Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:14 pm


—¿Cross y tú os movéis por los mismos círculos?



—A veces.



—¿Soy demasiado diferente para ti?



Aquella pregunta me inquietó, aunque era perfectamente aceptable.—Yo no juzgo a la gente por su dinero, Brett. ¿Quieres tomar algo?



—No, estoy bien.



Señalé el sofá y nos acomodamos allí. —Entonces, no te ha gustado el vídeo —dijo echando el brazo por el respaldo del sofá.



—¡Yo no he dicho eso!



—No tenías por qué hacerlo. Te he visto la cara.



—Es que es muy... personal.



Sus ojos verdes se iluminaron lo suficiente como para hacer que me ruborizara. —No he olvidado una sola cosa de ti, Maite. El vídeo es una muestra de ello.



—Eso es porque no había mucho que recordar —puntualicé



—Crees que no lo sé, pero apuesto a que yo he visto partes de ti que Cross no ha visto ni verá nunca.



—También es verdad al revés.



—Puede —admitió, golpeteando silenciosamente los dedos sobre el cojín—. Se supone que tengo que coger un avión mañana al amanecer, pero tomaré otro vuelo más tarde. Ven conmigo. Tenemos conciertos en Seattle y San Francisco el fin de semana. Puedes estar de vuelta el domingo por la noche.

—No puedo. Tengo planes.



—El fin de semana siguiente estaremos en San Diego. Ven entonces. —Deslizó los dedos por mi brazo—. Será como en los viejos tiempos, pero con veinte mil personas más.



Parpadeé. ¿Cuáles eran las posibilidades de que estuviésemos en nuestra ciudad a la misma vez?—Tengo planeado estar en el sur de California esos días. Sólo Cary y yo.



—Pues nos vemos ese fin de semana y estamos juntos.



—Sólo nos vemos —le corregí poniéndome de pie cuando él lo hizo—. ¿Te vas?



Dio un paso adelante.—¿Me estás pidiendo que me quede?



—Brett...



—Vale. —Me dedicó una sonrisa triste y el corazón se me aceleró un poco—. Nos vemos dentro de dos fines de semana.



Fuimos juntos hacia la puerta.—Gracias por invitarme a acompañarte hoy —le dije sintiéndome extrañamente apenada porque se fuera tan pronto.



—Siento que no te haya gustado el vídeo.



—Sí que me gusta. —Le agarré la mano—. De verdad. Habéis hecho un trabajo estupendo. Sólo que se me hace raro verme desde fuera, ¿sabes?



—Sí. Lo comprendo. —Colocó la otra mano en mi mejilla y se inclinó para besarme.



Yo giré la cabeza y, en lugar de besarme, me acarició la mejilla con la pun***ta de la nariz de arriba abajo. El ligero olor de su colonia mezclado con el de su piel me confundió y me trajo acalorados recuerdos. La sensación de su cuerpo tan cerca del mío era desgarradoramente familiar.



Había estado locamente enamorada de él. Había deseado que él sintiera lo mismo por mí y, ahora que lo había conseguido, era una sensación agridulce.



Brett me agarró de los brazos y gimió suavemente y aquel sonido hizo que todo mi cuerpo vibrara.—Recuerdo lo que era estar contigo —susurró con voz profunda y áspera—. Por dentro. Estoy deseando volver a sentirte.



Yo respiraba muy rápido.—Gracias por la cena.



Curvó los labios sobre mi mejilla.—Llámame. Yo te llamaré de todos modos, pero me gustaría que tú me llamaras alguna vez. ¿De acuerdo?



Asentí y tuve que tragar saliva antes de contestar.—De acuerdo.



Se fue un momento después y fui corriendo a por mi bolso para coger el teléfono de prepago. No había señales de William. Ni una llamada perdida ni mensajes.



Cogí las llaves y salí de mi apartamento para ir corriendo al suyo, pero estaba oscuro y vacío. Nada más entrar supe que no estaba allí sin necesidad de mirar el cuenco de cristal de colores donde dejaba las cosas al vaciarse los bolsillos.



Sentí que algo iba muy mal y volví de nuevo a mi casa. Dejé las llaves en la barra y fui a mi habitación, dirigiéndome directamente al baño para darme una ducha.



La sensación de inquietud que tenía en el estómago no desapareció, ni siquiera cuando el agua hizo desaparecer por el desagüe la humedad y la suciedad del calor de la tarde. Me eché champú en la cabeza y pensé en aquel día, enfadándome más por momentos porque William se hubiese ido a hacer lo que fuera en lugar de estar en casa conmigo arreglando las cosas.



Y entonces, lo oí.



Enjuagándome el jabón de los ojos, me giré y lo encontré sacándose la corbata mientras entraba en la habitación. Parecía cansado y exhausto, lo cual me afectaba más de lo que lo había hecho la rabia.—Hola —lo saludé.



Me miró mientras se desnudaba con movimientos rápidos y metódicos. Gloriosamente desnudo, entró en la ducha, viniendo directamente hacia mí y abrazándome con fuerza. —Hola —dije otra vez devolviéndole el abrazo—. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado por lo del vídeo?



—Odio ese vídeo —contestó sin rodeos—. Debería haber impedido esa maldita presentación cuando supe que la canción hablaba de ti.



—Lo siento.



Se apartó y me miró. El vapor de la ducha le estaba humedeciendo el pelo poco a poco. Era infinitamente más atractivo que Brett. Y lo que sentía por mí... y lo que yo sentía a cambio por él... era infinitamente más profundo.—Corinne me llamó justo antes de que terminara el vídeo. Estaba... histérica. Fuera de control. Me preocupé y fui a verla.


Respiré hondo, sofocando un brote de celos. No tenía derecho a sentirme así, sobre todo, después del tiempo que había pasado con Brett. —¿Cómo ha ido?



Me echó la cabeza hacia atrás suavemente.—Cierra los ojos.



—Háblame,William.



—Lo haré. —Mientras me enjuagaba la espuma del pelo, dijo—: Creo que he averiguado dónde está el problema. Está tomando antidepresivos y no son los más adecuados para ella.



—Ah, vaya.



—Se suponía que le tenía que decir al médico cómo le sentaban, pero ni siquiera ella se había dado cuenta de que estaba actuando de un modo tan extraño. He necesitado horas de conversación con ella para que lo entendiera y, después, identificar los motivos.



Me incorporé y me sequé los ojos, tratando de contener la creciente irritación que me provocaba el hecho de que otra mujer monopolizara la atención de mi hombre. No podía descartar que ella se hubiese inventado un problema sólo para hacer que William pasara un tiempo con ella.



William cambió su posición con la mía esquivando el chorro de la ducha. El agua caía por su impresionante cuerpo, deslizándose maravillosamente por sus duras protuberancias y las ondulaciones de sus músculos. —¿Y ahora qué? —pregunté.



Se encogió de hombros con expresión seria.—Va a ir mañana a su médico para decirle que va a dejar esas pastillas y que le dé otras.



—¿Se supone que vas a estar con ella en esto? —me quejé.



Ella no es responsabilidad mía. —Me miró fijamente, diciéndome sin palabras que comprendía mi temor, mi preocupación y mi rabia. Tal y como había hecho siempre—. Se lo he dicho. Después, he llamado a Giroux y se lo he dicho también. Tiene que venir a cuidar de su mujer.



Cogió el champú, que estaba en un estante de cristal con el resto de sus productos de la ducha. Había traído sus cosas a mi casa casi en el mismo momento en que acepté salir con él, lo mismo que había llenado su casa de duplicados de mis productos diarios. —Pero la han provocado, Maite. Deanna ha ido a verla esta misma noche con fotos que nos ha hecho a ti y a mí en el lanzamiento del vídeo.



—Maravilloso —murmuré—. Eso explica por qué ha venido Deanna aquí para tenderme una emboscada.



—¿De verdad ha venido? —preguntó con tono peligroso, haciéndome sentir pena por Deanna... durante no más de medio segundo. Se estaba cavando ella sola una bonita tumba.



—Probablemente tenga fotografías tuyas apareciendo en casa de Corinne y quería que yo me cabreara. —Me crucé de brazos—. Te está siguiendo los pasos.



William echó la cabeza hacia atrás, poniéndola bajo el chorro para enjuagarse, flexionando los brazos mientras se pasaba los dedos por el pelo.



Era flagrante, sexual y hermosamente masculino.



Me lamí los labios, excitada al verlo a pesar de estar tan enfadada con sus exnovias. Acorté la distancia entre los dos y me eché un poco de su gel en la palma de la mano. A continuación, pasé las dos por su pecho.



Lanzó un gemido y me miró.—Me encanta sentir tus manos en mí.



—Menos mal, porque no puedo quitártelas de encima.



Me acarició la mejilla con ojos tiernos. Miró fijamente mi rostro, quizá calibrando si yo tenía o no la mirada de «fóllame». Yo creía que no la tenía. Lo deseaba, eso siempre, pero también quería disfrutar de estar con él sin más. Eso no resultaba fácil cuando me hacía perder la cabeza.—Necesitaba esto —dijo—. Estar contigo.



Parece que se nos viene encima una buena, ¿no? No podemos estar tranquilos. Si
no es por una cosa, es por otra. —Pasé mis dedos por los duros bultos de su abdomen. El deseo bullía entre los dos, y también aquella maravillosa sensación de estar cerca de alguien que era amado y necesario—. Pero estamos bien, ¿verdad?



Sus labios acariciaron mi frente. —Estamos aguantando bastante bien, diría yo. Pero estoy deseando irme contigo mañana. Salir un poco de aquí, lejos de todos, y tenerte toda entera para mí.



Me desperté cuando William salió de mi cama.



Parpadeé y oí que la televisión seguía encendida, aunque sin volumen. Me había quedado dormida acurrucada contra él, disfrutando de nuestro tiempo a solas tras tantas horas y días de estar obligados a permanecer separados.—¿Adónde vas? —susurré.



—A la cama. —Me acarició la mejilla—. Me estoy quedando dormido.



—No te vayas.



—No me pidas que me quede.



Solté un suspiro al comprender su temor.—Te quiero.



Inclinándose sobre mí, Gideon apretó sus labios contra los míos.—No olvides meter tu pasaporte en el bolso.



—No lo haré. ¿Estás seguro de que no debo llevar nada de equipaje?



—Nada. —Me volvió a besar, dejando sus labios sobre los míos.



Después, se fue.



El viernes llevé un ligero vestido cruzado al trabajo, algo que pudiera vestir tanto para trabajar como para un largo vuelo. No tenía ni idea de lo lejos que me llevaría William, pero sabía que estaría cómoda fuese donde fuese.



Cuando llegué al trabajo, vi a Megumi al teléfono, así que nos saludamos con la mano y me dirigí directamente a mi mesa. La señora Field se detuvo a mi lado justo cuando me acomodé en mi silla.



La presidenta ejecutiva de Waters Field & Leaman tenía un aspecto poderoso y confiado con su traje sastre de color gris claro.—Buenos días, Maite —dijo—. Dile a Mark que se pase por mi despacho cuando llegue.

Asentí, admirando su collar de perlas negras de tres vueltas.—Lo haré.



Cuando le pasé a Mark el recado cinco minutos después, éste negó con la cabeza. —Apuesto a que no hemos conseguido la cuenta de Adriana Vineyards.



—¿Tú crees?



—Odio esas malditas ofertas de presentaciones de propuestas. No buscan calidad ni experiencia. Sólo quieren a alguien que esté lo suficientemente hambriento como para prestarle sus servicios gratis.



Lo habíamos dejado todo para llegar a la fecha límite de la presentación de propuestas. Le habían encargado a Mark que la encabezara porque había hecho una labor impresionante con la cuenta del vodka Kingsman.—Peor para ellos —le dije.



—Lo sé, pero aun así... Quiero conseguirlas todas. Deséame suerte para que me equivoque.



Le hice un gesto con el pulgar señalando hacia arriba y se fue al despacho de Christine Field. El teléfono de mi mesa sonó cuando me estaba poniendo de pie para ir a por una taza de café de la sala de descanso.—Despacho de Mark Garrity —respondí—. Soy Maite Tramell.



—Maite, cariño.



Solté el aire sonoramente cuando oí la voz llorosa de mi madre.—Hola, mamá. ¿Cómo estás?



—¿Quieres que nos veamos? Podríamos comer juntas.



—Claro. ¿Hoy?



—Si puedes. —Respiró hondo y me pareció que era un sollozo—. La verdad es que necesito verte.



—Vale. —Sentí un nudo en el estómago por la preocupación. No me gustaba oír a mi madre tan mal—. ¿Quieres que nos veamos en algún sitio en especial?



—Clancy y yo iremos a por ti. Almuerzas a las doce, ¿verdad?



—Sí. Te veo en la acera.



—Bien. —Hizo una pausa—. Te quiero.



—Lo sé, mamá. Yo también te quiero.

Colgamos y me quedé mirando el teléfono.


¿Cómo le iba a ir a mi familia a partir de ahora?

Le envié a William un mensaje rápido para decirle que tendría que salir a comer.

Tenía que conseguir que la relación con mi madre volviera a encarrilarse.



Sabía que necesitaba más café para afrontar el día que me esperaba, así que fui a por él.



Dejé mi mesa a las doce en punto del mediodía y bajé al vestíbulo. A medida que pasaban las horas, me iba emocionando más por el hecho de irme de viaje con William.



Lejos de Corinne, de Deanna y de Brett.



Acababa de pasar por los torniquetes de seguridad cuando lo vi.



Jean-François Giroux estaba en el mostrador del guardia de seguridad con un aspecto claramente europeo y muy atractivo. Llevaba su pelo ondulado y oscuro, más largo de lo que lo había visto en fotos, la cara menos bronceada y la boca más seria, enmarcada por una perilla. El verde claro de sus ojos era aún más llamativo en persona, pese a estar enrojecidos por el cansancio. Por la maleta de mano que vi a sus pies, supuse que había venido directamente al Crossfire desde el aeropuerto.



—Mon Dieu. ¿Tan lentos son los ascensores de este edificio? —preguntó al guardia de seguridad con entrecortado acento francés—. Es imposible que se tarde veinte minutos en bajar desde lo alto



—El señor Cross viene de camino —respondió el guardia con firmeza sin abandonar su silla.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:17 pm

Como si hubiese notado mi mirada, la cabeza de Giroux giró en mi dirección y entrecerró los ojos. Se apartó del mostrador y se dirigió hacia mí.



El corte de su traje era más ajustado que el de William, más estrecho por la cintura y por las pantorrillas. La impresión que tuve de él fue de pulcritud y rigidez, un hombre que asumía el poder haciendo cumplir las normas.



—¿Maite Tramell? —me preguntó sorprendiéndome por haberme reconocido.



—Señor Giroux —dije al tiempo que le ofrecía mi mano.



La estrechó y me volvió a sorprender cuando se inclinó sobre mí y me besó en ambas mejillas. Besos superficiales y distraídos, pero eso no era lo importante. Incluso aunque fuese francés, se trataba de un gesto familiar procedente de alguien que era un completo desconocido para mí.



Cuando di un paso hacia atrás, lo miré con las cejas levantadas. —¿Tendría tiempo de hablar conmigo? —me preguntó agarrándome aún la mano.



—Me temo que hoy no. —Me solté suavemente. El anonimato se conseguía simplemente permaneciendo en un lugar enorme lleno de gente que iba de un sitio a otro, pero con Deanna acechando por ahí, tenía que ser muy cuidadosa con respecto a las personas con las que se me viera—. Tengo una cita para comer y, después, me voy fuera justo al salir de trabajar.



—¿Quizá mañana?



—Pasaré el fin de semana fuera de la ciudad. El lunes sería lo más pronto que podría.



—Fuera de la ciudad. ¿Con Cross?

Incliné la cabeza hacia un lado mientras lo examinaba, tratando de adivinar sus pensamientos.



—La verdad es que eso no es asunto suyo, pero sí.

Le dije la verdad para que supiera que William tenía una mujer en su vida que no era Corinne.



—¿No le molesta —empezó a decir con un tono notablemente más frío— que él haya utilizado a mi esposa para darle celos a usted y así conseguir que volviera con él?



—William quiere tener una amistad con Corinne. Los amigos pasan ratos juntos.



—Usted es rubia, pero seguro que no tan ingenua como para creerse eso.



—Está usted estresado —argumenté—, pero seguro que no lo suficiente como para darse cuenta de que se está comportando como un imbécil.



Me di cuenta de la presencia de William antes de notar su mano sobre mi brazo. —Discúlpese, Giroux —intervino con un tono suave y peligroso—. Y que sea una disculpa sincera.



Giroux le lanzó una mirada tan llena de rabia y odio que hizo que cambiara el peso de mi cuerpo de un pie a otro, inquieta.—Hacerme esperar es de poca educación, Cross. Incluso tratándose de usted.



—Si la ofensa hubiese sido intencionada, ya lo sabría. —William apretó los labios convirtiéndolos en una línea tan afilada como la hoja de un cuchillo—. Su disculpa, Giroux.



Nunca he sido otra cosa que educado y respetuoso con Corinne. Mostrará ante Maite la misma cortesía.



Para un observador ocasional, su pose era desinhibida y relajada, pero se notaba la furia que había en él. La noté en los dos hombres —uno de ellos caliente, el otro frío como el hielo—, mientras la tensión aumentaba por momentos. El espacio que nos rodeaba parecía ir menguando, lo cual era una locura si se tenían en cuenta las dimensiones del vestíbulo y la altitud a la que se alzaba el techo.



Temerosa de que llegaran a las manos allí mismo pese a tratarse de un lugar tan transitado, extendí la mano, cogí la de William y le di un ligero apretón.



Giroux bajó la mirada a nuestras manos entrelazadas y, a continuación, la levantó para mirarnos a los ojos.Usted no tiene la culpa de esto.



—No te hagas esperar más —me murmuró William rozando su dedo pulgar sobre mis nudillos.



Pero seguí allí, temerosa de marcharme. —Usted debería estar con su esposa —le dije a Giroux.



Me recordé a mí misma que no había ido tras ella cuando Corinne le dejó. Estaba muy ocupado culpando a William en lugar de arreglar su matrimonio. —Maite—me llamó mi madre, que había entrado a buscarme. Se acercó con sus Louboutin de piel y su esbelto cuerpo envuelto en un vestido de suave seda con la espalda al aire del mismo tono que los zapatos. En aquel vestíbulo de mármol oscuro, ella era un punto luminoso.



—Ponte en marcha, cielo —dijo William—. Deme un minuto, Giroux.



Vacilé antes de alejarme.—Adiós, monsieur Giroux.



—Señorita Tramell —contestó él apartando los ojos de William—. Hasta la próxima.



Me fui porque no tenía otra opción, pero no por gusto. William me acompañó hasta mi madre y yo le miré para que viera la preocupación en mi rostro.

Sus ojos me tranquilizaron. Percibí el mismo poder latente y control inflexible que adiviné la primera vez que nos vimos. Podría manejar a Giroux. Podía manejarlo todo. —Disfrutad de vuestra comida —dijo William besando la mejilla de mi madre antes de mirarme y darme un beso rápido y apretado en la boca.



Lo vi alejarse y me puso nerviosa la intensidad con la que los ojos de Giroux seguían su regreso.


Mi madre pasó su brazo entre el mío para atraer mi atención.—Hola —dije tratando de alejar mi inquietud. Esperé que me preguntara si ellos dos se iban a unir a nosotras, pues nada le gustaba más que pasar el tiempo con hombres ricos y atractivos, pero no lo hizo.



—¿Estáis tratando de arreglar las cosas William y tú? —me preguntó.



—Sí.



La miré de reojo antes de entrar delante de ella en las puertas giratorias. Parecía más frágil que nunca, con su pálida piel y sus ojos carentes del destello habitual. Esperé a que se uniera a mí en la calle, con mis sentidos tratando de acostumbrarse al cambio al salir del frío y cavernoso vestíbulo al calor sofocante y la explosión de ruido y actividad de la calle.



Sonreí a Clancy cuando éste abrió la puerta de atrás de la limusina.—Hola, Clancy.



Mientras mi madre se deslizaba elegantemente en la parte de atrás del coche, él me devolvió la sonrisa. Al menos, creo que se trataba de una sonrisa. Su boca se retorció un poco.—¿Cómo estás? —le pregunté.



Me brindó un enérgico asentimiento con la cabeza como respuesta.—¿Y usted?



—Resistiendo.



—Se pondrá bien —dijo justo mientras yo entraba al coche junto a mi madre. Parecía más seguro al respecto que yo.



Los primeros minutos del almuerzo estuvieron sumidos en un incómodo silencio.



La luz del sol inundaba el bistró New American que mi madre había elegido, lo cual hacía que la incomodidad entre las dos se hiciera más patente.



Esperé a que mi madre empezara, pues era ella la que quería hablar. Yo tenía muchas cosas que decir, pero primero necesitaba saber qué era lo prioritario para ella. ¿Era la pérdida de confianza en ella al haber puesto un dispositivo de rastreo en mi Rolex? ¿O el estar engañando a Stanton con mi padre?—Bonito reloj —dijo, mirando el mío nuevo.



—Gracias. —Lo cubrí con la mano para protegerlo. Aquel reloj era muy valioso para mí y profundamente personal—. Me lo ha regalado William.



Me miró horrorizada.—No le habrás hablado del rastreador, ¿verdad?



—Le cuento todo, mamá. No tenemos secretos.



—Puede que tú no. ¿Y él?



—Somos una pareja sólida —le dije con tono de seguridad—. Y cada día nos vamos haciendo más fuertes.



—Ah —asintió y sus cortos rizos se movieron suavemente—. Eso es... maravilloso, Maite. Él podrá cuidar bien de ti.



—Ya lo hace, de la forma que necesito que lo haga. Y no tiene nada que ver con su dinero.



Mi madre apretó los labios ante mi tono más frío. No llegó a fruncir el ceño, algo que evitaba a propósito para proteger la perfección de su piel.—No subestimes el dinero tan rápido, Maite. Nunca se sabe cuándo ni por qué motivo lo puedes necesitar.



El enfado me hirvió por dentro. Durante toda mi vida había visto cómo el dinero era para ella lo primero, sin importar a quién pudiera hacer daño en el proceso, como a mi padre. —No lo hago —alegué—. Simplemente no dejo que rija mi vida. Y antes de que me sueltes algo como que para mí es fácil decirlo, te aseguro que si William perdiera hasta el último céntimo que tiene, seguiría estando con él.



—Es demasiado inteligente como para perderlo todo —dijo con tono firme — Y si tienes suerte, nunca pasará nada que te deje sin recursos económicos.



Solté un suspiro, exasperada por el tema de la conversación. —Nunca vamos a ser del mismo parecer en esto, ¿sabes?



Sus dedos bien cuidados acariciaron el mango de su cubierto de plata.—Estás muy enfadada conmigo.



—¿Te das cuenta de que papá está enamorado de ti? Está tan enamorado que no puede pasar página. No creo que llegue a casarse nunca. No va a tener nunca a una mujer fija en su vida que cuide de él.



Tragó saliva y una lágrima se deslizó por su mejilla. —No te atrevas a llorar —le ordené inclinándome hacia delante—. Esto no va sobre ti. Tú no eres aquí la víctima.



—¿No se me permite sentir dolor? —repuso con una voz más dura de lo que nunca le había oído—. ¿No se me permite llorar por un corazón roto? Yo también quiero a tu padre. Daría lo que fuera porque fuese feliz.



—No le quieres lo suficiente.



—Todo lo que he hecho ha sido por amor. Todo. —Se rio sin ningún sentido del
humor—. Dios mío... Me pregunto cómo puedes soportar estar conmigo si tienes una opinión tan mala sobre mí.



—Eres mi madre y siempre has estado a mi lado. Siempre has tratado de protegerme, incluso al equivocarte. Os quiero a ti y a papá. Él es un hombre bueno que merece ser feliz.



Dio un sorbo a su agua con manos temblorosas.—Si no fuera por ti, desearía no haberle conocido nunca. Los dos habríamos sido más felices así. No hay nada que ya pueda hacer al respecto.



—Podrías estar con él. Hacerle feliz. Parece que eres la única mujer que puede hacerlo.



—Eso es imposible —susurró.



—¿Por qué? ¿Porque no es rico?



—Sí. —Se llevó la mano al cuello—. Porque no es rico.



Una sinceridad cruel. El corazón se me encogió. En sus ojos azules había una mirada sombría que nunca había visto antes. ¿Qué le hacía necesitar el dinero con tanta desesperación? ¿Lo sabría o lo comprendería alguna vez?—Pero tú eres rica. ¿No es eso suficiente?



A lo largo de sus tres divorcios, había amasado un patrimonio personal de varios millones de dólares. —No.



Me quedé mirándola, incrédula.



Ella apartó la mirada. Sus pendientes de diamantes de tres quilates atraparon la luz y resplandecieron con un arco iris de colores.—No lo entiendes.

—Entonces, explícamelo, mamá. Por favor.



Volvió a mirarme.—Puede que algún día. Cuando no estés enfadada conmigo.



Apoyándome en el respaldo de mi silla, sentí que me empezaba a dar un dolor de cabeza.—Bien. Estoy enfadada porque no lo entiendo y tú no me das explicaciones porque estoy enfadada. Así no vamos a llegar a ningún sitio.



—Lo siento, cariño. —Su expresión era de súplica—. Lo que ha ocurrido entre tu padre y yo...



—Victor. ¿Por qué no dices su nombre?



Se estremeció.—¿Cuánto tiempo vas a estar castigándome? —preguntó en voz baja.



—No estoy tratando de castigarte. Simplemente, no lo entiendo.



Era una locura que estuviésemos sentadas en un lugar luminoso y lleno de gente hablando de cosas personales y dolorosas. Deseé que en vez de allí, me hubiese llevado a su casa, la que compartía con Stanton. Pero supuse que había preferido la defensa de un lugar público para evitar que yo perdiera por completo los estribos.—Oye —dije sintiéndome cansada—. Cary y yo vamos a irnos del apartamento, buscarnos algo por nuestra cuenta.



Los hombros de mi madre se tensaron.—¿Qué? ¿Por qué? ¡No seas insensata, Maite! No es necesario...



—Pues sí que lo es. Nathan está muerto. Y William y yo queremos pasar más tiempo juntos.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:19 pm

—¿Qué tiene eso que ver con que te mudes? —Sus ojos se inundaron de lágrimas— . Lo siento, Maite. ¿Qué más puedo decir?



—No se trata de ti, mamá. —Me pasé el pelo por detrás de la oreja, moviéndome nerviosa porque sus lloros siempre podían conmigo—. Vale, la verdad es que se me hace incómodo vivir en un lugar que paga Stanton después de lo que ha pasado entre papá y tú.Pero más que eso, Gideon y yo queremos vivir juntos. Es lógico que queramos empezar en un sitio nuevo.



—¿Vivir juntos? —Las lágrimas de mi madre se secaron—. ¿Antes de casaros?



Maite, no. Eso sería un error terrible. ¿Qué pasa con Cary? Tú lo trajiste a Nueva York contigo.



—Y va a seguir conmigo. —No me atreví a decirle que aún no había compartido con Cary la idea de tener a William como compañero de piso, pero estaba segura de que le parecería bien. Yo estaría más tiempo en casa y el alquiler sería más fácil de afrontar al dividirlo entre tres—. Estaremos los tres.



—No se vive con un hombre como William Cross si no se está casada con él. —Se inclinó hacia delante—. Tienes que confiar en mí en esto. Espera a que haya un anillo.



—No tengo prisa por casarme —le dije pese a que con mi dedo pulgar me estaba acariciando la parte posterior de mi anillo.



—Ay, Dios mío. —Mi madre negaba con la cabeza—. ¿Qué estás diciendo? Lo quieres.



—Es demasiado pronto. Soy muy joven.



—Tienes veinticuatro años. Es la edad perfecta. —Su determinación hizo que mi madre pusiera la espalda recta. Por una vez, no me molestó, porque de esa forma recobró parte de su buen ánimo—. No voy a permitir que eches esto a perder, Maite.



—Mamá...



—No. —Sus ojos adquirieron un brillo calculador—. Confía en mí y no corras tanto. Yo me encargaré de esto.



Mier***da. No me tranquilizaba en absoluto que se pusiera del lado de William y no del mío en el asunto del matrimonio.

18

Seguía pensando en mi madre cuando salí del Crossfire a las cinco de la tarde. El Bentley me esperaba en la acera y, al acercarme a él, Angus salió y me sonrió.—Buenas tardes, Maite.



—Hola —respondí devolviéndole la sonrisa—. ¿Qué tal estás, Angus?



—Estupendamente. —Dio la vuelta por la parte posterior del coche y me abrió la puerta trasera.



Lo miré a la cara. ¿Cuánto sabía él de Nathan y William? ¿Sabía tanto como Clancy? ¿O aún más?



Entré en el frescor del asiento trasero, saqué mi teléfono y llamé a Cary. Saltó el buzón de voz, así que dejé un mensaje.



—Hola. Sólo quiero recordarte que me voy el fin de semana. ¿Me harías el favor de pensar en la idea de mudarnos a una casa con William? Podemos hablar de ello cuando vuelva. Una casa nueva que todos nos podamos permitir. No es que a él le preocupe eso — añadí imaginándome la expresión de Cary—. Bueno, si me necesitas y no me localizas en mi móvil, envíame un correo electrónico. Te quiero.



Acababa de pulsar el botón para colgar cuando se abrió la puerta y William entró conmigo. —Hola, campeón.



Me agarró por la parte posterior del cuello y me besó, sellando mi boca con la suya. Lamió mi lengua con la suya, saboreándome, haciendo que mis pensamientos se detuvieran. Estaba sin respiración cuando me soltó. —Hola, cielo —dijo con voz áspera.



—¡Vaya!



Sonrió.—¿Qué tal ha ido la comida con tu madre?



Lancé un gruñido. —¿Así de bien? —Me agarró de la mano—. Háblame de ello.



—No sé. Ha sido raro.



Angus ocupó el asiento del conductor y se incorporó al tráfico.—¿Raro? ¿O incómodo?



—Las dos cosas. —Miré por el cristal tintado de la ventana cuando redujimos la velocidad por el tráfico. Las aceras estaban llenas de gente, pero se movían rápidamente. Eran los coches los que estaban atascados—. Está obsesionada con el dinero. Eso no es nuevo. Estoy acostumbrada a verla actuar como si lo más lógico fuera querer tener una seguridad económica. Pero hoy parecía... triste. Resignada.

Acarició suavemente mis nudillos con su dedo pulgar.—Quizá se sienta culpable por sus engaños.



—¡Debería! Pero no creo que sea eso. Creo que se trata de algo más, pero no tengo ni idea de qué.



—¿Quieres que lo investigue?



Giré la cabeza para mirarlo a los ojos. No respondí de inmediato, pensándomelo.—Sí que quiero. Pero también me hace sentir mal. He investigado sobre ti, el doctor Lucas, Corinne... No dejo de hurgar en los secretos de la gente en lugar de limitarme a preguntarles directamente.



—Pues pregúntale —dijo con su tono masculino y realista.



—Lo he hecho. Dijo que hablaría de ello cuando yo deje de estar enfadada.



—Mujeres —se burló con expresión cálida y divertida en los ojos.



—¿Qué quería Giroux? ¿Sabías que iba a venir?



Negó con la cabeza.—Quiere culpar a alguien de los problemas de su matrimonio. Yo le vengo muy bien.



—¿Por qué no deja de buscar culpables y empieza a arreglar las cosas? Necesitan un consejero matrimonial.



—O un divorcio.



Yo me puse tensa.—¿Es eso lo que quieres?



—Lo que yo quiero es a ti —ronroneó, soltando mi mano para agarrar mi cuerpo y montarme en su regazo.



—Malo.



—No sabes cuánto. Tengo planes diabólicos para ti este fin de semana.

La mirada de excitación con la que me barrió hizo que mis pensamientos se desviaran en una dirección más traviesa. Empecé a bajarle la cabeza para besarlo cuando el Bentley giró y, de repente, se hizo la oscuridad. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que habíamos entrado a un garaje. Recorrimos dos plantas, nos detuvimos en una plaza de aparcamiento y, de inmediato, volvimos a arrancar.



Junto a otros cuatro todoterrenos Bentley.—¿Qué pasa? —pregunté mientras volvíamos a dirigirnos hacia la salida con dos Bentleys delante y otros dos detrás.



—El juego del despiste. —Acarició mi cuello con la nariz.



Volvimos a incorporarnos al tráfico tomando diferentes direcciones.—¿Nos están siguiendo?



—Sólo estoy siendo cauteloso. —Hundió suavemente sus dientes en mi piel, haciendo que los pezones se me endurecieran. Sosteniendo mi espalda con un brazo, acarició el lateral de mi pecho con el dedo pulgar—. Este fin de semana es para nosotros.



Había tomado mi boca con un beso largo y profundo cuando entramos en otro aparcamiento. Ocupamos una plaza del garaje y la puerta se abrió. Yo estaba tratando de saber qué estaba pasando cuando William echó las piernas a un lado y salió del Bentley conmigo agarrada fuertemente a sus brazos, entrando inmediatamente después en el asiento trasero de otro coche.



En menos de un minuto volvíamos a estar en la carretera, con el Bentley avanzando delante de nosotros y yéndose en la dirección opuesta.—Esto es de locos —dije—. Creía que íbamos a salir del país.



—Y lo vamos a hacer. Confía en mí.



—De acuerdo.

No tuvimos más paradas de camino al aeropuerto. Nos detuvimos en el asfalto tras un breve control de seguridad y yo subí por delante de William los pocos escalones que conducían al interior de su avión privado. La cabina era lujosa pero de discreta elegancia, con un sofá a la derecha y una mesa y sillas a la izquierda. El auxiliar de vuelo era un joven atractivo que llevaba pantalones de vestir negros y un chaleco que tenía bordado el logotipo de Industrias Cross y su nombre, Eric.



—Buenas tardes, señor Cross. Señorita Tramell —nos saludó Eric con una sonrisa—. ¿Desean beber algo mientras nos preparamos para el despegue?



—Jugo de arándanos con Kingsman para mí —dije.



—Lo mismo —respondió William sacándose la chaqueta y dándosela a Eric, que esperaba mientras William se quitaba también el chaleco y la corbata.



Yo observaba con admiración, soltando además un silbido.—Ya me está gustando este viaje.



—Cielo —dijo él negando con la cabeza y con ojos risueños.

Entró en el avión un señor con traje azul marino. Saludó a William cordialmente, me estrechó la mano cuando me presentaron y, a continuación, nos pidió los pasaportes. Se fue tan rápido como había venido y la puerta de la cabina se cerró. William y yo nos abrochamos los cinturones junto a la mesa con nuestras bebidas cuando el avión empezó a avanzar por la pista.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:20 pm

—¿Vas a decirme adónde vamos? —pregunté levantando mi copa para brindar.



Él chocó su vaso de cristal con el mío.—¿No quieres que sea una sorpresa?



—Depende de cuánto tiempo se tarde en llegar. Puedo volverme loca de la curiosidad antes de aterrizar.



—Espero que estés demasiado ocupada como para pensar en ello. —Sonrió—. Al fin y al cabo, esto es un medio de transporte.



—Ah. —Miré hacia atrás y vi el pequeño pasillo con puertas de la trasera del avión. Una sería del baño, otra de un despacho y la otra de un dormitorio. La expectación me invadió todo el cuerpo—. ¿Con cuánto tiempo contamos?



—Horas —contestó con un ronroneo.



Los dedos de los pies se me encogieron.—Vaya, campeón, la de cosas que voy a hacerte.



Negó con la cabeza.—Olvidas que éste es mi fin de semana y voy a hacer contigo lo que quiera. Ése era el trato.



—¿Durante nuestro viaje? No me parece muy justo.



—Eso ya lo dijiste.



—También entonces era cierto.



Su sonrisa se hizo más amplia y cogió su copa. —En cuanto el capitán nos dé permiso para levantarnos, quiero que vayas al dormitorio y te desnudes. Después, túmbate en la cama y espérame.



Arqueé una ceja.—Te encanta la idea de tenerme por ahí desnuda y esperando que me folles.



—Sí, así es. Recuerdo que lo contrario era una fantasía tuya.



—Ajá. —Di un sorbo disfrutando del modo en que el vodka caía frío y suave y, después, se calentaba en mi estómago.



El avión se estabilizó y el capitán hizo un breve anuncio dándonos libertad para movernos por la cabina.



William me lanzó una mirada que decía: «Bueno, vete ya».



Lo miré con los ojos entrecerrados, me levanté y me llevé la copa. Me tomé mi tiempo, provocándole. Y haciendo que yo misma me excitara más. Me gustaba estar a su merced. Tanto como me gustaba hacerle perder la cabeza por mí. No podía negar que su
control me ponía muy caliente. Yo sabía hasta dónde podía llegar ese control, lo cual hacía posible que pudiera confiar en él por completo. Creía que no había nada que no le permitiría hacerme.



Y aquélla era una convicción que se pondría a prueba antes de lo que pensaba, cuando entré en el dormitorio y vi las esposas de seda y piel roja que yacían elegantes sobre el edredón blanco.


Giré la cabeza hacia William y vi que se había ido. Su copa vacía seguía en la mesa, con los cubitos de hielo reluciendo como diamantes.



El corazón me empezó a latir con fuerza. Entré en la habitación y me bebí el resto de la copa. No podía soportar estar sujeta durante el sexo, a menos que me lo hiciera William. Sus manos o el peso de su cuerpo musculoso. Nunca habíamos ido más lejos de eso. No estaba segura de poder hacerlo.



Dejé el vaso vacío en la mesilla de noche y la mano me tembló ligeramente. No supe si se debía al miedo o a la excitación.



Sabía que William no me haría nunca daño. Se esforzaba mucho por asegurarse de que yo nunca pasara miedo. Pero ¿y si le decepcionaba? ¿Qué pasaría si no podía darle lo que necesitaba? Él ya había mencionado antes las prácticas de bondage y yo sabía que una de sus fantasías era tenerme completamente atada y abierta ante él, con el cuerpo tendido e indefenso para que él lo utilizara. Yo comprendía ese deseo, la necesidad de sentir la posesión total y absoluta. Yo sentía lo mismo por él.



Me desnudé. Mis movimientos eran lentos y cautelosos, porque el pulso ya se me había acelerado demasiado. Prácticamente, estaba jadeando de tanta expectación. Colgué la ropa en una percha del pequeño armario y, después, me subí con cuidado a la cama elevada. Tenía las esposas en las manos, dudando y dándole vueltas, cuando entró William.—No estás tumbada —dijo con voz suave tras cerrar la puerta con llave.



Le enseñé las esposas.—Hechas a medida, sólo para ti. —Se acercó y sus dedos ágiles ya estaban desabrochando los botones de su camisa—. El carmesí es tu color.



William se desnudó tan despacio como había hecho yo, dándome la oportunidad de apreciar cada centímetro de la piel que dejaba al aire. Sabía que la tensión de sus músculos bajo la dura seda de su piel bronceada actuaría como un afrodisíaco para mí. —¿Estoy preparada para esto? —pregunté en voz baja.



Fijó su mirada en mi rostro mientras se quitaba los pantalones. Cuando se puso de pie vestido únicamente con sus calzoncillos bóxer negros, formando su polla un grueso bulto por delante, respondió:—Nunca más de lo que puedas resistir, cielo. Te lo prometo.



Respiré hondo, me tumbé y dejé las esposas sobre mi vientre. Él se acercó a mí con el rostro tenso por el deseo. Se tumbó en la cama junto a mí y se llevó mi mano a la boca para besarme la muñeca.—Tienes el pulso acelerado.



Asentí sin saber qué decir.



Cogió las esposas y desabrochó hábilmente la tira de seda carmesí que unía las dos partes de piel de las muñecas.—Estar atada te ayuda a entregarte, pero no tiene por qué ser literal. Sólo lo suficiente para ponerte en situación.



El estómago se me revolvió cuando colocó la tira sobre él. Se puso una esposa sobre el muslo y sostuvo en el aire la otra.Dame tu muñeca, cielo.



Extendí la mano hacia él y la respiración se me aceleró cuando abrochó la gamuza ajustándola. La sensación de aquel tejido tan primitivo contra mi pulso alterado era sorprendentemente excitante.—No aprieta demasiado, ¿no? —preguntó.



—No.



—Debes sentir la opresión suficiente como para ser consciente de ella en todo momento, pero sin que te haga daño.



Tragué saliva.—No me hace daño.



—Bien. —Amarró mi otra muñeca de igual forma y, a continuación, se incorporó para admirar su obra—. Qué hermoso —murmuró—. Me recuerda al vestido rojo que llevabas la primera vez que te tuve. Eso fue para mí, ¿sabes? Me abrumaste. A partir de ahí no había vuelta atrás.



—William.—El miedo desapareció gracias a la calidez de su amor y su deseo. Yo era muy valiosa para él. Nunca me presionaría más de lo que yo pudiese soportar.



—Levanta la mano y agárrate a los lados de la almohada —ordenó.



Lo hice, y la presión en mis muñecas hizo que fuera aún más consciente de las esposas. Sentí que estaba atada. Presa.—¿Lo sientes? —me preguntó, y yo le comprendí.



Lo quise tanto en ese momento que me dolió.—Sí.



—Voy a pedirte que cierres los ojos —continuó, poniéndose de pie y quitándose la única prenda de ropa que le quedaba. Estaba muy excitado, su gruesa polla oscilaba arriba y abajo por su propio peso y su ancho capullo brillaba con el fluido preseminal. La boca se me hizo agua y todo mi cuerpo vibraba de deseo. Él estaba tan caliente por mí, tan hambriento y, sin embargo, ni su voz ni la calma que irradiaba hacían que se le notara.



Su absoluto control me excitaba. William era el mejor en todo para mí, un hombre que me deseaba ferozmente, lo cual era algo que yo necesitaba con urgencia para sentirme segura, pero con la suficiente serenidad como para evitar que me agobiara.—Quiero que mantengas los ojos cerrados, si puedes —continuó, su voz baja y tranquilizadora—. Pero si es demasiado para ti, ábrelos. Pero antes di la palabra de seguridad.


—Vale.

Cogió la correa de satén y la pasó ligeramente por mi piel. El frío metal del cierre que había en un extremo se enganchó a mi pezón e hizo que se arrugara.—Vamos a dejar una cosa clara, Maite. Tu palabra de seguridad no es para mí. Es para ti. Lo único que tienes que decirme es «no» o «para», pero lo mismo que llevar puestas las esposas hace que te sientas atada, decir la palabra de seguridad hará que te sientas tranquila. ¿Lo entiendes?



Asentí, y por momentos fui sintiéndome más cómoda y ansiosa.—Cierra los ojos.



Obedecí su orden. Casi al instante, fui plenamente consciente de la presión que sentía en las muñecas. La vibración y el zumbido sordo de los motores del avión se volvieron más pronunciados. Separé los labios. La respiración se me aceleró.



La correa se deslizó por encima del escote de mi otro pecho. —Eres muy hermosa, cielo. Perfecta. No tienes ni idea de lo que supone para mí
verte así.



—William —susurré amándolo con desesperación—. Dímelo.



Sus dedos extendidos me tocaron el cuello y, entonces, empezaron un lento descenso por mi torso.—El corazón me late tan rápido como el tuyo.



Arqueé el cuerpo y me estremecí bajo aquella caricia que era casi una cosquilla.—Bien.



La tengo tan dura que me duele.



—Yo estoy húmeda.



—Enséñamelo —dijo con voz áspera—. Abre las piernas. —Deslizó los dedos por mi co***ño—. Sí. Estás resbaladiza y caliente, cielo.



Mi sexo se cerró hambriento. Todo mi cuerpo reaccionaba a su caricia.—Ah, Maite. Tienes un co***ño muy glotón. Voy a pasar el resto de mi vida encargándome de que esté satisfecho.



—Deberías empezar ya.



Se rio suavemente.—Lo cierto es que vamos a empezar con tu boca. Necesito que me la chupes para poder follarte sin parar hasta que aterricemos.



—Oh, Dios mío —gemí—. Por favor, dime que no va a ser un vuelo de diez horas.



—Voy a tener que darte un azote por decir eso —ronroneó.



—¡Pero si soy una chica buena!



El colchón se hundió cuando subió a él. Sentí cómo se acercaba a mí hasta que se arrodilló junto a mi hombro.—Sé una buena chica ahora, Maite. Gírate hacia mí y abre la boca.



Ansiosa, obedecí. El capullo suave y sedoso de su polla me acarició los labios y yo los abrí más, reduciendo el impacto del placer que sentí al oír su gruñido atormentado. Introdujo los dedos en mi pelo y colocó la palma de la mano en mi nuca. Sujetándome en la posición donde quería tenerme.—Dios —jadeó—. Tu boca es igual de golosa.



La postura en la que yo estaba, boca arriba, con las manos sujetando la almohada, evitaba que pudiera abarcar más que su grueso capullo. Apreté los labios y moví la lengua sobre el sensible agujero de la pun***ta, emocionada por el placer de estar concentrada en William. Chupársela no era un acto desinteresado. De hecho, era más placentero para mí, de tanto que me gustaba.—Así —me animó, moviendo la cadera para follarme la boca—. Chúpame la polla así... Muy bien, cielo. Haces que se me ponga muy dura.



Inhalé su olor, sintiendo cómo mi cuerpo respondía ante aquello y reaccionaba instintivamente a su hombre. Con todos los sentidos invadidos por William, me entregué al placer mutuo.



Soñé que me estaba cayendo y me desperté con una sacudida.



El corazón se me aceleró ante la sorpresa y, a continuación, me di cuenta de que el avión había bajado de pronto. Turbulencias. Yo estaba bien. Y también William, que se había quedado dormido a mi lado. Aquello me hizo sonreír. Casi me desmayé cuando por fin hizo que tuviera un orgasmo tras haberme follado tan a fondo que estuve a punto de volverme loca por la necesidad de correrme. Era de justicia que él también estuviera
agotado.



Con un rápido vistazo al reloj supe que casi habían pasado tres horas. Supuse que habríamos dormido unos veinte minutos, quizá menos incluso. Estaba bastante segura de que me había estado follan***do durante cerca de dos horas. Aún podía sentir el eco de su gruesa polla deslizándose dentro y fuera de mí, acariciando y restregándose por todos mis puntos sensibles.



Salí de la cama con cuidado, sin querer despertarle, y fui más silenciosa cuando cerré la puerta corredera del baño que había en el dormitorio.



Cubierto de madera oscura y equipado con accesorios cromados, el baño era tan masculino como elegante. El retrete tenía apoyabrazos, lo que le daba el aspecto de un trono, y una ventana de cristal esmerilado permitía que entrara la luz del sol. Había una ducha con un grifo de mano que me pareció muy tentadora, pero seguía llevando las esposas carmesí. Así que, oriné, me lavé las manos y, entonces, vi una crema de manos en uno de los cajones.



Su fragancia era sutil, pero maravillosa. Mientras me la aplicaba, se me ocurrió una idea malvada. Cogí el tubo y me lo llevé al dormitorio.


La visión que me recibió cuando volví a entrar hizo que se me cortara la respiración.



William despatarrado en la enorme cama, haciéndola parecer más pequeña con su hermoso cuerpo dorado. Tenía un brazo sobre la cabeza y el otro sobre sus pectorales. Una de sus piernas estaba doblada y caía a un lado y la otra la tenía extendida y el pie le colgaba por el otro extremo del colchón. Su polla yacía pesadamente sobre sus abdominales inferiores y el capullo casi le llegaba al ombligo.



¡Dios, qué viril era! Increíblemente viril. Y fuerte. Todo su cuerpo era un modelo de fuerza y belleza físicas.



Y sin embargo, yo podía hacer que se pusiera de rodillas. Que se humillara ante mí.



Se despertó cuando subí a la cama y me miró parpadeando.—Hola —dijo con voz ronca—. Ven aquí.



—Te quiero —respondí bajando mi cuerpo hacia sus brazos extendidos. Su piel era como una seda cálida y me acurruqué junto a él.



—Maite. —Tomó mi boca con un dulce y hambriento beso—. Aún no he terminado contigo.



Tomando aire para infundirme valor, dejé el tubo de crema sobre su vientre.—Quiero estar dentro de ti, campeón.



Él bajó la mirada con el ceño fruncido y, después, se quedó inmóvil. Yo estaba lo suficientemente cerca como para notar que la respiración le cambiaba.—Eso no es lo que habíamos acordado —dijo con cautela.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:21 pm

—Creo que tenemos que revisar ese acuerdo y cambiarlo. Además, sigue siendo viernes, así que aún no estamos en fin de semana.



—Maite...

—Me excito sólo de pensarlo —susurré, pasando mis piernas por encima de su muslo y restregándome contra él, haciendo que sintiera que estaba húmeda. Los ásperos pelos frotándose sobre mi sexo sensible me hicieron gemir, al igual que la sensación de estar siendo descarada y traviesa—. Cuando me digas que pare lo haré. Pero déjame intentarlo.



Oí cómo apretaba los dientes.



Le besé. Apreté mi cuerpo contra el suyo. Cuando William me hacía experimentar alguna cosa nueva, me iba explicando los detalles. Pero con él, a veces, hablar no era lo
mejor. Algunas veces era mejor ayudarle a desconectar el cerebro.—Cielo...



Me coloqué encima de él y dejé la crema a un lado para que no pensara tanto en ella. Si iba a llevarle a un lugar nuevo, no quería que ninguno de los dos le diéramos demasiadas vueltas. Y si no salía de forma natural, no lo haría. Lo que compartíamos era demasiado valioso como para echarlo a perder.



Pasé mis manos por su pecho, tranquilizándolo, haciéndole sentir mi amor por él. Cómo lo adoraba. No había nada que no estuviera dispuesta a hacer por él, salvo dejarle.



Me rodeó con sus brazos, metió una mano entre mi pelo y colocó la otra en la parte inferior de mi espalda, apretándome más hacia él. Abrió la boca para mí, lamiéndome y saboreándome con la lengua. Yo me sumergí en su beso, inclinando la cabeza para llegar a él.



Su polla se endureció entre los dos, apretándose contra mi vientre. Arqueó la cadera hacia arriba, aumentando la presión entre los dos, y gimió dentro de mi boca.



Pasé mi boca por su mejilla y su cuello, lamiendo la sal de su piel antes de apretarla contra él. Chupé de manera rítmica, marcándole mis dientes. Con su mano en mi nuca, me apretó más a él, emitiendo roncos sonidos de placer que vibraban contra mis labios.



Me aparté y miré el chupetón rojo fuerte que le había dejado.—Mío —susurré.



—Tuyo —juró él con voz ronca y los ojos entrecerrados y excitados.



—Cada centímetro de tu cuerpo —fui bajando, buscando y provocando los círculos planos de sus pezones. Lamí por encima de aquellos diminutos puntos, después alrededor de ellos, con una caricia tan suave como una pluma hasta que me puse a mamarlos.



William siseó mientras mis mejillas se hundían al chupar, y dejó caer sus manos para agarrarse al edredón a cada lado de sus caderas.—Por dentro y por fuera —dije suavemente mientras cambiaba al otro pezón prodigándole la misma atención.



Mientras iba bajando por su cuerpo tirante, noté que su tensión aumentaba. Cuando con la lengua rodeé el borde del ombligo, dio una fuerte sacudida.—Chisss —le tranquilicé, frotando mi mejilla contra su vibrante polla.



Se había lavado tras nuestro anterior asalto y tenía un sabor delicioso a limpio. Los huevos le colgaban pesadamente entre las piernas, con la piel satinada por su aseo meticuloso. Me encantaba que estuviese tan suave como yo. Cuando estaba dentro de mí, la conexión era completa en todos los aspectos, y las sensaciones se acentuaban por el roce de la piel contra la piel.



Con mis manos en el interior de sus muslos, hice que se abriera más y me dejara espacio para colocarme cómodamente. A continuación, lamí la unión de sus tensos huevos.



William soltó un gruñido. Aquel sonido indómito y animal hizo que me recorriera una ola de recelo. Pero no me detuve. No podía. Lo deseaba demasiado.



Haciendo uso solamente de mi boca, le adoré, chupándole suavemente y acariciándole con la lengua. Después, levanté sus testículos con la yema de mis dedos pulgares para acceder a la piel sensible que había debajo. Las pelotas se le levantaron y la piel se le tensó apretándose contra su cuerpo. Mi lengua fue un poco más abajo, una incursión exploratoria hacia mi objetivo final.—Maite. Para —dijo jadeando—. No puedo. No.



Mi mente empezó a acelerarse mientras seguía tocándole, agarrándole la polla con la mano y acariciándola. Seguía estando muy atento, demasiado concentrado en lo que
vendría después y no en lo que estaba ocurriendo en ese momento.



Pero yo sabía cómo hacer que pensara en otra cosa.—¿Por qué no lo hacemos juntos, campeón? —Me moví para darme la vuelta, montándome a horcajadas sobre él pero mirándole los pies.



Sus manos se aferraron a mis caderas antes de que yo recobrara por completo el equilibrio y tiró de mi sexo hacia su expectante boca. Di un grito de sorpresa cuando me cogió el clítoris, chupándolo con ansia. Hinchado y sensible por el polvo de antes, apenas pude soportar la repentina ola de placer. Él se mostró salvaje y voraz y su pasión se dejó llevar por su frustración y su miedo.



Envolviendo su polla con mis labios, le devolví lo que él me estaba dando.



Chupé con fuerza la pun***ta de su erección y su gruñido vibró contra mi clítoris y casi hizo que me corriera. Me apretó contra él, clavando sus dedos sobre mis caderas con una fuerza agresiva.



Me encantaba. Se estaba deshaciendo y, mientras a él le daba miedo lo que eso implicaba, yo estaba entusiasmada. No se fiaba de sí mismo cuando estaba conmigo, pero yo sí confiaba en él. Era un nivel de confianza por el que nos habíamos esforzado mucho, por el que habíamos derramado lágrimas y sangre y para mí tenía más valor que cualquier otra cosa de mi vida.



Le apreté la polla y la bombeé, dando lengüetazos a las descargas de fluido preseminal que derramaba. Me acababa de dar cuenta de que él estaba temblando cuando nos giró poniéndonos de lado, colocándonos de perfil en lugar de uno encima del otro.



Me comía con fuerza y rápido, introduciendo la lengua en mi sexo y volviéndome loca con sus fuertes embestidas. Le acaricié el ano con la pun***ta de mi dedo, deslizando mi boca con frenesí arriba y abajo por su polla. Se estremeció y el sonido grave que dejó escapar me hizo sentir escalofríos por toda mi piel sudorosa.



Las caderas se me movían solas, apretando mi resbaladizo sexo contra su boca que no dejaba de funcionar. Yo gemía sin control y el co***ño me vibraba con diminutos temblores de placer. Me estaba follan***do tan bien con su lengua... volviéndome loca.



Y entonces, su dedo empezó a imitar al mío, restregándolo sobre mi abertura trasera. Con mi mano libre busqué a tientas la crema.



William me puso el tubo en la mano, una valiosa señal de su consentimiento.



Apenas le había quitado el tapón cuando él me metió el dedo. Al arquear yo la espalda, su polla se salió de mi boca y pronuncié su nombre entre jadeos mientras mi cuerpo encajaba el impacto de su inesperada entrada. Se había lubricado los dedos antes de pasarme el tubo.



Por un momento, me sentí inundada por él. Estaba en todas partes, a mi alrededor, dentro de mí, pegado a mí. Y no fue suave. Con el dedo que tenía en mi cu***lo, se sumergía y se salía, follándome, con una contundencia aún teñida de una pizca de rabia. Yo le estaba llevando adonde no quería ir y él me estaba castigando con un placer que llegó demasiado rápido como para saber manejarlo.



Yo fui más suave con él. Abrí la boca y le chupé la polla. Dejé que la crema se calentara en mis dedos antes de restregarla contra él. Y esperé a que él se abriera para mí, como una flor, antes de entrar con un solo dedo.



El sonido que salió de dentro de él en ese momento no se parecía a nada que hubiese oído antes. Fue el grito de un animal herido, pero lleno de un dolor que le llegaba hasta el alma. Se quedó inmóvil junto a mí, respirando con fuerza sobre mi sexo, con su dedo enterrado bien hondo y su cuerpo duro temblando.



—Ahora estoy dentro de ti, cariño —dije en voz baja separando mi boca de él—. Lo estás haciendo muy bien. Voy a hacer que te sientas mejor.



Soltó un gemido cuando me metí un poco más adentro, deslizando la pun***ta de mi dedo por su próstata.—¡Maite!



La polla se le hinchó aún más, volviéndose roja mientras sus gruesas venas resaltaban por toda su largura, pre-eyaculando sobre su vientre. Su polla estaba tan dura como una piedra y se curvó hacia arriba hasta justo por encima del ombligo. Nunca lo había visto tan excitado y eso me puso muy caliente.—Ya te tengo. —Le acaricié suavemente por dentro mientras mi lengua lo lamía a lo largo de toda su embravecida polla empalmada—. Te quiero mucho, William. Me encanta tocarte así... verte así.



—Ah, Dios. —Se sacudía con fuerza—. Fóllame, cielo. Ahora —espetó mientras yo volvía a frotarle con mi dedo—. ¡Fuerte!



Me tragué su erección y le di lo que me pedía, masajeándole por dentro ese punto que le hacía maldecir y retorcerse mientras su cuerpo se enfrentaba al bombardeo de aquella sensación. Sus manos me soltaron y todo su cuerpo se arqueó, pero yo seguí sujetándolo con mis labios y mis manos, obligándole a seguir.—Dios mío —dijo entre sollozos, tirando del edredón apretado entre sus puños. Y aquel sonido desgarrador reverberó en aquel espacio cerrado—. Para. Maite. No sigas. ¡Maldita sea!



Le apreté por dentro al mismo tiempo que chupaba fuerte por fuera y se corrió con tal violencia que me atraganté con el chorro caliente. Se vació entre mis labios mientras me retiraba, sobre su vientre y mis pechos, con un torrente a borbotones que hacía que costara creer que se había corrido ya dos veces en dos horas. Pude sentir las contracciones sobre mi dedo, las fuertes palpitaciones que propulsaban el semen de su polla.



Hasta que su cuerpo se quedó quieto, no me separé y me di la vuelta temblorosa para agarrarlo entre mis brazos. Éramos un revuelto sudoroso y pegajoso y me encantó saber que no importaba.



William enterró su rostro húmedo entre mis pechos y lloró.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:22 pm

19

El lugar que había elegido William era el paraíso. Su piloto nos llevó por encima de las Islas Windward, volando bajo sobre las increíblemente hermosas aguas del tranquilo Caribe hasta un aeropuerto privado que no estaba lejos de nuestro último destino, el complejo hotelero Crosswinds.



Los dos seguíamos bastante alterados cuando el avión aterrizó. Al fin y al cabo, William había tenido el orgasmo de su vida. Nos sellaron los pasaportes con el pelo aún húmedo y nuestras manos entrelazadas fuertemente. Apenas hablamos, ni entre nosotros ni con nadie más. Creo que los dos estábamos demasiado sensibles.



Entramos los dos en una limusina que nos esperaba y William se sirvió una bebida fría. Su rostro no revelaba nada, en guardia e impenetrable. Yo negué con la cabeza cuando levantó el decantador de cristal con una pregunta silenciosa. Se acomodó en el asiento a mi lado y echó el brazo sobre mis hombros.



Yo me acurruqué contra él y eché mis piernas sobre su regazo.—¿Estamos bien?



—Sí —dijo tras darme un beso fuerte en la frente.



—Te quiero.



Lo sé. —Se bebió su copa y dejó el recipiente vacío en un posavasos.

No dijimos nada más durante el largo camino desde el aeropuerto hasta el hotel. Había oscurecido cuando llegamos, pero el vestíbulo al aire libre estaba muy iluminado. Enmarcado por exuberantes plantas y decorado con maderas oscuras y azulejos de cerámica de colores, la recepción daba la bienvenida a los huéspedes con un estilo fresco pero elegante.



El director del hotel nos esperaba en la entrada circular cuando nuestro coche se detuvo. Su aspecto era inmaculado y su sonrisa amplia. Estaba claramente emocionado por alojar a William y el doble de excitado al ver que William sabía su nombre. Claude.



Claude hablaba de forma animada mientras le seguíamos con nuestras manos firmemente enlazadas. Nadie podía decir al mirar a William lo íntimos y expuestos que nos habíamos mostrado el uno con el otro tan sólo una hora antes. Mientras mi pelo se había secado y me había dejado unas greñas revueltas, el suyo parecía tan bonito y atractivo como siempre. Llevaba el traje bien planchado y le quedaba perfecto, mientras que el mío estaba un poco estropeado tras un día tan largo. Mi maquillaje había desaparecido en la ducha, dejándome pálida y con restos de manchas oscuras.



Pero el dominio de william con respecto a mí quedaba claro por el modo en que me agarraba y me conducía al interior de nuestra suite, llevándome delante de él y apoyando la mano en la parte inferior de mi espalda. Me hacía sentir segura y aceptada, pese a que él fuera con su atuendo de trabajo y yo no estaba con mi mejor aspecto, lo cual iba en detrimento de él.



Le quise por ello.



Yo sólo deseaba que no estuviese tan callado. Eso me preocupaba. Y me hacía dudar por completo de mi decisión de haberle forzado pese a que él me había dicho que parara más de una vez. ¿Qué demonios sabía yo sobre qué era lo que él necesitaba superar?



Mientras el director seguía hablando con William, yo me movía despacio por aquella
enorme sala de estar, con su amplia terraza con sofás blancos desperdigados por suelos de bambú. El dormitorio principal era igual de impresionante, con una enorme cama cubierta por una red antimosquitos y con otra terraza que conducía directamente a una piscina privada con efecto infinito que hacía parecer que formaba parte del reluciente océano que había más allá.



Soplaba una cálida brisa que me besaba la cara y me revolvía el pelo. La luna creciente dejaba una estela de luz sobre el mar y los lejanos sonidos de risas y música reggae me hicieron sentir aislada de un modo que no era del todo placentero.



Nada iba bien cuando William estaba mal. —¿Te gusta? —preguntó en voz baja.



Me di la vuelta para mirarle y oí cómo se cerraba la puerta en la otra habitación.—Es fantástico.



Asintió secamente.—He pedido que traigan la cena. Tilapia con arroz, un poco de fruta fresca y queso.



—Genial. Estoy muerta de hambre.



—Hay ropa para ti en el armario y en los cajones. También encontrarás biquinis, pero la piscina y la playa son privadas, así que no los necesitas si no quieres. Si te falta algo, dímelo y lo traeremos.



Me quedé mirándolo, consciente de los metros que nos separaban. Sus ojos relucían bajo la suave luz que emitía la tenue iluminación de las embarcaciones y las lámparas de las mesillas de noche. Se mostraba inquieto y distante y yo sentí cómo las lágrimas se iban acumulando en mi garganta.—William... —Extendí la mano hacia él—. ¿He cometido un error? ¿He hecho que se rompa algo entre nosotros?



—Cielo. —Soltó un suspiro. Se acercó lo suficiente como para cogerme la mano y llevársela a los labios. Al acercarse, pude ver cómo dirigía los ojos hacia otro lado, como si le costara mirarme. Sentí nauseas en mi vientre—. Crossfire.



Pronunció aquella única palabra tan bajo que casi creí que me la había imaginado. Después, me atrajo hacia sus brazos y me besó dulcemente.—Campeón. —Me puse de puntillas, le coloqué la mano en la nuca y le devolví el beso con todas mis ganas.



Él se apartó rápidamente.—Vamos a cambiarnos para la cena antes de que la traigan. Estoy deseando quitarme algo de ropa.



Di un paso atrás a regañadientes, admitiendo que debía tener calor con el traje, pero notando todavía que algo no iba bien. Aquella sensación empeoró cuando William salió de la habitación para cambiarse y yo me di cuenta de que no íbamos a compartir el mismo dormitorio.



Me quité los zapatos de una patada en el vestidor, que estaba lleno de demasiada ropa para un viaje de fin de semana. La mayoría era blanca. A William le gustaba que me vistiera de blanco. Yo imaginaba que era porque pensaba en mí como su ángel, su cielo.



¿Seguía pensando lo mismo ahora? ¿O era el diablo? ¿Una put***a egoísta que le hacía enfrentarse a demonios que preferiría olvidar?



Me puse un sencillo vestido negro de tirantes y ajustado, que iba bien con aquel estado de ánimo fúnebre. Sentía que algo se había muerto entre nosotros dos.



William y yo habíamos tropezado muchas veces con anterioridad, pero nunca había sentido este nivel de lejanía en él. Este desasosiego e inquietud.



Lo había sentido con otros hombres, cuando se disponían a decirme que no querían seguir viéndome.



La cena llegó y yo estaba pulcramente vestida en la mesa de la terraza que daba a la playa solitaria. Vi una carpa blanca en la arena y recordé el sueño que había tenido William en el que estábamos en una tumbona para dos junto al agua haciendo el amor.



Sentí un dolor en el corazón.



Me bebí dos copas de vino blanco afrutado y realicé mecánicamente los movimientos de la comida pese a que había perdido el apetito. William estaba sentado en frente de mí, vestido nada más que con unos pantalones blancos de lino de cordón ajustable, lo cual lo empeoraba todo. Estaba tan guapo, tan increíblemente atractivo, que era imposible no mirarlo. Pero se encontraba a kilómetros de distancia de mí. Una presencia silenciosa y poderosa que me hacía desearle con cada centímetro de mi cuerpo.



El abismo emocional que nos separaba iba creciendo. Yo no podía cruzarlo.

Aparté mi plato cuando lo vacié y me di cuenta de que William apenas había comido nada. Simplemente había removido la comida y me había ayudado a vaciar la botella de vino.—Lo siento —le dije tras respirar hondo—. Debería... No quería... —Tragué saliva—. Lo siento, cariño —susurré.



Me retiré de la mesa con un fuerte chirrido de las patas de la silla sobre las baldosas y salí rápidamente de la terraza.—¡Maite! Espera.



Mis pies golpearon la cálida arena y corrí hacia el mar, me quité el vestido y entré en el agua, que estaba tan caliente como la de una bañera. Durante varios metros era poco profunda y, a continuación, caía de repente, hundiéndome por debajo de la cabeza. Doblé las rodillas y me sumergí, agradecida de estar oculta mientras lloraba.



La falta de gravedad calmó mi corazón apesadumbrado. El pelo ondeaba a mi alrededor y sentí el suave roce de los peces que pasaban junto a aquella invasora de su silencioso y tranquilo mundo.


Sentí una sacudida de vuelta a la realidad haciéndome escupir y removerme.—Cielo —gimió William. Tomó mi boca y me besó con fuerza y con furia mientras salía del agua hacia la playa. Me llevó a la carpa y me dejó sobre la tumbona, cubriéndome con su cuerpo antes de que yo recuperara del todo la respiración.



Yo seguía mareada cuando gimió y dijo:—Cásate conmigo.



Pero no fue por eso por lo que respondí:—Sí.



William se había metido en el agua tras de mí con los pantalones puestos. El lino empapado se aferraba a mis piernas desnudas mientras él estaba tumbado encima de mí y me besaba como si se estuviese muriendo de una sed que sólo yo podía saciar. Tenía las manos en mi pelo y me sujetaba para que no me moviera. Su boca se movía con frenesí con los labios tan hinchados como los míos y su lengua ávida y posesiva.



Yo estaba debajo de él sin moverme. Conmocionada. Mi sorprendido cerebro entendió lo que pasaba.



Él había estado angustiado por cómo plantear la pregunta, no porque fuera a dejarme. —Mañana —dijo restregando su mejilla contra la mía. En su mandíbula se notaba el primer hormigueo de la barba incipiente, haciéndome ser más consciente de dónde estábamos y qué era lo que él quería.



—Yo... —Mi mente empezó a bloquearse de nuevo.



—La palabra es «sí», Maite. —Levantó la cabeza y me miró con intensidad—. Un sí real y sencillo.



Tragué saliva.—No podemos casarnos mañana.



—Sí que podemos —respondió tajante—. Y lo vamos a hacer. Lo necesito, Maite. Necesito los votos matrimoniales, la legalidad... Me estoy volviendo loco sin ellos.



Sentí que todo me daba vueltas, como si estuviese en una de esas atracciones de feria que giran con tanta rapidez que te quedas clavada a la pared por la fuerza centrífuga cuando el suelo se separa de tus pies.—Es demasiado pronto —protesté.



—¿Puedes decir eso después del vuelo hasta aquí? —espetó—. Te pertenezco, Maite. Me muero si tú no me perteneces a mí.



—No puedo respirar —jadeé sintiendo un inexplicable pánico.



William se dio la vuelta y me puso encima de él, envolviéndome con sus brazos. —Esto es lo que quiero —insistió—. Tú me quieres.



—Te quiero, sí. —Dejé caer mi frente sobre su pecho—. Pero me estás arrastrado precipitadamente a...



—¿Crees que te lo pediría a la ligera? Por el amor de Dios, Maite, sabes muy bien que no es así. Llevo semanas planeando esto. No he pensado en otra cosa.

—William... no podemos casarnos a escondidas sin más.

—Claro que podemos.



—¿Y qué pasa con nuestras familias? ¿Y nuestros amigos?



—Nos volveremos a casar para ellos. Yo también lo deseo. —Me quitó el pelo mojado de la mejilla—. Quiero fotos de los dos en los periódicos, en las revistas... en todas partes. Pero para eso pasarán varios meses. No puedo esperar tanto tiempo. Esto es para nosotros. No tenemos que decírselo a nadie, si no quieres. Podemos llamarlo compromiso. Puede ser nuestro secreto.



Me quedé mirándolo, sin saber qué decir. Su urgencia era tan romántica como aterradora.—Se lo pregunté a tu padre —continuó volviendo a dejarme de piedra—. No ha puesto ninguna...



—¿Qué? ¿Cuándo?



—Cuando estuvo en la ciudad. Vi la oportunidad y la aproveché.



Por algún motivo, aquello me dolió.—No me ha dicho nada.



—Le pedí que no lo hiciera. Le dije que no iba a ser enseguida. Que aún tenía que esforzarme para recuperarte. Lo grabé para que puedas escuchar la conversación si es que no me crees.



Lo miré parpadeando.—¿Lo grabaste? —repetí.



—No iba a dejar nada al azar —respondió sin disculparse.



—Le dijiste que no sería enseguida. Le mentiste.



Sonrió sin ninguna vergüenza.—No le he mentido. Han pasado varios días.



—Dios mío. Estás loco.



—Es posible. Y si es así, es porque tú me has vuelto así. —Me besó con fuerza en la mejilla—. No puedo vivir sin ti, Maite. Ni siquiera me imagino intentándolo. La simple idea me parece demencial.



—Esto es lo demencial.



—¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño—. Sabes que no existe nadie más para ninguno de los dos. ¿A qué esperas?



En mi mente aparecieron argumentos rápidamente. Cualquier motivo por el que deberíamos esperar, cualquier posible obstáculo me parecía tan claro como el agua. Pero ninguno salió de mi boca.—No te voy a dar a elegir en esto —dijo con decisión retorciéndose y levantándose conmigo en brazos—. Lo vamos a hacer, Maite. Disfruta de las últimas horas que te quedan de soltera.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:24 pm

—William —dije entre jadeos echando la cabeza hacia atrás mientras el orgasmo me recorría el cuerpo.



Su sudor goteaba sobre mi pecho y movía sus caderas sin descanso restregando su magnífico pene dentro de mí una y otra vez, meneándose y embistiendo, hacia fuera y, después, bien dentro.



Me costaba respirar, agotada tras sus despiadadas exigencias. Ya me había despertado dos veces, follándome con una experta precisión, grabando en mi cerebro y en mi cuerpo que yo le pertenecía. Que era suya y que él podía hacer lo que quisiera conmigo.



Aquello me ponía muy caliente.—Um... —ronroneó deslizando su polla hacia dentro—. Estás muy cremosa por el semen. Me gusta sentirte así cuando he estado dentro de ti toda la noche. Toda la vida así, Maite. No pararé nunca.



Puse la pierna sobre su cadera sujetándolo dentro de mí.—Bésame.



Su boca maliciosamente curvada se restregaba sobre la mía. —Ámame —le pedí clavándole las uñas a la cadera mientras él se flexionaba dentro de mí.



—Te amo, cielo —susurró ampliando su sonrisa—. Te amo.



Cuando me desperté ya no estaba.



Me estiré en medio de un lío de sábanas que olían a sexo y a William y respiré la brisa teñida de sal a través de la puerta abierta de la terraza.



Me quedé allí tumbada un rato, pensando en la noche y el día anterior. Después, en las semanas de antes y en los pocos meses que hacía que conocía a William. Después, más allá. Recordé a Brett y a otros chicos con los que había salido. Regresé a una época en la que había estado segura de que nunca encontraría a un hombre que me quisiera tal cual soy, con todas mis cicatrices y bagaje emocional y mis necesidades.



¿Qué más podía decir aparte de sí, ahora que por algún milagro lo había encontrado a él?



Salí de la cama dándome la vuelta y sentí un pálpito de emoción ante la idea de buscar a William y aceptar casarme con él sin reservas. Me encantaba la idea de casarme con él a escondidas, de que pronunciáramos nuestros primeros votos en privado, sin que nos viera nadie que pudiera albergar alguna duda, aversión o malos deseos. Después de todo lo que habíamos sufrido, era completamente lógico que nuestro comienzo estuviera lleno solamente de amor, esperanza y felicidad.



Debería haberme dado cuenta de que lo había planeado todo a la perfección, desde la cuestión de la privacidad hasta el exclusivo emplazamiento. Por supuesto, nos casaríamos en una playa. Las playas albergaban bonitos recuerdos para los dos, especialmente la última vez que nos fuimos a las Outer Banks.



Cuando vi la bandeja del desayuno en la mesita de la sala de estar de la suite, sonreí.



Había también una bata de seda blanca apoyada en el respaldo de la silla.



A William nunca se le pasaba una.



Me puse la bata y me serví una taza de café, deseando un estímulo de cafeína antes de ir en su busca y darle mi respuesta. Fue entonces cuando vi el acuerdo prematrimonial debajo de la bandeja cubierta del desayuno.



Mi mano se quedó inmóvil a medio camino hacia la jarra. El contrato estaba elegantemente colocado bajo una única rosa roja dentro de un fino jarrón blanco y la cubertería de plata relucía junto a una servilleta de tela laboriosamente doblada.



No sé por qué me quedé tan sorprendida y... aplastada. Por supuesto, William lo había planeado todo hasta el último detalle, empezando por el contrato prematrimonial. Al fin y al cabo, ¿no había tratado de dar comienzo a nuestra relación con un contrato?

Toda mi vertiginosa felicidad desapareció en un momento. Desalentada, me alejé de la bandeja y me dirigí a la ducha. Me tomé mi tiempo para asearme, moviéndome a cámara lenta. Decidí que prefería decir no antes que leer un documento legal que pusiera precio a mi amor. Un amor que para mí tenía tanto valor que no tenía precio.



Aun así, temí que fuera demasiado tarde, que el daño ya estuviera hecho. La simple idea de saber que había elaborado un contrato prenupcial lo cambiaba todo y no podía culparle por ello. Por el amor de Dios, era William Cross. Uno de los veinticinco hombres más ricos del mundo. Era inconcebible que no fuese a exigir unas capitulaciones prematrimoniales. Y yo no era ninguna ingenua. Sabía muy bien que no podía soñar con un príncipe azul y castillos en el cielo.



Después de ducharme y vestirme con un vestido sin mangas ligero, me recogí el pelo mojado en una coleta y fui a por el café. Me serví una taza, le añadí leche y edulcorante y, después, saqué el contrato y salí a la terraza. En la playa, estaban realizando los preparativos para la boda. Habían colocado un arco cubierto de flores junto al agua y engalanaron con cinta blanca la arena para marcar el improvisado pasillo.



Decidí sentarme de espaldas a aquellas vistas porque me dolía mirarlas.



Di un sorbo al café, dejé que me mojara por dentro y, a continuación, di otro más.

Llevaba a medias la taza cuando reuní el coraje suficiente para leer el maldito documento. Las primeras páginas detallaban los activos que poseíamos cada uno antes del matrimonio. Las propiedades de William eran asombrosas. ¿Cómo tenía tiempo para dormir? Pensé que la cifra de dinero que se me atribuía era errónea hasta que tuve en cuenta el tiempo que llevaba ese capital invertido.



Stanton había cogido mis cinco millones y los había duplicado.



Pensé entonces en lo tonta que había sido por haber estado sentada sin más sobre ese dinero en lugar de invertirlo donde pudiera ser de ayuda para aquellos que lo necesitaran. Había actuado como si aquel dinero manchado de sangre no hubiese existido en lugar de dedicarlo a algo. Tomé nota mentalmente para encargarme de ese proyecto en cuanto llegara a Nueva York.


Después, la lectura se puso interesante.



La primera estipulación de William era que yo tomara el apellido Cross. Podía mantener el de Tramell como segundo apellido, pero sin ir unido con guión. Eva Cross. Era innegociable. Y muy propio de él. Mi autoritario amante no se disculpaba por sus tendencias cavernícolas.



La segunda estipulación era que yo aceptara diez millones de dólares de su parte tras la boda, doblando mi patrimonio personal sólo por decir «Sí, quiero». A partir de entonces, cada año me iría dando más. Recibiría bonificaciones por cada hijo que tuviésemos juntos y me pagaría por ir a terapia de pareja con él. Yo aceptaba acudir a consejeros y mediadores familiares en caso de divorcio. Acordaba compartir un lugar de residencia con él, vacaciones cada dos meses, salidas nocturnas..



Cuanto más leía, más lo comprendía. Aquel acuerdo prematrimonial no protegía en absoluto los bienes de William. Me los regalaba libremente hasta el punto de estipular que el cincuenta por ciento de todo lo que adquiriera a partir de nuestro matrimonio sería irrefutablemente mío. A menos que él me engañara. Si lo hiciera, le supondría un coste grave.



Aquel acuerdo estaba diseñado para proteger su corazón, para amarrarme y sobornarme, para permanecer con él pasara lo que pasara. Me estaba dando todo lo que tenía.



Entró en la terraza cuando terminé la última hoja, con unos vaqueros medio desabrochados y nada más. Sabía que su llegada perfectamente cronometrada no era ninguna coincidencia. Me había estado observando desde algún sitio, calibrando mi reacción.



Me limpié las lágrimas de las mejillas con estudiada despreocupación.—Buenos días, campeón.



—Buenos días, cielo. —Se inclinó y me besó en la mejilla antes de ocupar la silla que había en el otro lado de la mesa, a mi izquierda.



Un miembro del personal salió con el desayuno y el café, disponiendo rápida y eficazmente los cubiertos antes de desaparecer con la misma velocidad con la que había venido.



Miré a William, cómo la brisa tropical sentía fascinación por él y jugaba con aquella melena tan sensual. Sentado allí, tan viril y despreocupado, no tenía nada que ver con la definida y concreta presentación de cifras de dólares que había visto en el contrato.



Dejé que las páginas voltearan hasta llegar a la primera y puse la mano encima de ellas.—Nada de lo que diga este documento podrá hacer que me case contigo.



Él tomó una rápida y profunda bocanada de aire.—Entonces, lo revisaremos y haremos cambios. Pon tus condiciones.



—Yo no quiero tu dinero. Quiero esto. —Le señalé—. Sobre todo, esto—. Me incliné hacia delante y coloqué la mano sobre su corazón—. Tú eres el único que puede retenerme,William.



—No sé cómo hacer esto, Maite. —Me cogió la mano y la mantuvo apretada contra su pecho—. Voy a cagarla. Y tú vas a querer salir corriendo.



—Ya no —repuse—. ¿No te has dado cuenta?



—¡De lo que me doy cuenta es de que anoche saliste corriendo hacia el mar y te hundiste como una maldita piedra! —Se echó hacia delante y me miró fijamente—. No discutas el contrato prematrimonial por principios. Si no ves en él ninguna causa de ruptura, acéptalo. Por mí.



Me apoyé en mi respaldo.—A ti y a mí nos queda un largo camino por recorrer —dije en voz baja—. Ningún documento puede obligarnos a creer el uno en el otro. Te estoy hablando de confianza,William.



—Sí, bueno... —Vaciló—. Yo no confío en que yo mismo vaya a fastidiar esto y tú no confías en que tengas lo que necesito. Sí que confiamos el uno en el otro. El resto podemos trabajarlo juntos.



—De acuerdo. —Vi cómo sus ojos se iluminaban y supe que estaba tomando la decisión correcta, aunque no estaba segura del todo de si se trataba de una decisión que estábamos tomando demasiado pronto—. Sí que pido una corrección.



—Dímela.



—La cuestión del nombre.



—Innegociable —contestó con rotundidad, dando un golpe con la mano por si fuera poco.



Arqueé una ceja.—No te comportes como un jodido Neandertal. Quiero tener también el apellido de mi padre. Él lo quiere así y me lleva fastidiando con ello toda la vida. Ésta es mi oportunidad de arreglarlo.



—Entonces, ¿Maite Lauren Reyes Cross?



—Maite Lauren Tramell Reyes Cross.



—Eso es un trabalenguas, cielo —dijo con voz cansina—. Pero haz lo que te haga feliz. Es lo único que deseo.

—Lo único que quiero es a ti —le dije, inclinándome hacia delante para ofrecerle mi boca para que la besara.



Sus labios tocaron los míos.—Vamos a hacerlo oficial.



Me casé con William Geoffrey Cross descalza en una playa del Caribe con el director del hotel y Angus McLeod como testigos. No me había dado cuenta de que Angus estaba allí, pero me alegré al saberlo.



Fue una ceremonia sencilla, bonita y rápida. Por las relucientes sonrisas del reverendo y Claude estuve segura de que se sentían honrados de oficiar el casamiento de William.



Yo llevaba el vestido más bonito que encontré en el vestidor. Sin tirantes y fruncido desde el pecho hasta la cadera, con pétalos de organdí hasta los pies. Era un vestido romántico y dulce pero sensual. Llevaba el pelo en un recogido alto y elegantemente desordenado con una rosa roja sujeta a él. El hotel me proporcionó un ramillete de jazmines con un lazo blanco.



William llevaba pantalones de color gris grafito y una camisa blanca de vestir por fuera del pantalón. Lloré cuando él repitió sus votos con su voz fuerte y segura, pese a que sus ojos revelaban un anhelo intenso.



Me quería mucho.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:26 pm

Toda la ceremonia fue íntima y muy personal. Perfecta.



Eché de menos a mi madre, a mi padre y a Cary. Eché de menos a Ireland, a Stanton y a Clancy. Pero cuando William se inclinó para sellar nuestro matrimonio con un beso, susurró:—Volveremos a hacerlo. Tantas veces como desees.



Le quería tanto...



Angus dio un paso al frente para besarme en las dos mejillas.—Estoy muy contento de veros tan felices a los dos.



—Gracias, Angus. Has cuidado muy bien de él durante mucho tiempo.



Sonrió y sus ojos resplandecieron cuando miró a William. Dijo algo con un acento tan marcadamente escocés que no estuve segura de que fuera en mi mismo idioma. Lo que quiera que fuese, hizo que los ojos de William brillaran también. ¿Hasta qué punto no habría sido Angus un padre suplente para William al cabo de los años? Yo siempre le estaría agradecida por el apoyo y el afecto que le había prestado a William cuando lo necesitó con tanta desesperación.



Cortamos una pequeña tarta y brindamos con champán en la terraza de nuestra suite. Firmamos en el registro que el reverendo nos ofreció y nos dieron nuestro certificado de matrimonio para que lo firmásemos también. Los dedos de William lo acariciaron con reverencia.—¿Es esto lo que necesitabas? —me burlé—. ¿Este pedazo de papel?



—Te necesito a ti, señora Cross. —Me atrajo hacia él—. Necesitaba esto.



Angus se llevó los dos certificados y el contrato prenupcial cuando se marchó.



De ambos había dado debidamente fe pública el director del hotel y terminarían dondequiera que William guardara esas cosas.



En cuanto a William y yo, terminamos en la carpa, desnudos y entrelazados el uno con el otro. Dimos sorbos al frío champán, nos acariciamos juguetonamente y con avidez y nos besamos perezosamente mientras el día iba pasando.



Aquello también era perfecto.



—¿Y cómo vamos a hacerlo cuando regresemos? —le pregunté mientras cenábamos a la luz de las velas en el comedor de nuestra suite—. ¿Cómo vamos a explicar lo de que nos hemos escapado para casarnos a escondidas?



William se encogió de hombros y se lamió la mantequilla derretida que tenía en el dedo pulgar.—Como tú quieras.



Saqué la carne de una pata de cangrejo y consideré las opciones.—Desde luego, quiero decírselo a Cary. Y creo que a mi padre le parecerá bien. Más o menos, lo hemos hablado cuando le he llamado y me ha dicho que tú se lo habías preguntado, así que está preparado. No creo que a Stanton le importe mucho, sin ánimo de ofender.



Faltaría más.



—Pero me preocupa mi madre. Las cosas ya están difíciles entre nosotras. Se va a entusiasmar cuando sepa que nos hemos casado. —Hice una pausa durante un momento, asimilando aquello por milésima vez—. Pero no quiero que piense que la hemos dejado fuera porque estoy enfadada con ella.



—Digámosle a ella y a todos los demás simplemente que nos hemos comprometido. Mojé la carne de cangrejo en la mantequilla derretida pensando que estaba deseando acostumbrarme mucho a ver a William sin camisa, saciado y relajado.



—Le va a dar algo si vivimos juntos antes de casarnos.



—Bueno, en ese caso tendrá que ser rápida con los preparativos —contestó él secamente—. Eres mi mujer. No me importa que lo sepa alguien o no. Yo lo sé. Y quiero llegar a mi casa contigo, tomarme el café por las mañanas contigo, subirte la cremallera de los vestidos y bajártela por las noches.



—¿Vas a llevar anillo de casado? —le pregunté mientras veía cómo partía una pata de cangrejo.



—Estoy deseándolo.



Eso me hizo sonreír. Hizo una pausa y se quedó mirándome.—¿Qué? —pregunté cuando vi que no decía nada—. ¿Tengo manchas de mantequilla en la cara?



Se echó sobre su respaldo con una profunda exhalación.—Eres preciosa. Me encanta mirarte.



Sentí que la cara me ardía. —Tú tampoco estás tan mal.



—Está empezando a desaparecer —murmuró.



Mi sonrisa desapareció.—¿Qué? ¿Qué es lo que empieza a desaparecer?



—La... preocupación. Nos sentimos seguros, ¿verdad? —Dio un sorbo a su vino—. Asentados. Es una buena sensación. Me gusta.



Yo no había tenido mucho tiempo de acostumbrarme a la idea de estar casada, pero allí sentada pensé en ello y tuve que admitirlo. Él era mío. Ahora nadie podría ponerlo en duda.—A mí también me gusta.



Se llevó mi mano a sus labios. El anillo que me había regalado reflejó la luz de las velas y resplandeció con un fuego de multitud de colores.



Era un diamante de corte Asscher grande y elegante con un engaste antiguo. Me encantaba su sofisticación atemporal, pero aún más porque era el anillo con el que su padre había desposado a su madre.

Aunque William estaba profundamente herido por las traiciones de sus padres, el tiempo que habían pasado juntos como familia de tres fue la última felicidad real que él recordaba antes de conocerme.



Y él juraba que no era romántico.



Me sorprendió admirando el anillo.—Te gusta.



—Sí. —Le miré—. Es único. Estaba pensando que podríamos hacer también algo diferente con nuestra casa.



—¿Qué? —Me apretó la mano y siguió comiendo.



—Comprendo que es necesario que durmamos separados, pero no me gusta que haya puertas y paredes entre los dos.



—A mí tampoco, pero tu seguridad es lo primero.



—¿Qué te parece una suite con dos dormitorios unidos por un baño sin puertas. Sólo arcos o un pasillo. Así, técnicamente, seguimos en el mismo espacio.



Él se quedó pensando un momento y, a continuación, asintió.—Diséñalo y traeremos a un arquitecto para que lo haga. Por ahora, continuaremos en el Upper West Side mientras arreglan el ático. Cary puede echar un vistazo al apartamento de un dormitorio que hay al lado y hacer los cambios que quiera al mismo tiempo.



Froté mi pie descalzo por la pantorrilla de él en señal de agradecimiento. Los sonidos de la música llegaban con el viento de la noche, recordándome que no estábamos solos en una isla desierta.—¿Dónde está Angus? —pregunté.



—Por ahí.



—¿Ha venido también Raúl?



—No. Está en Nueva York averiguando cómo terminó la pulsera de Nathan donde la encontraron.



—Ah. —De repente, perdí el apetito. Cogí mi servilleta y me limpié los dedos—. ¿Debería preocuparme?



Se trataba de una pregunta retórica, pues nunca había dejado de preocuparme. El misterio sobre quién era el responsable de haber llevado a la policía en otra dirección estaba siempre presente en mi mente.

—Alguien me ha enviado una tarjeta del Monopoly de «Salga de la cárcel» —dijo sin alterar la voz y lamiéndose el labio inferior—. Esperaba que fuera a costarme algo, pero nadie se ha puesto todavía en contacto conmigo. Así que, seré yo quien me ponga en contacto con ellos.



—Cuando los encuentres.



—Ah, los encontraré —murmuró con tono amenazante—. Y entonces, sabremos por qué.



Bajo la mesa, envolví con mis piernas las suyas y las dejé allí.



Bailamos en la playa a la luz de la luna. La exuberante humedad se volvía sensual por la noche y nos deleitamos en ella. William compartió conmigo la cama esa noche, aunque yo estaba segura de lo difícil que le resultaba correr ese riesgo. No concebía dormir sola en mi noche de bodas y confié en que el medicamento que le habían recetado unido a la falta de sueño de la noche anterior le ayudarían a dormir profundamente. Así fue.



Domingo. Me dio la posibilidad de elegir entre una catarata, salir con el catamarán del hotel o hacer piragüismo por un río de la jungla. Sonreí y le dije que lo haríamos en la siguiente ocasión y, a continuación, empecé a mostrarle mi lado perverso.



Vagueamos todo el día, bañándonos desnudos en la piscina privada y durmiendo cuando nos apetecía. Salimos de allí después de la medianoche y sentí pena porque nos fuéramos. El fin de semana había sido demasiado corto.—Tenemos toda una vida llena de fines de semana —murmuró él leyéndome la mente mientras volvíamos en el coche al aeropuerto.



—Soy egoísta contigo. Te quiero todo para mí.



Cuando subimos al avión, la ropa que habíamos tenido a nuestra disposición en el hotel vino con nosotros. Aquello me hizo sonreír, pensando en la poca ropa que nos habíamos puesto durante esos dos días.



Llevé el neceser al dormitorio para poder cepillarme los dientes antes de acostarme durante el vuelo de camino a casa. Fue entonces cuando vi la etiqueta de charol y metal que colgaba de él con el nombre de «Maite Cross».



William entró en el baño detrás de mí y me besó en el hombro.—Vamos a dormir, cielo. Necesitamos descansar un poco antes de ir a trabajar.



—¿De verdad sabías de antemano que iba a decir que sí?



—Estaba dispuesto a tenerte como rehén hasta que lo hicieras.



No lo dudé.—Eres un lisonjero.



—Soy un hombre casado. —Me dio un cachete en el cu***lo—. Date prisa, señora Cross.



Le obedecí y me mentí en la cama a su lado. De inmediato, me abrazó por detrás, apretándome contra él.—Que tengas dulces sueños, cariño —susurré envolviendo su brazo con los míos alrededor de mi vientre.



Su boca se curvó en contacto con mi nuca.—Mis sueños ya se han hecho realidad.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:27 pm

20

Se me hizo raro ir a trabajar el lunes por la mañana y que nadie se diera cuenta de que mi vida había cambiado enormemente. ¿Quién iba a decir lo que unas cuantas palabras y un anillo de metal podía cambiar la percepción de una persona sobre sí misma?



Yo ya no era simplemente Maite, la chica recién llegada a Nueva York que trataba de abrirse paso ella sola en la gran ciudad con su mejor amigo. Era la esposa de un magnate. Tenía un montón de responsabilidades y expectativas nuevas. Sólo pensarlo me intimidaba.



Megumi se puso de pie cuando apretó el botón para dejarme pasar por las puertas de seguridad de Waters Field & Leaman. Iba vestida con una formalidad poco habitual en ella, con un vestido negro sin mangas de bajo asimétrico y tacones de color fucsia fuerte. —¡Vaya! ¡Traes un bronceado impresionante! Qué envidia.



—Gracias. ¿Qué tal te ha ido el fin de semana?



—Nada nuevo. Michael ha dejado de llamar. —Arrugó la nariz—. Echo de menos el acoso. Me hacía sentir deseada.



Negué con la cabeza mirándola.—Estás loca.



—Lo sé. Pero cuéntame dónde has estado. ¿Has ido con la estrella del rock o con Cross?



—Mis labios están sellados. —Aunque estuve tentada de revelarle todo. Lo único que me contuvo fue que aún no se lo había dicho a Cary y él tenía que ser el primero.

—¡Ni hablar! —Entrecerró los ojos—. ¿De verdad no me lo vas a contar?



—Por supuesto que sí —respondí guiñando un ojo—. Pero no ahora.



—Sé dónde trabajas, ¿sabes? —dijo a mis espaldas mientras yo me dirigía por el vestíbulo hacia mi cubículo.



Cuando llegué a mi mesa, me dispuse a enviarle un mensaje a Cary y descubrí que él ya me había enviado unos cuantos a lo largo del fin de semana y que no me habían llegado hasta después. Desde luego, no estaban cuando hice mi habitual llamada de los sábados a mi padre.



«¿Quieres ir a comer?», escribí.



Como no recibí una respuesta de inmediato, silencié el teléfono y lo dejé en el cajón de arriba.—¿Dónde has pasado el fin de semana? —me preguntó Mark cuando llegó al trabajo—. Tienes un bronceado estupendo.



—Gracias. He estado descansando en el Caribe.



—¿De verdad? Yo he estado mirando esas islas como posible destino para la luna de miel. ¿Me recomiendas el sitio donde has estado?



Me reí, más contenta de lo que me había sentido en mucho tiempo. Puede que en toda mi vida.—Por supuesto.



—Dame los detalles. Añadiré ese sitio a la lista de mis destinos posibles.



—¿Eres tú el encargado de buscar el lugar de la luna de miel? —Me puse de pie para que fuéramos juntos a por una taza de café antes de empezar la jornada.



—Sí. —Mark arqueó la boca hacia un lado—. Voy a dejar las cosas de la boda a
Steven, que lleva mucho tiempo planeándola. Pero el viaje de novios es cosa mía.



Parecía feliz y supe exactamente cómo se sentía. Su buen humor hizo que mi día tuviera un comienzo aún mejor.



La suave travesía terminó cuando Cary llamó al teléfono de mi mesa poco después de las diez. —Despacho de Mark Garrity —respondía—. Maite Tramell...



—... necesita una patada en el cu***lo —dijo Cary terminando la frase—. No recuerdo cuándo fue la última vez que me enfadé contigo.



Fruncí el ceño y sentí un nudo en el estómago.—Cary, ¿qué te pasa?



—No voy a hablar por teléfono de cosas importantes, Maite, al contrario que otras personas a las que conozco. Nos vemos para comer. Y para que lo sepas, he rechazado una entrevista con un agente esta tarde para aclarar las cosas contigo, porque eso es lo que hacen los amigos —dijo con tono rabioso—. Buscan un momento en sus agendas para hablar de las cosas importantes. ¡No dejan mensajes cursis en el buzón de voz pensando que con eso está todo hecho!



La línea se cortó. Yo me quedé allí sentada, aturdida y un poco asustada.



Mi vida entera se frenó con un derrape. Cary era mi ancla. Cuando las cosas no iban bien entre nosotros, yo me dispersaba rápidamente. Y sabía que a él le pasaba lo mismo. Cuando perdíamos el contacto, él empezaba a cagarla.



Saqué el móvil y le llamé. —¿Qué? —contestó con brusquedad. Pero era una buena señal que me hubiese respondido.



—He metido la pata —dije rápidamente—. Lo siento y lo voy a arreglar. ¿Vale?



Soltó un gruñido.—¡Joder, Maite, me has tocado las pelotas!



—Sí, ya. Se me da muy bien cabrear a la gente, por si no lo habías notado, pero odio hacértelo a ti también. —Solté un suspiro—. Cary, me voy a volver loca hasta que podamos solucionarlo. Necesito que estemos bien, lo sabes.



—Últimamente no has actuado como si de verdad te importara —espetó—. Soy el último en el que piensas, y eso duele.



—Siempre pienso en ti. Si no te lo demuestro, es fallo mío.



No respondió.—Te quiero, Cary. Incluso cuando lo echo todo a perder.



Exhaló sobre el auricular.—Vuelve al trabajo y no te preocupes por esto. Lo hablaremos durante la comida.



—Lo siento. De verdad.



—Te veo a las doce.



Colgué y traté de concentrarme, pero me resultó difícil. Una cosa era que Cary estuviese enfadado conmigo y otra completamente distinta saber que le había hecho daño. Yo era una de las pocas personas que había en su vida en las que él confiaba que no le decepcionarían.Alas once y media recibí un pequeño montón de sobres de correo interno.

Me emocioné al ver que uno de ellos traía una nota de William.



«MI PRECIOSA Y ATRACTIVA ESPOSA,NO DEJO DE PENSAR EN TI.TUYO,X»


Moví los pies con una pequeña danza bajo mi escritorio. Mi día torcido mejoró un poco.



Le respondí:



«Mi hombre oscuro y peligroso,estoy locamente enamorada de ti.Tu esposa atada a ti con cadenas, la señora X»



Lo metí en un sobre y lo dejé en la bandeja de correo saliente.



Estaba redactando una respuesta al artista encargado de una campaña de tarjetas de regalo cuando sonó el teléfono de mi mesa. Respondí con mi saludo habitual y oí una respuesta en un familiar acento francés.—Maite, soy Jean-François Giroux.



Apoyé la espalda en la silla antes de responder.—Bonjour, monsieur Giroux.



—¿A qué hora le viene bien que nos veamos hoy?¿Qué demonios quería de mí? Supuse que si quería saberlo, tendría que seguir hasta el final.



—¿A las cinco? Hay un bar que no está lejos del Crossfire.



—Me parece bien.



Le di la dirección y colgó, dejándome cierta sensación de haber recibido un latigazo con aquella llamada. Me giré en la silla, pensando. William y yo estábamos intentando seguir adelante con nuestras vidas, pero la gente y algunos asuntos de nuestro pasado seguían siendo un lastre. ¿Cambiaría eso el anuncio de nuestra boda o incluso del compromiso?



Dios, esperaba que sí. ¿Pero alguna vez había resultado algo así de fácil?



Eché un vistazo al reloj. Volví a concentrarme en el trabajo y en el correo electrónico.



Estaba en el vestíbulo de abajo a las doce menos cinco, pero Cary no había llegado aún. Mientras lo esperaba, empecé a ponerme nerviosa. Había repasado mi breve

conversación con Cary una y otra vez y sabía que él tenía razón. Me había convencido a mí misma de que le parecería bien que William se uniera a nuestro acuerdo de convivencia porque no podía imaginarme tener que enfrentarme a la alternativa: elegir entre mi mejor amigo y mi novio.



Y ya no había elección. Estaba casada. Estaba casada y eufórica.



Aun así, di gracias de haber guardado mi anillo de casada en el bolsillo de cremallera del bolso. Que Cary notara una distancia cada vez mayor entre nosotros y
descubriera que me había casado durante el fin de semana, no sería de ayuda.



Sentí un nudo en el estómago. Los secretos entre nosotros se iban amontonando. No podía soportarlo.—Maite.



Salí de mis pensamientos con un respingo al oír la voz de mi mejor amigo. Venía hacia mí con unas bermudas anchas y una camiseta de cuello de pico. Se dejó puestas las gafas de sol y llevaba las manos en los bolsillos. Parecía distante y frío. Las cabezas se giraban a su paso pero él no lo notaba, pues tenía su atención puesta en mí.



Mis pies se pusieron en marcha. Eché a correr hacia él antes de darme cuenta, me abalancé sobre él con tal fuerza que se le cortó la respiración con un gruñido. Lo abracé presionando la mejilla sobre su pecho.—Te he echado de menos —dije. Y lo decía de corazón, aunque él no supiera exactamente por qué.



Murmuró algo en voz baja y me abrazó.—Nena, hay veces que eres un incordio.



Me aparté para mirarlo.—Lo siento.



Entrelazó sus dedos con los míos y me sacó del Crossfire. Fuimos al lugar de los tacos tan buenos donde habíamos estado la última que vino a verme para almorzar. También tenían unos estupendos y dulzones margaritas sin alcohol, perfectos para un tórrido día de verano.



Tras hacer una cola de unos diez minutos, pedí solamente dos tacos, pues no había ido al gimnasio desde hacía mucho. Cary pidió seis. Conseguimos una mesa justo cuando sus anteriores ocupantes se marchaban y Cary se comió un taco antes de que a mí me diera tiempo siquiera de quitarle el papel a mi pajita.—Siento lo del buzón de voz —dije.



—No lo entiendes. —Se pasó una servilleta por unos labios que convertían a las mujeres sensatas en niñas tontas cuando sonreía—. Es toda esta situación, Maite. Me dejas un mensaje diciéndome que piensas compartir casa con Cross, después de haberle dicho a tu madre que esa historia está terminada y antes de marcharte al otro lado del mundo para pasar el fin de semana. Supongo que lo que yo piense al respecto no significa una mier***da para ti.



—¡Eso no es cierto!



—Además, ¿por qué ibas a querer un compañero de piso cuando estés viviendo con tu novio? —preguntó claramente excitado—. ¿Y por qué pensabas que yo querría un tercero?



—Cary...



—No necesito ninguna jodida limosna,Maite. —Sus ojos esmeralda se entrecerraron—. Tengo muchos sitios a los que ir, otra gente con la que puedo vivir. No me hagas favores.



Sentí una presión en el pecho. Aún no estaba dispuesta a dejar marchar a Cary. Algún día, en el futuro, tomaríamos caminos distintos y puede que sólo nos viéramos en las fechas señaladas. Pero ese momento no había llegado. No podía ser así. Sólo pensarlo me hacía polvo.—¿Quién te ha dicho que hago esto por ti? —repliqué—. Puede que

simplemente no soporte la idea de no tenerte cerca.



Soltó un bufido y dio otro bocado a su taco. Masticó con fuerza y se tragó su
comida con un largo sorbo de su pajita.—¿Qué soy yo? ¿Tu insignia de que llevas tres años limpia? ¿Tu premio en la asociación de Maite Anónimos?



—¿Cómo? —Me incliné hacia delante—. Estás enfadado, lo entiendo. Te he dicho que lo siento. Te quiero y quiero tenerte en mi vida, pero no voy a quedarme aquí sentada para que me des una paliza porque la he Oops.



Me retiré de la mesa y me puse de pie.—Te veré luego.



—¿Os vais a casar Cross y tú?



Me detuve y lo miré.—Me lo ha pedido. He respondido que sí.



Cary asintió, como si no le sorprendiera, y dio otro bocado. Cogí mi bolso del respaldo de mi silla, donde estaba colgado. —¿Tienes miedo de vivir sola con él? —preguntó mientras masticaba.



Estaba claro que era eso lo que él pensaba.—No. Va a dormir en otro dormitorio.



—¿Ha estado durmiendo en otro dormitorio las últimas semanas que has estado viviendo con él?



Me quedé mirándolo. ¿Sabía a ciencia cierta que William era el «señor amante» con el que me había estado viendo? ¿O simplemente estaba lanzándose un farol? Decidí que no me importaba. Estaba cansada de mentirle.—La mayoría de las veces, sí.



Dejó el taco en el plato.—Por fin dices alguna verdad. Estaba empezando a pensar que se te había olvidado cómo ser sincera.



—Vete a la mier***da.



Sonrió e hizo un gesto a mi silla vacía.—Sienta el cu***lo, nena. No hemos terminado de hablar.



—Estás siendo un capullo.



Su sonrisa desapareció y su mirada se volvió más dura.—Cuando me mienten durante semanas me pongo de mal humor. Siéntate.



Me senté y lo miré con furia.—Ya. ¿Contento?



—Come. Tengo que decirte una cosa.

Resoplé con frustración, colgué el bolso en la silla de nuevo y lo miré con las cejas levantadas.—Si crees que por el hecho de que esté sobrio y trabajando sin parar ya no me funciona el detector de mentiras, vas mal. Sabía que estabas follan***do con Cross otra vez desde el momento en que volvisteis.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:28 pm

Dándole un mordisco a mi taco, le lancé una mirada de escepticismo.—Maite, cariño, ¿no crees que si hubiese otro hombre en Nueva York que pudiese estar dándole toda la noche como Cross, yo ya lo habría encontrado?



Tosí y casi escupí la comida.—Nadie tiene tanta suerte como para encontrar a dos tíos así uno detrás de otro — dijo arrastrando las palabras—. Ni siquiera tú. Habrías pasado primero por una época de sequía o, al menos, por un par de polvos malos.



Le lancé el papel arrugado de mi pajita y él lo esquivó con una carcajada.
Después, se puso serio.—¿Creías que te iba a juzgar por volver con él tras su ca***gada?



—Es más complicado que eso, Cary. Todo era... un lío. Había mucha presión. Aún la hay, con una reportera que está acosando a William...



—¿Acosándolo?



—Sin duda. Pero yo no quería que... —Quedaras desprotegido. Vulnerable. Que fueras acusado de cómplice a posteriori—. Simplemente tenía que dejar que todo siguiera su curso. —Terminé diciendo sin convicción.



Dejó un tiempo para asimilarlo y, a continuación, asintió.—Y ahora vas a casarte con él.



—Sí. —Bebí, pues necesitaba deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Pero tú eres el único que lo sabe aparte de nosotros.



—Por fin, un secreto en el que me dejas entrar. —Apretó los labios unos segundos—. Y aún queréis que viva con vosotros.



Volví a inclinarme hacia delante y extendí la mano para buscar la suya.—Sé que puedes hacer otras cosas, irte a otros sitios. Pero preferiría que no lo hicieras. No estoy preparada todavía para estar sin ti, casada o no.



Me cogió la mano con tanta fuerza que me aplastó los huesos.—Maite...



—Espera —dije rápidamente. De repente, se puso muy serio. No quería que me interrumpiera antes de decirle todo.



—El ático de William tiene un apartamento contiguo de un dormitorio que no utiliza.



—Un apartamento de un dormitorio. En la Quinta Avenida.



—Sí. Es estupendo, ¿no? Todo para ti. Tu propio espacio, tu propio vestíbulo y vistas a Central Park. Pero aun así, junto a mí. Lo mejor de los dos mundos. —Me apresuré a decir, esperando haber dicho algo a lo que él se agarrara—. Seguiremos un tiempo en el Upper West Side mientras hago cambios en el ático. William dice que podemos hacer los cambios que quieras en tu apartamento al mismo tiempo.



—Mi apartamento. —Se quedó mirándome, y eso me puso aún más nerviosa. Un hombre y una mujer trataron de pasar a duras penas entre nuestra mesa y el respaldo de una silla ocupada que impedía el paso, pero no les hice caso.



—No estoy hablando de ninguna limosna —le aseguré—. He estado pensando que me gustaría dedicar a algo el dinero que tengo. Crear una fundación o algo así y decidir cómo utilizarlo para ayudar a causas y organizaciones benéficas en las que creemos. Necesito tu ayuda. Y te pagaré. No sólo por tus ideas, sino por tu imagen. Quiero que seas el portavoz principal de la fundación.



Cary aflojó la mano.



Asustada, yo apreté la mía.—¿Cary?



Sus hombros se hundieron.—Tatiana está embarazada.



—¿Qué? —Sentí que me ponía pálida. El pequeño restaurante estaba de bote en bote y los gritos de los pedidos tras la barra y el ruido estrepitoso de bandejas y utensilios hacía que fuera difícil oír, pero escuché aquellas tres palabras que salieron de la boca de Cary como si me las hubiese gritado—. ¿Es una broma?



—Ojalá. —Retiró la mano y se apartó el flequillo que le tapaba un ojo—. No es que no quiera tener un hijo. Eso me mola. Pero... joder. No ahora, ¿entiendes? Y no con ella.



—¿Cómo narices se ha quedado embarazada? —Cary era muy concienzudo en el tema de la protección, pues era muy consciente de que su estilo de vida era de alto riesgo.



—Pues le metí la polla, empujé...



—Basta —espeté—. Tú eres muy cuidadoso.



—Sí, bueno. Ponerse un calcetín no es un método de protección seguro del todo — dijo con voz de cansancio—. Y Tat no toma la píldora porque dice que le salen granos y le da mucha hambre.



—Dios mío. —Los ojos se me llenaron de lágrimas—. ¿Estás seguro de que es tuyo?



Soltó un bufido.—No, pero eso no significa que no lo sea. Está de seis semanas, así que es posible.



—¿Va a tenerlo? —Tenía que preguntarlo.



—No lo sé. Se lo está pensando.



—Cary... —No pude contener la lágrima que me caía por la mejilla. Me dio pena—. ¿Qué vas a hacer?



—¿Qué puedo hacer? —Se desplomó en su silla—. Es decisión de ella.



Su impotencia debía estar matándolo. Después de que su madre lo tuviera, sin quererlo, había utilizado el aborto como método anticonceptivo. Yo sabía que aquello le atormentaba. Me lo había dicho.—¿Y si decide continuar con el embarazo? Pedirás una prueba de paternidad, ¿no?



—Maite, por Dios. —Me miró con los ojos enrojecidos—. Aún no he pensado en eso. ¿Qué demonios se supone que le voy a decir a Trey? Las cosas acababan de empezar a calmarse entre los dos. ¿Y ahora le voy a ir con esto? Me va a dejar. Se ha acabado.



Tomé aire con fuerza y me incorporé en mi silla. No podía permitir que Cary y Trey se separaran. Ahora que William y yo estábamos bien, había llegado el momento de poner en orden los demás aspectos de mi vida que había descuidado.



—Iremos paso a paso. Lo veremos sobre la marcha. Saldremos adelante.Resoplé con frustración, colgué el bolso en la silla de nuevo y lo miré con las cejas levantadas.—Si crees que por el hecho de que esté sobrio y trabajando sin parar ya no me funciona el detector de mentiras, vas mal. Sabía que estabas follan***do con Cross otra vez desde el momento en que volvisteis.



Dándole un mordisco a mi taco, le lancé una mirada de escepticismo.—Maite, cariño, ¿no crees que si hubiese otro hombre en Nueva York que pudiese estar dándole toda la noche como Cross, yo ya lo habría encontrado?


Tosí y casi escupí la comida.—Nadie tiene tanta suerte como para encontrar a dos tíos así uno detrás de otro — dijo arrastrando las palabras—. Ni siquiera tú. Habrías pasado primero por una época de sequía o, al menos, por un par de polvos malos.



Le lancé el papel arrugado de mi pajita y él lo esquivó con una carcajada.
Después, se puso serio.—¿Creías que te iba a juzgar por volver con él tras su ca***gada?



—Es más complicado que eso, Cary. Todo era... un lío. Había mucha presión. Aún la hay, con una reportera que está acosando a William...



—¿Acosándolo?



—Sin duda. Pero yo no quería que... —Quedaras desprotegido. Vulnerable. Que fueras acusado de cómplice a posteriori—. Simplemente tenía que dejar que todo siguiera su curso. —Terminé diciendo sin convicción.



Dejó un tiempo para asimilarlo y, a continuación, asintió.—Y ahora vas a casarte con él.



—Sí. —Bebí, pues necesitaba deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Pero tú eres el único que lo sabe aparte de nosotros.



—Por fin, un secreto en el que me dejas entrar. —Apretó los labios unos segundos—. Y aún queréis que viva con vosotros.



Volví a inclinarme hacia delante y extendí la mano para buscar la suya.—Sé que puedes hacer otras cosas, irte a otros sitios. Pero preferiría que no lo hicieras. No estoy preparada todavía para estar sin ti, casada o no.



Me cogió la mano con tanta fuerza que me aplastó los huesos.—Maite...



—Espera —dije rápidamente. De repente, se puso muy serio. No quería que me interrumpiera antes de decirle todo.



—El ático de William tiene un apartamento contiguo de un dormitorio que no utiliza.



—Un apartamento de un dormitorio. En la Quinta Avenida.



—Sí. Es estupendo, ¿no? Todo para ti. Tu propio espacio, tu propio vestíbulo y vistas a Central Park. Pero aun así, junto a mí. Lo mejor de los dos mundos. —Me apresuré a decir, esperando haber dicho algo a lo que él se agarrara—. Seguiremos un tiempo en el Upper West Side mientras hago cambios en el ático. William dice que podemos hacer los cambios que quieras en tu apartamento al mismo tiempo.



—Mi apartamento. —Se quedó mirándome, y eso me puso aún más nerviosa. Un hombre y una mujer trataron de pasar a duras penas entre nuestra mesa y el respaldo de una silla ocupada que impedía el paso, pero no les hice caso.



—No estoy hablando de ninguna limosna —le aseguré—. He estado pensando que me gustaría dedicar a algo el dinero que tengo. Crear una fundación o algo así y decidir cómo utilizarlo para ayudar a causas y organizaciones benéficas en las que creemos. Necesito tu ayuda. Y te pagaré. No sólo por tus ideas, sino por tu imagen. Quiero que seas el portavoz principal de la fundación.



Cary aflojó la mano.



Asustada, yo apreté la mía.—¿Cary?



Sus hombros se hundieron.—Tatiana está embarazada.



—¿Qué? —Sentí que me ponía pálida. El pequeño restaurante estaba de bote en bote y los gritos de los pedidos tras la barra y el ruido estrepitoso de bandejas y utensilios hacía que fuera difícil oír, pero escuché aquellas tres palabras que salieron de la boca de Cary como si me las hubiese gritado—. ¿Es una broma?



—Ojalá. —Retiró la mano y se apartó el flequillo que le tapaba un ojo—. No es que no quiera tener un hijo. Eso me mola. Pero... joder. No ahora, ¿entiendes? Y no con ella.



—¿Cómo narices se ha quedado embarazada? —Cary era muy concienzudo en el tema de la protección, pues era muy consciente de que su estilo de vida era de alto riesgo.



—Pues le metí la polla, empujé...



—Basta —espeté—. Tú eres muy cuidadoso.



—Sí, bueno. Ponerse un calcetín no es un método de protección seguro del todo — dijo con voz de cansancio—. Y Tat no toma la píldora porque dice que le salen granos y le da mucha hambre.



—Dios mío. —Los ojos se me llenaron de lágrimas—. ¿Estás seguro de que es tuyo?



Soltó un bufido.—No, pero eso no significa que no lo sea. Está de seis semanas, así que es posible.



—¿Va a tenerlo? —Tenía que preguntarlo.



—No lo sé. Se lo está pensando.



—Cary... —No pude contener la lágrima que me caía por la mejilla. Me dio pena—. ¿Qué vas a hacer?



—¿Qué puedo hacer? —Se desplomó en su silla—. Es decisión de ella.



Su impotencia debía estar matándolo. Después de que su madre lo tuviera, sin quererlo, había utilizado el aborto como método anticonceptivo. Yo sabía que aquello le atormentaba. Me lo había dicho.—¿Y si decide continuar con el embarazo? Pedirás una prueba de paternidad, ¿no?



—Maite, por Dios. —Me miró con los ojos enrojecidos—. Aún no he pensado en eso. ¿Qué demonios se supone que le voy a decir a Trey? Las cosas acababan de empezar a calmarse entre los dos. ¿Y ahora le voy a ir con esto? Me va a dejar. Se ha acabado.



Tomé aire con fuerza y me incorporé en mi silla. No podía permitir que Cary y Trey se separaran. Ahora que William y yo estábamos bien, había llegado el momento de poner en orden los demás aspectos de mi vida que había descuidado.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:30 pm

—Iremos paso a paso. Lo veremos sobre la marcha. Saldremos adelante.

Tragó saliva.—Te necesito.



—Yo también te necesito. Estaremos juntos y lo solucionaremos. —Conseguí poner una sonrisa—. No me voy a ir a ningún sitio y tú tampoco, excepto a San Diego este fin de semana. —Me corregí rápidamente recordándome que tenía que hablar con William sobre ello.



—Gracias a Dios. —Cary volvió a inclinarse hacia delante—. Cómo me gustaría echar unas canastas con el doctor Travis ahora mismo.



—Sí. —Yo no jugaba al baloncesto, pero sabía que podía tener un mano a mano con el doctor Travis.



¿Qué diría cuando supiera lo mucho que nos habíamos desviado de nuestro camino durante los pocos meses que llevábamos en Nueva York? Habíamos tejido grandes sueños la última vez que nos habíamos sentado juntos. Cary quería protagonizar un anuncio de la Super Bowl y yo quería ser la que estuviese detrás de ese anuncio. Ahora él se enfrentaba a la posibilidad de tener un niño y yo estaba casada con el hombre más complicado que había conocido nunca.—El doctor Travis va a flipar —murmuró Cary leyéndome la mente.



Por algún motivo, aquello hizo que los dos nos echáramos a reír hasta que se nos saltaron las lágrimas.



Cuando volví a mi mesa encontré otro pequeño montón de sobres de correo interno. Me mordí el labio inferior y fui mirando de uno en uno hasta que encontré el que esperaba.



«Se me ocurren muchos usos para esas cadenas,señora X.Con todos ellos disfrutarías enormemente.Tuyo,X».



Algunas de las oscuras nubes del almuerzo desaparecieron.



Tras la alucinante revelación de Cary, la reunión con Giroux tras el trabajo apenas suponía nada en mi escala de «qué otra cosa puede salir mal».



Él ya estaba en el bar cuando yo llegué. Vestido a la perfección con unos pantalones caqui y una camisa de vestir blanca con las mangas remangadas y el cuello abierto, tenía buen aspecto. Informal. Pero eso no le hacía parecer relajado. Estaba tenso como un arco, nervioso por la intranquilidad y por lo que fuera que le estaba consumiendo.—Maite—me saludó. Con aquella actitud manifiestamente amistosa que no me había gustado la primera vez, me besó de nuevo en las dos mejillas—. Enchanté.



—Supongo que hoy no voy demasiado rubia para usted.



—Ah. —Me dedicó una sonrisa que no se extendió a sus ojos—. Me lo merezco.



Me senté con él en su mesa junto a la ventana y, poco después, vinieron a servirnos.



El bar tenía la apariencia de esos establecimientos que llevan en el barrio toda la vida. El techo estaba revestido de placas metálicas y los suelos de madera vieja y la barra tallada de forma laboriosa indicaban que ese lugar había sido una taberna inglesa en algún momento de su historia. Había sido modernizado con elementos cromados y un botellero tras la barra que podría ser una escultura abstracta.



Giroux me observó abiertamente mientras el camarero nos servía el vino. Yo no tenía ni idea de qué era lo que quería encontrar, pero estaba claro que algo buscaba.



Mientras yo le daba un sorbo a mi delicioso vino Syrah, él se acomodó en su silla y le dio vueltas al vino de su copa.—Conoce a mi esposa.



—Sí, la conozco. Muy guapa.



—Sí que lo es. —Bajó la mirada a su vino—. ¿Qué más piensa de ella?



—¿Qué importa lo que yo piense?



Me volvió a mirar.—¿La considera una rival? ¿O una amenaza?



—Ninguna de las dos cosas. —Di otro sorbo y vi que un Bentley negro se detenía en la acera justo delante de la ventana junto a la que yo estaba sentada. Angus estaba al volante y, aparentemente, indiferente a la señal de no aparcar delante de la cual se había parado.



—¿Tan segura está de Cross?



Mi atención volvió con Giroux.—Sí. Pero eso no significa que no desee que meta a su mujer en una maleta y se la lleve de vuelta a Francia con usted.



Torció su boca hacia un lado con una sonrisa triste.—Usted está enamorada de Cross, ¿verdad?



—Sí.



—¿Por qué?



Eso me hizo sonreír.—Si cree usted que puede averiguar qué ve Corinne en él sabiendo qué es lo que veo yo, olvídelo. Él y yo somos... diferentes el uno con el otro de cómo somos con los demás.



—Eso ya lo he visto. Con él. —Giroux dio un trago y lo saboreó antes de tragárselo.



—Perdone, pero no sé por qué estamos aquí sentados. ¿Qué quiere de mí?



—¿Siempre es usted tan directa?



—Sí. —Me encogí de hombros—. Me impaciento cuando me desconciertan.



—Entonces, seré directo yo también. —Extendió el brazo y me agarró la mano izquierda—. Tiene una marca de anillo en el moreno de su piel. Bastante grande, al parecer.

¿Quizá un anillo de compromiso?



Me miré la mano y vi que tenía razón. Tenía un punto con forma cuadrada en el dedo anular que era un poco más claro que el resto de mi piel. Al contrario que mi madre, que era pálida, yo había heredado el tono cálido de piel de mi padre y me bronceaba con facilidad.—Es usted muy observador. Pero le agradecería que se reservara sus especulaciones.



Sonrió y, por primera vez, fue de verdad.—Puede que, al final, pueda recuperar a mi esposa.



—Creo que podría si lo intentara. —Me incorporé en mi silla decidiendo que había llegado el momento de marcharme—. ¿Sabe qué me dijo su esposa una vez? Que usted se mostraba indiferente. En lugar de esperar a que su mujer vuelva, debería llevársela sin más. Creo que es eso lo que ella quiere.



Se puso de pie cuando yo lo hice, mirándome.—Ha estado persiguiendo a Cross. No creo que una mujer que persigue a los hombres encuentre atractivo a un hombre que la persigue a ella.



—Yo no sé de esas cosas. —Saqué un billete de veinte dólares y lo coloqué en la mesa, a pesar de su ceño fruncido al verlo—. Ella respondió que sí cuando le pidió que se casara con usted, ¿no? Lo que fuera que hizo usted antes, repítalo. Adiós, Jean-François.



Abrió la boca para hablar, pero yo ya casi había salido por la puerta.



Angus me esperaba junto al Bentley cuando salí del bar.—¿Quiere ir a casa, señora Cross? —preguntó mientras yo entraba en la parte de atrás.



Su forma de referirse a mí me hizo sonreír. Eso, unido a mi reciente conversación con Giroux, hizo que se me ocurriera una idea. —La verdad es que me gustaría hacer una parada, si no te importa.



Le di la dirección y apoyé la espalda en el asiento deleitándome con las expectativas.



Eran las seis y media cuando estuve lista para dar el día por terminado, pero cuando
le pregunté a Angus dónde estaba William, me dijo que seguía en su despacho.—¿Me llevas con él? —le pedí.



—Por supuesto.


Volver al Crossfire fuera del horario de trabajo se me hizo raro. Aunque aún había gente por el vestíbulo, la sensación era diferente a la que había durante el día. Cuando llegué a la planta superior, encontré abiertas las puertas de seguridad de cristal que daban acceso a Cross Industries y al personal de limpieza en acción, vaciando papeleras, limpiando los cristales y pasando la aspiradora.



Me dirigí directamente a la oficina de William, fijándome en las mesas vacías, entre las que estaba la de Scott, su asistente. William estaba tras la suya con un auricular en la oreja y su chaqueta colgada en el perchero del rincón. Tenía las manos en la cadera y hablaba moviendo los labios rápidamente y una expresión de concentración en el rostro.



La pared que tenía en frente de él estaba cubierta de pantallas planas que emitían noticias de todo el mundo. A la derecha, había una barra con decantadores adornados con piedras preciosas sobre estantes de cristal iluminados que eran el único punto de color en la fría paleta de negros, blancos y grises del despacho. Tres zonas distintas para sentarse ofrecían espacios confortables para reuniones menos formales, mientras que la mesa negra de William era un milagro de tecnología moderna que servía como conducto para todos los aparatos electrónicos de la habitación.



Rodeado de todos sus caros juguetes, mi marido estaba para comérselo. Las preciosas líneas entalladas de su chaleco y sus pantalones mostraban la perfección de su cuerpo y verlo en su centro de mando, haciendo uso del poder con el que había construido su imperio, hizo que mi corazón se volviera loco. Las ventanas desde el suelo hasta el techo que le rodeaban por dos lados hacían que las vistas de la ciudad se convirtieran en un fondo imponente, pero en modo alguno aquella panorámica podía con él.



William era el dueño y señor de todo aquello. Y se notaba.



Cogí mi bolso, abrí la cremallera del pequeño bolsillo y saqué los anillos que había dentro. Me puse el mío. A continuación, me acerqué a la pared de cristal y a la puerta doble que lo separaba a él de todos los demás.



Giró la cabeza hacia mí y su mirada entró en calor al verme. Pulsó un botón de su escritorio y la puerta doble se abrió automáticamente. Un momento después, el cristal se volvió opaco, garantizando que nadie que estuviese en la oficina pudiera vernos.



Entré.—Estoy de acuerdo —dijo a quien fuera que estuviese al teléfono—. Hazlo e infórmame.



Mientras se quitaba el auricular para dejarlo en la mesa, no apartó la vista de mí.—Eres una estupenda sorpresa, cielo. Cuéntame cómo ha ido tu encuentro con Giroux.



Me encogí de hombros.—¿Cómo lo has sabido?



Torció la boca hacia un lado y me lanzó una mirada como diciendo: «¿De verdad me lo preguntas?».



—¿Vas a estar aquí mucho rato? —le pregunté.



—Tengo una conferencia telefónica con la división japonesa dentro de media hora. Después, habré terminado. Nos vamos a cenar luego.



—Vamos a comprar algo para llevar a casa y comer con Cary. Va a tener un hijo.William me miró sorprendido.



—¿Cómo dices?



—Bueno, puede que vaya a tener un hijo —dije suspirando—. Le ha sentado muy mal la noticia y quiero estar con él. Además, debería acostumbrarse a verte de nuevo por casa.



Me examinó con la mirada.—A ti también te ha sentado muy mal. Ven aquí. —Dio la vuelta a la mesa y abrió sus brazos—. Deja que te abrace.



Dejé caer el bolso al suelo, me quité los tacones de una patada y fui directa a él. Sus brazos me envolvieron y sus labios, tan firmes y cálidos, se apretaron contra mi frente. —Lo solucionaremos —murmuró—. No te preocupes.



—Te quiero,William.



Su abrazo se hizo más fuerte.



Me eché hacia atrás y levanté la mirada hasta su precioso rostro. Sus ojos eran muy azules, y lo parecían aún más con el tono de sol que había cogido durante nuestro viaje. —Tengo una cosa para ti.



—¿Sí?

Di un paso atrás y le cogí la mano izquierda antes de que la dejara caer. La sujeté y deslicé en su dedo el anillo que acababa de comprarle, girándolo para pasarlo por encima de su nudillo. Se quedó inmóvil durante todo ese rato. Cuando le solté la mano para que pudiera verlo mejor, no la movió de donde estaba mientras yo la sujetaba, como si se hubiese quedado congelada.



Incliné la cabeza para admirar el anillo en él, pensando que había conseguido el efecto justo que yo había buscado. Pero cuando pasó un rato sin que dijera una sola palabra, levanté los ojos y lo vi mirándose la mano como si nunca antes la hubiese visto.



El corazón se me rompió.—No te gusta.



Las fosas nasales se le abrieron mientras tomaba aire y le daba la vuelta a la mano para mirarlo por el otro lado, que era igual. El dibujo que había elegido rodeaba todo el anillo.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:31 pm

Aquella alianza de bodas de platino era muy parecida a la que llevaba en la mano derecha. Tenía muescas biseladas en el valioso metal, lo cual le daba una similar apariencia masculina e industrial. Pero el anillo de bodas estaba aderezado con rubíes, haciendo que fuera imposible no mirarlo. El tono rojo resaltaba sobre su piel bronceada y su traje oscuro, una señal evidente de que era mío. —Es demasiado —dije en voz baja.



—Siempre es demasiado —respondió con voz ronca. Y, a continuación, vino hasta mí, colocando las manos sobre mi cabeza y sus labios sobre los míos, besándome apasionadamente.



Le agarré de las muñecas, pero él se movió con rapidez, levantándome del suelo por la cintura y llevándome después al mismo sofá donde había tumbado su cuerpo sobre el mío tantas semanas atrás.—No tienes tiempo para esto —dije entre jadeos.



Me sentó dejando mi trasero en el filo del sofá.—No tardaremos mucho.



No bromeaba. Me metió las manos por debajo de la falda, me bajó las medias por mis piernas y, a continuación, las abrió y bajó la cabeza.



Allí, en su despacho, donde yo acababa de estar admirando su poder y su imponente presencia, William Cross estaba arrodillado entre mis muslos comiéndome con implacable destreza. Su lengua revoloteó sobre mi clítoris hasta que yo me empecé a retorcer deseando correrme, pero fue verlo a él, con su traje, en su despacho, sirviéndome de forma tan concienzuda, lo que me llevó al orgasmo mientras gritaba su nombre.



Yo me estremecía de placer mientras él me lamía por dentro y mis tejidos sensibles vibraban alrededor de las superficiales zambullidas de su lengua extremadamente experta. Cuando se abrió la cremallera para liberar su erección, yo estaba desesperada por él y arqueé mi cuerpo hacia el suyo con una súplica silenciosa y descarada.



William cogió su pesada y larga polla en la mano y acarició mi co***ño con su grueso capullo, cubriéndose con la textura resbaladiza de mi orgasmo. El hecho de que los dos estuviésemos vestidos con excepción de lo que necesitábamos sacar hizo que todo fuera aún más sensual. —Quiero que te entregues —dijo con tono amenazante—. Inclínate y ábrete. Voy a follarte bien dentro.



Se me escapó un gemido al pensar en aquello y me revolví para obedecerle.



Consciente de lo alto que era, me moví a un lado del sofá y me doblé sobre el brazo, echando las manos hacia atrás para subirme la falda.



Él no vaciló. Con una fuerte embestida de sus caderas, se metió dentro de mí, abriéndome.—Maite.



Jadeando, me aferré a los cojines del sofá. Él la tenía gruesa y dura y muy, muy dentro. Con el vientre apretado contra la curva del brazo del sofá, juré que podía sentirle abriéndose paso desde el interior.



Se echó sobre mí y me envolvió con sus brazos, hundiendo los dientes en el lateral de mi cuello. Aquella reivindicación primitiva hizo que mi sexo se aferrara a él acariciándolo.



William gruñó deslizando sus labios por mi cuerpo, erosionándome suavemente con la barba incipiente de su mentón.—Me gusta sentirte —dijo con voz áspera—. Me encanta follarte.



—William.



—Dame las manos.



Sin saber lo que quería, acerqué los brazos a mi cuerpo y él me rodeó las muñecas con los dedos, tirando de mis manos suavemente hasta ponerlas en la parte inferior de mi espalda.



Después, me siguió follan***do. Golpeando dentro de mi sexo con incesantes embestidas, utilizando mis brazos para tirar de mí hacia atrás para recibir el embiste de sus caderas. Sus pesados huevos se golpeaban contra mi clítoris y aquellas rítmicas bofetadas me fueron llevando hacia otro orgasmo. Él gruñía en cada zambullida como un reflejo de mis gritos.



Su carrera hacia el orgasmo fue enormemente excitante, al igual que su absoluto control de mi cuerpo. Yo no podía hacer otra cosa que estar allí tumbada recibiéndolo, tomar su lujuria y su ansia, sirviéndole lo mismo que él me había servido a mí. La fricción de sus embistes, el continuo frotamiento y retirada, hizo que me volviera loca de deseo.



Quería verlo, ver sus ojos cuando se desenfocaran y el placer lo invadiera con su rostro en una mueca de éxtasis agonizante. Me encantaba poder afectarle de aquella forma salvaje, que mi cuerpo le gustara tanto, que el sexo conmigo hiciera añicos sus defensas.



Se estremeció y maldijo. Su polla se hizo más grande, ensanchándose mientras las
pelotas se le apretaban y se detenía.—Maite... Dios mío. Te quiero.



Sentí el latigazo de su semen dentro de mí, bombeando caliente y denso. Me mordí el labio para contener un grito. Me puso muy caliente estar tan cerca de él.



Soltándome las muñecas, me abrazó y los dedos de una de sus manos se deslizaron hacia el interior de mi co***ño para frotarme el hinchado clítoris. Me corrí mientras él seguía bombeando, con mi sexo ordeñándole su polla mientras se vaciaba a chorros. Tenía los labios en mi mejilla y su respiración soplaba caliente y húmeda sobre mi piel, mientras de su pecho se vertían unos ruidos sordos y graves al correrse con su polla dura y larga.



Los dos seguimos jadeando cuando nuestros orgasmos se fueron tranquilizando, echándonos pesadamente el uno sobre el otro.—Supongo que sí te ha gustado el anillo —dije después de tragar saliva y hablando sin aliento.



Una fuerte carcajada suya me llenó de alegría.



Cinco minutos después, yo languidecía saciada en el sofá, incapaz de moverme. William estaba sentado en su mesa con un aspecto pulcro y perfecto, irradiando la salud y la vitalidad de un macho que acaba de foll***ar.



Hizo la conferencia telefónica sin ningún contratiempo, hablando la mayor parte en nuestro idioma, pero empezó y terminó en un japonés coloquial con su voz profunda y calmada. De vez en cuando, dirigía su mirada hacia mí y curvaba la boca con una mínima sonrisa teñida de inconfundible triunfo masculino.



Supuse que tenía derecho a ello, teniendo en cuenta que mi cuerpo lo estaban recorriendo tantas endorfinas posorgásmicas que casi me sentía como si estuviese borracha.



William terminó su conferencia y se puso de pie, quitándose de nuevo la chaqueta. El brillo de sus ojos me dijo el porqué.—¿No nos vamos? —pregunté haciendo acopio de energía para levantar las cejas.



—Quizá deberías dejar de tomar esas vitaminas, campeón.



Retorció los labios mientras se desabrochaba los botones de su chaleco.—He pasado muchos días fantaseando con follarte en ese sofá. Ni siquiera hemos cumplido la mitad de esas fantasías.



Yo me estiré provocándole deliberadamente.—¿Podemos seguir siendo malos ahora que estamos casados?



Por la chispa que iluminó sus increíbles ojos, pude adivinar lo que opinaba al respecto.



Cuando salimos del Crossfire casi a las nueve, William había dejado bien respondida esa pregunta.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:32 pm

21


William y yo estábamos sentados en el suelo de mi sala de estar comiendo pizza y vestidos con nuestro chándal cuando entró Cary poco después de las diez. Tatiana estaba con él. Extendí la mano por encima de William para coger queso parmesano y susurré:—La madre del niño.



Él hizo una mueca de dolor.—Es conflictiva. Pobre de él.



Eso mismo pensé yo cuando aquella rubia alta entró y arrugó la nariz de forma grosera al oler nuestra pizza. Entonces, vio a William y le dedicó una sonrisita tentadora.

Yo respiré hondo y me obligué a mí misma a dejarlo pasar.—Hola, Cary. —William saludó a mi mejor amigo antes de echar el brazo por encima de mi hombro y enterrar la cara en mi cuello.



—Hola —respondió Cary—. ¿Qué estáis viendo?



—Sin tregua —respondí—. Es muy buena. ¿Queréis verla con nosotros?



—Claro.



Cary agarró la mano de Tatiana y la llevó hasta el sofá.



Ella no tuvo la cortesía de ocultar su desaprobación ante aquella idea.



Se sentaron en el sofá entrelazando cómodamente los cuerpos en una postura que claramente era habitual en ellos. William les acercó la caja de la pizza.—Coged si tenéis hambre.



Cary cogió una porción mientras Tatiana se quejó de que él la empujase. Me fastidiaba que no fuera muy agradable pasar el rato con ella. Si iba a tener al bebé de Cary, iba a formar parte de mi vida y no me gustaba la idea de que nuestra relación fuese complicada.



Al final, no se quedaron mucho rato en la sala de estar. Ella no paraba de decir que las escenas de cámara al hombro de la película la estaban mareando y Cary se la llevó a su dormitorio. Poco después, me pareció oírla reír y aquello me hizo pensar que su mayor problema era la necesidad de querer tener a Cary para ella sola. Entendía aquella inseguridad. Yo misma estaba muy familiarizada con ella.—Tranquila —murmuró William haciendo que me echara sobre su pecho—. Todo se arreglará con ellos. Dales un poco de tiempo.



Le agarré la mano izquierda que colgaba por encima de mi hombro y jugueteé con su anillo.



Él apretó sus labios sobre mi sien y terminamos de ver la película.



Aunque William dormía en el apartamento de al lado, vino temprano al mío para subirme la cremallera de mi vestido de tubo y prepararme un café. Yo acababa de ponerme unos pendientes de perlas y estaba saliendo al pasillo cuando apareció Tatiana desde la cocina con dos botellas de agua en la mano.



Estaba desnuda.



a rabia casi me hierve la sangre pero mantuve la calma. La verdad es que el embarazo no se le notaba, pero saber que existía fue motivo suficiente como para evitar el grito que le correspondía.—Perdona. Deberías vestirte si vas a estar moviéndote por mi apartamento.



—Este apartamento no es sólo tuyo —repuso echándose su leonada melena por encima del hombro mientras avanzaba para pasar por mi lado.



Yo extendí el brazo en el pasillo para bloquearle el paso.—No te andes con juegos conmigo, Tatiana.



—¿O qué?



—O perderás.



e me quedó mirando un largo rato.—Él me escogerá a mí.



—Si llegara a hacerlo, estaría resentido contigo y perderías igualmente. —Dejé caer el brazo—. Piénsalo bien.



La puerta de Cary se abrió detrás de mí.—¿Qué co***ño estás haciendo, Tat?



Giré la cabeza y vi a mi mejor amigo ocupando la puerta vestido sólo con sus calzoncillos.—Dándote una buena excusa para que le compres una bonita bata, Cary.



Apretó los dientes y me despidió con un movimiento de mano, abriendo más la puerta con una orden silenciosa para que Tatiana volviera dentro con su cu***lo desnudo.



Retomé mi camino hacia la cocina con una amplia sonrisa. Mi buen humor desapareció cuando encontré a William en la cocina, apoyado en la encimera bebiéndose su café tranquilamente. Llevaba puesto un traje negro con una corbata gris claro y estaba increíblemente guapo.—¿Has disfrutado del espectáculo? —pregunté con tono serio. No me gustaba que hubiese visto desnuda a otra mujer. Y no se trataba de cualquier mujer, sino de una modelo con el tipo de cuerpo delgado y esbelto que todos sabían que era su preferido.



Levantó un hombro con gesto despreocupado.—No especialmente.



—Te gustan altas y flacas. —Cogí la taza de café que me esperaba a su lado en la encimera.



William colocó la mano izquierda sobre la mía. Los rubíes de su anillo de boda brillaron bajo las alegres luces de la cocina.—Según mis últimas comprobaciones, la mujer a la que no me puedo resistir es pequeña y voluptuosa. Y muy espectacular.



Cerré los ojos tratando de dejar a un lado los celos. —¿Sabes por qué escogí este anillo?



—El rojo es nuestro color —respondió en voz baja—. Vestidos rojos en limusinas. Tacones rojos y seductores en fiestas al aire libre. Una rosa roja en tu pelo cuando te casaste conmigo.



El hecho de que lo hubiese entendido me reconfortó.—Humm —ronroneó abrazándome—. Eres una cosita suave y deliciosa, cielo.



Yo negué con la cabeza mientras mi rabia se convertía en exasperación.



Él restregó su nariz contra mi cuello.—Te quiero.



—William. —Incliné mi cabeza hacia atrás para ofrecerle mi boca y dejar que con un beso hiciera desaparecer mi mal humor.



La sensación de sus labios sobre los míos no dejaba nunca de provocar que los
dedos de mis pies se encogieran.—Esta noche tengo cita con el doctor Petersen. Te llamaré cuando haya terminado y vemos qué hacemos para la cena.



—De acuerdo.



Sonrió ante mi feliz y tranquila respuesta.—Puedo concertar una cita para que vayamos a verlo el jueves.



—Que sea para el siguiente, por favor —dije recobrando la seriedad—. Odio faltar más a terapia, pero mamá quiere que Cary y yo vayamos a una gala benéfica este jueves. Me ha comprado un vestido y todo. Me da miedo de que si no voy se lo tome a mal.



—Iremos juntos.



—¿Sí? —William vestido con esmoquin era un afrodisíaco para mí. Por supuesto, William vestido con cualquier cosa o sin nada me ponía también caliente. Pero con esmoquin.... Dios, era de lo más sensual.



—Sí. Es una ocasión tan buena como cualquier otra para que nos vean juntos de nuevo. Y para anunciar nuestro compromiso.



Me lamí los labios.—¿Te puedo meter mano en la limusina?



Me miró con ojos sonrientes.—Por supuesto que sí, cielo.



Cuando llegué al trabajo, Megumi no estaba en su mesa, así que no pude saber cómo le iba. Aquello me dio una excusa para llamar a Martin y ver si las cosas entre él y Lacey estaban bien tras nuestra noche salvaje en Primal.



Saqué mi teléfono para ponerme una nota y vi que mi madre había dejado un mensaje de voz la noche anterior. Lo escuché de camino a mi mesa. Quería saber si me gustaría que me peinaran y maquillaran antes de la cena del jueves y me sugería que podría venir con un equipo de esteticistas para arreglarnos juntas.



Cuando llegué a mi mesa le contesté con un mensaje diciéndole que me encantaba la idea, pero que andaría escasa de tiempo, pues no saldría del trabajo hasta las cinco.



Me disponía a trabajar cuando Will pasó por mi mesa.—¿Tienes planes para comer? —preguntó, muy guapo con una camisa de cuadros que sólo él podía acompañar tan bien de una corbata azul marino lisa.



—Por favor, no más festines de carbohidratos. Mi trasero no puede permitírselo.



—No. —Sonrió—. Natalie ha pasado ya la fase más cruel de su dieta, así que ahora es mejor. Estaba pensando en sopa y ensalada.



Sonreí. —Me apunto. ¿Le preguntas a Megumi si viene?



—Hoy no ha venido.



—Ah. ¿Está enferma?



—No lo sé. Me he enterado simplemente porque he tenido que llamar yo a la agencia de trabajo temporal para pedir a alguien que la sustituya.



Me eché sobre mi respaldo con el ceño fruncido.—La llamaré durante mi descanso a ver cómo está.



—Salúdala de mi parte. —Golpeteó con los dedos sobre el borde de mi cubículo y se fue.



El resto del día pasó en una nebulosa. Le dejé un mensaje a Megumi durante mi descanso y, luego, traté de ponerme de nuevo en contacto con ella después del trabajo mientras Clancy me llevaba a Brooklyn para mi clase de Krav Maga.—Que me llame Lacey si no te encuentras muy bien —dije en mi mensaje de voz— . Sólo quiero saber cómo estás.



Colgué y, a continuación, me eché en el respaldo del asiento y aprecié la grandiosidad del puente de Brooklyn. Siempre que atravesaba aquellos enormes arcos de piedra que se alzaban sobre el East River me sentía como si estuviese viajando a un mundo distinto. Por debajo, el agua estaba salpicada de ferris que conducían a muchas personas de su lugar de trabajo a casa y un velero que se dirigía al concurrido puerto de Nueva York.



Llegamos a la salida del puente en menos de un minuto y volví a dirigir mi atención al teléfono.



Llamé a Martin.—Maite —contestó con tono alegre, reconociendo claramente mi número de su lista de contactos—. Me alegro de oírte.



—¿Cómo estás?



—Bien. ¿Tú?



—Sobreviviendo. Deberíamos vernos alguna vez. —Sonreí a la policía que dirigía con maña el tráfico en un cruce complicado de la parte de Brooklyn. Hacía que todo se moviera con un silbato entre los dientes y fluidos gestos de la mano y actitud seria—.



Podríamos ir a tomar una copa después del trabajo o salir a cenar en plan doble pareja. —Eso me gustaría. ¿Estás saliendo con alguien en particular?



—William y yo estamos arreglando lo nuestro.



—¿William Cross? Bueno, si alguien puede lanzarle el anzuelo, ésa eres tú.



Me reí y deseé tener puesto mi anillo. No me lo ponía durante el día como William llevaba el suyo. A él no le importaba si los demás sabían que estaba con alguien ni con quién, pero yo aún se lo tenía que decir a todas las personas que formaban parte de mi vida. —Gracias por el voto de confianza. ¿Y tú? ¿Sales con alguien?



—Lacey y yo nos estamos viendo. Me gusta. Es muy divertida.



—Es estupendo. Me alegro de oírlo. Oye, si hablas hoy con ella, ¿puedes pedirle que me cuente cómo está Megumi? Está enferma y quiero asegurarme de que está bien y que no necesita nada.



—Por supuesto. —Oí en mi auricular un repentino ruido, el inconfundible sonido de que salía a la calle—. Lacey no está en la ciudad, pero se supone que tiene que llamarme esta noche.



—Gracias. Te lo agradezco de verdad. Veo que has salido, así que te dejo.



Planeemos un encuentro para la semana que viene. Nos daremos los detalles en estos días.—Suena muy bien. Me alegra que hayas llamado.



Sonreí.—Y a mí.



Colgamos y, como me apetecía ponerme en contacto con más gente, le envié un mensaje a Shawna y otro a Brett. Sólo unos rápidos saludos con emoticonos sonrientes.



Cuando levanté la mirada vi que Clancy me miraba por el espejo retrovisor.—¿Qué tal está mamá? —pregunté.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:34 pm

—Se pondrá bien —contestó, con su habitual tono sin afectaciones.



Asentí, miré por la ventanilla y vi una reluciente parada de autobús de acero con un cartel publicitario de Cary.—Las familias son complicadas a veces, ya sabes.


—Lo sé.



—¿Tienes hermanos, Clancy?



—Un hermano y una hermana.



¿Cómo eran? ¿Eran serios y aburridos como Clancy? ¿O era él la oveja negra?—¿Estáis muy unidos? Si me permites la pregunta...

—Nos llevamos bien. Mi hermana vive en otro estado, así que no la veo mucho.



Pero hablamos por teléfono al menos una vez a la semana. Mi hermano vive en Nueva York, así que nos vemos más a menudo.—Qué bien. —Traté de imaginarme a un Clancy relajado tomando cervezas con alguien parecido a él, pero no lo conseguí—. ¿Él también trabaja como guardia de seguridad?



—Todavía no. —Su boca se retorció un poco con una especie de sonrisa—. Por ahora está en el FBI.



—¿Tu cuñada es policía?



—Está en la Marina.



—Vaya. Increíble.



—Sí, es estupenda.



Lo observé a él y a su corte de pelo a lo militar.—¿Tú también fuiste militar, ¿no?



—Sí. —No pareció dispuesto a decir nada más.



Cuando abrí la boca para sonsacarle algo más, giró por una calle y me di cuenta de que habíamos llegado al antiguo almacén donde Parker tenía su estudio.



Cogí mi bolsa del gimnasio y salí antes de que Clancy pudiera abrirme la puerta. —Te veo dentro de una hora.



—Dales fuerte, Maite —dijo él mirándome hasta que entré.



La puerta apenas se había cerrado tras de mí cuando vi a una chica morena que me resultaba familiar y que preferiría no haber vuelto a ver. Nunca. Estaba a un lado, justo fuera de las colchonetas de entrenamiento, con los brazos cruzados. Estaba vestida con unos pantalones negros de gimnasia con una llamativa raya azul a los lados a juego con su camiseta de manga larga. Llevaba el pelo, castaño y rizado, recogido en una elaborada coleta.



Se giró. Unos ojos fríos y azules me recorrieron de la cabeza a los pies.



Enfrentándome a lo inevitable, respiré hondo y me acerqué a ella.—Detective Graves.



—Maite. —Me saludó con un seco movimiento de cabeza—. Bonito bronceado.



—Gracias.



—¿La ha llevado Cross de viaje el fin de semana?



No era exactamente una pregunta trivial. La espalda se me tensó.—He pasado unos días de descanso.



Su boca apretada se torció hacia un lado.—Aún sigue siendo recelosa. Eso está bien. ¿Qué opinión tiene su padre de Cross?



—Creo que mi padre se fía de mi criterio.



Graves asintió. —Si yo fuera usted, seguiría pensando en la pulsera de Nathan Barker. Pero claro, a mí los cabos sueltos me ponen nerviosa.



Un escalofrío de inquietud me recorrió la espalda. Todo aquello me ponía nerviosa, pero ¿con quién podría hablar de ello? Con nadie aparte de William, y lo conocía demasiado bien como para dudar de que estuviese haciendo todo lo que su considerable poder le permitía para resolver aquel misterio.—Necesito una pareja para entrenar —dijo de repente la detective—. Vamos.



—Eh... ¿qué? —La miré pestañeando—. ¿Es...? ¿Podemos...?



—No hay más pistas para el caso, Maite. —Saltó sobre la colchoneta y empezó a hacer estiramientos—. Rápido. No tengo toda la noche.



Graves me dio una paliza. Para tratarse de una mujer tan delgada y enjuta, tenía fuerza. Estaba concentrada, era precisa e implacable. La verdad es que aprendí mucho de ella durante la hora y media que estuvimos entrenando, sobre todo, a no bajar nunca la guardia. Actuaba con la velocidad de un rayo a la hora de aprovecharse de cualquier ventaja.



Cuando llegué tambaleándome a mi apartamento poco después de las ocho, me dirigí directa a la bañera. Me sumergí en el agua con aroma a vainilla rodeada de velas y esperé a que William apareciera antes de que me arrugara como una pasa.



Al final, llegó justo cuando me estaba envolviendo en una toalla, y por su pelo mojado y sus vaqueros supe que se había duchado tras haber ido a ver a su entrenador.—Hola, campeón.



—Hola, esposa. —Se acercó a mí, me abrió la toalla y bajó la cabeza hacia mis pechos.



Me quedé sin respiración cuando me chupó un pezón, tirando de él rítmicamente hasta que se puso duro.



Se incorporó y admiró su obra.—Dios, qué buena estás.



Me puse de puntillas y le besé en el mentón.—¿Cómo te ha ido esta noche?



Me miró con una sonrisa irónica.—El doctor Petersen me ha felicitado por lo nuestro y, después, ha continuado con una terapia sobre lo importante que es la pareja.



—Piensa que nos hemos casado demasiado pronto.



William soltó una carcajada.—Ni siquiera quería que tuviéramos sexo, Maite.



Arrugué la nariz, me ajusté la toalla y cogí un cepillo para mi pelo mojado.—Déjame a mí —dijo cogiendo el cepillo y llevándome hasta el ancho filo de la bañera. Me obligó a sentarme.



Mientras me peinaba, le hablé de mi encuentro con la detective Graves en mi clase de Krav Maga.—Mis abogados me han dicho que el caso está archivado —dijo William.



—¿Cómo te hace sentir eso?



—Estás a salvo. Eso es lo único que importa.

No había ninguna inflexión en su voz, por lo cual supe que le importaba más de lo que me decía. Yo sabía que en algún lugar, en lo más hondo de él, el asesinato de Nathan le atormentaba. Porque a mí me atormentaba lo que William había hecho por mí y los dos éramos las dos mitades de la misma alma.



Por eso es por lo que William había deseado tanto que nos casáramos. Yo era el lugar donde se encontraba a salvo. La persona que conocía cada uno de sus oscuros y tormentosos secretos y, aun así, le amaba desesperadamente. Y él necesitaba el amor más que ninguna otra persona que yo hubiese conocido nunca.



Sentí una vibración en mi hombro.—¿Llevas en tu bolsillo un nuevo juguete, campeón?

—Debería haber apagado esta maldita cosa —murmuró sacando su teléfono. Miró la pantalla y, a continuación, respondió pulsando un botón—. Aquí Cross.



Oí la voz nerviosa de una mujer a través del auricular, pero no pude distinguir lo que decía. —¿Cuándo? —Tras oír la respuesta, preguntó—: ¿Dónde? Sí, voy para allá.



Colgó y se pasó una mano por el pelo.



Me puse de pie.—¿Qué pasa?



—Corinne está en el hospital. Mi madre dice que es grave.



—Voy a vestirme. ¿Qué ha pasado?



William me miró. La piel se me puso de gallina. Nunca le había visto tan... destrozado. —Pastillas —dijo con voz áspera—. Se ha tragado un bote de pastillas.



Cogió el DB9. Mientras esperábamos a que nos trajeran el coche, William llamó a Raúl para decirle que se reuniera con nosotros en el hospital y que se encargara del Aston Martin cuando llegáramos.



Cuando William se puso tras el volante, condujo con expresión tensa y concentrada; cada giro del volante y pisada del acelerador era diestra y precisa. Metida en aquel pequeño espacio con él, supe que se había encerrado. Emocionalmente, era imposible llegar a él.



Cuando le coloqué la mano en la pierna para darle consuelo y apoyo, ni siquiera se movió.



No estuve segura del todo de que lo hubiera sentido.



Raúl nos estaba esperando cuando llegamos a urgencias. Me abrió la puerta y, a continuación, dio la vuelta por detrás para ocupar el asiento del conductor después de que William saliera. El reluciente coche dejó la acera antes de que hubiésemos atravesado las puertas automáticas.


Cogí la mano de William, pero tampoco estuve segura de que lo notara. Fijó la mirada en su madre, que se puso de pie cuando entramos en la sala de espera privada a la que nos habían conducido. Elizabeth Vidal apenas me miró y fue directa a su hijo para abrazarlo.



Él no le devolvió el abrazo. Pero tampoco se apartó. Su mano apretó más la mía.



La señora Vidal ni siquiera me saludó. En lugar de ello, me dio la espalda y señaló a la pareja que estaba sentada cerca de nosotros. Estaba claro que se trataba de los padres de Corinne. Estaban hablando con Elizabeth cuando William y yo entramos, lo cual me pareció raro, pues Jean-François Giroux estaba de pie solo, junto a la ventana, con aspecto de sentirse tan intruso como Elizabeth me estaba haciendo sentir a mí.



William aflojó mi mano cuando su madre le acercó a la familia de Corinne. Me sentí incómoda al quedarme sola en la puerta, así que fui hasta Jean-François.



Lo saludé calladamente.—Lo siento mucho.



Él me miró con ojos fríos y su cara parecía haber envejecido una década desde que nos habíamos visto el día anterior en el bar.—¿Qué está haciendo aquí?



—La señora Vidal ha llamado a William.



—Por supuesto que lo ha llamado —Dirigió la mirada hacia los sillones—.

Cualquiera diría que es él su marido y no yo.



Seguí su mirada. William estaba agachado delante de los padres de Corinne, cogiéndole la mano a la madre. Una desagradable sensación de pavor me recorrió el cuerpo y me hizo sentir frío.—Prefiere estar muerta a vivir sin él —dijo Giroux de forma monótona.



Lo miré. De repente, lo comprendí.—Se lo ha contado a ella, ¿verdad? Lo de nuestro compromiso.



—Y mire qué bien se ha tomado la noticia.



Dios mío. Di un paso tembloroso hacia la pared, pues necesitaba apoyarme. ¿Cómo no iba a saber ella lo que un intento de suicidio provocaría en William? No podía estar tan ciega. ¿O era la reacción de él, su sentimiento de culpa, lo que ella buscaba? Sentí nauseas al pensar que era tan manipuladora, pero no se podía dudar del resultado. William había vuelto a su lado. Al menos, por ahora.



Una médico entró en la sala, una mujer de aspecto amable, cabello rubio y plateado muy corto y descoloridos ojos azules.—¿El señor Giroux?



—Oui. —Jean-François dio un paso adelante.



—Soy la doctora Steinberg. Estoy tratando a su esposa. ¿Podemos hablar un momento en privado?



El padre de Corinne se puso de pie.—Nosotros somos su familia.



La doctora Steinberg lo miró con una dulce sonrisa.—Lo comprendo. Sin embargo, es con el esposo de Corinne con quien tengo que hablar. Sí puedo decirles que Corinne se pondrá bien con unos días de descanso.



Giroux y ella salieron de la sala, lo cual efectivamente cortó el sonido de sus voces, pero aún se les seguía viendo a través de la pared de cristal. Giroux era mucho más alto que la doctora, pero lo que fuera que le dijese hizo que él se desmoronara visiblemente. La tensión en la sala de espera aumentó hasta un nivel insoportable. William estaba de pie junto a su madre, con la atención puesta en la desgarradora escena que se desarrollaba ante nosotros.



La doctora Steinberg extendió una mano y la colocó sobre el brazo de Jean-François mientras seguía hablando. Un momento después, dejó de hablar y se fue. Él se quedó allí, mirando al suelo, con los hombros hundidos como si un enorme peso los empujara hacia abajo.



Estaba a punto de acercarme a él cuando William se movió. En el momento en que salió de la sala de espera, Giroux le dio un empujón.



El ruido sordo de los dos hombres al colisionar fue estruendoso por su violencia. La sala tembló cuando William se golpeó contra la gruesa pared de cristal.



Alguien dio un grito de sorpresa y, a continuación, llamó al servicio de seguridad.



William se quitó de encima a Giroux y bloqueó un puñetazo. Después, se agachó para esquivar un golpe en la cara. Jean-François bramó algo, su rostro retorcido por la rabia y el dolor.



El padre de Corinne salió corriendo hacia ellos al mismo tiempo que llegaban los agentes de seguridad blandiendo sus pistolas paralizantes y apuntando con ellas. William volvió a quitarse de encima de un empujón a Jean-François, defendiéndose sin lanzar un solo puñetazo. Su rostro permanecía pétreo y sus ojos fríos, casi tan perdidos como los de Giroux.



Giroux le gritó a William. Como el padre de Corinne había dejado la puerta a medio abrir, escuché parte de lo que dijo. La palabra «enfant» no necesitaba traducción. En mi interior todo quedó en un silencio sepulcral y todo sonido se perdió bajo el zumbido de mis oídos.

Todos salieron corriendo de la sala mientras los guardias conducían a William y Giroux esposados y a empujones en dirección al ascensor de servicio. Yo parpadeé cuando Angus apareció en la puerta, segura de que era producto de mi imaginación.—Señora Cross —dijo en voz baja acercándose a mí con cuidado y con su gorra en las manos.



Apenas puedo imaginar cuál era mi aspecto. Seguía aferrada a la palabra «niño» y a lo que pudiera significar. Al fin y al cabo, Corinne llevaba en Nueva York desde que yo había conocido a William... pero no su marido.—He venido para llevarla a casa.



Fruncí el ceño.—¿Dónde está William?



—Me ha enviado un mensaje pidiéndome que viniera a por usted.



Mi confusión se convirtió en un dolor agudo.—Pero él me necesita.



Angus respiró hondo con los ojos llenos de algo que pareció pena.—Venga conmigo, Maite. Es tarde.



—No quiere que yo esté aquí —dije con voz monótona, agarrándome a lo único que podía comprender.



—Quiere que esté en casa y bien.



Sentí que los pies se me habían pegado al suelo.—¿Es eso lo que dice en su mensaje?



—Eso es en lo que él está pensando.



—Estás siendo muy amable. —Empecé a caminar como con un piloto automático.

Pasé junto a uno de los celadores que estaba arreglando el desorden provocado al caer Giroux sobre un carro de medicinas. El modo en que evitó mirarme pareció confirmarme la cruda realidad.



Me habían dejado a un lado.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:36 pm

22


William no vino a casa esa noche. Cuando miré en su apartamento al salir para el trabajo encontré las camas hechas e impolutas.



Dondequiera que hubiese pasado la noche, no había sido cerca de mí. Tras la revelación del embarazo de Corinne, me sorprendía que me hubiese dejado sola sin darme una explicación. Me sentía como si una enorme bomba hubiese explotado delante de mí y yo me hubiese quedado entre los escombros, sola y confundida.



Angus y el Bentley me esperaban abajo cuando salí a la calle. Empecé a llenarme de rabia. Cada vez que William se apartaba de mí enviaba a Angus como sustituto.—Debería haberme casado contigo, Angus —murmuré mientras entraba en el asiento trasero—. Siempre estás a mi disposición.



—William se asegura de que así sea —contestó antes de cerrar la puerta.

«Siempre tan leal», pensé con amargura.



Cuando llegué al trabajo y me dijeron que Megumi seguía de baja por enfermedad me sentí tan preocupada por ella como aliviada por mí. No era propio de ella faltar al trabajo, siempre estaba en su mesa a primera hora. Así que sus repetidas ausencias me indicaban que le pasaba algo realmente malo. Pero el no tenerla allí implicaba que no se daría cuenta de mi estado de ánimo ni me haría preguntas que yo no querría responder. En realidad, no las podía responder. No tenía ni idea de dónde estaba mi marido, qué hacía ni cómo se encontraba.



Y yo me sentía furiosa y herida por ello. Lo único que no sentía era miedo. William tenía razón en cuanto a que el matrimonio fomentaba una sensación de estabilidad. Yo lo tenía amarrado y él tendría que esforzarse para poder liberarse. No podía desaparecer sin más ni ignorarme eternamente. Pasara lo que pasara, tendría que enfrentarse a mí en algún momento. La única pregunta era: ¿cuándo?



Me concentré en el trabajo deseando que las horas pasaran rápidamente. Cuando salí a las cinco aún no había tenido noticias de William y yo tampoco me había puesto en contacto con él. En lo que a mí respectaba, él tenía que tender un puente sobre el agujero que había provocado entre los dos.



Me dirigí a mi clase de Krav Maga después del trabajo, y Parker estuvo conmigo durante una hora.—Esta tarde estás que te sales —dijo cuando lo tiré sobre la colchoneta por sexta o séptima vez.



No le dije que me estaba imaginando que William ocupaba su lugar.



Cuando llegué a casa me encontré a Cary y a Trey en la sala de estar. Estaban comiendo bocadillos y viendo un programa de humor en la televisión.—Tenemos muchos —dijo Trey ofreciéndome la mitad de su bocadillo—. También hay cerveza en el frigorífico.



Era un chico estupendo con gran personalidad. Y estaba enamorado de mi mejor amigo. Miré a Cary y, por un segundo, él me mostró su confusión y su dolor. A continuación, lo ocultó tras su luminosa y bonita sonrisa. Dio una palmada sobre el cojín que tenía a su lado.—Ven a sentarte, nena.



—Claro —asentí, en parte porque no soportaba la idea de estar sola en mi habitación volviéndome loca con mis pensamientos—. Pero deja que antes me dé una ducha.



Una vez limpia y cómoda con mi chándal desgastado, fui con los dos al sofá. Me preocupé cuando me apareció un error de «no encontrado» al tratar de localizar el teléfono de William con las instrucciones que él me había dado.



Terminé durmiendo en la sala de estar, prefiriendo el sofá a una cama que podía oler a mi marido desaparecido.



De todos modos, me desperté con su olor y la sensación de sus brazos alrededor de mí mientras me levantaba. Agotada, apoyé la cabeza sobre el pecho de William y escuché el sonido de su corazón latiendo con fuerza y seguro. Me llevó a mi dormitorio.—¿Dónde has estado? —murmuré.



—En California.



—¿Qué? —pregunté con una sacudida.



Él negó con la cabeza. —Hablaremos por la mañana.



—William...



—Por la mañana, Maite —dijo con severidad mientras me dejaba en la cama y me besaba con fuerza en la frente.



Le agarré de la muñeca cuando se levantó.—No te atreverás a irte.



—No he dormido en casi dos malditos días. —En su voz había un tono de crispación que disparó las alarmas.



Apoyándome en los codos, traté de ver su cara en aquella semioscuridad, pero me resultaba muy difícil y aún no se me había ido el sueño de los ojos. Sí pude ver que llevaba unos vaqueros y una camisa de manga larga, eso fue todo.—¿Y qué? Tienes una cama justo aquí.

Soltó un resoplido de exasperación y agotamiento.—Túmbate. Voy a por mis pastillas.



Hasta pasado un buen rato desde que se fue no recordé que guardaba un tarro de pastillas suyas en mi baño. Se había ido solamente porque quería hacerlo. Me aparté las mantas y salí dando trompicones de la habitación, atravesando la sala de estar a oscuras para buscar mis llaves. Fui al apartamento de William y entré, casi tropezándome con una maleta que habían dejado sin cuidado junto a la puerta.



Debió hacerlo con el tiempo suficiente para dejarla antes de venir a verme. Y sin embargo, no tenía ninguna intención de pasar la noche en mi cama. ¿Por qué había venido? ¿Sólo para verme dormir? ¿Para ver cómo estaba?



Joder. ¿Llegaría alguna vez a entenderle?



Lo busqué y lo encontré tumbado boca abajo en la cama del dormitorio principal, con la cabeza sobre mi almohada y aún con la ropa puesta. Las botas estaban a un metro la una de la otra a los pies de la cama, como si se las hubiese quitado rápidamente de una patada, y había dejado el teléfono y la cartera en la mesa de noche.



El teléfono fue irresistible.



Lo cogí, tecleé la palabra «cielo» en la contraseña y empecé a desplazarme por él sin pudor. No me importaba que me sorprendiera haciéndolo. Si no me daba él las
respuestas, tenía todo el derecho de buscarlas yo por mi cuenta.



Lo último que esperaba encontrar era tantas fotos mías en su álbum. Había docenas. Algunas de los dos que habían tomado los paparazzi, otras las había hecho él con su teléfono sin que yo me diera cuenta. Fotografías espontáneas que me brindaron la oportunidad de verme a través de sus ojos.



Dejé de preocuparme. Me amaba. Me adoraba. Ningún hombre me habría hecho esas fotos de no ser así, con el pelo revuelto y sin maquillaje, sin hacer nada interesante, sólo leyendo algo o de pie delante de un frigorífico abierto decidiendo qué quería coger.



Imágenes mías durmiendo, comiendo o con el ceño fruncido en plena concentración... Haciendo cosas aburridas y corrientes.



Su registro de llamadas mostraba sobre todo llamadas entre él y Angus, Raúl o Scott. Había mensajes de voz de Corinne que me negué a torturarme escuchándolos, pero sí pude ver que él no le había respondido ni la había llamado desde hacía tiempo. Había llamadas entre él y gente del trabajo, un par de ellas con Arnoldo y varias con sus abogados.



Y tres llamadas que había intercambiado con Deanna Johnson.



Entrecerré los ojos. La duración variaba desde varios minutos a un cuarto de hora.



Miré sus mensajes de texto y encontré el que le había enviado a Angus cuando estábamos en el hospital.«Necesito que la saques de aquí».



Hundiéndome en el sillón del rincón de la habitación, me quedé mirando el mensaje. «Necesito» y no «quiero». Por alguna razón, la elección de aquella palabra cambió mi percepción de lo que había ocurrido. Aún no lo entendía del todo, pero ya no me sentí tan... apartada.



También había mensajes entre él y Ireland que me pusieron contenta. No los leí, pero sí pude ver que el último le había llegado el lunes.



Dejé el teléfono donde lo había encontrado y observé al hombre al que amaba sumergido en el profundo sueño de su agotamiento. Despatarrado como estaba, vestido, aparentaba la edad que tenía. Tenía tantas responsabilidades y las cumplía con tanta fluidez..., con una naturalidad tan innata, que era fácil olvidar que fuera tan vulnerable a la saturación y al estrés del trabajo como cualquiera.



Mi obligación como esposa suya era ayudarle con ello. Pero me resultaría imposible si me dejaba fuera. Al tratar de ahorrarme preocupaciones, se echaba más carga sobre sí mismo.



Hablaríamos de ello en cuanto él hubiese descansado un poco.



Me desperté con un calambre en el cuello y la sensación de que algo iba mal. Moviéndome con cuidado para no hacer ruido, abandoné mi postura de ovillo en el sillón y noté que el amanecer ya había empezado. Una luz rosa anaranjada atravesaba las ventanas y con un rápido vistazo al reloj de la mesa de noche supe que la mañana estaba entrando.



William gimió y yo me quedé inmóvil. El miedo recorrió mi cuerpo al escuchar aquel sonido. Fue un ruido terrible, el sonido de una criatura herida física y emocionalmente. Sentí un escalofrío cuando volvió a gemir, y todo mi cuerpo reaccionó de forma violenta ante su tormento.



Me abalancé sobre la cama y me subí a ella arrodillándome mientras le empujaba en el hombro.—William. Despierta.



Se encogió apartándose de mí, acurrucándose sobre mi almohada y apretándola. Su cuerpo se sacudió cuando de él salió un sollozo.



Me tumbé detrás de él, envolviéndolo con un brazo alrededor de su cintura. —Ya, cariño —susurré—. Estoy aquí. Estoy contigo.Le acuné mientras lloraba en su sueño y mis lágrimas mojaron su camisa.



—Despierta, cielo —murmuró William acariciando mi mentón con sus labios—. Te necesito.



Me estiré sintiendo los dolores persistentes de las dos últimas tardes de duro entrenamiento y las pocas horas de sueño en el sillón antes de cambiarme a la cama para estar con él.



Tenía subida la camiseta, dejando al aire mis pechos para su boca ávida y ansiosa. Una mano se metió bajo la cintura de mi pantalón del chándal y, después, bajo mi ropa interior, encontrando mi sexo y llevándome con destreza a una rápida excitación.—William... —Pude sentir la necesidad que había en su tacto, el deseo que iba más allá de lo superficial.



Tomó mi boca haciéndome callar con un beso. Mis caderas se arquearon mientras sus dedos se introducían dentro de mí para follarme suavemente. Deseosa de responder a su demanda silenciosa de algo más, me bajé el pantalón dando patadas impacientes hasta que me lo quité.



Llevé la mano a la cremallera de sus pantalones, la abrí y aparté la tela vaquera y el algodón de sus calzoncillos. —Méteme dentro de ti —susurró sobre mis labios.



Rodeé con mis dedos su gruesa erección para colocarlo y, a continuación, me subí para recibir sus primeros centímetros dentro de mí.



Enterrando su cara en mi cuello, embistió sumergiéndose dentro de mí, gimiendo de placer mientras yo me apretaba alrededor suyo.—Por Dios, Maite. Te necesito tanto...



Lo rodeé con mis brazos y piernas apretándolo con fuerza.



El tiempo y el resto del mundo dejaron de importarme. William renovó todas las promesas que me había hecho en las arenas de una playa del Caribe y yo traté de curarle, con la esperanza de darle la fuerza que necesitaba para enfrentarse a un nuevo día.



Me estaba maquillando cuando William entró en el cuarto de baño y dejó una humeante taza de café con leche edulcorado a mi lado, en la encimera de mármol. Sólo llevaba puestos los pantalones del pijama, así que supuse que no iba a ir a la oficina o, al menos, no de inmediato.



Lo miré a través del espejo buscando alguna señal de que recordara sus sueños. Nunca le había visto tan profundamente afectado, como si el corazón se le estuviera rompiendo.—Maite —dijo en voz baja—, tenemos que hablar.



—Estoy de acuerdo.



Apoyándose en la encimera, sostuvo su taza con las dos manos. Bajó la mirada a su café durante un largo rato antes de preguntar:—¿Grabaste un vídeo sexual con Brett Kline?



—¿Qué? —Lo miré apretando la mano sobre el mango de mi brocha de maquillaje—. No. Joder, no. ¿Por qué me preguntas eso?



Me sostuvo la mirada.—Cuando volví del hospital la otra noche, Deanna me estaba esperando en el portal. Tras lo que había ocurrido con Corinne, sabía que desdeñarla había sido un error.



—Te lo dije.



—Lo sé. Tenías razón. Así que la llevé al bar que hay calle arriba, la invité a una copa de vino y me disculpé.



—Fuiste con ella a tomar un vino —repetí.



—No, fui con ella para decirle que sentía cómo la había tratado. La invité al vino para así tener un motivo para estar sentados en el maldito bar —me corrigió malhumorado—. Supuse que tú preferirías que la llevara a un lugar público en vez de subirla al apartamento, que habría sido lo más conveniente y privado.



Tenía razón, y le agradecí que pensara en mi reacción y se adaptara a ella. Pero seguía enfadada porque Deanna hubiera conseguido tener una especie de cita con él.



William debió adivinar lo que estaba pensando, porque sus labios se curvaron hacia un lado.—Qué posesiva eres, cielo. Tienes suerte de que me guste tanto.



—Cállate. ¿Qué tiene que ver Deanna con una grabación sexual? ¿Te ha dicho ella que existe? Es mentira. Está mintiendo.



—No. Mi disculpa suavizó las cosas lo suficiente para que me hiciese una concesión. Me habló del vídeo y me dijo que se iba a vender en una subasta de manera inminente.



—Te digo que es una mentirosa de mier***da —repuse.



—¿Conoces a un tipo que se llama Sam Yimara?



Todo se detuvo. La ansiedad emergió en el fondo de mi estómago.—Sí. Era el aspirante a realizar los vídeos del grupo.



—Exacto. —Dio un sorbo a su café y sus ojos me miraron con dureza por encima del borde de la taza—. Al parecer, colocó cámaras dirigidas por control remoto en algunos de los conciertos del grupo para así tener material entre bastidores. Asegura haber recreado el vídeo de «Rubia» con metraje real y explícito.



—Dios mío. —Me tapé la boca y sentí que me mareaba.



Ya era suficientemente terrible saber que había extraños viéndonos a mí y a Brett foll***ar, pero era un millón de veces peor imaginarme a William viéndolo. Aún podía ver su cara mientras veía el vídeo musical, y eso ya había sido terrible. Él y yo no seríamos nunca los mismos si veía las imágenes reales. Sabía que nunca conseguiría apartar de mi mente imágenes de él con otra mujer. Y con el tiempo, terminarían consumiéndome como el ácido.—Por eso has ido a California —susurré horrorizada.



—Deanna me dio toda la información que tenía y he conseguido una orden temporal para evitar que Yimara pueda ceder o vender el vídeo.



Por sus gestos, no podía estar segura de qué era lo que estaba pensando o sintiendo. Estaba encerrado y contenido, controlándose de manera inflexible. Mientras yo sentía cómo me desintegraba.—No puedes evitar que salga a la luz —susurré.



—Contamos con un precintado temporal durante el proceso judicial.



—Si ese vídeo llega a uno de esos portales de internet de intercambio de archivos se
extenderá como una plaga.



Negó con la cabeza y el filo de su cabello negro le acarició los hombros.—Tengo a un equipo de informáticos dedicado en exclusiva a buscar ese archivo en internet las veinticuatro horas del día, pero Yimara no va a ganar dinero si regala la grabación. Sólo tiene valor si es exclusivo. No va a echar a perder esa oportunidad antes de agotar todas las opciones, incluyendo la de vendérmelo a mí.



—Deanna lo va a contar. Su trabajo consiste en sacar secretos a la luz, no en esconderlos.



—Le he ofrecido una exclusiva de veinticuatro horas de las fotos de nuestra boda si oculta esto.



—¿Y ha accedido? —pregunté escéptica—. Esa mujer va detrás de ti. No puede quedarse contenta con el hecho de que dejes de estar en el mercado. De forma permanente.



—Existe un punto en el que queda claro que no tiene ninguna esperanza —dijo con frialdad—. Creo que he conseguido llegar a ese punto. Confía en mí. Está muy contenta con el dinero que va a hacer con la exclusiva de la boda.



Me acerqué al váter, bajé la tapa y me senté. La realidad de lo que me había contado me hundió.—Todo esto me da nauseas, William.



Dejó su café junto al mío y se agachó delante de mí.—Mírame.



Hice lo que me ordenó, pero me resultaba difícil.—Nunca dejaré que nadie te haga daño —dijo—. ¿Lo entiendes? Me voy a encargar de esto.



—Lo siento —susurré—. Siento mucho que tengas que enfrentarte a esto. Con todo lo que estás pasando...



William me agarró de las manos.—Una persona ha violado tu intimidad, Maite. No te disculpes por ello. En cuanto a lo de enfrentarme a esto... estoy en mi derecho. Es mi honor. Tú siempre serás lo primero.



—No parecía que fuera lo primero en el hospital —repuse, porque necesitaba sacar el resentimiento antes de que se enconara. Y necesitaba que él me explicara por qué siempre me apartaba cuando trataba de protegerme—. Todo se fue al infierno y tú me mandaste a Angus cuando lo que yo quería era quedarme allí por ti. Te fuiste en avión a otro estado y no me llamaste... no me dijiste nada.



Apretó la mandíbula.—Y no dormí. Dediqué cada minuto que tenía y todos los favores que me debían para conseguir esa orden judicial a tiempo. Tienes que confiar en mí,Maite. Aunque no entiendas lo que estoy haciendo, confía en que siempre estoy pensando en ti y haciendo lo que es mejor para ti. Para nosotros.

Aparté la mirada, odiando aquella respuesta.—Corinne está embarazada.



Dejó escapar un fuerte suspiro.—Lo estaba, sí. De cuatro meses.



Una palabra hizo que sintiera un escalofrío.—¿Estaba?



—Abortó mientras los médicos se ocupaban de la sobredosis. Prefiero pensar que ella no sabía nada del bebé.



Estudié su rostro y traté de ocultar el despreciable alivio que había en el mío.—¿De cuatro meses? Entonces, el bebé era de Giroux.



—Espero que sí —contestó bruscamente—. Parece que él piensa que era suyo y que yo soy el responsable de que lo haya perdido.



—Dios mío.



William dejó caer la cabeza sobre mi regazo apoyando la mejilla en mi muslo.—Seguro que ella no sabía nada. No podía poner en riesgo a un bebé por algo tan estú***pido.



—No voy a permitir que te culpes por esto, William —dije con tono severo.



Envolvió mi cintura con sus brazos.—Dios. ¿Estoy maldito?



En ese momento, odié tanto a Corinne que me puse agresiva. Ella sabía que el padre de William se había suicidado. Si conociera un poco a William, habría sabido lo mucho que su propio intento le destrozaría.—Tú no eres el responsable de esto. —Le pasé los dedos por el pelo para consolarle—. ¿Me oyes? Sólo Corinne es la responsable de lo que ha pasado. Tendrá que ser ella la que viva con lo que ha hecho, no tú ni yo.



—Maite. —Me abrazó y su aliento cálido atravesó la seda de mi bata.



Un cuarto de hora después de que William me dejara en el baño para contestar a una llamada de Raúl, yo seguía de pie ante el lavabo, con los ojos fijos en él.—Vas a llegar tarde al trabajo —dijo con voz suave acercándose a mí y abrazándome por detrás.



—Estoy pensando en llamar. —Nunca lo había hecho, pero estaba cansada y hecha polvo. No podía imaginarme aunando las fuerzas suficientes como para concentrarme en el trabajo como debía.
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Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18 - Página 2 Empty Re: Webnovela Adaptada LevyRroni Atada a Tí(Saga CrossFire)+18

Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:37 pm

—Podrías hacerlo, pero no va a quedar bien cuando salgas en las fotografías de la gala de esta noche.



Lo miré a través del espejo.—¡No vamos a ir!



—Sí que vamos a ir.



—William, si sale esa grabación mía con Brett no vas a querer que tu nombre se relacione con el mío.



Se puso rígido y, a continuación, me dio la vuelta para que lo mirarla.—Di eso otra vez.



—Ya me has oído. El apellido Cross ya ha sufrido bastante, ¿no crees?



—Cielo, estoy más cerca que nunca de tumbarte sobre mis rodillas para darte unos azotes. Por suerte para ti, no me pongo violento cuando me enfado.



Su brusca burla no me distrajo del hecho de que estaba decidido a proteger a la chica que yo había sido, la chica de la que yo me avergonzaba. Estaba dispuesto a colocarse entre el escándalo y yo, para protegerme lo mejor que pudiera y recibir el golpe en mi lugar si llegaba el caso.



No pensé que fuera posible quererle más de lo que ya lo hacía, pero él no dejaba de demostrarme que estaba equivocada.



Cogió mi cara entre sus dos manos.—A lo que sea que nos enfrentemos, lo haremos juntos. Y tú lo harás con mi apellido.



—William...



—No sabes lo orgulloso que estoy de que lo lleves. —Acarició mi frente con su boca—. Cuánto significa para mí que lo hayas aceptado y lo hayas hecho tuyo.



—Oh, William —Me puse de puntillas y me abracé a él—. Cómo te quiero.



legué media hora tarde al trabajo y encontré a una trabajadora temporal en la mesa de Megumi. Sonreí y la saludé, pero la preocupación me carcomía. Asomé la cabeza en el despacho de Mark y me disculpé efusivamente por llegar tarde. Después, llamé al móvil de Megumi desde mi mesa, pero no contestó. Me acerqué a ver a Will.—Tengo que hacerte una pregunta —dije cuando llegué a su lado.



—Espero tener la respuesta —contestó balanceándose en su silla para mirarme a través de sus modernas gafas.



—¿A quién llama Megumi para decir que está enferma?



—Le comunica todo a Daphne. ¿Por qué?



—Estoy preocupada. No me devuelve las llamadas. Me pregunto si está enfadada conmigo por algo. —Cambié el peso de un pie a otro—. Odio no saberlo y no poder ayudar.



—Bueno, si te sirve de algo, Daphne dice que tenía una voz horrible.



—Eso no me sirve. Pero gracias.



Me dirigí de nuevo a mi mesa. Mark me hizo una señal para que entrara en su despacho al pasar por su lado.—Hoy cuelgan el cartel de seis pisos de los pañuelos Tungsten.



—¿Sí?



—¿Quieres que vayamos a verlo? —preguntó con una amplia sonrisa.



—¿De verdad? —Con lo dispersa que estaba, la idea de salir al calor bochornoso de agosto era preferible a sentarme en mi frío escritorio—. ¡Estaría genial!



Cogió su chaqueta del respaldo de su sillón.—Vámonos.



Cuando llegué a casa poco después de las cinco encontré mi sala de estar invadida por un equipo de esteticistas. Cary y Trey estaban acomodados en el sofá con una pringue verde en la cara y unas toallas bajo la cabeza para proteger la tapicería blanca. Mi madre estaba parloteando mientras le hacían un bonito peinado de ondas y rizos.

Yo me di una ducha rápida y, a continuación, me uní a ellos. En una hora, consiguieron que pasara de ser una persona desaliñada a otra glamurosa, dándome tiempo para pensar en todo lo que había reprimido deliberadamente durante todo el día: el vídeo, Corinne, Giroux, Deanna y Brett.



Alguien iba a tener que contárselo a Brett. Ese alguien era yo.



Cuando la esteticista se me acercó con un lápiz de labios, levanté la mano.—Rojo, por favor.



Se detuvo un momento e inclinó la cabeza mientas me examinaba.—Sí, tiene razón.



Estaba conteniendo la respiración durante una última ráfaga de laca en el cabello cuando mi teléfono vibró dentro del bolsillo de mi bata.—Hola, campeón —respondí al ver el nombre de William en la pantalla.



—¿De qué color vas a ir vestida? —preguntó sin decir hola.



—Plateado.



—¿De verdad? —Su voz adquirió un ronroneo cálido que hizo que mis dedos de los pies se encogieran—. Estoy deseando verte vestida con él. Y sin él.



—No tendrás que esperar —le advertí—. Más vale que traigas para acá ese cu***lo tuyo en unos diez minutos.



—Sí, señora.



Entrecerré los ojos.—Date prisa o no tendremos tiempo para la limusina.



—Uf... estaré ahí en cinco minutos.



Colgó y me quedé un momento con el teléfono en el aire sonriendo.—¿Quién era? —preguntó mi madre acercándose a mí.



—William.



Sus ojos se iluminaron.—¿Te va a acompañar esta noche.



—Sí.



—¡Ay, Maite! —exclamó dándome un abrazo—. Cuánto me alegro.



Rodeándola con mis brazos, supuse que era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a difundir la noticia del compromiso. Sabía que William no iba a esperar mucho, pues insistía en compartir nuestro matrimonio con todo el mundo.—Le ha pedido permiso a papá para casarse conmigo —dije en voz baja.


—¿Sí? —Cuando se apartó, estaba sonriendo—. También ha hablado con Richard, lo que me parece que es un bonito detalle, ¿no crees? Ya he empezado con los preparativos.

Estaba pensando en junio, en el Pierre, por supuesto. Podemos...



—Yo sugiero diciembre como muy tarde.



Mi madre se quedó boquiabierta y con los ojos como platos. —No seas ridícula. No hay modo de preparar una boda en ese espacio de tiempo. Es imposible.



Me encogí de hombros.—Dile a Willam que estás pensando en junio del año que viene. Verás lo que te dice.



—¡Bueno, primero habrá que esperar a que te pida en matrimonio de verdad!



—Cierto. —La besé en la mejilla—. Voy a vestirme.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:38 pm

23


Estaba en mi dormitorio, poniéndome el vestido sin tirantes por encima del body del mismo color cuando entró William. Literalmente se me cortó la respiración, mientras mis ojos se empapaban de su imagen reflejada en mi espejo. De pie detrás de mí, con su esmoquin a medida, con una encantadora corbata gris que conjuntaba tan bien con mi vestido, estaba deslumbrante. Nunca lo había visto tan guapo.—Vaya —susurré embelesada—. Sí que vas a acostarte con alguien esta noche.



Arqueó los labios.—¿Significa eso que no hace falta que te suba la cremallera?



—¿Significa eso que no hace falta que vayamos a esta fiesta?



—Para nada, cielo. Voy a presumir de mujer esta noche.



—Nadie sabe que soy tu mujer.



—Yo sí. —Se acercó a mí por detrás y me subió la cremallera—. Y pronto, muy pronto, todo el mundo lo sabrá.



Me incliné hacia atrás para echarme sobre él, admirando el reflejo de los dos. Formábamos una imagen estupenda juntos.



Lo cual me hizo pensar en otras imágenes...—Prométeme que nunca vas a ver ese vídeo —dije.



Cuando vi que no me respondía, me di la vuelta para mirarlo directamente. Al ver su mirada inaccesible en su rostro empecé a asustarme.—William, ¿lo has visto ya?



Apretó los dientes. —Uno o dos minutos. Nada explícito. Lo suficiente para probar su autenticidad.



—Dios mío. Prométeme que no lo vas a ver. —Levanté la voz, que se volvía más aguda a media que el pánico me invadía—. ¡Prométemelo!



Envolvió mis muñecas con sus manos y las apretó con la fuerza suficiente como para cortarme la respiración. Me quedé mirándolo, con los ojos abiertos de par en par, sorprendida ante aquella repentina agresión.—Traquilízate —dijo en voz baja.



Una extraña oleada de calor se extendió desde donde me había cogido. El corazón me latía con más fuerza, pero también a un ritmo más regular. Me quedé mirando nuestras manos y dirigí mi atención a su anillo de rubíes. Rojo. Como las esposas que me había comprado. Me sentí igual de apresada y atada en ese momento. Y me tranquilizó de un modo que no llegaba a comprender.



Pero estaba claro que William sí.



Me di cuenta de que era por eso por lo que había tenido miedo de casarme con él tan rápidamente. Me estaba llevando a un viaje que tenía un destino desconocido y yo había aceptado seguirle con los ojos vendados. No se trataba de saber dónde terminaríamos como pareja, porque eso no se cuestionaba. Teníamos una obsesión, una dependencia el uno del otro del mismo modo inexorable que los adictos. Dónde terminaría yo, quién terminaría siendo, era lo que no sabía.



La transformación de William había sido casi violenta y había ocurrido en un momento de claridad nítida en el que él había comprendido que no quería, no podía, vivir sin mí. Mi cambio fue más gradual, tan concienzudamente medido que creí que no tendría que cambiar en nada.



Me equivoqué.



Tragué saliva para deshacer el nudo de mi garganta y hablar con un tono inalterable.—William, escúchame. Lo que sea que haya en ese vídeo no es nada comparado con lo que tú y yo tenemos. Los únicos recuerdos que quiero que haya en tu cabeza son los que nosotros construyamos. Lo que tenemos juntos... eso es lo único real. Lo único que importa. Así que, por favor... prométemelo.



Cerró los ojos un instante y, a continuación, asintió.—De acuerdo, lo prometo.



Yo suspiré aliviada.—Gracias.



Se llevó mis manos a la boca y las besó.—Eres mía, Maite.



Por un mutuo y tácito acuerdo, nos abstuvimos de despeinarnos el uno al otro en la limusina antes de nuestra primera aparición pública como pareja casada. Yo estaba nerviosa y, aunque uno o dos orgasmos habrían ayudado a que me calmara, tener un aspecto menos que perfecto no habría hecho más que empeorarlo todo. Y la gente lo notaría. No era sólo que mi vestido plateado fuera llamativo, con su brillo y su pequeña cola, sino que mi acompañante era además un accesorio imposible de pasar desapercibido.



Seríamos el centro de atención y William parecía decidido a que así fuera. Me ayudó a salir de la limusina cuando llegamos a la Quinta Avenida con Cental Park South y se tomó un momento para deslizar sus labios por mi sien.—Ese vestido va a quedar fantástico en el suelo de mi dormitorio.



Me reí por el piropo, sabiendo que había sido intencionado, y los flashes de las cámaras saltaron como una tormenta de luz cegadora. Cuando se separó de mí, despareció de su rostro toda la calidez y fijó sus hermosos rasgos con una expresión reservada que no revelaba nada. Colocó la mano en la parte inferior de mi espalda y me llevó por la alfombra roja al interior del Cipriani’s.



Una vez dentro, encontró un lugar de su aprobación y nos quedamos allí durante una hora mientras socios comerciales y conocidos daban vueltas a nuestro alrededor. Él quería que yo estuviese a su lado y también estar al mío, algo que demostró poco después cuando nos dirigíamos a la pista de baile.—Preséntame —dijo simplemente, y seguí sus ojos hasta donde Christine Field y Walter Leaman, de Waters Field & Leaman, reían a carcajadas con el grupo de gente con la que estaban. Christine tenía un aspecto sobrio y elegante con su vestido negro de cuentas que le cubría desde el cuello hasta las muñecas y los tobillos, a excepción de la espalda al aire; y Walter, que era un tipo alto, tenía un aspecto de hombre de éxito y seguro con su esmoquin de bonito corte y su pajarita.



—Saben quién eres —contesté.



—¿Saben quién soy para ti?



Arrugué la nariz un poco, sabiendo que mi mundo iba a cambiar drásticamente una vez que mi soltería quedara subordinada a mi identidad como Maite Cross.—Vamos, campeón.



Fuimos hacia ellos serpenteando entre las mesas redondas cubiertas por manteles
blancos y adornadas con candelabros envueltos en guirnaldas florales que daban una maravillosa fragancia a la sala.



Mis jefes vieron primero a William, por supuesto. No creo siquiera que me reconocieran hasta que William tuvo la clara deferencia de dejarme hablar primero.—Buenas noches —saludé dándoles la mano a Christine y a Walter—. Seguro que ya sabéis quién es William Cross, mi...



Hice una pausa, pues mi cerebro se quedó paralizado.—Prometido —terminó William estrechándoles la mano.



Se intercambiaron felicitaciones y las sonrisas se volvieron más amplias y luminosas.—Esto no querrá decir que te vamos a perder, ¿no? —preguntó Christine con sus pendientes de diamantes centelleando bajo la suave luz de los candelabros.



—No. No me voy a ninguna parte.



Al decir aquello me cobré un fuerte pellizco de William en el cu***lo.



En algún momento íbamos a tener que hablar del asunto del trabajo, pero supuse que podría aplazarlo, al menos, hasta nuestra cercana boda.



Hablamos un poco sobre la campaña del vodka Kingsman, lo cual sirvió sobre todo para ensalzar la buena labor que Waters Field & Leaman había hecho, gracias a lo que había conseguido más encargos de Cross Industries. William conocía aquel juego, por supuesto, y lo supo jugar bien. Era educado, encantador y, desde luego, un hombre que no se dejaba influenciar fácilmente.



Después de aquello, nos quedamos sin más temas de conversación. William nos excusó.—Vamos a bailar —susurró a mi oído—. Quiero abrazarte.



Entramos en la pista de baile, donde Cary llamaba la atención con una despampanante pelirroja. Podían verse destellos de una pierna pálida y curvilínea a través de la raja subida de tono de su vestido verde esmeralda. Se giró y, después, se inclinó. Una cortesía incontestable.



Trey no había podido ir porque tenía una clase a última hora y yo lo lamenté.



También lamenté el hecho de haberme alegrado de que Cary no hubiese traído a Tatiana en su lugar. Pensar así me hacía sentir maliciosa, y a mí no me gustaban nada las arpías.—Mírame.



Giré la cabeza al escuchar la orden de William y encontré sus ojos fijos en mí.—Hola, campeón.



Con su mano en mi espalda y mi mano en la suya, nos deslizamos despreocupadamente por la pista de baile.—Crossfire —susurró mirando mi cara con intensidad.



Acaricié su mejilla con mis dedos.—Aprendemos de nuestros errores.



—Me has leído la mente.



—Eso me gusta.



Sonrió, y sus ojos estaban tan azules y su pelo tan condenadamente sensual que deseé pasar los dedos por él en ese mismo momento. Me atrajó hacia sí.—No tanto como me gustas tú a mí.



Estuvimos en la pista durante dos canciones. Después, la música terminó y el director de la orquesta se acercó al micrófono para hacer un anuncio: la cena estaba a punto de servirse. Sentados en nuestra mesa estaban mi madre con Richard, Cary, un cirujano
plástico con su mujer y un tipo que decía que acababa de terminar el rodaje de un episodio piloto para una nueva serie de televisión que esperaba que fuera elegida para toda una temporada.



La cena era una especie de fusión asiática y me la comí entera, porque estaba buena y porque las raciones no eran muy grandes. William tenía la mano sobre mi muslo bajo la mesa, moviendo su pulgar ligeramente en pequeños círculos haciéndome estremecer.

Se inclinó hacia mí.—Quédate quieta.



—Déjalo ya —le respondí con un susurro.



—Sigue moviéndote y te meteré los dedos dentro.



—No te atreverás.



Sonrió con satisfacción.—Ponme a prueba y verás.



Sabiendo que era capaz, me quedé quieta, aunque aquello me estaba matando.—Disculpadme —dijo Cary de pronto apartándose de la mesa.



Lo vi alejarse y vi que sus ojos se detenían en una mesa cercana. No me sorprendió mucho que la pelirroja del vestido verde lo siguiera fuera de la sala, pero me sentí decepcionada. Sabía que su situación con Tatiana le estaba estresando y que el sexo sin compromiso era el curalotodo de Cary, pero también le afectaba a su autoestima y le provocaba más problemas de los que le solucionaba.



Por suerte, sólo quedaban un par de días para ir a ver al doctor Travis.—Cary y yo vamos a ir a San Diego este fin de semana —susurré inclinándome hacia William.



Giró la cabeza hacia mí.—¿Y me lo dices ahora?



—Bueno, entre tus exnovias y mi exnovio, mis padres, Cary y todo lo demás, se me olvida continuamente. He supuesto que mejor te lo decía ahora antes de que volviera a olvidarlo.



—Cielo... —Negó con la cabeza.



—Espera. —Me puse de pie. Tenía que recordarle que Brett tenía un concierto en San Diego esos días, pero primero tenía que ir a ver a Cary.



Me miró con curiosidad mientras se ponía de pie.—Vuelvo enseguida —le dije. Y añadí en voz muy baja—: Tengo que ir a fastidiar un polvo.



—Maite...



Oí el tono de advertencia que había en su voz, pero no le hice caso. Me levanté un poco la falda y fui corriendo detrás de Cary. Acababa de pasar junto a la pista de baile cuando me encontré con un rostro conocido.—Magdalene —dije sorprendida, deteniéndome—. No sabía que estabas aquí.



—Gage estaba liado con un proyecto, así que hemos llegado un poco tarde. Me he perdido la cena, pero al menos he podido meter mano a esas cosas de mousse de chocolate que sirven para el postre.



—Está tremendo.



—Absolutamente —confirmó Magdalene con una sonrisa.



Pensé para mis adentros que tenía un aspecto estupendo. Más suave y más dulce. Pero deslumbrante y seductora con su vestido rojo de encaje con un hombro al aire y su cabello oscuro enmarcando un rostro delicado de labios carmesí. Apartarse de Christopher Vidal le había sentado muy bien. Y estaba claro que contar con un hombre nuevo en su vida le había ayudado. Recordé que había mencionado a un chico llamado Gage cuando vino a verme al trabajo un par de semanas antes.—Te he visto con William —dijo—. Y me he percatado de tu anillo.



—Deberías haberte acercado a saludar.



—Estaba comiéndome ese postre.



Me reí.—Una chica debe tener claras sus prioridades.



Magdalene extendió una mano y me tocó el brazo ligeramente.—Me alegro por ti,Maite. Y me alegro por William.



—Gracias. Pásate por nuestra mesa y se lo dices.



—Lo haré. Nos vemos luego.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:40 pm

Se alejó y yo me quedé mirándola un momento, aún recelosa pero pensando que quizá no fuera tan mala al fin y al cabo.



Lo único que tuvo de negativo el hecho de haberme encontrado con Magdalene fue que había perdido a Cary. Cuando empecé de nuevo a buscarlo, él ya se había escondido en algún sitio.



Emprendí el camino de regreso hacia William preparándome mentalmente para la reprimenda que le iba a soltar a Cary. Elizabeth Vidal salió a mi paso.—Perdone —dije cuando casi choqué con ella.



Me agarró por el codo y me llevó hasta un rincón oscuro. Entonces, me cogió la mano y miró mi precioso diamante Asscher.—Ese anillo es mío.



Me solté.—Era suyo. Ahora es mío. Su hijo me lo ha regalado cuando me ha pedido que me case con él.



Me miró con aquellos ojos azules que eran tan parecidos a los de su hijo. Y a los de Ireland. Era una mujer guapa, glamurosa y elegante. Tan atractiva como mi madre, la verdad, pero también tenía la frialdad de William.—No voy a permitir que lo apartes de mí —espetó entre sus dientes de un blanco luminoso.



—Está completamente equivocada —contesté cruzándome de brazos—. Quiero que estén los dos juntos para que podamos hablarlo todo abiertamente.



—Estás llenándole la cabeza de mentiras.



—Oh, Dios mío. ¿En serio? La próxima vez que él le cuente lo que ocurrió, y me aseguraré de que lo haga, usted va a creerle. Y se va a disculpar y va a buscar la jodida forma de hacer que le sea más fácil de soportar. Porque lo quiero completamente curado y sano.



Elizabeth se quedó mirándome visiblemente enfurecida. Estaba claro que no estaba de acuerdo con ese plan.—¿Hemos terminado? —pregunté, enfadada por su deliberada ceguera.



—No hemos hecho más que empezar —bufó inclinándose sobre mí—. Sé lo tuyo con ese cantante. Te tengo calada.



Negué con la cabeza. ¿Había hablado Christopher con ella? ¿Qué le habría dicho? Sabiendo lo que le había hecho a Magdalene, le creí capaz de cualquier cosa. —Es impresionante. Usted cree en las mentiras e ignora la verdad. —Empecé a alejarme, pero me detuve—.Lo que me parece realmente interesante después de la última
vez que me enfrenté a usted es que no le preguntara a William qué es lo que había pasado. «Hijo mío, tu loca novia me ha contado esta historia aún más loca». No se me ocurre por qué no lo hizo. Supongo que no querría tener que explicarse.



—Que te follen.



—Sí. No creo que a usted se lo vayan a hacer.

La dejé atrás antes de que volviese a abrir la boca y me echara a perder la noche.



Por desgracia, cuando empecé a acercarme a mi mesa, vi que Deanna Johnson estaba sentada en mi silla hablando con William. —¿Es una broma? —murmuré entrecerrando los ojos al ver cómo la reportera colocaba la mano sobre el brazo de él mientras hablaba. Cary había ido a hacer lo que fuera que estuviera haciendo, mi madre y Stanton estaban en la pista de baile. Y Deanna se había deslizado como una serpiente.



Aunque William pensaba lo contrario, a mí me resultaba obvio que el interés de Deanna por él era tan intenso como siempre. Y aunque él no la alentaba más allá de escuchar lo que fuese que ella le estuviera diciendo, el simple hecho de que William le prestara atención le servía a ella de estimulante.—Debe ser muy buena en la cama. Follan mucho.



Me puse rígida y me giré hacia la mujer que me estaba hablando. Era la pelirroja de Cary, que tenía el aspecto sonrojado y la mirada luminosa de una mujer que acababa de tener un bonito orgasmo. Aun así, era mayor de lo que me había parecido desde la distancia. —Deberías vigilarle —dijo mirando a William—. Utiliza a las mujeres. Lo he visto con mis propios ojos. Más de lo que debería.



—Sé cómo arreglármelas.



—Todas dicen lo mismo. —Su sonrisa compasiva me molestó—. Sé de dos mujeres que han sufrido una profunda depresión por su culpa. Y lo cierto es que no serán las últimas.



—No deberías hacer caso a los cotilleos —respondí.



Se alejó con una irritante y serena sonrisa levantando la mano para acariciarse el pelo mientras bordeaba las mesas de camino a la suya.



Hasta que no hubo atravesado la mitad de la sala no identifiqué su cara.—Mier***da.



Fui corriendo hacia William. Se puso de pie cuando llegué.—Necesito hablar contigo rápidamente —dije bruscamente antes de lanzar una mirada de furia a la morena que estaba en mi silla—. Un placer, Deanna.



No acusó la indirecta.—Hola, Maite. Justo me iba...



Pero yo ya no la miraba. Cogí a William de la mano y tiré de él.—Vamos.



—De acuerdo, espera. —Le dijo algo a Deanna pero no lo oí, mientras seguía arrastrándolo.



—Por Dios, Maite. ¿A qué se debe tanta prisa?



Me detuve junto a la pared y eché un vistazo a la sala buscando el color rojo y verde. Pensé que él habría visto a su antigua amante... a menos que ella hubiese estado evitándolo deliberadamente. Por supuesto, ella tenía un aspecto muy distinto sin su antiguo corte de pelo en plan duendecillo y yo no había visto a su marido de pelo canoso, lo cual habría facilitado que la hubiese identificado antes.



—¿Sabes si Anne Lucas está aquí?



Apretó mi mano con la suya.—No la he visto. ¿Por qué?



—Vestido verde esmeralda, pelo largo y rojo. ¿Has visto a esa mujer?



—No.



—Estaba bailando antes con Cary.



—No estaba prestando atención.



Lo miré exasperada.—Dios mío, William Resultaba difícil no verla.



—Perdóname por no tener ojos más que para mi mujer —contestó con tono seco.



Le apreté la mano.—Lo siento. Sólo necesito saber si era ella.



—Explícame por qué. ¿Se ha acercado a ti?



—Sí. Me ha soltado algunas gilipolleces y después se ha ido. Creo que Cary se ha escabullido con ella. Ya sabes, para un polvo rápido.



El rostro de William se endureció. Desvió su atención hacia la sala, barriéndola de un extremo a otro, con una lenta mirada, buscándola.—No la veo. Ni a ella ni a nadie con la descripción que me has dado.



—¿Anne es terapeuta?



—Psiquiatra.



Una corazonada me hizo sentir inquieta.—¿Podemos irnos ya?



Me miró fijamente.—Dime qué te ha dicho.



—Nada que no haya oído antes.



—Eso es muy tranquilizador —murmuró—. Sí, vámonos.



Volvimos a nuestra mesa a por mi bolso de mano y a despedirnos de todos.—¿Podéis llevarme? —preguntó Cary después que yo le diera a mi madre un abrazo de despedida.



William asintió.—Vamos.


Angus cerró la puerta de la limusina.


Cary, William y yo nos acomodamos detrás en nuestro asiento y sólo un par de minutos después habíamos salido de Cirpiani’s y nos habíamos adentrado en el tráfico.



Mi mejor amigo me fulminó con la mirada.—No empieces.



Odiaba que le echara reprimendas por su conducta y no le culpé por ello. No era su madre. Pero sí era alguien que le quería y que deseaba cosas buenas para él. Sabía lo autodestructivo que podía ser si no se le vigilaba.



Pero ésa no era mi mayor preocupación en aquel momento.—¿Cómo se llamaba? —le pregunté rezando porque lo supiera para así poder identificar a la pelirroja de una vez por todas.



—¿A quién le importa?



—Dios. —Apreté impacientemente las manos sobre mi bolso—. ¿Lo sabes o no?



—No se lo he preguntado —respondió—. Déjalo ya.



—Vigila tu tono, Cary —le advirtió William en voz baja—. Tienes un buen problema. No la tomes con Maite por preocuparse por ti.



Cary apretó la mandíbula y miró por la ventanilla.



me eché sobre el respaldo y William me atrajo hacia su hombro, deslizando su mano arriba y abajo por mi brazo desnudo.



Nadie dijo nada más durante el trayecto hasta casa.



Cuando llegamos a mi apartamento, William se dirigió a la cocina para coger una botella de agua y se puso a hablar por teléfono cruzando su mirada con la mía a través de la barra y los varios metros que nos separaban.



Cary fue hacia su dormitorio y, entonces, de repente, se dio la vuelta en el pasillo y volvió para darme un abrazo. Fuerte.—Lo siento, nena —susurró con su cara apoyada en mi hombro.



Yo le devolví el abrazo.—Deberías tratarte mejor de lo que lo haces.



—No me la he follado —dijo en voz baja mientras se apartaba para mirarme—. Iba a hacerlo. Creía que quería hacerlo. Pero cuando llegó el momento, pensé que hay un niño en camino. Un hijo, Maite. Y no quiero que él, o ella, crezca pensando de mí lo mismo que pienso yo de mi madre. Tengo que solucionar mis problemas.



Volví a abrazarle.—Estoy orgullosa de ti.



—Sí, bueno... —Se retiró con expresión de timidez—. Aun así, hice que se corriera masajeándole el clítoris, porque sí que habíamos llegado a eso. Pero mi polla permaneció guardada dentro de los pantalones.



—Demasiada información, Cary —dije—. Te aseguro que eso es dar demasiada información.



—¿Seguimos con el plan de ir a San Diego mañana? —Su mirada esperanzada me llegó al corazón.



—Claro que sí. Estoy deseándolo.



Su sonrisa se tiñó de alivio.—Bien. Salimos a las ocho y media.



William se unió a nosotros en ese momento y, por la mirada que me lanzó, supe que no habíamos terminado de hablar sobre mi escapada del fin de semana. Pero cuando Cary se fue por el pasillo camino de su dormitorio, me abracé a William y lo besé con fuerza, retrasando la conversación. Tal y como yo había esperado, no vaciló en atraerme hacia él y tomar el control, comiéndome la boca con lametones lujuriosos y profundos.



Con un gemido, dejé que me arrastrara con él. El mundo podía volverse loco esa noche. Mañana nos enfrentaríamos a él y a todo lo demás que tuviésemos delante.



Le agarré de la corbata.—Esta noche eres mío.



—Soy tuyo todas las noches —dijo con una voz cálida y áspera que me despertó las más sensuales fantasías.



—Empieza ahora. —Comencé a caminar hacia atrás tirando de él en dirección a mi dormitorio—. Y no pares.



No paró. No hasta que se hizo de día.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 3:44 pm

NOTA DE LA AUTORA



Sí, querida lectora. Tienes razón. Es imposible que éste sea el final.



El viaje de William y Maite aún no ha terminado. Estoy deseando ver adónde nos lleva después.



Nos Vemos En Cautivada Por Ti.
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Mensaje por asturabril Jue Oct 15, 2015 7:33 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 16, 2015 11:22 am

aww!! Muchas Gracias Tami es muy linda historia Besotes
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Mensaje por asturabril Vie Oct 16, 2015 7:02 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 17, 2015 10:49 am

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Mensaje por asturabril Sáb Oct 17, 2015 7:18 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Oct 18, 2015 11:29 am

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