Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire)

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WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire) - Página 5 Empty Re: WebNovela LevyRroni Cautivada Por Ti(4 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Jue Nov 12, 2015 12:10 pm

—Buenos días, campeón.

Miré por encima del hombro al oír el sonido de la voz de Maite, sonriendo mientras la observaba rodear la isla de la cocina cuando se dirigía a la máquina del café. Tenía el pelo enmarañado, preciosas sus piernas bajo el dobladillo de la camiseta que llevaba. —¿Qué tal estás? —le pregunté dirigiendo de nuevo la atención a las tostadas que tenía en la sartén.

—Mmm...

Volví a mirarla y vi que se había puesto colorada. —Dolorida —respondió introduciendo una cápsula en la máquina del café—. Muy adentro.

Esbocé una sonrisita. El columpio la había situado a la perfección, permitiendo una penetración inmejorable. Nunca había estado tan dentro de ella. Llevaba toda la mañana pensando en ello y había decidido que hablaría con Ash sobre los planes para la reforma. En uno de los dormitorios tendría que haber dos armarios: uno para la ropa y otro para el columpio. —¡Caray! —masculló—. Mira qué gesto de gallito pone. Los hombres son todos unos cerdos.

—Y aquí estoy, matándome en la cocina para ti.

—Ya, ya. —Me dio un azote en el culo al pasar por mi lado con una humeante taza de café en la mano.

La cogí por la cintura antes de que se alejara y le planté un rápido y ruidoso beso en la mejilla. —Estuviste increíble anoche.

Noté como que algo encajaba en nuestra relación con tanta fuerza que había sido tan tangible como el anillo que llevaba en el dedo, y lo tuve en igual estima.

Me dirigió una radiante sonrisa, luego abrió el frigorífico y sacó la leche. Mientras, yo emplaté las tostadas. —Hace tiempo que quiero hablarte de algo —dijo viniendo conmigo a la isla y sentándose en un taburete.

Enarqué las cejas. —Vale.

—Me gustaría colaborar con la Fundación Crossroads, económica y administrativamente.

—Eso podría englobar muchas cosas, cielo. Cuéntame qué tienes en mente.

Se encogió de hombros y cogió el tenedor. He estado pensando en el dinero que recibí del padre de Nathan. Está en una cuenta en el banco, y después de lo que Megumi ha pasado... me he dado cuenta de que debería invertirlo y no quiero esperar. Me gustaría ayudar a financiar los programas que ofrece Crossroads y a idear formas de desarrollarlos.

Me reí para mis adentros, encantado de verla moverse en la dirección adecuada. —Muy bien. Ya lo arreglaremos.

—¿Sí? La luz de mi vida se iluminó como el sol.

—Claro. Yo también quiero dedicarle más tiempo.

—¡Podemos trabajar juntos! —Daba saltos de alegría—. Me hace mucha ilusión, William.

Sonreí. —No hace falta que lo jures.

—Podría decirse que es un paso natural para nosotros. Una prolongación de nosotros mismos, en realidad.

Cortó un pedazo de su desayuno y se lo metió en la boca. A continuación, canturreó su veredicto: —¡Qué rico!

—Me alegro de que te guste.

—Eres sexi y encima sabes cocinar. Soy una chica con suerte.

Decidí no decirle que me había descargado la receta de internet esa misma mañana. En cambio, consideré lo que acababa de decir.

¿Había cometido un error yendo tan deprisa con Mark? Cabía la posibilidad de que, si hubiera esperado un poco más, Maite se habría decidido a trabajar en Cross Industries por iniciativa propia.

Pero ¿acaso podía permitirme el lujo de darle más tiempo con Landon acercándose? Incluso en ese momento, creía que no.

Buscando atenuar cualquier posible consecuencia, consideré las ventajas de sacar a colación el tema del traslado de Mark a Cross Industries en ese momento o más adelante. Maite había abierto la puerta al hablar de que trabajáramos juntos. Si no me decidía a entrar, ella podría averiguarlo por otros medios.

Me había arriesgado a eso el sábado, dado que Mark y ella eran amigos y hablaban fuera del trabajo. Él podría haberla llamado en cualquier momento, pero confié en que lo pensara primero, en que lo hablara con su pareja y se aviniera a dejar Waters Field & Leaman. —Yo también tengo que comentarte algo, cielo.

—Soy toda oídos.

Afectando despreocupación, cogí el sirope de arce y me eché un poco en el plato. —Le he ofrecido un empleo a Mark Garrity.

Hubo un momento de atónito silencio. —¿Que has hecho qué?

—He pedido a Mark que trabaje para Cross Industries —repetí.

Se puso pálida. —¿Cuándo?

—El viernes. Su tono de voz me confirmó que había hecho bien en dar la cara mejor temprano que tarde. La miré. Maite tenía los ojos clavados en mí.

—El viernes —repitió como un papagayo—. Hoy es domingo. ¿Y me lo cuentas ahora?

Dado que la pregunta era retórica, no respondí, optando por esperar a ver qué derrotero tomaba la situación para no arriesgarme a empeorar las cosas. —¿Por qué, William?

Utilicé la misma táctica que había empleado con Mark: conté las partes de la verdad que, supuse, aceptaría con más facilidad. —Es un buen profesional —dije—. Aportará mucho al equipo.

—Eso son gilipolleces. —El color le volvió a la cara en un arrebato de ira—. No seas condescendiente conmigo. Estás dejándome sin trabajo, ¿no te parece que deberías habérmelo consultado primero?

Cambié de táctica. —LanCorp fueron a por Mark directamente, ¿no?
Se quedó callada un momento. —¿De eso se trata? ¿Del puto sistema PhazeOne? ¿Lo dices en serio?

Me preguntaba qué producto utilizaría como excusa Ryan Landon para acercarse a Maite. Me sorprendía que se hubiera decidido por un producto tan esencial para sus ganancias, y me cabreé conmigo mismo por no esperármelo. —No has contestado a mi pregunta, Maite.

—¿Qué demonios importa eso? —me soltó—. Vale, fueron a por Mark. ¿Y qué? ¿No quieres que se lo quede la competencia? ¿Estás diciéndome que se trata de una decisión empresarial?

—No, ésta era personal. —Dejé el cubierto sobre la mesa—. Eric Landon, el padre de Ryan Landon, invirtió mucho con mi padre y lo perdió todo. Desde entonces, Ryan me la tiene jurada.

Maite frunció el ceño. —Entonces ¿no querías que trabajáramos en ninguna campaña para él? ¿Es eso lo que estás diciendo?

—Lo que estoy diciendo es que Ryan Landon quería a Mark como medio para acercarse a ti.

—¿Qué? ¿Por qué? —La exasperación y la rabia eran visibles en su rostro—. ¡Está casado, por el amor de Dios! Vino con su mujer a almorzar con nosotros el otro día. No tienes motivos para estar celoso.

—No le interesarías en ese sentido —coincidí—. Un triunfo mayor sería que trabajaras para él. Quiere la satisfacción de saber que puede dar una orden y que tú tendrás que apresurarte a cumplirla.

—Eso es ridículo. —Tú no lo sabes todo, Maite. No estás enterada de los muchos años que lleva tratando de socavarme por todos los medios posibles. Todas las decisiones empresariales que toma están motivadas por la necesidad de rectificar la conexión entre los nombres de Landon y Cross. Aprovecha todos sus éxitos para hablar de que su padre no fue capaz de ver que el mío era un fraude y de lo que eso les ha costado a los Landon.

—Claro que no lo sé —replicó ella fríamente—, porque a ti no te ha dado la gana de contármelo.

—Estoy contándotelo ahora.

—¡Cuando ya no importa! —Se bajó del taburete y salió de la cocina sin decir palabra. Fui tras ella, como siempre.

—Maite...

La agarré del codo, pero ella se soltó de un tirón y se volvió para mirarme. —¡No me toques!

—No te vayas así —bramé—.Si vamos a pelearnos, hagámoslo y arreglemos las cosas cuanto antes.

—Con eso contabas, ¿verdad? Creías que podrías hacer lo que quisieras, y que luego me camelarías con halagos y sexo. Pero esto no tiene arreglo, William. No puedes decir cuatro palabritas o follarme hasta dejarme tonta y salirte con la tuya esta vez.

—¿Arreglar, qué? Sé de alguien que está maniobrando para aprovecharse de ti y me he encargado de ello.

—¿Es así como lo ves? —Puso los brazos en jarras—. Pues yo no. Landon se está arriesgando. ¿Y si Mark y yo hacemos una mierda de trabajo? Se juega mucho con PhazeOne.

—Exactamente. Tiene su propio equipo de publicidad, marketing y promoción, igual que yo. Entonces ¿por qué tomar algo en lo que ha invertido una fortuna (incluso para mis estándares) y exponerse a filtraciones o al fracaso más absoluto?

Levantó las manos con un bufido. —Vale —solté—. No puedes responder a eso porque no tienes una buena respuesta. Es una apuesta innecesaria. Las únicas personas que manejan el lanzamiento de la siguiente generación de GenTen están conmigo.

—¿Qué estás diciendo?

—Que Landon ha esperado mucho tiempo para desquitarse de los Cross. Quizá no le importe que tú lleves ese nombre. Ignoro lo que tiene en mente. Como poco, está intentando ponernos en una situación en la que no podamos compartir información el uno con el otro.

Enarcó las cejas. —Y ¿qué diferencia hay entre eso y el modo en que nuestra relación funciona normalmente?

—No sigas por ahí. —Apreté los puños a ambos lados del cuerpo, frustrado por su cabezonería—. Esto no se trata de nosotros, sino de él. No permitiré que Landon te amargue la vida por mi culpa.

—¡No estoy diciendo que estés equivocado! Si me hubieras hablado de ello, habría tomado la decisión apropiada yo solita. En cambio, ¡me has dejado sin un trabajo que me encanta!

—Un momento. ¿Qué decisión habría sido ésa?

—No lo sé. —Esbozó una sonrisa fría y dura que me heló la sangre—. Y ya nunca lo sabremos.

Volvió a darme la espalda. —Espera.

—Ni de coña.

—La seguí a su dormitorio. —No puedo seguir contigo ahora, William. No quiero ni verte. Tenía que ocurrírseme algo que decirle para que se calmara.

—Mark no ha aceptado el trabajo.

Sacudió la cabeza y abrió un cajón para sacar unos pantalones cortos. —Lo hará. Estoy segura de que le has hecho una oferta que no podrá rechazar.

—La retiraré.

Dios. Estaba retractándome y dolía, pero parecía tan enfadada que no me escuchaba. Nunca la había visto así, lejana e inalcanzable. Después de la noche salvaje que habíamos pasado, en la que habíamos estado más unidos que nunca, su actitud me resultaba insoportable.

—No te molestes, William. El daño ya está hecho. Pero tendrás un magnífico empleado que aportará mucho a tu equipo. —Se puso los pantalones y se metió en el vestidor.

Yo me quedé detrás de ella, bloqueando la entrada mientras se calzaba unas chanclas. —Escúchame, maldita sea —espeté—. Van a por ti. Todos. Quieren fastidiarme a través de ti. Hago lo que puedo, Maite. Intento protegerte de la única forma que sé.

Hizo un alto y me miró. —Pues tienes un problema, porque esa forma no me vale. Y nunca lo hará.

—¡Maldita sea! ¡Lo estoy intentando!

—Lo único que tenías que hacer era hablar conmigo, William. Iba camino de llegar a ello por mi cuenta. Trabajar juntos en Crossroads era sólo el primer paso. Iba a tomar la decisión de trabajar contigo, y me la has arrebatado. A los dos. Y nunca volveremos a tener esa posibilidad.

La gélida irrevocabilidad de su tono de voz me volvía loco. Sabía cómo arreglármelas cuando las discusiones se torcían. Era capaz de improvisar una estrategia en el momento. Pero no cuando me era imposible llegar a Maite. Cuando nos comprometimos, tomé la decisión de renunciar a todo (mis ambiciones, mi orgullo y mi corazón) con tal de no perderla. Si no podía hacerlo, no tenía nada. —No me vengas con ésas, cielo —le advertí—. Siempre que he sacado el tema de trabajar juntos, no has querido ni escucharme.

—Así que decidiste forzarme.

—¡Estaba dispuesto a darte tiempo! Tenía un plan. Pensaba convencerte con diferentes posibilidades, dejar que tú decidieras que la mejor forma de desarrollar tu potencial era trabajando a mi lado.

—Deberías haberte atenido a ese plan. Quítate de en medio.

Seguí sin ceder. —¿Cómo podría haberme atenido a ningún plan en estas últimas semanas? Mientras te das esos aires de superioridad moral, piensa en todo con lo que he tenido que lidiar. Brett, el maldito vídeo de él contigo, Chris, mi hermano, la terapia, Ireland, mi madre, Anne, Corinne, el cabronazo de Landon...

Maite cruzó los brazos. —Tienes que ocuparte de todo tú solo, ¿verdad? ¿En serio soy tu mujer? Ni siquiera soy tu amiga. Seguro que Angus y Raúl saben más de tu vida que yo. Arash, también. Yo soy sólo el bonito coño que te follas.

—Cállate.

—Será mejor que te apartes de mi camino antes de que las cosas se pongan más feas.

—No puedo dejar que te vayas. Sabes que no puedo. Así no.

Apretó los dientes. —Me estás pidiendo algo que ahora mismo no puedo darte. Me siento vacía, William.

—Cielo... —Alargué los brazos hacia ella, con tal opresión en el pecho que apenas si era capaz de respirar. La desolación que reflejaba su cara me mataba. Habría destruido a cualquiera que le pusiera esa expresión en el rostro, pero esa vez era yo quien lo había hecho—. ¿Qué importancia tiene si tú habrías llegado a la misma conclusión de todos modos?

—Deberías callarte —dijo ásperamente—, porque cada palabra que sale de tu boca me hace pensar que estamos tan alejados en esto que no sé qué hacemos casados.

Si me hubiera clavado un puñal en el pecho, no me habría dolido tanto. El aire del vestidor se me hizo irrespirable; la boca se me secó y me escocían los ojos. El suelo parecía ceder bajo mis pies, los cimientos de mi vida se tambaleaban a medida que Maite se alejaba cada vez más. —Dime qué quieres que haga —susurré.

Le brillaron los ojos. —De momento, déjame ir. Dame tiempo para pensar. Unos días...

—No. ¡No! —La sensación de pánico era tan grande que tuve que agarrarme al marco de la puerta para no caerme.

—Tal vez unas semanas. Al fin y al cabo, tengo que buscar trabajo.

—No puedo —dije con voz entrecortada, faltándome el aire. Se me oscureció la visión, y Maite se convirtió en un solitario puntito de luz—. ¡Por el amor de Dios, otra cosa, Maite!

—Tengo que decidir qué voy a hacer ahora. —Se frotó la frente con brusquedad—. Y no puedo pensar cuando me miras así. No puedo pensar...

Pasó por delante de mí y la agarré de los brazos, besándola, gimiendo cuando me pareció que se ablandaba por un instante. La saboreé, saboreé sus lágrimas. O quizá eran las mías.

Me agarró del pelo y tiró con fuerza. Luego giró la cabeza, rompiendo el sello de mis labios. —Crossfire —dijo en un sollozo. Y esa palabra sonó como un disparo. La solté inmediatamente, retrocediendo, aunque por dentro quisiera aferrarme a ella. La solté, y ella me dejó.

***

La brisa del mar mece mi cabello y cierro los ojos, empapándome de esa sensación mientras me zarandea. El rítmico ir y venir de las olas en la playa y los estridentes chillidos de las gaviotas me anclan a este momento, a este lugar.

Me siento en casa como hacía mucho tiempo que no me sentía, pese a que únicamente llevo aquí unos días. Es un lugar que sólo he compartido con Maite, por lo que todos mis recuerdos de aquí están impregnados de ella como la arena lo está del sol. Como la arena, me he visto reducido a diminutos pedacitos por las fuerzas que me rodean. Y, como el sol, Maite ha traído alegría y calor a mi existencia.

Viene a la terraza y se queda detrás de mí junto a la barandilla. Noto su mano en mi hombro, luego la presión de su mejilla en mi espalda desnuda. —Cielo —murmuro, y pongo la mano sobre la suya.

Esto es lo que necesitábamos, volver a este lugar. Es nuestro refugio cuando el mundo nos cerca, intentando separarnos. Aquí nos sanamos el uno al otro.

Me invade una sensación de alivio. Ha vuelto. Estamos juntos. Ahora entiende por qué hice lo que hice. Estaba muy enfadada, muy dolida. Por un momento, sentí el paralizante temor de que había destruido lo más precioso de mi vida. —William —susurra con su áspera voz de sirena mientras me rodea la cintura con un brazo.

Echo la cabeza hacia atrás y dejo que la fuerza de su amor se derrame sobre mí. Ella desliza los dedos por mis caderas y me coge la polla con la mano. La acaricia desde la base hasta la punta. Crece y se me pone dura, estoy preparado para ella, vivo para servirla, para satisfacerla. ¿Cómo puede haberlo dudado?

Resuena un gemido desde lo más profundo de mi alma, el deseo que siempre siento por ella creciendo en mi interior. Mi capullo hinchado gotea ya, las pelotas me pesan cada vez más.

Me desliza por la espalda la mano que me había puesto en el hombro, presionando ligeramente, instándome a que me incline hacia adelante.

Obedezco porque quiero que vea que soy suyo. Quiero que entienda que haría cualquier cosa, que daría cualquier cosa, para protegerla y hacerla feliz.

Me recorre la columna vertebral con la mano, masajeándome ligeramente. Me aferro a la barandilla de madera que rodea la terraza y extiendo las piernas a petición suya.

Ahora tiene ambas manos entre mis muslos, y noto su aliento cálido y su jadeo en mi espalda. Me menea la polla apretando con firmeza y pericia, con más fuerza de la que me tiene acostumbrado. De manera exigente. Con la otra mano me masajea las pelotas, transmitiéndome su apremio.

Del capullo de mi polla no deja de salir líquido preseminal y su mano resbala. El aire salado me envuelve, refrescando el sudor que me perla la piel. —Maite... —Pronuncio su nombre jadeando, en ristre por ella, enamorado hasta la médula.

Sus dedos, ahora impregnados y siempre sabiamente ágiles, se deslizan hacia atrás y juguetean en el oscuro rosetón de mi ano. Resulta agradable, aunque no quiero que sea así. El frotamiento de mi pene apenas me deja respirar, pensar, luchar... —Eso es —me convence.

Intento impedirlo arqueándome, pero me tiene atrapado por la polla. —No sigas —le digo, retorciéndome.

—Te gusta —susurra sin dejar de masturbarme; ansío sus caricias y no puedo resistirme a ellas—. Muéstrame cuánto me deseas.

Me mete dos dedos resbaladizos en el ano. Grito, revolviéndome, pero ella frota y me embiste, tocándome en ese punto que hace que quiera correrme más que ninguna otra cosa. El placer aumenta pese a las lágrimas que me queman los ojos.

Dejo caer la cabeza hacia adelante. Toco el pecho con la barbilla. Ahí está. Me corro. No puedo evitarlo. No con...

Los dedos que tengo dentro crecen, se alargan. Las estocadas se vuelven frenéticas, el golpeteo de carne contra carne ahoga el sonido del mar. Oigo un ronco aullido cargado de lujuria pero no es mío. Hay un cipote dentro de mí, follándome. Duele y, sin embargo, ese dolor está teñido de un nauseabundo placer no deseado. —Sigue golpeando —dice resollando—. Ya casi has llegado.

El dolor me explota en el pecho. Maite no está aquí. Se ha ido. Me ha dejado.

Siento arcadas. Me libro de él violentamente, oigo cómo su espalda golpea contra la puerta corredera que hay detrás de nosotros, cómo se hace añicos el cristal. Hugh se ríe como un histérico, voy a por él y lo encuentro tirado en medio de las relucientes esquirlas, con el pelo tan rojizo como su sangre y los ojos con ese brillo de vil concupiscencia. —¿Creías que iba a quererte? —se burla levantándose—. Se lo has contado todo. ¿Quién iba a quererte después de eso?

—¡Que te jodan!

Me abalanzo contra él y lo tiro al suelo. Lo golpeo en la cara una y otra vez.

Los pedazos de cristal se me clavan, me cortan, pero el dolor no es nada comparado con lo que siento por dentro. Maite se ha ido. Sabía que se iría, que no podría retenerla. Lo sabía, pero tenía esperanzas. No pude resistirme a la esperanza.

Hugh no deja de reír. Noto cómo se le parte la nariz, el pómulo, la mandíbula. Su risa se convierte en un grito ahogado, pero no deja de ser risa.

Alzo el brazo para golpearlo de nuevo... Anne está debajo de mí, con la cara casi completamente desfigurada. Horrorizado por lo que he hecho, me aparto y a duras penas si consigo levantarme. Tengo cristales clavados en las plantas de los pies.

Anne se ríe mientras la sangre le mana a borbotones por la nariz y por la boca, extendiéndose por la casa que en otro tiempo había sido un refugio. Lo ensucia todo, y esa mancha se lleva el sol hasta que sólo queda una luna de sangre...
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Nov 12, 2015 12:14 pm

***

Me desperté con un grito en la garganta, el pelo y la cara empapados en sudor. La oscuridad me ahogaba.

Me froté los ojos y conseguí ponerme a cuatro patas, sollozando. Me arrastré hacia la única luz que veía, el débil brillo plateado que era mi única guía.

El dormitorio. Dios. Me derrumbé en el suelo, anegado en lágrimas. Me había quedado dormido en el vestidor, incapaz de moverme después de que Maite se marchara, temeroso de dar un paso, literalmente, en cualquier dirección hacia una vida sin ella.

La esfera del reloj brillaba en la habitación oscura. Era la una de la madrugada. Un nuevo día. Y Maite seguía sin aparecer.

***

—Ha llegado usted temprano.

La voz risueña de Scott distrajo mi mirada de la foto de Maite que tenía encima de mi mesa. —Buenos días —lo saludé, sintiéndome como si aún estuviera en una pesadilla.

Había ido a trabajar poco después de las tres de la mañana, pues ni podía dormir ni acudir a Maite. Quería hacerlo, lo habría hecho, nada podía alejarme de ella, pero cuando localicé su teléfono, me encontré con que estaba en el ático de Stanton, un lugar inaccesible para mí. La angustia que eso me producía, saber que me evitaba deliberadamente, me reconcomía por dentro.

No podía quedarme en casa y seguir la rutina de prepararme para ir al trabajo sin ella. Me resultaba más fácil volver al estilo de vida que llevaba antes de conocerla; entonces me dirigía al trabajo cuando aún había luna, y hallaba paz en el lugar en el que ejercía un control absoluto.

Pero hoy no había paz. Sólo el tormento de saber que en ese momento estaba en el mismo edificio que yo, tan cerca y, sin embargo, más lejos que nunca. —Mark Garrity esperaba en recepción cuando he llegado —siguió Scott—. Me ha dicho que había quedado con usted hoy para comentar...

Se me puso un nudo en el estómago. —Que pase.

Me retiré de la mesa y me levanté. No había pensado en nada que no fuera Maite y la oferta que le había planteado a Mark, tratando de entender si podría haber hecho las cosas de otra manera. Conocía a Maite muy bien. Hablarle de Ryan Landon no habría servido para que dejara Waters Field & Leaman, de la misma manera que hablarle de Anne no habría dado como resultado que fuera más cauta.

En cambio, Maite se enfrentaría a ellos de frente, rugiendo como una leona para defenderme sin ver el peligro que ella misma corría. Era su manera de ser y la amaba por ello, pero yo también estaba dispuesto a protegerla si la situación lo requería. —Mark. —Le tendí la mano cuando entraba, sabiendo inmediatamente que diría que sí. Irradiaba energía y sus ojos estaban rebosantes de expectación.

Acordamos que empezaría en octubre, así podría avisar a Waters Field & Leaman casi con un mes de antelación. Quería llevarse a Maite consigo y lo animé a que le hiciera la oferta, aunque dudaba que ella fuera a aceptarla. Me discutió algunos puntos y yo negocié instintivamente, teniéndolo en jaque sin fe en lo que estaba haciendo.

Al final, se marchó contento y satisfecho con su nueva situación. Yo me quedé con el profundo temor de que Maite no me perdonaría.

***

El lunes dio paso al martes. Sólo había tres momentos al día en los que sentía algo de vida: a las nueve, cuando sabía que Maite llegaba a trabajar; a la hora del almuerzo y a las cinco, cuando terminaba la jornada. Aguardaba con una esperanza sin límites que se pusiera en contacto conmigo, que me llamara o se comunicara de alguna manera. Otra horrible pelea sería mejor que aquel doloroso silencio.

Pero no lo hizo. Sólo podía verla en los monitores de seguridad, devorando la visión de sus idas y venidas como un muerto de hambre, temeroso de acercarme a ella y arriesgarme a agrandar el abismo que había entre nosotros.

Me quedé a pasar la noche en la oficina porque tenía miedo de volver a casa. Miedo de lo que haría si entraba en cualquiera de las residencias que había compartido con ella. Incluso mi despacho era un suplicio; el sofá donde habíamos follado era un recordatorio de lo que había tenido hasta hacía tan sólo unos días. Me duché en el baño de la oficina y me puse una de las muchas camisas que guardaba en el trabajo.

Antes nunca me había parecido extraño vivir para trabajar. Ahora me abrumaba un sentimiento que no podía expresar, consciente de lo mucho que Maite había llenado mi vida.

Seguía en casa de Stanton. No se me ocultaba que prefería pasar el tiempo con su madre que arriesgarse a vérselas conmigo.

Le mandaba mensajes de texto constantemente. Le suplicaba que me llamara: Necesito oír tu voz.

Notas sobre nada en particular: Hace frío hoy, ¿verdad?

Comentarios del trabajo: Nunca me había dado cuenta de que Scott siempre viste de azul.

Y sobre todo: Te quiero.

Por alguna razón, me resultaba más fácil escribir esas palabras que decirlas. Las escribía mucho. Una y otra vez. No quería que lo olvidara. Pese a mis defectos y cagadas, todo lo que hacía, pensaba o sentía era por mi amor por ella.

mor por ella. En ocasiones me ponía como loco por lo que estaba haciéndome. Haciéndonos a ambos. ¡Maldita sea! Llámame. ¡Deja de hacerme esto!

—Tienes muy mal aspecto —dijo Arash, mirándome mientras revisaba los contratos que me había dejado encima de la mesa—. ¿Estás enfermo otra vez?

—Estoy bien.

—Colega, pareces de todo menos bien.

Lo fulminé con la mirada, y se calló.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Nov 12, 2015 12:19 pm

***

Eran casi las seis e iba camino de la consulta del doctor Petersen cuando finalmente Maite me mandó un mensaje: Yo también te quiero.

Me dolían los ojos y veía borrosas las palabras. Empecé a contestarle con dedos temblorosos, casi mareado de alivio: Te echo muchísimo de menos. ¿No podríamos hablar, por favor? Necesito verte.

Seguía sin contestar cuando llegué a la consulta del doctor Petersen, lo que me puso de un humor que rozaba lo violento. Me castigaba de la peor manera posible. Estaba más nervioso que un yonqui, desesperado por una dosis de ella para poder funcionar. Para pensar. —William —me saludó Petersen en la puerta de su despacho con una sonrisa que se desvaneció en cuanto me miró. Frunció el ceño preocupado —. No pareces estar muy bien.

—No lo estoy —solté.

Me invitó a sentarme con un gesto suave. En cambio, permanecí de pie, agitado por dentro, planteándome marcharme en busca de mi mujer. No aguantaba más. Era pedirme demasiado. —Quizá sería bueno que diéramos un paseo hoy también —dijo—. Me vendría bien estirar las piernas.

—Llame a Maite —ordené—. Dígale que venga aquí. Ella lo escuchará.

No me hizo caso. —Tienes problemas con Maite.

Me quité la chaqueta del traje y la arrojé sobre el sofá. —No atiende a razones. No quiere verme ni hablar conmigo. ¿Cómo coño vamos a solucionar las cosas si ni siquiera hablamos?

—Es lógico que te lo preguntes.

—Claro que sí. Soy un hombre razonable. Ella, en cambio, ha perdido el juicio. No puede seguir haciéndome esto. Tiene que hacerla venir. Tiene que conseguir que hable conmigo.

—De acuerdo, pero primero tengo que entender qué ha sucedido. —Se sentó en su silla—. No seré de mucha ayuda si no sé qué está pasando.

Lo apunté con un dedo. —No se haga el listo conmigo, doctor. Hoy, no.

—Creo que estoy siendo tan razonable como tú —replicó suavemente —. Yo también quiero que se arreglen las cosas con Maite. Creo que lo sabes.

Soltando el aire bruscamente, me hundí en el borde del sofá y apoyé la cabeza entre las manos. Me dolía a rabiar, me martilleaban la frente y la nuca. —Te has peleado con Maite —dijo.

—Sí.

—¿Cuándo has hablado con ella por última vez?

Tragué saliva. —El domingo.

—¿Qué pasó el domingo?

Se lo conté. Me salió un torrente de palabras que lo tuvo escribiendo frenéticamente en una tableta. Las vomité a borbotones, con una furia que me dejó vacío y exhausto.

Él siguió escribiendo durante unos minutos más después de que yo hubiera terminado, luego me miró a la cara. Vi compasión en sus ojos y se me puso un nudo en la garganta. —Le ha costado a Maite su trabajo —señaló—, un trabajo que nos dijo a ambos que le gustaba mucho. Entiendes por qué está disgustada contigo, ¿verdad?

—Sí, lo entiendo, pero tenía razones legítimas. Razones que ella comprende. Eso es lo que no pillo. Lo entiende y, aun así, se niega a escucharme.

—No estoy seguro de comprender por qué no lo hablaste antes con Maite. ¿Puedes explicármelo?

Me froté la nuca, donde notaba la tensión como si tuviera cables de acero. —Porque le habría dado muchas vueltas —musité—. Habría tardado mucho en convencerse. Mientras tanto, yo tengo que vérmelas con un montón de mierda. Nos están dando por todos lados.

—He visto la noticia acerca del libro que Corinne Giroux ha escrito sobre ti.

—Ah, sí. —Curvé los labios en una sonrisa forzada—. Probablemente se le ocurrió la idea cuando vio el videoclip de Rubia de los Six-Ninths. Landon dio con Maite porque bajé la guardia. No podía arriesgarme a que volviera a ocurrir mientras estaba distraído con todo a lo que nos enfrentamos ella y yo en estos momentos.

El doctor Petersen asintió. —Estás sometido a demasiada presión. ¿No confías en que Maite te ayude a tomar decisiones? Debes saber que los conflictos que tiene con su madre a menudo surgen porque no es consultada antes de que las acciones se lleven a cabo.

—Lo sé. —Intenté ordenar mis caóticos pensamientos—. Pero tengo que cuidar de ella. Después de todo por lo que ha pasado...

Cerré los ojos con fuerza. A veces me resultaba insoportable pensar en lo mucho que había sufrido. —He de ser fuerte para ella. Tomar las decisiones difíciles.

—William, tú eres el hombre más fuerte que conozco —dijo con voz queda.

Abrí los ojos y lo miré. —Usted no me ha visto como me ha visto ella.

Llorando como un niño. Insensibilizado por los recuerdos. Masturbándome mientras estaba inconsciente. Violento en el sueño. Débil, muy débil. Desvalido.

—¿Crees que duda de ti porque has dejado que te vea vulnerable? Eso no me parece propio de Maite.

Me escocían los ojos. —Usted no lo sabe todo. Simplemente... no lo sabe.

—Pero Maite, sí. Y aun así se casó contigo. Te quiere, y mucho, de todos modos. —Esbozó una amable sonrisa que de alguna manera me cortó como una cuchilla, abriéndome de arriba abajo—. En una ocasión me preguntaste si las relaciones significaban comprometerse. ¿Te acuerdas?

Afirmé con la cabeza. —Ese compromiso supone que tú no tienes que ser siempre el más fuerte, William. Unas veces llevarás tú esa carga, y otras puedes dejar que sea Maite quien lo haga. El matrimonio no consiste en que seas fuerte como individuo, sino en lo fuerte que seáis juntos y en el lujo de turnaros a la hora de llevar las cargas.

—Yo... —Dejé caer la cabeza otra vez. Maite decía lo mismo—. Lo estoy intentando. Juro por Dios que lo estoy intentando.

—Lo sé.

—Tiene que volver conmigo. Tiene que volver. La necesito. Me está matando. Me está destrozando. —Me miré las manos, los anillos que ella me había dado y que me habían hecho suyo—. ¿Qué hago? Dígame qué hago.

—Maite querrá saber que estás dispuesto a cambiar. Querrá ver que tomas medidas para demostrárselo. No afrontarás grandes decisiones como éstas muy a menudo, así que la postura de ella será la de esperar a ver qué ocurre. Va a ser difícil para ti, creo. Muy difícil.

Asentí despacio, pero no podía esperar más. Si Maite necesitaba pruebas de que haría cualquier cosa para no perderla, se las daría. Apreté los puños y clavé la vista en la moqueta que tenía bajo los pies. —Me... —Carraspeé—. El terapeuta. El que tenía de niño.

—¿Sí?

—Abusó de mí. Durante casi un año. Me... me violó.

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Nov 12, 2015 2:14 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Vie Nov 13, 2015 12:11 pm

Te echo muchísimo de menos. ¿No podríamos hablar, por favor? Necesito verte.

—¿Sigues mirando ese mensaje de texto? —preguntó Cary, poniéndose boca arriba en la cama junto a mí y apretando su sien contra la mía.

—No puedo dormir.

Era un suplicio estar lejos de William. No pasaba un minuto, tanto si estaba despierta como dormida, sin que me sintiera como si alguien me hubiera arrancado el corazón y dejado un agujero en el pecho.

Alcé la vista hacia el dosel de la cama para invitados de mi madre. Al igual que la sala de estar, el dormitorio que me había asignado acababa de pintarse. Con aquella gama de crema y verde musgo, la estancia era relajante y estaba amueblada con elegancia y buen gusto. La habitación de invitados que ocupaba Cary se había decorado con un estilo más masculino de grises y azules, con mobiliario de nogal, en el otro extremo del espectro de las relucientes piezas blancas de mi habitación. —¿Cuándo piensas llamarlo?

—Pronto. Aunque creo... —Me llevé el teléfono al pecho y me lo apreté contra el corazón—. Creo que ambos necesitamos un poco de tiempo.

Me resultaba muy difícil pensar cuando William y yo nos peleábamos. No lo soportaba.

Y esta vez era peor porque había sido él quien había metido la pata y, como todo lo que hacía, lo había hecho a lo grande. No imaginaba cómo podría perdonarlo y vivir con ello. Por otro lado, no imaginaba cómo podría seguir adelante sin él y vivir, punto. Me sentía muerta por dentro. Lo único que me mantenía era la creencia de que arreglaríamos las cosas de algún modo y volveríamos a estar juntos. ¿Cómo no íbamos a poder? ¿Cómo podía dar tanto de mí misma a alguien y luego dejar ir a esa persona?

Pensé en el consejo que le había dado a Trey y en cómo nos encontrábamos los dos ante la misma disyuntiva: ¿optábamos por amar o por nosotros mismos? Me cabreaba mucho que William forzara las cosas.

Era consciente de que ciertas situaciones estaban empujándome hacia ese punto, pero nunca pensé que lo haría mi marido.Y ¿por qué demonios esas dos opciones tenían que excluirse la una a la otra? No era justo. —Se lo estás haciendo pasar muy mal —señaló Cary innecesariamente.

—Es culpa suya, no mía.

William me había arrebatado algo precioso, peor aún, nos lo había arrebatado a ambos: mi libre albedrío y la confianza que había depositado en él a ese respecto. Después de aquella última noche..., por más que confiaba en él y me había abierto a él... Y resulta que ya había hablado con Mark. La sensación de traición era desgarradora. —Gracias por seguir a mi lado —añadí.

Cary se encogió de hombros. —Me cae bien Stanton. No me cuesta nada estar aquí unos días. Pero al final volveremos a casa, ¿verdad?

—No puedo esconderme eternamente.

—Eso es lo que siempre has dicho —murmuró—. A mí me gusta esconderme. Tomarme un puto respiro y olvidarme de toda la mierda.

—Pero la mierda está siempre ahí fuera, esperándote.

Y, como lo sabía, prefería enfrentarme a ella directamente. Quitármela de en medio y olvidarme de ella. —Dejemos que espere —repuso, alargando una mano para alborotarme el pelo.

Volví la cabeza y le planté un beso en la mejilla. En los últimos tres días había llorado a mares sobre su hombro y dormido acurrucada a su lado por la noche. A veces me daba la impresión de que sus brazos eran la única cosa que impedía que me desmoronara.

¡Dios, cuánto dolía! Estaba hecha un maldito lío, era como una zombi en la vibrante ciudad de Nueva York.

¿Dónde estaría William? ¿Estaría empezando a mitigarse el dolor por nuestra separación? ¿O estaría tan desolado como yo? —Mark me ha pedido que me vaya con él a Cross Industries —dije para obligarme a pensar en otra cosa.

—Bueno, ya lo veías venir, ¿no?

—Supongo que sí pero, cuando sacó el tema, me pareció surrealista. —Suspiré—. Está tan emocionado, Cary. El aumento de sueldo es tremendo, y cambiarán muchas cosas para él y para Steven. Podrán permitirse una boda por todo lo alto y una larga luna de miel, y piensan comprar una casa. Me resulta difícil aferrarme a mi rencor cuando esto es algo tan bueno para él.

—¿Vas a trabajar para William?

—No lo sé. No bromeaba cuando le dije que me faltaba poco para decidirme a dar ese paso yo sola. Pero ahora... casi me apetece solicitar un empleo en otro sitio sólo para fastidiarlo.

Cary levantó los puños e hizo como que boxeaba. —Muéstrale que él no manda sobre ti.

—Exactamente. —Yo también lancé unos puñetazos al aire para darme ánimos—. Pero eso es ridículo. Nunca sabría si me contrataban por mí misma o por su nombre, si éste resultaría ser una buena o una mala cosa. Bueno, aún falta un mes para el traslado de Mark. Tengo tiempo para pensarlo.

—Quizá Waters Field & Leaman quieran que te quedes con ellos. ¿Te has parado a pensarlo?

—Es una posibilidad, pero no estoy segura de lo que respondería. Me ahorraría tener que buscar otro empleo, pero me quedaría sin Mark, y él es la razón por la que me encanta este trabajo. ¿Voy a querer seguir ahí si él no está?

—Aún estarían Megumi y Will.

—Es verdad —coincidí.

Permanecimos tumbados en cordial silencio durante un rato. Luego Cary dijo: —Parece que tú y yo estamos flotando en un mar de incertidumbre.

—Trey va a llamar —le aseguré, aunque seguía sin saber lo que diría cuando lo hiciera.

—Sí. Es un buen chico. No me dejará colgado. —Mi amigo parecía cansado—. El problema es qué va a decir, no cuándo.

—Lo sé. El amor debería ser más fácil —me quejé.

—Si esto fuera una comedia romántica, se titularía Sólo los tontos se enamoran.

—Quizá deberíamos quedarnos con Sexo en Nueva York.

—Ya lo he probado. Y terminé en Lío embarazoso. Debería haber optado por ser Virgen a los cuarenta, pero ya es demasiado tarde.

—Podemos escribir un manual sobre «Cómo perder a un chico en diez semanas».

Cary me miró. —De puta madre.

***

La mañana del miércoles fue peor que una resaca. Prepararme en casa de mi madre para ir al trabajo me ayudaba a no echar tanto de menos a William, pero desde luego tampoco me separaba de ella, que estaba volviéndome loca hablando sin parar de la boda. Incluso Stanton, con su capacidad infinita para tratar con mimo la neurosis de mi madre, me lanzaba miradas comprensivas cuando estaba por allí.

re, me lanzaba miradas comprensivas cuando estaba por allí. En aquellos momentos no podía pensar en la boda. Sólo podía pensar de hora en hora. Así era como iba tirando: una hora después de otra.

Cuando salí del vestíbulo a la calle, vi que me esperaba Angus con el Bentley en lugar de Raúl con el Mercedes.

Conseguí esbozar una sonrisa, alegrándome sinceramente de verlo, pero recelaba, también. —Buenos días, Angus. —Levanté la barbilla hacia el coche y susurré —: ¿Está él ahí?

Negó con la cabeza y a continuación se tocó el borde de su antigua gorra de chófer. —Buenos días, señora Cross.

Le apreté el hombro brevemente antes de pasar delante de la puerta abierta y entrar en el asiento trasero. Enseguida nos sumergimos en el barullo del tráfico de la mañana y nos dirigimos al centro de la ciudad. Inclinándome hacia adelante, pregunté: —¿Qué tal está?

—Sospecho que peor que usted, jovencita. —Me miró unos instantes antes de volver la atención al tráfico—. Está sufriendo. La pasada noche ha sido la más dura.

—¡Dios! —Me hundí de nuevo en el asiento, sin saber qué debía hacer.

No quería que William sufriera. Ya había sufrido demasiado. Saqué mi móvil y le escribí: Te quiero.

Su respuesta fue casi inmediata: Te llamo. Por favor, contesta.

Unos instantes después, el teléfono me vibró en la mano y su imagen apareció en la pantalla. Ver su rostro fue como una rápida puñalada en el corazón después de haber pasado los últimos días evitando cualquier imagen de él. También me daba miedo oír su voz. No sabía si sería fuerte. Y no tenía las respuestas que él necesitaba que le diera.

Saltó mi buzón de voz y el teléfono se quedó en silencio. Enseguida empezó a vibrar otra vez.

Contesté, llevándome el teléfono a la oreja sin decir nada. Hubo silencio en la línea durante un largo y estremecedor momento. —Maite.

Los ojos se me llenaron de lágrimas al oír la voz de William, el tono áspero, como si tuviera ronquera. Lo peor fue la esperanza que oí cuando pronunció mi nombre, la desesperada añoranza. —No importa que no hables —dijo con brusquedad—. Yo sólo... — Dejó escapar un suspiro tembloroso—. Lo siento, Maite. Quiero que sepas que lo siento y que haré lo que quieras que haga. Sólo deseo que arreglemos las cosas.

—William... —Lo oí inspirar profundamente cuando dije su nombre—. Creo que sientes que ya no estemos juntos. Pero también creo que volverías a hacer algo parecido. Estoy intentando dilucidar si podría vivir con eso.

Hubo silencio en la línea. —¿Qué quieres decir? —preguntó finalmente—. ¿Qué alternativa hay?

Suspiré, sintiéndome de repente muy cansada. —No tengo respuestas. Por eso me he alejado. Deseo dártelo todo, William. Nunca quiero decirte que no, me cuesta mucho. Pero en estos momentos, temo que si me comprometo, si sigo a tu lado sabiendo cómo eres y que no vas a cambiar, estaré resentida contigo y, al final, dejaré de amarte.

—Maite... ¡Por Dios! ¡No digas eso! —El aire se le quedó preso en la garganta—. Se lo he contado al doctor Petersen. Lo de Hugh.

—¿Qué? —Levanté la cabeza de golpe—. ¿Cuándo?

—Anoche. Le hablé de todo. De Hugh, de Anne. Va a ayudarme, Maite. Me dijo algunas cosas... —Hizo una pausa—. Tenían sentido. Sobre mí y sobre cómo me comporto contigo.

—Oh, William. —Imaginaba lo difícil que debía de haber sido para él.

Yo también había vivido esa confesión—. Estoy muy orgullosa de ti. Sé que no ha sido fácil.

—No me dejes. Lo prometiste. Te dije que iba a estropearlo todo. Y volveré a hacerlo. No sé qué demonios hago, pero... te quiero. Te quiero muchísimo. No puedo hacerlo sin ti. No puedo vivir sin ti. Me estás destrozando, Maite. No puedo... —Dejó escapar un gemido tenue, doloroso —. Te necesito.

—Oh, Dios, William. —Las lágrimas me resbalaban por las mejillas y me salpicaron hasta el pecho, deslizándose por dentro del escote del vestido—. Yo tampoco sé qué hacer.

—¿No podemos resolverlo juntos? ¿No estamos mejor, no somos más fuertes, juntos?

Me enjugué las lágrimas de la cara, sabiendo que me había estropeado el maquillaje, pero me importaba. —Quiero que así sea. Lo quiero más que nada en el mundo, pero no sé si podremos lograrlo. No ha habido ni una sola vez que me hayas dejado resolver las cosas contigo. Ni una.

—Si lo hiciera..., si lo hago (y lo haré), ¿volverás conmigo?

—No te he dejado, William. No sé cómo hacerlo. —Miré por la ventanilla y vi a una pareja de jóvenes besándose delante de una puerta giratoria antes de que el hombre se fuera corriendo—. Pero sí, si de verdad pudiéramos ser un equipo, nada me apartaría de ti.
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Mensaje por tamalevyrroni Vie Nov 13, 2015 12:18 pm

***

—He oído que habéis conseguido la campaña de PhazeOne.

Desvié la atención del café que estaba endulzando para mirar con sorpresa a Will. —Yo no lo he oído.

Sonrió, los ojos le brillaban tras las gafas. Era un tipo feliz, anclado en una relación que funcionaba. Le envidiaba su serenidad. Yo la había sentido pocas veces desde que estaba con William, y esas veces habían sido pura dicha. Qué estupendo sería alcanzar ese estado y mantenerlo. —Ése es el chisme que corre por ahí —añadió.

Llevaba toda la semana interpretando un papel digno de un Oscar. Entre el entusiasmo de Mark, el inminente ajuste de mi situación laboral, la llegada de mi período y lidiar con el desastre de mi vida privada, estaba dedicando toda la energía que me quedaba en fingir tranquilidad. Como consecuencia, había evitado las camarillas de chismosos de la oficina para restringir así las relaciones con la gente. Mi capacidad para fingir felicidad/alegría/satisfacción tenía un límite. —Mark me matará por habértelo dicho. —Era evidente que Will no se arrepentía de nada—. Quería ser el primero en felicitarte.

—Vale. Gracias. Supongo.

—Me muero por ponerle las manos encima a ese sistema, ¿sabes? Los blogs de tecnología están alteradísimos por los rumores sobre las características de PhazeOne. —Se apoyó en la encimera junto a mí y me lanzó una mirada ilusionada.

Lo apunté con un dedo. —No seré yo la que filtre nada.

—Maldita sea. No se puede perder la esperanza. —Se encogió de hombros—. Probablemente te encerrarán en algún lugar solitario hasta que se haga público sólo para mantener el secreto.

—Es para preguntarse por qué LanCorp querría encargárselo a una agencia externa, ¿verdad?

Frunció el ceño. —Sí, supongo. No se me había ocurrido.

A mí tampoco, pero a William sí.Volví la vista a mi taza, revolviendo distraída el café. —Hay un nuevo GenTen a punto de salir.

—Me he enterado. Pero eso es pan comido. Todo el mundo va a comprarlo.

Flexionando los dedos, observé mi anillo de bodas y pensé en las promesas que había hecho cuando lo acepté. —¿Has quedado para almorzar? —preguntó Will.

Cogí la taza y lo miré de frente. —Sí, voy a salir con Mark y su pareja.

—De acuerdo. —Cuando me aparté, él se dirigió a la máquina del café

—. Quizá podríamos tomar algo después del trabajo algún día de esta semana. Con nuestras medias naranjas, si a William le apetece. Sé que es un hombre ocupado.

Abrí la boca. Y volví a cerrarla. Will me había dado la oportunidad perfecta para disculpar a William. Podría haberla aprovechado, pero quería compartir la parte social de mi vida con mi marido. Quería que estuviera conmigo. Si empezaba excluyéndolo de mi vida, ¿no sería eso el principio del fin? —Suena bien —mentí, imaginando una tarde llena de tensión—. Lo hablaré con él. Veré qué podemos hacer.

Will asintió. —Genial. Ya me dirás.

***

—Tengo un problema.

—¡Oh! —Miré a Mark, al otro lado de la mesa.

El restaurante cubano que Steven había elegido era grande y muy concurrido. El sol entraba a raudales por una enorme claraboya y unos murales llenos de colorido decoraban el espacio con loros y hojas de palma. La música alegre que sonaba me hacía sentir como si estuviera de vacaciones en algún lugar exótico, mientras que el intenso olor a especias me estimuló el estómago por primera vez en varios días. Me froté las manos. —Vamos allá.

Steven asintió. —Maite tiene razón. Suéltalo.

Mark dejó el menú a un lado y apoyó los codos en la mesa. —El señor Waters me ha dicho esta mañana que empiece a trabajar en el asunto LanCorp.

—¡Sí! —aplaudí.

—No tan deprisa. Teniendo eso en cuenta, tuve que notificarle mi marcha. Quería haber esperado hasta el viernes, pero necesitan a alguien que permanezca con el cliente a lo largo de todo el proceso, no sólo el primer mes.

—Tienes razón —reconocí—. Pero qué lata.

—Un rollo, pero... —se encogió de hombros— es lo que hay. Luego llamó a los demás socios. Me dijeron que los directivos de LanCorp habían insistido en que yo dirigiera la campaña cuando se lo propusieron a la agencia, tanto que a los socios les preocupa perder la campaña publicitaria si yo no me hago cargo de ella.

Steven sonrió y le dio una palmada en el hombro. —¡Eso es lo que nos gusta oír!

Mark esbozó una tímida sonrisa. —Sí, fue un espaldarazo, sin duda. Así que me ofrecieron un ascenso y un aumento de sueldo si me quedaba.

—¡Vaya! —Me eché hacia atrás—. Eso sí que es un espaldarazo de verdad.

—No pueden ofrecerme lo que me ha ofrecido Cross. Ni siquiera la mitad, pero, seamos sinceros, él me paga en exceso.

—Eso lo dirás tú —se burló Steven—. Te mereces hasta el último centavo.

Yo asentí, aunque sólo tenía una vaga idea de lo que William le había ofrecido. —Estoy de acuerdo.

—Sin embargo, siento que debo cierta lealtad a Waters Field & Leaman. —Mark se frotó la barbilla—. Se portan bien conmigo y quieren que me quede, a sabiendas de que pueden cazarme otros.

—Has trabajado muy bien para ellos durante años —replicó Steven—. Les has dado mucho. No les debes ningún favor.

—Ya lo sé. Y no me importa marcharme porque sé que encontrarán a alguien enseguida. Pero no estoy a gusto con el hecho de que, por mi culpa, puedan perder la campaña de LanCorp cuando me vaya.

—Pero eso no depende de ti —señalé—. Si LanCorp no sigue con la agencia, allá ellos.

—Yo también he intentado verlo de esa manera, pero aun así no me gustaría que sucediera.

El camarero vino a tomar nota. Miré a Steven. —¿Puedes hacer los honores?

—Claro.

Miró a Mark, que, con un gesto, le dijo lo mismo. Steven pidió por todos. Esperé a quedarnos solos otra vez para hablar, sin saber muy bien cómo decir lo que tenía que decir. Al final, fui derecha al grano. —No puedo trabajar en la campaña de PhazeOne —declaré.

Mark y Steven se me quedaron mirando. —Veréis, los Landon y los Cross se conocen desde hace mucho tiempo —expliqué—, y hay cierto rencor entre ellos. William está preocupado, y lo comprendo. Debo andarme con cuidado.

Mark frunció el ceño. —Landon sabe quién eres y no ve ningún problema.

—Lo sé. Pero PhazeOne es un asunto muy importante. Tener acceso a él tiene sus riesgos, y no quiero contribuir a ello de ninguna manera.

Me costaba reconocer que William tuviera razón, porque sabía que yo también tenía razón. Lo que nos llevaba a un punto muerto que ignoraba cómo sortear. Steven me miró de hito en hito. —¿Lo dices en serio?

—Me temo que sí. No es que yo tenga nada que ver en tu decisión, Mark, pero pensé que debía decírtelo.

—Creo que no lo entiendo —repuso él.

—Te está diciendo que, si sigues en ese trabajo, te quedarás sin dinero y sin ayudante —aclaró Steven—. O puedes aceptar la oferta de Cross Industries, como ya has decidido hacer, coger el dinero y conservar a Maite.

—Bueno... —Dios. Aquello era más difícil de lo que imaginaba. Había oído hablar de ello, pero en ese momento estaba viviéndolo en carne propia: la mujer que pierde o deja un trabajo que le gusta por el hombre al que ama lo lamentará... ¿Qué me había hecho pensar que a mí no me ocurriría?—. Pero aún no puedo decir que vaya a irme contigo.

Mark apoyó la espalda contra el banco de vinilo de color burdeos. —Esto se pone cada vez peor.

—No estoy diciendo que finalmente no vaya a hacerlo. —Traté de restar importancia al asunto—. Simplemente no estoy segura de que William y yo debamos trabajar juntos. Me refiero a que no estoy segura de que él deba ser mi jefe..., o lo que sea. Ya me entiendes.

—Siento tener que decirlo —añadió Steven—, pero Maite tiene parte de razón.

—Eso no me ayuda en nada —murmuró Mark.

—Lo siento.

No podía decirles lo mucho que lo sentía. Ni siquiera me parecía que pudiera aconsejar a nadie. ¿Cómo podía ser imparcial respecto a las opciones de Mark? —Visto por el lado bueno —dije—, sin duda eres un profesional muy codiciado.

Steven le propinó un codazo a Mark al tiempo que esbozaba una sonrisa. —Yo ya lo sabía.
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Mensaje por tamalevyrroni Vie Nov 13, 2015 12:26 pm

***

—Así que —Cary me rodeó con un brazo cuando me acurruqué a su lado— aquí estamos de nuevo.

Otra noche en casa de mi madre. Finalmente había empezado a desconfiar, teniendo en cuenta que llevábamos cuatro noches seguidas en su casa. Le confesé haberme peleado con William, pero no la razón. No lo habría entendido. Seguro que habría pensado que era de lo más normal que un hombre como William se encargara de todos los pequeños detalles. ¿Y que yo pudiera perder mi empleo? ¿Por qué querría trabajar cuando no había ninguna necesidad económica para hacerlo?

Ella no lo entendía. Algunas hijas querían llegar a ser como sus madres; yo deseaba lo contrario. Y la necesidad que tenía de ser antiMonica era la razón principal por la que me resistía tanto a lo que William había hecho. Cualquier consejo que me diera sólo conseguiría empeorar las cosas. Estaba tan resentida con ella como lo estaba con él. —Mañana nos vamos a casa —dije.

Al fin y al cabo, vería a William en el despacho del doctor Petersen una vez como muy poco. Sentía una enorme curiosidad por ver cómo iría la cosa. Confiaba en que William hubiera dado un giro importante con la terapia. De ser así, puede que hubiera otros giros que pudiéramos dar. Juntos.

Crucé los dedos. Y la verdad era que tenía que reconocerle el mérito de haber hecho todo lo posible por darme el espacio que le había pedido. Podría haberme buscado en el ascensor o en el vestíbulo del Crossfire. Podría haberle dicho a Raúl que me llevara a él en lugar de a donde yo le dijera. William lo estaba intentando. —¿Sabes algo de Trey? —pregunté.

Era asombrosa la frecuencia con que Cary y yo terminábamos en el mismo lugar a la misma hora. O a lo mejor era que compartíamos una misma maldición. —Me ha enviado un mensaje diciendo que pensaba en mí pero que aún no estaba preparado para hablar conmigo.

—Bueno, algo es algo.

Me acarició la espalda de arriba abajo. —¿Ah, sí?

—Sí —respondí—. Yo estoy en el mismo punto con William. Pienso en él todo el tiempo, pero ahora mismo no tengo nada que decirle.

—Y ¿qué ocurre después? ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Cuándo decides que tienes algo que decir?

Pensé en ello unos instantes, mirando distraídamente cómo Harrison Ford buscaba respuestas en El fugitivo, que teníamos en silencio. —Supongo que cuando algo cambie.

—Cuando él cambie, quieres decir. ¿Y si no lo hace?

Aún no sabía cómo responder a eso y, en cuanto intentaba pensar en ello, me volvía un poco loca. Así que le hice una pregunta a Cary. —Sé que quieres poner al bebé en primer lugar y eso es lo que debes hacer. Pero Tatiana no es feliz. Y tú tampoco. Trey no lo es en absoluto. Esto no funciona para ninguno de los tres. ¿Has pensado que podrías estar con Trey y entre los dos ayudar a Tatiana con el niño?

Soltó un bufido. —Ella no lo aceptará. Si a ella le va mal, tiene que irle mal a todo el mundo.

—No creo que eso sea decisión suya. Ella es tan responsable del embarazo como tú. No tienes por qué hacer penitencia, Cary. —Le puse una mano en el brazo que apoyaba en el regazo, rozándolo con cuidado en las cicatrices que tenía en la cara interior de las muñecas—. Sé feliz con Trey. Hazlo feliz. Y si Tatiana no puede ser feliz teniendo a dos tíos buenos cuidando de ella, entonces hay algo... que no está haciendo bien.

Cary se rio suavemente y me plantó un beso en la cabeza. —A ver si solucionas tus problemas con la misma facilidad —repuso.

—Ojalá pudiera. Lo deseaba más que nada en el mundo. Pero sabía que no sería fácil. Y temía que fuera imposible.

***

La vibración de mi móvil me despertó. Cuando me di cuenta de lo que era ese zumbido, empecé a buscar a tientas el teléfono, deslizando las manos por la cama hasta que lo encontré. Para entonces, ya habían colgado.

Miré la reluciente pantalla y vi que eran poco más de las tres de la mañana, y William había llamado. El corazón me dio un vuelco y la preocupación me desveló por completo. Una vez más, me había ido a la cama con el teléfono, pues no podía dejar de leer los muchos mensajes que me había enviado.

Lo llamé yo. —Cielo —respondió al primer tono de llamada, con voz ronca.

—¿Estás bien?

—Sí. No. —Soltó el aire—. He tenido una pesadilla.

—Oh. —Parpadeé mirando hacia el dosel que no podía ver en la oscuridad. Mi madre era partidaria de las cortinas completamente opacas, pues decía que eran necesarias en una ciudad que nunca se quedaba del todo a oscuras—. Lo siento.

ra una respuesta patética, pero ¿qué otra cosa podía decir? Era inútil preguntarle si quería hablar de ello. Nunca lo hacía. —Últimamente las tengo muy a menudo —dijo cansado—. En cuanto me quedo dormido.

El corazón me dolía un poco más. Parecía imposible que pudiera soportar tanto dolor, pero siempre había más. Era algo que había aprendido hacía tiempo. —Estás estresado, William. Yo tampoco duermo bien. —Y entonces, porque tenía que decirlo, añadí—: Te echo de menos.

—Maite...

—Perdona. —Me froté los ojos—. Quizá no debería haberlo dicho.

Quizá era una señal contradictoria que sólo empeoraría las cosas para él. Me sentía culpable por estar lejos de él, aunque sabía que tenía una buena razón para hacerlo. —No, necesito oírlo. Tengo miedo, Maite. Nunca he estado tan asustado. Temo que no vuelvas..., que no me des otra oportunidad.

—William...

—Al principio he soñado con mi padre. Caminábamos por la playa y él me llevaba de la mano. He soñado mucho con esa playa últimamente.

Tragué saliva, me dolía el pecho. —Puede que eso signifique algo.

—Es posible. Yo era pequeño en el sueño. Tenía que levantar mucho la cabeza para ver la cara de mi padre. Él sonreía pero, claro, siempre lo recuerdo sonriendo. Aunque lo oía pelearse mucho con mi madre hacia el final, no recuerdo ninguna otra expresión en su cara que no fuera una sonrisa.

—Seguro que lo hiciste feliz. Y sentirse orgulloso. Lo más probable es que siempre sonriera cuando te miraba.

Se quedó callado un momento y pensé que quizá había terminado. Pero continuó hablando: —Tú ibas un poco más adelante, alejada de nosotros.

Me puse de lado, escuchando atentamente. —La brisa te agitaba el pelo y el sol te lo iluminaba. Me pareció precioso. Te señalé a mi padre. Quería que te dieras la vuelta para que pudiéramos verte la cara. Yo sabía que eras muy guapa. Quería que él te viera.

Los ojos se me inundaron de lágrimas que resbalaron hasta mojar la almohada. —Intenté correr hacia ti. Le tiraba de la mano y él me retenía, riéndose de que persiguiera chicas guapas a mi edad.

Me imaginaba la escena claramente. Casi podía sentir la fresca brisa revolviéndome el pelo y oír el chillido de las gaviotas. Me imaginaba a William de niño en la imagen que me había descrito y al apuesto y carismático Geoffrey Cross.

Quería un futuro así. Con William caminando por la playa con un hijo nuestro que se pareciera a él, con mi marido riendo porque hubiéramos dejado atrás todos nuestros problemas y tuviéramos un futuro luminoso y feliz por delante.

Pero había dicho que se trataba de una pesadilla, así que el futuro que yo concebía no era el que él veía. —Le tiraba con fuerza de la mano —continuó—, hincando mis pies desnudos en la arena para agarrarme. Pero él era mucho más fuerte que yo. Tú te alejabas cada vez más. Él volvió a reírse. Sólo que esta vez no era su risa, sino la de Hugh. Y cuando volví a levantar la vista, mi padre ya no estaba.

—Oh, William. —Sollocé al decir su nombre, sin poder contener la compasión y la pena. Y el alivio de que por fin hablara conmigo.

—Me dijo que no me querías, que te alejabas porque lo sabías todo y te repugnaba. Que no veías la forma de alejarte con más rapidez.

—¡Eso no es cierto! —Me senté en la cama—. Sabes que eso no es cierto. Te quiero. Y es porque te quiero tanto por lo que sigo dándole vueltas a todo esto. A nosotros.

—Estoy intentando dejarte espacio. Pero me parece que podríamos alejarnos con tanta facilidad... Pasa un día, luego otro. Te harás a una nueva rutina en la que no estaré yo... Por Dios, Maite. No quiero que te sobrepongas a mí.

Hablé deprisa, con las ideas atropellándose en mi boca: —Hay una forma de superar esto, William, sé que la hay. Pero cuando estoy a tu lado me pierdo en ti. Sólo quiero estar contigo y ser feliz, así que dejo pasar las cosas y las pospongo. Hacemos el amor y creo que todo irá bien, porque tenemos eso y es perfecto.

—Es perfecto. Lo es todo.

—Cuando estás dentro de mí, mirándome, siento que podemos con todo. Pero tenemos que trabajar en esto. No podemos tener miedo a enfrentarnos a nuestro bagaje porque no queramos perdernos el uno al otro.

Gimió suavemente. —Sólo quiero que pasemos tiempo juntos, no lidiar con toda esa otra mierda.

—Lo sé. —Me froté el dolor que tenía en el pecho—. Pero tenemos que ganárnoslo, creo. No podemos fabricarlo huyendo durante un fin de semana o una semana entera.

—Y ¿cómo lo hacemos?

Me sequé las lágrimas de las mejillas. —Esta noche ha estado bien. El que me hayas llamado y me hayas hablado de tu sueño. Es un paso adelante, William.

—Continuaremos dando pasos. Tenemos que seguir avanzando juntos o acabaremos separándonos. ¡No dejes que eso suceda! Estoy luchando con todo lo que tengo. Lucha por mí también.

Me escocían los ojos con lágrimas recientes. Me quedé sentada durante un rato, llorando, sabiendo que podía oírme y que le dolía. Finalmente me tragué el dolor y tomé una decisión rápida. —Voy a ir a esa cafetería que abre las veinticuatro horas y que está en Broadway con la Ochenta y cinco a tomar un café y un cruasán.

Se quedó callado durante un minuto largo. —¿Qué? ¿Ahora?

—Ahora mismo. —Retiré la ropa de cama y me levanté.

Entonces comprendió. —Vale.

Cortando la llamada, dejé el teléfono sobre la cama y busqué a tientas el interruptor de la luz. Cogí mi bolsa de lona y saqué el vestido largo amarillo porque era fácil de guardar y cómodo de vestir.

Ahora que había decidido ver a William estaba deseando reunirme con él, pero también tenía mi vanidad. Me tomé tiempo para cepillarme el pelo y maquillarme un poco. No quería que me viera después de cuatro días y se preguntara por qué estaba tan pirado por mí.

Mi teléfono sonó con la notificación de un mensaje; me apresuré a cogerlo y vi una nota de Raúl: Estoy en la puerta con el coche.

Me sentía un poco más alegre. William también estaba deseando verme. Y nunca perdía la oportunidad. Me guardé el teléfono en el bolso, me calcé unas sandalias y me dirigí corriendo al ascensor.
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Mensaje por tamalevyrroni Vie Nov 13, 2015 12:31 pm

***

William me esperaba en la calle cuando Raúl se detuvo junto al bordillo. La mayoría de los establecimientos ya estaban cerrados y a oscuras, aunque la calle se encontraba bien iluminada. Mi marido se hallaba bajo la luz de la cafetería, con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y una gorra de los Yankees calada sobre la frente.

Podría haber sido cualquier joven que hubiera salido a dar una vuelta por la noche, a todas luces atractivo por la forma en que su cuerpo macizo llenaba la ropa y la seguridad con la que se conducía. Lo habría mirado dos y tres veces. No intimidaba tanto sin el traje de tres piezas que solía vestir, pero seguía siendo tan oscuro y peligroso como para hacerme desistir del alegre flirteo que los hombres más arrolladoramente atractivos provocan. En vaqueros o con un Fioravanti, William Cross no era un hombre para ser tomado a la ligera.

Se acercó al coche casi antes de que Raúl se detuviera del todo. Abrió la puerta y a continuación se quedó inmóvil en el sitio, mirándome con tal avidez y posesividad que me costaba respirar.

Tragué saliva como pude, contemplándolo de arriba abajo con la misma voracidad en la mirada. Estaba increíblemente más hermoso, con los esculturales rasgos de su rostro más afilados por el sufrimiento. ¿Cómo podía haber vivido los últimos días sin ver aquella cara?

Me tendió una mano y yo alargué el brazo para tomársela, temblando ante la perspectiva de su caricia. El roce de su piel contra la mía me produjo una sensación de cosquilleo, mi corazón herido que volvía a la vida al estar de nuevo en contacto con él.

Me ayudó a salir, luego cerró la puerta y dio dos golpecitos en el techo para que Raúl se marchara. Cuando el Mercedes nos dejó, William permaneció a pocos centímetros de distancia, con el aire crepitando por la tensión que había entre nosotros. Un taxi pasó a toda velocidad, tocando el claxon cuando otro coche desembocó en Broadway sin mirar. El discordante sonido nos sobresaltó a los dos. Dio un paso hacia mí, con los ojos oscuros y ardientes bajo la visera de la gorra. —Voy a besarte —dijo bruscamente.

Entonces me cogió por la barbilla, ladeó la cabeza y acopló la boca sobre la mía. Sus labios, tan suaves, firmes y secos, abrieron los míos. Me introdujo la lengua profundamente y frotó, la sacó y volvió a introducirla. Gemía como si no pudiera más de dolor. O de placer. Para mí, eran las dos cosas. El roce cálido de su lengua en mi boca era como si me follara despacio y con dulzura. Rítmico, suave, hábil, con el coqueteo justo de pasión desatada.

Gemí al sentirme invadida por una euforia burbujeante como el champán. El suelo vacilaba bajo mis pies, de manera que tuve que agarrarme a él para no perder el equilibrio, aferrándome a sus muñecas. Protesté cuando se separó de mí, sintiendo los labios doloridos e hinchados, el sexo húmedo de deseo. —Conseguirás que me corra —murmuró, incapaz de resistir el roce de sus labios con los míos una vez más—. Estoy a punto.

—Me da igual.

Curvó la boca y ahuyentó las sombras. —La próxima vez que me corra será dentro de ti.

Respiré temblorosa sólo de pensarlo. Lo deseaba y, sin embargo, sabía que era demasiado pronto. Que caeríamos con demasiada facilidad en los hábitos malsanos que habíamos establecido. —William...

Su sonrisa se tornó compungida. —Supongo que tendremos que conformarnos con un café y un cruasán por ahora —dijo.

Lo quise tanto en ese momento... Impulsivamente, le quité la gorra y le planté un ruidoso beso en la boca. —Dios —suspiró, con tal ternura en la mirada que me entraron ganas de llorar otra vez—. ¡Cuánto te he echado de menos!

Volví a ponerle la gorra, lo agarré de la mano y lo conduje por detrás de la pequeña valla metálica que protegía del tráfico pedestre una zona exterior para sentarse. Entramos en la cafetería y nos sentamos a una mesa junto a la ventana, William a un lado y yo al otro. Pero no nos soltamos las manos, ni dejamos de acariciarnos y de frotar cada uno la alianza del otro.

Pedimos cuando el camarero se acercó con el menú, luego volvimos a centrar la atención el uno en el otro. —Ni siquiera tengo hambre —le dije.

—Al menos, no de comida —replicó él.

Fingí lanzarle una mirada fulminante que lo hizo sonreír. Luego le hablé de la oferta de retención que Waters Field & Leaman le había hecho a Mark.

Resultaba extraño hablar de algo tan práctico, tan mundano, cuando tenía el corazón atolondrado de amor y alivio, pero teníamos que seguir hablando. Volver a conectar no era suficiente; yo quería una reconciliación en toda regla. Quería mudarme al ático recién reformado con él, empezar una nueva vida juntos. Para hacer eso, teníamos que seguir hablando de todas aquellas cosas que habíamos evitado en lo que llevábamos de relación.

William asintió con seriedad cuando terminé. —No me sorprende. De un cliente como ese debería encargarse uno de los socios. Mark es bueno, pero es un ejecutivo júnior. LanCorp tendrá que presionar para conseguirlo. Y a ti. La petición es lo bastante inusual como para que los socios se preocupen.

Pensé en Vodka Kingsman. —Tú hiciste lo mismo.

—Es cierto, sí.

—No sé qué es lo que va a hacer. —Miré nuestras manos entrelazadas —. Pero le dije que no podría trabajar en el PhazeOne aunque él se quedara para dirigir el proyecto.

William me apretó la mano. —Tienes buenas razones para hacer lo que haces —proseguí en voz baja—, aunque no me gusten.

Tomó aire lenta y profundamente. —¿Vendrás con él a Cross Industries si él lo hace?

—Todavía no lo sé. Sigo muy resentida. A menos que eso cambie, no habría una relación laboral saludable entre nosotros.

Él asintió. —Como quieras.

El camarero vino con lo que le habíamos pedido. William y yo nos soltamos por necesidad, para que dejara los platos en la mesa. Cuando se marchó, se impuso el silencio entre nosotros. Había mucho de lo que hablar, y mucho que resolver primero. Se aclaró la garganta. —Esta noche, después de ver al doctor Petersen, ¿puedo invitarte a cenar?

—Sí. —Acepté con ganas, agradecida por convertir lo embarazoso en acción—. Me gusta la idea.

Advertí que un alivio similar le suavizaba la dura línea de los hombros y quise contribuir a ello poniendo algo de mi parte. —Will me preguntó si nos apetecería tomar algo con él y con Natalie esta semana.

William esbozó una sonrisa. —Me parece estupendo.

Pequeños pasos. Empezaríamos con ellos y veríamos adónde nos llevaban.

Me retiré de la mesa y me levanté. William se puso en pie inmediatamente, mirándome con recelo. Rodeé la mesa y me senté en el asiento al lado del suyo, esperando a que volviera a sentarse para poder apoyarme en él.

e pasó un brazo por los hombros y permitió que me acomodara en el hueco de su cuello. Dejó escapar un leve gemido cuando me acurruqué. —Sigo enfadada contigo —le dije.

—Ya lo sé.

—Y sigo enamorada de ti.

—Gracias a Dios. —Apoyó la mejilla en lo alto de mi cabeza—. Ya solucionaremos lo demás. Encarrilaremos las cosas. Permanecimos allí sentados y vimos cómo despertaba la ciudad. El cielo se iluminó. El ritmo de la vida se aceleró.

Era un nuevo día, que traía consigo una nueva oportunidad para intentarlo otra vez.

La historia de William y Maite continúa en
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Nov 13, 2015 1:24 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Nov 14, 2015 12:08 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Nov 14, 2015 1:28 pm

Muchas Gracias Tami por compartirla besos
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Mensaje por asturabril Sáb Nov 14, 2015 1:38 pm

Gracias Tami❤I love you
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Mensaje por tamalevyrroni Dom Nov 15, 2015 12:21 pm

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Mensaje por asturabril Dom Nov 15, 2015 5:10 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Nov 16, 2015 1:39 pm

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