Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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WEBNOVELA "SU UNICA OPOTRUNIDAD" DE Linda Howard

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Mensaje por EsperanzaLR Miér Sep 30, 2015 12:17 pm

COMIENZO
Regresar a Wyoming, volver a casa, siempre evocaba en William Mackenzie una intensa
mezcla de emociones, entre ellas el placer o la profunda incomodidad. Por naturaleza y
costumbre, era un hombre que se sentía más a gusto solo. Entonces podía funcionar sin tener
que preocuparse de nadie salvo de sí mismo y, a la inversa, nadie podía hacer que se sintiera
inquieto por su propio bienestar. El tipo de trabajo que había elegido reforzaba sus propias
inclinaciones, porque las operaciones clandestinas y las actividades antiterroristas lo
impulsaban a mostrarse cauteloso y reservado, sin permitir que nadie intimara con él.
Sin embargo... estaba su amplia familia, que se negaba a dejar que se retrajera. Siempre lo
sacudía y alarmaba retomar a su abrazo, someterse a sus bromas e interrogatorios... en
particular las bromas, cuando algunas de las personas más peligrosas del planeta lo temían. A
sus besos, manifestaciones de cariño, gritos y... amor, como si fuera igual que los demás, lo
cual sabía que no era. Pero algo profundo en su interior lo impulsaba siempre a regresar,
anhelando aquello mismo que lo alarmaba. El amor asustaba; le había costado lo suyo
aprender que solo podía contar consigo mismo.
El hecho de que hubiera podido sobrevivir era testimonio de su dureza e inteligencia. No sabía
cuántos años tenía, dónde había nacido, qué nombre había recibido de niño, si es que lo había
recibido... nada. Carecía de recuerdo de una madre o de un padre, de cualquiera que lo
hubiera cuidado. Mucha gente ni siquiera recordaba su infancia, pero William no podía
consolarse con la posibilidad de que hubiera habido alguien que lo amara y cuidara, porque
recordaba muy bien otros detalles.
Recordaba robar comida cuando era tan pequeño que debía ponerse de puntillas para alcanzar
las manzanas en el supermercado. Había estado junto a tantos otros niños que, al comparar lo
que recordaba con los tamaños que tenían a ciertas edades, podía calcular que entonces no
debía tener más de tres años, quizá ni eso.
Recordaba dormir en zanjas cuando hacía calor, esconderse en graneros, cobertizos o lo que
hubiera a mano cuando hacía frío o llovía. Recordaba robar ropa, a veces por el método
expeditivo de sorprender a un niño jugando solo en el patio para arrebatársela. Siempre había
sido mucho más fuerte que otros niños de su edad, debido a la dificultad física de permanecer
vivo... y por la misma causa había sabido luchar.
Por supuesto, aprender a sobrevivir, tanto en zonas rurales como urbanas, era lo que lo hacía
tan bueno en su trabajo, de modo que suponía que su infancia había tenido un lado bueno.
Su verdadera vida había comenzado el día en que Mary Mackenzie lo encontró tendido junto al
camino, aquejado de un grave caso de gripe que se había convertido en neumonía. No
recordaba gran cosa de los días que siguieron, pero en todo momento había sabido que estaba
en un hospital, dominado por el miedo, porque eso significaba que había caído en las garras
del sistema y que, a todos los efectos, estaba prisionero. Era un menor sin identificación y las
circunstancias garantizaban que se notificara a las autoridades de protección al menor.
Después de pasar toda la vida evitando justo eso, había tratado de formular planes para huir,
pero sus pensamientos estaban confusos y su cuerpo demasiado débil para responder a sus
exigencias.
No obstante, podía recordar en todo momento el consuelo de un ángel con suaves ojos de
color azul grisáceo y pelo castaño claro, manos frescas y voz cariñosa. También recordaba la
presencia de un hombre grande y cetrino, un mestizo, quien con calma y persistencia había
acallado su más profundo temor. «No dejaremos que te lleven», había dicho siempre que
William salía de su estupor inducido por la fiebre.
No confiaba en ellos, no creía en las promesas del mestizo. William había deducido que él
mismo era en parte indio, aunque eso no significaba que pudiera confiar en ese pueblo más
que en cualquier otro. Sin embargo, se hallaba demasiado enfermo y débil para escapar o
luchar, y durante su período de desamparo, Mary Mackenzie de algún modo había conseguido
su devoción y ya nunca fue capaz de liberarse.
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Mensaje por EsperanzaLR Miér Sep 30, 2015 12:21 pm

Odiaba que lo tocaran; si alguien se hallaba lo bastante cerca como para tocarlo, también
estaba lo bastante próximo como para atacarlo. No había podido repeler a las enfermeras y
médicos que lo movían como si fuera un trozo de carne. Había soportado todo con los dientes
apretados, controlando su pánico y el abrumador instinto de combatir, porque sabía que si
plantaba cara lo inmovilizarían. Debía permanecer libre para poder huir cuando se recuperara
para valerse por sí mismo.
Pero le dio la impresión de que ella había estado presente todo el tiempo. Cuando ardía por la
fiebre, le humedecía la cara con un paño frío y le daba trozos de hielo. Le cepillaba el pelo y le
acariciaba la frente cuando le dolía tanto la cabeza que creía que le iba a estallar el cráneo; y
se ocupó de bañarlo al ver lo alarmado que se sentía cuando lo hacían las enfermeras. De
algún modo eso podía tolerarlo mejor, aunque incluso en su enfermedad lo había
desconcertado su propia reacción.
Ella lo tocaba constantemente, adelantándose a sus necesidades para acomodarle la
almohada, regular la temperatura de la habitación, masajearle los brazos y las piernas cuando
la fiebre le provocaba un dolor de la cabeza a los pies. Nunca antes le había importado nadie.
Sin embargo, ese conocimiento y la cautela no fueron capaces de protegerlo; cuando se
recobró lo suficiente para dejar el hospital, quería a la mujer que había decidido que iba a ser
su madre con el ciego desamparo de un niño pequeño.
Abandonó el hospital con Mary y el hombre grande, Wolf. Como no era capaz de hacerse a la
idea de perderla, se aprestó a tener que soportar a su familia. Se había prometido que solo
durante un tiempo, hasta estar más fuerte.
Lo habían llevado a Mackenzie's Mountain, a su hogar, a sus brazos, a sus corazones. Un niño
sin nombre había muerto en la cuneta del camino y Chance Mackenzie había nacido en su
lugar. Cuando tuvo que elegir una fecha de cumpleaños, a insistencia de su nueva hermana,
Maris, se decidió por el día en que Mary lo había encontrado en vez de la fecha más lógica del
día de su adopción legal.
Jamás había tenido nada, pero después de aquel día lo habían inundado de... cosas. Siempre
había sentido hambre, pero a partir de entonces tuvo comida. Había anhelado aprender, y a
partir de aquel momento vio libros por todas partes, porque Mary era una maestra hasta sus
fragiles huesos y lo había alimentado con conocimientos a la velocidad que él era capaz de
asimilarlos. Estaba acostumbrado a acostarse allí donde podía, pero dispuso de su propia
habitación, de su propia cama, de una rutina de sueño. Tenía ropa nueva, comprada
específicamente para él. Nadie se la había puesto antes y no había tenido que robarla. Pero, lo
más importante de todo, siempre había estado solo, y de pronto se veía rodeado de familia.
Tenía una madre y un padre, cuatro hermanos, una hermana menor, una cuñada, un sobrino
pequeño, y todos lo trataban como si hubiera llevado con ellos desde el principio. Aún apenas
toleraba que lo tocaran, pero la familia Mackenzie no dejaba de hacerlo. Mary, mamá, no
paraba de abrazarlo, de darle un beso de buenas noches, de atenderlo. Maris, su nueva
hermana, lo atosigaba del modo en que lo hacía con sus otros hermanos, rodeándolo con sus
brazos flacos para abrazarlo y exclamar: «¡Me alegro tanto de que seas nuestro!».
En esas ocasiones siempre se sentía desconcertado y miraba a Wolf, el hombre grande que
era el jefe de la manada Mackenzie y que en ese momento también era el padre de William.
¿Qué pensaba al ver a su inocente hija abrazar a alguien como a él? Wolf Mackenzie no era
inocente; aunque desconociera qué experiencias habían moldeado a William, era capaz de
reconocer la vena peligrosa que llevaba el chico medio salvaje. William siempre se preguntó si
esos ojos penetrantes podían atravesarlo, ver la sangre que manchaba sus manos, encontrar
en su mente el recuerdo del hombre que había matado cuando tenía unos diez años.
Sí, el enorme mestizo había conocido muy bien el tipo de animal salvaje que había incorporado
a su familia y llamado hijo, y, al igual que Mary, querido de todos modos.
Los años primeros le habían enseñado a William lo arriesgada que era la vida, lo habían
enseñado a no confiar en nadie, que el amor solo lo volvería vulnerable y que eso podía
costarle la vida. Había sabido todo eso, pero no había sido capaz de evitar querer a los
Mackenzie. Esa debilidad en su armadura nunca dejaba de asustarlo; sin embargo, cuando se
hallaba en el seno de la familia era el único momento en que se sentía completamente
relajado, porque sabía que con ellos se hallaba a salvo. No podía mantenerse alejado, no
podía distanciarse cuando era un hombre más que capacitado para cuidar de sí mismo, porque
el amor que sentían por él, y él por ellos, alimentaba su alma.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:14 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Miér Sep 30, 2015 12:23 pm

Había dejado de intentar limitarles el acceso a su corazón y a cambio había centrado sus
considerables talentos en hacer todo lo posible para que su mundo, sus vidas, estuvieran lo
más a salvo que fuera posible. Pero no dejaban de ponérselo cada día más difícil. La primera
vez que llegó a la familia, solo estaban John, Joe y el primogénito recién nacido de Caroline.
Pero un sobrino había seguido a otro sobrino, y, de algún modo, William, junto con el resto de
los componentes de la familia, se había encontrado acunando a bebés, cambiando pañales,
dando biberones, dejando que una manita ínfima se aferrara a uno de sus dedos para dar los
primeros pasos. Carecía de defensa contra ellos. En ese momento tenía doce sobrinos y una
sobrina ante la cual se sentía especialmente impotente, para diversión de todos.
Regresar a casa siempre le tensaba los nervios y, no obstante, anhelaba ver a su familia.
Temía por ellos y por sí mismo, porque ya no sabía si podría vivir sin el calor de los Mackenzie.
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Mensaje por asturabril Miér Sep 30, 2015 6:23 pm

Arrow Arrow I love you I love you
Gracias Kat me gusta como empieza
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:10 am

asturabril escribió:Arrow Arrow I love you I love you
Gracias Kat me gusta como empieza

De nada mi Abril
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:17 am

1
A William le encantaban las motos. La enorme maquinaria que tenía entre las piernas vibraba
de poder mientras rugía por el sinuoso camino, con el viento en la cara. Ninguna otra moto del
mundo sonaba como una Harley. Conducir una siempre lo excitaba y su propia reacción
visceral ante la velocidad y el peligro nunca dejaba de divertirlo.
El peligro era sexy. Todo guerrero lo sabía, aunque no era algo que la gente fuera a leer en el
suplemento dominical. Su hermano Josh reconocía que aterrizar un caza en la cubierta de un
portaaviones siempre lo había excitado. «Se queda justo por detrás de un orgasmo», era el
modo en que lo exponía. Joe, que era capaz de pilotar cualquier avión, se contenía de hacer
comentarios, pero siempre esbozaba una sonrisa.
En cuanto a Zane y él mismo, William sabía que había ocasiones en que después de salir de
una situación tensa, por lo general de algún tiroteo, solo querían tener a una mujer. En esos
momentos las necesidades sexuales de William eran feroces; su cuerpo rebosaba adrenalina y
testosterona, estaba vivo, y necesitaba desesperadamente el cuerpo suave de una mujer en el
que poder enterrarse y liberar toda la tensión. Por desgracia, esa necesidad siempre tenía que
esperar hasta encontrarse en una posición segura, quizá en otro país.
Si su madre lo viera conducir la Harley sin casco, lo reprendería, razón por la que lo llevaba
bien sujeto a su espalda. Se lo pondría antes de subir despacio la montaña al llegar para
visitarlos. A su padre no podría engañarlo, pero guardaría silencio, porque Wolf Mackenzie
sabía lo que era dar rienda suelta al salvaje que llevaba dentro.
Subió una loma y a la vista apareció la casa de Will en el amplio valle de abajo. Era grande,
con cinco dormitorios y cuatro cuartos de baño, pero nada ostentosa; Maite la había construido
para que no atrajera una atención indebida. No parecía tan grande, ya que algunos de los
cuartos se hallaban bajo tierra. También la había construido para que fuera lo más segura
posible, con una visión clara en todas las direcciones, aunque utilizando formaciones de tierra
para bloquear el acceso salvo por un camino. Las puertas eran de acero con cerrojos
complicados; las ventanas eran blindadas y habían costado una pequeña fortuna. Las paredes
estratégicas también tenían blindaje, y en el sótano había instalado un generador de
emergencia. Asimismo, el sótano ocultaba otro medio de escape, por si llegaba a ser
necesario. Alrededor de la casa había instalado sensores de movimiento, y cuando William
enfiló la moto hacia la entrada, supo que su llegada había sido detectada.
Zane no mantenía a su familia encerrada en una prisión, pero las medidas de seguridad
estaban por si llegaban a requerirlas. Dado el trabajo que tenían, la prudencia exigía cautela, y
Zane siempre estaba preparado para las emergencias, siempre tenía un plan alternativo.
William apagó el motor y permaneció sentado un momento, dejando que sus sentidos
recobraran la normalidad. Luego apoyó la Harley en el pie metálico y desmontó. Sacó una
carpeta de las alforjas y se dirigió al porche amplio y sombreado.
Era un cálido día de verano de mediados de agosto y el cielo estaba despejado. Los caballos
pastaban en el prado y las abejas zumbaban en torno a las flores de Barrie, mientras los
pájaros no paraban de cantar en los árboles. Wyoming. El hogar. Mackenzie 's Mountain no se
hallaba muy lejos, con la enorme casa sobre la cima de la colina donde Chance había
recibido... la vida y todo lo que para él era importante en el mundo.
-La puerta está abierta - anunció la voz serena de Zane por el intercomunicador-. Estoy en mi
despacho.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:17 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:26 am

William la abrió y entró; las botas no emitieron sonido alguno al dirigirse por el pasillo hasta el
despacho de Zane. Unos leves clics le indicaron que la puerta se había cerrado a su espalda.
En la casa reinaba la quietud, lo que significaba que Barrie y los niños no estaban; si Nick se
hallara en alguna parte del hogar habría corrido para lanzarse a sus brazos con gritos de
alegría, mientras le sujetaba la cara con sus manitas pequeñas para cerciorarse de que su
atención no se distraía de ella... como si él se hubiera atrevido a mirar a otra parte. Nick era,
como un paquete pequeño de explosivos inestables; era mejor vigilarla.
La puerta del despacho de Zane estaba inesperadamente cerrada. Se detuvo un instante,
luego la abrió sin llamar.
Zane se hallaba detrás del escritorio, con el ordenador encendido y las ventanas abiertas. Le
ofreció a su hermano una de sus raras sonrisas.
-Cuidado donde pisas - advirtió -. Los glotones están en la cubierta.
Automáticamente William bajó la vista al suelo, pero no vio a ninguno de los gemelos.
-¿Dónde?
William se reclinó en el sillón y miró alrededor en busca de sus hijos. Al localizarlos, dijo:
-Debajo de la mesa. Al oír que te dejaba pasar, se escondieron.
William enarcó las cejas. Por lo que él sabía, los gemelos, de diez meses, no tenían la
costumbre de ocultarse de nadie ni de nada. Vio cuatro manitas regordetas que se asomaban
por debajo de la mesa de Zane
-No se les da muy bien ocultarse -observó -. Veo sus manos.
-Dales un respiro, son nuevos. Solo han empezado a hacerlo esta semana. Están jugando a
«Ataque».
-¿Ataque? -contuvo el deseo de reír-. ¿Qué se supone que debo hacer?
-Quedarte donde estás. Saldrán de su escondite en cuanto puedan gatear y agarrarte los
tobillos.
-¿Muerden?
-Todavía no.
-Muy bien. ¿Qué harán conmigo en cuanto me capturen?
-Aún no han llegado a esa parte. Por ahora, se levantan y ríen - Zane se rascó la mandíbula -.
Quizá se sienten en tus pies para inmovilizarte, pero lo que más les gusta es mantenerse
erguidos.
El ataque tuvo lugar en ese instante. Incluso con la advertencia de Zane, William quedó un
poco sorprendido. Eran notablemente sigilosos para ser bebés. Tuvo que admirar su precisión;
gatearon a toda velocidad y se pegaron a sus tobillos con un grito de triunfo.
Las manitas le agarraron los vaqueros. El de la izquierda cayó sentado sobre su pie, luego se
pensó mejor la táctica y se retorció para empezar a levantarse. Unos brazos diminutos
rodearon sus rodillas y los dos pequeños conquistadores gritaron encantados, provocando la
risa de los dos adultos.
-Bebés depredadores -comentó William admirado. Arrojó la carpeta sobre el escritorio de Maite
para agacharse y alzar en brazos a los dos guerreros. Cameron y Zack le sonrieron, con seis
dientes pequeños y blancos brillando en rostros idénticos, y de inmediato comenzaron a
palmearle la cara, a tirarle de las orejas y a hurgar en los bolsillos de la camisa-. Santo Dios -
exclamó asombrado-. Pesan una tonelada -no había esperado que crecieran tanto en los dos
meses en que no los había visto.
-Son casi tan grandes como Nick. Ella aún los supera en kilos, pero juro que me parecen más
pesados - Los gemelos eran robustos y de complexión fuerte, y ya insinuaban el tamaño de los
Mackenzie varones, mientras que Nick era tan delicada como su abuela Mary.
-¿Dónde están Barrie y Nick? - preguntó William, echando de menos a su bonita cuñada y a su
exuberante y alegremente diabólica sobrina.
-Tuvimos una crisis de zapatos. No preguntes.
-¿Y cómo se tiene una crisis de zapatos? -no pudo resistir preguntar. Se sentó en un sillón
cómodo y grande frente al escritorio de Zane, y colocó a los gemelos sobre su regazo.
Perdieron interés en tirarlo de las orejas y comenzaron a farfullar entre sí, buscando el contacto
de brazos y piernas como si persiguieran la proximidad que habían conocido en el útero.
Inconscientemente William los acarició, disfrutando de la suavidad de su piel. Todos los bebés
Mackenzie se acostumbraban a ser constante y cariñosamente tocados por toda la familia.
Con el poderoso cuerpo relajado, Zane juntó las manos detrás de la cabeza.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:20 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:46 am

-Primero tienes una adorable hija de tres años a quien le encantan sus zapatos negros y
lustrosos del domingo. Luego cometes el grave error táctico de dejarla ver El Mago de Oz - su
boca severa hizo una mueca divertida.
William de inmediato estableció la conexión y dedujo que Nick había decidido que quería unos
zapatos rojos.
-¿Qué empleó para tratar de teñirlos?
-Carmín, ¿Qué otra cosa? -Zane suspiró. Todos y cada uno de los niños Mackenzie habían
tenido un incidente con el lápiz de labios. Era una tradición familiar, que John había iniciado
cuando, a la edad de dos años, había empleado el carmín favorito de su madre para pintar la
impresionante hilera de condecoraciones en el uniforme de gala de Joe. Caroline se había
mostrado indignada, porque el color de ese lápiz de labios ya no se fabricaba y encontrar un
tubo nuevo había sido mucho más difícil que sustituir las barras de colores que representaban
medallas que Joe había ganado por servicios prestados.
-¿No pudiste quitarlo? -los gemelos habían encontrado la hebilla de su cinturón y la cremallera,
y William tuvo que apartar las manitas concentradas en desvestirlo. Comenzaron a retorcerse
para bajar, por lo que se inclinó para depositarIos en el suelo.
-Cierra la puerta - indicó Zane -, o se escaparán.
Se echó para atrás, estiró un brazo y la cerró justo a tiempo. Privados de su libertad, los
pequeños se sentaron sobre sus traseros cubiertos por pañales y analizaron la situación, luego
se lanzaron a gatas a realizar una patrulla por el perímetro de la habitación.
-Podría haberlo quitado -continuó Zane-, de haberlo descubierto. Por desgracia, fue Nick quien
limpió los zapatos. Los puso en el lavavajillas -Chance soltó una carcajada-. Ayer Barrie le
compró unos zapatos nuevos. Bueno, ya conoces lo definidos que tiene Nick sus gustos acerca
de lo que quiere ponerse. Les echó un vistazo, dijo que eran feos a pesar de ser iguales que
los que acababa de estropear, y se negó a probárselos.
-Imagino que Barrie se ha llevado a mi preciosidad de compras para que pueda elegir sus
propios zapatos.
-Exacto -Zane desvió la vista hacia sus hijos. Estos, como si hubieran estado esperando la
atención paterna, soltaron unos breves gritos de advertencia, sin dejar de mirar expectantes a
su padre-. Hora de comer -giró en el sillón para poder sacar dos biberones de la pequeña
nevera que había detrás de la mesa. Le pasó uno a William-. Recoge a uno.
-Como siempre, estás preparado -comentó al acercarse a los gemelos y alzar a uno en brazos.
Observó atentamente el rostro ceñudo para estar seguro de que tenía al que creía tener. Era
Zack, sin duda. No sabía muy bien cómo los reconocía, ya que los bebés eran tan idénticos
que su pediatra había sugerido ponerles etiquetas identificativas. Pero cada uno poseía una
personalidad definida que se reflejaba en su expresión y hacía que nadie en la familia pudiera
confundirlos.
-He de estarlo. Barrie los destetó el mes pasado y no les gusta tener que esperar para comer.
Los ojos azules de Zack se hallaban concentrados en el biberón que William tenía en la mano.
-¿Por qué dejó de darles el pecho tan pronto? -preguntó al volver a sentarse y acomodar al
bebé en el hueco del brazo-. Amamantó a Nick hasta el primer año.
-Ya lo verás -comentó Zane mientras ponía a Cam en el regazo.
En cuanto William acercó el biberón al alcance de las manitas de Zack, el pequeño lo asió y lo
guió hacia su boca abierta y voraz. Succionó con intensidad la tetilla. Dejó que su tío sujetara la
botella, pero se aseguró de que la situación fuera estable agarrando la muñeca de William con
ambas manos. Luego comenzó a gruñir mientras chupaba, deteniéndose solo para tragar.
Un gruñido idéntico salía del regazo de Zane. William vio que el brazo de su hermano. estaba
capturado de la misma manera que el suyo mientras los dos pequeños salvajes engullían su
comida.
La leche borboteó alrededor de la boca de Zack y William parpadeó cuando seis diminutos
dientes blancos mordisquearon la tetilla de plástico.
-¡Diablos, no me extraña que te haya destetado!
Zack no dejó de mordisquear, succionar y gruñir, aunque le lanzó una mirada arrogante a su tío
antes de concentrar toda su atención en llenar la barriguita.
Zane reía en voz baja y el pequeño Cam se detuvo el tiempo suficiente para regalarle a su
padre una sonrisa lechosa. Al siguiente instante la sonrisa desapareció y volvió a atacar la
botella.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:26 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:54 am

El pelo negro de Zach era como seda sobre el brazo de William. Pensó que los bebés eran un
puro placer táctil, aunque esa no había sido su opinión la primera vez que sostuvo a uno. El
bebé en cuestión había sido John, que no paraba de gritar por el sufrimiento que le causaban
los dientes al salirle.
William apenas llevaba unos meses con los Mackenzie y aún se mostraba muy cauto con
ellos. Apenas había logrado controlar el instinto de atacar cada vez que uno lo tocaba, aunque
no podía evitar saltar como un animal sobresaltado.
Joe y Caroline habían ido de visita, y por la expresión en sus caras al entrar en la casa, había
sido un viaje muy largo. Hasta Joe, que por lo general era sosegado e impasible, se veía
frustrado por los esfuerzos inútiles de calmar a su hijo, y Caroline aparecía completamente
irritada por una situación que no podía manejar con su impecable lógica. Sus ojos verdes
expresaban una asombrosa mezcla de preocupación e indignación.
Al pasar junto a William, de repente depositó al bebé que chillaba en sus brazos. Alarmado, él
intentó apartarse, pero antes de darse cuenta se había hallado en posesión de un pequeño ser
humano que no paraba de aullar.
-Toma -dijo ella con alivio y absoluta confianza-. Cálmalo.
William había quedado dominado por el pánico. Era un milagro que no hubiera dejado caer al
pequeño. Nunca antes había sostenido a uno y tampoco había querido hacerlo en ese
momento. Sin embargo, otra parte de él se sintió perpleja porque Caroline le confiara a él a su
adorado bebé. ¿Cómo esa gente no podía ver que él era un mestizo callejero? ¿Por qué no
podía darse cuenta de que había vivido en un mundo donde matabas o te mataban, y que se
hallarían mucho más seguros lejos de él?
Sin embargo, nadie pareció alarmado de que lo tuviera en brazos, aun cuando debido al pánico
había sostenido a John a la distancia de sus brazos.
Pero entonces un silencio bendito reinó en la casa. John dejó de llorar y gritar y miró interesado
a esa persona nueva. Automáticamente William lo acomodó en el hueco de un brazo tal como
había visto hacer a los demás. El bebé babeaba. Tenía un babero alrededor del cuello y lo usó
para secarle la boca. John aprovechó esa oportunidad y lo agarró por el pulgar, para llevarse
de inmediato el dedo a la boca. Él se había sobresaltado por la fuerza de las duras encías, de
las que ya asomaban dos dientes afilados. Hizo una mueca por el dolor pero aguantó, dejando
que John usara el dedo como un modo de aliviarse hasta que su madre lo rescató al llevarle
una toallita mojada para que el bebé mordiera.
William había esperado que entonces lo relevaran de ese deber, porque su madre por lo
general estaba impaciente por sostener a su nieto. Sin embargo, aquel día todos habían
parecido satisfechos de dejar a John en sus manos, hasta el mismo bebé, y pasado un rato se
calmó lo suficiente como para ponerse caminar con el crío en brazos, señalándole cosas de
interés, que John obediente estudió mientras no paraba de mordisquear la toalla.
Aquella había sido su educación en las costumbres de los pequeños, y a partir de aquel día le
había encantado el desfile de sobrinos que sus viriles hermanos y fértiles cuñadas habían
producido de manera regular. Al parecer había, empeorado, porque con los tres de Zane era a
él a quien se le caía la baba.
-A propósito, Maris está embarazada.
William levantó la cabeza y una amplia sonrisa iluminó su rostro bronceado. Su hermana
pequeña llevaba casada nueve meses y se había mostrado inquieta al no quedarse
embarazada de inmediato.
-¿Para cuándo? -siempre organizaba las cosas para poder ir a casa cuando llegaba un nuevo
Mackenzie al mundo. Técnicamente, ese sería un MacNeill, aunque era algo que carecía de
importancia.
-Marzo. Dice que se volverá loca antes, porque Mac no la perderá de vista.
William rio entre dientes. Aparte de su padre y hermanos, Mac era el único hombre que Maris
había conocido a quien no podía intimidar, uno de los motivos por los que lo amaba tanto. Si
Mac había decidido que iba a controlar a Maris durante el embarazo, le costaría escapar de él.
-¿Vas a hablarme de ello? -Zane señaló la carpeta que había sobre la mesa.
William sabía que se refería a algo más que a su contenido. Le preguntaba por qué no se lo
había transmitido por ordenador, ya que Zane conocía la agenda de su hermano; era la única
persona que estaba al tanto de ella, de modo que sabía que se suponía que William en ese
momento se hallaba en Francia. También quería conocer por qué no le había hecho una simple
llamada de teléfono para anunciarle que iba a ir a verlo.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:30 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 11:59 am

-No quería correr el más mínimo riesgo de una filtración.
-¿Tenemos problemas de seguridad? - Zane arqueó las cejas.
-No que yo sepa. Lo que me preocupa es lo que no sé. Pero, como he dicho, nadie más puede
enterarse de nada de esto. Es entre nosotros dos.
-Has despertado mi curiosidad -los ojos azules de Maite brillaron con interés.
-Crispin Hauer tiene una hija.
Zane mantuvo su postura relajada, pero la expresión se le endureció. Crispin Hauer había
figurado en el primer puesto de su lista durante años, pero el terrorista era tan elusivo como
violento. Aún tenían que encontrar un modo de acercarse a él, cualquier punto vulnerable que
pudieran explotar para tenderle una trampa.
Existía el registro de un matrimonio en Londres fechado unos treinta y cinco años atrás, pero la
esposa de Hauer, Pamela Vickery de soltera, había desaparecido sin dejar rastro. William,
igual que los demás, había dado por hecho qué la mujer había muerto poco después de
casarse, o bien a manos de Hauer o bien a manos de sus enemigos.
-¿Quién es? -inquirió Zane-. ¿Dónde está?
-Se llama Sonia Miller y se éncuentra aquí; en los Estados Unidos.
-Conozco ese nombre - indicó su hermano.
-Es la mensajera a la que supuestamente le robaron un paquete la semana pasada en
Chicago.
-¿Crees que fue algo preparado?
-Creo que existe una gran posibilidad. Descubrí el vínculo al comprobar su pasado -informó
William.
-Hauer habría sabido que la investigarían después de perder un paquete, en particular uno que
contenía documentos aeroespaciales. ¿Por qué arriesgarse?
-Quizá pensó que no encontraríamos nada. Fue adoptada. Hal y Eleanor Miller figuran como
sus padres y están limpios como el agua. No habría sabido que era adoptada de no haber
intentado inspeccionar su partida de nacimiento por ordenador. ¿Adivina qué encontré? Hal y
Eleanor jamás tuvieron hijos. Y la pequeña Sonia Miller no tenía ninguna partida de nacimiento.
De modo que investigué más y encontré el archivo de adopción...
Maite arqueó las cejas. Las adopciones abiertas habían causado tantos problemas que la
tendencia había cambiado y se había terminado por cerrar los archivos, lo cual, unido a las
leyes y salvaguardas de la intimidad electrónica, había dificultado mucho localizar esos
archivos cerrados.
-¿Dejaste algún rastro?
-Nada que condujera a nosotros. Pasé por un par de servidores ajenos y entré en secreto en el
Ministerio de Hacienda para acceder al archivo desde su sistema.
Maite sonrió. Si alguien notaba la intromisión electrónica, lo más probable era que ni se
mencionara; nadie se metía con la gente de hacienda.
Zach había terminado el biberón; su tenaz apretón se relajó y apoyó la cabeza en el brazo de
William mientras luchaba brevemente contra el sueño. Automáticamente él lo apoyó contra el
hombro y comenzó a darle palmaditas en la espalda.
-La señorita Miller lleva empleada como mensajera unos cinco años. Tiene un apartamento en
Chicago, pero sus vecinos dicen que rara vez está allí. He de pensar que se trata de un engaño
preparado con bastante antelación, que desde el principio trabaja para su padre.
Zane asintió. Debían suponer lo peor, porque ese era su trabajo. Solo al prever lo peor podían
estar preparados para hacerle frente.
-¿Se te ocurre algo? -preguntó al quitarle el biberón a Cam y apoyarlo también contra el
hombro.
-Acercarme a ella. Conseguir que confíe en mí.
-No creo que sea una mujer muy confiada.
-Tengo un plan -sonrió, porque por lo general ese era el campo de Zane.
Su hermano le devolvió el gesto y observó una pequeña consola de seguridad que había en la
pared, de la cual brotó el sonido de una pequeña alarnla. Contempló el monitor.
-Prepárate -advirtió-. Barrie y Nick están en casa.
Segundos más tarde la puerta de entrada se abrió y un aullido llenó la casa.
-¡Tío Willy! ¡Tío Willy! ¡Tío Willy! ¡Tío Willy! -el cántico se vio acentuado por el sonido de
unos pies diminutos que corrían y saltaban por el pasillo mientras la celebración de Nick se
acercaba.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:35 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 12:04 pm

William se echó hacia atrás en la silla y abrió la puerta del despacho un segundo antes de que
Nick irrumpiera a toda velocidad, con el cuerpecito temblándole de júbilo y ansiedad.
Se arrojó sobre William y este logró sujetarla con el brazo libre para arrastrarla sobre su
regazo. La pequeña se detuvo para darle un beso fraternal a Zack en la cabeza y luego
concentró su intensa atención en él.
-¿Te vaz a quedar esta vez? -demandó al alzar la cara para que su tío la besara.
Lo hizo, provocándole cosquillas y risitas.
-Solo unos días - repuso para decepción de ella. Era lo bastante mayor para notar sus largas y
frecuentes ausencias, y siempre que lo veía intentaba convencerlo de que se quedara. Nick
frunció el ceño, pero, fiel a su naturaleza, decidió pasar a temas más importantes.
-+Entonses+, ¿puedo montar en tu moto?
-No - repuso con firmeza, alarmado - . No puedes montar en ella, sentarte en ella, apoyarte en
ella o poner ningún juguete en ella a menos que yo esté contigo -con Nick lo mejor era abarcar
cualquier posibilidad. Rara vez desobedecía una orden directa, pero era un genio en encontrar
grietas que le permitieran salirse con la suya. Se le ocurrió otra posibilidad -. Tampoco puedes
montar en ella a Cam o a Zack -dudaba de que fuera capaz de alzarlos, pero no quería correr
ningún riesgo.
-Gracias -dijo Barrie al entrar en el despacho a tiempo de oír la cláusula adicional. Se inclinó
para darle un beso en la mejilla al tiempo que le quitaba a Zack de los brazos para protegerlo
de los pies de Nick. En algún punto u otro, todos los varones Mackenzie habían sido víctimas
de un pie diminuto en la entrepierna.
-¿Misión cumplida? -preguntó Zane al reclinarse en el sillón y sonreírle a su esposa con esa
expresión ociosa que indicaba que le gustaba lo que veía.
-No sin algo de drama e insistencia, pero sí, misión cumplida -se apartó un mechón de pelo rojo
de los ojos. Como siempre, se la veía elegante, a pesar de que no llevaba nada más llamativo
que unos pantalones beige y una blusa blanca sin mangas que exhibía sus brazos esbeltos y
bronceados. Se notaba que había ido a una de las escuelas más elegantes del mundo.
Nick aún se concentraba en obtener derechos sobre la moto. Le enmarcó la cara entre las
manos y se acercó tanto que sus narices casi se tocaron, lo que garantizó la atención absoluta
de William. A punto estuvo de reír ante su expresión intensa.
-Te dejo montar en mi triciclo.
-Soy demasiado grande para montar en tu triciclo y tú demasiado pequeña para montar en mi
moto.
-Entonses, ¿cuándo podré hacerlo? -abrió mucho sus arrebatadores ojos azules.
-Cuando saques tu carné de conducir.
Eso la frenó. No tenía ni idea de lo que era un carné de conducir ni de cómo conseguirlo. Se
metió un dedo en la boca mientras meditaba la situación; William intentó distraer su atención.
-¡Eh! ¿Esos zapatos que llevas no son los nuevos?
Como por arte de magia a ella se le volvió a iluminar la cara. Giró para que él pudiera sostener
un pie tan cerca de su cara que estuvo a punto de golpearle la nariz.
-Son tan bonitos -comentó encantada. William capturó el pequeño pie en su mano grande y
admiró el brillo del cuero negro.
-Vaya, brillan tanto que me puedo ver la cara en ellos -fingió inspeccionarse los dientes, lo cual
provocó la risita de Nick.
-Iremos a acostar a los niños mientras tú la mantienes ocupada -Zane se levantó.
Mantener ocupada a Nick no era un problema; jamás le faltaba algo para decir o hacer. De
inmediato la pequeña se puso a hablar de sus zapatos nuevos, de los caballos nuevos del
abuelo y de lo que había dicho papá cuando se golpeó el dedo con un martillo.
William logró contener una carcajada. Zane era un ex marine de los cuerpos especiales; su
lenguaje era tan salado como el mar en el que tan a gusto se encontraba. Pero su madre había
inculcado una cortesía estricta en todos sus hijos, de manera que emplearan un lenguaje
circunspecto delante de mujeres y niños. Zane no debió de saber que Nick andaba cerca
cuando se golpeó el dedo, o ningún dolor lo habría impulsado a pronunciar esos juramentos
delante de ella. Esperaba que Nick las olvidara antes de empezar a ir al parvulario.
-La tía Mawis va a tener un bebé -informó Nick mientras se ponía de pie en su regazo. William
la rodeó con las manos para estabilizarla, aunque lo más probable era que no necesitara su
ayuda. La pequeña poseía el equilibrio de un acróbata.
-Lo sé. Tu papá me lo ha dicho.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:38 pm, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 01, 2015 12:09 pm

Nick frunció el ceño al descubrir que no era la primera en transmitirle la noticia.
-Va a dar a luz en primavera -detalló.
En esa ocasión no pudo contener la risa. Abrazó a la pequeña y se levantó, haciéndola dar
vueltas en el aire y gritar de alegría mientras se aferraba a su cuello. Rio hasta que se le
humedecieron los ojos. Dios, adoraba a esa niña, que con apenas tres años de vida los había
enseñado a todos a estar alerta, ya que era imposible anticipar qué podía decir o hacer.
De pronto ella suspiró.
-¿Cuándo es primavera? ¿Falta mucho?
-Mucho -respondió serio. Para una niña de tres años, siete meses era una eternidad.
-¿Seré vieja?
-Tendrás cuatro años -puso una expresión de simpatía.
-Cuatro -musitó horrorizada y resignada. Pasaron diez minutos hasta que Zane volvió al
despacho, con el rostro sutilmente relajado. Era evidente que había aprovechado que tenía
niñera para pasar un rato agradable con su mujer;Maite siempre estaba preparado para que
una situación fluyera a su favor. Lo miró con el ceño fruncido.
-Ya era hora -gruñó.
-Eh, me he dado prisa -protestó con suavidad.
-Sí, claro.
-Todo lo que he podido -añadió con una sonrisa. Pasó la mano por el pelo brillante de su hija-.
¿Has mantenido entretenido al tío William?
-Le conté la palabra mala, mala de verdad, que dijiste cuando te golpeaste el dedo -asintió.
Zane puso expresión dolida y luego severa.
-¿Cómo se lo has dicho cuando se supone que no debes repetirla? -ella se llevó el dedo a la
boca y se puso a estudiar el techo-. Nick - Zane la levantó de los brazos de William - . ¿Has
repetido la palabra? -la pequeña adelantó el labio inferior pero hizo un gesto afirmativo,
reconociendo su transgresión -. Entonces esta noche no oirás ningún cuento antes de dormir.
Prometiste no decirla.
-Lo siento - rodeó el cuello de su padre y apoyó la cabeza en su hombro.
Con suavidad él le acarició la espalda.
-Sé que lo sientes, cariño, pero debes mantener tus promesas -la dejó de pie -. Ve con mamá.
Cuando se marchó, William preguntó con curiosidad:
-¿Por qué no le has dicho que no podía ver la televisión en vez de no escuchar un cuento?
-No queremos hacer que la televisión sea atractiva convirtiéndola en algo apetecible o un
privilegio. ¿Por qué? ¿Tomas notas sobre cómo ser padre?
-No en esta vida -repuso espantado.
-¿Sí? El destino tiene la tendencia de morderte el culo cuando menos lo esperas.
-Pues el mío es a prueba de bocados, y pretendo que siga así -con la cabeza señaló la carpeta
que había en la mesa de Zane-. Hemos de trazar planes.


Última edición por EsperanzaLR el Vie Oct 02, 2015 2:42 pm, editado 1 vez
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Mensaje por asturabril Jue Oct 01, 2015 8:44 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 02, 2015 1:46 pm

asturabril escribió:Arrow Arrow I love you I love you


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Mensaje por asturabril Vie Oct 02, 2015 8:36 pm

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Mensaje por SuenoLR Sáb Oct 03, 2015 3:55 am

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 9:45 am

asturabril escribió:Arrow Arrow I love you I love you

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 9:47 am

2
«Todo este encargo es un tributo a la Ley de Murphy», pensó Maite Miller disgustada al
sentarse en el aeropuerto de Salt Lake City, mientras esperaba que por los altavoces
anunciaran su vuelo, si es que lo hacían, algo que ya empezaba a dudar. Era su quinto
aeropuerto del día y aún seguía a mil quinientos kilómetros de su destino, que era Seattle. Se
suponía que tenía un vuelo directo de Atlanta a Seattle, pero había sido cancelado debido a
problemas mecánicos, y los pasajeros desviados a otros vuelos, ninguno de los cuales era
directo.
Desde Atlanta había ido a Cincinnati, de allí a Chicago, de allí a Denver y de allí a Salt Lake
City. Al menos avanzaba hacia el oeste en vez de ir hacia atrás.
Pero tal como había empezado el día, si alguna vez lograba embarcar en el último avión,
seguro que tenía un accidente.
Estaba cansada y a lo largo del día solo le habían dado cacahuetes; pero temía ir a comer algo
por si al fin anunciaban el vuelo, el avión se llenaba y despegaba en tiempo récord, dejándola
en tierra. Cuando Murphy tenía el control, todo era posible. Tomó nota mental de darle un
puñetazo a ese Murphy si alguna vez lo veía.
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 9:50 am

Se acomodó en el asiento de plástico y sacó el libro de bolsillo que había estado leyendo. Se
sentía cansada y tenía hambre, pero no iba a dejar que el estrés la dominara. Si algo se le
daba bien era sacar lo mejor de una situación. Algunos viajes iban como la seda, y otros
resultaban como una patada en el trasero; mientras los buenos y los malos se equilibraran,
podría aguantarlo.
Por costumbre mantuvo la correa del maletín de piel alrededor del cuello y contra su pecho,
para que no resultara fácil que se lo arrebataran. Algunos mensajeros los esposaban a sus
muñecas, pero su empresa era de la opinión de que las esposas atraían una atención no
deseada; era mejor fundirse con la horda de viajeros que sobresalir.
Después de lo sucedido en Chicago el mes anterior, Maite se mostró doblemente cauta y
también aferró el asa del maletín. No tenía ni idea de lo que había dentro, pero eso no
importaba; su trabajo consistía en llevar el contenido del punto A al B. Cuando un desgraciado
con el pelo teñido de verde se lo robó en Chicago, se sintió humillada y furiosa. Siempre iba
con cuidado, aunque resultó evidente que no había mostrado la suficiente precaución, y eso le
había costado una mancha en su historial.
En un plano muy básico, la alarmaba haber estado desprevenida. Desde la cuna la habían
enseñado a estar preparada y a ser cautelosa, alerta a lo que sucedía a su alrededor; si un
ladrón de poca monta podía sorprenderla, eso significaba que no exhibía la eficacia que creía
poseer. Cuando un desliz podía representar la diferencia entre la vida y la muerte, no había
espacio para el error.
El solo hecho de recordar el incidente la incomodó. Guardó el libro en el bolso de mano y
prefirió mantener la atención en la gente de su entorno.
Le crujió el estómago. Llevaba comida en el bolso, pero era para emergencias, y esa situación
no lo era. Observó la puerta de embarque, donde dos representantes de la línea aérea
respondían con amabilidad a preguntas de pasajeros impacientes. Por las expresiones
insatisfechas que pusieron al regresar a sus asientos, dedujo que las noticias no eran buenas;
lo lógico era que dispusiera de tiempo suficiente para encontrar algo para comer.
Miró la hora; las dos menos cuarto del mediodía, hora local. Tenía que entregar el contenido
del maletín en Seattle a las nueve de esa noche, hora del Pacífico, lo cual debería de haber
sido un paseo, pero tal como marchaban las cosas, perdía la fe de que pudiera completar el
encargo de acuerdo con el horario. Odiaba la idea de llamar a la oficina para informar de otro
fracaso, incluso de uno que no era por su culpa. Si la compañía aérea no lo solucionaba
pronto, tendría que hacer algo. El cliente debía saber si el paquete iba a llegar según lo
estipulado.
Si las noticias del retraso del vuelo no habían mejorado cuando regresara de comer, pediría un
traslado a otra línea aérea, aunque ya había considerado esa opción y ninguna de las
posibilidades parecía alentadora. Tenía una conexión nacional al infierno. Como no se le
ocurriera algo, no le iba a quedar más remedio que realizar esa llamada telefónica.
Aferró con firmeza el maletín y el bolso y partió en busca de algo que comer que no saliera de
una máquina expendedora. Se desvió a la derecha para evitar por la izquierda el torrente
humano de pasajeros que desembarcaban. La maniobra no funcionó; alguien tropezó con su
hombro izquierdo e instintivamente se volvió para ver de quién se trataba.
No había nadie. Una reacción agudizada por años de mirar hacia atrás la salvó. De manera
automática apretó más el maletín al sentir un tirón en la correa, pero el cuero cayó de su
hombro. «¡Demonios, otra vez no!» Giró al tiempo que se agachaba, lanzando el pesado bolso
de mano contra su atacante. Captó unos ojos oscuros y desencajados y una cara fiera y sin
afeitar, luego centró su atención en las manos del ladrón. En una llevaba el cuchillo que había
empleado para cortar la correa del maletín y en la otra ya tenía el maletín para intentar
arrebatárselo. El bolso lo golpeó en el hombro y lo hizo trastabillar, pero no aflojó la mano
sobre el asa.
Maite ni siquiera pensó en gritar o en asustarse; estaba demasiado furiosa para cualquiera de
esas reacciones. Se preparó para golpearlo otra vez, apuntando a la mano que sostenía el
cuchillo.
A su alrededor oyó voces alzadas, llenas de alarma a medida que la gente intentaba apartarse
del revuelo y terminaba por empujar a otros. Pocos tendrían alguna idea del motivo de la
conmoción. La visión era escasa y todo ocurría a mucha velocidad. No podía contar con la
ayuda de nadie, de modo que soslayó el ruido y centró su atención en el cretino cuya mano
sucia sujetaba su maletín.
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 9:53 am

Volvió a golpearlo, pero no soltó la navaja.
-Zorra - rugió y le lanzó una estocada.
Ella dio un salto atrás y aflojó los dedos. Con gesto de triunfo el otro se lo arrebató. Maite
manoteó tratando de asir la correa y lo logró, pero el cuchillo descendió con un destello
plateado y separó la correa del maletín. La brusca ruptura la hizo trastabillar hacia atrás.
El cretino giró en redondo y emprendió la carrera.
-¡Detenedlo! -gritó al recuperar el equilibrio y perseguirlo.
La falda larga que llevaba tenía una abertura en el lado izquierdo que le permitía correr sin
estorbo, pero el miserable no solo disponía de ventaja, sino que sus piernas eran más largas.
El bolso rebotaba en sus piernas y le entorpecía los movimientos, aunque no se atrevía a
soltarlo. Siguió corriendo con tozudez, aun cuando sabía que era inútil. La desesperación le
provocaba un nudo en el estómago. Rezaba para que alguien entre la multitud quisiera jugar a
ser un héroe y detuviera al ladrón. De pronto su plegaria fue respondida.
Un hombre alto que se hallaba con la espalda hacia el vestíbulo se volvió y miró con
displicencia en dirección al alboroto. El ladrón casi había llegado a su altura. Maite respiró
hondo para gritar otra vez que lo detuvieran, aunque sabía que el cretino pasaría delante del
hombre antes de que este tuviera tiempo para reaccionar. Jamás logró emitir las palabras. De
un vistazo el hombre alto comprendió lo que pasaba y con un movimiento grácil y fluido de
pirueta de ballet, giró y extendió una pierna. El golpe aterrizó directamente en la rodilla derecha
del ladrón, que dio una vuelta y aterrizó sobre su espalda, con los brazos sobre la cabeza. El
maletín patinó por el vestíbulo antes de rebotar contra una pared y retomar al centro del
movimiento bullicioso de pasajeros. Un hombre saltó por encima de él mientras otros lo
esquivaban.
De inmediato Maite se desvió en esa dirección para recoger el maletín antes de que otra
persona pudiera apoderarse de él, aunque en ningún momento apartó la vista de la acción.
Con otro movimiento veloz y grácil, el hombre alto se agachó y puso al cretino boca abajo,
luego juntó sus dos brazos a la espalda y los sostuvo con una mano grande.
-¡Ayyy! -aulló el desgraciado -. ¡Canalla, me estás rompiendo los brazos! -sintió que se los
elevaban más y soltó otro chillido, en esa ocasión inarticulado.
-Cuida tu lenguaje -advirtió el hombre alto.
Maite se detuvo a su lado.
-Ve con cuidado -jadeó -. Tenía un cuchillo.
-Lo vi. Aterrizó por ahí cuando este cayó -el hombre señaló hacia la izquierda con el mentón.
Mientras hablaba, con destreza le quitó el cinturón a su prisionero y le ató las muñecas -. Ve a
buscarlo antes de que alguien lo recoja y desaparezca con él. Emplea dos dedos y toca solo la
hoja.
Parecía saber lo que hacía, de modo que Maite obedeció sin plantear objeción alguna. Sacó
un pañuelo de papel del bolsillo de la blusa y recogió el cuchillo tal como él ordenara, teniendo
cuidado de no borrar ninguna huella del mango.
-¿Qué hago con él?
-Aguántalo hasta que venga Seguridad -desvió la cabeza de pelo oscuro hacia el empleado
más próximo de una línea aérea que se movía nervioso cerca, como si no supiera qué hacer-.
Han llamado a Seguridad, ¿verdad?
-Sí, señor -repuso con los ojos muy abiertos.
-Gracias -dijo Maite al ponerse en cuclillas cerca de su rescatador. Indicó el maletín con la
correa separada-. Cortó la correa y me lo arrebató.
-De nada -le sonrió y ella pudo observarlo bien por primera vez.
El primer vistazo casi fue el último. Notó un nudo en el estómago. El corazón le dio un vuelco.
Los pulmones se le bloquearon. «Vaya», pensó, e intentó respirar hondo sin delatarse.
Probablemente era el hombre más atractivo que había visto jamás. Un poco aturdida, asimiló
los detalles: pelo negro, un poco largo y revuelto, que le rozaba la chaqueta de cuero marrón
algo gastada; una piel suave y bronceada; ojos de un castaño tan claro que parecían dorados,
enmarcados por unas tupidas pestañas. Como si eso no bastara, también había sido
bendecido con una nariz fina y recta, pómulos altos y unos labios tan nítidamente perfilados
que experimentó el impulso salvaje de adelantarse y besarlos.
En ese momento pudo fijarse en los hombros anchos, en el estómago plano y en las caderas
estrechas. La Madre Naturaleza se había mostrado muy generosa cuando lo fabricó. Debería
de haber sido demasiado perfecto y guapo para ser real, pero había una dureza en su
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 10:00 am

expresión que era puramente masculina, y esa impresión se veía corroborada por una cicatriz
fina y en forma de media luna en su pómulo izquierdo. Al bajar la vista notó otra cicatriz que le
atravesaba el dorso de la mano derecha, una línea blanca contra su piel bronceada.
Las cicatrices no mermaban su atractivo; esas pruebas de una vida dura solo lo acentuaban y
afirmaban de forma inequívoca que se trataba de un hombre.
Se hallaba tan enfrascada en observarlo que tardó varios segundos en darse cuenta de que él
la miraba con una mezcla de diversión e interés. Sintió que se le ruborizaban las mejillas.
Sin embargo, no tenía tiempo que perder en su admiración, de modo que se obligó a
concentrarse en cosas más acuciantes. El cretino gruñía y hacía ruidos con la intención de
recordarles que sufría, aunque Sunny dudó de que experimentara mucho dolor, a pesar de las
manos atadas y de la rodilla que su héroe presionaba contra su espalda. Había recuperado el
maletín, pero el ladrón aún le planteaba un dilema. Era su deber cívico quedarse a presentar
cargos contra él; sin embargo, si su vuelo despegaba pronto, quizá lo perdiera mientras
respondía a la policía y rellenaba impresos.
-Imbécil -le soltó-. Si pierdo mi vuelo...
-¿Cuándo sale? -preguntó su héroe.
-No lo sé. Va con retraso, aunque podría iniciar el embarque en cualquier momento. Iré a
comprobarlo y volveré en seguida.
-Yo retendré a tu amigo y trataré con Seguridad hasta que vuelvas -asintió con aprobación.
-Solo tardaré un minuto -regresó a toda velocidad a su puerta de embarque. El mostrador se
veía rodeado de viajeros más enfadados que unos momentos atrás. Dirigió la vista hacia el
tablón de anuncios de los vuelos, donde el suyo ya no mostraba la palabra RETRASADO, sino
CANCELADO.
-Maldita sea -musitó-. Maldita sea, maldita sea -allí se desvanecía su esperanza de llegar a
Seattle a tiempo para cumplir su encargo, a menos que la esperara otro milagro. No obstante,
dos en un día era excesivo.
Cansada, pensó que tenía que llamar a su empresa, aunque primero debía encargarse del
cretino y tratar con los agentes de seguridad. Regresó y vio que el ladrón estaba de pie y era
escoltado por dos policías del aeropuerto hacia una oficina donde se aislarían de la curiosidad
de la gente.
Su héroe la esperaba y, cuando la divisó, le dijo algo a los hombres de seguridad y comenzó a
caminar a su encuentro.
El corazón se le aceleró en una pura reacción femenina. «Santo cielo, es demasiado guapo».
Su ropa no era nada especial: una camiseta negra bajo la vieja chaqueta de cuero, vaqueros
gastados y botas, pero la llevaba con tal seguridad y gracia, que en ningún momento dudó de
que se sentía muy cómodo con ella. Sunny se permitió un momento de pesar al reflexionar que
nunca más lo vería después de aclarar la situación. De inmediato desterró ese pensamiento; no
podía arriesgarse a dejar que algo se convirtiera en una relación, siempre y cuando eso se
produjera, ni con él ni con nadie. Jamás permitiría que algo así sucediera, por decencia hacia
él, aparte de que tampoco necesitaba la tensión emocional. Quizá algún día pudiera asentarse,
tener citas y tal vez encontrar a alguien a quien amar y con quien casarse, quizá tener hijos,
pero no en ese momento. Era demasiado peligroso. Cuando él llegó a su lado, la tomó por el
brazo en un gesto de antigua cortesía.
-¿Todo va bien con tu vuelo?
-En cierto sentido. Ha sido cancelado -expuso-. Tengo que estar en Seattle esta noche, pero no
creo que lo consiga. Todos los vuelos que me han asignado hoy se han visto retrasados o
desviados, y ya no hay ninguno que pueda llevarme allí a tiempo.
-Contrata uno privado -indicó mientras caminaban hacia el despacho adonde habían llevado al
ladrón.
-No sé si mi jefe autorizará ese gasto -rio entre dientes -pero es una buena idea. De todos
modos, he de llamarlo, cuando terminemos aquí.
-Si ayuda a convencerlo, yo estoy disponible ahora mismo. Se suponía que debía reunirme con
un cliente de ese último vuelo procedente de DalIas, pero no iba a bordo y no se ha puesto en
contacto conmigo, de modo que estoy libre.
-¿Eres piloto? -no podía creerlo. Era demasiado bueno para ser verdad. Quizá sí recibiera dos
milagros en un día.
Él la miró y sonrió, haciendo que en su mejilla apareciera un hoyuelo diminuto. Extendió la
mano.
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 10:05 am

-William McCall, piloto, atrapaladrones, especialista en todo, a tu servicio.
Ella rio y se la estrechó. Notó que él ponía cuidado en no apretarla con demasiada fuerza.
-Maite Miller, mensajera tardía y blanco de ladrones. Es un placer conocerte, William.
-Primero ocupémonos de este pequeño problema y luego podrás llamar a tu jefe.
Le abrió la puerta de la oficina; al entrar, ella encontró a los dos agentes de seguridad, a una
mujer vestida con un severo traje gris y al cretino, que había sido esposado a la silla. La miró
con ojos centelleantes, como si todo fuera por su culpa.
-Maldita zorra... -comenzó el ladrón. William McCall alargó el brazo y aferró su hombro.
-Es posible que antes no recibieras el mensaje -manifestó con esa calma que bajo ningún
concepto ocultaba el acero que había detrás-, no me gusta el lenguaje que empleas. Límpialo -
no soltó una amenaza, simplemente una orden.
El otro se encogió y lo miró asustado, quizá recordando la facilidad con que lo había manejado
antes. Luego observó a los dos agentes, como si esperara que intervinieran. Los hombres
cruzaron los brazos y sonrieron. Privado de aliados, el cretino optó por el silencio.
La mujer del traje gris dio la impresión de querer protestar por el trato rudo al que estaba
siendo sometido su prisionero, pero decidió continuar con el asunto que la ocupaba.
-Soy Margaret Fayne, directora de la seguridad del aeropuerto. ¿Va a presentar cargos?
-Sí -afirmó Maite.
-Bien.-aprobó la señora Fayne-. Necesitaré declaraciones de los dos.
-¿Sabe cuánto tiempo nos retendrá? -inquirió William -. La señorita Miller y yo vamos justos de
tiempo.
-Intentaremos agilizar las cosas -aseguró la otra. Sin saber si se trataba de la eficiencia de la
señora Fayne o debido aún a otro milagro, el papeleo se completó en lo que Maite consideró
un tiempo récord. Transcurrió poco más de media hora hasta que se llevaron esposado al
cretino, se firmaron las declaraciones y Maite y William McCall quedaron libres para irse
después de haber cumplido con su deber cívico.
Esperó a su lado mientras ella llamaba a la oficina y explicaba la situación. El supervisor,
Wayne Beesham, no se mostró feliz, pero aceptó la realidad.
-¿Repíteme cómo se llama el piloto? - preguntó.
-William McCall.
-Aguarda, deja que lo compruebe.
Maite esperó. Los ordenadores de su empresa contenían una amplia base de datos con
información sobre líneas aéreas comerciales y compañías privadas de chárter. Había algunos
personas de,sagradables en estas últimas, que trataban más con drogas que con pasajeros, y
una empresa de mensajería no podía permitirse el lujo de ser descuidada.
-¿Dónde está la sede de su compañía?
Le repitió la pregunta a William.
-En Phoenix -repuso, y una vez más ella transmitió la información.
-De acuerdo. Parece legal. ¿A cuánto ascien- de su tarifa?
Maite se lo preguntó.
-Es un poco alta -gruñó Beesham. -Está aquí y está listo para salir ya.
-¿Qué clase de avión pilota? No quiero pagar ese precio por una avioneta que se emplea en la
desinsectación de cosechas y que no podrá llevarte a tiempo.
-¿Por qué no te lo paso? -suspiró-. Ahorraremos tiempo -le entregó el auricular a William-.
Quiere saber cosas sobre tu avión.
-McCall -dijo. Escuchó unos momentos-. Es un Cessna Skylane. Su alcance es de unos mil
trescientos kilómetros al setenta y cinco por ciento de potencia, seis horas de vuelo. Tendré
que repostar, de modo que preferiría que fuera en un punto intermedio, digamos en Roberts
Field en Redmonton, Oregon. Puedo llamar por radio para pedir que lo tengan todo preparado
con el fin de que no perdamos mucho tiempo en tierra -miró su reloj-. Con la hora que ganamos
al entrar en la zona horaria del Pacífico, podrá llegar... justo a tiempo -escuchó un poco más y
le devolvió el auricular a Maite.
-¿Cuál es el veredicto? -quiso saber ella.
-Lo autorizo. Por el amor de Dios, ponte en marcha.
Colgó y le sonrió a William, entusiasmada.
-¡Adelante! ¿Cuánto tardaremos en despegar?
-Si dejas que te lleve el bolso y corremos... unos quince minutos
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 10:06 am

SuenoLR escribió:Sique mi Kat I love you

Sigo mi Tonia Besotes
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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 03, 2015 10:11 am

Maite jamás se desprendía del bolso. Odiaba devolver su cortesía con una negativa, pero
tenía la cautela tan arraigada en su interior que no fue capaz de convencerse de correr el
riesgo.
-No pesa -mintió, apretándolo con más fuerza -. Te seguiré.
Él arqueó una ceja, pero no discutió, simplemente abrió el camino por el vestíbulo lleno. Los
aviones privados se hallaban en otra zona del aeropuerto, lejos del tráfico comercial. Después
de varios giros y escaleras, abandonaron la terminal y caminaron por el cemento, con el sol de
la tarde cayendo sobre sus cabezas. William se puso unas gafas de sol, luego se quitó la
chaqueta y se la colocó sobre el brazo.
Maite se permitió apreciar unos momentos el modo en que sus hombros anchos y su espalda
musculosa llenaban la camiseta. Al menos sí disponía de libertad para admirarlo. Si las cosas
fueran diferentes... pero no lo eran, por lo que decidió contener sus pensamientos. Debía
enfrentarse a la realidad; no ceder a la fantasía.
Él se detuvo junto a un avión de un solo motor, blanco, con unas franjas grises y rojas.
Después de guardar el bolso y el maletín de ella y asegurarlos con una red, la ayudó a subir al
asiento del copiloto. Maite se abrochó el cinturón de seguridad y miró alrededor. Nunca antes
había estado en un avión privado ni volado en un aparato tan pequeño. Era sorprendentemente
cómodo. Los asientos eran de piel gris. El suelo de metal se hallaba cubierto por una moqueta.
Había dos visores para el sol, como en un coche. Divertida, bajó el que tenía delante de ella y
rio en voz alta al ver un espejo pequeño.
William recorrió la avioneta, comprobando los detalles una última vez antes de ocupar su
asiento y abrocharse el cinturón de seguridad. Se colocó unos auriculares y comenzó a subir
interruptores mientras hablaba con la torre de control de tráfico aéreo. El motor tosió y luego
arrancó y la hélice del morro comenzó a girar, al principio despacio, luego con creciente
velocidad hasta que casi fue una mancha invisible.
Señaló otro par de auriculares y Maite se los puso.
-Es más fácil hablar así -oyó la voz de él en los oídos-, pero guarda silencio hasta que estemos
en el aire.
-Sí, señor - respondió, y William le sonrió. A los pocos minutos habían despegado, mucho más
deprisa que un avión comercial. Estar en el pequeño aparato le daba una sensación de
velocidad que nunca antes había experimentado, y cuando las ruedas abandonaron la pista, la
elevación fue increíble, como si le hubieran brotado alas y se hubiera arrojado al aire. El suelo
no tardó en quedar lejos y el vasto y resplandeciente lago se extendió ante ella, con las
montañas escarpadas justo por delante.
-Vaya - musitó al tiempo que alzaba una mano para protegerse del sol.
-Hay otro par de gafas en la guantera -dijo él, indicando el compartimiento frente a Maite.
Ella lo abrió y sacó unas gafas no muy caras pero elegantes, de montura color granate. Era
evidente que eran de mujer, y de pronto pensó si estaba casado. Sin duda tendría una novia;
no solo era muy atractivo, sino que parecía una persona agradable. Una combinación difícil de
encontrar e imposible de superar.
-¿Son de tu mujer? -preguntó al ponérselas y respirar aliviada cuando desapareció el incómodo
fulgor.
-No, una pasajera se las olvidó.
Eso no le aclaraba nada. Decidió ser directa, al tiempo que se preguntaba por qué se tomaba
la molestia, ya que en cuanto llegaran a Seattle no volvería a verlo jamás.
-¿Estás casado?
-No -la miró con una leve sonrisa, y aunque no podía captar su mirada a través de las gafas,
ella tuvo la impresión de que era intensa-.¿Y tú?
-No.
-Bien.
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Mensaje por SuenoLR Dom Oct 04, 2015 5:00 am

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