Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:39 pm

Me acurruqué en su regazo, sollozando y dándome cuenta de que realmente había acabado. Había perdido a William. Se odiaría a sí mismo por apartarse de mí, pero yo entendía que posiblemente no pudiese evitarlo. Cuando me mirara ahora le recordaría a su propio pasado cruel, ¿cómo iba a soportar eso William? ¿Cómo iba a soportarlo
yo?



Mi madre me acarició el pelo. Noté que ella también lloraba. —Mi pequeña, estoy aquí. Yo cuidaré de ti. —Me calmaba con voz temblorosa.



Al final no me quedaron más lágrimas que llorar. Estaba vacía, pero con ese vacío llegó una nueva lucidez. No podía cambiar lo que había sucedido, pero sí podía hacer lo que fuese necesario para asegurarme de que ninguno de mis seres queridos sufriera por ello.



Me incorporé y me froté los ojos. —No deberías hacer eso —me reprendió mi madre—. Si te frotas los ojos así te saldrán arrugas.



Por algún motivo, su preocupación por mis futuras patas de gallo me pareció graciosísimo. Traté de contenerme, pero se me escapó una carcajada. —¡Maite Lauren!



Su indignación me pareció igual de divertida. Me reí un poco más y, una vez que había empezado, no podía parar. Me reí hasta que me dolió la cara y me caí. —¡Basta! —exclamó dándome un empujón en el hombro—. No tiene gracia.



Me reí hasta que conseguí sacar unas cuantas lágrimas más. —¡Maite, de verdad! —Pero estaba empezando a sonreír.



Seguí riéndome hasta que la risa empezó a convertirse de nuevo en sollozos, secos y silenciosos. Oí que mi madre se reía tontamente y, de algún modo, eso se combinaba a la perfección con mi incontrolable dolor.



No podía explicarlo, pero al sentirme tan mal y desesperada, la presencia de mi madre, con todas sus pequeñas rarezas y amonestaciones que me volvían loca, era justo lo que necesitaba. Llevándome la mano al estómago lleno de calambres, respiré hondo.



—¿Lo hizo él? —pregunté en voz baja. Su sonrisa se desvaneció. —¿Quién? ¿Richard? ¿Hacer qué? ¿Lo del dinero?



Ah...



Esperé.



—¡No! —exclamó enérgicamente—. Él no haría nunca algo así. Su mente no funciona así.



—Vale. Simplemente tenía que saberlo. —Yo tampoco me imaginaba a Stanton ordenando que dieran una paliza. Pero William...



Por sus pesadillas, yo sabía que su deseo de venganza estaba teñido de violencia. Y lo había visto pelearse con Brett. Aquel recuerdo estaba marcado a fuego en mi mente. William sí era capaz de hacerlo y con su historial...



Tomé aire y, a continuación, lo expulsé. —¿Qué es lo que sabe la policía?



—Todo. —Su mirada se había ablandado y humedecido, llena de culpa —. El precinto de los antecedentes de Nathan se rompió al morir.



—¿Y cómo ha muerto?



—Eso no lo han dicho.



—Supongo que no es importante. Nosotros teníamos un móvil. —Me pasé la mano por el pelo—. Probablemente no importe que no tuviésemos la ocasión de hacerlo en persona. Te han pedido que justifiques lo que hacías en ese momento, ¿no? ¿Y a Stanton?



—Sí. ¿A ti también?



—Sí. —Pero no sabía si a William. No es que importara. Nadie se esperaría que unas personas como William y Stanton se fueran a manchar las manos deshaciéndose de un problema como Nathan.



Teníamos más de un móvil. El soborno y la venganza por lo que me había hecho. Y también medios. Y esos medios nos proporcionaban la oportunidad de hacerlo.



Volví a cepillarme el pelo y me eché agua en la cara mientras pensaba en cómo iba a sacar a mi madre de mi apartamento sin que se diera cuenta. Cuando la vi hurgando en el vestidor de mi dormitorio, preocupada como siempre por mi estilo y mi apariencia, supe qué tenía que hacer.



—¿Recuerdas esa falda que compré en Macy’s? —le pregunté—. ¿La verde



—Ah, sí. Muy bonita.



—No he podido ponérmela porque no se me ocurre nada con lo que pueda ir bien. ¿Me ayudas a buscar algo?


—Maite—dijo con exasperación—, ya deberías haberte decidido por un estilo personal... ¡Y que no sea de sudaderas!



—Échame una mano, mamá. Vuelvo enseguida. —Cogí la taza de café para tener un motivo para dejarla allí—. No te vayas a ningún sitio.



—¿Adónde iba a ir? —contestó con la voz amortiguada, pues se había adentrado aún más en el vestidor.



Miré rápidamente en la sala de estar y en la cocina. No vi a mi padre por ningún sitio y la puerta de su dormitorio estaba cerrada, al igual que la de Cary. Volví rápidamente a mi habitación. —¿Qué tal esto? —preguntó sosteniendo una blusa de seda de color champán. La combinación resultaba preciosa y elegante.



—¡Me encanta! Eres estupenda. Gracias. Pero seguro que tienes que irte ya, ¿no? No quiero entretenerte.



Mi madre me miró frunciendo el ceño. —No tengo ninguna prisa.



—¿Y Stanton? Tiene que estar preocupado con todo esto. Y es sábado. Él siempre se reserva los fines de semana para ti. Tiene que dedicarte tiempo.



Dios mío, sí que me sentía fatal por la presión que le causábamos.



Stanton había dedicado una gran cantidad de tiempo y dinero a asuntos relacionados conmigo y con Nathan durante los cuatro años que llevaba casado con mi madre. Aquello era mucho pedir, pero no nos había fallado.



Durante el resto de mi vida me sentiría en deuda con él por querer tanto a mi madre. —Esto también está suponiendo una gran preocupación para ti —protestó—. Quiero
estar a tu lado, Maite. Quiero ayudarte.



Sentí un nudo en la garganta al darme cuenta de que estaba tratando de compensarme por lo que me había pasado, porque era incapaz de perdonarse. —No pasa nada —respondí con la voz quebrada—. Estaré bien. Y sinceramente, me sentiría fatal alejándote de Stanton después de todo lo que ha hecho por nosotras. Tú eres su recompensa, su pequeño paraíso al final de su infinita semana laboral.



En sus labios se formó una encantadora sonrisa. —Qué cosa tan hermosa has dicho.



Sí, yo también había pensado lo mismo las veces en que William me había dicho cosas parecidas.



Me parecía imposible que sólo una semana antes hubiéramos estado en la casa de la playa, locamente enamorados y dando pasos firmes y seguros en nuestra relación.



Pero esa relación se había roto y ahora sabía por qué. Yo estaba enfadada y dolida por el hecho de que William me hubiese ocultado algo tan importante como que Nathan estaba en Nueva York. Me enfurecía que no me hubiese hablado de lo que pensaba y sentía. Pero también lo comprendía. Era una persona que durante años había evitado hablar de nada que fuese personal y nosotros no llevábamos juntos el tiempo suficiente como para que cambiara esa costumbre de toda una vida.



No podía culparle por ser quien era, lo mismo que tampoco podía culparle por haber decidido que no podía vivir con lo que yo era.



on un suspiro, me acerqué a mi madre y la abracé. —Tenerte aquí... es lo que necesitaba, mamá. Llorar, reír y simplemente sentarme contigo. Nada podría haber sido mejor que eso. Gracias.



—¿De verdad? —Me abrazó con fuerza y la sentí pequeña y delicada entre mis brazos, pese a que éramos de la misma estatura y sus tacones la hacían más alta—. Creía que te estabas volviendo loca.



Me separé de ella y sonreí. —Creo que ha sido así durante un momento, pero tú has hecho que me recupere. Y Stanton es un hombre bueno. Le agradezco todo lo que ha hecho por nosotras. Por favor, díselo de mi parte.



Pasando mi brazo bajo el suyo, hice que se levantara de la cama y la llevé hasta la puerta de la calle. Ella me volvió a abrazar acariciándome la espalda arriba y abajo. —Llámame esta noche y mañana. Quiero estar segura de que te encuentras bien.



Me observó. —Y planeemos un día de spa para la semana que viene. Si al médico no le parece bien que Cary vaya, haremos que vengan aquí los masajistas.



Creo que a todos nos vendrá bien un poco de mimos y cuidados. —Ésa es una forma agradable de decir que tengo un aspecto horrible. —Las dos necesitábamos un buen repaso, aunque ella lo ocultaba mucho mejor que yo. Nathan seguía gravitando sobre nosotras como una nube oscura, aún capaz de destrozar nuestras vidas y alterar nuestra paz.



Pero fingiríamos que nos encontrábamos mucho mejor de lo que estábamos. Así era como hacíamos las cosas—. Pero tienes razón. Nos vendrá bien y hará que Cary se sienta mucho mejor, aunque sólo le puedan hacer una manicura y una pedicura.



—Yo me encargo de organizarlo. ¡Qué ilusión! —Mi madre mostró su luminosa sonrisa tan propia de ella... ...que fue lo que vio mi padre cuando abrí la puerta de la calle.



Estaba en el umbral con las llaves de Cary en la mano y le había sorprendido justo en el momento en que iba a meterlas por la cerradura. Iba vestido con pantalones cortos para correr y zapatillas de deporte, con la camiseta sudada echada despreocupadamente sobre el hombro. Aún tenía la respiración acelerada y el sudor le brillaba sobre la piel bronceada y los músculos tensos. Victor Reyes era todo un monumento.



Y miraba a mi madre de un modo absolutamente indecente.



Aparté la mirada de mi atractivo padre para mirar a mi glamorosa madre y me sorprendió ver que ella miraba a mi padre del mismo modo que él la miraba a ella.



Menudo día para darme cuenta de que mis padres estaban enamorados el uno del otro.

.
Bueno, yo había sospechado que mi madre le había roto el corazón a mi padre, pero creía que ella se avergonzaba de él, como si se hubiese tratado de una gran equivocación, de un error del pasado.



—Monica —La voz de mi padre sonó más baja y profunda de lo que yo la había oído nunca y con más acento.



—Victor. —Mi madre se había quedado sin aliento—. ¿Qué estás haciendo aquí?



Él la miró sorprendido. —Visitando a mi hija.



—Y ahora mamá tiene que irse —dije dándole a ella un codazo, dividida entre la novedad de ver a mis padres juntos y la lealtad hacia Stanton, que era exactamente lo que mi madre necesitaba—. Te llamo luego, mamá.



Mi padre se quedó inmóvil un momento, deslizando la mirada por el cuerpo de mi madre desde la cabeza hasta los pies y, a continuación, subiéndola otra vez. Respiró hondo y se hizo a un lado.


Mi madre salió al pasillo y se dirigió hacia el ascensor y, después, en el último momento, se dio la vuelta. Colocó la mano sobre el pecho de mi padre y se puso de puntillas, dándole dos besos en las mejillas.



—Adiós —susurró.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:40 pm

La vi caminar con paso inseguro hacia el ascensor y pulsar el botón con la espalda vuelta hacia nosotros. Mi padre no apartó la mirada hasta que las puertas del ascensor se cerraron cuando ella entró.



Dejó escapar un suspiro y entró en el apartamento.



Cerré la puerta. —¿Cómo es que yo no sabía que vosotros dos estáis locamente enamorados el uno del otro?



Resultaba doloroso ver la mirada en sus ojos, el verdadero dolor como en una herida abierta. —Porque eso no significa nada.



—No lo creo. El amor lo es todo.



—No lo conquista todo, como suelen decir —contestó con un bufido —. ¿Ves a tu madre siendo la esposa de un policía?



Hice una mueca. —Pues eso —dijo secamente, secándose la frente con la camiseta —. A veces, el amor no es suficiente. Y si no lo es, ¿qué tiene de bueno?



El resentimiento que escuché en sus palabras era algo que yo conocía muy bien por mí misma. Pasé por su lado y fui a la cocina.



Mi padre me siguió. —¿Estás enamorada de William Cross?



—¿No es evidente?



—¿Él está enamorado de ti?



Como no tenía fuerzas, dejé la taza en el fregadero y saqué otras limpias para mí y para mi padre. —No lo sé. Sé que me quiere y que, a veces, me necesita. Creo que haría lo que fuese por mí si se lo pidiera, porque he entrado en su corazón.



Pero no podía decirme que me quería. No me hablaba de su pasado. Y, al parecer, no podía vivir con las pruebas del mío. —Tienes la cabeza sobre los hombros.



Saqué café en grano del frigorífico para preparar una nueva cafetera. —Eso es muy debatible, papá.



—Eres sincera contigo misma. Eso es una virtud. —Me sonrió cuando yo giré la cabeza para mirarle—. He utilizado antes tu tableta electrónica para ver mi correo. Estaba en la mesita. Espero que no te importe.



Negué con la cabeza. —Úsala cuando quieras.



—He buscado en internet cuando la he cogido. Quería ver qué salía sobre Cross.



Sentí un pequeño vacío en el estómago. —No te gusta.



—Me reservo mi opinión. —La voz de mi padre fue desvaneciéndose a medida que entraba en la sala de estar y, a continuación, volvió a sonar con fuerza cuando volvió con la tableta en la mano.



Mientras yo molía el café, él abrió la funda protectora de la tableta y empezó a dar toques en la pantalla.



—Anoche pasé un mal rato mientras le echaba un vistazo. Sólo quería un poco más de información. Encontré algunas fotos de vosotros dos juntos que parecían prometedoras. —Tenía los ojos sobre la pantalla—. Después vi otra cosa.



Le dio la vuelta a la pantalla para que yo la viera. —¿Puedes explicarme esto? ¿Es otra hermana suya?



Dejé de moler café para sentarme, me acerqué con la vista puesta en el artículo que mi padre había encontrado en la web de la revista Page Six. La foto era de William y Corinne en una especie de fiesta. Había puesto el brazo alrededor de la cintura de ella y la actitud de los dos era de familiaridad e intimidad. Estaban muy cerca y los labios de él casi rozaban la sien de ella, que tenía una copa en la mano y se reía



Cogí la tableta y leí el pie de foto: «William Cross, director general de Cross Industries, y Corinne Giroux en la fiesta de promoción de Vodka Kingsman».



Los dedos me temblaron mientras subía a la parte superior de la página y leía el breve artículo buscando más información. Me quedé muda cuando vi que la fiesta se había celebrado el jueves, de seis a nueve, en uno de los locales de William, uno que yo conocía demasiado bien. Me había follado allí, tal y como había hecho con docenas de mujeres.



William me había dado plantón en nuestra cita con el doctor Petersen para llevar a Corinne al hotel que le servía de picadero. Era eso lo que había querido contarle a los policías y que no quería que yo escuchara: su coartada era una velada, quizá toda la noche, en compañía de otra mujer.



Solté la tableta con más cuidado del necesario y dejé escapar la respiración que había
estado conteniendo. —Ésa no es ninguna hermana suya.



—Eso pensaba yo.



Lo miré. —¿Me haces el favor de terminar de preparar el café? Tengo que hacer una llamada.



—Claro. Luego me daré una ducha. —Extendió una mano y la puso sobre la mía—. Vamos a salir a olvidarnos de esta mañana. ¿Te parece bien?



—Me parece perfecto.



Cogí el teléfono de la base y volví a mi dormitorio. Pulsé la marcación rápida del móvil de William y esperé a que contestara. Cuando sonó la tercera llamada descolgó. —¿Diga? —contestó, aunque en la pantalla ya habría visto que era yo—. No puedo hablar ahora.



—Entonces, simplemente escúchame. Seré breve. Un minuto. Un maldito minuto de tu tiempo. ¿Me concedes eso?



—La verdad es que...



—¿Acudió Nathan a ti con unas fotografías mías?



—No es...



—¿Lo hizo? —insistí con brusquedad.



—Sí —espetó.


—¿Las viste?



Hubo una larga pausa. —Sí.



Solté un suspiro.—Muy bien. Creo que eres un completo gilipoll*** por haber dejado que fuera a la consulta del doctor Petersen cuando sabías que no ibas a ir porque pensabas salir con otra mujer. Es despreciable, William. Y lo que es peor, fuisteis a la fiesta de Kingsman, lo cual debía tener algún valor sentimental para ti, considerando que fue así como...



Se oyó el fuerte chirrido de una silla arrastrándose. Yo me apresuré a seguir hablando, desesperada por soltar lo que necesitaba decir antes de que él colgara. —Creo que eres un cobarde por no venir directamente y decirme que hemos terminado, sobre todo antes de empezar a follarte a otra.



—Maite. Maldita sea.



—Pero quiero que sepas que pese a que el modo en que has actuado en esto ha sido jodidamente malo y que me has roto el corazón en mil pedazos y que te he perdido el respeto, no te culpo por lo que sientes después de haber visto esas fotografías mías. Lo comprendo.



—Basta. —Su voz era poco más que un susurro, lo cual hizo que me preguntara si Corinne estaba con él incluso en ese momento.



—No quiero que te culpes, ¿de acuerdo? Después de lo que tú y yo hemos pasado, aunque no es que yo sepa qué es lo que tú has sufrido puesto que nunca me lo has contado. Pero de todos modos... —Suspiré y en mi rostro apareció una mueca de dolor al ver lo temblorosa que me salía la voz. Y lo que es peor, cuando volví a abrir la boca, mis palabras estaban inundadas en lágrimas—. No te culpes. Yo no lo hago. Sólo quiero que lo sepas.



—Dios mío —dijo en voz baja—. Por favor, no sigas, Maite.



—Ya he terminado. Espero que encuentres... —Apreté la mano en mi regazo—. Da igual, Adiós.



Colgué y dejé caer el teléfono en la cama. Me desnudé de camino a la ducha y dejé en el mueble el anillo que William me había regalado.



Abrí el grifo poniendo el agua todo lo caliente que mi cuerpo podía aguantar y me hundí aturdida en el suelo de la ducha.



No me quedaba nada.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:41 pm

17

El resto del sábado y del domingo mi padre y yo dimos brincos por toda la ciudad. Me aseguré de que disfrutara de las comidas llevándolo a Junior’s para que probara la tarta de queso, al Gray’s Papaya por los perritos calientes y a John’s por la pizza, que nos llevamos al apartamento para compartirla con Cary. Subimos a lo alto del Empire State, con lo que quedó satisfecha la opción de ir a la Estatua de la Libertad por lo que a mi padre respecta. Disfrutamos de un espectáculo de Broadway por la tarde.



Fuimos paseando hasta Times Square, que estaba abarrotado y olía fatal, pero donde vimos a unos artistas callejeros interesantes y medio desnudos.



Hice algunas fotos con el teléfono y se las envié a Cary para que se riera.



Mi padre se quedó impresionado con la presencia del servicio de emergencias en la ciudad y le gustó tanto como a mí ver oficiales de policía a caballo. Dimos una vuelta por Central Park en un carro tirado por caballos y nos adentramos juntos en el metro. Lo llevé al Rockefeller Center, a Macy’s y al Crossfire, del cual admitió que era un edificio extraordinario capaz de competir con otros edificios impresionantes.



Pero durante todo el tiempo, simplemente estuvimos juntos. La mayor parte del rato caminando, charlando y sencillamente haciéndonos compañía.



Por fin supe cómo había conocido a mi madre. Al elegante deportivo de ella se le había pinchado una rueda y terminó en el taller de coches donde él trabajaba. Aquella historia me recordó al viejo éxito de Billy Joel, «Uptown Girl», y así se lo dije. Mi padre se rio y dijo que era una de sus canciones preferidas. Me contó que aún podía verla saliendo de detrás del volante de su caro cochecito de juguete poniendo su mundo del revés.



Era la cosa más bonita que había visto nunca... hasta que llegué yo. —¿Estás resentido con ella, papá?



—Antes sí. —Me pasó el brazo por encima de los hombros—. Nunca le perdonaré que no te pusiera mi apellido cuando naciste. Pero ya no estoy enfadado por la cuestión del dinero. Nunca podré hacerla feliz a largo plazo y ella se conocía lo suficientemente bien como para saberlo.



Asentí, y me compadecí de todos nosotros.—Y lo cierto es que —soltó un suspiro y apoyó la mejilla sobre mi cabeza un momento —, por mucho que desearía darte todas las cosas que sus maridos pueden proporcionarte, me alegra saber que las estás recibiendo.



No soy tan orgulloso como para no apreciar que tu vida es mejor por las decisiones que ella ha tomado. Y no me siento mal por mi parte.



Tengo una buena vida que me hace feliz y una hija de la que me siento terriblemente orgulloso. Me considero un hombre rico porque no hay nada en este mundo que desee y que no tenga.



Me detuve para abrazarlo. —Te quiero, papá. Estoy muy contenta de que hayas venido.



Me rodeó con sus brazos y pensé que al final me pondría bien.



Tanto mi madre como mi padre tenían una vida plena sin la persona a la que amaban.



Yo también podría tenerla.



Cuando mi padre se fue caí en una depresión. Los siguientes días pasaron sin más. Todos los días me decía que no esperaba ninguna forma de contacto por parte de William, pero cuando por la noche me arrastraba hasta la cama, lloraba hasta quedarme dormida porque había pasado otro día sin tener noticias suyas.



La gente que me rodeaba estaba preocupada. Steven y Mark se mostraron excesivamente solícitos durante la comida del miércoles.



Fuimos al restaurante mexicano donde trabajaba Shawna y los tres se esforzaron por hacerme reír y porque disfrutara. Así lo hice, porque me encantaba pasar el tiempo con los tres y odiaba la preocupación que veía en sus miradas, pero había un agujero dentro de mí y no había nada que pudiera llenarlo, además de la exasperante preocupación por la investigación de la muerte de Nathan.



Mi madre me llamaba todos los días para preguntarme si la policía se había puesto en contacto conmigo otra vez —no lo habían hecho— y para informarme de si habían contactado con ella o con Stanton ese día.



Me preocupaba que estuvieran dando vueltas alrededor de Stanton, pero tenía que creer que puesto que mi padrastro era evidentemente inocente, no había nada que pudiesen encontrar. Aun así... me preguntaba si terminarían encontrando algo.



Claramente había sido un homicidio o, de lo contrario, no estarían investigando. Como Nathan era nuevo en la ciudad, ¿a quién conocía que quisiera matarle?


En el fondo, no podía evitar pensar que William lo había organizado.



Eso hacía que me resultara más difícil pasar página, porque había una parte de mí, la niña pequeña que había sido antes, que durante mucho tiempo había deseado la muerte de Nathan, que había deseado que sufriera lo mismo que él me había hecho sufrir durante años. Perdí mi inocencia con él, al igual que mi virginidad. Había perdido mi autoestima y el respeto por mí misma. Y, al final, había perdido un bebé en un terrible aborto cuando no era más que una niña.



Fui pasando cada día minuto a minuto. Me obligué a ir a las clases de Krav Maga de Parker, a ver la televisión, a sonreír y a reír cuando tocara —la mayoría de las veces con Cary— y a levantarme cada mañana para enfrentarme a un nuevo día. Trataba de no hacer caso a lo muerta que me sentía por dentro. Nada me parecía real más allá del sufrimiento que vibraba en todo mi cuerpo como un dolor constante y sordo. Perdía peso y dormía mucho sin estar cansada.



El jueves, sexto día sin William, segunda ronda: dejé un mensaje a la recepcionista del doctor Petersen para decirle que William y yo ya no íbamos a regresar a nuestras sesiones. Esa noche, le pedí a Clancy que se pasara por el edificio de apartamentos de William para dejarle en la recepción el anillo que me había regalado y la llave de su piso en un sobre cerrado. No dejé ninguna nota porque ya había dicho todo lo que tenía que decirle.



El viernes, uno de los auxiliares de cuentas contrató a un ayudante y Mark me preguntó si podía ayudarle a que se instalara. Se llamaba Will y me gustó de inmediato. Tenía el pelo oscuro, rizado pero corto.



Llevaba patillas largas y unas gafas de montura cuadrada que le favorecían mucho.



Bebía soda en lugar de café y seguía saliendo con su novia del instituto.



Pasé buena parte de la mañana enseñándole las oficinas. —¿Te gusta esto? —preguntó.



—Me encanta —contesté sonriendo.



Will me devolvió la sonrisa.—Me alegro. Al principio, no estaba seguro. No parecías tan entusiasta, aunque lo que decías sonaba bien.



—Perdona. Estoy pasando por una dura ruptura. —Traté de quitarle importancia—. Me resulta difícil emocionarme por nada ahora mismo, incluso con cosas que me vuelven loca. Este trabajo es una de ellas.



—Siento lo de tu ruptura —dijo con sus ojos oscuros llenos de compasión.



—Sí, yo también.



Para el sábado, Cary se encontraba mejor y tenía mejor aspecto.



Tenía todavía las costillas vendadas y el brazo iba a seguir escayolado un tiempo, pero caminaba sin ayuda y ya no necesitaba a la enfermera.



Mi madre trajo un equipo de belleza a nuestro apartamento —seis mujeres vestidas con bata blanca que se adueñaron de mi sala de estar—.



Cary se sentía en el paraíso. No puso ningún reparo en absoluto al hecho de disfrutar de un día de balneario. Mi madre parecía cansada, lo cual no era propio de ella. Yo sabía que estaba preocupada por Stanton. Y quizá estaba pensando también en mi padre. Me parecía imposible que no lo hiciera después de haberlo visto por primera vez en veinticinco años.



El deseo que él sentía por ella me había parecido fuerte y vivo. No podía imaginarme qué le habría hecho sentir a ella.



En cuanto a mí, era estupendo estar rodeada de dos personas que me querían y me conocían lo suficiente como para no sacarme el tema de William ni hacérmelo pasar mal dándome la lata por haber salido con él. Mi madre me trajo una caja de Knipschildt, mis trufas favoritas, y las saboreé despacio. Aquél era el único exceso por el que nunca me reprendía.



Incluso estaba de acuerdo en que una mujer tenía derecho a tomar chocolate. —¿Qué te van a hacer a ti? —me preguntó Cary mirándome con un montón de mejunje negro por toda la cara. Le estaban recortando el pelo con su habitual estilo atractivo y flexible y también las uñas de los pies, limándoselas perfectamente redondeadas.



Me lamí el chocolate de mis dedos y pensé en la respuesta. La última vez que tuvimos una sesión de spa acepté tener una aventura con William.Era nuestra primera cita y yo
sabía que íbamos a tener sexo. Elegí un paquete elaborado para la seducción, haciendo que mi piel se volviera suave y fragante con aromas que supuestamente tenían propiedades afrodisíacas.



Ahora todo era diferente. En cierto sentido, se me daba una segunda oportunidad para volver a hacer las cosas. La investigación de la muerte de Nathan constituía una preocupación para todos nosotros, pero el hecho de que hubiese desaparecido de mi vida para siempre me liberó de un modo que no me había dado cuenta cuánto necesitaba. En algún lugar profundo de mi mente, el miedo debía haber estado oculto. Siempre existía la posibilidad de que pudiera volver a verle mientras estuviese vivo.



Ahora era libre.



También tenía una nueva oportunidad de abrazar mi vida en Nueva York de una forma que no había hecho antes. No tenía que rendirle cuentas a nadie. Podría ir adonde fuera con quien fuera. Podría ser cualquiera. ¿Quién era la Maite Tramell que vivía en Manhattan y tenía el trabajo de sus sueños en una agencia de publicidad? Aún no lo sabía.



Hasta ahora había sido la recién llegada de San Diego que había entrado en la órbita de un hombre enigmático y poderoso. Esa Maite estaba viviendo su octavo día sin William, segunda ronda, acurrucada en un rincón, lamiéndose las heridas. Y así sería durante mucho tiempo.



Quizá para siempre, porque no podía imaginar que pudiera enamorarme otra vez como me había pasado con William. Para bien o para mal, él era mi alma gemela. Mi otra mitad. En muchos sentidos, era mi reflejo. —¿Maite? —Cary me dio un codazo mientras me observaba.



—Quiero que me hagan de todo —respondí con determinación—. Quiero un nuevo corte de pelo. Algo corto, coqueto y elegante. Quiero que me pinten las uñas de un rojo brillante e intenso, las de las manos y las de los pies. Quiero ser una nueva Maite.



Cary me miró sorprendido. —Uñas, sí. Pelo, quizá. No se deben tomar decisiones radicales cuando se está jodido por un tío. Terminan obsesionándote.



Lo miré desafiante. —Voy a hacerlo, Cary Taylor. Puedes ayudarme o cerrar la boca y mirar.



—¡Maite! —mi madre prácticamente me chilló—. ¡Vas a estar impresionante!



Sé exactamente qué es lo que tienes que hacerte en el pelo. ¡Te va a encantar!



Los labios de Cary se retorcieron. —De acuerdo, nena. Veamos cómo es esa nueva Maite.


La nueva Maite resultó ser un bombonazo ligeramente provocador. El que había sido un pelo largo, liso y rubio ahora quedaba a la altura del hombro y cortado en capas, con reflejos de platino y enmarcándome la cara.



También me habían maquillado para ver qué tipo de aspecto iba bien con mi nuevo peinado y vi que el gris ahumado para mis ojos era el más adecuado junto con un brillo de labios rosa suave.

Al final no me habían pintado las uñas de rojo y en su lugar, elegí el color chocolate. Me encantaba. Al menos, por ahora. Estaba dispuesta a admitir que quizá estaba atravesando una fase.



—De acuerdo, lo retiro —dijo Cary—. Está claro que sabes llevar bien las rupturas.



—¿Ves? —alardeó mi madre sonriendo—. ¡Te lo dije! Ahora tienes un aspecto urbano y sofisticado.



—¿Así es como se llama? —Estudié mi reflejo en el espejo, sorprendida ante la transformación. Parecía un poco más mayor. Decididamente más elegante. Y claramente más atractiva. Me subió el ánimo ver que me devolvía la mirada otra persona aparte de la joven de ojos hundidos que llevaba viendo desde hacía casi dos semanas. En cierto modo, mi rostro más delgado y mis ojos tristes combinaban bien con este estilo más atrevido.



Mi madre insistió en que saliéramos a cenar, ya que todos teníamos tan buen aspecto. Llamó a Stanton y le dijo que se preparara para salir por la noche y por lo que oí de la conversación, puedo decir que ella le estaba haciendo disfrutar con su excitación infantil. Dejó que fuera él quien eligiera el lugar y se encargara de todo. Después, continuó con mi transformación escogiendo un vestidito negro de mi armario.



Mientras yo me lo ponía, ella sostuvo en la mano uno de mis vestidos de cóctel de color marfil. —Póntelo —le dije, encontrando divertido y bastante sorprendente que mi madre fueracapaz de ponerse ropa de alguien veinte años más joven.



Cuando estuvimos arregladas, fue a la habitación de Cary y le ayudó a prepararse.



Yo miraba desde la puerta cómo mi madre se ocupaba de él, hablándole todo el rato con esa forma tan suya que no necesitaba de una conversación recíproca. Cary estaba allí de pie, con una dulce sonrisa en la cara, siguiéndola con los ojos por la habitación con algo parecido a la felicidad.



Ella le pasó las manos por los anchos hombros, alisándole la camisa y, a continuación, le anudó la corbata con manos expertas y dio un paso atrás para ver el resultado. La manga de su brazo escayolado estaba sin abotonar y remangada y aún tenía magulladuras amarillas y púrpuras en la cara, pero nada restaba méritos al efecto general que provocaba Cary Taylor vestido para una elegante salida nocturna.



La sonrisa de mi madre iluminó la habitación. —Impresionante, Cary. Simplemente impresionante.



—Gracias.



Dando un paso adelante, le dio un beso en la mejilla. —Casi tan guapo por fuera como lo eres por dentro.



Vi que él pestañeaba y me miraba, con sus ojos verdes llenos de confusión. Yo me apoyé en el quicio de la puerta. —Algunos podemos ver tu interior, Cary Taylor. Esas miradas de hombre guapo no nos engañan. Sabemos que hay un precioso y enorme corazón dentro de ti —dije.



—¡Vamos! —exclamó mi madre agarrándonos a los dos de la mano y tirando de nosotros para salir de la habitación.



Cuando bajamos al vestíbulo, vimos que la limusina de Stanton nos esperaba. Mi padrastro bajó del asiento de atrás y rodeó con sus brazos a mi madre, besándola suavemente en la mejilla, pues sabía que ella no querría estropearse el lápiz de labios. Stanton era un hombre atractivo, de pelo blanco y ojos azules. Su rostro reflejaba algunos indicios de su edad, pero seguía siendo un hombre atractivo que se conservaba en forma y activo.



—¡Maite! —Me abrazó también y me besó en la mejilla—. Estás deslumbrante.



Sonreí, no muy segura de si estar «deslumbrante» significaba que iba a deslumbrar a alguien o si esperaba que me deslumbraran a mí.



Stanton estrechó la mano de Cary y le dio una suave palmada en el hombro. —Me alegra ver que vuelves a estar de pie, joven. Nos diste un buen susto a todos.



—Gracias. Por todo.



—No tienes que dármelas —respondió Stanton con un movimiento de la mano.



Mi madre respiró hondo y, a continuación, dejó salir el aire. Sus ojos brillaban mientras miraba a Stanton. Vio que yo la miraba y sonrió, y era una sonrisa tranquila.



Terminamos en un club privado con una orquesta y dos cantantes excelentes, un hombre y una mujer. Se fueron intercambiando a lo largo de la noche, proporcionando el acompañamiento perfecto a una cena con velas servida en un reservado con respaldo alto y de terciopelo como si estuviese directamente sacado de una fotografía de la alta sociedad del Manhattan clásico. No pude evitar sentirme encantada.



Entre la cena y el postre, Cary me sacó a bailar. Habíamos asistido juntos a clases de bailes de salón por insistencia de mi madre, pero teníamos que ir con cuidado con las heridas de Cary. Básicamente nos limitamos a balancearnos en el sitio, disfrutando de la satisfacción que nos daba terminar un día feliz con una buena cena compartida con nuestros seres queridos.



—Míralos —dijo Cary mientras veía a Stanton llevando hábilmente a mi madre por la pista de baile—. Está loco por ella.



—Sí. Y ella es buena para él. Se dan lo que necesitan.



Bajó los ojos hacia mí. —¿Estás pensando en tu padre?



—Un poco. —Levanté el brazo y le pasé los dedos por el pelo, pensando en otros mechones más largos y oscuros que al tacto eran como la seda gruesa—. Nunca me he considerado una persona romántica. Es decir, me gusta el romanticismo y los gestos especiales y esa sensación achispada que te entra cuando te enamoras mucho de alguien. Pero toda esa fantasía del príncipe azul y lo de casarse con el amor de tu vida no era lo mío.



—Nena, tú y yo estamos demasiado hastiados. Sólo queremos tener sexo estupendo con gente que sepa que estamos jodidos y que lo acepten.



Torcí el gesto con sarcasmo. —Hubo un momento en que me engañé a mí misma pensando que William y yo podríamos tenerlo todo. Que estar enamorados era lo único que necesitábamos. Supongo que fue porque, en realidad, nunca pensé que me iba a enamorar de esa forma; y luego está el famoso mito de que cuando te pasa, se supone que vas a vivir feliz por siempre jamás.



Cary presionó sus labios contra mi frente. —Lo siento, Maite. Sé que lo estás pasando mal. Ojalá yo pudiera arreglarlo.



—No sé por qué nunca he podido encontrar a alguien con quien ser feliz.



—Una pena que no queramos folla*** tú y yo. Seríamos perfectos.


Me reí y apoyé la mejilla en su pecho.



Cuando terminó la canción nos separamos y nos dirigimos hacia nuestra mesa. Sentí unos dedos que me rodeaban por la cintura y giré la cabeza.



Me encontré mirando a los ojos de Christopher Vidal, hijo, el hermanastro de William. —Quiero que me concedas el siguiente baile —dijo con la boca curvada formando una sonrisa infantil. No había rastro del hombre malvado que había visto en un vídeo secreto que Cary había grabado durante una fiesta en la residencia de los Vidal.



Cary se me acercó esperando que yo le diera alguna indicación.



Mi primer instinto fue el de rechazar a Christopher, pero, entonces, miré a mi alrededor. —¿Has venido solo?



—¿Importa eso? —Me atrajo hacia sus brazos—. Es contigo con quien quiero bailar. Me quedo con ella —le dijo a Cary, y me llevó con él.



La primera vez que nos vimos fue justo así, con él sacándome a bailar.



Yo estaba teniendo mi primera cita con William y las cosas ya habían empezado a ir
mal en ese momento. —Estás fantástica, Maite. Me encanta tu peinado.



Conseguí poner una sonrisa tensa. —Gracias.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:42 pm

—Tranquila —dijo—. Estás muy rígida. No te voy a morder.



—Perdona. Sólo quiero estar segura de que no voy a ofender a quien sea que esté aquí contigo.



—Sólo mis padres y el representante de un cantante que quiere firmar con Vidal Records.



—Ah. —Mi sonrisa se amplió convirtiéndose en otra más sincera.



Eso era justo lo que esperaba oír.



Mientras bailábamos, seguí inspeccionando la sala. Lo consideré una señal cuando terminó la canción y Elizabeth Vidal se puso de pie atrayendo mi atención. Se excusó en su mesa y yo me excusé con Christopher, que protestó. —Tengo que refrescarme —le dije.



—De acuerdo. Pero insisto en invitarte a una copa cuando vuelvas.



Salí detrás de su madre, pensando si terminaría diciéndole a Christopher que era un verdadero mierd*** de proporciones colosales. No sabía si Magdalene le había hablado del vídeo y, en caso de que no lo hubiese hecho, supuse que probablemente habría un motivo para ello.



Esperé a Elizabeth en la puerta del baño. Cuando volvió a aparecer, me vio en el pasillo y sonrió. La madre de William era una mujer hermosa, de cabello oscuro, largo y liso y los mismos y alucinantes ojos azules que tenían su hijo y Ireland. Sólo con mirarla, sentí dolor. Echaba mucho de menos a William. Para mí suponía una batalla continua conmigo misma el no ponerme en contacto con él y quedarme como estaba.



—Maite. —Me saludó dando besos en el aire junto a mis dos mejillas —.



Christopher ha dicho que eras tú. Al principio no te reconocía. Estás muy distinta con
el pelo así. Me parece precioso. —



Gracias. Necesito hablar con usted. En privado.



—Ah. —Frunció el ceño—. ¿Algo va mal? ¿Es por William?



—Venga conmigo. —Hice una señal para que entráramos por el pasillo hacia la salida de emergencia.



—¿Qué es lo que pasa?



Cuando nos apartamos de los baños, le conté. —¿Recuerda si William le dijo de niño que habían abusado de él o le habían violado?



Su rostro empalideció. —¿Te lo ha contado?



—No. Pero he presenciado sus pesadillas. Sus terribles, desagradables y salvajes pesadillas donde pide compasión. —El tono de mi voz era bajo, pero vibraba lleno de rabia. Aquello era lo único que podía hacer para contener mis manos mientras ella estaba allí, avergonzada y violenta —. ¡Su deber era protegerle y apoyarle!



Me miró desafiante. —Tú no sabes...



—Usted no tiene la culpa de lo que ocurrió antes de que lo supiese —dije enfrentándome a ella y sintiendo satisfacción cuando dio un paso atrás—.



Pero la culpa de lo que ocurriera después de que él se lo contara es únicamente suya.



—Vete a la mierd*** —me espetó—. No sabes de lo que estás hablando.



¿Cómo te atreves a venir a mí de esa forma y decirme estas cosas cuando no tienes ni idea de nada?



—Sí que me atrevo. Su hijo está gravemente herido por lo que le ocurrió y su negativa a creerle hizo que se convirtiera en algo un millón de veces peor.



—¿Crees que yo iba a tolerar abusos sobre mi propio hijo? —Tenía el rostro encendido de la rabia y los ojos le brillaban—.



Hice que dos pediatras diferentes examinaran a William buscando... traumatismos. Hice todo lo que se esperaba que podía hacer.



—Excepto creerle, que es lo que debería haber hecho como madre suya que es.



—También soy la madre de Christopher y él estaba allí. Jura que no ocurrió nada. ¿A quién se supone que tenía que creer cuando no tenía pruebas? Nadie pudo encontrar nada que demostrara lo que William decía.



—Él no debía aportar pruebas. ¡Era un niño! —La rabia que sentía me recorría todo el cuerpo. Apreté los puños contendiendo el deseo de darle un puñetazo. No sólo por lo que William había perdido, sino por lo que habíamos perdido los dos—. Se supone que debía haberse puesto de su lado pasara lo que pasara.



—William era un chico problemático sometido a terapia desde la muerte de su padre y deseoso de llamar la atención. No sabes cómo era entonces.



—Sé cómo es ahora. Un hombre destrozado y dolido que no cree que merezca la pena amar. Y usted le ha ayudado en eso.



—Vete al infierno. —Se fue enojada.

—Ya estoy en él —grité a sus espaldas—. Y también su hijo.



Pasé todo el domingo siendo la antigua Maite.



Trey tenía el día libre y se llevó a Cary a comer por ahí y a ver una película. Yo estaba encantada de verlos juntos, entusiasmada porque los dos se estuviesen esforzando. Cary no había invitado a venir a casa a ninguna de las personas que llamaban a su teléfono móvil y me pregunté si estaría replanteándose sus amistades. Supuse que muchas eran relaciones superficiales, con las que divertirse mucho pero sin ninguna seriedad.



Al contar con el apartamento entero para mí sola, dormí mucho, me alimenté de comida basura y no me molesté en quitarme el pijama.



Lloré por William en la intimidad de mi habitación, mirando el collage de fotos que tenía antes en mi mesa del trabajo. Echaba de menos el peso de su anillo en el dedo y el sonido de su voz. Echaba de menos notar sus manos y sus labios en mi cuerpo y la forma tierna y posesiva con que cuidaba de mí.



Cuando llegó el lunes salí del apartamento como la nueva Maite. Con ojos ahumados,
labios rosas y mi nuevo y alegre corte de pelo decapado, sentía que podía fingir ser otra persona durante todo el día. Alguien que no tuviese el corazón destrozado, ni estuviera perdida y furiosa.



Cuando salí vi el Bentley, pero Angus no se molestó en salir del coche, sabiendo que yo no aceptaría que me llevara. Me desconcertaba que William lo tuviera perdiendo el tiempo por ahí sólo por si yo quería que me llevara a algún sitio. No tenía sentido, a menos que William se sintiese culpable. Yo odiaba la culpa, odiaba que ésta afligiera a tantas personas que formaban parte de mi vida. Deseaba que simplemente la ignoraran y siguieran adelante. Como yo intentaba hacer.



La mañana en Waters Field & Leaman pasó rápidamente porque tenía a Will, el nuevo asistente, que también me ayudaba a hacer mi trabajo habitual. Me alegraba que no tuviese miedo a hacer montones de preguntas, porque así me mantenía ocupada y evitaba que contara los segundos, minutos y horas desde la última vez que había visto a William.



—Tienes buen aspecto, Maite —dijo Mark la primera vez que fui a verlo a su despacho —. ¿Estás bien?



—La verdad es que no. Pero lo estaré.



Se inclinó hacia delante apoyando los codos en su mesa. —Steven y yo rompimos una vez, cuando llevábamos alrededor de año y medio de relación. Habíamos pasado un par de semanas malas y decidimos terminar. Fue terrible —dijo con vehemencia—. Odié cada minuto. Levantarme por las mañanas era una verdadera hazaña y para él fue lo mismo. Así que, bueno... Si necesitas algo...



—Gracias. Lo mejor que puedes hacer por mí ahora mismo es mantenerme ocupada. No quiero tener tiempo para pensar en nada que no sea trabajo.



—Eso puedo hacerlo.



Cuando llegó la hora del almuerzo, Will y yo recogimos a Megumi y fuimos a una pizzería cercana. Megumi me puso al tanto de su relación con su cita a ciegas y Will nos habló de sus aventuras en Ikea y de que él y su novia estaban equipando su loft con muebles que estaban montando ellos mismos. Me alegré de poder hablar de mi día de tratamientos de belleza.



—Vamos a ir a los Hamptons este fin de semana —dijo Megumi cuando volvíamos al Crossfire—. Los abuelos de mi chico tienen una casa allí. ¿No os parece estupendo?



—Mucho. —Pasé a su lado por los torniquetes de la entrada—. Me da envidia que puedas huir del calor.



—Lo sé.



—Mejor que montar muebles —murmuró Will siguiendo a un grupo de personas que subían en uno de los ascensores—. Estoy deseando acabar.



Las puertas empezaron a cerrarse y, entonces, se abrieron de nuevo.



William entró en el ascensor después de nosotros. La energía familiar y palpable que siempre fluía entre nosotros me llegó con fuerza. Un estremecimiento me bajó por la columna vertebral y estalló hacia fuera, haciendo que la carne de gallina recorriera mi piel. El pelo de la nuca me picaba.



Megumi me miró y yo negué con la cabeza. Sabía que era mejor no mirarle directamente. No estaba segura de no terminar haciendo algo imprudente o desesperado. Lo deseaba con toda mi alma y había pasado mucho tiempo desde que me había tenido. Antes tenía derecho a tocarle, a agarrarle de la mano, a echarme sobre él, a pasarle los dedos por el pelo.



En mi interior sentí el terrible dolor de que ya no se me permitiera hacer esas cosas. Tuve que morderme el labio para sofocar un gemido de agonía por volver a estar tan cerca de él.



Mantuve la cabeza agachada, pero sentí los ojos de William puestos en mí. Seguí hablando con mis compañeros de trabajo, obligándome a centrarme en la conversación de los muebles y los acuerdos necesarios para vivir con alguien del sexo opuesto.



A medida que el ascensor siguió con su ascenso y sus frecuentes paradas, el número de gente en la cabina se redujo. Yo era plenamente consciente de dónde estaba William, sabiendo que nunca montaba en ascensores tan llenos de gente, sospechando, esperando y rezando porque simplemente quisiera verme, estar conmigo, aunque sólo fuese de este modo tan terriblemente impersonal.



Cuando llegamos a la planta número veinte respiré hondo y me dispuse a salir, odiando la inevitable separación de la única persona en el mundo que me hacía sentir realmente viva.



Las puertas se abrieron. —Espera.



Cerré los ojos. Me detuvo aquella orden proferida con su voz ronca y baja. Yo sabía que tenía que continuar caminando como si no le hubiese oído. Sabía que iba a sufrir mucho más si le daba más de mí, aunque sólo fuera un minuto más de mi vida. Pero ¿cómo iba a resistirme? Nunca sería capaz de hacerlo cuando se trataba de William.



Me hice a un lado para que mis compañeros pudiesen salir. Will frunció el ceño cuando yo no los seguí, confundido, pero Megumi tiró de él para que saliera. Las puertas se cerraron. Yo me fui a un rincón con el corazón acelerado. William esperó en el lado opuesto, irradiando expectación y necesidad. Mientras subíamos a la planta superior, mi cuerpo reaccionó ante su deseo casi palpable. Los pechos se me hincharon y me volví pesada. El sexo se me agrandó y se volvió húmedo. Estaba ávida de él.



Necesitada. La respiración se me aceleró.



Ni siquiera me había tocado y yo casi jadeaba de deseo.



El ascensor se detuvo. William sacó la llave de su bolsillo y la metió en el panel dejando el ascensor sin servicio. Entonces, se acercó a mí.



Había apenas unos centímetros entre los dos. Yo mantuve la cabeza agachada mirando sus resplandecientes zapatos de tacón bajo. Oí su respiración, profunda y rápida como la mía. Olí el sutil aroma masculino de su piel y el corazón me dio un brinco. —Date la vuelta, Maite.


Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escuchar aquel conocido y querido tono autoritario. Cerré los ojos, me giré y, a continuación, ahogué un grito cuando inmediatamente se echó sobre mi espalda, aplastándome contra la pared de la cabina. Entrelazó sus dedos con los míos sujetándome las manos por encima de los hombros.



—Estás muy guapa —susurró acariciando mi pelo con la nariz—. Me duele al mirarte.



—William, ¿qué estás haciendo?



Sentí el deseo que salía de él y me envolvía. Su poderosa constitución era fuerte y caliente y vibraba por la tensión. Estaba empalmado y su gruesa polla ejercía una firme presión contra la que no pude evitar apretarme. Lo deseaba. Lo quería dentro de mí. Llenándome.



Completándome. Estaba vacía sin él.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:44 pm

Respiró hondo con una fuerte sacudida. Flexionaba los dedos nerviosamente entre los
míos, como si quisiera tocarme por todas partes pero se contuviese.



Sentí el anillo que le había regalado clavándose en mi carne. Giré la cabeza para verlo y me puse tensa cuando lo vi, confundida y angustiada. —¿Por qué? —susurré—. ¿Qué quieres de mí? ¿Un orgasmo? ¿Quieres follarme, Willliam? ¿Es eso? ¿Correrte dentro de mí?



Soltó un bufido al oír esas crudas palabras en su cara. —No sigas.



—¿No quieres que le ponga nombre a lo que es esto? —dije cerrando los ojos—. De acuerdo. Simplemente hazlo. Pero no te pongas ese anillo ni actúes como si fuera lo que no es.



—Nunca me lo quito. Ni me lo quitaré. Nunca. —Su mano derecha soltó la mía y se la metió en el bolsillo. Vi cómo deslizaba de nuevo en mi dedo el anillo que me había regalado y, a continuación, se llevó mi mano a la boca.



La besó y, después, apretó sus labios sobre mi sien rápido, con fuerza y con furia. —Espera —dijo bruscamente.



Entonces, se fue. El ascensor empezó a bajar. Mi mano derecha se cerró en un puño y yo me aparté de la pared, respirando con dificultad.



Esperar. ¿A qué?

18

Cuando salí del ascensor en la planta veinte iba con paso sereno y decidido. Megumi me vio a través de las puertas de seguridad y se puso de pie. —¿Va todo bien? Me detuve en su mesa.



—No tengo la más jodida idea. Ese hombre es toda una experiencia.



Me miró con sorpresa. —Mantenme informada.



Lo que debería hacer es escribir un libro —murmuré, volviendo a retomar mi camino hacia mi cubículo y preguntándome por qué demonios todo el mundo estaba tan interesado en mi vida amorosa.



Cuando llegué a mi mesa dejé el bolso en el cajón y me senté para llamar a Cary. —Hola —dije cuando contestó—. Por si te aburres...



—¿Por si? —bufó.



—¿Recuerdas esa carpeta con información sobre William que recopilaste? ¿Puedes hacerme una igual sobre el doctor Terrence Lucas?



—De acuerdo. ¿Lo conozco?



—No. Es un pediatra.



Hubo una pausa. —¿Estás embarazada? —preguntó después.



—¡No! Por Dios. Y si lo estuviese, necesitaría a un tocólogo.



—¡Uf! Vale. Deletréame su nombre.



e di a Cary lo que necesitaba y, después, busqué la consulta del doctor Lucas y pedí una cita para verle. —No voy a necesitar rellenar ningún papel como paciente nuevo —le dije al recepcionista—. Sólo quiero una consulta rápida.



Después de eso, llamé a Vidal Records y le dejé un mensaje a Christopher para que me llamara. —Cuando Mark volvió del almuerzo, fui a su despacho y llamé a su puerta abierta.



—Hola. Necesito pedirte una hora por la mañana para asistir a una cita. ¿Te parece bien si vengo a las diez y me quedo hasta las seis?



—De diez a cinco está bien, Maite. —Me miró con atención—. ¿Va todo bien?



—Cada día mejor.



—Bien. —Sonrió—. Me alegra mucho oírlo.



Volvimos a sumergirnos en el trabajo, pero William seguía ocupando mi mente. No paraba de mirarme el anillo, recordando lo que había dicho la primera vez que me lo dio: «Las equis son mi forma de aferrarme a ti».



Esperar. ¿A él? ¿Esperar a que vuelva a mí? ¿Por qué? No entendía por qué se había apartado de mí de la forma en que lo había hecho y que, después, esperara volver a recuperarme. Sobre todo, estando Corinne en escena.



Pasé el resto de la tarde repasando mentalmente las últimas semanas, recordando conversaciones que había mantenido con William, cosas que él había dicho o hecho, buscando respuestas. Cuando salí del Crossfire al final de la jornada, vi el Bentley esperando en la puerta y saludé con la mano a Angus, quien me respondió con una sonrisa. Yo tenía problemas con su jefe, pero Angus no tenía la culpa de ellos.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:45 pm

***

En la calle hacía calor y bochorno. Terrible. Fui a la tienda de la esquina a comprar una botella de agua fría para bebérmela de camino a casa y un paquete de mini- chocolatinas para comérmelas después de la clase de Krav Maga. Cuando salí de la tienda, Angus estaba esperando justo en el bordillo de delante, siguiéndome de cerca. Al girar la esquina de nuevo en dirección hacia el edificio Crossfire para volver a casa, vi que William salía a la calle con Corinne. Tenía la mano apoyada en la parte inferior de la espalda de ella y la acercaba a un elegante automóvil negro de marca Mercedes que reconocí como uno de los suyos. Ella sonreía. La expresión de él era indescifrable.



Horrorizada, no podía moverme ni apartar la mirada. Me quedé allí, en mitad de la acera abarrotada de gente, con el estómago retorciéndose por el dolor, la rabia y una terrible y espantosa sensación de traición. Él levantó la vista y me vio, quedándose inmóvil en el sitio igual que yo.


El chófer latino al que conocí el día que llegó mi padre abrió la puerta de atrás y Corinne desapareció en el interior del coche. William continuó donde estaba, con sus ojos fijos en los míos. Era imposible que no viera cómo levantaba la mano y le hacía una peineta con el dedo. De repente, me asaltó una idea.



Le di la espalda a William, me hice a un lado y me puse a buscar el teléfono en el bolso. Cuando lo encontré pulsé la marcación automática de mi madre. —Ese día que salimos a comer con Megumi tú te asustaste cuando volvíamos al Crossfire —le dije cuando contestó—. Lo viste, ¿verdad? A Nathan. Viste a Nathan en el Crossfire.



—Sí —admitió—. Por eso Richard decidió que sería mejor pagarle lo que quería. Nathan dijo que se mantendría alejado de ti siempre que consiguiera el dinero para irse del país. ¿Por qué lo preguntas?



—No se me había ocurrido hasta ahora mismo que Nathan fue el motivo por el que reaccionaste de aquel modo. —Volví a darme la vuelta y empecé a caminar rápidamente en dirección a casa. El Mercedes había desaparecido, pero mi mal humor iba en aumento—. Tengo que dejarte, mamá. Te llamo luego.



—¿Va todo bien? —me preguntó preocupada.



—Todavía no, pero estoy en ello.



—Estoy aquí para lo que necesites.



Solté un suspiro. —Lo sé. Estoy bien. Te quiero.



Cuando llegué a casa, Cary estaba sentado en el sofá con el portátil en las piernas y los pies descalzos sobre la mesita. —Hola —dijo con la mirada aún en la pantalla.



Yo dejé mis cosas y me quité los zapatos de una patada. —¿Sabes una cosa?



Levantó los ojos hacia mí por debajo de un mechón de pelo que había caído sobre ellos.—¿Qué?



—Creía que William me había dejado por culpa de Nathan. Todo iba bien y, de repente, ya no. Y poco después, la policía vino a contarnos lo de Nathan. Supuse que las dos cosas estaban relacionadas.



—Tiene sentido —dijo frunciendo el ceño—. Supongo.



—Pero Nathan estuvo en el Crossfire el lunes antes de que te atacaran. Sé que fue allí a ver a William. Lo sé. Nathan no iría allí para verme a mí. No a un lugar con tanta seguridad y tantas personas que conozco a mi alrededor.



Él se apoyó en el respaldo. —Muy bien. Entonces, ¿qué significa?



—Significa que William estaba bien después de ver a Nathan. —Levanté las manos—. Estuvo bien toda la semana. Estuvo mejor que bien ese fin de semana que nos fuimos juntos. Estaba bien el lunes por la mañana después de que volviéramos. Y luego... ¡pum!... Se le fue la cabeza y se volvió loco conmigo el lunes por la noche.



—Te sigo.



—Entonces, ¿qué pasó el lunes?



Cary me miró sorprendido. —¿Me lo preguntas a mí?



—Joder. —Me agarré el pelo con las manos—. Se lo pregunto al maldito universo. A Dios. A quien sea. ¿Qué demonios le pasó a mi novio?



—Pensaba que habíamos acordado que se lo ibas a preguntar.



—He tenido dos respuestas suyas: «Confía en mí» y «Espera». Hoy me ha vuelto a dar mi anillo. —Le enseñé la mano—. Y él sigue llevando el que yo le regalé. ¿Tienes idea
de lo confuso que es todo esto? No son simples anillos, son promesas. Son símbolos de propiedad y compromiso. ¿Por qué sigue llevando el suyo? ¿Por qué es tan importante para él que yo lleve el mío? ¿De verdad cree que lo voy a esperar mientras se foll*** a Corinne para desahogarse?



—¿Eso es lo que crees que está haciendo? ¿De verdad?



Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás. —No. Y no sé si eso me convierte en una ingenua o en una ilusa testaruda.



—¿El tal doctor Lucas tiene algo que ver con esto?



—No. —Me incorporé y me senté con él en el sofá—. ¿Has encontrado algo?



—Nena, es un poco difícil cuando no sé qué es lo que estoy buscando.



—Se trata tan sólo de un presentimiento. —Miré la pantalla—. ¿Qué es eso?



—La transcripción de una entrevista que le hicieron ayer a Brett en una radio de Florida.



—Ah. ¿Y para qué la lees?



—Estaba escuchando la canción de «Rubia», he decidido buscar cosas sobre ella y ha aparecido esto.



Traté de leer, pero era difícil desde mi ángulo. —¿Qué dice?



—Le han preguntado si de verdad existe una Maite y él ha contestado que sí, que existe, que recientemente se ha vuelto a poner en contacto con ella y que espera que funcione esta segunda vez.



—¿Qué? ¡No!



—Sí. —Cary sonrió—. Así que ya tienes sustituto en caso de que Cross no se aclare.



Me puse de pie. —Me da igual. Tengo hambre. ¿Quieres algo?



—Si te ha vuelto el apetito, es una buena señal.



—Todo vuelve —dije—. Y con ganas.



A la mañana siguiente esperé a Angus en la acera. Apareció y Paul, el portero de mi edificio, me abrió la puerta de atrás. —Buenos días, Angus —lo saludé.



—Buenos días, señorita Tramell. —Me miró a través del espejo retrovisor y sonrió.


Mientras ponía el coche en marcha me incliné hacia delante entre los dos asientos delanteros. —¿Sabes dónde vive Corinne Giroux?



Me miró. —Sí.



Yo me apoyé en el respaldo de mi asiento. —Ahí es adonde quiero ir.



Dije mi nombre en la recepción y esperé veinte minutos hasta que me dieron permiso para subir a la décima planta. Llamé al timbre de su apartamento y la puerta se abrió apareciendo una Corinne ruborizada y despeinada, vestida con una bata de seda negra que le llegaba a los pies. Estaba realmente guapa con su pelo negro y sedoso y sus ojos de aguamarina y se movía con una ágil elegancia que admiré en ella. Yo iba con mi vestido favorito gris y sin mangas y me alegré de haberlo hecho.



Ella me hacía sentir muy poco atractiva. —Maite —dijo con voz entrecortada—. Qué sorpresa.



—Siento irrumpir sin haber sido invitada. Sólo necesito hacerte una pregunta rápida.



—Ah. —Mantuvo la puerta parcialmente cerrada y se apoyó en el quicio.



—¿Puedo pasar? —pregunté con voz firme.



—Pues... —Miró hacia atrás—. Será mejor que no lo hagas.



—No me importa si estás acompañada y te prometo que no tardaré más de un minuto.



—Maite. —Se lamió los labios—. ¿Cómo te lo puedo decir...?



Las manos me temblaban y mi estómago no paraba de agitarse mientras mi cerebro se mofaba de mí con imágenes de William desnudo detrás de ella y el polvo de la mañana interrumpido por una exnovia que no se enteraba. Yo sabía muy bien lo mucho que le gustaba el sexo por las mañanas. Lo conocía lo suficiente como para decir: —Déjate de idioteces, Corinne.



Abrió los ojos de par en par.



Yo adopté una sonrisa burlona. —William está enamorado de mí. No está folland*** contigo.



Ella se recuperó enseguida. —Tampoco está folland*** contigo. Lo sabría, puesto que pasa todo su tiempo libre conmigo.



Bien. Hablaríamos de ello en el rellano. —Lo conozco. No siempre le comprendo, pero eso es otra historia. Sé que te habrá dicho directamente que tú y él no vais a ninguna parte porque no quiere engañarte. Ya te hizo daño antes. No volvería a hacerlo.



—Todo esto es fascinante. ¿Sabe él que estás aquí?



—No, pero se lo vas a decir tú. Y no me importa. Sólo quiero saber qué estabas haciendo en el Crossfire aquel día que saliste con aspecto de recién follada igual que ahora. Su sonrisa era afilada.



—¿Qué crees tú que estaba haciendo?



—No con William—respondí con decisión, pese a que en silencio rezaba por no estar comportándome como una verdadera imbécil—. Me viste, ¿verdad? Desde el
vestíbulo, tenías una vista directa del otro lado de la calle y me viste. William te dijo en la cena del Waldorf que yo era de las celosas. ¿Echaste un polvete con alguien de los otros despachos? ¿O te revolviste el pelo antes de salir?



Vi la respuesta en su cara. Fue tan rápido como un rayo, apareció y desapareció, pero lo vi. —Las dos opciones son absurdas —contestó.



Yo asentí, saboreando un momento de profundo alivio y satisfacción. —Escucha. Nunca vas a conseguirlo del modo que quieres. Y sé lo mucho que eso duele. Llevo dos semanas sufriéndolo. Lo siento por ti. De verdad.



—Podéis iros a la mierd*** tú y tu compasión —espetó—. Ahórratela para ti. Soy yo la que pasa su tiempo con él.



—Y eso es lo que te salva, Corinne. Si prestas atención, sabrás que te está haciendo sufrir ahora mismo. Sé su amiga. —Me dirigí de nuevo a los ascensores—. Que tengas un buen día —dije mirando hacia atrás.



Cerró de un portazo.



Cuando regresé al Bentley, le dije a Angus que me llevara a la consulta del doctor Terrence Lucas. Él se detuvo mientras cerraba la puerta y se me quedó mirando. —William se va a enfadar, Maite.



Asentí, dándome por avisada. —Ya me encargaré de eso cuando ocurra.



El edificio donde estaba la consulta privada del doctor Lucas era sencillo, pero su consulta era cálida y acogedora. La sala de espera estaba recubierta de madera oscura y las paredes llenas con retratos mezclados de niños y bebés. Había revistas destinadas a padres sobre las mesas y bien ordenadas en estantes, mientras que la zona dedicada a juegos estaba limpia y vigilada.



Me presenté y tomé asiento, pero apenas me había sentado cuando me llamó la enfermera. Me llevó al despacho del doctor Lucas, no a una sala de reconocimiento
médico, y cuando entré, él se levantó de la silla y rodeó la mesa rápidamente. —Maite. —Extendió la mano y se la estreché—. No tenías por qué pedir cita.



—No sabía de qué otra forma ponerme en contacto contigo.



—Siéntate.



Me senté, pero él permaneció de pie, prefiriendo apoyarse en la mesa y agarrarse al filo con las dos manos. Aquélla era una postura de poder y me pregunté por qué sentía que necesitaba hacer uso de él conmigo.



—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó. Tenía una actitud de tranquilidad y seguridad y una sonrisa amplia y abierta. Con su buena apariencia y su comportamiento afable estuve segura de que cualquier madre confiaría en sus aptitudes y su integridad.



—William Cross fue paciente tuyo, ¿verdad?



Su expresión cambió al instante y se volvió tensa. —No tengo libertad para hablar de mis pacientes.



—Cuando en el hospital me hablaste de esa falta de libertad para hablar no até cabos como debería haber hecho. —Mis dedos golpeteaban el brazo del sillón—. Le mentiste a su madre. ¿Por qué?



Él volvió al otro lado de la mesa, dejando que el mueble se interpusiera entre los dos. —¿Eso te ha dicho él?



—No. Lo estoy dilucidando sobre la marcha. Hipotéticamente hablando, ¿por qué ibas a mentir sobre los resultados de un examen médico?


—No lo haría nunca. Tienes que irte.



—Vamos. —Me apoyé en el respaldo y crucé las piernas—. Esperaba más de ti. ¿Dónde están esas afirmaciones de que William es un monstruo desalmado empeñado en corromper a las mujeres de todo el mundo?



—He hecho lo que debía y te he advertido. —Su mirada era dura y tenía los labios encorvados con gesto de desdén. Ya no estaba tan atractivo—. Si sigues echando tu vida a perder no hay nada que yo pueda hacer al respecto.



—Voy a averiguarlo. Sólo necesitaba ver tu cara. Quería saber si tenía razón.



—No la tienes. Cross no fue nunca paciente mío.



—Cuestión de semántica. Su madre acudió a ti. Y mientras te dedicas a estar furioso por el hecho de que tu mujer se hubiese enamorado de él, piensa en lo que le hiciste a un niño pequeño que necesitaba ayuda. —Mi voz adoptó un tono de impaciencia a medida que iba brotando la rabia. No podía pensar en lo que le había ocurrido a William sin desear emplear la violencia contra alguien que había contribuido a su sufrimiento.



Descrucé las piernas y me puse de pie. —Lo que pasó entre él y tu mujer ocurrió entre dos adultos que sabían lo que hacían. Lo que le pasó a él cuando era niño fue un delito y la forma en que tú contribuiste a ello fue una farsa.



—Vete.



—Con mucho gusto. —Abrí la puerta y casi me choco con William, que estaba apoyado contra la pared justo al lado del despacho. Su mano me agarró por la parte superior del brazo, pero sus ojos estaban dirigidos al doctor Lucas, una mirada gélida llena de furia y odio.



—Mantente alejado de ella —dijo con tono áspero.



La sonrisa de Lucas se llenó de malicia. —Ha sido ella la que me ha buscado.



La sonrisa que le devolvió William me estremeció. —Si ves que ella se acerca, te sugiero que salgas corriendo en la dirección opuesta.



—Qué curioso. Ése es el consejo que yo le he dado a ella con respecto a ti.



Le hice un corte de mangas al buen doctor.



Con un bufido, William me agarró de la mano y tiró de mí por el vestíbulo. —¿Qué es eso de ir haciéndole cortes de mangas a la gente?



—¿Qué? Es un clásico.



—¡No puede irrumpir aquí sin más! —exclamó la recepcionista cuando pasamos junto al mostrador.



Él la miró. —Puede anular esa llamada a los de seguridad, ya nos vamos.



Salimos al pasillo. —¿Me ha delatado Angus? —murmuré tratando de soltar mi brazo.



—No. Y deja de escabullirte. Todos los coches tienen localización por GPS.



—Estás loco. ¿Lo sabes?



Pulsó el botón del ascensor con un golpe y me miró. —¿Yo? ¿Y tú? Estás por todos lados. Con mi madre, con Corinne, con el maldito doctor Lucas. ¿Qué cojo*** estás haciendo, Maite?



—No es asunto tuyo —contesté desafiante—. Hemos roto, ¿recuerdas?



Apretó la mandíbula. Estaba allí con su traje, con un aspecto tan pulcro y urbano, mientras irradiaba una energía salvaje y febril. El contraste entre lo que veía cuando lo miraba y lo que sentía provocaba mi deseo. Me gustaba que me hubiese tocado a mí el hombre que había dentro de ese traje. Cada delicioso e indomable centímetro de su cuerpo.



El ascensor llegó y entramos en él. La excitación me recorría de arriba abajo. Había venido a por mí. Eso lo volvía muy atractivo. Introdujo una llave en el tablero de botones del ascensor.



—¿Hay algo en Nueva York que no te pertenezca? —refunfuñé.



Se echó sobre mí al instante, haciendo que me pusiera de puntillas para que el contacto fuera mayor.



Hundió los dientes en mi labio inferior con la suficiente fuerza como para hacerme daño. —¿Crees que diciendo unas cuantas palabras vas a terminar con lo nuestro? No vamos a terminar, Maite.



Me empujó contra un lado de la cabina. Estaba clavada por un hombre de un metro noventa muy excitado. —Te echo de menos —susurré agarrándole el cul*** y atrayéndolo a mí con más fuerza.



—Cielo —respondió con un gemido.



Me estaba besando. Besos profundos y descaradamente desesperados que hicieron que apretara los dedos de los pies dentro de mis zapatos. —¿Qué estás haciendo? —susurró—. Vas por ahí revolviéndolo todo.



—Me sobra tiempo desde que dejé al estúpid*** de mi novio —contesté jadeando también.



Él soltó un gruñido de intensa pasión y me tiraba del pelo con tanta fuerza que me dolía. —No puedes arreglar esto con un beso o un polvo, William. Esta vez no.



—Me costaba dejarlo marchar, era casi imposible tras varias semanas en las que se me había negado el derecho y la oportunidad de tocarle. Lo necesitaba.



Apretó la frente contra la mía. —Tienes que confiar en mí.



Coloqué las manos sobre su pecho y le empujé. Él me dejó, buscando mis ojos con los suyos. —No si no me hablas. —Levanté la mano, saqué la llave del panel y se la di. El ascensor empezó a descender—. Me has sometido a un infierno. A posta. Me has hecho sufrir. Y no veo un final a la vista. No sé qué coñ*** haces, campeón, pero esta mierd*** del doctor Jekyll y Mister Hyde no va conmigo.



Se metió la mano en el bolsillo con movimientos lentos y contenidos, que era cuando se volvía más peligroso. —Eres imposible de controlar.



—Cuando estoy vestida. Vete acostumbrando. —Las puertas del ascensor se abrieron y salí. Me puso la mano en la espalda y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Aquella
caricia inofensiva por encima de varias capas de tejido me incitaba a la lujuria desde el principio—. Si vuelves a poner la mano en la espalda de Corinne como haces ahora, te rompo los dedos.


—Sabes que no quiero a ninguna otra —murmuró—. No puedo. Me consume el deseo que tengo de ti.



Tanto el Bentley como el Mercedes esperaban en la calle. El cielo se había oscurecido mientras estuve dentro, como si estuviera pensativo, como el hombre que estaba a mi lado. Había en el aire una fuerte expectación, como una señal de que se avecinaba una tormenta de verano.



Me detuve bajo la marquesina de la puerta y miré a William. —Diles que vayan juntos. Tenemos que hablar.



—Ése era el plan.



Angus se tocó la visera de su gorra y se colocó tras el volante. El otro conductor se acercó a William y le dio unas llaves. —Señorita Tramell —dijo a modo de saludo.



—Eva, éste es Raúl.



—Ya nos conocemos —dije—. ¿Le diste el mensaje que te dejé la última vez?



Los dedos de William se apretaron contra mi espalda. —Lo hizo.



Sonreí. —Gracias, Raúl.



Raúl pasó al asiento del pasajero del Bentley mientras William me acompañaba al Mercedes y me abría la puerta. Sentí un pequeño estremecimiento cuando él se sentó tras el volante y ajustó el asiento para adecuarlo a sus largas piernas. Puso en marcha el motor y se unió al tráfico, conduciendo con destreza y confianza el potente coche a través de la locura de las calles de la ciudad de Nueva York.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:46 pm

—Verte conducir hace que te desee —le dije, notando cómo sus manos se aferraban
con más fuerza al volante.



—Dios mío. —Me miró—. Tienes un fetiche relacionado con los coches.



—Tengo un fetiche relacionado con William. —Bajé la voz—. Han pasado semanas.



—Y he odiado cada segundo de ellas. Esto supone un tormento para mí, Maite. No puedo concentrarme. No puedo dormir. Pierdo los estribos con el más mínimo fastidio. Mi vida es un infierno sin ti.



Yo nunca quise que sufriera, pero mentiría si dijera que mi tristeza no se aliviaba al saber que me echaba de menos tanto como yo a él. Me giré en mi asiento para mirarle. —¿Por qué nos estás haciendo esto?



—Tuve una oportunidad y la aproveché. —Su mandíbula se endureció —. Esta separación es el precio. No será para siempre. Necesito que seas paciente.



Negué con la cabeza. —No, William. No puedo. No más.



—No me vas a dejar. No voy a permitírtelo.



—Ya lo he hecho. ¿No te das cuenta? Estoy haciendo mi vida y tú no estás en ella.



Estoy en todos los aspectos que puedo estar ahora mismo.



—¿Diciéndole a Angus que mi siga por ahí? Venga ya. Eso no es una relación. — Apoyé la mejilla en el asiento—. Al menos, no la que yo quiero.



—Maite. —Dejó escapar el aire con fuerza—. Mi silencio es el menor de dos males. Tengo la sensación de que tanto si te lo cuento como si no, te estoy apartando de mí, pero las explicaciones acarrean un riesgo mayor. Crees que quieres que te las dé, pero si lo hago, te arrepentirás. Confía en mí cuando te digo que hay ciertos aspectos de mi vida que no quieres conocer.



—Tienes que darme algo con lo que aguantar. —Coloqué la mano sobre su muslo y sentí cómo se le tensaba el músculo y, a continuación, se retorcía respondiendo a mi caricia—. Ahora mismo no tengo nada. Estoy vacía.



Puso su mano sobre la mía.—Confía en mí. A pesar de que creas lo contrario, has llegado a confiar en lo que sabes. Eso es mucho, Maite. Para los dos. Para nosotros.



—No existe un nosotros.



—Deja de decir eso.



—Querías mi confianza ciega y la tienes, pero eso es todo lo que puedo darte. Has compartido conmigo una parte muy pequeña de ti y yo lo he aceptado porque te tenía. Y ahora no...



—Me tienes —protestó.



—No de la forma en que te necesito. —Levanté un hombro encogiéndolo de una forma torpe—. Me has dado tu cuerpo y yo he estado ávida de él porque era el único modo en que te abrías ante mí. Y ahora no lo tengo. Y cuando miro lo que sí tengo, son sólo promesas. No es suficiente para mí. En tu ausencia, lo único que tengo es un montón de cosas que no me quieres contar.



Él miraba fijamente hacia delante, manteniendo el perfil rígido.



Retiré la mano de debajo de la suya y me giré hacia el otro lado, dándole la espalda mientras miraba por la ventanilla la pululante ciudad.



—Maite, si te pierdo me quedaré sin nada —dijo con voz quebrada—. Todo lo que he hecho ha sido para no perderte.



—Necesito más. —Apoyé la frente en el cristal—. Si no puedo tener tu exterior, necesito tu interior, pero no me dejas entrar.



Avanzamos en silencio, arrastrándonos por el tráfico de la mañana.



Una gruesa gota de lluvia golpeó el parabrisas seguida de otra más.



—Después de que mi padre muriera lo pasé mal teniendo que enfrentarme a los cambios —dijo en voz baja—. Recuerdo que la gente lo apreciaba, que le gustaba estar cerca de él. Los estaba haciendo ricos a todos. Y luego, de repente, el mundo se puso boca abajo y todo el mundo le odió. Mi madre, que había sido muy feliz durante toda aquella época, lloraba sin parar. Y ella y mi padre se peleaban todos los días. Eso es lo que más recuerdo, los gritos y los chillidos constantes.



Lo miré, estudiando su pétreo perfil, pero no dije nada, temerosa de echar a perder
aquel momento. —Ella se volvió a casar enseguida. Nos fuimos de la ciudad. Se quedó embarazada. Yo nunca sabía cuándo me cruzaba con alguien a quien mi padre había jodido y tragué mucha mierd*** de otros niños. De sus padres. De profesores. Era la gran noticia. Incluso hoy la gente sigue hablando de mi padre y de lo que hizo. Yo estaba furioso. Con todos. Tenía pataletas constantemente. Rompía cosas.



Se detuvo en un semáforo respirando con dificultad. —Cuando llegó Christopher, fui a peor, y cuando cumplió cinco años, me imitaba, con berrinches en la cena y empujando su plato en la mesa para tirarlo al suelo. Mi madre estaba embarazada de Ireland en aquel entonces y ella y Vidal decidieron que había llegado el momento de llevarme a terapia.


Las lágrimas caían por mi rostro al imaginar aquella escena que había descrito del niño que había sido, asustado, sufriendo y sintiéndose como un extraño en la nueva vida de su madre. —Vinieron a casa, la psiquiatra y el estudiante de doctorado al que ella supervisaba. Empezaron enseguida. Los dos eran agradables, atractivos y pacientes. Pero pronto la psiquiatra empezó a pasar más tiempo tratando a mi madre, que estaba teniendo un embarazo difícil, además de dos hijos pequeños que estaban fuera de control. Me dejaban solo con él cada vez con mayor frecuencia.



William se detuvo y aparcó. Sus manos agarraban el volante con enorme fuerza y la garganta se le movía. El continuo tamborileo de la lluvia se calmó para dejarnos a solas con nuestras dolorosas verdades. —No tienes por qué contarme nada más —susurré, desabrochándome el cinturón de seguridad y extendiendo los brazos hacia él. Le acaricié la cara con los dedos húmedos por las lágrimas.



Sus fosas nasales se ensancharon al inhalar aire con fuerza. —Me obligaba a que me corriera. Cada maldita vez, no paraba hasta que me corría, y de ese modo podía decir que me había gustado.



Me quité los zapatos y retiré su mano del volante para así poder montarme a horcajadas en su regazo y abrazarlo. Me agarró con una fuerza terrible, pero no me quejé. Estábamos en una calle muy concurrida, con multitud de coches que pasaban con gran estruendo por un lado y con montones de peatones por el otro, pero a ninguno de
los dos nos importó. Él temblaba con gran violencia, como si estuviese llorando de forma descontrolada, pero no emitía ningún ruido ni derramaba ninguna lágrima. El cielo lloraba por él y la lluvia caía con fuerza y rabia, convirtiéndose en vapor al llegar al suelo. Agarrando su cabeza entre mis manos, apreté mi cara húmeda contra la suya.



—Ya está, cariño. Te entiendo. Sé lo que se siente, el modo en que se regodean después. Y la vergüenza, la confusión y la sensación de culpa. No es culpa tuya. Tú no querías. No disfrutabas.



—Al principio, dejé que me tocara —susurró—. Decía que era mi edad... las hormonas... que necesitaba masturbarme y así me tranquilizaría. Que estaría menos enfadado. Me tocaba, decía que me iba a enseñar a hacerlo bien. Que yo lo hacía mal...



—William, no. —Me retiré para mirarle, imaginándome cómo seguiría a partir de ahí, las cosas que le debió decir para que pareciera que era William el instigador de su propia violación—. Eras un niño en manos de un adulto que conocía los botones adecuados que debía pulsar. Quieren que sea culpa nuestra para así no ser culpables de su delito, pero no es verdad.



Sus ojos me miraban enormes y oscuros en su pálido rostro.



Acerqué suavemente mis labios a los suyos saboreando mis lágrimas. —Te quiero. Y te creo. Y nada de esto ha sido culpa tuya.



Las manos de William estaban en mi pelo, agarrándome mientras él saqueaba mi boca con besos desesperados. —No me dejes.



—¿Dejarte? Voy a casarme contigo.



Inspiró bruscamente. Después, me atrajo más a él y sus manos se deslizaron por mi cuerpo de forma despreocupada y violenta.



Un golpeteo impaciente contra la ventana hizo que diera un brinco de sorpresa. Un policía con chubasquero y chaleco reflectante nos miraba a través del cristal sin tintar del asiento delantero, frunciendo el ceño bajo la visera de su gorra.



—Tienen treinta segundos para marcharse o les denunciaré a los dos por escándalo público.



Avergonzada y con el rostro encendido bajé hasta mi asiento y caí sobre él de una forma poco elegante. William esperó a que me abrochara el cinturón y, a continuación, puso el coche en marcha. Se dio un toque en la frente a modo de saludo al oficial y volvió a unirse al tráfico.



Me cogió la mano y se la llevó a los labios, besándome las yemas de los dedos. —Te quiero.



Me quedé inmóvil y el corazón se me aceleró.



Entrelazando los dedos, los puso sobre su muslo. Los limpiaparabrisas se movían a uno y otro lado, y su ritmo cadencioso imitaba los latidos de mi corazón. —Dilo otra vez —susurré tragando saliva.



Él se detuvo en un semáforo. Girando la cabeza, William me miró.



Parecía agotado, como si toda su habitual y vibrante energía se hubiese acabado y estuviese echando humo. Pero sus ojos eran cálidos y brillantes y la sonrisa de su boca encantadora y esperanzada. —Te quiero. Sigue sin ser la expresión correcta, pero sé que quieres oírla.



—Necesito oírla —confirmé en voz baja.



—Mientras entiendas la diferencia. —El semáforo cambió y el coche siguió avanzando —. La gente se olvida del amor. Pueden vivir sin él, pueden seguir adelante. El amor se puede perder y volver a encontrarse. Pero a mí no me pasará eso. Yo no podré sobrevivirte, Maite.



Se me cortó la respiración cuando vi su cara y cómo me miraba. —Estoy obsesionado contigo, cielo. Soy adicto a ti. Eres todo lo que he querido y he necesitado siempre, todo lo que he soñado. Lo eres todo. Vivo y respiro por ti. Por ti.



Coloqué mi otra mano sobre las nuestras ya unidas. —Hay muchas otras cosas ahí afuera para ti, sólo que no lo sabes todavía.



—No necesito nada más. Me levanto de la cama todas las mañanas y me enfrento al mundo porque tú estás en él. —Giró por una calle y se detuvo en la puerta del
Crossfire detrás del Bentley. Paró el motor, soltó su cinturón de seguridad y respiró hondo.



—Por ti, el mundo cobra un sentido para mí que no tenía antes. Ahora ocupo un lugar, contigo.



De repente, comprendí por qué había trabajado tan duro, por qué había tenido un éxito tan enorme siendo tan joven. Había luchado por buscar su lugar en el mundo, para ser algo más que un intruso.



Pasó los dedos por mi mejilla. Había echado tanto de menos aquel tacto que mi corazón se desangró al volver a sentirlo. —¿Cuándo vas a volver conmigo? —pregunté con tono suave.



—En cuanto pueda. —Se inclinó hacia delante y apretó sus labios contra los míos—. Espérame.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 4:48 pm

19

Cuando llegué a mi mesa encontré un mensaje de Christopher en mi contestador. Durante un momento consideré si debía continuar buscando la verdad. Christopher no era una persona a la que me apeteciera tener más presente en mi vida.



Pero me angustió la mirada que había visto en el rostro de William cuando me habló de su pasado, así como el sonido de su voz, tan quebrada al recordar la vergüenza y el sufrimiento.



Sentía su dolor como si fuese mío.


Al final, no tuve otra opción. Le devolví la llamada a Christopher y le pedí que saliéramos a comer. —¿Almorzar con una mujer guapa? —Adiviné una sonrisa en su voz —. Por supuesto.



—Cualquier momento que tengas libre esta semana me vendrá bien.



—¿Qué te parece hoy? —sugirió—. De vez en cuando, me dan ganas de ir a ese restaurante al que me llevaste.



—Me parece bien. ¿A las doce?



Confirmamos la hora y colgué justo cuando Will pasaba junto a mi mesa.



Me miró con ojos de cachorrito. —Ayúdame —dijo.



—Claro —contesté esforzándome por sonreír.



Las dos horas pasaron volando. Cuando llegó la hora del mediodía, bajé y me encontré a Christopher esperando en el vestíbulo. Llevaba su pelo rojizo despeinado lleno de ondas cortas y sueltas y sus ojos verdes grisáceos brillaban. Vestía pantalones negros y camisa blanca con los puños remangados y tenía un aspecto seguro y atractivo. Me saludó con una sonrisa infantil y entonces, lo pensé: no podía preguntarle por lo que le había dicho a su madre hacía mucho tiempo. Él era un niño que vivía en un hogar disfuncional.



—Me ha hecho mucha ilusión que me llamaras —dijo—. Pero debo admitir que siento curiosidad por saber el motivo. Me pregunto si tiene algo que ver con el hecho de que
William haya vuelto con Corinne.



Aquello me dolió. Tuve que tomar aire y, a continuación, soltarlo para dejar que la tensión se fuera. Sabía lo que tenía que pensar. No tenía dudas. Pero fui lo suficientemente honesta como para admitir que quería ser la dueña de William. Quería reivindicarlo, poseerlo, que todos supiesen que era mío.



—¿Por qué le odias tanto? —pregunté pasando por delante de él en la puerta giratoria. A lo lejos se oía el estruendo de unos truenos, pero la lluvia caliente y torrencial había cesado, dejando las calles inundadas de agua sucia.



Se unió a mí en la acera y colocó la mano en la parte inferior de mi espalda. Sentí que un escalofrío de repulsión me recorría el cuerpo. —¿Por qué? ¿Quieres que intercambiemos datos?



—Claro. ¿Por qué no?



Cuando terminamos de comer yo ya me había hecho una idea de qué era lo que alimentaba el odio de Christopher. Lo único que le importaba era el hombre al que veía en el espejo. William era más atractivo, más rico, más poderoso, más seguro... simplemente más. Y estaba claro que a Christopher se lo comían los celos. Sus recuerdos de William estaban teñidos por la creencia de que había recibido todas las atenciones cuando era pequeño. Lo cual podría haber sido verdad, considerando lo problemático que era. Y lo que era peor, aquella rivalidad fraternal había pasado al terreno de sus vidas profesionales cuando Cross Industries adquirió una participación mayoritaria de Vidal Records. Me escribí una nota mental para preguntarle a William por qué lo había hecho.



Nos detuvimos en la puerta del Crossfire para separarnos. Un taxi que pasaba a toda velocidad por un enorme charco me lanzó un montón de gotas de agua. Maldiciendo entre dientes, esquivé las gotas y casi tropecé contra el cuerpo de Christopher. —Me gustaría salir contigo alguna vez, Maite. ¿A cenar quizás?



—Yo te llamaré —dije tratando de evitar una respuesta—. Mi compañero de piso está muy enfermo en estos momentos y tengo que estar a su lado el mayor tiempo posible.



—Tienes mi número. —Sonrió y me besó en la mano, un gesto que estoy segura de que le parecía encantador—. Y seguiremos en contacto.



****



Entré por la puerta giratoria del Crossfire y me dirigí a los torniquetes de entrada.



Uno de los guardias de seguridad que había en la recepción vestido con traje negro me detuvo. —Señorita Tramell —dijo con una sonrisa—. ¿Podría venir conmigo, por favor?



Curiosa, le seguí al despacho del personal de seguridad donde me habían dado mi tarjeta de identificación cuando me contrataron.



Abrió la puerta para que yo pasara y William estaba esperando en el interior.



Apoyado en la mesa con los brazos cruzados, tenía un aspecto atractivo, follable e irónicamente divertido. La puerta se cerró cuando entré y él suspiró negando con la cabeza.—¿Hay más personas de mi vida a las que tengas planeado acosar en mi nombre? — preguntó.



—¿Estás espiándome otra vez?



—Echándote un ojo protector.



Lo miré sorprendida. —¿Y cómo sabes si le he estado acosando o no?



Su débil sonrisa se hizo más grande. —Porque te conozco.



—Pues no le he estado acosando. De verdad. No lo he hecho —contesté cuando él me miró incrédulo—. Iba a hacerlo, pero no. ¿Y por qué estamos en esta habitación?



—¿Has emprendido alguna especie de cruzada, cielo?



Estábamos tratando de convencernos el uno al otro y no estaba segura de por qué. Y tampoco me importaba, porque me había venido a la mente algo más importante.—¿Te das cuenta de que tu reacción ante mi almuerzo con Christopher está siendo muy calmada? ¿Y también la mía con respecto a que estés pasando tiempo con Corinne?



Los dos estamos reaccionando de una forma completamente diferente a como lo habríamos hecho hace un mes.



Él estaba distinto. Sonrió, y había algo único en el modo cálido en que curvó sus labios. —Confiamos el uno en el otro, Maite. Es una buena sensación, ¿verdad?



—Que confíe en ti no significa que sienta menos confusión ante lo que está pasando entre los dos. ¿Por qué nos escondemos en este despacho?



—Se llama negación plausible. —William se incorporó y se acercó a mí.



Cogiendo mi cara entre sus manos, me inclinó la cabeza hacia atrás y me besó dulcemente—. Te quiero.



—Se te está dando bien decirlo.



Me pasó los dedos por mi nuevo flequillo. —¿Recuerdas aquella noche que tuviste la pesadilla y yo me fui? Te preguntaste dónde había ido.


—Aún me lo pregunto.



—Estuve en el hotel, limpiando la habitación. Mi picadero, como tú lo llamaste. Explicarte eso cuando tú estabas vomitándolo todo no me pareció lo más oportuno.



La respiración se me entrecortó de pronto. Era un alivio saber dónde había estado. Y otro aún mayor saber que el picadero ya no era tal cosa.



Sus ojos me miraban con dulzura. —Me había olvidado por completo de ello hasta que surgió con el doctor Petersen. Los dos sabemos que nunca más lo voy a volver a utilizar. Mi chica prefiere los vehículos de transporte a las camas.



Sonrió y se fue. Yo me quedé mirándolo.



El guardia de seguridad apareció en la puerta y yo dejé a un lado mis turbios pensamientos para revisarlos más adelante, cuando tuviese tiempo de comprender de
verdad adónde me estaban llevando.



De camino a casa, compré una botella de zumo de manzana con gas en lugar de champán. Vi el Bentley de vez en cuando, siguiéndome, siempre dispuesto a detenerse para recogerme. Antes me molestaba, porque la conexión latente que representaba hacía aún mayor mi confusión con respecto a mi ruptura con William. Ahora, cuando lo veía, me hacía sonreír.



El doctor Petersen tenía razón. La abstinencia y un poco de espacio me habían aclarado las ideas. En cierto modo, la distancia entre William y yo nos había vuelto más fuertes, había hecho que nos apreciáramos más el uno al otro y que no diéramos las cosas por sentado. Lo amaba ahora más de lo que lo había amado nunca y sentí aquello mientras planeaba una noche a solas con mi compañero de piso sin tener ni idea de dónde estaría William ni con quién podría estar. No me importaba. Sabía que yo estaba en sus pensamientos, en su corazón.



Mi teléfono sonó y lo saqué del bolso. Al ver el nombre de mi madre en la pantalla, respondí: —Hola, mamá.



—¡No entiendo qué es lo que están buscando! —Se quejó con voz furiosa y llorosa—. No dejan a Richard en paz. Han ido hoy a su despacho y han hecho copias de las grabaciones de seguridad.



—¿La policía?



—Sí. Son incansables. ¿Qué es lo que quieren?



Giré la esquina que daba a mi calle. —Cazar a un asesino. Probablemente sólo quieran ver a Nathan entrando y saliendo. Comprobar las horas o algo así. —¡Eso es ridículo! —Sí. Pero es sólo una suposición. No te preocupes. No van a encontrar nada porque Stanton es inocente. Todo saldrá bien.



—Ha sido muy bueno con todo esto, Maite —dijo suavizando la voz—. Es muy bueno conmigo.



Dejé escapar un suspiro mientras escuchaba el tono de súplica que había en su voz. —Ya lo sé, mamá. Lo he captado. Papá también lo comprende. Estás donde debes
estar. Nadie te está juzgando. Todos estamos bien.



Tardé en calmarla lo que duró el trayecto hasta mi puerta. Y durante ese tiempo me pregunté qué vería la policía si pedían también las grabaciones de seguridad del Crossfire. El historial de mi relación con William podría ser narrado a través de las veces que yo había estado en el vestíbulo de Cross Industries con él. La primera vez que se me declaró fue allí, dejando claro cuáles eran sus deseos sin ningún rodeo. Me había inmovilizado contra la pared allí, justo después de que yo aceptara salir con él en exclusiva.



Y había rechazado mi caricia aquel día terrible en que empezó a separarse de mí. La policía lo vería todo si retrocedían en el tiempo lo suficiente, aquellos momentos privados y personales. —Llámame si me necesitas —dije mientras dejaba el bolso en el mostrador del desayuno—. Estaré en casa toda la noche.



Colgamos y vi un impermeable desconocido colgado de uno de los taburetes. Grité para que Cary me oyera. —¡Cariño, estoy en casa!



Puse la botella de zumo de manzana en la nevera y me dirigí hacia el pasillo camino de mi habitación para darme una ducha. Estaba en la puerta de mi dormitorio cuando se abrió la puerta de Cary y salió Tatiana.



Abrí los ojos de par en par al ver su disfraz de enfermera traviesa que iba acompañado de ligas y medias de rejilla. —Hola, guapa —dijo con petulancia. Estaba increíblemente alta con sus tacones mirándome desde arriba. Como modelo de éxito, Tatiana Cherlin tenía el tipo de rostro y de cuerpo que podría detener el tráfico—. Cuídamelo.



Parpadeando, vi a aquella rubia de largas piernas desaparecer por la sala de estar. Oí que la puerta de la calle se cerraba poco después.



Cary apareció en su puerta, despeinado, colorado y vestido tan sólo con sus calzoncillos bóxer. Se apoyó en el quicio de la puerta con una sonrisa relajada y de satisfacción.



—Hola.



—Hola. Parece que has pasado un buen día.



—De escándalo.



Aquello me hizo sonreír. —No pretendo juzgarte, pero había supuesto que Tatiana y tú habíais terminado.



—Yo nunca he creído que hayamos empezado nada. —Se pasó una mano por el pelo, alborotándoselo—. Pero se ha presentado hoy aquí toda preocupada deshaciéndose en disculpas. Ha estado en Praga y no se había enterado de lo mío hasta esta mañana. Se ha presentado enseguida vestida así, como si hubiese leído mi mente perversa.



Yo también me apoyé en la puerta. —Supongo que te conoce.



—Supongo que sí. —Se encogió de hombros—. Ya veremos adónde nos lleva esto. Sabe que Trey está en mi vida y que espero que continúe en ella. Pero Trey... Sé que no le va a gustar.



Sentí lástima por los dos. Iban a tener que transigir en muchas cosas para que su relación funcionara. —¿Y si nos olvidamos por una noche de las personas más importantes de nuestras vidas y disfrutamos de una maratón de películas de acción? He traído champán sin alcohol.



—¿Qué tiene eso de divertido? —Preguntó con mirada de sorpresa.



—Ya sabes que no puedes mezclar las medicinas con el alcohol —contesté fríamente.



—¿No vas a Krav Maga hoy?



—Lo recuperaré mañana. Me apetece relajarme contigo. Quiero tumbarme en el sofá y comer pizza con palillos y comida china con los dedos.



—Nena, eres toda una rebelde —dijo sonriendo—. Y tienes una cita.


Parker cayó sobre la esterilla con un resoplido y yo grité, encantada de mi propio éxito.
—Sí —dije levantando el puño. Aprender a tirar a un hombre tan pesado como Parker no era ninguna tontería. Buscar el equilibrio adecuado para poder hacer palanca me había llevado más tiempo del que probablemente debería porque me había costado mucho concentrarme en las últimas dos semanas.


No había equilibrio en mi vida cuando mi relación con William estaba torcida.


Riéndose, Parker me extendió la mano para que lo levantara. Le agarré del antebrazo y tiré de él para que se pusiera de pie. —Bien. Muy bien —dijo elogiándome—. Esta noche estás a pleno rendimiento.


—Gracias. ¿Quieres que probemos otra vez?


—Descansa diez minutos y bebe agua —dijo—. Tengo que hablar con Jeremy antes de que se vaya.


Jeremy era uno de los compañeros instructores de Parker, un hombre gigante al que los estudiantes tenían que mirar desde abajo. No podía imaginarme esquivando nunca a un asaltante de su tamaño, pero había visto a mujeres realmente pequeñas hacerlo en su clase.


Cogí mi toalla y mi botella de agua y me dirigí a la gradería de aluminio que se alineaba en la pared. Mis pasos vacilaron cuando vi a uno de los policías que habían venido a mi casa. Pero la detective Shelley Graves no iba vestida con su ropa de trabajo. Llevaba una camiseta de deporte y unos pantalones a juego con zapatillas de atletismo y su cabello moreno y rizado recogido en una coleta.


Como ella estaba entrando en el edificio y la puerta se encontraba al lado de las gradas, me vi caminando hacia ella. Me obligué a aparentar despreocupación cuando lo que sentía era todo lo contrario. —Señorita Tramell —me saludó—. Qué casualidad encontrármela aquí. ¿Lleva mucho tiempo con Parker?


—Alrededor de un mes. Me alegra verla, detective.


—No, no se alegra. —Adoptó un gesto irónico—. Por lo menos, no lo piensa. Aún. Y puede que siga sin alegrarse cuando hayamos terminado de hablar.


Fruncí el ceño, confundida ante aquel enredo de palabras. Pero una cosa estaba clara: —No puedo hablar con usted sin la presencia de mi abogado.


Ella extendió los brazos. —No estoy de servicio. Pero de todos modos, usted no tiene que decir nada. Seré yo la que hable.


Graves señaló las gradas y, a regañadientes, me senté. Tenía una muy buena razón para mostrarme recelosa. —¿Y si nos ponemos un poco más arriba? —Subió a lo alto y yo me puse de pie y la seguí.


Una vez acomodadas, colocó los antebrazos sobre las rodillas y miró a los alumnos que había abajo. —Por las noches esto es diferente. Normalmente vengo a las sesiones diurnas. Me había prometido a mí misma que si alguna vez me encontraba con usted sin estar de servicio, le diría algo. Suponía que las posibilidades de que eso ocurriera eran nulas y, mire por dónde, aquí está. Debe ser una señal.


Yo no me estaba creyendo aquella explicación adicional. —No me parece que sea de las personas que creen en las señales.


—Ahí me ha pillado, pero por esta vez haré una excepción. —Frunció los labios un momento, como si estuviera pensando seriamente en algo. A continuación, me miró—. Creo que su novio ha matado a Nathan Barker.


Yo me puse tensa y recobré el aliento de forma audible. —Nunca podré probarlo —dijo con gravedad—. Es demasiado inteligente. Demasiado cuidadoso. Todo ha sido premeditado al detalle. En el momento en que William Cross tomó la decisión de asesinar a Nathan Barker, lo tenía todo bien organizado.


Yo no sabía si debía irme o quedarme ni cuáles serían las consecuencias de cualquiera de las dos decisiones. Y durante ese momento de indecisión, ella continuó hablando. —Creo que empezó el lunes siguiente al ataque que sufrió su compañero de piso. Cuando registramos la habitación de hotel donde se descubrió el cadáver de Barker, vimos unas fotos. Muchas fotos de usted, pero de las que le estoy hablando eran de su compañero de piso.


—¿De Cary?


—Si yo presentara esto al ayudante del fiscal del distrito para pedir una orden de arresto, diría que Nathan Barker atacó a Cary Taylor como una forma de intimidar y amenazar a William Cross. Yo creo que William Cross no estaba cediendo al chantaje de Barker.


Retorcí las manos en la toalla. No podía soportar la idea de que Cary estuviese sufriendo todo aquello por mi culpa.


Graves me miró con ojos afilados y rotundos. Ojos de policía. Mi padre también los tenía. —En ese momento, creo que William pensó que usted corría un peligro mortal. ¿Y sabe qué? Tenía razón. He visto las pruebas que recopilamos en la habitación de Barker: fotografías, notas pormenorizadas de su agenda diaria, recortes de prensa... incluso parte de su basura. Normalmente, cuando encontramos este tipo de cosas es demasiado tarde.


—¿Nathan me estaba vigilando? —Sólo de pensarlo un fuerte escalofrío me recorrió el cuerpo.


—La estaba acechando. El chantaje que hizo a su padrastro y a Cross no fue más que una intensificación de lo mismo. Creo que Cross se estaba acercando demasiado a usted y Barker se sintió amenazado por esa relación. Estoy segura de que esperaba que Cross se alejaría cuando conociera su pasado.


Me llevé la toalla a la boca, por si el mareo que estaba sintiendo me hacía vomitar. —Así que, esto es lo que creo que ocurrió. —Graves se dio golpecitos en las yemas de los dedos mientras su atención parecía dirigirse a los agotadores ejercicios que se desarrollaban más abajo—: Cross cortó con usted. Con eso consiguió dos cosas, que Barker se relajara y que desapareciera el móvil de Cross para matarlo. ¿Por qué iba a asesinar a un hombre por una mujer a la que había dejado? Eso lo preparó bastante bien y no se lo contó a usted, que reforzó la mentira con sus sinceras reacciones.


Empezó a dar golpes con el pie además de con los dedos y su esbelto cuerpo irradió una agitada energía. —Cross no encargó el trabajo a otro. Eso habría sido una estupidez. No quiere que haya un rastro de dinero ni un sicario que lo puedan delatar. Además, esto era un asunto personal. Usted es un asunto personal. Quiere que la amenaza desaparezca sin ninguna duda. Organiza una fiesta en el último momento en una de sus propiedades para una empresa de vodka que le pertenece. Así, consigue tener una coartada bien
sólida. Incluso la prensa está allí para hacer fotos. Y sabe exactamente dónde está usted y que su coartada es igual de sólida.


Mis dedos se retorcían en la toalla. Dios mío...


Los sonidos de los cuerpos golpeando las colchonetas, el murmullo de las instrucciones que se daban y los gritos triunfantes de los alumnos se desvanecieron convirtiéndose en un zumbido uniforme dentro de mis oídos. Había una gran actividad desarrollándose justo delante de mí y mi cerebro no podía procesarla. Tenía la sensación de estar alejándome por un túnel infinito y de que mi realidad iba encogiéndose hasta un punto negro y diminuto.


Abriendo su botella de agua, Graves dio un largo trago y, después, se secó la boca con el reverso de la mano. —Debo admitir que lo de la fiesta me confundió un poco. ¿Cómo romper una coartada como ésa? Tuve que volver al hotel tres veces hasta que supe que esa noche hubo un incendio en la cocina. Nada importante, pero todo el hotel tuvo que ser evacuado durante casi una hora. Todos los huéspedes se arremolinaron en la acera. Cross salía y entraba del hotel haciendo lo que sea que hace un propietario en esas circunstancias. Hablé con media docena de empleados que lo vieron o que hablaron con él en esos momentos, pero ninguno de ellos podía establecer las horas con exactitud. Todos estaban de acuerdo en que fue un caos. ¿Quién iba a seguir el rastro de un hombre en medio de todo ese jaleo?



Yo misma negué con la cabeza, como si la detective me estuviese haciendo la pregunta a mí.



Echó los hombros hacia atrás. —Cronometré los pasos desde la entrada de servicio, donde vieron a Cross hablando con los bomberos, hasta el hotel de Barker, que estaba a dos manzanas. Quince minutos de ida y otros quince de vuelta. A Barker lo liquidaron con una sola puñalada en el pecho. Justo en el corazón.



Debió bastar menos de un minuto. No había heridas de forcejeo y lo encontraron justo detrás de la puerta. Mi teoría es que le abrió la puerta a Cross y éste lo mató antes de que pudiese pestañear. Y fíjese... Ese hotel es propiedad de una filial de Cross Industries. Y resulta que las cámaras de seguridad del edificio estaban apagadas por unas mejoras que llevaban varios meses en proceso.

—Una coincidencia —dije con la voz quebrada. El corazón me latía con fuerza. En un
lugar escondido de mi cerebro, yo era consciente de que había una docena de personas a pocos metros de distancia que seguían con sus vidas sin tener ni idea de que otro ser humano, en aquella misma sala, estaba atravesando un momento de catástrofe.



—Claro. ¿Por qué no? —Graves se encogió de hombros, pero sus ojos la delataban. Ella sabía la verdad. No podía demostrarlo, pero lo sabía—. Así que, esto es lo que hay: puedo seguir buscando y perdiendo el tiempo con este caso mientras tengo otros sobre mi mesa. Pero ¿qué sentido tiene? Cross no es un peligro para la sociedad. Mi compañero le diría que no está bien tomarse la justicia por su mano. Y en la mayoría de los casos, yo estoy de acuerdo. Pero Nathan Barker iba a matarla. Puede que no fuera en una semana. Puede que tampoco en un año. Pero algún día lo haría.



Se puso de pie y se alisó los pantalones, cogió su botella de agua y su toalla e ignoró el hecho de que yo estuviese llorando de forma incontrolable.



William...



Me apreté la toalla contra la cara, abrumada. —He quemado mis notas —continuó—. Mi compañero cree también que hemos llegado a un callejón sin salida. A nadie le importa que Nathan Barker haya dejado de respirar. Incluso su padre me dijo que para él su hijo había muerto hacía años.



Levanté la vista hacia ella, pestañeando para hacer desaparecer la neblina que las lágrimas me provocaban en los ojos. —No sé qué decir.



—Usted rompió con él el sábado siguiente a que interrumpiéramos su cena, ¿verdad? —Ella asintió conmigo—. Él estuvo después en la comisaría prestando declaración. Salió de la sala, pero yo lo pude ver a través del cristal de la puerta. La única vez que he visto un dolor así es cuando tengo que informar a los parientes cercanos. Si le soy sincera, ésa es la razón por la que le estoy contando esto ahora, para que pueda volver con él.



—Gracias. —Nunca había pronunciado esa palabra con más sentimiento que entonces.



Negó con la cabeza y empezó a bajar las escaleras. Entonces, se detuvo, se giró y me miró. —No es a mí a quien debe dárselas.



De algún modo, terminé en el apartamento de William.



No recuerdo haber salido del estudio de Parker ni de decirle a Clancy adónde me tenía que llevar. No recuerdo haberme presentado en la recepción ni haberme dirigido al ascensor. Cuando me vi en el vestíbulo privado ante la puerta de William, tuve que detenerme un momento, sin saber cómo había llegado desde las gradas hasta allí.



Llamé al timbre y esperé. Cuando no hubo respuesta, me hundí en el suelo y apoyé la espalda en la puerta.



William me encontró allí. Las puertas del ascensor se abrieron y él salió, deteniéndose de repente al verme. Iba vestido con ropa de deporte y aún tenía el pelo húmedo por el sudor. Nunca estuvo más maravilloso.



Se me quedó mirando, inmóvil. —Ya no tengo llave —le dije.



No me puse de pie porque no estaba segura de que mis piernas pudieran con mi peso.



Se agachó. —Maite, ¿qué pasa?



—Esta noche me he encontrado con la detective Graves. —Tragué saliva, a pesar del nudo que sentía en la garganta—. Abandonan el caso.



Su pecho se expandió respirando hondo. Con aquel sonido lo supe. Una oscura desolación ensombreció los hermosos ojos de William. Sabía que yo lo sabía. La verdad planeaba pesadamente entre nosotros, casi como si pudiésemos tocarla.



Mataría por ti, dejaría todo lo que tengo por ti... pero no te abandonaré.


William cayó de rodillas sobre el frío y duro mármol. Con la cabeza agachada. Esperando. Yo me moví, imitando su posición. Le levanté el mentón. Le acaricié la cara con mis manos y mis labios. Susurrándole por la piel mi gratitud por su regalo. —Gracias... gracias... gracias.



Me agarró apretando los brazos con fuerza alrededor de mi cuerpo. Apretó su rostro
contra mi cuello. —¿Qué va a pasarnos ahora?



—Lo que tenga que pasarnos. Juntos.


Fin.


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Mensaje por EsperanzaLR Miér Oct 14, 2015 11:15 am

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Mensaje por tamalevyrroni Miér Oct 14, 2015 1:04 pm

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Mensaje por asturabril Miér Oct 14, 2015 7:16 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Oct 15, 2015 11:13 am

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Mensaje por tamalevyrroni Jue Oct 15, 2015 2:19 pm

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Mensaje por asturabril Jue Oct 15, 2015 7:35 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Vie Oct 16, 2015 11:14 am

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Mensaje por asturabril Vie Oct 16, 2015 7:18 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Sáb Oct 17, 2015 10:41 am

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Mensaje por asturabril Sáb Oct 17, 2015 8:41 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Oct 18, 2015 11:24 am

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Mensaje por asturabril Dom Oct 18, 2015 7:17 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Oct 19, 2015 10:50 am

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Mensaje por asturabril Lun Oct 19, 2015 3:34 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Mar Oct 20, 2015 11:01 am

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Mensaje por asturabril Mar Oct 20, 2015 7:48 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Miér Oct 21, 2015 10:38 am

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