coger la suya—. Pero me alegraré de que así sea si podemos olvidarnos de Nathan para siempre.



—He leído las denuncias...



—Dios mío. Papá... —Tragué la bilis que subió hasta mi garganta—. No quiero que tengas esas cosas en la cabeza.



—Sabía que pasaba algo malo. —Me miró con tanta pena y sufrimiento en sus ojos que dolía verlos—. Por el modo en que Cary fue a sentarse a tu lado cuando la detective Graves pronunció el nombre de Nathan Barker... supe que había algo que no me habías contado. Esperaba que lo hicieras.



—He intentado con todas mis fuerzas dejar a Nathan atrás. Tú eras una de las pocas cosas de mi vida que él no había infectado. Quería que siguiera siendo así.



Apretó mi mano con más fuerza.—Dime la verdad. ¿Estás bien?



—Papá, soy la misma hija a la que viniste a ver hace un par de semanas. La misma que vivía contigo en San Diego. Estoy bien.



—Estabas embarazada... —La voz se le rompió y una lágrima se deslizó por su mejilla.

Se la limpié sin hacer caso de la que caía por la mía. —Y volveré a estarlo algún día. Puede que más de una vez. Quizá termines invadido de nietos.



—Ven aquí.



Se inclinó sobre el compartimento que había entre los dos asientos y me abrazó.

Nos quedamos sentados en el coche un largo rato. Desahogándonos.



¿Estaba William vigilando las imágenes de las cámaras de seguridad para hacerme llegar su silencioso apoyo?Me consoló pensar que quizá sí.



La cena esa noche en un restaurante no fue tan animada como era habitual entre Cary, mi padre y yo, pero tampoco tan triste como me había temido. La comida era estupenda, el vino mejor y Cary estuvo muy sarcástico.



—Era peor que Tatiana —dijo refiriéndose a la modelo con la que había compartido la sesión de fotos de ese día—. No dejaba de hablar de su «lado bueno», que personalmente
pensé que sería su cu***lo cuando la vi salir por la puerta.



—¿Has hecho sesiones de fotos con Tatiana? —pregunté—. Es una chica con la que está saliendo Cary —le expliqué a continuación a mi padre.



—Sí, claro. —Cary se lamió la gota de vino tinto de su labio inferior—. La verdad es que trabajamos mucho juntos. Soy el domador de Tatiana. Ella empieza con uno de sus arranques y yo la calmo.



—¿Y cómo...? No importa —me corregí rápidamente—. No quiero saberlo.



—Ya lo sabes —contestó guiñándome un ojo.



—¿Y qué tal tú, Victor? —preguntó Cary mientras daba un bocado al salteado de setas—. ¿Estás saliendo con alguien?



Mi padre se encogió de hombros. —Nada serio.



Eso era porque él quería. Yo había visto cómo actuaban las mujeres a su alrededor. Se desvivían por captar su atención. Mi padre era muy atractivo, tenía un cuerpo estupendo, un rostro precioso y una sensualidad latina. Conseguía a las mejores féminas y yo sabía que no era ningún santo, pero nunca parecía conocer a ninguna que de verdad le gustara. Hacía poco tiempo me había dado cuenta de que se debía a que era mi madre quien ocupaba el primer puesto.—¿Crees que algún día tendrás más hijos? —le preguntó Cary, sorprendiéndome con esa pregunta.



Hacía mucho tiempo que me había resignado a ser hija única.



Mi padre negó con la cabeza.—No es que me oponga a esa idea, pero Maite es más de lo que nunca pensé que tendría en mi vida. —Me miró con tanto amor que se me hizo un nudo en la garganta—. Y es perfecta. Más de lo que habría podido esperar. No estoy seguro de que haya espacio en mi corazón para nadie más.



—Ay, papaíto. —Recosté la cabeza sobre su hombro, contenta de que estuviese conmigo, pese a que se debiese al peor de los motivos.



Cuando volvimos al apartamento, decidimos ver una película antes de dar por terminada la velada. Fui a mi dormitorio para cambiarme y me emocioné al ver un precioso ramo de rosas blancas en mi vestidor. La tarjeta, escrita con la inconfundible letra enérgica de William, casi hizo que sintiera vértigo.



«ESTOY PENSANDO EN TI, COMO SIEMPRE. Y ESTOY AQUÍ».



Me senté en la cama abrazada a la tarjeta, segura de que estaba pensando en mí en ese mismo momento. Empezaba además a asimilar que también había estado pensando en mí a cada momento durante las semanas que habíamos estado separados.



Esa noche me quedé dormida en el sofá después de ver Dredd. Me desperté brevemente al sentir que me levantaban y me llevaban a mi habitación, sonriendo entre sueños mientras mi padre me metía en la cama como a una niña y me besaba en la frente.—Te quiero, papá —murmuré.



—Yo también te quiero, cariño.



A la mañana siguiente, me desperté antes de que sonara la alarma y me sentí mejor de lo que me había sentido en mucho tiempo. Dejé una nota sobre la barra de la cocina en la que le decía a mi padre que me llamara si quería que nos viéramos para comer. No estaba segura de si tenía algún plan para ese día. Sabía que Cary tenía una sesión fotográfica por la tarde.



Durante el trayecto en taxi hasta el trabajo, respondí a un mensaje que me había enviado Shawna celebrando el compromiso de su hermano con Mark. «Estoy muy contenta por todos vosotros», respondí.



«Conseguiré que seas la siguiente», contestó ella.



Sonreí mirando el teléfono.«¿Qué quieres decir? Se va la señal... No puedo leerte...».



Cuando el taxi se detuvo delante del edificio Crossfire, la visión del Bentley en la acera me provocó el entusiasmo habitual. Al salir, miré en el asiento delantero y saludé con la mano cuando vi a Angus sentado en su interior.



Salió y se colocó su sombrero de chófer en la cabeza. Al igual que Clancy, no se notaba que portara un arma escondida en el costado, pues la llevaba con toda naturalidad. —Buenos días, señorita Tramell —me saludó. Aunque no era un hombre joven y su pelo rojo se mezclaba con el plateado, nunca dudé de la capacidad de Angus para proteger a William.


—Hola, Angus. Me alegro de verte.



—Está muy guapa.



Bajé la mirada a mi vestido amarillo claro. Lo había elegido porque era luminoso y alegre, que era la impresión que quería que mi padre tuviera de mí.—Gracias. Que tengas un buen día. —Me dirigí hacia la puerta giratoria—. ¡Hasta luego!



Sus ojos azules claros me miraron amables mientras se tocaba la pun***ta del sombrero para despedirse de mí.



Cuando subí, vi que Megumi volvía a tener su aspecto habitual. Su sonrisa era amplia y auténtica y sus ojos tenían el brillo que a mí me gustaba ver cada mañana.



Me detuve en su mesa.—¿Cómo estás?



—Bien. Voy a ver a Michael para comer y voy a cortar con él. De una forma agradable y civilizada.



—Llevas un atuendo matador —le dije admirando el vestido verde esmeralda que se había puesto. Era ajustado y tenía unos ribetes de piel que le daban la dosis justa de modernidad.



Se puso de pie para enseñarme sus botas hasta las rodillas.—Muy al estilo de Kalinda Sharma[*] —dije—. Va a desear aferrarse a ti.



—¡Venga ya! —se burló—. Estas botas son para darle la patada. No me ha vuelto a llamar hasta ayer por la noche, lo cual hace que hayan sido cuatro los días sin dar señales de vida. No es que sea demasiado, pero estoy dispuesta a buscar a un tío que esté loco por mí. Un hombre que piense en mí tanto como yo en él y que no le guste que estemos separados.



Asentí y pensé en William.—Merece la pena esperar a que aparezca. ¿Quieres que te haga una llamada de auxilio durante la comida?



—No —sonrió—. Pero gracias.



—De acuerdo. Si cambias de opinión, dímelo.



Volví a mi mesa y me puse enseguida a trabajar, decidida a adelantar trabajo para compensar el haber salido antes el día anterior. Mark también estaba entusiasmado y sólo hizo una pausa en el trabajo lo suficientemente larga para decirme que Steven tenía una carpeta llena de ideas para bodas que llevaba varios años coleccionando.—¿Por qué no me sorprende? —pregunté.



—A mí no me debería sorprender. —La boca de Mark se curvó con una sonrisa de cariño—. La ha tenido guardada todo este tiempo en su despacho para que yo no la viera.



—¿Le has echado un vistazo?



—La repasó entera conmigo. Estuvimos horas con ella.



—Vais a tener la boda del siglo —me burlé.



—Sí. —Aquella palabra denotaba cierta exasperación, pero su expresión continuaba siendo tan feliz que no pude dejar de sonreír.



Mi padre llamó poco antes de las once.—Hola, cariño —dijo respondiendo a mi habitual saludo del trabajo—. ¿Cómo llevas el día?



—Genial. —Apoyé la espalda en mi sillón y miré su fotografía—. ¿Has dormido bien?



—Mucho. Aún estoy tratando de despertarme.



—¿Por qué? Vuelve a la cama a retozar.



—Quería decirte que no voy a ir a comer. Lo haremos mañana. Hoy necesito hablar con tu madre.



—Ah —conocía ese tono. Era el mismo que utilizaba cuando detenía a la gente, la mezcla perfecta entre autoridad y reprobación—. Oye, no voy a meterme en medio de vosotros dos en esto. Los dos sois adultos y no voy a tomar partido por ninguno. Pero debo decirte que mamá quería contártelo.



—Debió haberlo hecho.



—Estaba sola —insistí, dando una patada nerviosa a la moqueta—.Estaba enfrentándose a un divorcio y al juicio contra Nathan y encargándose de mi recuperación. Estoy segura de que deseaba con desesperación un hombro sobre el que apoyarse, ya sabes cómo es. Pero se estaba ahogando por la culpa. En aquel momento, podría haberla convencido de que hiciera lo que yo quisiera, y lo hice.



Él se quedó en silencio al otro lado de la línea. —Sólo quiero que lo tengas en cuenta cuando hables con ella —concluí.



—De acuerdo. ¿A qué hora estarás en casa?



—Poco después de las cinco. ¿Quieres ir al gimnasio? ¿O volver al estudio de Parker?



—Deja que vea cómo me encuentro cuando llegues —contestó.



—Vale. —Me obligué a no hacer caso de la inquietud que me provocaba la inminente conversación entre mis padres—. Llámame si necesitas algo.



Colgamos y volví al trabajo, agradecida por la distracción.



Cuando llegó la hora del almuerzo, decidí comprar algo rápido y llevármelo a mi mesa para trabajar durante la hora de la comida. Me enfrenté a la sauna que era el mediodía en la calle para ir a la tienda Duane Reade a por un paquete de cecina y una botella de bebida isotónica. Me había saltado el entrenamiento con bastante frecuencia desde que William y yo habíamos vuelto a estar juntos y supuse que había llegado el momento de pagar por ello.



Estaba considerando si sería apropiado enviarle a William una nota de «Estoy pensando en ti» cuando atravesé la puerta giratoria del Crossfire. Un pequeño detalle para darle las gracias por las flores que habían hecho más soportable un día duro.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:55 pm

Entonces, vi a la mujer que habría preferido no volver a ver. Corinne Giroux. Y estaba hablando con mi hombre, con la palma de la mano apoyada de forma íntima sobre el pecho de él.



Estaban apartados, protegidos por una columna, lejos del flujo de gente que entraba y salía por los torniquetes de seguridad. El cabello largo y moreno de Corinne le llegaba casi a la cintura, una cortina brillante que resaltaba incluso sobre su vestido negro de corte clásico. Tanto ella como William estaban de perfil, de modo que no pude ver los ojos de Corinne, pero sabía que eran de un precioso tono aguamarina. Justo ahí, con los dos vestidos de negro, el único punto de color era la corbata azul de William. Mi favorita.



De repente, William giró la cabeza y me vio, como si hubiese sentido que le estaba observando. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron, sentí que algo me atravesaba hasta lo más hondo, aquella conciencia primitiva que sólo había sentido con él. De una forma muy primaria, algo en mi interior sabía que él era mío. Lo había sabido desde la primera vez que mis ojos lo miraron.



Y otra mujer tenía sus manos sobre él.



Levanté las cejas con un silencioso «¿Qué co***ño es esto?». En ese momento, Corinne siguió la mirada de él. No pareció contenta de verme parada en mitad de aquel enorme vestíbulo, mirándolos.



Tuvo suerte de que no fuera a por ella y la arrastrara del pelo.



Entonces, colocó la mano sobre el mentón de él instándole a que volviera dirigir su atención hacia ella y se puso de puntillas para darle un beso en su boca cerrada. En ese momento, consideré de verdad hacerlo. Incluso di un paso al frente.



William se retiró justo antes de que ella consiguiera su objetivo, agarrándola por los brazos y empujándola hacia atrás.



Controlé mi mal humor, solté mi irritación con un suspiro y lo dejé. No puedo decir que no sintiera celos, porque por supuesto que los sentí. Corinne podía estar con él en público y yo no. Pero no apareció en mi vientre el miedo enfermizo que había sentido antes, aquella terrible inseguridad que me decía que iba a perder al hombre que amaba más que a nada.

Fue raro no sentir pánico. Seguía oyendo una vocecita en mi cabeza que me advertía que no me confiara demasiado, que era mejor mostrarme temerosa, protegerme para que no me hicieran daño. Pero por una vez, conseguí no hacerle caso. Después de todo lo que William y yo habíamos pasado, lo que seguíamos pasando, todo lo que él había hecho por mí... era más difícil desconfiar que creer.



Subí al ascensor y me dirigí a mi trabajo. Dejé que mis pensamientos se centraran en mis padres. Decidí tomar como una buena señal que ni mi madre ni Stanton hubiesen llamado para quejarse de mi padre. Crucé los dedos con la esperanza de que, cuando llegara a casa, todos pudiésemos olvidarnos de Nathan para siempre. Yo estaba dispuesta a hacerlo. Más que dispuesta a seguir adelante para afrontar la siguiente etapa de mi vida, cualquiera que ésta fuera.



El ascensor se detuvo en la planta décima y las puertas se abrieron a un agudo zumbido de herramientas eléctricas y al rítmico golpeteo de martillos. Justo delante del ascensor, una tela de plástico colgaba del techo. No me había dado cuenta de que hubiese obras en el Crossfire y miré por encima de la gente que me rodeaba para echar un vistazo.
—¿Va a salir alguien? —preguntó el tipo que estaba junto a la puerta mirando hacia atrás.



Me puse derecha y negué con la cabeza, aun cuando no me estaba hablando a mí directamente. Nadie se movió. Esperamos a que las puertas se cerraran y desapareciera el ruido de las obras.



Pero tampoco ellas se movieron.



Cuando el hombre empezó a pulsar los botones del ascensor en vano, me di cuenta de lo que pasaba.



William.



—Disculpen, por favor —dije sonriendo.



Los ocupantes del ascensor se hicieron a un lado para dejarme salir y otro hombre salió conmigo. Las puertas se cerraron detrás de nosotros y el ascensor siguió su camino. —¿Qué demonios pasa? —preguntó el tipo con su ceño fruncido mientras se giraba para comprobar los otros tres ascensores. Era un poco más alto que yo, pero no mucho, y llevaba pantalones de vestir con una camisa de manga corta y corbata.



La señal que anunciaba la llegada de otro ascensor casi no se oyó entre el ruido de las obras. Cuando se abrieron sus puertas, salió William, con un aspecto cortés, elegante y molesto.



Quise saltar sobre él al verlo tan guapo. Además, tenía que admitir que me excitaba mucho cuando actuaba conmigo como un macho alfa.



«Por ti haría que el mundo dejara de dar vueltas». A veces, sentía que lo hacía.



Gruñendo en voz baja, el hombre de la camisa de manga corta entró en el ascensor vacío de William y se fue.



William se llevó la mano a los labios y la chaqueta se le abrió dejando ver la pulcritud de su traje. Las tres piezas eran de color negro con un lustre sutil que mostraba sin lugar a dudas que era caro. La camisa era negra y los gemelos de un familiar dorado y ónice.



Iba vestido igual que el día que le conocí. En ese momento, quise alzarme sobre su delicioso cuerpo y follármelo hasta dejarlo sin sentido.



Después de tantas semanas, eso no había cambiado. —Maite —empezó a decir con aquella voz suya que hacía que se me encogieran los dedos de los pies—. No es lo que piensas. Corinne ha venido porque no contesto a sus llamadas...



Levanté la mano para interrumpirle y miré su regalo, mi precioso reloj, en la otra muñeca. —Tengo treinta minutos. Preferiría foll***ar contigo a estar hablando de tu ex, si no te importa.



Durante un largo rato, se quedó en silencio e inmóvil, mirándome, tratando de calibrar mi estado de ánimo. Vi cómo los interruptores de su cerebro y su cuerpo pasaban de la exasperación a la concentración. Entrecerró los ojos y la mirada se le oscureció. Las mejillas se le ruborizaron y sus labios se separaron con un fuerte suspiro. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras la sangre se le calentaba y la polla se le endurecía, su sexualidad se despertó como una pantera que se estiraza tras una siesta.



Casi pude sentir el chisporroteo de la corriente sexual que cobraba vida entre nosotros. Yo reaccioné ante aquello como había aprendido a hacer, enterneciéndome y despertándome mientras por dentro me tensaba suavemente. Suplicando por tenerlo. El ruido que nos rodeaba no hizo más que ponerme más caliente, haciendo que los latidos de mi corazón se aceleraran.



William se metió la mano en un bolsillo interior de la chaqueta y sacó el teléfono. Pulsó la marcación rápida y se llevó el teléfono al oído con la vista clavada en mí.—Llegaré treinta minutos tarde. Si no le viene bien a Anderson, concierta otra cita.



Colgó y volvió a dejar caer el teléfono en bolsillo con despreocupación.—Me acabas de poner muy caliente —le dije con voz ronca y llena de deseo.



Dejó caer las manos y recobró la compostura. Entonces, se acercó a mí con los ojos en llamas.—Vamos.



Colocó una mano en la parte inferior de mi espalda de esa forma que tanto me gustaba, ejerciendo presión y calor sobre un punto que me hacía sentir un hormigueo en todo el cuerpo ante la expectativa. Levanté los ojos hacia él y vi la ligera sonrisa de su boca, prueba de que él sabía lo que aquella inocente caricia provocaba en mí.



Nos abrimos paso entre las telas de plástico dejando atrás los ascensores. Delante de nosotros había luz del sol, cemento y telas colgando por todas partes. Al otro lado de los plásticos pude ver las sombras diluidas y neblinosas de los obreros. Oí una música que casi quedaba ahogada por el estruendo y los gritos que los hombres se daban entre sí.



William me condujo a través de los plásticos, sabiendo adónde se dirigía. Su silencio me estimulaba y el peso de lo que nos esperaba crecía a cada paso que dábamos. Llegamos a una puerta y él la abrió. Me metió en una sala que sería el despacho de algún ejecutivo.



La ciudad se extendía ante mí con la visión de aquella jungla urbana moderna salpicada de edificios que mostraban con orgullo su historia. El humo subía ondulándose hacia un cielo azul y sin nubes a intervalos irregulares y los coches parecían fluir por las calles como afluentes.



Oí el pestillo de la puerta cerrarse detrás de mí y me giré para mirar a William justo cuando se quitaba la chaqueta. La habitación estaba amueblada. Un escritorio con sillas y unos sillones en el rincón. Todos ellos envueltos en lonas en aquel espacio aún sin terminar.



Con metódica lentitud se quitó el chaleco, la corbata y la camisa. Yo le miraba, obsesionada con su perfección masculina.—Puede que nos interrumpan —dijo—. O que nos oigan.



—¿Eso te preocupa?



—Sólo si te preocupa a ti. —Se acercó a mí con la cremallera abierta y la pretina de sus calzoncillos bóxer claramente visible a través de ella.



—Me estás provocando. Nunca consentirías que corriéramos el riesgo de que nos interrumpieran.



—No me detendría. No se me ocurre nada que pueda pararme una vez estoy dentro de ti. —Me cogió el bolso de la mano y lo dejó caer en uno de los sillones—. Llevas puesta demasiada ropa.



Envolviéndome con sus brazos, William me bajó la cremallera de la espalda con experta facilidad mientras sus labios susurraban sobre los míos.—Intentaré no ensuciarte mucho.



—Me gusta ensuciarme. —Me saqué el vestido por los pies y estaba a punto de desabrocharme el sujetador cuando me cogió y me puso sobre sus hombros.



Di un grito de sorpresa y abofeteé su cu***lo firme con las dos manos. Él me dio un azote tan fuerte que me escoció y, a continuación, lanzó mi vestido a un lado de un modo tan perfecto que aterrizó directamente sobre su chaqueta. Estaba atravesando la habitación cuando levantó la mano y me bajó las medias bajo la curva de mi trasero.



Cogió el filo de la lona que envolvía el sofá y lo echó hacia atrás, después, me sentó y se agachó delante de mí.—¿Va todo bien, cielo? —me preguntó mientras me deslizaba la ropa interior por mis tacones de tiras cruzadas.



—Sí. —Sonreí y le acaricié la mejilla, sabiendo que aquella pregunta lo abarcaba todo, desde mis padres hasta mi trabajo. Siempre comprobaba en qué estaba mi cabeza antes de tomar el control de mi cuerpo—. Todo va bien.



William tiró de mis caderas hasta el mismo filo del sofá con mis piernas a cada lado de él, mostrando mi co***ño ante sus ojos.—Entonces, dime qué es lo que ha hecho que hoy este coñito esté tan glotón.



—Tú.



—Excelente respuesta.


—Te has puesto el traje que llevabas cuando te conocí. Deseé con todas mis ganas foll***ar contigo en ese momento, pero no pude hacer nada al respecto. Ahora sí puedo. Abrió más mis muslos con sus suaves manos y con el dedo pulgar me acarició el clítoris. Mi sexo se estremeció mientras el placer me recorría el cuerpo.



—Y ahora puedo yo también —murmuró bajando su oscura cabeza.



Me agarré con desesperación al cojín que tenía debajo y el estómago se me puso tenso mientras su lengua me lamía lentamente la raja. Rodeó con la lengua la trémula abertura de mi sexo, provocándome antes de hundirla dentro de mí. Arqueé el cuerpo con fuerza doblando la espalda mientras él mortificaba mi tierna carne.



—Deja que te diga cómo te imaginé ese día —dijo con un ronroneo mientras rodeaba mi clítoris con la pun***ta de la lengua y con las manos me sujetaba ante las sacudidas que me provocaba aquella caricia—. Abierta debajo de mí sobre sábanas de satén negro, el pelo revuelto a tu alrededor, tu mirada salvaje y caliente por la sensación de mi polla aporreando el interior de tu co***ño tenso y sedoso.



—Dios, William —gruñí, seducida al ver cómo me saboreaba de una forma tan íntima. Era una fantasía hecha realidad, aquel dios del sexo oscuro y peligroso vestido con su imponente traje prestándome sus servicios con aquella boca esculpida hecha para volver locas a las mujeres.



obligándome a tomar tu cuerpo una y otra vez. Tus pezones duros y pequeños hinchados bajo mi boca. Tus labios rojos y húmedos de haber estado chupándome la polla. La habitación inundada de esos sonidos sensuales que tú emites... esos gemidos desesperados cuando no puedes dejar de correrte.



En ese momento, gemí, mordiéndome el labio mientras él revoloteaba sobre mi clítoris con el malvado látigo de su lengua. Doblé una pierna por encima de su hombro desnudo y el calor de su piel abrasó la carne sensible de la parte posterior de mi rodilla.—Quiero lo que tú quieras.



Su sonrisa se iluminó.—Lo sé.



Chupó tirando de aquel tenso manojo de nervios. Yo me corrí con un grito de desesperación y agité las piernas con aquella descarga.



Seguía estremeciéndome de placer cuando me instó a que me tumbara en el sofá, colocando su cuerpo sobre el mío y empujando su polla hacia arriba mientras se bajaba lo suficiente los calzoncillos para liberarla. Yo bajé los brazos deseando sentirla en mis
manos, pero él me cogió de las muñecas y me sujetó los brazos.—Me gusta verte así —dijo amenazante—. Prisionera de mi lujuria.



Los ojos de William miraban fijamente mi rostro, los labios le brillaban por mi orgasmo y el pecho se le elevaba y se le hundía. Yo estaba fascinada por la diferencia entre el hombre viril que estaba a punto de follarme como un animal y el empresario civilizado que había inspirado mi mordaz deseo al principio.



—Te quiero —le dije jadeando mientras el ancho capullo de su polla se deslizaba pesadamente por mi co***ño hinchado. Empujó su cuerpo contra el mío separando la resbaladiza abertura.



—Oh, cielo.. —Con un gruñido, enterró la cara en mi cuello y se tensó dentro de mí. Pronunciando mi nombre entre jadeos, enterró sus caderas en mí mientras trataba de llegar más adentro, acariciándome y moviéndose en círculos, taladrándome—. Dios mío, cómo te necesito.



La desesperación de su voz me cogió por sorpresa. Quise tocarle, pero siguió sujetándome mientras movía las caderas sin cesar. Sentirlo dentro de mí, tan caliente, con su gruesa polla frotándome y masajeándome, me estaba volviendo loca. Yo también me movía, incapaz de permanecer quieta, retorciéndonos los dos juntos.



Presionó los labios contra mi sien. —Cuando te he visto ahora en el vestíbulo, con tu bonito vestido amarillo, estabas radiante y preciosa. Perfecta.



Se me hizo un nudo en la garganta.—William.



—El sol brillaba detrás de ti y pensé que quizá no fueses real.



Traté de liberar mis manos.—Deja que te toque.



—He venido detrás porque no podía alejarme de ti. Y cuando te he encontrado, tú me estabas deseando. —Agarró mis dos muñecas con una mano y la otra la colocó sobre mi cu***lo, levantándome mientras él se salía y, después, embestía con fuerza.



Yo gemí, revolviéndome alrededor de él, y mi sexo succionó vorazmente su gruesa polla.



—Oh, Dios, cómo me gusta. Me gusta sentirte...



—Quiero correrme encima de ti, dentro de ti. Quiero tenerte de rodillas y de espaldas. Y tú me quieres así.



—Te necesito así.



—Me meto dentro de ti y no puedo soportarlo. —Bajó su boca hasta encontrar la mía y la chupó de una forma muy erótica—. Te necesito tanto...



—William. Deja que te toque.



—He capturado un ángel. —Su beso era salvaje y húmedo, apasionado. Sus labios inclinados sobre los míos y su lengua saliendo y entrando con movimientos profundos y rápidos—. Y he puesto mis manos codiciosas sobre todo tu cuerpo. Te estoy profanando. Y a ti te encanta.



—Te quiero.

Me acariciaba por dentro y yo me retorcía, tratando de sujetar con mis muslos sus caderas, que no paraban de moverse.—Fóllame, William. Fóllame fuerte.



Clavó sus rodillas y me dio lo que yo le suplicaba, propulsándose dentro de mí. Me clavaba la polla una y otra vez y soplaba sus gruñidos y palabras febriles de lujuria en mis
oídos.



El co***ño se me tensó y el clítoris me palpitaba con cada impacto de su pelvis contra la mía. Sus pesadas pelotas golpeaban contra la curva de mis nalgas y el sofá producía un ruido sordo sobre el cemento, moviéndose mientras William aporreaba su cuerpo y se introducía en el mío, flexionando cada músculo de su cuerpo con sus movimientos descendentes.



Los sonidos obscenos del sexo salvaje pasaron inadvertidos a los obreros que estaban a pocos metros. La corriente hacia el orgasmo nos llevaba a los dos y nuestros cuerpos eran la válvula de escape de la violencia de nuestras emociones.—Voy a correrme en tu boca —dijo con un gruñido y con el sudor deslizándose por su sien.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:58 pm

Sólo pensar que él iba a terminar de esa forma me hizo explotar. Mi sexo empezó a palpitar con el orgasmo, apretaba y agarraba su polla en movimiento, y los infinitos latidos del orgasmo se propagaron hacia fuera en dirección a los dedos de mis pies y mis manos. Y aun así, no se detuvo, siguió moviendo sus caderas en círculo y embistiendo, dando placer con destreza hasta que me hundí sin fuerzas debajo de él.



—Ahora, Maite. —Se salió y yo le seguí, poniéndome de rodillas y deslizando la boca por su reluciente erección.



Al primer atisbo de succión por mi parte, él empezó a correrse, derramándose sobre mi lengua con potentes estallidos. Yo tragué repetidamente, bebiéndolo, disfrutando de los ásperos sonidos de satisfacción que salían de su pecho.



Tenía las manos en mi pelo, la cabeza inclinada hacia mí y el sudor relucía en sus abdominales. Deslicé la boca arriba y abajo por su polla, hundiendo mis mejillas cada vez que succionaba.—Para —dijo entre jadeos apartándome—. Vas a conseguir que se me vuelva a poner dura.



Seguía estándolo, pero no dije nada.



William colocó las manos sobre mi cara y me besó, y nuestra saliva se mezcló. —Gracias.



—¿Por qué me das las gracias? Has hecho tú todo el esfuerzo.



—No es ningún esfuerzo follarte, cielo. —Su lenta sonrisa era la de un hombre completamente saciado—. Te doy las gracias por darme el privilegio.



Volví a ponerme los tacones.—Me vas a matar. No puedes ser tan guapo y sensual y decir cosas como ésas. Es demasiado. Me fríe las neuronas. Me derrite.



Su sonrisa se amplió y me volvió a besar.—Conozco esa sensación.

13

Quizá fuera porque yo misma acababa de tener sexo por lo que advertí los síntomas de Megumi. O quizá fuera porque mi radar sexual, como lo llamaba Cary, ya no estaba estropeado. Cualquiera que fuera el motivo, supe que mi amiga se había acostado con el hombre con el que tenía pensado romper y estuve segura de que no se alegraba de ello.



—¿Has roto o no? —pregunté inclinándome sobre el mostrador de recepción.



—Creo que sí —contestó abatida—. Pero después de haberme acostado otra vez con él. Supuse que sería liberador. Además, quién sabe cuánto me va a durar la época de sequía.



—¿Estás replanteándote tu decisión de cortar?



—La verdad es que no. Él se ha mostrado muy dolido, como si le hubiese utilizado para el sexo. Y supongo que ha sido así, pero es de los que no quieren comprometerse. Imaginé que no habría problemas con echar un pol***vo rápido a mediodía sin compromiso alguno.



—Así que ahora estás hecha un lío —le dije dedicándole una sonrisa compasiva—. Recuerda que se trata del mismo hombre que no te había llamado desde el viernes. Ha conseguido comer con una chica guapa y, después, un orgasmo. No está nada mal.



Inclinó la cabeza a un lado.—Sí.



—Sí.



El ánimo se le levantó visiblemente.—¿Vas a ir al gimnasio esta noche, Maite?



—Debería, pero mi padre está en la ciudad y dependerá de lo que tenga planeado. Si vamos, serás bienvenida para acompañarnos. Pero no lo sabré hasta que termine de trabajar.



—No quiero molestar.



—¿Es eso una excusa?



Sonrió avergonzada.—Puede que un poco.



—Si quieres, puedes venir a casa conmigo al salir del trabajo y así lo conoces. Si quiere ir al gimnasio puedo dejarte algo mío para que te lo pongas. Si no, ya se nos ocurrirá otra cosa que hacer.



—Me parece bien.



—Vale, quedamos en eso. —Nos vendría bien a las dos. Mi padre podría tener otra visión de normalidad en mi vida y a Megumi le evitaría estar torturándose mientras pensaba en Michael—. Salimos a las cinco.



—¿Vives aquí? —Megumi inclinó la cabeza hacia atrás para ver mi edificio—. Es bonito.



Como el resto de los edificios de la calle bordeada de árboles, tenía historia y hacía alarde de ella con detalles arquitectónicos que los constructores actuales ya no utilizaban. El edificio había sido remodelado y ahora cobijaba a los residentes con un moderno saliente de cristal sobre la puerta de entrada. Aquella incorporación engranaba sorprendentemente bien con la fachada.



—Vamos —le dije sonriendo a Paul cuando éste nos abrió la puerta.



Cuando salimos del ascensor en mi planta, me obligué a no mirar hacia la puerta de William. ¿Cómo sería llevar a una amiga a una casa que compartiera con William?



Deseé hacerlo. Quería construir algo así con él.



brí la cerradura de mi apartamento y cogí el bolso de Megumi cuando entramos.—Estás en tu casa. Voy a decirle a mi padre que estamos aquí.



Miró con los ojos abiertos de par en par la espaciosa sala de estar y la cocina.—Esta casa es enorme.

—La verdad es que no necesitamos tanto espacio.



—Pero ¿quién se iba a quejar? —dijo sonriendo.



—Es verdad.



Me estaba girando hacia el pasillo que llevaba al cuarto de invitados cuando mi madre salió del distribuidor que daba a mi dormitorio y al de Cary y que estaba enfrente de la sala de estar. Me detuve, asombrada al ver que llevaba puesta una falda y una blusa mías. —¿Mamá? ¿Qué haces aquí?



Sus ojos enrojecidos se fijaron en algún lugar a la altura de mi cintura y tenía la piel lo suficientemente pálida como para hacer que su maquillaje pareciera recargado. Fue entonces cuando me di cuenta de que también había utilizado mis productos de cosmética. Aunque en algunas ocasiones nos habían tomado por hermanas, mis ojos grises y el tono de mi piel de un suave color oliva venían de mi padre y necesitaba una paleta de colores diferente a los tonos pastel que usaba mi madre.



Tuve una sensación de mareo.—¿Mamá?



—Tengo que irme. —No me miró a los ojos—. No me había dado cuenta de que era tan tarde.



—¿Por qué llevas puesta mi ropa? —pregunté, a pesar de saber la respuesta.



—Me he manchado el vestido. Te la devolveré. —Pasó rápidamente por mi lado y, de nuevo, se detuvo de repente al ver a Megumi.



Yo no podía moverme. Sentía los pies clavados a la alfombra. Cerré las manos en un puño. Sabía identificar cuándo alguien acababa de tener sexo sólo con verlo. Sentí un nudo en el pecho por la rabia y la decepción. —Hola, Monica. —Megumi se acercó para darle un abrazo—. ¿Cómo estás?



—Hola, Megumi. —Mi madre se esforzaba claramente, tratando de buscar algo más que decir—. Me alegro de verte. Ojalá pudiera quedarme para salir con vosotras, pero lo cierto es que tengo prisa.



—¿Está Clancy aquí? —pregunté, pues no había prestado atención al resto de vehículos que había en la calle al llegar.



—No. Tomaré un taxi. —Seguía sin mirarme a los ojos, pese a haber girado la cabeza hacia mí.



—Megumi, ¿te importaría compartir un taxi con mi madre? Siento dejarte plantada, pero, de repente, no me encuentro bien.



—Claro. —Me miró a la cara y vi que se había dado cuenta del cambio en mi estado de ánimo—. Sin problema.



Mi madre me miró entonces y no se me ocurrió nada que decirle. Me indignaba su mirada de culpa casi tanto como la idea de que hubiese engañado a Stanton. Si iba a hacerlo, podría, al menos, admitirlo.



Mi padre eligió ese momento para unirse a nosotras. Entró en la habitación vestido
con unos vaqueros y una camiseta, descalzo y con el pelo aún mojado de la ducha. Como siempre, mi suerte no podía ser peor. —Papá, ésta es mi amiga Megumi. Megumi, éste es mi padre, Victor Reyes.



Mientras él se acercaba a Megumi para darle la mano, mis padres evitaron mirarse. Aquella precaución no sirvió para ocultar la electricidad que había entre ellos. —Había pensado que podríamos salir —le dije para llenar aquel repentino e incómodo silencio—, pero ya no me apetece.



—Tengo que irme —volvió a decir mi madre cogiendo su bolso—. Megumi, ¿te vienes conmigo?



—Sí, por favor. —Mi amiga se despidió de mí con un abrazo—. Te llamo luego para ver cómo estás.



—Gracias. —La cogí de la mano y se la apreté antes de que se apartara.



En el momento en que la puerta se cerró tras ellos, me dirigí a mi habitación.



Mi padre vino detrás.—Maite, espera.



—Ahora mismo no quiero hablar contigo.



—No seas pueril con esto.



—¿Perdona? —Me di la vuelta para mirarle—. Mi padrastro paga este apartamento. Quería que yo tuviera un lugar con un buen sistema de seguridad para así estar a salvo de Nathan. ¿Estabas pensando en eso cuando te follabas a su mujer?



—Cuidado con lo que dices. Sigues siendo mi hija.



—Tienes razón. ¿Y sabes qué? —Caminé de espaldas hacia el pasillo—. Nunca me había sentido avergonzada de ello hasta ahora.



Me tumbé en la cama mirando al techo, deseando poder estar con William. Pero sabía que estaba en terapia con el doctor Petersen.



Le envié un mensaje a Cary: «Te necesito. Ven a casa cuanto antes».



Eran casi las siete cuando alguien llamó a la puerta de mi habitación.—Nena, soy yo. Déjame entrar.



Me abalancé sobre la puerta para abrirla y me eché en sus brazos, abrazándolo con fuerza. Él me levantó del suelo y me metió en la habitación cerrando la puerta con una patada.


Me dejó en la cama y se sentó a mi lado con su brazo alrededor de mis hombros. Olía bien, a su habitual agua de colonia. Me eché sobre él, agradecida por su amistad incondicional. —Mis padres se acuestan juntos —dije un rato después.



—Sí, ya lo sé.



Incliné la cabeza hacia atrás para mirarle.



Hizo una mueca.—Los oí cuando salía hacia la sesión de fotos esta tarde.



—¡Puaj! —El estómago se me revolvió.



—Sí, a mí tampoco me parece bien —murmuró. Me pasó los dedos por el pelo—. Tu padre está en el sofá y parece hecho polvo. ¿Le has dicho algo?



—Por desgracia, sí. He sido mezquina y ahora me siento fatal. Necesito hablar con él, pero se me hace raro, porque la persona con la que quiero ser más leal es con Stanton. Ni siquiera me gusta ese hombre la mitad de las veces.



—Ha sido bueno contigo y con tu madre. Y que le engañen a uno nunca es plato de buen gusto.



Dejé escapar un gruñido.—Me habría enfadado menos si hubiesen ido a otro sitio. Es decir, seguiría pareciéndome mal, pero esto es territorio de Stanton. Eso hace que sea aún peor.



—Es verdad —confirmó él.



—¿Qué te parecería si nos mudáramos?



Me miró sorprendido.—¿Porque tus padres han echado un polvo aquí?



—No. —Me puse de pie y empecé a caminar por la habitación—. La seguridad fue la razón por la que elegimos este apartamento. Era lógico dejar que Stanton me ayudara cuando Nathan era una amenaza y la seguridad una prioridad, pero ahora... —Lo miré—.



Ahora todo es diferente. Ya no me parece que sea lo correcto. —¿Mudarnos adónde? ¿A algún sitio de Nueva York que nos podamos permitir nosotros solos? ¿O fuera de Nueva York?



—Yo no quiero irme de Nueva York —dije para tranquilizarle—. Tu trabajo está aquí. Y el mío también.



Y William.



Cary se encogió de hombros.—Claro. Lo que tú digas. Estoy de acuerdo.



Me acerqué hasta donde él seguía sentado y le abracé.—¿Te importaría pedir que trajeran algo para cenar mientras hablo con mi padre?



—¿Se te ocurre algo en particular?



—No. Sorpréndeme.



Fui con mi padre al sofá. Había estado mirando cosas en internet con mi tableta, pero la dejó a un lado cuando me senté.—Siento lo que te dije antes —empecé—. No era en serio.



—Sí que lo era. —Se rascó la nuca con actitud de agotamiento—. Y no te culpo. No me siento muy orgulloso de mí mismo en este momento. Y no tengo excusas. Debería haberlo hecho mejor. Y ella también.



Subí las piernas y me senté mirándole con el hombro apoyado en el respaldo del sofá. —Hay entre vosotros mucha química. Yo sé lo que es eso.



Me lanzó una mirada interrogante, con sus grises ojos tormentosos y serios.—Es lo que tienes con Cross. Lo vi cuando vino a cenar. ¿Vas a tratar de arreglar las cosas con él?



—Me gustaría. ¿Te plantea eso algún problema?



—¿Te quiere?



—Sí. —Sonreí—. Pero más que eso, me... necesita. No hay nada que no esté dispuesto a hacer por mí.



—Entonces, ¿por qué no estáis juntos?



—Bueno... es algo complicado.



—¿No lo es siempre? —preguntó con tristeza—. Mira, debes saber que... He querido a tu madre desde el momento en que la vi. Lo que ha pasado hoy no debería haber ocurrido, pero para mí ha significado algo.



—Lo entiendo. —Le cogí la mano—. ¿Y qué va a pasar ahora?



—Me voy a casa mañana. Voy a intentar aclararme la mente.



—Cary y yo hemos estado hablando de ir a San Diego dentro de dos fines de semana. Habíamos pensado ir a casa y quedarnos allí. Verte a ti, y al doctor Travis.



—¿Hablaste con Travis sobre lo que te pasó?



—Sí. Me salvaste la vida al ponerme en contacto con él —dije con sinceridad—. No puedo estarte más agradecida. Mamá me había estado enviando a un montón de psiquiatras estirados y no supe conectar con ninguno de ellos. Me sentía como un caso práctico de estudio. El doctor Travis hizo que me sintiera normal. Además, allí conocí a Cary.



—¿Habéis dejado ya de hablar de mí? —Justo en ese momento, Cary entró en la habitación enarbolando un menú de comida para llevar—. Sé que soy fascinante, pero quizá deberíais ahorrar saliva para la comida tailandesa que van a traer. He pedido una tonelada.


Mi padre tomaba el vuelo de las once que salía de Nueva York, así que tuve que dejar que fuese Cary quien lo despidiera. Nos dijimos adiós antes de irme a trabajar, prometiéndonos hacer planes para el viaje a San Diego la próxima vez que habláramos.



Yo iba en el asiento trasero de un taxi camino del trabajo cuando Brett me llamó.



Por un momento, consideré desviar la llamada al buzón de voz pero, después, decidí afrontarla y respondí.—Hola.



—Hola, preciosa. —Su voz hizo que mi sentido común se aplastara como si se tratara de chocolate caliente—. ¿Lista para mañana?



—Lo estaré. ¿A qué hora es el lanzamiento del vídeo? ¿Cuándo tenemos que estar en Times Square?



—Se supone que llegamos a las seis.



—Vale. No sé qué ponerme.



—Estarás fantástica con cualquier cosa.



—Esperemos que sí. ¿Cómo va la gira?



—Me lo estoy pasando como nunca —respondió riéndose, y aquel sonido ronco y sensual me trajo recuerdos—. Ha sido un larguísimo camino desde el bar de Pe***te.



—Ah, Pe***te. —Nunca olvidaría ese bar, aunque algunas de las noches que pasé allí estaban un poco confusas—. ¿Estás nervioso por lo de mañana?



—Sí. Voy a verte. Estoy deseándolo.



—No es a eso a lo que me refería, y lo sabes.



—También estoy nervioso por el lanzamiento del vídeo. —Volvió a reírse—. Ojalá pudiese verte esta noche, pero voy a coger un vuelo nocturno al JFK. Aunque sí quiero que cenemos mañana.

—¿Puede venir Cary? Ya le he invitado al lanzamiento del vídeo. Los dos os conocéis, así que supuse que no te importaría. Al menos, no mucho.



Soltó un bufido.—No necesitas ninguna carabina, Maite. Sé controlarme.



El taxi se detuvo delante del edificio Crossfire y el conductor paró el taxímetro. Le pasé dinero por la ranura del plexiglás y me bajé, dejando la puerta abierta para el hombre que se abalanzaba corriendo para montarse.—Creía que Cary te caía bien.



—Y me cae bien, pero me gusta más tenerte para mí solo. ¿Qué te parece si los dos
cedemos y acordamos que Cary venga al lanzamiento y tú vengas sola a cenar?



—De acuerdo. —Supuse que no estaría mal hacer que aquella situación fuera más fácil para Gideon si elegía un restaurante suyo—. ¿Hago yo la reserva?



—Genial.



—Tengo que dejarte. Estoy llegando al trabajo.



—Envíame tu dirección por mensaje para saber dónde recogerte.



—Luego lo hago. —Pasé por la puerta giratoria y me dirigí a los torniquetes de entrada—. Mañana hablamos.



—Lo estoy deseando. Te veo a eso de las cinco.



Me guardé el teléfono y entré en el ascensor más cercano que estaba abierto. Cuando estuve arriba y me abrieron las puertas de seguridad de cristal, Megumi me saludó poniéndome el teléfono delante de la cara.—¿Te lo puedes creer? —preguntó



Me retiré lo suficiente para poder enfocar la vista en la pantalla.—Tres llamadas perdidas de Michael.



—Odio a los tíos como él —se quejó—. Inconstantes y dispersos. Te quieren hasta que te tienen y, después, a otra cosa.



—Pues díselo.



—¿En serio?



—Desde luego. Podrías no hacer caso de sus llamadas, pero eso te volvería loca. Pero no aceptes quedar con él. Volver a acostarte con él estaría mal.



—De acuerdo —asintió Megumi—. El sexo es malo, incluso cuando es bueno.



Riéndome, me dirigí a mi mesa. Tenía otras cosas que hacer aparte de dirigir la vida amorosa de los demás. Mark estaba compatibilizando varias cuentas a la vez y tenía tres campañas a punto de terminar. Los creativos estaban trabajando y las maquetas estaban poco a poco inundando su mesa. Ésa era mi parte favorita, ver cómo todos los diseños de estrategia se juntaban.



A las diez, Mark y yo estábamos debatiendo en profundidad los distintos enfoques de una campaña de publicidad de un abogado de divorcios. Tratábamos de encontrar la combinación exacta de comprensión por un momento difícil en la vida de una persona y las cualidades más valoradas en un abogado, su capacidad de ser astuto e implacable. —Yo nunca voy a necesitar a uno de éstos —dijo él de buenas a primeras.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:59 pm

—No —respondí yo después de que mi cerebro captara que se estaba refiriendo a abogados de divorcios—. Nunca lo vas a necesitar. Estoy deseando ver a Steven en la comida para felicitarle. Estoy contentísima por vosotros dos.



La sonrisa de Mark dejó a la vista sus dientes torcidos y me parecieron bonitos. —Nunca he sido más feliz.



Eran casi las once y habíamos pasado a la campaña de un fabricante de guitarras cuando sonó mi teléfono. Fui corriendo a mi mesa para cogerlo y mi saludo habitual se vio interrumpido por un chillido.—¡Dios mío, Maite! ¡Acabo de enterarme de que las dos vamos a estar mañana en esa cosa de los Six-Ninths!



—¿Ireland?



—¿Quién iba a ser? —La hermana de William estaba tan emocionada que parecía aún más joven que sus diecisiete años—. Me encantan los Six-Ninths. Brett Kline está buenísimo. Y también Darrin Rumsfeld. Es el batería. Está como un queso.



Me reí.



—¿Por casualidad te gusta también la música que hacen?



—¡Uf! Desde luego. —Su voz se volvió seria—. Oye, creo que mañana deberías tratar de hablar con William. Ya sabes, en plan ir de paso y saludar. Si abres esa puerta estoy segura de que va a ir a por todas. Te lo juro. Te echa mucho de menos.



Me apoyé en el respaldo de mi silla y le seguí el juego.—¿Tú crees?



—Está clarísimo.



—¿De verdad? ¿Por qué?



—No lo sé. Por cómo le cambia la voz cuando habla de ti. No sé explicártelo, pero te lo digo en serio, se muere porque vuelvas con él. Fuiste tú quien le dijiste que me llevara con él mañana, ¿verdad?



—No exactamente...



—¡Ja! Lo sabía. Siempre te hace caso. —Se rio—. Gracias, por cierto.



—Dale las gracias a él. Yo sólo tenía ganas de volver a verte.



Ireland era la única persona de la familia de William por la que él sentía un cariño sin lacra, aunque se esforzaba mucho porque no se le notara. Yo creía que tenía miedo de que lo decepcionara o de echarlo a perder de alguna forma. No estaba segura de qué ocurría, pero sí sabía que Ireland adoraba a su hermano y él mantenía las distancias, pese a estar tan terriblemente necesitado de amor.—Prométeme que intentarás hablar con él —insistió—. Sigues queriéndole, ¿verdad?



—Más que nunca —contesté fervientemente.



Ella se quedó en silencio un momento.—Ha cambiado desde que te conoció —dijo después.

—Eso creo. Yo también he cambiado. —Me incorporé cuando Mark salió de su despacho—. Tengo que seguir trabajando, pero nos pondremos al día mañana. Y haremos planes para ese día sólo para chicas del que hablamos.



—Eres un cielo. ¡Hasta luego!



Colgué, encantada de que William hubiese cumplido haciendo planes con Ireland.



Estábamos avanzando, juntos y por separado.—Pasos de bebé —susurré. Y a continuación, volví al trabajo.



A mediodía, Mark y yo salimos para reunirnos con Steven en un bistró francés. Cuando entramos en el restaurante fue fácil localizar a la pareja de Mark, incluso a pesar de las dimensiones del lugar y la cantidad de comensales. Steven Ellison era un hombre grande —alto, de espaldas anchas y muy musculoso—. Era dueño de su propia empresa de construcción y le gustaba trabajar en las obras mismas con sus hombres. Pero era su pelo de un rojo magnífico lo que de verdad llamaba la atención. Su hermana Shawna tenía el mismo color de pelo y el mismo carácter divertido.



—¡Hola! —Lo saludé con un beso en la mejilla, pues podía mostrarme más familiar con él que con mi jefe—. Felicidades.



—Gracias, querida. Mark va a convertirme por fin en un hombre honesto.



—Para eso hace falta algo más que el matrimonio —respondió Mark retirando una silla para que yo me sentara.



—¿Cuándo no he sido honesto contigo? —protestó Steven.



—Pues, veamos. —Mark me acomodó en mi silla y, a continuación, se sentó en la que estaba a mi lado—. ¿Qué me dices de esa vez que juraste que el matrimonio no era para ti?



—Ah, yo nunca dije que no fuera para mí. —Steven me guiñó sus ojos azules y traviesos—. Sólo dije que no era para la mayoría de la gente.



—Estaba muy nervioso antes de preguntártelo —le dije—. Me dio pena.



—Sí —Mark ojeó el menú—. Ella es testigo de tu cruel e inusual castigo.



—Le doy pena —replicó Steven—. Yo le cortejé con vino, rosas y música de violines. Pasé días ensayando mi declaración. Aún sigo abatido.



Puso los ojos en blanco, pero estuve segura de que ahí había una herida que aún no había cicatrizado del todo. Cuando Mark colocó su mano sobre la de su pareja y la apretó, supe que tenía razón.—¿Y cómo lo ha hecho? —pregunté, pese a que Mark ya me lo había contado.



La camarera nos interrumpió para preguntarnos si queríamos agua. La entretuvimos un momento y le pedimos la comida también y, a continuación, Steven empezó a contar cómo fue la noche de su aniversario.—Él sudaba como un loco —continuó—. Y se secaba la cara a cada minuto.

—Es verano —murmuró Mark.



—Y los restaurantes y los cines están climatizados —repuso Steven—. Durante toda la noche estuvo así y, por fin, nos fuimos a casa. Yo llegué a pensar que no iba a hacerlo.



Que la noche iba a terminar y que él no iba a pronunciar aquellas malditas palabras. Y ahí me tienes a mí, preguntándome si tendría que ser yo quien lo preguntara de nuevo para terminar de una vez por todas con aquello. Y si me vuelve a decir que no...—No dije que no la primera vez —intervino Mark.



—... le doy una paliza. Le dejo inconsciente, lo meto en un avión y nos vamos para Las Vegas, porque ya no soy ningún jovencito.



—Y está claro que con la edad tampoco has madurado —refunfuñó Mark.



Steven le lanzó una mirada amenazante.—Así que salimos de la limusina y estoy tratando de acordarme de aquella proposición tan fantástica que le hice aquella vez y va él y me agarra del codo y desembucha: «Steve, maldita sea. Tienes que casarte conmigo».



Me reí echándome hacia atrás mientras la camarera dejaba mi ensalada delante de mí.—¿Tal cual?



—Tal cual —confirmó Steven de forma categórica.



—Muy sentido. —Miré a Mark levantando el pulgar—. Eres estupendo.



—¿Ves? —dijo Mark—. Lo conseguí.



—¿Vas a escribirte tú mismo los votos? —pregunté—. Porque eso sería muy interesante.



Steven se rio a carcajadas llamando la atención de todos los que nos rodeaban.—Sabes que me muero por ver tu carpeta de bodas, ¿no?



—Pues da la casualidad...



—No puede ser verdad. —Mark negó con la cabeza mientras Steven metía la mano en un bolso que había en el suelo junto a su silla y sacaba una carpeta abultada.



Estaba tan llena que los papeles se le salían por arriba, por abajo y por el lado.—Espera a ver esta tarta que he encontrado. —Steven puso a un lado la cesta del pan para dejar espacio para abrir la carpeta.



Yo reprimí una sonrisa cuando vi los separadores y la lista de lo que contenían.—No vamos a tener una tarta de bodas con la forma de un rascacielos con grúas y vallas publicitarias —dijo Mark con firmeza.



—¿En serio? —pregunté intrigada—. Déjame verla.



Cuando llegué a casa esa noche, dejé caer el bolso en el sitio de siempre, me quité los zapatos de una patada y fui directa al sofá. Me tumbé en él y miré al techo. Megumi iba a reunirse conmigo en el CrossTrainer a las seis y media, así que no disponía de mucho tiempo, pero sentía que necesitaba un respiro. El hecho de haber empezado con el periodo esa misma tarde me tenía al borde de la irritación y el mal humor, y eso añadido al agotamiento por tantas risas y bromas.



Solté un suspiro. En algún momento iba a tener que enfrentarme a mi madre. Teníamos que resolver muchas cosas y empezaba a molestarme el estar posponiéndolo. Deseé que fuera tan fácil solucionar con ella los problemas como lo era con mi padre, pero aquello no era excusa para no abordarlos. Era mi madre y la quería. Lo pasaba muy mal cuando nos enfadábamos.



Después, pensé en Corinne. Supongo que debía haberme imaginado que una mujer que dejaba a su marido y se mudaba de París a Nueva York por otro hombre no iba a olvidarse de él tan fácilmente. Y aun así, ella debía conocer a William lo suficiente como para saber que acosándolo no lo iba a conseguir.

Y Brett... ¿Qué iba a hacer con él?



Sonó el portero automático. Fruncí el ceño y me puse de pie para ir a contestar. ¿Se había equivocado Megumi y había entendido que nos teníamos que ver aquí? No es que me importara, pero...—¿Sí?



—Hola, Maite—me saludó con tono alegre el recepcionista—. Han venido unos policías, los detectives Michna y Graves.



Mier***da. En ese momento, todo lo demás dejó de tener importancia. El miedo me empezó a recorrer el cuerpo con sus dedos de hielo.



Deseé tener conmigo a un abogado. Había demasiadas cosas en juego.



Pero no quería que pareciera que tenía nada que esconder.



Tuve que tragar saliva dos veces antes de responder.—Gracias. ¿Puedes decirles que suban, por favor?
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:01 pm

14

El corazón me latía con fuerza mientras me abalanzaba sobre mi bolso para silenciar el otro teléfono y guardarlo en un bolsillo cerrado con cremallera. Me di la vuelta, buscando algo que estuviera fuera de su sitio, algo que debiera esconder. Estaban las flores de mi dormitorio y la tarjeta.



Aunque, a menos que los detectives tuvieran una orden de registro, sólo podrían tomar nota de lo que estaba a la vista.



Fui corriendo a cerrar mi puerta y, a continuación, fui a cerrar también la de Cary.



Estaba respirando con fuerza cuando sonó el timbre de la puerta. Me obligué a tranquilizarme e ir despacio hacia la sala de estar. Cuando llegué a la puerta, respiré hondo para calmarme antes de abrir.—Hola, detectives.



Graves, una mujer extremadamente delgada de rostro serio y ojos azules y astutos, apareció en primer lugar. Su compañero, Michna, era el más callado de los dos, un hombre mayor con entradas, cabello gris y barriga. Había un equilibrio entre ellos. Graves era la más seria y se ocupaba de mantener ocupados a los sujetos y desconcertarlos. A Michna se le daba claramente bien permanecer en segundo plano mientras sus ojos de policía lo registraban todo sin dejarse nada. El índice de éxito de los dos debía ser bastante alto. —¿Podemos pasar, señorita Tramell? —preguntó Graves con un tono que convertía la pregunta en exigencia. Se había recogido su pelo castaño y rizado y llevaba puesta una chaqueta para ocultar la funda de su pistola. En la mano llevaba una cartera.



—Claro. —Abrí más la puerta—. ¿Quieren tomar algo? ¿Café? ¿Agua?



—Agua estaría bien —contestó Michna.



Los conduje a la cocina y saqué la botella de agua del frigorífico. Los detectives esperaron en la barra de la cocina. Graves con los ojos clavados en mí mientras Michna echaba un vistazo a lo que le rodeaba. —¿Acaba de llegar a casa del trabajo? —preguntó él.



upuse que sabían la respuesta, pero contesté de todos modos.—Hace unos minutos. ¿Quieren sentarse en la sala de estar?



—Aquí está bien —respondió Graves con su tono serio, dejando la cartera de piel gastada sobre la barra—. Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas, si no le importa. Y mostrarle unas fotografías.



Me quedé helada. ¿Podría soportar ver alguna de las fotos que Nathan me había hecho? Por un momento, pensé que serían fotos tomadas en el escenario del crimen o incluso durante la autopsia. Pero sabía que era muy poco probable.—¿De qué se trata?



—Ha aparecido nueva información que podría estar relacionada con la muerte de Nathan Barker —explicó Michna—. Estamos investigando todas las pistas y usted podría sernos de ayuda.



Respiré hondo y de forma temblorosa.—Lo intentaré, claro. Pero no sé cómo.



—¿Conoce a Andrei Yedemsky? —preguntó Graves.



—No —respondí frunciendo el ceño—. ¿Quién es?



Metió la mano en el bolso, sacó un montón de fotos y las colocó delante de mí.—Este hombre. ¿Lo ha visto antes?



Extendí la mano con dedos temblorosos y me acerqué la foto que había encima de todas. Era de un hombre con una gabardina que hablaba con otro hombre que estaba a punto de subir a la parte de atrás de una limusina. Era atractivo, con el pelo extremadamente rubio y la piel bronceada.—No. Y no es de esas personas que se te olvidan. —Levanté la vista hacia ella—. ¿Debería conocerlo?



—Tenía en su casa fotos de usted. Tomadas a escondidas en la calle, yendo y viniendo. Barker tenía las mismas fotos.



—No lo entiendo. ¿Cómo las consiguió?



—Supuestamente, se las dio Barker —contestó Michna.



—¿Es eso lo que les ha dicho este tal Yedemsky? ¿Por qué iba a darle Nathan unas fotos mías?



—Yedemsky no ha dicho nada —me explicó Graves—. Está muerto. Asesinado.



Sentí que me acechaba un dolor de cabeza.—No lo comprendo. No sé nada de este hombre y no tengo ni idea de por qué él sabía nada de mí.



—Andrei Yedemsky es un conocido miembro de la mafia rusa —continuó explicando Michna—. Además de dedicarse al contrabando de alcohol y armas de asalto, también se sospecha que trafican con mujeres. Es posible que Barker estuviese haciendo tratos para venderla o comerciar con usted con ese fin.



Me retiré de la barra negando con la cabeza, incapaz de procesar lo que estaban diciendo. Podía creer que Nathan me estuviese acechando. Me odió desde el primer momento, odiaba que su padre se hubiese vuelto a casar en lugar de guardar luto eternamente por su madre. Me había odiado por hacer que lo encerraran en un centro psiquiátrico y porque me hubiesen dado una asignación de cinco millones de dólares que él consideraba que era su herencia. Pero ¿la mafia rusa? ¿Trata de blancas? Aquello no me cabía en la cabeza.



Graves pasó las fotos hasta que llegó a una de una pulsera de zafiros y platino. La rodeaba una regla en forma de ele. No había duda de que se trataba de una foto del forense.—¿Reconoce esto?



—Sí. Pertenecía a la madre de Nathan. La cambió para adaptársela a él. Nunca iba a ningún sitio sin ella.



—Yedemsky la llevaba puesta en el momento de su muerte —dijo ella sin ninguna entonación—. Posiblemente como recuerdo.



—¿De qué?

Del asesinato de Barker.



Me quedé mirando a Graves, que ya sabía lo que iba a preguntarle.—¿Está sugiriendo que Yedemsky podría ser el responsable de la muerte de Nathan? Entonces, ¿quién mató a Yedemsky?



Me sostuvo la mirada, comprendiendo qué era lo que me llevaba a hacer aquella pregunta. —Lo eliminó su propia gente.



—¿Está segura? —Necesitaba saber que tenían claro que William no estaba implicado. Sí, había matado por mí, por protegerme, pero nunca mataría simplemente por evitar la cárcel.



Michna frunció el ceño al escuchar mi pregunta. Fue Graves quien contestó:—No nos cabe ninguna duda. Tenemos las imágenes de seguridad. Uno de sus socios no llevaba muy bien que Yedemsky se estuviese acostando con su hija menor de edad.



Sentí una oleada de esperanza seguida de un miedo escalofriante. —Entonces, ¿qué pasa ahora? ¿Qué significa esto?



—¿Conoce a alguien que esté relacionado con la mafia rusa? —preguntó Michna.



—Dios mío, no —contesté con vehemencia—. Eso es... de otro mundo. Ya me cuesta creer que Nathan lo estuviera. Pero han pasado muchos años desde que lo conocí.



Me froté el pecho para quitarle tensión y miré a Graves. —Quiero olvidar todo esto. Quiero que Nathan deje ya de destrozarme la vida.

¿Voy a conseguirlo alguna vez? ¿Va a seguir persiguiéndome después de muerto?



Graves recogió las fotos con eficiencia y rapidez y con el rostro impasible.—Nosotros hemos hecho todo lo que hemos podido. Lo que usted haga a partir de ahora es cosa suya.



Aparecí en el CrossTrainer a las seis y cuarto. Fui porque le había dicho a Megumi que lo haría y ya le había dado un plantón. También sentía una tremenda inquietud, un deseo de moverme que tenía que saciar antes de terminar volviéndome loca. Le envié un mensaje a William nada más marcharse la policía para decirle que necesitaba verle después, pero cuando dejé el bolso en el vestuario, aún no había tenido noticias suyas.



Como todo lo que era de William, el CrossTrainer era impresionante tanto en tamaño como en prestaciones. Aquel gimnasio de tres plantas, uno más de los cientos que tenía por todo el país, contaba con todo lo que un entusiasta del mantenimiento físico podría desear, además de servicios de spa y un bar de zumos.



Megumi estaba algo abrumada y necesitaba ayuda con algunas de las máquinas de alta tecnología, así que se estaba aprovechando de la sesión de ejercicios supervisada por un entrenador para nuevos miembros e invitados. Yo me subí en la cinta de correr. Empecé con un paso ligero para calentar y, después, fui aumentando el ritmo hasta empezar a correr.



Una vez entrada en calor, dejé que mis pensamientos también echaran a andar.



¿Era posible que William y yo fuéramos libres para retomar nuestras vidas y seguir adelante? ¿Cómo? ¿Por qué? Por mi mente pasaban a toda velocidad preguntas que necesitaba hacerle a William, con la esperanza de que él tuviera tan poca información como yo. No podía estar implicado en la muerte de Yedemsky. No me creería nunca que fuera así.



Estuve corriendo hasta que los muslos y las pantorrillas me empezaron a arder, hasta que el sudor me recorría el cuerpo a chorros y los pulmones me dolían y me costaba respirar.



Fue Megumi la que por fin me hizo parar haciéndome señales con la mano ante mis ojos mientras se movía delante de mi cinta.—Ahora mismo estoy absolutamente impresionada. Eres una máquina.



Fue bajando el ritmo hasta convertirlo en paso y, finalmente, me detuve. Cogí la toalla y la botella de agua, me bajé y sentí los efectos de haberme esforzado tanto y durante tanto rato.—No me gusta nada correr —confesé aún jadeante—. ¿Cómo han ido tus ejercicios?



Megumi estaba atractiva incluso con ropa de gimnasia. Su sujetador de espalda cruzada de color verde amarillento tenía unos lazos azules que hacían juego con sus mallas de licra. El conjunto era alegre y moderno.



Me dio un empujón con los hombros.—Me haces sentir una floja. Sólo he hecho un circuito y he estado buscando tíos buenos. La entrenadora con la que he estado era buena, pero ojalá me hubiese tocado aquel tipo.


Seguí la dirección de su dedo.—Ése es Daniel. ¿Quieres conocerlo?



—¡Sí!



Me acerqué con ella a las colchonetas que había en el centro de aquel espacio abierto y saludé a Daniel con la mano cuando él levantó la mirada y nos vio. Megumi se soltó enseguida la goma que le recogía su pelo negro, pero a mí me pareció que con ella puesta estaba igual de estupenda. Tenía una piel preciosa y le envidiaba la forma de su boca.



—Maite, me alegro de verte. —Daniel extendió la mano hacia mí—. ¿Quién viene contigo?



—Mi amiga Megumi. Ha venido hoy por primera vez.



—Te he visto haciendo ejercicio con Tara. —Exhibió ante Megumi su brillantísima sonrisa—. Soy Daniel. Si alguna vez necesitas ayuda con algo, dímelo.



—Te tomo la palabra —le advirtió ella mientras le estrechaba la mano.



—Por supuesto. ¿Hay algo en particular en lo que te gustaría entrenar?



Mientras empezaban a conversar con mayor profundidad, yo paseé la vista por mi alrededor. Me fijé en los equipos, buscando algo fácil que pudiera hacer mientras esperaba a que terminaran. Pero en lugar de ello, vi a alguien a quien conocía.



Me eché la toalla al hombro y vi a mi reportera nada favorita en el suelo. Respiré hondo y me acerqué mientras veía cómo hacía abdominales con una mancuerna de cuatro kilos y medio. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una coleta, sus largas piernas quedaban a la vista bajo unos pantalones cortos ajustados y tenía el vientre tirante y plano. Tenía un aspecto estupendo.—Hola, Deanna.



—Te preguntaría si sueles venir por aquí, pero eso es demasiado típico —contestó cambiándose la pesa de una mano a otra—. ¿Qué tal estás, Maite?



—Bien. ¿Tú?



Su sonrisa tenía esa expresión que me hizo no bajar la guardia.—¿No te molesta que William Cross entierre sus pecados bajo todo su dinero?



Así que William tenía razón al decir que Ian Hager desaparecería después de que le pagaran.—Si realmente me creyera que buscas saber la verdad, te daría la razón.



—Es todo verdad, Maite. He hablado con Corinne Giroux.

—¿Sí? ¿Qué tal está su marido?



Deanna se rio.—William debería contratarte para que te encargaras de su imagen pública.



Aquello casi se me clavó en lo más hondo.—¿Por qué no vas sin más a su despacho y le echas la bronca? Haz que se entere.



Tírale una copa a la cara o dale una bofetada.—No le importaría. Le daría exactamente igual.



Me limpié el sudor que seguía cayéndome por la sien y admití que aquello podría ser verdad. Sabía muy bien que William podía tener el corazón de piedra.—De todas formas, es probable que tú sí te sintieras mucho mejor.



Deanna cogió su toalla del banco.—Yo sé exactamente qué es lo que haría que me sintiera mejor. Disfruta del resto de tus ejercicios, Maite. Seguro que volveremos a hablar pronto.



Se fue con paso tranquilo y yo no pude evitar pensar que tramaba algo. Me ponía nerviosa no saber qué era.—Vale, ya he terminado —dijo Megumi acercándose a mí—. ¿Quién era ésa?



—Nadie importante. —Mi estómago eligió ese momento para gruñir con fuerza, anunciando que ya había quemado el filete de buey que me había comido a mediodía.



—Hacer ejercicio siempre me da hambre también. ¿Quieres que vayamos a cenar?



—Vale. —Salimos hacia las duchas bordeando los aparatos y al resto de la gente—.

Voy a llamar a Cary por si quiere venir con nosotras.



—Ah, sí. —Se lamió los labios—. ¿Te he dicho ya que me parece delicioso?



—Más de una vez. —Me despedí de Daniel levantando la mano antes de salir de allí.



Llegamos a los vestuarios y Megumi lanzó su toalla al cubo que había justo en la puerta. Yo me detuve antes de tirar la mía, acariciando con el dedo pulgar el logotipo bordado de CrossTrainer. Me acordé de las toallas que colgaban en el baño de William.



Quizá la próxima vez le llamaría también a él para pedirle que se uniera a mis amigos y a mí para cenar.



Quizá lo peor ya había pasado.



Encontramos un restaurante indio cerca del gimnasio y Cary apareció en la cena con Trey, entrando los dos cogidos de la mano. Nuestra mesa estaba justo delante de la ventana que había al mismo nivel de la calle, junto a la puerta, lo cual hacía que el pulso de la ciudad se uniera a la experiencia gastronómica.



Nos sentamos sobre cojines en el suelo, bebimos un poco de vino de más y dejamos que Cary hiciera continuos comentarios sobre la gente que pasaba. Casi pude ver corazoncitos en los ojos de Trey cuando miraba a mi mejor amigo y me alegré al ver que Cary se mostraba a cambio abiertamente cariñoso. Cuando Cary estaba realmente interesado en alguien se contenía a la hora de tocarlo. Decidí deliberadamente ver sus frecuentes y despreocupadas caricias como un síntoma de dos hombres que se estaban acercando, más que como una pérdida de interés por parte de Cary.



Megumi recibió otra llamada de Michael mientras cenábamos, pero ella no hizo caso. Cuando Cary le preguntó si se estaba haciendo la dura, ella le contó toda la historia. —Si vuelve a llamar, deja que conteste yo —dijo él.



—No, Dios mío —gruñí yo.



—¿Qué? —Cary parpadeó con mirada inocente—. Puedo decir que ella está demasiado ocupada como para atender la llamada y Trey podría gritar obscenidades sexuales de fondo.



—¡Qué diabólico! —Megumi se frotó las manos—. Michael no es el tipo adecuado para esas cosas, pero estoy segura de que algún día aceptaré tu oferta, sabiendo la suerte que tengo con los hombres.



Yo negué con la cabeza y busqué a hurtadillas en mi bolso el otro teléfono. Me
fastidió ver que aún no tenía respuesta de William.



Cary miró por encima de la mesa.—¿Estás esperando una llamada caliente de tu señor amante?



—¿Qué? —Megumi me miró con la boca abierta—. ¿Estás saliendo con alguien y no me lo has contado?
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:02 pm

Lancé a Cary una mirada furiosa.—Es complicado.



—Es exactamente lo contrario de complicado —intervino Cary arrastrando las palabras y echándose sobre su cojín—. Es pura lujuria.



—¿Y qué pasa con Cross? —preguntó ella.



—¿Quién? —repuso Cary.



—Quiere volver con ella —insistió Megumi.



Entonces, fue Cary el que me miró.—¿Cuándo has hablado con él?



Negué con la cabeza.—Llamó a mi madre. Y no dijo que quería que volviera con él.



Cary lanzó una sonrisa ladina. —¿Abandonarías a tu nuevo amante por repetir con Cross, el corredor de fondo?



Megumi me dio un pellizco en la pierna.—¿Willism Cross es un corredor de fondo en la cama? Joder... Y tan guapo. Dios mío. —Se abanicó con la mano.



—¿Podemos dejar de hablar sobre mi vida sexual, por favor? —murmuré mirando a Trey en busca de un poco de ayuda.



—Cary me ha dicho que vais al estreno de un vídeo mañana —intervino—. No sabía que los vídeos musicales fuesen todavía importantes.



Me agarré con fuerza a aquella tabla de salvación.—Sí, es verdad. A mí también me ha sorprendido.



—Y además, está nuestro viejo amigo Brett —dijo Cary inclinándose sobre la mesa hacia Megumi, como si estuviese a punto de contarle un secreto—. Nosotros lo conocemos como el hombre entre bastidores. O el del asiento de atrás.



Sumergí los dedos en mi copa y le salpiqué agua.—¡Oye, Maite! Me estás mojando.



—Sigue así y terminarás empapado.

Aún no había tenido noticias de William cuando llegamos a casa a las diez menos cuarto. Megumi había tomado el metro hasta su casa y Cary, Trey y yo compartimos un taxi hasta el apartamento. Ellos dos se fueron directos a la habitación de Cary, pero yo me quedé en la cocina, pensando si debía ir corriendo a la casa de al lado para ver si estaba Willia allí.



Estaba a punto de sacar mis llaves del bolso cuando Cary entró en la cocina sin camisa y descalzo.



Sacó la nata montada de la nevera pero se detuvo antes de irse.—¿Estás bien?



—Sí, estoy bien.



—¿Has hablado ya con tu madre?



—No, pero pienso hacerlo.



Apoyó la cadera en la barra. —¿Tienes alguna otra cosa en la cabeza?



Ve a divertirte. Estoy bien —contesté para que se fuera—. Podemos hablar mañana.



—En cuanto a eso, ¿a qué hora tengo que estar listo?



—Brett quiere recogernos a las cinco. ¿Quedamos en el edificio Crossfire?



—Sin problema. —Se acercó a mí y me dio un beso en la cabeza—. Que duermas bien, nena.



Esperé hasta que oí la puerta de Cary cerrarse, después cogí las llaves y fui a la casa de al lado. En el momento en que entré en la oscuridad y la quietud del apartamento, supe que William no estaba allí, pero miré en las habitaciones de todos modos. No podía quitarme de la cabeza la sensación de que pasaba algo... raro.



¿Dónde estaba?



Decidí llamar a Angus. Volví a mi apartamento, cogí el otro teléfono y fui a mi habitación.



Y encontré a William en medio de una pesadilla.



Sorprendida, cerré la puerta y eché el pestillo. Él se revolvía en mi cama y arqueaba la espalda con sonidos de dolor. Seguía vestido con vaqueros y una camiseta, con su enorme cuerpo tendido sobre el edredón, como si se hubiese quedado dormido mientras me esperaba. Su ordenador portátil se había caído al suelo, aún abierto, y había papeles crujiendo por la violencia de sus movimientos.



Me abalancé sobre él, tratando de buscar un modo de despertarlo que no me pusiera en peligro, pues sabía que se odiaría si me hacía daño sin querer.



Gruñó con un sonido grave y salvaje de agresividad. —Nunca —dijo con los dientes apretados—. No vas a volver a tocarla nunca.



Me quedé paralizada.



Su cuerpo se sacudió con fuerza y, después, gimió y se acurrucó de lado, temblando.



El sonido de su dolor hizo que me moviera. Me subí a la cama y le toqué en el hombro con la mano. Un momento después, yo estaba tumbada de espaldas, atrapada, con él encima de mí, con la mirada fija y cegada. El miedo me paralizó.—Vas a saber lo que se siente —susurró con voz oscura, embistiendo con su cadera contra la mía en una imitación nauseabunda del amor que compartíamos.



Giré la cabeza y le mordí en el bíceps y mis dientes apenas hicieron mella en su rígido músculo.—¡Joder! —Se separó de mí y yo lo aparté como me había enseñado a hacer Parker, lanzándolo a un lado y liberándome de un salto de la cama—. ¡Maite!



Me di la vuelta y lo miré, con mi cuerpo listo para luchar.



Él se deslizó desde la cama, casi dejándose caer de rodillas antes de recobrar el equilibrio e incorporarse.—Lo siento. Me he quedado dormido... Dios, lo siento.



—Estoy bien —dije con una calma forzada—. Tranquilo.



Se pasó una mano por el pelo mientras su pecho palpitaba. La cara le brillaba por el sudor y los ojos se le enrojecieron.—Dios mío.



Me acerqué dando un paso adelante y combatiendo el miedo que aún sentía. Aquello formaba parte de nuestras vidas. Los dos teníamos que enfrentarnos a ello. —¿Recuerdas lo que soñabas?



Gideon tragó saliva con esfuerzo y negó con la cabeza.—No te creo.



—Maldita sea, tienes que...



—Estabas soñando con Nathan. ¿Con qué frecuencia te ocurre? —Extendí la mano y le agarré la suya.



—No lo sé.



—No me mientas.



—¡No lo hago! —espetó encrespado—. Rara vez recuerdo los sueños.



Lo llevé al baño, haciendo que se moviera tanto física como mentalmente—Hoy ha venido a verme la policía.



—Lo sé.



Su voz ronca me preocupó. ¿Cuánto tiempo había estado dormido y soñando? La idea de que lo atormentara su propia mente, solo y sintiendo dolor, me destrozaba.—¿También te han visitado a ti?



—No, pero han estado haciendo preguntas.



Encendí la luz y se detuvo, apretándome la mano para que yo también me parara.—Maite.



—Métete en la ducha, campeón. Hablaremos cuando hayas acabado.



Cogió mi cara entre sus manos y con el dedo pulgar me acarició la mejilla.—Vas demasiado rápido. Frena.



—No quiero tener que preocuparme cada vez que tengas una pesadilla.



—Dame un minuto —murmuró bajando la frente para apoyarla en la mía—. Te he asustado y yo estoy asustado. Vamos a darnos un minuto para asimilarlo.



Me serené y subí la mano para descansarla sobre su corazón acelerado.



Él enterró la nariz en mi pelo.—Deja que te huela, cielo. Que te sienta. Que te diga que lo lamento.



—Estoy bien.



—Eso no vale —protestó con su voz aún grave y mimosa—. Debería haberte esperado en nuestra casa.Aún no había tenido noticias de William cuando llegamos a casa a las diez menos cuarto. Megumi había tomado el metro hasta su casa y Cary, Trey y yo compartimos un taxi hasta el apartamento. Ellos dos se fueron directos a la habitación de Cary, pero yo me quedé en la cocina, pensando si debía ir corriendo a la casa de al lado para ver si estaba Willia allí.



Estaba a punto de sacar mis llaves del bolso cuando Cary entró en la cocina sin camisa y descalzo.



Sacó la nata montada de la nevera pero se detuvo antes de irse.—¿Estás bien?



—Sí, estoy bien.


—¿Has hablado ya con tu madre?



—No, pero pienso hacerlo.



Apoyó la cadera en la barra. —¿Tienes alguna otra cosa en la cabeza?



Ve a divertirte. Estoy bien —contesté para que se fuera—. Podemos hablar mañana.



—En cuanto a eso, ¿a qué hora tengo que estar listo?



—Brett quiere recogernos a las cinco. ¿Quedamos en el edificio Crossfire?



—Sin problema. —Se acercó a mí y me dio un beso en la cabeza—. Que duermas bien, nena.



Esperé hasta que oí la puerta de Cary cerrarse, después cogí las llaves y fui a la casa de al lado. En el momento en que entré en la oscuridad y la quietud del apartamento, supe que William no estaba allí, pero miré en las habitaciones de todos modos. No podía quitarme de la cabeza la sensación de que pasaba algo... raro.



¿Dónde estaba?



Decidí llamar a Angus. Volví a mi apartamento, cogí el otro teléfono y fui a mi habitación.



Y encontré a William en medio de una pesadilla.



Sorprendida, cerré la puerta y eché el pestillo. Él se revolvía en mi cama y arqueaba la espalda con sonidos de dolor. Seguía vestido con vaqueros y una camiseta, con su enorme cuerpo tendido sobre el edredón, como si se hubiese quedado dormido mientras me esperaba. Su ordenador portátil se había caído al suelo, aún abierto, y había papeles crujiendo por la violencia de sus movimientos.



Me abalancé sobre él, tratando de buscar un modo de despertarlo que no me pusiera en peligro, pues sabía que se odiaría si me hacía daño sin querer.



Gruñó con un sonido grave y salvaje de agresividad. —Nunca —dijo con los dientes apretados—. No vas a volver a tocarla nunca.



Me quedé paralizada.



Su cuerpo se sacudió con fuerza y, después, gimió y se acurrucó de lado, temblando.



El sonido de su dolor hizo que me moviera. Me subí a la cama y le toqué en el hombro con la mano. Un momento después, yo estaba tumbada de espaldas, atrapada, con él encima de mí, con la mirada fija y cegada. El miedo me paralizó.—Vas a saber lo que se siente —susurró con voz oscura, embistiendo con su cadera contra la mía en una imitación nauseabunda del amor que compartíamos.



Giré la cabeza y le mordí en el bíceps y mis dientes apenas hicieron mella en su rígido músculo.—¡Joder! —Se separó de mí y yo lo aparté como me había enseñado a hacer Parker, lanzándolo a un lado y liberándome de un salto de la cama—. ¡Maite!



Me di la vuelta y lo miré, con mi cuerpo listo para luchar.



Él se deslizó desde la cama, casi dejándose caer de rodillas antes de recobrar el equilibrio e incorporarse.—Lo siento. Me he quedado dormido... Dios, lo siento.



—Estoy bien —dije con una calma forzada—. Tranquilo.



Se pasó una mano por el pelo mientras su pecho palpitaba. La cara le brillaba por el sudor y los ojos se le enrojecieron.—Dios mío.



Me acerqué dando un paso adelante y combatiendo el miedo que aún sentía. Aquello formaba parte de nuestras vidas. Los dos teníamos que enfrentarnos a ello. —¿Recuerdas lo que soñabas?



Gideon tragó saliva con esfuerzo y negó con la cabeza.—No te creo.



—Maldita sea, tienes que...



—Estabas soñando con Nathan. ¿Con qué frecuencia te ocurre? —Extendí la mano y le agarré la suya.



—No lo sé.



—No me mientas.



—¡No lo hago! —espetó encrespado—. Rara vez recuerdo los sueños.



Lo llevé al baño, haciendo que se moviera tanto física como mentalmente—Hoy ha venido a verme la policía.



—Lo sé.



Su voz ronca me preocupó. ¿Cuánto tiempo había estado dormido y soñando? La idea de que lo atormentara su propia mente, solo y sintiendo dolor, me destrozaba.—¿También te han visitado a ti?



—No, pero han estado haciendo preguntas.



Encendí la luz y se detuvo, apretándome la mano para que yo también me parara.—Maite.



—Métete en la ducha, campeón. Hablaremos cuando hayas acabado.



Cogió mi cara entre sus manos y con el dedo pulgar me acarició la mejilla.—Vas demasiado rápido. Frena.



—No quiero tener que preocuparme cada vez que tengas una pesadilla.



—Dame un minuto —murmuró bajando la frente para apoyarla en la mía—. Te he asustado y yo estoy asustado. Vamos a darnos un minuto para asimilarlo.



Me serené y subí la mano para descansarla sobre su corazón acelerado.



Él enterró la nariz en mi pelo.—Deja que te huela, cielo. Que te sienta. Que te diga que lo lamento.



—Estoy bien.



—Eso no vale —protestó con su voz aún grave y mimosa—. Debería haberte esperado en nuestra casa.

Apoyé la mejilla en su pecho, encantada de oír aquello de «nuestra» casa.—He estado mirando el teléfono toda la noche, esperando un mensaje.

—He trabajado hasta tarde. —Deslizó sus manos por debajo de mi blusa, acariciando la piel desnuda de mi espalda—. Luego vine aquí. Quería darte una sorpresa... hacerte el amor.



—Creo que somos libres —susurré agarrándome a su camisa—. La policía... creo que vamos a estar bien.



—Explícate.



—Nathan tenía una pulsera que siempre llevaba puesta...



—Zafiros. Muy femenina.



Levanté los ojos hacia él.—Sí.



—Continúa.



—La han encontrado en el brazo de un mafioso muerto. De la mafia rusa. Tienen la teoría de que se trata de una relación criminal que terminó mal.



William se quedó inmóvil con los ojos entrecerrados.—Interesante.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:04 pm

—Es raro. Me hablaron de fotos mías y de trata de blancas, y eso no encaja con...



Apretó los dedos contra mis labios para callarme.—Es interesante porque Nathan llevaba esa pulsera cuando yo lo dejé.



Observé a William en la ducha mientras yo me lavaba los dientes. Sus manos enjabonadas se deslizaban por su cuerpo con indiferencia, con breves movimientos enérgicos y violentos. No con la adoración íntima con la que yo lo acariciaba, ni con asombro ni amor. Terminó en un momento y salió de la ducha con toda su gloriosa desnudez antes de coger una toalla frotarse con ella y secarse el agua de la piel.



Se acercó a mí por detrás cuando hubo terminado, agarrándome por las caderas y besándome en la nunca.—Yo no tengo ninguna relación con la mafia —murmuró.



Terminé de enjuagarme la boca y lo miré por el espejo.—¿Te molesta tener que decírmelo?



—Prefiero decírtelo a que tengas tú que preguntármelo.



—Alguien se ha tomado muchas molestias para protegerte. —Me giré para mirarle directamente—. ¿Puede haber sido Angus?



—No. Dime cómo murió ese mafioso.



Mis dedos se pasearon por las ondulaciones de su abdomen, encantados por el modo en que aquellos músculos se contraían y estiraban como reacción a mis caricias.—Uno de los suyos lo ha eliminado. Represalias. Estaba bajo vigilancia, así que Graves dice que tienen pruebas de ello.



—Entonces, se trata de alguien que sí está relacionado con ellos. O con la mafia o con las autoridades, o con las dos. Quienquiera que sea el responsable, ha elegido a un muerto para que cargue con la culpa sin tener que pagar por ello.



—No me importa quién lo haya arreglado mientras tú estés a salvo.



Me besó en la frente.—Sí nos tiene que importar —dijo con voz suave—. Para poder protegerme antes tienen que saber lo que hice.

15

Poco después de las cinco de la mañana pasé en un abrir y cerrar de ojos del estado inconsciente al de completamente despierta. Los retazos de un sueño seguían aferrados a mí, un sueño en el que seguía creyendo que William y yo habíamos roto. La soledad y la pena me ahogaban, haciendo que me mantuviera inmóvil en la cama durante varios minutos. Deseé que William estuviera a mi lado. Deseé poder darme la vuelta sin más y apretar mi cuerpo contra el suyo.



Debido en parte a que tenía el periodo, no habíamos tenido sexo la noche anterior. En lugar de ello, habíamos disfrutado del sencillo consuelo de estar juntos. Nos habíamos acurrucado en mi cama para ver la televisión hasta que el agotamiento por mi excesivo rato en la cinta de correr pudo conmigo.



Me encantaban aquellos momentos de tranquilidad en los que simplemente nos abrazábamos. Cuando la atracción sexual permanecía bajo la superficie. Me encantaba sentir su aliento sobre mi piel y el modo en que mis curvas se amoldaban a las líneas planas y duras de él como si hubiésemos sido diseñados el uno para el otro.



Suspiré y supe qué era lo que me tenía preocupada. Era jueves y Brett venía a Nueva York, si es que no estaba ya en la ciudad.



William y yo acabábamos de encontrar un nuevo ritmo, lo cual hacía que ése fuera el peor momento posible para que Brett regresara de nuevo a mi vida. Me preocupaba que algo saliera mal, que algún gesto o mirada fuese malinterpretado y fuera el causante de nuevos problemas que William y yo tuviéramos que solucionar.



Ésta sería la primera vez que íbamos a estar juntos en público desde nuestra «ruptura». Iba a ser una tortura. Estar junto a Brett mientras mi corazón estaba con William.



Salí de la cama y fui al baño para lavarme y, después, me puse unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas. Necesitaba estar con William. Necesitábamos pasar un tiempo juntos para empezar el día con ganas.



Pasé en silencio de mi apartamento al suyo, sintiéndome algo traviesa mientras corría por el pasillo hasta su —nuestra— puerta.



Una vez dentro, dejé mis llaves sobre la barra de la cocina y tomé el pasillo para ir al dormitorio de invitados. Me entristecí al no verle allí, pero seguí buscando, pues podía sentirle. Notaba cierto cosquilleo que solamente experimentaba cuando él estaba cerca.



Lo encontré en el dormitorio principal, con los brazos rodeando mi almohada mientras dormía apoyado parcialmente sobre su vientre. La sábana se le había bajado hasta la cintura y dejaba desnudos su poderosa espalda y sus brazos esculpidos e insinuaba también levemente la magnífica curva de su increíble cu***lo.



Parecía una fantasía erótica hecha realidad. Y era mío.



Lo quería tanto...



Y quería que, al menos una vez, se despertara a mi lado con placer en lugar de con miedo, tristeza y remordimiento.



Me desnudé en silencio con las primeras luces del alba, mientras mi cabeza le daba vueltas a distintas formas de complacer a mi hombre. Quería pasar mis manos y boca por todo su cuerpo, hacer que se excitara y jadeara, sentir su cuerpo estremeciéndose. Quería reafirmar la conexión del uno con el otro, mi absoluto e irrevocable compromiso con él, antes de que entre nosotros apareciera la cruda realidad a la que nos enfrentábamos.



Cuando hundí la rodilla en el colchón, se despertó. Fui andando a gatas hasta él y le besé en la parte inferior de la espalda para después ir subiendo.—Oh, Maite —dijo con voz ronca, estirándose ligeramente bajo mi boca.



—Más te vale esperar que sea yo, campeón. —Le mordí en el omóplato—. Tendrías problemas de no ser así.



Bajé mi cuerpo hasta apoyarlo sobre el suyo. Su calor era maravilloso y me detuve un momento para disfrutarlo.—Es muy temprano para ti —murmuró permaneciendo cómodamente tumbado, tan contento como yo de estar tocándonos.



—Mucho —asentí—. Estás abrazado a mi almohada.



—Huele a ti. Me ayuda a dormir.



Me aparté el pelo y apreté los labios contra su cuello.—Es bonito que digas eso. Ojalá pudiera estar aquí tumbada contigo todo el día.



—Recuerda que quiero llevarte fuera este fin de semana.



—Sí. —Pasé la mano por su bíceps y deslicé los dedos por el duro músculo—. Estoy deseándolo.



—Nos iremos en cuanto salgas de trabajar el viernes y tomaremos el avión de vuelta justo a tiempo para llegar al trabajo el lunes. No vas a necesitar nada más que el pasaporte.



—Y a ti. —Le besé en el hombro y, después, hablé apurada y nerviosa—: Te deseo y he venido preparada para tenerte dentro, pero puede que sea sucio. Es decir, es el final, así que puede que no lo sea, pero si tener sexo durante el periodo no te gusta... yo lo entendería, porque a mí nunca me ha gustado...



—Tú eres lo que me gusta, cielo. Te tomaré de todas las formas posibles que pueda hacerlo.



Flexionó el cuerpo, avisándome de que iba a darse la vuelta. Yo me hice a un lado y vi cómo su cuerpo se giraba con una tensión fluida de sus músculos.—Siéntate —le dije, pensando que él era aún más increíble de lo que yo había pensado hasta entonces. O más excitante, cosa que nunca le reprocharía—. Con la espalda sobre el cabecero.



Se colocó como le dije, con los ojos somnolientos y sensuales y el mentón ensombrecido por la incipiente barba. Me subí a horcajadas sobre su regazo. Dediqué un momento largo a saborear la atracción que había entre los dos, la sensación deliciosa y provocativa de peligro que él exudaba incluso cuando estaba en reposo. Igual que una pantera sigue conservando sus garras aun teniéndolas escondidas bajo la piel.



Ésa era una de las cosas que más me gustaban de él. Era dulce conmigo pero seguía siendo fiel a sí mismo. Seguía siendo el hombre del que me había enamorado, duro y tosco, pero también había cambiado. Lo era todo para mí, todo lo que yo quería y necesitaba de un hombre imperfecto.



Apartándole el pelo de la cara, recorrí la curva de su labio inferior con mi lengua. Sus manos, cálidas y fuertes, me agarraban de las caderas. Abrió la boca y su lengua tocó la mía.—Te quiero —susurré.



—Maite. —Inclinó la cabeza y tomó el control de aquel beso haciéndolo más profundo. Sus labios, firmes pero suaves, se presionaron contra los míos. La lengua se movía bien dentro, lamiendo y saboreando. Su suave raspado sobre la carne tierna del interior de mi boca me hizo sentir escalofríos. Su polla empezó a ponerse más gruesa y grande entre nuestros cuerpos, y su piel sedosa y caliente se apretó contra la parte inferior de mi vientre.



Los pezones se me pusieron duros, excitados, mientras yo me contoneaba frotándolos contra su pecho.



Colocó una de sus manos sobre mi nuca, agarrándome, sujetándome mientras me besaba apasionadamente. Inclinó la boca sobre la mía, ansiosa y voraz, chupándome los labios y la lengua. Con un gemido, arqueé mi cuerpo sobre el suyo agarrándome con los dedos a su pelo negro. —Dios, cómo me excitas —dijo con un gruñido mientras levantaba las rodillas. Me echó hacia atrás, formando con su cuerpo una cuna sobre la que yo me apoyaba. Puso las palmas de las manos sobre mis pechos y con sus pulgares empezó a dar vueltas alrededor de las duras punt***as de mis pezones—. Mírate. Eres jodidamente hermosa.



El calor me recorrió todo el cuerpo.—William...



—A veces eres una rubia fría a la que no se puede tocar. —Apretó la mandíbula y metió una mano entre mis piernas, deslizando suavemente sus dedos entre mi coñ***o—. Y luego te pones así. Excitante y necesitada. Deseosa de que mis manos te recorran todo el cuerpo y de que mi polla se meta dentro de ti.



—Me pongo así por ti. Esto es lo que me haces. Lo que me has estado haciendo desde el momento en que te vi.



William recorrió mi cuerpo con sus ojos, seguidos de su mano. Cuando las yemas de sus dedos me acariciaron la curva del pecho y el clítoris a la misma vez, yo me estremecí. —Quiero tenerte —dijo con brusquedad.



—Aquí me tienes... desnuda.



Su boca se curvó con una lenta y sensual sonrisa.—Eso ya lo había visto.



Con la pun***ta de su dedo dio vueltas alrededor de mi abertura. Yo me levanté un poco para que pudiera entrar mejor, deslizando las manos sobre sus hombros.—Pero no estaba hablando de sexo —murmuró—. Aunque eso también lo quiero.



—Conmigo.



—Sólo contigo —asintió—. Acarició muy levemente mi pezón con su dedo—. Por siempre jamás.



Yo solté un gemido y le agarré la polla con las dos manos, acariciándola desde abajo hasta la pun***ta.—Te miro, cielo, y deseo tenerte con todas mis fuerzas. Quiero estar contigo, escucharte, hablar contigo. Quiero oírte reír y abrazarte cuando llores. Quiero sentarme a tu lado, respirar el mismo aire, compartir contigo la vida misma. Quiero despertarme contigo así todos los días de mi vida. Quiero tenerte.



—William. —Me incliné hacia delante y le besé con dulzura—. Yo también quiero estar contigo.



Jugueteó con mi pecho, tirando de él y dándole vueltas a la pun***ta endurecida entre sus dedos. Me frotó el clítoris y de mi cuerpo salió un suave sonido.William se puso más duro entre mis manos, respondiendo así su cuerpo a mi creciente deseo.



La habitación se fue iluminando a medida que el sol se elevaba, pero el mundo que había afuera parecía estar muy lejos. La intimidad de aquel momento era tan ardiente como dulce, y me inundaba de alegría.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:07 pm

Mis manos acariciaron su erección con tierna reverencia, y mi único objetivo era darle placer y mostrarle lo mucho que lo amaba. Él me tocaba de la misma forma y sus ojos eran ventanas que daban a un alma herida que me necesitaba tanto como yo a él.—Soy feliz contigo, Maite. Tú me haces feliz.



—Te haré feliz el resto de tu vida —le prometí. Agité las caderas mientras el caliente y denso deseo recorría mis venas—. No hay nada que desee más.



William se inclinó hacia delante y me lamió el pezón con la lengua, una pasada rápida hizo que el deseo recorriera mi pecho.—Me encantan tus tetas, ¿lo sabías?



—Ah, así que fue eso lo que pudo contigo... mis tetas.



—Sigue burlándote de mí, cielo. Dame una excusa para darte un azote. También me encanta tu cu***lo.

Apretó una mano sobre mi espalda haciendo que me arqueara hacia su boca. Una humedad caliente rodeaba la sensible pun***ta de mi pecho. Sus mejillas se hundieron con una profunda succión y mi sexo se hizo eco de su boca, ansioso por su polla.



Lo sentía por todo mi cuerpo. Su calor y su calidez. Su pasión. En mis manos, su polla estaba dura y palpitaba, y su afelpado capullo se resbalaba con el fluido preseminal.—Dime que me quieres —le supliqué.



William me miró a los ojos.—Ya sabes que sí.



—Imagina que no te lo hubiera dicho yo. Que nunca lo hubieses escuchado de mis labios.



Su pecho se ensanchó con una profunda bocanada de aire.—Crossfire.



Mis manos se quedaron quietas sobre su cuerpo.



Tragó saliva mientras su garganta se movía.—Es tu palabra para cuando las cosas se ponen demasiado intensas. También es la mía, porque así es como me haces sentir. Todo el tiempo.



—William, yo... —Me dejó sin palabras.



—Cuando tú lo dices, quieres decir que pare. —Sus dedos dejaron mi pecho y se deslizaron por mi mejilla—. Cuando lo digo yo, quiero decir que no pares nunca. Lo que sea que me estés haciendo, necesito que continúes con ello.



Me elevé y me quedé en el aire por encima de él.—Suéltame.



—Sí. —Sacó los dedos de mi co***ño y, un instante después, su polla me estaba invadiendo, con su ancho capullo estirando mis sensibles tejidos.



—Despacio —me ordenó con voz suave, sus ojos entornados mientras se chupaba los dedos con largas y sensuales lamidas de su lengua. Tenía una mirada pícara,descaradamente lujuriosa.



—Ayúdame. —Siempre me resultaba más difícil que me folla***ra de esa forma, utilizando solamente la gravedad y el peso de mi cuerpo. Por muy desesperada que me hiciera sentir, no dejaba de ser un espacio muy justo.



Se agarró a mis caderas y me deslicé arriba y abajo, sin prisa, trabajándome su gruesa erección.—Siente cada centímetro, cielo —canturreó—. Siente lo dura que la tengo.



Los muslos me temblaban mientras él frotaba un punto sensible dentro de mí. Me agarré a sus muñecas mientras mi sexo se tensaba. —No te corras —me advirtió con un tono autoritario que prácticamente garantizaba que no lo haría—. No hasta que te la haya metido entera.



—William. —La lenta y constante fricción de su penetración me estaba volviendo loca.



—Piensa en lo bien que te sientes cuando estoy contigo, cielo. Cuando tu coñito glotón tiene algo sobre lo que ajustarse o cuando te estás corriendo.



En ese momento, me tensé, provocada por el tono áspero y persuasivo de su voz. —Date prisa.



—Eres tú la que tiene que dejarme entrar. —En sus ojos había un resplandor de buen humor. Hizo que me echara hacia atrás cambiando el ángulo de mi descenso.



Me deslicé sobre él, llevándomelo hasta el fondo con un movimiento suave y resbaladizo.—¡Ah!



—Joder. —Dejó caer la cabeza hacia atrás y su respiración se volvió rápida y fuerte—. Es una sensación increíble. Me aprietas como si fuese un puño.



—Cariño. —No pude ocultar el tono de súplica de mi voz. Estaba tan duro y tan grueso dentro de mí, tan profundo que apenas podía respirar.



Me lanzó una mirada que me abrasó.—Quiero esto. Tú y yo, sin nada entre los dos.



—Nada —repetí fervientemente, jadeante. Retorciéndome. Perdiendo la cabeza. Necesitaba correrme con todas mis fuerzas.



—Calla. Ya te tengo. —Llevándose el dedo pulgar a la boca, William lo lamió y, después, metió la mano entre los dos, frotándome el clítoris con una presión aplicada con habilidad. El calor salía por mi piel empapándola de sudor y su descarga se extendió hasta que me sentí febril.



Llegué al orgasmo con un torrente de placer que hizo que mi sexo se moviera con espasmos fuertes y desesperados. Su gemido fue un sonido de auténtica sexualidad animal y su polla se hinchó como respuesta a la forma ansiosa con que mi cuerpo lo ordeñaba. Y me vio desmoronarme con aquellos ojos azules y acechantes, manteniendo un control absoluto. El hecho de que no se moviera, de que se mantuviera muy dentro, aumentó la sensación de conexión entre los dos.



Una lágrima se deslizó por mi mejilla, pues el orgasmo hizo que las emociones se me dispararan.—Ven aquí —dijo con voz áspera mientras me pasaba las manos por la espalda y me atraía hacia él. Me limpió la lágrima con la lengua y, a continuación, me acarició dulcemente con la pun***ta de la nariz. Apreté mis pechos contra el suyo y coloqué los brazos alrededor de su cintura, deslizándose en el espacio que había entre él y el cabecero. Lo mantuve apretado a mí mientras mi cuerpo se estremecía con los temblores posteriores.



—Eres tan hermosa —murmuró—. Tan tierna y dulce... Bésame, cielo. Incliné la cabeza y le ofrecí mi boca. La unión era caliente y húmeda, una erótica mezcla de su deseo no saciado y mi amor abrumador.



Metí los dedos entre su pelo y coloqué la palma de la mano en la parte posterior de su cabeza para que no la moviera. Él hizo lo mismo conmigo, y los dos nos comunicamos sin palabras. Sus labios sellaron los míos y su lengua me folló la boca mientras su polla permanecía quieta dentro de mí.



Sentí la tensión que había bajo su beso y sus caricias y supe que él también estaba preocupado por los acontecimientos de ese día. Arqueé la espalda, que se curvó hacia él, deseando que pudiésemos ser inseparables. Sus dientes mordieron mi labio inferior y se
hundieron suavemente en la hinchada curva. Yo gimoteé y él murmuró algo calmándome con las caricias de su lengua.—No te muevas —dijo con voz ronca, impidiendo que lo hiciera al tenerme agarrada por la nuca—. Quiero correrme sólo con la sensación de que me rodeas.



—Por favor —jadeé—. Córrete dentro de mí. Deja que te sienta. Estábamos completamente entrelazados, agarrándonos y tirando el uno del otro, con su polla rígida dentro de mí, nuestras manos en el pelo del otro, nuestros labios y lenguas encajadas con frenesí.


William era mío, completamente mío. Pero aun así, una parte de mi mente estaba asombrada de que pudiera tenerlo así, de que estuviera desnudo, en una cama que compartíamos, en un apartamento que compartíamos, de que estuviese dentro de mí, de una parte de mí, aceptando cada pedazo de mi amor y pasión y devolviéndome mucho más.—Te quiero —dije con un gemido, apretando mi co***ño para estrujarle—. Te quiero tanto.



—Dios mío, Maite. —Se estremeció, corriéndose. Gimió dentro de mi boca, sus manos flexionadas contra mi cabeza, soplando su aliento con fuerza entre mis labios.

Sentí sus chorros dentro de mí, llenándome, y yo me estremecí con otro orgasmo, mientras el placer recorría mi cuerpo suavemente.



Movía sus manos sin parar, acariciándome la espalda de arriba abajo, sus besos con una perfecta mezcla entre amor y deseo. Sentí su gratitud y necesidad. Las reconocí porque yo sentía lo mismo.



Era un milagro haberlo encontrado, que pudiera hacerme sentir así, que pudiese amar a un hombre de una forma tan profunda, completa y sexual con todo el bagaje que arrastraba. Y que pudiese ofrecerle a cambio el mismo refugio.



Apoyé la mejilla en su pecho y escuché los fuertes latidos de su corazón, mientras su sudor se mezclaba con el mío.—Maite—exhaló con fuerza—. Esas respuestas que quieres que te dé... Necesito que tú me hagas las preguntas.



Me abracé a él durante un largo rato, esperando a que nuestros cuerpos se recuperaran y que mi propio pánico remitiera. Estábamos todo lo cerca que podíamos estar, pero no era suficiente para él. Tenía que tener más, en todos los sentidos. No iba a rendirse hasta que poseyera cada parte de mí e impregnara cada aspecto de mi vida.



Me aparté para mirarlo.—No voy a irme a ningún sitio, William. No tienes que exigirte más si no estás preparado.



—Lo estoy. —Me miró fijamente, resplandeciente de tanto poder y determinación—. Y necesito que tú estés preparada, porque no tardaré mucho tiempo en hacerte una pregunta, Maite. Y voy a necesitar que me des la respuesta adecuada.



—Es demasiado pronto —susurré con la garganta casi cerrada. Me incorporé un poco, tratando de conseguir cierta distancia, pero él me atrajo y me apretó contra él—. No sé si podré.



—Pero no vas a ir a ningún sitio —me recordó con la mandíbula apretada—. Y yo tampoco. ¿Por qué postergar lo inevitable?



—No es así como hay que verlo. Tenemos demasiados detonantes. Si no vamos con cuidado, uno de nosotros o los dos podría cerrarse, hacer daño al otro...



—Pregúntame, Maite—me ordenó.



—William...



—Ahora.



Frustrada por su obstinación, me sentí molesta por un momento y, después, decidí que cualquiera que fuera el motivo, sí había preguntas que necesitaban una respuesta, fuese la que fuese.—El doctor Lucas... ¿sabes por qué mintió a tu madre?



Movió la mandíbula al apretar los dientes y su mirada se volvió dura y fría.—Estaba protegiendo a su cuñado.



—¿Qué? —Me eché hacia atrás mientras la cabeza me daba vueltas—. ¿El hermano de Anne? ¿La mujer con la que estabas?



—Con la que follaba —me corrigió con tono severo—. En la familia de Anne todos se dedican al campo de la salud mental. Todos ellos, los muy cabro***nes. Ella es psiquiatra.

¿No lo descubriste en alguna de tus búsquedas en Google?



Asentí distraídamente, más preocupada por la vehemencia con la que pronunció la palabra psiquiatra, prácticamente escupiéndola. ¿Por eso no le habían prestado ayuda antes? ¿Y cuánto debía amarme como para hacer el esfuerzo de ver al doctor Petersen a pesar de su aversión?ón? —Al principio, no lo supe —continuó—. No entendía por qué Lucas había mentido. Es pediatra, por el amor de Dios. Se supone que tiene que cuidar a los niños.



—A la mier***da con eso. ¡Se supone que es humano! —La rabia me inundó, un deseo candente de encontrarme a Lucas para hacerle daño—. No me puedo creer que me mirara a los ojos como hizo para soltarme toda esa mier***da que me contó.



Culpando a William de todo... tratando de abrir una brecha entre nosotros dos... —Hasta que te conocí no empecé a comprenderlo —dijo apretando las manos alrededor de mi cintura—. Quiere a Anne. Quizá tanto como yo a ti. Lo suficiente como para hacer la vista gorda ante el hecho de que ella le engañara y encubrir al hermano de Anne para ocultarle a ella la verdad. O para evitarle la vergüenza.


—Ese hombre no debería practicar la medicina.



—Eso no te lo discuto.



—¿Y por qué tiene su consulta en uno de tus edificios?



—Compré el edificio porque tiene allí su consulta. Me ayuda a tenerlo vigilado y ver si hace bien las cosas... o no.



Hubo algo en su forma de decir «o no» que hizo que me preguntara si no tendría él algo que ver con la pérdida de beneficios de Lucas. Recordé cuando llevaron a Cary al hospital y los preparativos especiales que habían organizado para él y para mí por el hecho de que William era un generoso benefactor. ¿Hasta dónde podía llegar su influencia?



Si había alguna forma de colocar a Lucas en una situación de desventaja, estaba segura de que William la conocería. —¿Y el cuñado? —pregunté—. ¿Qué pasó con él?



William levantó el mentón y entrecerró los ojos. —El delito prescribió, pero me enfrenté a él y le dije que si alguna vez ejercía o le ponía una mano encima a otro niño, yo dedicaría unos fondos ilimitados a su procesamiento civil y criminal en nombre de sus víctimas. Poco después, se suicidó.



Dijo aquello último sin ninguna entonación, lo cual hizo que se me erizara el pelo de la nuca. Sentí un escalofrío repentino que procedía de mi interior.



Pasó sus manos arriba y abajo por mis brazos, tratando de darme calor, pero no me atrajo hacia él. —Hugh estaba casado. Tenía un hijo. Un niño. De pocos años.



—William. —Lo abracé, comprendiéndolo. Su padre también se había suicidado—. Lo que Hugh decidiera hacer no es culpa tuya. No eres responsable de las decisiones que él tomó.



—¿No? —preguntó con voz glacial.



—No. No lo eres. —Le abracé con todas mis fuerzas, deseando que mi amor entrara en su cuerpo rígido y tenso—. Y el niño... La muerte de su padre puede haber impedido que sufriera lo que sufriste tú. ¿Has pensado en eso?



Su pecho se elevaba y se hundía con fuerza.—Sí, lo he pensado. Pero él no sabe lo que era su padre. Sólo sabe que su padre se ha ido, porque ha querido, y lo ha dejado. Creerá que su padre no le quería lo suficiente como para quedarse.

Cariño. —Atraje su cabeza hacia mí para que la apoyara en mi pecho. No sabía qué decirle. No se me ocurría ninguna excusa para Geoffrey Cross y sabía que William estaba pensando en él y en el niño que él mismo había sido—. Tú no has hecho nada malo.

—Necesito que te quedes conmigo, Maite—susurró envolviéndome por fin con sus brazos—. Y tú te estás resistiendo. Eso me está volviendo loco.



Me balanceé suavemente, acunándolo.—Estoy siendo cautelosa porque eres muy importante para mí.



—Sé que no es justo que te pida que estés conmigo —dijo echando la cabeza hacia atrás—, cuando ni siquiera podemos dormir en la misma cama, pero te querré más de lo que ningún otro pueda hacerlo. Cuidaré de ti y te haré feliz. Sé que puedo hacerlo.



—Y lo haces. —Le retiré el pelo de la sien y sentí ganas de llorar cuando vi el anhelo que había en su rostro—. Quiero que me creas cuando digo que voy a seguir contigo.



—Tienes miedo.



—De ti no. —Suspiré tratando de reunir las palabras de modo que tuvieran sentido—. No puedo... no puedo ser simplemente una prolongación de ti.



—Maite. —Sus facciones se suavizaron—. No puedo dejar de ser quien soy y no quiero que tú lo hagas tampoco. Sólo quiero que seamos lo que somos... juntos.



Le besé. No sabía qué decir. Yo también quería que compartiéramos la misma vida, que estuviésemos juntos en todos los aspectos que nos fueran posibles. Pero también creía que ninguno de los dos estaba listo. —William. —Volví a besarle y dejé mis labios pegados a los suyos—. Tú y yo apenas somos lo suficientemente fuertes por nuestra cuenta. Estamos mejorando, pero aún no lo somos del todo. No se trata sólo de las pesadillas.



—Entonces, dime de qué se trata.



—Todo, no sé... A mí no me parece bien seguir viviendo en una casa que está pagando Stanton ahora que Nathan ya no es una amenaza. Y sobre todo, ahora que mis padres están teniendo una relación.



—¿Cómo dices? —preguntó sorprendido.



—Sí —le confirmé—. Un verdadero lío.



—Vente a vivir conmigo —dijo acariciándome la espalda para tranquilizarme.



—Así que... ¿me salto lo de vivir por mi cuenta? ¿Siempre me va a estar manteniendo otra persona?



—¡Joder! —Soltó un bufido de frustración—. ¿Te sentirías mejor si compartiéramos el alquiler?



—¡Ja! Como si yo pudiese permitirme tu lujoso ático. Ni siquiera la tercera parte.Y
desde luego, Cary no podría.



—Pues nos quedamos aquí o en el piso de al lado, si quieres, y compartimos los gastos. No me importa dónde sea, Maite.



Me quedé mirándolo, deseando que fuese verdad lo que me ofrecía, pero temiendo no tener en cuenta algún gran inconveniente que pudiera hacernos daño. —Has venido a mí nada más levantarte esta mañana —observó—. A ti tampoco te gusta estar lejos de mí. ¿Por qué seguir torturándonos? Compartir el mismo espacio sería el menor de nuestros problemas.



—No quiero estropear esto —respondí pasando los dedos por su pecho—. Necesito que lo nuestro funcione, William.



Me agarró la mano y la apretó contra su corazón.—Yo también necesito que lo nuestro funcione, cielo. Y quiero mañanas como ésta y noches como la de anoche mientras lo conseguimos.



—Nadie sabe que nos estamos viendo. ¿Cómo vamos a pasar de haber roto a vivir juntos?



—Empezamos hoy. Vas a llevar a Cary al lanzamiento del vídeo. Yo me presentaré ante vosotros con Ireland para saludar...



—Me ha llamado —le interrumpí—. Y me ha dicho que me acerque a ti. Quiere que volvamos a estar juntos.



—Es una chica lista. —Sonrió y sentí cierta emoción al pensar que quizá él se estaba abriendo a ella—. Así que uno de los dos se acercará al otro, charlará un poco y yo saludaré a Cary. Tú y yo no tendremos que disimular la atracción que hay entre los dos. Mañana te llevaré a comer. El Bryant Park Grill sería ideal. Lo haremos público.



Todo parecía maravilloso y fácil, pero...—¿Es seguro?



—Haber encontrado la pulsera de Nathan en el cadáver de un criminal abre la puerta de la duda razonable. Es lo único que necesitamos.



Nos miramos, compartiendo la misma sensación de esperanza, la emoción y la ilusión de un futuro que un día antes había parecido más incierto.



Me acarició la mejilla. —Has hecho una reserva en Tableau One para esta noche.



Asentí.—Sí, tuve que utilizar tu nombre para que me incluyeran en la lista, pero Brett me pidió que saliéramos a cenar y yo quería ir a algún sitio que estuviera relacionado contigo.



—Ireland y yo tenemos una reserva a la misma hora. Nos sentaremos con vosotros.



Me revolví incómoda, nerviosa al pensarlo, y William se tensó dentro de mí.—Ah...



—No te preocupes —murmuró, centrándose ahora en pensamientos más calenturientos—. Será divertido.



—Sí, claro.



Envolviendo mis caderas con sus brazos, William me levantó y se movió, dándose la vuelta y colocándome debajo de él. —Confía en mí.

Iba a responder, pero me calló con un beso y me folló hasta perder el sentido.



Me di una ducha y me vestí en casa de William, después salí corriendo por el pasillo hasta mi apartamento para recoger mi bolso y el macuto, tratando de que no pareciera que estaba entrando a hurtadillas. Era fácil arreglarse en el apartamento de William, pues había equipado el baño con todos mis artículos de aseo y cosmética habituales y había comprado suficiente ropa y mudas para mí como para no tener que coger nada de mi armario.



Era demasiado, pero así es como él actuaba.



Estaba enjuagando la taza que había utilizado para un café rápido cuando Trey entró en la cocina.



Sonrió tímidamente. Vestido con unos pantalones de chándal de Cary y con la camiseta de la noche anterior, parecía sentirse en casa.—Buenos días.



—Lo mismo digo. —Dejé la taza en el lavavajillas y lo miré—. Me alegro de que vinieras anoche a cenar.



—Yo también. Lo pasé muy bien.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:09 pm

—¿Café? —le pregunté.



—Sí, por favor. Tengo que arreglarme para ir a trabajar, pero me estoy haciendo el remolón.



—Yo he tenido días así. —Le preparé una taza y se la di.



Él la cogió y la levantó con un gesto de gratitud.—¿Puedo preguntarte una cosa?



—Dispara.



—¿A ti también te gusta Tatiana? ¿Te resulta raro tenernos a los dos por aquí?



Me encogí de hombros.—Si te soy sincera, la verdad es que no conozco a Tatiana. No sale con Cary y conmigo como lo haces tú.



—Ah.



mpecé a moverme hacia la puerta y le apreté el hombro al pasar por su lado.—Que tengas un buen día.



—Tú también.



Miré mi teléfono mientras iba en taxi al trabajo. Casi deseé haber ido andando, pues el taxista llevaba las ventanillas de delante bajadas y, al parecer, no le gustaba ponerse desodorante. Lo único que lo salvaba era que aquello era más rápido que caminar.



Había un mensaje de Brett que me había enviado sobre las seis de la mañana: «Ya aquí. Deseando vert sta noche».



Le respondí con un emoticono sonriente.



Megumi tenía buen aspecto cuando la vi en el trabajo, y eso también me puso contenta a mí, pero Will parecía triste. Mientras dejaba mi bolso en un cajón, se detuvo junto a mi cubículo y apoyó los brazos en el pequeño muro.—¿Qué te pasa? —le pregunté levantando la vista desde mi silla.



—Socorro. Necesito carbohidratos.



Me reí y negué con la cabeza. —Creo que es muy bonito que estés pasando por esta dieta por amor a tu chica. —No debería quejarme —contestó—. Ha perdido más de dos kilos, cosa que yo no creía que tuviera que hacer, por cierto. Y ahora tiene un aspecto estupendo y está llena de energía. Pero, Dios mío... yo me siento como una babosa. Mi cuerpo no está hecho para esto.



—¿Me estás pidiendo que salga contigo a comer?



—Por favor. —Juntó las manos como si estuviese rezando—. Tú eres una de las
pocas mujeres que conozco que disfruta de verdad de las comidas.



—También tengo un trasero que lo demuestra —respondí con remordimiento—. Pero sí, iré contigo.



—Eres la mejor, Maite. —Se fue caminando hacia atrás y chocó con Mark—. ¡Uy, lo siento!



Mark sonrió. —No pasa nada.



Will volvió a su mesa y Mark dirigió su sonrisa hacia mí.—El equipo de Drysdel viene a las nueve y media —le recordé.



—De acuerdo. Y tengo una idea que me gustaría comentar sobre la estrategia antes de que lleguen.



Cogí mi tableta y me puse de pie, pensando que sería una carrera contrarreloj.—Vives siempre al límite, jefe.



—Sólo así se puede vivir. Vamos.



El día pasó volando y durante todo el tiempo me esforcé al máximo, invadida por una inquieta energía. El hecho de haberme levantado tan temprano y haber comido después un plato de pasta rellena para almorzar no hizo que aminorara el ritmo.



Recogí a las cinco en punto y me cambié rápidamente en el baño, sustituyendo la falda y la blusa por un vestido azul claro. Me puse un par de sandalias de suela de cuña, me quité los pendientes de diamantes y me puse aros de plata y convertí la cola de caballo en un moño despeinado. A continuación, bajé al vestíbulo.



Mientras me dirigía a la puerta principal, vi a Cary hablando con Brett en la acera. Me detuve para así darme un minuto para asimilar el estar viendo aquella antigua llama.



El color natural del pelo rapado de Brett era rubio oscuro, pero se había teñido las Oops! de platino y aquello le daba un estupendo aspecto a su piel bronceada y a sus ojos de un bonito verde esmeralda. Sobre el escenario aparecía a veces sin camiseta, pero hoy iba vestido con pantalones militares negros y una camiseta de color rojo intenso, sus brazos cubiertos por unas mangas de tatuajes que se retorcían sobre sus músculos.



En ese momento, giró la cabeza para mirar al interior del vestíbulo y yo empecé a caminar de nuevo, sintiendo que el estómago se me agitaba un poco cuando me vio y su rostro atractivo y de facciones duras se suavizó con una sonrisa que revelaba un hoyuelo en la mejilla.



¡Dios, qué guapo estaba!



Sintiéndome un poco expuesta de más, saqué las gafas de sol y me las puse.



Entonces, respiré hondo mientras pasaba por las puertas giratorias y dirigí la mirada al Bentley que había aparcado justo detrás de la limusina de Brett.



Brett soltó un silbido.—Maldita sea, Maite. Cada vez que te veo estás más guapa.



Lancé una sonrisa tensa a Cary y el pulso se me aceleró frenéticamente.—Hola.



—Estás estupenda, nena —dijo cogiéndome de la mano.



Por el rabillo del ojo vi a Angus saliendo del Bentley. En ese momento de distracción no advertí que Brett alargaba una mano hacia mí. Una milésima de segundo después de notar sus manos en mi cintura, me di cuenta de que iba a besarme y giré ligeramente la cabeza a tiempo. Sus labios tocaron la comisura de mi boca. Di un traspiés y tropecé con Cary, que me agarró de los hombros.

Ruborizada por la vergüenza y confundida, miré a todas partes excepto a Brett.



Y me encontré mirando a los gélidos ojos azules de William.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:10 pm

16

Me quedé inmóvil justo al lado de las puertas giratorias del edificio Crossfire y William me miró con tal intensidad, que me sentí violenta.



«Perdona», dije en silencio moviendo los labios, sintiéndome fatal y sabiendo qué habría pensado yo si Corinne le hubiera tocado los labios aquel día.



—Hola —me saludó Brett, demasiado concentrado en mí como para prestar atención a la oscura figura que permanecía con los puños y la mandíbula apretados a pocos metros de distancia.



—Hola. —Podía sentir cómo William me miraba y me dolió no poder acercarme a él—. ¿Listos?



Sin esperar a los otros dos, abrí la puerta de la limusina y me metí dentro. Apenas me había acomodado en el asiento cuando saqué el teléfono de prepago del bolso para enviarle un mensaje rápido a William: «Te quiero».



Brett se sentó a mi lado en el asiento corrido y, a continuación, entró Cary. —Veo tu bonito careto por todas partes, tío —le dijo Brett a Cary.



—Sí. —Cary me lanzó una sonrisa torcida. Estaba guapísimo con sus vaqueros gastados y su camisa de diseño y con unas pulseras de cuero en las muñecas que combinaban con sus botas.



—¿Ha venido contigo el resto del grupo? —pregunté.



—Sí, están aquí todos. —Brett volvió a enseñar su hoyuelo—. Darrin se ha quedado dormido nada más llegar al hotel.



—No sé cómo puede pasar tantas horas tocando la batería. Sólo con verlo ya te agota.



—Cuando tienes el subidón de estar en el escenario, la energía no es ningún problema.



—¿Cómo está Eric? —preguntó Cary con algo más que simple interés, haciendo que me preguntara, y no era la primera vez, si él y el bajista del grupo habían tenido algo en algún momento. Por lo que yo sabía, Eric era hetero, pero había visto algunas señales que me hicieron pensar que podría haber experimentado un poco con mi mejor amigo.



—Eric está enfrentándose a ciertos problemas que surgieron durante la gira — respondió Brett—. Y Lance se ha enrollado con una chica a la que conoció cuando estuvimos Nueva York por última vez. Los verás a todos dentro de un rato.



—La vida de una estrella del rock —bromeé.Brett se encogió de hombros y sonrió.



Yo aparté la mirada, arrepentida de mi decisión de haber llevado a Cary. Porque tenerlo allí significaba que no podría decir lo que necesitaba decirle a Brett: que estaba enamorada de otra persona y que no había esperanzas para lo nuestro.



Una relación con Brett sería completamente distinta de la que tenía con William.



Habría pasado mucho tiempo sola mientras él estaba de gira. Pasaría todo lo que me apeteciera antes de asentarme. Vivir por mi cuenta y pasar tiempo con mis amigos y a solas.



Casi lo mejor de las dos cosas: tener un novio pero disfrutar de bastante independencia.



Pero aunque me preocupaba dar el salto de la vida de estudiante a un compromiso de por vida, no tenía dudas de que William era el hombre que quería. Simplemente no
estábamos sincronizados. Yo creía que no había motivos para correr, mientras que él pensaba que no los había para esperar.



—Hemos llegado —dijo Brett mirando por la ventanilla hacia la muchedumbre.



A pesar del calor húmedo de ese día, Times Square estaba tan abarrotado como siempre. Las escaleras de color rojo de Duffy Square estaban llenas de gente haciéndose fotografías y de peatones que taponaban las rebosantes aceras. Unos oficiales de policía salpicaban las esquinas vigilando que no hubiese problemas. Los artistas callejeros se gritaban unos a otros y los olores que emanaban de los carros de comida competían con el olor mucho menos delicioso de la calle.



Los enormes paneles electrónicos que cubrían los laterales de los edificios luchaban por llamar la atención, incluyendo uno de Cary con una modelo femenina que se abrazaba a él desde atrás. Había cámaras y operadores alrededor de una pantalla móvil de vídeo que estaba sujeta a una plataforma con ruedas colocada delante de una tribuna de asientos.



Brett salió el primero de la limusina y de inmediato fue bombardeado por los gritos excitados de sus ávidos admiradores, la mayoría chicas. Mostró su seductora sonrisa y saludó con la mano y, a continuación, me la tendió para ayudarme a salir. Mi recibimiento fue mucho menos cálido, sobre todo, después de que Brett colocara su brazo alrededor de mi cintura. Sin embargo, la aparición de Cary desató murmullos. Cuando se puso sus gafas de sol, obtuvo su propia tanda de gritos y silbidos de excitación.



Yo estaba abrumada ante aquella percepción sensorial, pero enseguida me centré y localicé a Christopher Vidal hijo, que hablaba con el presentador de un programa de cotilleos. El hermano de William llevaba atuendo de negocios, con camisa, corbata y pantalones azul marino. Su pelo caoba oscuro llamaba la atención incluso bajo la sombra del anochecer que proyectaban los altos edificios que nos rodeaban. Me saludó con la mano al verme, lo cual hizo que el presentador también me mirara. Yo le devolví el saludo.



El resto de los componentes de Six-Ninths estaba delante de las gradas firmando autógrafos, disfrutando claramente de tanta atención. Miré a Brett.—Ve a hacer tu trabajo.



—¿Sí? —Me miró con cautela, tratando de asegurarse de que no me molestaba que me dejara.



—Sí. —Hice un gesto con la mano para que se fuera—. Esto es por ti. Estaré aquí cuando empiece el espectáculo.



—Vale —sonrió—. No te vayas a ningún sitio.


Se fue. Cary y yo nos acercamos a la carpa que tenía el logotipo de Vidal Records. Protegida de la multitud por guardias de seguridad privada, constituía un diminuto oasis en medio de la locura de Times Square.—Bueno, nena. Lo tienes en tus manos. Había olvidado cómo sois los dos cuando estáis juntos.



—La forma verbal correcta sería «erais» —puntualicé.



—Ya no es como antes —continuó—. Está más... centrado.



—Me alegro por él. Sobre todo, teniendo en cuenta cómo es su vida ahora mismo.



Me examinó con la mirada.—¿No te interesa ni un poquito ver si aún sabe follarte hasta volverte loca?



Lo fulminé con la mirada.—La química es la química. Y estoy segura de que ha tenido muchas oportunidades de poner a punto sus ya fabulosas habilidades.



—Ponerlas a punto, ¡ja! Graciosa forma de decirlo. —Meneó las cejas mirándome—. Parece que lo tienes claro.



—Eso sí que es una fantasía.



—Vaya, mira quién está aquí —murmuró, haciendo que dirigiera mi atención a William, que se acercaba con Ireland a su lado—. Y viene directamente hacia nosotros. Si empieza una pelea por ti, yo miraré desde las gradas.



Le di un empujón.—Gracias.



Me sorprendió que William pareciera tan fresco con su traje cuando seguía haciendo tanto calor. Ireland estaba fantástica con una falda de cintura baja acampanada y una camiseta de tirantes con el vientre descubierto.—¡Maite! —exclamó corriendo hacia mí y dejando atrás a su hermano. Me dio un abrazo y, después, se retiró para mirarme—. ¡Impresionante! Tiene que estar tirándose de los pelos.



Miré detrás de ella hacia William, buscando en su rostro alguna señal de enfado por lo de Brett. Ireland se dio la vuelta y se abrazó también a Cary, a quien pilló de sorpresa. Mientras tanto, William vino directo hacia mí, me agarró suavemente de los brazos y me besó en las dos mejillas, al estilo francés.—Hola, Maite. —Su voz sonó con cierto tono áspero que hizo que los dedos de los pies se me encogieran—. Me alegro de verte.



Parpadeé sin tener que fingir mi sorpresa.—Eh... Hola, William.



—¿A que está guapísima? —preguntó Ireland sin hacer intento alguno de mostrarse sutil.



Los ojos de William se apartaron de mi cara. —Siempre lo está. Necesito hablar contigo un minuto, Maite.



—Claro. —Le lancé a Cary una mirada de «qué co***ño querrá» y dejé que William me llevara a un rincón de la carpa. Habíamos dado unos cuantos pasos cuando dije—: ¿Estás enfadado? Por favor, no lo estés.


—Por supuesto que lo estoy —dijo sin alterar la voz—. Pero no contigo ni con él.



—Vale. —No tenía ni idea de lo que aquello quería decir.



Se detuvo y me miró, pasándose la mano por su precioso pelo.—Esta situación es intolerable. Podía soportarla cuando no había otro remedio, pero ahora... —Me miró a la cara con furia—. Eres mía. Necesito que todo el mundo lo sepa.



—Le he dicho a Brett que estoy enamorada de ti. También a Cary. A mi padre. A Megumi. Nunca he mentido sobre lo que siento por ti.



—¡Maite! —Christopher se acercó y me atrajo hacia sí para darme un beso en la mejilla—. Me alegra mucho que Brett te haya traído. ¿Sabes? No tenía ni idea de que los dos habíais sido pareja.



Conseguí poner una sonrisa, consciente de la mirada de William.—Fue hace mucho tiempo.



—No tanto. —Sonrió abiertamente—. Estáis aquí, ¿no?



—Christopher —dijo William a modo de saludo.



—William. —La sonrisa de Christopher no vaciló, pero claramente se enfrió—. No tenías por qué venir. Ya me he encargado yo de todo.



Eran hermanastros, pero tenían muy poco en común físicamente. William era más alto, más corpulento e innegablemente oscuro, tanto en su tono de piel como en su conducta. Christopher era un hombre atractivo con una sonrisa seductora, pero no tenía el
sensual magnetismo de William.



—He venido por Maite —se explicó William sin cambiar el tono—, no por el evento.



—¿De verdad? —Christopher me miró—. Creía que tú y Brett estabais arreglando lo vuestro.



—Brett es un amigo —respondí.



—La vida personal de Maite no es asunto tuyo —dijo William.



—Tampoco debería ser asunto tuyo. —Christopher lo miró con tal hostilidad que me hizo sentir incómoda—. El hecho de que «Rubia» esté basada en una historia real y de que Brett y Maite hayan venido juntos es una buena estrategia de márketing para Vidal y para el grupo.



—La canción es el final de esa historia.



Christopher frunció el ceño y se metió la mano en el bolsillo para sacar su teléfono. Leyó la pantalla y miró a su hermano con seriedad—. Llama a Corinne, ¿vale? Se está volviendo loca tratando de localizarte. —He hablado con ella hace una hora —contestó William.



—Deja de mandarle señales confusas —replicó Christopher—. Si no quieres hablar con ella, no deberías haber ido a su casa anoche.



Yo me puse tensa y el pulso se me aceleró. Miré a William, vi que apretaba la mandíbula y recordé que yo había estado esperando un mensaje de respuesta suyo. Estaba en mi casa cuando yo llegué, pero no me dijo por qué no me había respondido. Y desde luego, no había dicho nada de que iría al apartamento de Corinne.



¿Y no me había dicho que no respondía a sus llamadas?



Me aparté con un nudo en el estómago. Me había sentido rara todo el día y tener que enfrentarme a la creciente aversión entre William y Christopher fue demasiado. —Disculpadme.



—Maite —dijo William con brusquedad.



—Me alegro de haberos visto a los dos —murmuré, interpretando mi papel antes de alejarme para ir con Cary, que estaba a pocos metros.



William me alcanzó tras dar tan sólo un par de pasos y me agarró por el codo. —Me llama al móvil y al trabajo a todas horas. Tenía que hablar con ella —me susurró al oído.



—Debiste decírmelo.



—Teníamos cosas más importantes de las que hablar.



Brett miró hacia nosotros. Estaba demasiado lejos como para que yo pudiera ver su expresión, pero su gesto parecía tenso. La gente, empujando para acercarse lo rodeaba, pero él tenía su atención puesta en mí en lugar de en ellos.



Maldita sea. Me había visto con William y eso iba a echar a perder lo que se suponía que iba a ser una experiencia maravillosa para él. Tal y como yo me había temido, aquella salida era un desastre.—William —dijo Christopher con voz firme desde atrás—. Aún no he terminado de hablar contigo.



William lo miró.—Estaré contigo en un minuto.



—Vas a hablar conmigo ahora.



—Vete, Christopher. —William miró a su hermano con tal frialdad que sentí un escalofrío a pesar del calor—. Antes de que montes una escena y desvíes la atención que deben tener los Six-Ninths.



Christopher se mostró furioso durante unos momentos y, después, pareció darse cuenta de que su hermano no estaba bromeando. Maldijo en voz baja y se dio la vuelta, encontrándose de bruces con Ireland. —Déjalos solos —dijo ella con las manos en la cintura—. Quiero que vuelvan a estar juntos.



—Tú no te metas.



—Lo que tú digas. —Lo miró arrugando la nariz—. Enséñame todo esto. Él se detuvo y entrecerró los ojos. Después, soltó un suspiro y la cogió del codo para alejarla de allí. Me di cuenta de que tenían una relación estrecha.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:11 pm

Me entristeció que William no tuviera ese tipo de vínculo con ellos.



William volvió a llamar mi atención al pasarme sus dedos por la mejilla, una suave caricia que expresaba mucho amor... y posesión. Nadie que nos estuviera mirando podría negarlo.—Dime que sabes que no ha pasado nada con Corinne.



Suspiré.—Sé que no hiciste nada con ella.



—Bien. Está fuera de sí. Nunca la había visto tan... Joder... No sé. Vulnerable. Irracional.



—¿Destrozada?



—Puede que sí. —Sus rasgos se suavizaron—. No era así cuando rompimos nuestro compromiso.



Me sentí mal por los dos. Las despedidas desagradables no eran plato de gusto para nadie.—En aquella ocasión se alejó ella. Esta vez eres tú. Siempre es más difícil cuando es a uno al que dejan.



—Estoy tratando de tranquilizarla, pero necesito que me prometas que no va a interponerse entre nosotros.



—No se lo permitiré. Y tú no vas a preocuparte por Brett.



Tardó unos segundos en responder.—Me preocuparé, pero sabré sobrellevarlo —dijo por fin.



Estuve segura de que no le fue fácil hacer aquella concesión.



Apretó los labios.—Tengo que ir a hablar con Christopher. ¿Estamos bien?



Asentí.—Yo estoy bien. ¿Tú?



—Siempre que Kline no te bese. —La advertencia sonó clara.



—Lo mismo digo.



—Si Brett me besa le doy un puñetazo.



Me reí.—Ya sabes a lo que me refiero.



Me cogió de la mano y acarició mi anillo con el dedo pulgar.—Crossfire.



El corazón se me partió en el mejor de los sentidos.—Yo también te quiero, campeón.



Brett se deshizo de sus admiradoras y se dirigió a la carpa con expresión triste.
—¿Te estás divirtiendo? —le pregunté esperando que mantuviera una actitud positiva.



—Quiere volver contigo —respondió cortante.



Yo no vacilé.—Sí.



—Si vas a darle una segunda oportunidad a él, también deberías dármela a mí.



—Brett...



—Sé que es difícil cuando tengo que estar viajando siempre...



—Y viviendo en San Diego —puntualicé.



—... pero puedo venir aquí con bastante frecuencia y tú siempre podrás venir a verme, conocer sitios nuevos. Además, la gira termina en noviembre. Puedo venir a pasar aquí las vacaciones. —Me miró con esos ojos verdes suyos y la atracción empezó a bullir entre los dos—. Tu padre sigue en el sur de California, así que tienes más de un motivo para ir.



—Tú serías motivo suficiente. Pero Brett... No sé qué decir. Estoy enamorada de él. Cruzó los brazos y, en ese momento, pareció exactamente aquel chico malo y deliciosamente peligroso que solía ser.



—No me importa. Lo tuyo con él no va a salir bien y yo estaré aquí, Maite.Me quedé mirándolo y me di cuenta de que sólo el paso del tiempo podría convencerle.



Brett dio un paso adelante y extendió la mano para pasarla por mi brazo. Se acercó curvando su cuerpo hacia el mío. Recordé otras ocasiones en las que estuvimos así, los momentos inmediatamente anteriores a que me empujara contra algo y me follara con fuerza. —Sólo hará falta una vez —murmuró en mi oído con su voz pecaminosa de siempre—. Una vez dentro de ti y recordarás lo que había entre los dos.



—Sí —torció la boca con pesar—. La verdad es que me gusta... mucho... pero es raro, porque sus padres no pueden saber que está saliendo conmigo.


Curvó su boca con una lenta sonrisa, mostrando aquel hoyuelo tan seductor.—Ya lo veremos.



—No puedo creerme que estén mucho más buenos en persona —dijo Ireland mirando hacia donde los chicos estaban haciendo la entrevista con el presentador de televisión antes del lanzamiento—. Tú también, Cary.



Él sonrió mostrando sus resplandecientes y blancos dientes.—Vaya, gracias, cariño.



—Y bien... —Me miró con aquellos ojos azules tan parecidos a los de William—. ¿Antes salías con Brett Kline?



—La verdad es que no. Para ser sincera, simplemente nos enrollábamos.



—¿Le querías?



Pensé la respuesta un momento.—Creo que quizá estuve a punto. Podría haberme enamorado de él en otras circunstancias. Es un chico estupendo.



Frunció los labios.—¿Y tú? —pregunté—. ¿Estás saliendo con alguien?



—Sí —torció la boca con pesar—. La verdad es que me gusta... mucho... pero es
raro, porque sus padres no pueden saber que está saliendo conmigo.



—¿Por qué no?



—Sus abuelos perdieron la mayor parte de su dinero por aquella estafa del padre de William.



Dirigí la mirada a Cary, que levantó las cejas por encima de sus gafas de sol. —Eso no es culpa tuya —dije, enfadada por ella.



—Rick dice que sus padres creen que es mucha «casualidad» que William sea ahora tan rico —murmuró.



—¿Mucha casualidad? ¿Creen que es mucha casualidad?



—Cielo.



Me giré al oír la voz de William, pues no me había dado cuenta de que estaba detrás de mí.—¿Qué?



Se quedó mirándome. Yo estaba tan enfadada que tardé un momento en notar la leve sonrisa que había en su cara.—No empieces —le dije entrecerrando los ojos a modo de aviso. Volví a dirigirme a Ireland—. Dile a los padres de Rick que echen un vistazo a la Fundación Crossroads.



—Si has acabado de estar ofendida por mí —dijo William acercándose tanto que rozó su cuerpo contra el mío—, quedan cinco minutos para que empiece el vídeo.



Busqué con la mirada a Brett, que había vuelto a reunirse con la multitud, y vi que me hacía señas con la mano.



Miré a Cary. —Ve —dijo moviendo el mentón—. Yo me quedo aquí con Ireland y Cross.



Fui hacia donde estaba el grupo y sonreí al ver lo nerviosos que estaban.—Qué gran momento, chicos —les dije.



—Bueno —dijo Darrin con una sonrisa—, todo este evento se ha organizado para que saliéramos en ese programa de televisión y en una transmisión simultánea por internet. Era la única forma de que Vidal Records consiguiera que nos dieran cobertura. Esperemos que sirva de algo porque, joder, aquí hace más calor que en el infierno.



El presentador anunció el estreno en exclusiva del vídeo y, a continuación, de la pantalla desapareció el logotipo del programa para dar comienzo al vídeo mientras empezaban a sonar los primeros acordes de la canción.



La pantalla negra se iluminó de repente, mostrando a Brett sentado en un taburete delante de un micrófono en medio de un haz de luz, tal y como lo había hecho en el concierto. Empezó a cantar con su voz profunda y áspera. Muy sensual. El efecto que su voz tuvo sobre mí fue poderoso e inmediato, como había sido siempre.



La cámara se fue retirando lentamente de Brett para mostrar una pista de baile delante del escenario donde él cantaba. Había gente bailando, pero estaban en blanco y negro mientras que una chica rubia y sola llamaba la atención por sus colores.



Me quedé helada por la sorpresa. La cámara tuvo cuidado de grabarla sólo por detrás y de perfil, pero no había duda de que aquella chica se suponía que era yo. Tenía mi altura, con el mismo color y corte de pelo que tenía yo antes de cortármelo hacía poco tiempo. Tenía mi trasero y mi cintura curvados y su perfil era lo suficientemente parecido al mío como para comprender de inmediato quién pretendía ser.



Los siguientes tres minutos de mi vida pasaron en un terrible aturdimiento. «Rubia» era una canción de enorme carga sexual y la actriz hacía todo lo que Brett contaba en la canción, arrodillándose ante un doble de Brett, enrollándose con él en los baños de un bar y sentándose a horcajadas encima de él en el asiento trasero de un Mustang del 67 como el que Brett tenía. Aquellos recuerdos tan íntimos se alternaban con tomas del verdadero Brett cantando en el escenario con el resto de los componentes del grupo. El hecho de que unos actores estuviesen interpretándonos me ayudó a llevarlo un poco mejor, pero con una mirada al rostro pétreo de William supe que eso a él no le importaba. Estaba viendo cómo volvía revivir una de las épocas más salvajes de mi vida y le estaba pareciendo muy real.



El vídeo terminó con una imagen de Brett con expresión conmovedora y atormentada mientras una sola lágrima le caía por la mejilla.



Me aparté para mirarlo.



Su sonrisa fue desapareciendo poco a poco cuando vio cuál era mi expresión.



No podía creerme que aquel vídeo fuera tan personal. Se me ponían los pelos de pun***ta al pensar que iban a verlo millones de personas. —¡Vaya! —exclamó el presentador acercándose a la banda micrófono en mano—. Brett, te has abierto de verdad con esto. ¿Ha sido esta canción lo que ha hecho que Maite y tú volváis a estar juntos?



—En cierto modo, sí.



—Y Maite, ¿te has interpretado a ti misma en el vídeo?Parpadeé, dándome cuenta de que me estaba proclamando como la verdadera Maite en un programa de televisión que se veía en todo el país.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:13 pm

—No. No soy yo. —Me lamí los labios secos—. Se trata de una canción increíble de un grupo igual de increíble.



—Y sobre una increíble historia de amor. —El presentador sonrió a la cámara y siguió hablando, pero yo dejé de hacerle caso y busqué a William con la mirada. No pude localizarle por ningún sitio.

El presentador habló con el grupo un poco más y yo me alejé para seguir buscando. Cary se acercó a mí acompañado de Ireland.—Menudo vídeo —dijo él arrastrando las palabras.



Lo miré con tristeza antes de dirigir mis ojos a Ireland.—¿Sabes dónde está tu hermano?



—Christopher está de cháchara. William se ha ido. —Hizo una mueca de disculpa—. Le ha pedido a Christopher que me lleve a casa.



—Maldita sea. —Metí la mano en el bolso para coger el móvil de prepago y escribí un mensaje rápido: «TQ. Dime q vendrás sta noche».



Esperé una respuesta. Como seguía sin obtenerla pasados unos minutos, me quedé con el móvil en la mano esperando a que vibrara.



Brett vino hasta donde yo estaba.—Ya hemos acabado aquí. ¿Quieres que nos larguemos?



—Claro. —Me giré hacia Ireland—. Voy a estar fuera de la ciudad los siguientes dos fines de semana, pero vamos a quedar después.



—Mantendré libre mi agenda —contestó abrazándome con fuerza.



Miré a Cary, le cogí la mano y se la apreté. —Gracias por venir.



—¿Estás de broma? Hacía mucho tiempo que no me entretenía tanto. —Él y Brett hicieron un complicado saludo con la mano—. Buen trabajo, tío. Soy un gran admirador vuestro.



—Gracias por venir. Nos vemos. Brett apoyó su mano en la parte inferior de mi espalda y nos fuimos.

17

William no apareció en el Tableau One.



En cierto modo, se lo agradecí, pues no quería que Brett pensara que había planeado aquella interrupción. Aparte de sus esperanzas a largo plazo sobre nuestra relación, Brett era alguien que había sido importante para mí en el pasado y yo deseaba que fuésemos amigos, si es que eso era posible.



Pero estaba preocupada imaginando lo que William podría estar pensando y sintiendo.



Picoteé mi cena, demasiado inquieta como para comer. Cuando Arnoldo Ricci se detuvo para saludar, muy elegante y apuesto con su bata blanca de chef, me sentí mal porque en mi plato siguiera habiendo tanta cantidad de una comida tan buena.



El famoso chef era amigo de William. Y William era socio capitalista del restaurante Tableau One. Si tenía alguna duda de cómo iría la cena con Brett, podría acudir a varias personas de su confianza para preguntarles.



Por supuesto, yo esperaba que William confiara en mí lo suficiente como para creerme, pero sabía que nuestra relación tenía ciertos problemas y nuestros celos mutuos eran uno de ellos. —Me alegro de verte, Maite —dijo Arnoldo con su encantador acento italiano. Me dio un beso en la mejilla y, a continuación, retiró una de las sillas vacías de nuestra mesa para sentarse.



Arnoldo le extendió la mano a Brett.—Bienvenido a Tableau One.



—Arnoldo es admirador de los Six-Ninths —le expliqué—. Vino al concierto con William y conmigo.



Brett retorció la boca con pesar mientras se estrechaban las manos.—Encantado de conocerte. ¿Viste los dos espectáculos?



Se refería a la pelea que había tenido con William. Arnoldo lo entendió. —Sí. Maite es muy importante para William.



—También lo es para mí —contestó Brett agarrando su jarra escarchada de cerveza Nastro Azzurro.



—Pues entonces, che vinca il migliore —dijo Arnoldo con una sonrisa—. Que gane el mejor.



—Eh. —Me eché en el respaldo de la silla—. Yo no soy ningún premio, como decía la canción.



Arnoldo me fulminó con la mirada. Claramente no estaba del todo de acuerdo conmigo. No le culpé. Él sabía que yo había besado a Brett y había visto el efecto que aquello tuvo sobre William. —¿Había algún problema con tu comida, Maite? —preguntó Arnoldo—. Si te hubiese gustado, habrías dejado el plato vacío.



—Pones raciones muy grandes —señaló Brett.



—Y Maite come mucho.



Brett me miró.—¿Sí?



Me encogí de hombros. ¿Se estaba dando cuenta de lo poco que sabíamos en realidad el uno del otro? —Es sólo uno de mis muchos defectos.



—Para mí no lo es —dijo Arnoldo—. ¿Cómo ha ido la presentación del vídeo?



—Creo que ha ido bien. —Brett estudió mi cara mientras respondía.



Asentí, pues no quería echar a perder lo que se suponía que era un momento feliz para el grupo. Lo hecho, hecho estaba. No podía juzgar las intenciones de Brett, sólo la forma en que las había puesto en práctica. —Van camino del megaestrellato.



—Y yo podré decir que os conocía desde antes de ser famosos —le dijo Arnoldo a Brett con una sonrisa—. Compré vuestro primer sencillo en iTunes cuando aún era el único que teníais.



—Gracias por tu apoyo, tío —contestó Brett—. No lo habríamos conseguido sin nuestros seguidores.



—No lo habríais conseguido si no hubieseis sido tan buenos. —Arnoldo me miró—. Vais a tomar postre, ¿no? Y más vino.



Mientras Arnoldo se echaba hacia atrás en su silla, me di cuenta de que tenía la intención de cumplir con el papel de carabina. Cuando miré a Brett, estuve segura por su irónica sonrisa de que él también lo había comprendido. —Bueno —empezó a decir Arnoldo—, cuéntame qué tal está Shawna, Maiter. Suspiré disimuladamente. Al menos, Arnoldo era un canguro divertido.



El chófer que había contratado Brett me dejó en mi apartamento poco después de las diez. Invité a Brett a que subiera porque no veía forma alguna de evitarlo sin ser maleducada. Miró el exterior del edificio con cierta sorpresa, lo mismo cuando vio al portero y al recepcionista. —Debes tener un trabajo estupendo —dijo mientras nos dirigíamos a los ascensores.



Un repiqueteo de tacones sobre el mármol nos siguió.—¡Maite!



Me encogí al oír la voz de Deanna. —Peligro, periodistas —susurré antes de darme la vuelta.



—¿Eso es malo? —preguntó él dándose la vuelta conmigo.



—Hola, Deanna —la saludé con una sonrisa forzada.



—Hola. —Sus ojos oscuros barrieron a Brett de la cabeza a los pies y, a continuación, le tendió la mano—. Brett Kline, ¿verdad? Deanna Johnson.



—Mucho gusto, Deanna —dijo poniendo en marcha su encanto.



—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunté mientras se estrechaban las manos.



—Siento interrumpir vuestra cita. No he sabido que volvíais a estar juntos hasta que os he visto hoy en el evento de Vidal Records. —Sonrió a Brett—. Entiendo que no ha pasado nada desde tu altercado con William Cross.



Brett la miró sorprendido.—Me he perdido.



—Me he enterado de que tú y Cross intercambiasteis unos cuantos puñetazos en una discusión.



—Por ahí hay alguien con mucha imaginación.



¿Había hablado William con él? ¿O la experiencia con los medios de comunicación le había enseñado a Brett las trampas que debía evitar?



Odiaba que Deanna hubiese estado ese día vigilándome. O, para ser más precisos, vigilando a William. Era con él con quien estaba obsesionada. Pero a mí era más fácil acceder.



La sonrisa con la que me respondió era de crispación.—Supongo que unas malas fuentes.



—Suele pasar —dijo él con tono tranquilo.



Deanna volvió a fijar su atención en mí. —He visto hoy a William contigo, Maite. Mi fotógrafo ha hecho algunas fotos estupendas de vosotros dos. He venido para pedirte una declaración, pero ahora veo con quién estás. ¿Quieres decir algo sobre el estado de tu relación con Brett?



Dirigió su pregunta a mí, pero Brett intervino con una gran sonrisa y luciendo su deslumbrante hoyuelo.—Creo que «Rubia» lo dice todo. Tenemos un pasado y somos amigos.



—Ése es un buen titular, gracias. —Deanna me miró. Yo le devolví la mirada—. Muy bien. No quiero molestaros. Muchas gracias por concederme vuestro tiempo.



—De nada. —Cogí a Brett de la mano y tiré de él—. Buenas noches.



Lo llevé rápidamente a los ascensores y no me tranquilicé hasta que se cerraron las puertas.—¿Puedo preguntar por qué hay una periodista tan interesada en saber con quién sales?



Le miré de reojo. Estaba apoyado en el pasamanos y se agarraba al metal a ambos lados de sus caderas. La pose era seductora y no había duda de que él era muy atractivo, pero mis pensamientos estaban con William. Estaba deseando estar con él para poder hablar.—Es una ex de William y está resentida.



—¿Y eso no hace que te salten las alarmas?



Negué con la cabeza.—No en el sentido en que probablemente estés pensando.



El ascensor llegó a mi planta y me dirigí hacia mi apartamento, odiando el hecho de tener que pasar por el de William para llegar al mío. ¿Había sentido él lo mismo cuando pasaba el tiempo con Corinne? ¿Una sensación de culpa y pena?



Abrí la puerta y lamenté que Cary no estuviese en el sofá. Ni siquiera parecía que mi compañero de piso estuviese en casa. Las luces estaban apagadas, lo cual era un claro indicativo de que había salido. Siempre dejaba las luces encendidas cuando estaba en casa.



Pulsé el interruptor y me di la vuelta a tiempo de ver la cara de Brett cuando las luces empotradas en el techo iluminaron la habitación. Siempre me sentía rara cuando la gente se daba cuenta por primera vez de que yo tenía dinero.



Me miró con el ceño fruncido.—Me estoy replanteando la profesión que he elegido.



—No pago esto con mi trabajo. Lo paga mi padrastro. Al menos, por ahora. —Fui a la cocina y dejé caer el bolso y el macuto en un taburete.
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