Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Web Novela "Boda sin sentimientos" De Lynne Graham

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Mensaje por SuenoLR Jue Oct 08, 2015 4:14 am

Sique mi Kat bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 11:29 am

SuenoLR escribió:
Sique mi Kat bounce  bounce  bounce  bounce  bounce


Ahora sigo mi Tonia Laughing Laughing Laughing
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 11:38 am

Capítulo 5
DOS niñeras, Janey y Karen, iban a acompañar a Mai y a los niños a Grecia. Después
de que una atenta azafata le mostrara el interior del jet privado a la mañana siguiente, Bee
acomodó al grupo en la cabina trasera, que estaba separada del salón principal. Armadas con
juguetes, revistas y películas suficientes para un vuelo mucho más largo, las jóvenes estaban
entusiasmadas por el lujo del avión.
De haber estado de mejor humor, Mai también se habría sentido impresionada por
aquel lujoso medio de transporte, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza. Había dormido
poco y se había visto obligada a fingir normalidad durante el desayuno para calmar los
nervios de los niños. Al fin y al cabo, Paris y Milo se mostraban reacios a otra mudanza, pues
ya habían tenido que ajustarse a muchos cambios en su vida. Sin embargo, Paris no tardó en
dirigirse al auxiliar de vuelo en griego, y Milo ladeó la cabeza y frunció el ceño como si él
también estuviera recordando el idioma de sus primeras palabras. Aunque no regresarían a su
hogar de Atenas, iban a volver a su país de nacimiento, y tal vez la casa de Sergios en la isla
de Orestos les resultase familiar, pues habían ido de visita con sus padres.
Tras asegurarse de que todos estuvieran cómodos, Bee regresó al salón principal y
ocupó su asiento para hojear una revista que no podría haberle importado menos. Habiendo
escogido una blusa de seda verde y una chaqueta de lana con unos pantalones de lino blancos,
se sentía elegante y cómoda. Le tembló un poco la mano al oír voces fuera, y agarró la revista
con fuerza al tiempo que se le aceleraba el corazón. Sergios estaba desgarrándola en dos,
pensó con frustración. Una parte de ella estaba deseando ponerle los ojos encima, pero la otra
parte habría preferido no volver a verlo nunca.
–Kalimera… buenos días, Maite –dijo William tan guapo y oscuro como un ángel
caído a la Tierra, perfecto en la forma, pero extremadamente complejo en su naturaleza.
Con la garganta seca, Mai lo miró fugazmente para que sus ojos apenas se
encontraran y sonrió con brevedad. ¿Por qué se sentía avergonzada? Enfurecida por su
ridícula hipersensibilidad, levantó la mirada y se encontró con unos ojos dorados llenos de
energía y desconfianza. Lo sabía, no era ningún tonto y estaría esperando a que ella dijera o
hiciera algo que no debiera, que reaccionara de manera poco apropiada a su despedida de la
noche anterior. Pero Mai mantuvo la sonrisa con firmeza, decidida a negarle esa satisfacción,
y devolvió la atención a su revista.
Y allí mantuvo la atención… durante el despegue, después llegaría una visita a los
niños, la comida y el resto del vuelo. Sergios la miró con suspicacia. No había dicho una sola
palabra fuera de lugar, ni una sola. No lograba entender por qué eso le molestaba, por qué le
ofendía su comprensible falta de interés. No le gustaba y no estaba acostumbrado a que una
mujer lo ignorase. Pero Maite era toda una dama y él apreciaba ese rasgo. Aquella idea le
recordó algo, y se sacó del bolsillo una cajita.
–Para ti –murmuró mientras lanzaba la caja sobre la mesa situada entre ellos.
Ella apretó los dientes. Agarró la caja casi como si temiera que pudiera mancharla de
alguna manera, levantó la tapa, contempló el fabuloso anillo de diamantes que había dentro,
cerró la tapa y volvió a dejar la caja sobre la mesa.
–Gracias –dijo con frialdad.
Demasiado listo como para no darse cuenta de que su falta de atención era una
especie de desafío y de castigo, William empezaba a tensarse, porque su esposa ya estaba
revelando partes turbias de su personalidad que ni siquiera sabía que poseyese. Se sentía
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 11:41 am

frustrado. ¿Por qué hacían eso las mujeres? ¿Por qué fingían ser directas y luego no cumplían
con su parte del trato? Sabía que Bee tenía una voluntad de hierro y que era bastante
convencional, pero él no había visto llegar el problema y había hecho, bajo su criterio, todo lo
posible por cimentar su relación.
–¿No vas a ponértelo? –preguntó William.
Mai abrió la caja de nuevo, sacó el anillo y se lo puso en el dedo corazón de la mano
derecha con una falta de entusiasmo que resultó más desafiante que su comportamiento
anterior. Después volvió a su revista con renovada concentración. Estaba tan enfadada con él
que no se atrevía a hablar ni a mirarlo. Si lo miraba, acabaría imaginándoselo en la cama con
alguna amante con la que ella nunca podría compararse. Sin embargo, hasta aquel día el
aspecto físico y el sex-appeal nunca le habían parecido importantes, y había preferido valorar
más su salud física y mental. Por desgracia casarse con William parecía haber destruido su
salud mental.
Tras un momento de incredulidad, pues ninguna mujer había aceptado nunca un
regalo suyo con tan poca cortesía, William comenzó a enfadarse. Se quedó observándola y
advirtió el brillo desafiante de sus ojos verdes cuando le dirigió una rápida mirada antes de
agachar la cabeza. La melena castaña le caía sobre la mejilla, y tenía los labios apretados.
Inmediatamente, Sergios se excitó y maldijo mentalmente al imaginarse lo que podría hacer
con aquellos labios carnosos si estuviera de humor. Y él nunca había dudado de su habilidad
para lograr que una mujer estuviera de humor.
–Disculpa –dijo Mai sin expresión alguna para romper el silencio. Se puso en pie
antes de que él fuera consciente de que iba a moverse. Segundos más tarde desapareció en la
cabina trasera y Sergios oyó a Milo gritar su nombre a modo de recibimiento.
Casi mareada del alivio que sentía por haber escapado de la atmósfera tensa del salón,
Mai se sentó para jugar con los niños. La niñera más joven, Janey, le agarró la mano y se
quedó con la boca abierta al ver el diamante de su dedo.
–¡Este anillo es maravilloso, señora Demonides! –exclamó, impresionada
absolutamente.
«No, este anillo es el precio de la lujuria», podría haberle dicho Mai. Se sentía
profundamente insultada. William se había acostado con otra mujer, y había significado tan
poco para él que no había mostrado ni una pizca de incomodidad en su presencia. Como
siempre, iba impecablemente vestido, sin el más mínimo rastro del pintalabios o el perfume
de otra mujer. El hecho de que fuera frío como el hielo también ofendía a su sentido de la
decencia. Había deseado tirarle el anillo a la cara y decirle que se lo quedara. Había tenido
que abandonar la sala antes de hacer o decir algo de lo que sin duda se habría arrepentido.
¿Por qué no podía empezar a pensar en él como en un hermano o un amigo? ¿Por qué
se sentía abrumada con aquella actitud posesiva en lo que concernía a William? ¿Por qué se
sentía atraída por él? Admitir aquello era horrible, pero ya sabía que no podía soportar la idea
de William con otra mujer en actitud íntima. ¿Estaría encaprichándose de él como si fuera una
adolescente? Se estremeció al pensarlo, aunque, ¿qué si no podría estar causando aquellos
sentimientos incómodos?
Tenía que reprogramar su cerebro para verlo como a un hermano, un ser asexuado, se
ordenó a sí misma con firmeza. Era la única manera de poder seguir con su relación. La única
manera de que su matrimonio de conveniencia funcionara para los dos. Tenía que pensar en
la felicidad de su madre, así como en la de Paris, Milo y Eleni. Aquel matrimonio no era por
ella, y sus reacciones personales a Sergios eran una trampa muy peligrosa en la que no podía
permitirse caer
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 11:47 am

Al fin y al cabo, William no era tan malo. Era duro, despiadado, arrogante y egoísta,
pero aunque tuviera la moral de un gato callejero, había sido muy amable con su madre. Sin
ni siquiera tener que pedírselo, se había comportado como si aquel fuese un matrimonio
normal por el beneficio de Emilia Blake. Aunque parecía tener poco interés en los hijos de su
primo, y en los niños en general, había seguido siendo su tutor y se había casado con ella para
ayudarlos. Sin embargo, podría haberse quitado de encima la responsabilidad y haber
mantenido su libertad pagando a alguien para que los criara.
El avión aterrizó en Atenas y el grupo se trasladó a un helicóptero para viajar a la isla
de Orestos. Consciente de la frialdad de la mirada de William, Mai se puso roja y fingió no
darse cuenta mientras miraba por la ventanilla para poder ver la isla que sería su futuro hogar.
Orestos era escarpada y verde, con un interior de colinas. Los pinares daban paso a playas de
arena blanca bañadas por un mar azul brillante, y alrededor del puerto había un pueblo
relativamente pequeño.
–¡Es precioso, como una postal! –comentó una de las niñeras con entusiasmo.
–¿Hace mucho que la isla pertenece a tu familia? –le preguntó Mai a William.
–Mi bisabuelo la aceptó a cambio de una apuesta en los años veinte.
–Parece un lugar muy seguro para que jueguen los niños –observó la otra niñera.
Mai pensó en las inseguras calles de la ciudad donde William se había criado. Tal vez
no resultara tan sorprendente que fuese tan duro y despiadado con el mundo. El helicóptero
aterrizó a pocos metros de una enorme casa blanca adornada con una torre cilíndrica.
Rodeada de pinos como estaba, no podía verse más que desde el aire. William bajó del
helicóptero y se dio la vuelta para ayudarla a salir. Riéndose con entusiasmo, Milo saltó a
tierra también y habría salido corriendo si William no le hubiera agarrado del cuello de la
sudadera.
–Aquí existen muchos peligros, pues es fácil acceder al mar y a las rocas –les informó
a las niñeras–. No dejéis que los niños salgan solos de casa.
Aquella advertencia acabó con el ambiente vacacional que comenzaba a crearse,
observó Mai. Janey y Karen parecían intimidadas.
–Los niños disfrutarán mucho aquí, pero tendrán que aprender nuevas reglas para
estar a salvo –predijo Mai para romper aquel incómodo silencio.
El ama de llaves, Androula, una mujer rolliza de carácter afable, salió a recibirlos
hablando en griego. William se detuvo en seco, como si algo de lo que había dicho le hubiera
sorprendido.
–Nectarios está aquí –anunció con el ceño fruncido.
–Daba por hecho que tu abuelo vivía contigo.
–No, tiene su propia casa al otro lado de la bahía. Androula dice que su casa sufrió
una inundación durante una tormenta y que ahora es inhabitable. Esto lo cambia todo.
Mai no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Androula los condujo al interior y un
anciano alto de hombros anchos y ojos de águila salió a recibirlos. Paris corrió hacia su
bisabuelo. Milo siguió a su hermano y el anciano se quedó mirando a Mai, que se sonrojó.
–Preséntame a tu esposa, William–dijo el hombre–. Siento haber invadido vuestra
intimidad en un momento así.
–Es usted de la familia. Siempre será bien recibido aquí –declaró Mai con cariño–.
Mire lo mucho que se alegran de verle los chicos.
–Guapa y encantadora –le dijo Nectarios suavemente a su nieto–. Bien hecho,
William.
Mai no creía que fuera guapa, pero le parecía que era amable por parte del anciano
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 11:49 am

fingir lo contrario. En aquel momento el maquillaje se le había quitado y llevaba la ropa
arrugada y manchada de las manos de Milo. Eleni se quejaba y estiraba los brazos hacia ella,
así que la tomó en brazos y apoyó su cabecita sobre su hombro para calmarla. Los niños
empezaban a estar cansados y enfadados, así que aprovechó esa excusa para dejar a los
hombres solos y seguir a Androula hacia la habitación de juegos. Mientras los niños jugaban
con juguetes que recordaban de sus anteriores visitas, Mai le pidió a Androula que le
mostrara su habitación. Su estancia estaba en la torre, y se quedó boquiabierta al entrar en el
dormitorio circular con ventanas francesas que daban a un balcón de piedra que tenía vistas a
la bahía. Se sorprendió aún más cuando Androula le mostró el cuarto de baño y el vestidor
adyacentes. Era una estancia construida para dos, y Mai se sonrojó. Obviamente, los
empleados esperarían que Sergios y su esposa compartieran aquella increíble suite.
Cuando le aseguraron que tenía tiempo antes de la cena, Mai sacó la bata de una de
sus maletas abiertas y dejó a las doncellas deshaciendo su equipaje mientras ella se daba un
baño. Necesitaba relajarse y aliviar el estrés. Dejó la ropa en un montón, se recogió el pelo en
lo alto de la cabeza para no mojárselo, echó sales aromáticas al agua y se metió en la bañera.
Llamaron a la puerta y frunció el ceño al recordar que no había echado el pestillo.
Estaba incorporándose cuando la puerta se abrió sin previo aviso y apareció William.
Mai se tapó el pecho con los brazos.
–¡Fuera de aquí! –gritó.
–Nada de eso –respondió Sergios con un ladrido.
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Mensaje por nanatri Jue Oct 08, 2015 12:11 pm

Very Happy Very Happy buen dia!!

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 08, 2015 12:13 pm

nanatri escribió:Very Happy Very Happy buen dia!!

Tenga un lindo dia mi Nanatri
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Mensaje por SuenoLR Vie Oct 09, 2015 5:22 am

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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:11 am

SuenoLR escribió:
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:28 am

Capítulo 6
EL BRILLO de ira de los ojos de William disminuyó solo porque estaba disfrutando
de la vista.
Allí estaba Maite, toda sonrosada, húmeda y desnuda entre las burbujas. Su piel
blanca estaba resbaladiza y ansiaba poder tocarla con las manos. Aquellos pechos que había
calculado acertadamente que serían más grandes que una mano estaban coronados por
pezones del tamaño de una cereza madura. Excitado ante aquella visión, William empezó a
decidir que la necesidad de compartir habitación y baño tal vez no fuera tanto problema como
había imaginado. De hecho, podría reportarle inesperados dividendos de naturaleza física.
–¡Vete! –exclamó Mai.
En vez de hacer eso, William entró en el cuarto de baño, cerró la puerta tras él y se
apoyó en la madera.
–No me levantes la voz. Las doncellas están deshaciendo el equipaje al lado y se
supone que estamos de luna de miel –le recordó–. Para ser alguien tan obsesionada con los
buenos modales, a veces puedes ser muy grosera. He llamado a la puerta. Tú has decidido no
responder.
–No me has dado la oportunidad –respondió Mai antes de alcanzar una toalla, harta de
estar hecha un ovillo como si fuera una doncella victoriana en el agua, y demasiado
consciente de que sus manos no cubrían lo suficiente como para ocultar sus zonas más
sensibles. Se puso de rodillas y utilizó la toalla para cubrirse mientras se levantaba, con
cuidado de no enseñar más.
William apreció la curva visible entre su cintura y su cadera y le dirigió una sonrisa
depredadora.
–Necesitas una toalla más grande, Maite.
Y sin más, Maite fue consciente de que era grande y torpe, en vez de pequeña y
delicada. Con la misma rapidez, recordó a su diminuta hermana Zara, con quien William
había planeado casarse inicialmente, por no mencionar a su primera esposa, igualmente
escuálida. Esa era la silueta de las mujeres a las que su marido estaba acostumbrado. Para él,
ella era una mujer grande.
–O podrías dejar caer la toalla sin más, yineka mou –continuó William con la voz
ronca ante esa idea.
–Si no estuviera tan ocupada intentando anudarme la toalla, te abofetearía –respondió
Maite, dando por hecho que estaba tomándole el pelo, pues no podía imaginarse ninguna
circunstancia en la que quisiera estar desnuda frente a un hombre, aunque fuese el hombre
con el que se había casado.
William le lanzó una toalla mucho más grande de la estantería de la pared y ella la usó
para taparse.
–Tenemos que compartir esta suite –dijo él, serio de pronto.
Bee frunció el ceño.
–¿De qué estás hablando?
–Mi abuelo se queda y quiero que piense que este es un matrimonio convencional. No
se lo creería si ocupásemos habitaciones separadas y nos comportásemos como hermanos –
explicó con una sonrisa sardónica–. No tenemos elección. Tendremos que hacerlo y esperar
que nuestras aptitudes interpretativas estén a la altura.
–¿Esperas que comparta ese dormitorio contigo? ¿Incluso la cama? –preguntó Mai–
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:35 am

No pienso hacerlo.
–No te he dado a elegir. Tenemos un acuerdo y eso incluye cubrirnos el uno al otro.
Haremos lo que tengamos que hacer. No quiero disgustar a Nectarios igual que tú no querías
preocupar a tu madre. Tiene que creer que este es un matrimonio de verdad.
–Pero yo no estoy dispuesta a acceder a compartir una cama contigo –repitió Mai con
claridad–. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto, aparte del hecho de que, si
duermes ahí, yo tendré que dormir en otra parte.
Los ojos de William se iluminaron como estrellas brillantes en el cielo nocturno.
–No bajo mi techo…
Mai se sintió algo idiota y en desventaja, envuelta solo con su toalla, pues si parecía
grande sin ella, parecería mucho más grande envuelta entre sus espaciosos pliegues. ¿Y
William había elegido una toalla del tamaño de una manta deliberadamente o habría sido una
coincidencia?
–Voy a vestirme para cenar –anunció Mai, y esperó a que él se echara a un lado para
dejarla salir del baño. «¿No bajo mi techo?». Podía mostrarse tan amenazador como un tigre
dientes de sable, pero ella no pensaba cambiar de opinión; tenía derecho a tener su propia
cama.
Con los ojos entornados con intensidad, William se echó a un lado como el
depredador que era y la atmósfera se volvió explosiva. Cuando William pasó por delante, él
apoyó una mano en su hombro desnudo y ella se detuvo.
–Te deseo –declaró William y utilizó la otra mano para atraerla contra él y deslizar
los dedos desde su cintura hasta sus costillas.
En cuestión de un segundo, Mai se quedó helada y dejó de respirar. «¿Te deseo?».
¿Desde cuándo?
–Eso no forma parte del trato –dijo prosaicamente, quieta como una estatua, como si
cualquier movimiento pudiera alentarlo.
William se rio por encima de su cabeza. Era un sonido lleno de vitalidad.
–Nuestro trato es entre adultos, y lo que decidamos hacer…
–Confía en mí. No queremos enturbiar la relación con el sexo.
–Esto es el mundo real. El deseo es una energía, no algo que puedas planear o escribir
en un papel –respondió él, y le colocó las manos sobre los pechos cubiertos con la toalla.
Incluso bajo aquella suave caricia, a Mai se le aceleró el corazón. Le latía en los oídos
mientras él apartaba la toalla de su camino para acariciar sus pechos y estimular sus pezones
con los dedos. Mai soltó un gritito asustado. Se quedó mirando cómo aquellos largos dedos
acariciaban sus pezones erectos, se sonrojó y cerró los ojos con fuerza. Le temblaban las
piernas. Debía apartarlo, debía decirle que parase, insistir en que parase.
William la levantó del suelo, la llevó al dormitorio y la dejó sobre la cama. Pulsó un
botón situado sobre el cabecero y la puerta se cerró. Al oírlo, Mai se incorporó y agarró la
toalla para volver a cubrirse.
–No vas a ninguna parte –le dijo William, se sentó de rodillas sobre la cama y se
acercó a ella.
–Esto no es buena idea –protestó Mai con voz temblorosa.
–¡Hablas como una virgen asustada! –exclamó William. Le levantó la barbilla con una
mano y la besó con pasión, mordisqueándole el labio inferior, explorando su boca con la
lengua. Con la otra mano siguió acariciándole los pezones, y fue como si hubiese tirado de
una correa, pues en vez de apartarlo de ella, Mai descubrió que lo único que deseaba era
acercarse a él.
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:41 am

–William… –exclamó contra su boca.
–Bésame… –contestó él mientras recorría su cuerpo con las manos–. Me encantan tus
pechos.
Mai sintió su falta total de resistencia extendiéndose por su cuerpo como una
enfermedad debilitadora. En un súbito momento de desesperación, se lanzó de la cama hacia
un lado. Cayó al suelo y se hizo daño en la cadera. William se incorporó y la miró asombrado.
Se agachó para ayudarla a levantarse.
–¿Cómo has hecho eso? –preguntó–. ¿Te has hecho daño?
–No, pero tenía que poner fin a lo que estábamos haciendo –respondió ella, aferrada a
la toalla y sintiéndose como una idiota.
–¿Por qué? –preguntó William.
–Porque no deseo tener sexo contigo.
–Eso es mentira –dijo él mirándola fijamente–. Sé cuándo una mujer me desea.
Sentada en el suelo de madera, sobre una alfombra que no hacía que el suelo resultase
más cómodo, a Mai le maravilló que no se lanzase hacia él como una valquiria. Era como un
perro con un hueso; no iba a rendirse sin luchar.
–Me he dejado llevar por un momento… un momento de debilidad. No volverá a
ocurrir. Dijiste que no deseabas intimidad…
–He cambiado de opinión –admitió William de inmediato.
Mai estuvo a punto de gritar de frustración.
–Pero yo no he cambiado de opinión.
Una sonrisa inesperada iluminó su boca, lo que proporcionó un carisma deslumbrante
a su ya de por sí hermoso rostro, al que ninguna mujer podría permanecer inmune. Sergios
volvió a tirarse sobre la cama.
–Entonces, negociaremos, mi mujer.
–¿Negociar? –repitió Mai con incredulidad.
–Eres demasiado estirada,Maite. Necesitas un hombre como yo para que te relaje
un poco.
Con la cara sonrojada y el pelo revuelto, Mai se puso en pie sin soltar la toalla.
–No quiero relajarme. Soy feliz como estoy.
William resopló con impaciencia.
–Puedes quedarte embarazada si lo deseas –le dijo él–. Ya tenemos tres niños. ¿Qué
importa otro más?
Ella se quedó con la boca abierta ante aquel comentario tan desafortunado y
retrocedió varios pasos.
–Creo que estás loco.
William negó con la cabeza.
–No seas tan cuadriculada, Maite. Estoy intentando llegar a un acuerdo contigo.
Dado que no te dedicas a los negocios, te lo explicaré. Yo te doy lo que deseas para que tú
me des lo que deseo yo. Es así de sencillo.
–Salvo cuando lo que está sobre la mesa es mi cuerpo –respondió Mai con una ironía
sutil–. Mi cuerpo no figurará como parte de un trato contigo ni con nadie. Convinimos que no
habría sexo y quiero ceñirme a eso.
–No es ese el mensaje que me da tu cuerpo, mi amorcito.
–Pues te estás equivocando al leer las señales. Tal vez sea tu gran ego el que te
confunde –sugirió Mai mientras pulsaba el botón que él había usado para cerrar la puerta.
Cuando Mai se inclinó sobre él, William enganchó los dedos en el borde de la toalla
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:45 am

sobre sus pechos. Inmovilizada, lo miró y colisionó con aquellos ojos deslumbrantes
realzados por unas pestañas ridículamente largas. El corazón pareció salírsele del pecho.
–No es mi ego el que habla –ronroneó él como un gato salvaje.
–Sí lo es. Aunque realmente no me desees y yo no sea tu tipo.
–No voy detrás de ningún tipo en particular.
–¿Zara? ¿Tu primera esposa? Deja que te lo recuerde. Delgadas y glamurosas –dijo
Mai sin dudar, y vio su rostro palidecer como si le hubiera abofeteado. William apartó la
mano de la toalla y Mai se apresuró a aprovecharse del momento–. Ese es tu tipo. Yo no lo
soy y nunca podría serlo.
William la miró con ojos de acero.
–Tú no sabes lo que me excita.
–¿No lo sé? Algo que te han dicho que no puedes tener. Un desafío. ¡Eso es lo que te
excita! –exclamó Mai, intentando disimular la profundidad de su indignación–. Y
accidentalmente yo te he hecho creer que era un desafío. Eres perverso. Si me lanzara sobre
ti, lo odiarías.
–En este momento no lo odiaría –respondió William, deslizando una mano sobre su
muslo, y al hacerlo llamó su atención sobre el efecto de su excitación bajo sus pantalones–.
Como puedes ver, no estoy en condiciones de decir que no a una oferta razonable.
Al fijar la mirada en la evidencia de su deseo, Mai sintió el calor en las mejillas y no
supo dónde mirar, a pesar de que un calor íntimo estuviese acumulándose en su pelvis.
–Estás siendo desagradable –dijo secamente, y según lo hizo supo que no hablaba en
serio. La idea de que el deseo por ella le hubiese puesto en ese estado de excitación resultaba
extrañamente estimulante.
–Durante la cena, piensa en lo que deseas más –le aconsejó William–. Y recuerda que
no hay nada que no pueda darte.
Con consternación en la mirada, Mai se apartó de la cama.
–¿Estás ofreciéndome dinero para que me acueste contigo?
–Eres tan literal, tan directa… –dijo William.
–Es que no puedes aceptar la palabra «no», ¿verdad? –le acusó Mai con furia–. ¡Te
rebajas hasta el punto de utilizar a un bebé como parte del trato!
–Es evidente que deseas un bebé. Te he visto con los hijos de mi primo. Nadie se
mostraría así con ellos si no quisiera un hijo propio –dijo William–. Tengo suficiente
experiencia con las mujeres como para saber que en algún momento de nuestro matrimonio
decidirás que quieres tener un hijo.
–En este preciso momento estoy preguntándome cómo podré seguir casada con un
hombre tan calculador y manipulador.
–Tu madre, los niños, el hecho de que no te gusta fracasar en nada. Tú no eres de las
que renuncian, Maite. Admiro eso en una mujer –William se apretó la corbata, se peinó con
los dedos y saltó de la cama para ponerse a su lado–. Pero tengo una pequeña advertencia que
hacerte. No hablo de mi primera esposa, Krista. Nunca. Así que no la metas en nuestras…
discusiones.
Sorprendida por aquel encuentro acalorado y aquella advertencia final, Mai regresó a
su baño y se quedó allí sentada y asombrada. Cuando la había tocado, el deseo se había
apoderado de ella y había estado a punto de rendirse. Pero no era estúpida y, aunque nunca se
hubiese sentido tan atraída por un hombre, siempre había aceptado que el sexo y los anhelos
que despertaba podían ser muy poderosos. ¿Por qué si no el sexo persuadía a tantas personas
para sucumbir a la tentación y meterse en problemas? tal vez fuera un descubrimiento
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:50 am

aleccionador, pero acababa de saber que ella era tan débil como cualquier otro ser humano.
Tras la muerte de Krista, a la que no debía mencionar, William se había convertido en
un infame playboy. Debía de ser un amante muy experimentado y sin duda sabía cómo
provocarla y quitarle la toalla. Aunque tampoco había logrado quitársela del todo, se recordó
a sí misma para calmarse. Con un hombre tan decidido y salvaje como William, incluso la
más pequeña de las victorias debía celebrarse.
Era absurdo lo mucho que sufría su orgullo porque William no la deseara realmente.
Estaba molesto porque la presencia de su abuelo en la casa les obligara a vivir una mentira
para ocultar la realidad de que su matrimonio era falso. A su ego le estimulaba el desafío de
tener que compartir cama con una mujer a la que había acordado no tocar, así que estaba
intentando romper las condiciones de su acuerdo con los medios que estaban en su poder.
Aun así, debía de ser algo muy raro para un hombre intentar seducir a una mujer ofreciéndole
quedarse embarazada.
William era un hombre inteligente. No tenía vergüenza ni reparos a la hora de
perseguir cualquier cosa que deseara. Pero también era demasiado astuto como para que ella
se sintiera cómoda. Había advertido su naturaleza blanda bajo aquella superficie práctica y
había acertado al imaginar que la idea de tener un bebé la atraería más que el dinero o los
diamantes. Había acertado tanto que Mai quería gritar de frustración y vergüenza.
¿Cómo podía ver en su interior con tanta facilidad? ¿Cómo podía haber averiguado ya
lo que ella acababa de descubrir sobre sí misma? Mai había apreciado lo mucho que
disfrutaba siendo madre solo desde que estaba en contacto permanente con Paris, Milo y
Eleni. Un día le había comprado ropa a Eleni y había acabado examinando las prendas más
pequeñas y los cochecitos, asaltada por un deseo del que había oído hablar a sus amigas, pero
que nunca antes había experimentado.
Pero el sentido común le decía que debía defender su terreno ante William. Si le
permitía pasar por encima de ella, en pocos años se habría convertido en su esclava. Él no
respetaba las barreras que habían fijado juntos. Al fin y al cabo, tenía a Melita, así como a
otras mujeres, y ella no tenía intención de pasar a formar parte de esa lista. La idea hizo que
empezara a dolerle la cabeza, y se dio cuenta de que estaba entre la espada y la pared, con un
hombre hacia el que se sentía atraída, pero al que no podía tener. Se recostó sobre el
reposacabezas de la bañera, desesperada por liberarse de la tensión y de las preo cupaciones.
William era una amenaza para su salud mental. Era como un pirata en el mar, siempre detrás
de una aventura o de un beneficio. Pero en lo referente a ella, era más probable que encallase
en las rocas ocultas bajo su superficie aparentemente calmada.
Cuando William entró en el dormitorio, Mai estaba terminando de arreglarse. Su
vestido de noche azul le quedaba como un guante sin mostrar más piel de la necesaria. Mai
vio como William la miraba a través del espejo.
–Sexy –murmuró con aprobación.
–Me llega hasta el cuello y no deja ver mis piernas –respondió ella.
Aquel comentario de protesta hizo que William sonriera. Se quedó mirando sus
pechos y su trasero, que quedaban realzados por el tejido ceñido, pero no dijo nada. Tal vez
no se viera nada de piel, pero el vestido acariciaba todas sus curvas, y de eso Maite tenía en
abundancia.
Le acarició un mechón de pelo suelto a la altura del hombro.
–Déjate crecer el pelo otra vez. Me gustaba más largo.
–¿Estás acostumbrado a que las mujeres hagan lo que te gusta en lo referente a su
aspecto? –preguntó ella con amargura.
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 11:56 am

–Sí –respondió él sin parecer incómodo.
–¿Alguna otra orden, jefe? –no pudo resistirse a preguntar.
–Sonríe y relájate. A Nectarios ya le caes muy bien. Observa una gran mejora en sus
bisnietos…
–Dios mío, no será por mi influencia. Solo llevo con los niños unas semanas.
–Pero a su madre no la veían mucho, así que tu atención significa mucho para ellos.
–¿Por qué no veían mucho a su madre?
–Era una popular presentadora de televisión y casi nunca estaba en casa. Timon la
adoraba.
De pronto quiso saber si William había adorado a Krista, pero descubrió que no podía
imaginárselo hechizado por una mujer, ansioso por impresionarla y complacerla. Había cierta
rudeza y distancia en él que sugería que siempre le gustaba llevar ventaja en una relación.
Aun así, solo tenía veintiún años cuando se casó con Krista, y para casarse tan joven debía de
ser mucho menos cínico con respecto a la institución del matrimonio. Al comparar eso con su
actitud en su boda el día anterior, Mai dio por hecho que debía de haber sentido algo muy
fuerte por Krista. Por supuesto, siempre cabía la alternativa de que, tras perder a su esposa y a
su bebé nonato, hubiera sufrido tanto que estuviera decidido a no volver a enamorarse ni a
casarse.
Irritada de pronto por su curiosidad, se preguntó a sí misma por qué debería
importarle. William se había casado con ella solo por el bien de los niños, y tenía que recordar
eso. Aquella tarde había desea do acostarse con ella y el motivo de ese cambio de actitud no
era tan difícil de averiguar, pensó. ¿Qué más opciones sexuales podría ofrecerle aquella
pequeña isla griega? Se suponía que estaban de luna de miel y, si William quería que su
abuelo pensara que aquel era un matrimonio normal, no podía dejar plantada a su esposa y
salir a buscar satisfacción en la cama de otra mujer. Así que, por el momento, estaba atrapado
en una farsa y ella se había vuelto milagrosamente deseable por la ausencia de competencia.
Ella era la única opción que le quedaba a su marido. Aquella certeza le serviría para no darle
vueltas en la cabeza a la naturaleza de su atracción.
Les sirvieron la cena en una terraza anexa al comedor. El sol empezaba a ocultarse en
el horizonte y la comida estaba deliciosa. Bee comió con placer mientras Nectarios le contaba
historias sobre la isla y la familia. Cuando finalmente ambos hombres comenzaron a hablar
de negocios, a Bee le pareció divertido ver lo mucho que se parecían, y les dijo que no se
ofendería si empezaban a hablar en griego. Tendría que aprender el idioma, y deprisa, pensó,
agradecida de que los idiomas se le dieran bien, pues era esencial que pudiera comunicarse
fluidamente con el servicio y con los niños. No quería quedarse al margen de las
conversaciones que se desarrollasen a su alrededor.
Se quedó mirando a William mientras se comía el postre. Las luces bajas brillaban
sobre su pelo negro y proyectaban sombras sobre su perfil broncea do. Era increíblemente
guapo e incluso su manera de moverse resultaba sensual, pensó mientras seguía con la mirada
el elegante arco que formaba su mano mientras hablaba. Cuando levantó la mirada, se dio
cuenta de que Nectarios estaba mirándola y se puso roja. Pocos minutos más tarde dijo que
era hora de ir a ver a los niños y abandonó la mesa.
Tras asegurarse de que los niños estaban bien y acordar llevar a Paris a la playa por la
mañana, Mai pasó frente a la puerta del dormitorio principal y siguió subiendo el último
tramo de escaleras hasta llegar al dormitorio situado en lo alto de la torre. Aquel día había
descubierto esa habitación y había decidido que le serviría como lugar de escape. Había leído
recientemente en alguna parte que estaba de moda entre parejas con suficiente espacio en sus
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 12:00 pm

casas ocupar habitaciones diferentes para poder dormir mejor. Tener camas separadas no
significaba que la relación atravesase un mal momento, y eso era lo que le diría a William si
este intentaba oponerse.
Se puso un camisón de algodón que distaba de ser glamuroso, pues había desdeñado
la lencería de seda y satén que su asistente de compras le había ordenado adquirir en Londres.
Se tumbó en la cama y se quedó con las piernas y los brazos estirados como si fuese una
estrella de mar para aliviar la tensión. Con el tiempo aquella casa y aquella nueva vida le
resultarían familiares y cómodas, se dijo a sí misma para tranquilizarse.
La puerta se abrió y ella dio un respingo y levantó la cabeza para mirar. La luz de la
escalera se proyectaba sobre los rasgos de William, sobre su torso desnudo y sobre la toalla
que envolvía su cintura, y que parecía ser lo único que llevaba puesto. La relajación de Mai
duró poco, e inmediatamente se incorporó y encendió la luz.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Dado que has abandonado el lecho nupcial, yo también debo hacerlo. Durmamos
donde durmamos, permaneceremos juntos –dijo William con seriedad.
Mai se sentía intimidada por su desnudez. Era alto y grande y, desnudo, sus hombros,
su torso y su vientre plano resultaban imponentes.
–¡No te atrevas a quitarte esa toalla! –le advirtió.
–No seas tan mojigata –respondió él con impaciencia–. Duermo desnudo. Siempre lo
he hecho.
–¡No podré tratarte como a un hermano si te he visto desnudo! –exclamó Mai,
avergonzada.
William, que se preguntaba por qué querría tratarlo como a un hermano cuando sus
intenciones estaban tan lejos de aquel aspecto platónico, levantó ambas manos en un gesto de
exasperación.
–¡Debes de haber visto a montones de hombres desnudos!
–¿Y eso es un hecho? –preguntó Bee, insultada por aquella idea–. ¿Crees que me he
acostado con muchos hombres?
–Yo me he acostado con bastantes mujeres. No soy hipócrita.
Mai echaba humo.
–Para tu información, algunas de nosotras somos un poco más selectivas.
–¿Todos ellos llevaban pijama? –preguntó William, incapaz de resistirse, mientras
contemplaba con horror el camisón que llevaba: una monstruosidad de algodón con ribetes de
encaje.
Mai se estremeció.
–De hecho, no ha habido nadie aún –admitió, con la esperanza de que su
inexperiencia le convenciera de que realmente quería privacidad.
William se detuvo en seco a unos tres metros de los pies de la cama. Frunció el ceño.
–No estarás diciendo que nunca has tenido un amante…
Mai se puso roja, pero se encogió de hombros como si el asunto no le preocupara en
absoluto.
–Pues no.
Por un momento, William se quedó asombrado con la idea. Creía que las vírgenes
habían desaparecido con la invención de los métodos anticonceptivos fiables. Nunca habría
imaginado encontrarse una en su cama. Se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir nada
más. Aliviada, Mai respiró profundamente y volvió a apagar la luz. Era evidente que la
noticia le había bajado la excitación. Había dejado de ser un desafío y había pasado a formar
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 09, 2015 12:03 pm

parte del territorio desconocido que evidentemente él no tenía ningún deseo de explorar.
Pero en eso Mai se equivocaba, pues la puerta del dormitorio volvió a abrirse y,
sobresaltada, ella se incorporó sobre los codos con el ceño fruncido. William había vuelto,
pero en esa ocasión llevaba puestos unos boxers negros que apenas ocultaban la fuerza y la
belleza de su cuerpo masculino.
William se metió en la cama por el otro lado y en completo silencio. «Una virgen»,
pensaba con satisfacción. «Una novedad diseñada para atraer hasta el más hastiado de los
paladares».
Los dedos del pie de Mai se encontraron con una pierna masculina y se apartó
apresuradamente, como si el contacto le hubiera quemado. Su insistencia en hacer lo que
quería hacer sin importarle sus objeciones empezaba a agotar incluso sus nervios de acero.
–Nunca antes me he acostado con una virgen –le dijo William–. En el mundo actual
eres tan rara como un dinosaurio.
Asombrada por aquel comentario, un torrente de júbilo subió por el pecho de Mai
hasta hacer que estallara entre carcajadas.
William estiró un brazo y la atrajo hacia él.
–No intentaba ser gracioso.
–¡Intenta imaginarte a ti mismo como un dinosaurio! –exclamó Mai, temblando con
una hilaridad que no podía contener–. Solo espero que no estuvieras pensando en un
Tiranosaurio.
Sus carcajadas resultaban muy sorprendentes para un hombre que se tomaba la vida
muy en serio y el sexo más en serio aún. La mantuvo abrazada hasta que poco a poco las
carcajadas fueron cesando. Sentía sus pechos contra el torso y sus muslos rozándose contra
sus piernas. El deseo resurgió en su interior con una fuerza que le desconcertó.
William le colocó una mano detrás de la cabeza para sujetarla e introdujo la lengua
entre sus labios. En ese preciso momento el regocijo abandonó su cuerpo, mientras él le
mordisqueaba el labio inferior y exploraba su boca con la lengua, hasta que se entregó
llevada por la necesidad y el deseo.
–William… –protestó vagamente cuando él le permitió tomar aliento.
–Seguirás siendo virgen por la mañana –murmuró él–. Te lo prometo, mi mujer.
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Mensaje por SuenoLR Sáb Oct 10, 2015 5:49 am

Sique mi Kat
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:14 am

SuenoLR escribió:
Sique mi Kat


Ahora sigo mi Tonia
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:18 am

Capítulo 7
MAI estaba temblando, consciente de todas las zonas erógenas de su cuerpo, pero en
su cabeza también se repetía aquel dicho sobre la curiosidad que había matado al gato.
William estaba jugando a un juego del cual ella desconocía las reglas, y estaba convencida de
que viviría para arrepentirse de bajar sus defensas. Pero sentía cierta presión en el fondo de su
cuerpo que aumentaba con cada caricia de su lengua, y no podía resistirse a ella.
William le bajó el camisón por encima de los hombros y dejó atrapados sus brazos al
tiempo que dejaba al descubierto sus generosos pechos. A la luz de la luna, que se colaba a
través de las cortinas, aquellos montículos eran lo más tentador que había visto nunca. Los
masajeó con manos firmes, abrió la boca y saboreó un pezón erecto mientras ella arqueaba la
espalda y gemía con sus caricias. William centró la atención en su otro pecho y siguió
estimulándola con caricias cada vez más apasionadas.
Era como descomponerse en mil pedazos y volver a juntarse en una secuencia
diferente, pensaba Mai, perdida en un mar de incertidumbre que no hacía más que aumentar
el deseo que la consumía por dentro. Tal vez no volviera a ser la misma, pero no tenía fuerza
de voluntad para apartarse o insistir en que dejase de tocarla. Hundió los dedos en su pelo
mientras él estimulaba sus pezones con la lengua antes de ascender de nuevo hasta su boca.
Mai era plenamente consciente del calor y de la humedad que sentía entre los muslos, así
como del deseo que hacía que sus caderas se clavaran a la cama. Deslizó las manos hacia
delante y hacia atrás sobre sus hombros mientras la tensión aumentaba en su interior. Se
incorporó hacia él, desesperada por sentir más, y ya no pudo quedarse quieta, no podía
hablar, no podía dejar de gemir. Y de pronto todo se fusionó en una respuesta explosiva que
hizo que se convulsionara y gritase mientras su cuerpo era transportado a otra esfera; y ya no
hubo nada que pudiera hacer para controlarlo.
Más tarde, Mai quiso saltar de la cama y huir, pero no tenía ningún sitio donde ir. La
idea de refugiarse tras la puerta del cuarto de baño no le resultaba atractiva. Aún en brazos de
William, se quedó quieta como una piedra que había caído desde una gran altura, consciente
de su respiración entrecortada y de sus latidos acelerados, por no mencionar la presión de su
erección contra su cadera. ¿Qué había hecho?
–Eso ha sido interesante –murmuró William–. Ha sido romper el hielo.
–Eh… ¿tú…? –respondió Mai, sabiendo que todo había sido unidireccional.
–Me daré una ducha fría.
Mai jamás habría imaginado que pudiera llegar al clímax de ese modo, y no le
agradaba que William la hubiera puesto en el camino del descubrimiento sexual.
–Eres una mujer apasionada, moli mou –dijo William mientras se levantaba de la
cama–. Obviamente, Townsend no era el hombre adecuado para ti.
Mai se puso rígida.
–¿Qué sabes de Jon?
William se detuvo en su camino hacia el baño y se dio la vuelta.
–Más de lo que tú estabas dispuesta a contarme –admitió–. Hice que le investigaran.
–¿Que hiciste qué? –Mai estaba recolocándose el camisón e intentando salir de la
cama al mismo tiempo, pero aquellas acciones simultáneas desembocaron en una maniobra
torpe que la enfureció más–. ¿Por qué diablos hiciste eso? Te dije que era un amigo…
–Pero no lo era. Era tu ex, lo cual hace que vuestro encuentro en el bar resulte menos
inocente –respondió William–. Pero, tal como yo lo veo, dado que nunca te acostaste con él,
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:22 am

no cuenta realmente.
–Si vuelves a tocarme, gritaré.
–No me quejaré. Me encanta la manera que tienes de gritar entre mis brazos –añadió
William sardónicamente antes de cerrar la puerta del cuarto de baño.
Mai apretó los puños y pensó en lanzar algo contra la puerta. Resultaría infantil y ella
no era infantil. Pero se había decepcionado a sí misma al sucumbir a su magnetismo sexual.
Se sentía irritada. No era de extrañar que la hubiese llamado mojigata. Tal vez se sintiera
abochornada, pero prácticamente no habían hecho nada en términos sexuales. Se lo estaba
tomando demasiado en serio y sería mucho más sensato comportarse como si no hubiera
ocurrido nada importante.
Pero, sin duda, William era letal entre las sábanas. En el momento en que se metió en
la cama, ella debería haber salido, porque, en comparación con él, era una auténtica novata.
¿Y por qué habría investigado a Jon Townsend tras haberse reunido con él en aquel bar?
¿Acaso William no confiaba en nadie? Obviamente, no. ¿Cuántas veces le habrían traicionado
para volverse tan desconfiado de los seres humanos? Aquello daba en qué pensar y, aunque
no había estado enamorado de su hermana, Zara había accedido a casarse con él y después le
había decepcionado. Tal vez si Mai hubiera elegido ser más sincera con él, habría tenido más
fe en ella.
En algún punto de aquel examen de conciencia, Mai debió de quedarse dormida,
porque se despertó cuando Sergios la metió en una cama fría.
–¿Eh? ¿Qué… dónde? ¿William?
–Vuelve a dormirte, Maite –le dijo él.
Parpadeó brevemente al ver el dormitorio principal a la luz de la luna, pero
simplemente se dio la vuelta y volvió a cerrar los ojos, demasiado cansada para protestar. Se
despertó sola por la mañana, y solo la marca en la almohada junto a ella indicaba que había
tenido compañía. Tras una ducha rápida se puso unas bermudas y una camiseta azul para ir a
la playa como les había prometido a los niños. Nectarios estaba leyendo el periódico en la
terraza donde Androula le sirvió a Mai el té y las tostadas.
–William está en el despacho trabajando –le dijo Nectarios mientras doblaba el
periódico y lo dejaba a un lado–. ¿Qué planeas hacer hoy?
–Llevar a los niños a la playa –contestó Mai.
–Maite, es vuestra luna de miel –resaltó el anciano–. Deja a los niños en un segundo
plano durante un rato y saca a mi nieto de su despacho.
Era incapaz de imaginarse a William haciendo algo en contra de su voluntad, pero era
evidente que Nectarios ya empezaba a ver defectos en su comportamiento como pareja recién
casada. Le preguntó por su madre y dijo que estaba deseando conocerla. Después de
desayunar, Mai fue a buscar a William, aunque después de su encuentro íntimo de la noche
anterior habría preferido evitarlo.
William estaba trabajando con un portátil en una habitación iluminada por el sol
mientras hablaba por teléfono. Mai se quedó contemplando su perfil bronceado. No
importaba lo mucho que la enfadase, pues no podía negar que estaba increíblemente guapo a
cualquier hora del día. Al terminar la llamada, William giró la cabeza hacia ella y Mai sintió
que se sonrojaba y se le secaba la boca.
–Maite…
–Voy a llevar a los niños a la playa. Deberías venir con nosotros. A Nectarios le
sorprende que ya hayas vuelto a trabajar.
–No me gustan los niños y las playas –respondió William, y se estremeció ante la idea
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:37 am

de una salida familiar.
Mai irguió los hombros y habló claramente.
–Pues ya es hora de que aprendas. Esos niños te necesitan. Necesitan un padre igual
que una madre.
–Yo no sé ser padre. Nunca tuve padre…
–Eso no significa que no puedas hacerlo mejor por los hijos de tu primo –le
interrumpió ella, y William apretó la mandíbula al ver su argumento desechado–. Incluso un
padre ocasional es mejor que uno ausente. Mi padre no sentía ningún interés por mí y he
sentido esa ausencia toda mi vida.
Atacado por sus opiniones, William se había erguido. Se encogió de hombros y se
pasó una mano impaciente por el pelo.
–Maite
–No, no te atrevas a intentar callarme porque te estoy diciendo cosas que no quieres
oír –respondió ella–. Aunque solo puedas concederles a los niños una hora a la semana, será
mejor que nada en absoluto. Una hora, William, es lo único que te pido. Después podrás
olvidarte de ellos de nuevo.
Sergios se quedó mirándola con el rostro sombrío.
–Ya te he dicho cómo me siento. Me he casado contigo para que te ocupes de ellos.
–¿Ese era nuestro trato? –preguntó Mai–. Es curioso. Dado que tú ya has cambiado
los términos en lo referente a mí, no entiendo por qué te muestras tan inflexible en lo
referente a ti.
William arqueó una ceja.
–Si voy a la playa, ¿tú compartirás habitación conmigo sin discutir?
Mai suspiró frustrada.
–Las relaciones no funcionan como los tratos.
–¿Ah, no? ¿Estás diciéndome que no crees en lo de dar y recibir?
–Claro que creo, pero no quiero dar y recibir sexo como si fuera una moneda de
cambio o un servicio –le dijo Bee, asqueada.
–El sexo y el dinero son los que mueven el mundo –le dijo William.
–Yo soy mejor que eso. Valgo más que eso y tú también deberías hacerlo. No somos
animales ni trabajadores del sexo.
Su amor por la franqueza iba acompañado de cierta predilección por el drama que a
William le parecía divertida, y le hacía gracia el haberla considerado fácil de complacer. Con
aquellos ojos verdes tan vivaces, esa piel perfecta y esa boca carnosa, era la viva imagen de la
belleza natural. Apenas podía creer que fuera la única mujer que le había rechazado. Aunque
el rechazo le molestara, su inaccesibilidad resultaba increíblemente excitante para él, y
después de haber admitido que era virgen, había comprendido mejor su reticencia y la había
valorado más aún.
Al reconocer la tensión en el ambiente, Mai se puso rígida. William le dirigió una
mirada, una simple mirada de aquellos ojos dorados, y los pezones se le endurecieron.
Sonrojada, apartó la vista, escandalizada por tener tan poco control sobre su propio cuerpo.
–De acuerdo –dijo abruptamente, y le dirigió una mirada de odio que le dio ganas de
reír–. Si pasas una hora a la semana con los niños sin quejarte, dejaré de discutir por tener
que compartir habitación. Durante el desayuno me he dado cuenta de que a tu abuelo no se le
escapa una y empieza a sospechar.
–Dije hace mucho tiempo que no volvería a casarme y me conoce bien. Naturalmente,
se muestra escéptico por nuestro matrimonio.
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:41 am

–Te veo en la playa –respondió Mai con cierta amargura, pues no le hacía gracia
haber cedido en la cuestión del dormitorio. Por desgracia, sus anteriores intentos por
persuadir a William para implicarse con los niños habían resultado infructuosos y, si había
algo que ella pudiera hacer por mejorar la situación, sentía que debía aprovechar la
oportunidad.
Karen estaba de servicio, así que los niños ya estaban vestidos con el bañador y había
una bolsa de playa con juguetes y bebidas esperándola. Paris condujo al grupo a través de los
pinos hasta la arena blanca. Estaban inspeccionando un charco en las rocas cuando llegó
William. Con unos vaqueros cortos y una camisa abierta que dejaba ver unos abdominales que
le quitaron la respiración a Mai, William caminó por la arena hacia ellos. Los niños corrieron
hacia él, desesperados por su atención. Paris hablaba de cosas de chicos como cangrejos
muertos, tiburones y pesca, mientras que Bee sujetaba a Milo y a Eleni de la mano para evitar
que agobiaran a William. Caminó con los dos pequeños por la orilla de espuma y arena para
entretenerlos. Cuando Paris comenzó a construir un castillo de arena, Milo y Eleni corrieron a
ayudar a su hermano.
William se acercó a Mai.
–Treinta y dos minutos –le dijo ella, por si acaso estuviera pensando en acortar la
hora.
Una sonrisa de aprecio iluminó su rostro.
–No estoy cronometrando el tiempo.
–¿Qué le ocurrió a tu padre? –preguntó ella apresuradamente.
Sergios miró hacia el mar y entornó los párpados.
–Murió a los veintidós años intentando convertirse en piloto de carreras.
–¿Nunca lo conociste?
–No, pero aunque Petros hubiera vivido, no habría querido tener nada que ver
conmigo –explicó William con evidente desprecio–. Mi madre, Ariana, era una joven
recepcionista a la que dejó embarazada uno de los pocos días que fue a trabajar para
Nectarios.
–¿Tu madre le habló alguna vez de ti? –preguntó Mai.
–Él no respondía a sus llamadas e hizo que la despidieran cuando intentó verlo. Ella
no sabía que tuviera derechos y no tenía familia que la respaldara. Petros no tenía interés en
ser padre.
–Debió de ser muy duro para una chica tan joven convertirse en madre soltera.
–Se volvió diabética durante el embarazo. Nunca estuvo bien de salud después del
parto. Yo robaba para mantenernos. A los catorce años ya era un veterano ladrón de coches.
–De eso a… esto –dijo ella extendiendo los brazos para abarcar la casa y la isla–.
Debió de ser un gran paso para ti.
–Nectarios fue muy paciente. Debió de ser más duro aún para él. Yo no tenía
educación, estaba furioso por la muerte de mi madre y me comportaba como un animal
cuando me contrató. Pero nunca perdió la fe en mí.
–Probablemente fuiste una mejor inversión de su tiempo que el padre que nunca
conociste.
William se quedó mirándola, y en sus ojos se reflejaba la luz del sol cuando negó con
la cabeza, asombrado.
–Solo tú pensarías lo mejor de mí después de lo que acabo de contarte sobre mis
delitos de juventud.
Mai se puso roja, vio que Milo se acercaba al mar con un cubo y salió corriendo para
vigilarlo.
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Web Novela "Boda sin sentimientos" De Lynne Graham  - Página 3 Empty Re: Web Novela "Boda sin sentimientos" De Lynne Graham

Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 10, 2015 10:53 am

vigilarlo. Pero fue William quien tomó al niño en brazos mientras este entraba en el agua. Lo
depositó después junto al castillo de arena con un cubo lleno de agua gracias a los esfuerzos
de Mai.
Con Eleni como acompañante silenciosa,Mai extendió la toalla y William se lanzó a
su lado. Cuando se arrodilló, él hundió una mano en su melena castaña y le levantó la cabeza
para mirarla a los ojos. Ella le devolvió la mirada con el ceño fruncido.
–¿Qué quieres de mí? –preguntó frustrada.
–¿Ahora mismo? –William se carcajeó y le provocó un escalofrío por la espalda–.
Cualquier cosa que me des. ¿Acaso no lo habías averiguado ya?
La besó en la boca y la saboreó con un erotismo que encendió su piel. Mai sintió el
deseo recorriendo su cuerpo como un fuego descontrolado, y la fuerza de ese deseo la asustó
tanto que tuvo que apartarse y mirar más allá de él para comprobar que los niños seguían
bien. Paris los había visto besarse y apartó la mirada, avergonzado por el espectáculo, aunque
no más que ella. William se apoyó en un codo, levantó un muslo y no se molestó en disimular
la erección bajo los pantalones. De pronto Mai se sentía más caliente que si estuviera en una
parrilla, así que apartó la mirada y observó a los niños en su lugar.
–Estás intentando utilizarme porque soy la única mujer disponible ahora mismo –le
dijo en voz baja.
William deslizó un dedo por su brazo y ella giró la cabeza hasta dar con su mirada.
–¿Realmente te parece que estoy tan desesperado?
–Yo no he dicho desesperado.
–Puedo salir de la isla cuando quiera para saciarme.
–No si quieres convencer a tu abuelo de que eres un hombre felizmente casado.
–Podría inventarme cualquier crisis empresarial que requiriese mi presencia –dijo él–.
Tienes una muy baja opinión de tu propio atractivo.
–Simplemente soy realista. Los hombres nunca se han agolpado en mi puerta –
admitió Mai sin preo cuparse–. Jon fue especial durante un tiempo, pero, cuando se dio
cuenta de que mi madre y yo éramos indivisibles, se marchó.
–Y se casó con la hija de un juez. Es ambicioso, no tiene corazón –comentó William
para dejarle saber hasta dónde sabía–. ¿No te resulta extraño que ahora se acerque a ti como
representante de una organización benéfica infantil?
Mai ignoró la insinuación de que Jon fuese un oportunista, porque no pensaba adoptar
el cinismo de William como criterio en lo referente a juzgar los motivos de las personas.
–No. Siendo tu esposa, podría ser de mucha ayuda para la organización.
–Y como mi exesposa, podrías serle de más ayuda a Jon –contestó William–. Ten
cuidado. Podrías ser su pasaporte a otro mundo.
–No soy estúpida.
–Estúpida no, pero eres ingenua y confiada –se quedó observándola con curiosidad–.
Al fin y al cabo, ignoraste todas las advertencias y te casaste conmigo.
–Si me tratas con respeto, yo te trataré del mismo modo –le prometió Mai–. No
miento ni engaño, y no me gusta que me manipulen.
William se rio a carcajadas.
–Y yo soy un hombre muy manipulador.
–Lo sé –respondió Mai–. Pero ahora que me tienes en la misma cama, eso es todo lo
lejos que vamos a llegar.
Sus largas pestañas casi ocultaban sus ojos.
–Eso sería un desperdicio, Maite. Tenemos la oportunidad, la química.
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