Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Miér Abr 13, 2016 2:31 pm

***

No me arrepiento de haber confiado en ti, Gabriel Lightwood.

Gabriel se sentó a la mesa de su habitación, escribiendo en el papel que se extendía ante él, pluma en mano. Las luces de la habitación no estaban encendidas, y las sombras eran oscuras en las esquinas, y largo a través de los suelos.

Para: Cónsul Josiah Wayland

De: Gabriel Lightwood.

Muy Honorable Cónsul,

Me dirijo a usted hoy por fin con la noticia que ha solicitado de mí. Yo había esperado que viniera de Idris, pero el azar quiso que, su origen sea mucho más cerca de casa. Hoy Aloysius Starkweather, director del Instituto de York, vino a llamar a la señora Branwell.

Dejó la pluma y tomó un profundo respiro. Había oído la campana del Instituto antes, había visto desde la escalera como Sophie había introducido a Starkweather a casa y subió al recibidor. Fue bastante fácil después de eso de quedarse en la puerta y escuchar todo lo que pasaba dentro de la habitación.

Charlotte, después de todo, no esperaba ser espiada.

Él es un viejo enloquecido por el dolor, y como tal, se ha creado un elaborado conjunto de invenciones con la que se explica a sí mismo su gran pérdida. Él es ciertamente digno de lástima, pero no para ser tomado en serio, ni de la política del Consejo sobre las palabras de la poca confianza y la locura.

Las tablas del suelo crujían, la cabeza de Gabriel fue hacia arriba. El corazón le latía con fuerza. Si era Gideon -Gideon se horrorizaría al descubrir lo que estaba haciendo. Todos ellos lo harían. Pensó en la mirada de traición que florecería en el pequeño rostro de Charlotte si lo sabía. En la ira desconcertada de Henry. Sobre todo, en un par de ojos azules en una cara con forma de corazón, mirándolo con decepción. Tal vez tengo fe en ti, Gabriel Lightwood.

Cuando regresó la pluma a la carta, lo hizo con tal ferocidad que la pluma casi rasgó el papel.

Lamento informar de esto, pero hablaban juntos tanto del Consejo como del Cónsul con gran falta de respeto. Es claro que la señora Branwell resiente lo que ella ve como interferencias innecesarias en sus planes. Coincidió con las afirmaciones descabelladas del Señor Starkweather, como que Mortmain ha criado demonios y Cazadores de Sombras juntos, una imposibilidad clara, con credulidad absoluta. Parece que eran correctas, y que ella es demasiado testaruda y fácilmente influenciable para dirigir un Instituto adecuadamente.

Gabriel se mordió el labio y se obligó a no pensar en Cecily, sino que pensaba en la casa Lightwood, su derecho de nacimiento, y el buen nombre de los Lightwood restaurado, la seguridad de su hermano y su hermana. En realidad no estaba dañando a Charlotte. Era sólo una cuestión de su posición, no su seguridad. El Cónsul no tenía planes oscuros para ella. Seguramente sería más feliz en Idris, o en alguna casa de campo, mirando a sus hijos corren sobre césped verde y sin preocuparse constantemente por la suerte de todos los cazadores de sombras.

Aunque la señora Branwell exhorta a que envíe una fuerza de Cazadores de Sombras para Cadair Idris, cualquiera que cree las opiniones de locos y de histéricos carece de objetividad política para ser creído.

Si es necesario, juraré por la Espada Mortal que todo esto es cierto. Suyo en nombre de Raziel,

Gabriel Lightwood.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Miér Abr 13, 2016 2:42 pm

16

La princesa Mecánica

¡O Amor! Que se lamenta
La fragilidad de todas las cosas
Aquí,
¿Por qué escoges las más frágiles
Para tu cuna, tu hogar,
Tu féretro?

-Percy Bisshe Shelley, “líneas: Cuando la lámpara se destroza”

Para: Cónsul Josiah Wayland

De: Charlotte Branwell.

Estimado cónsul Wayland,

En este momento he recibido noticias realmente importantes, que me apresuro a comunicarle.

Un informante, cuyo nombre no puedo revelar pero que respondo por su confiabilidad, me ha transmitido detalles que sugieren que la señorita Gray no es un simple capricho para Mortmain, sino que es la clave de su objetivo principal: a saber, la completa destrucción de todos nosotros.

Ha planeado construir artefactos de mayor fuerza que cualquiera que hayamos visto antes, realmente temo que las habilidades únicas de la señorita Gray ayudarán en esta empresa. Ella nunca intentaría perjudicarnos, pero no sabemos qué tratos o amenazas Mortmain le dé. Es imperativo que sea rescatada, tanto para salvarla a ella y a nosotros.

A la luz de esta nueva información, una vez más le imploro que reúna las fuerzas que le sean posibles e ir hacia Cadair Idris.

Suya sinceramente, y realmente angustiada,

Charlotte Branwell.

***

Mai se despertó lentamente, como si su conciencia se encontrara al final de un pasillo largo y oscuro y ella estuviera caminando muy lentamente por él, con su mano extendida. Finalmente la alcanzó, y abrió la puerta para revelar -una luz cegadora. Una luz dorada, no blanca como la luz mágica. Se sentó y miró a su alrededor.

Ella estaba en una simple cama de bronce, con una funda de plumas desparrama en un segundo colchón, y un pesado edredón encima. La habitación en la que estaba parecía que hubiera sido excavada en una cueva. Había un aparador alto y un lavabo con una jarra azul sobre él; también había un armario, con la puerta abierta lo suficiente para que Mai pudiera ver ropa colgada en el interior. No había ventanas en la habitación, aunque había una chimenea con el fuego encendido. En ningún lado de la chimenea había retratos.

Se deslizó de la cama y se estremeció cuando sus pies descalzos tocaron la fría piedra. No fue tan doloroso como habría esperado, a pesar, de su maltrecho estado. Echando un vistazo, tuvo dos fuertes impresiones: la primera era que ella estaba usando solamente una bata de seda negra extra grande. La segunda que sus cortes y contusiones parecían haber desaparecido en gran medida. Todavía se sentía un poco dolorida, pero su piel, pálida contra la seda negra, estaba sin marcas.

Al tocar su cabello, sentía que estaba limpio y suelto alrededor de sus hombros, ya no atiborrado con barro y sangre.

Eso dejaba la pregunta de quién la había limpiado, curado, y puesto en esa cama. Mai no recordaba más allá de luchar con los autómatas en la pequeña casa de campo mientras la Señora Black se reía. Eventualmente uno de ellos consiguió dejarla inconsciente y una oscuridad misericordiosa había llegado. Sin embargo, aunque la idea de la Señora Black desnudándola y bañándola era horrible, no lo era tanto como la idea de Mortmain haciéndolo.

La mayoría de los muebles de la habitación estaban agrupados en un lado de la cueva. El otro lado en gran parte estaba al descubierto, aunque podía ver el rectángulo negro de una puerta en la pared del fondo. Después de una breve mirada a su alrededor se abrió paso hacia ella.

Sólo para encontrarse a sí misma, a medio camino a través del cuarto, y ser detenida abruptamente, tan fuerte como para dejar moretones. Se tambaleó hacia atrás, recogiendo su bata con fuerza sobre ella, con la frente escociéndole donde había golpeado con algo. Cautelosamente extendió la mano, trazando el aire frente a ella.

Y sintió dureza sólida, como si una perfectamente clara pared de cristal estuviera entre ella y el otro lado de la habitación. Empujo sus manos contra ella. Podía ser invisible, pero era dura como el diamante. Levantó las manos, preguntándose cuan alto podría ser. –Yo no me molestaría, –dijo una fría, y familiar voz desde la puerta. –La configuración se extiende a todo lo ancho de la cueva, de pared a pared, de techo a techo. Estás completamente encerrada tras ella.

Mai estaba estirándose hacia arriba; y al momento, tropezó y retrocedió un paso.

Mortmain. Se veía exactamente como lo recordaba. Un hombre enjuto, no alto, con un rostro curtido y una barba bien recortada. Extraordinariamente normal, salvo por sus ojos, tan fríos y grises como una tormenta de nieve. Vestía un traje gris claro, no muy formal, la clase de traje que un caballero usaría en el club por la tarde. Sus zapatos lustrados con un gran brillo.

Mai no dijo nada, sólo acercó el negro camisón más cerca de ella. Era voluminoso, y ocultaba su cuerpo, pero sin los implementos de la camisa y el corsé, medias y demás implementos, se sentía desnuda y expuesta. –No te preocupes, –continuó Mortmain. –No puedes tocarme a través de la pared, pero yo tampoco puedo hacerlo. No sin deshacer el hechizo, y eso tomaría tiempo. –Se detuvo. –quiero que te sientas segura.

–Si quisiera que estuviera a salvo, me hubiera dejado en el Instituto. –El tono de Mai fue tan frio que calaba en los huesos.

Mortmain no respondió a eso, sólo ladeó la cabeza y entrecerró los ojos observándola como un marinero observando el horizonte. –Mis condolencias por la muerte de su hermano. Nunca quise que eso pasara.

Mai sintió que boca se torció en una terrible forma. Habían pasado dos meses desde que Nate había muerto en sus brazos, pero no lo había olvidado, ni perdonado. –No quiero su compasión. Ni sus buenos deseos. Usted lo volvió su herramienta, y entonces murió. Fue su culpa, tanto como si le hubiera disparado en la calle.

–Supongo que sería poca utilidad señalar que él fue quien me buscó. –Era sólo un niño, –dijo Mai. Quería hundirse hasta las rodillas, quería golpear la barrera invisible con sus puños, pero se mantuvo a si mi misma erguida y congelada. –Ni siquiera tenía veinte años.

Mortmain deslizo sus manos en los bolsillos. –¿Sabes cómo fue para mí cuando era un niño? –dijo, en un tono tan tranquilo como si estuviera sentado a su lado en una cena y obligado a entablar una conversación.

Mai pensó en las imágenes que había visto en la memoria de Aloysius Starkweather.

El hombre era alto, de hombros anchos-y de piel verdosa como un lagarto. Su cabello era negro. El niño que llevaba de la mano, por el contrario, parecía tan normal como un niño pequeño podría ser –pequeño, rollizo, de piel rosácea.

Mai sabía el nombre del hombre, porque Starkweather lo sabía.

John Shade.

Shade alzó al niño sobre sus hombros mientras en la puerta de la casa se encontraban desparramadas un número de extrañas criaturas de metal, como juguetes de niños articulados, pero de tamaño humano, y con piel hecha de brillante metal. Las criaturas no tenían rasgos distintivos, y aunque, extraño, llevaban ropa –algunos de los obreros llevaban overoles como los granjeros de Yorkshire, y otros planos vestidos de muselina. Los autómatas unieron las manos y comenzaron a balancearse como si estuvieran en un baile campirano. El niño se rió y aplaudió.

–Mira bien esto, hijo mío –dijo el hombre de la piel verduzca, –algún día gobernaré un reino mecánico como estos seres, y tú serás su príncipe.

–Sé que sus padres adoptivos eran brujos, –dijo. –sé que se preocupaban por usted. Sé que su padre inventó las criaturas mecánicas que tanto ama.

–Y sabes lo que pasó con ellos.

Una habitación destruida, ruedas dentadas y levas y engranajes y metal arrancado por todas partes, un líquido un tan negro como la sangre derramado, y -el hombre de la piel verde y la mujer de pelo azul yacían muertos entre las ruinas.

Mai volteó la mirada. –Permíteme contarte acerca de mi niñez, –dijo Mortmain. –padres adoptivos, los llamas, pero ellos eran más mis padres que cualquier cantidad de sangre pudiera hacer. Me criaron con cuidados y amor, justo como tus padres contigo. –Hizo un gesto hacia la chimenea, y Mai se dio cuenta con sorpresa que lo que colgaba a ambos lados eran los retratos de sus propios padres: su rubia madre, y su padre de aspecto reflexivo con sus ojos marrones y corbata torcida. –Y luego fueron asesinados por cazadores de sombras. Mi padre quiso crear estos her mosos autómatas, estas criaturas mecánicas, como las llamas. Serían las más grandes máquinas jamás inventadas, las soñó, y protegerían a los Submundos de los cazadores de sombras que rutinariamente les asesinaban y robaban. Tú viste el botín en el Instituto de Starkweather. – Escupió las últimas palabras. –Vieron los pedazos de mis padres. Mantuvo la sangre de mi madre en un frasco.

Y los restos de brujos. Manos con garras momificadas, como la señora Negro. Un cráneo pelado, completamente descarnado, de aspecto ligeramente humano que tenía colmillos en lugar de dientes. Viales de sangre de aspecto lodoso.

Mai tragó. La sangre de mi madre en un frasco. No podía decir que no entendía su rabia. Y sin embargo, pensó en Jem, sus padres muriendo frente a él, su propia vida destruida, y sin embargo, nunca buscó venganza. –Sí, eso fue horrible. –Dijo Mai. –Pero no escusa las cosas que ha hecho.

Un destello de algo en lo profundo de sus ojos: rabia, rápidamente pisoteada. –Déjame decirte lo que he hecho, –dijo. –He creado un ejército. Un ejército que, una vez que la pieza final del rompecabezas este en su lugar, será invencible.

–Y la última pieza del rompecabezas.

–Eres tú, –dijo Mortmain.

Dice eso una y otra vez, y sin embargo se niega a explicar, –dijo Mai. –Exige mi cooperación y todavía no me dices nada. Me ha encarcelado aquí, señor, pero no puede forzar mi palabra o mi voluntad si escojo no dársela.

–Eres mitad cazador de sombras, mitad demonio –dijo Mortmain. –Eso es lo primero que debes saber.

Mai, quien ya se apartaba de él, se congeló.–Eso no es posible. La descendencia de Cazadores de sombras y demonios nace muerta.

–Sí, así es, –dijo. –Así es. La sangre de un cazador de sombras, las runas en el cuerpo de un cazador de sombras, son la muerte para un niño brujo en el vientre materno. Pero tu madre no estaba Marcada.

–¡Mi madre no era una cazadora de sombras! –Mai miró salvajemente al retrato de Elizabeth Gray sobre la chimenea. –O está diciendo que mintió a mi padre, le mintió a todo el mundo toda su vida.

–Ella no lo sabía, –dijo Mortmain. –Los Cazadores de Sombras no lo sabían. No había nadie para decírselo. Mi padre construyó tu Ángel mecánico, sabes. Se suponía que debía ser un regalo para mi madre. Contiene en su interior un poco del espíritu de un ángel, una cosa rara, algo que él había llevado consigo desde las Cruzadas. El mecanismo en sí mismo fue diseñado para ajustarse a tu vida, por lo que cada vez que tu vida se viera amenazada el ángel intervendría para protegerla. Sin embargo, mi padre nunca tuvo la oportunidad de terminarlo. Fue asesinado en primer lugar. –Mortmain comenzó a moverse. –Mis padres no fueron señalados por asesinato, por supuesto. Starkweather y su grupo disfrutaba matar Submundos -se enriquecieron con los botines- y tomaba la más mínima excusa para atacarlos. Por todo eso que fue odiado por la comunidad de Submundos. Fueron las hadas del campo las que me ayudaron a escapar cuando mis padres fueron asesinados, y las que me escondieron hasta que los cazadores de sombras dejaron de buscarme. –Tomo un estremecedor respiro. –Años más tarde, cuando decidieron vengarse, les ayudé. Los Institutos están protegidos contra la entrada de Subterráneos, pero no contra los mundanos, y no, por supuesto, en contra de autómatas.

Sonrió con una sonrisa terrible. –Fui yo, con la ayuda de uno de los inventos de mi padre, quienes nos deslizamos en el Instituto York y cambiamos al bebe en la cuna con el descendiente de un mundano y la nieta de Starkwather, Adele.

–Adele, –susurró Mai. –Vi un retrato de ella. –Una chica muy joven con largo, y rubio cabello, con un vestido de niña pasado de moda, una cinta sobresalía de su pequeña cabeza. Su rostro era delgado, pálido y enfermizo, pero sus ojos eran brillantes.

–Ella murió cuando las primeras runas le fueron puestas, –dijo Mortmain con gusto. –Murió gritando, como muchos submundos lo hicieron antes que ella en las manos de cazadores de sombras. Ahora ellos habían matado a alguien que amaban. El pago apropiado.

Mai lo miraba con horror, ¿Cómo podía alguien pensar que la agónica muerte de una niña pequeña era una justa retribución? Pensó en Jem otra vez, sus suaves manos en su violín. –Elizabeth, tu madre, creció sin saber que era una cazadora de sombras. Sin runas que se le hubieran dado. Seguí su progreso, desde luego, y cuando se casó con Richard Gray, me aseguré de emplearlo. Creía que la falta de runas en tu madre podría permitir que concibiera un niño mitad demonio, mitad cazador de sombras, y para probar la teoría envié un demonio con ella con la forma de tu padre. Nunca notó la diferencia.

Sólo el vacío en el estómago de Mai le impedía enfermarse. –¿Usted –hizo que –mi madre? ¿Un demonio? ¿Soy mitad demonio?

–Era un Demonio Mayor, si eso te consuela. La mayoría de ellos alguna vez fueron ángeles. Lucia bastante bien en su propio aspecto. Mortmain sonrió. –Antes de que tu madre quedara embarazada, había trabajado por años en el Ángel mecánico de mi padre. Lo termine y después de que fueras concebida, lo sintonice con tu vida. Mi mayor invención.

–¿Pero por qué mi madre estaría dispuesto a llevarlo?

–Para salvarte, –dijo Mortmain. Tu madre se dio cuenta de que algo andaba mal cuando se quedó embarazada. Llevar a un niño brujo no es como llevar un niño humano. Fui a ella y le di el ángel mecánico. Le dije que al usarlo podría salvar la vida del niño. Ella me creyó. Yo no estaba mintiendo. Eres inmortal, niña, pero no invulnerable. Puedes ser asesinada. El ángel esta sintonizado con tu vida; está diseñado para salvarte si estás muriendo. Puede haberte salvado cientos de veces antes de que siquiera hayas nacido, y te ha salvado desde entonces. Piensa en las veces que has estado cerca de la muerte. Piensa en la manera en que ha intervenido.

Mai recordó-la forma en que su ángel había volado hacia el autómata ahogándolo, la había defendido de las espadas de la criatura que la había atacado en Ravenscar Manor, había impedido que se hiciera pedazos en las rocas del barranco. –Pero no me salvó de torturas, ni lesiones.

–No. Porque eso es parte de la condición humana.

–También la muerte, –dijo Mai. –Yo no soy humana, y dejó que las Hermanas Oscuras me torturaran. Nunca podré perdonarlo por eso. Aun si me convenciera de que la muerte de mi hermano fu su culpa, que la muerte de Thomas fue justificada, que su odio era razonable, Nunca podría perdonarle por eso.

Mortmain levantó la caja a sus pies, la volcó. Hubo un ruido de choque como si embragues cayeran de él-engranajes y cámaras y mecanismos, pedazos de metal manchados de un fluido negro, y, por último, rebotando sobre el resto de la basura como la pelota de un niño de goma roja, una cabeza cercenada.

La señora Black. –La he destruido, –dijo. –Para ti. Quería demostrarte que soy sincero, señorita Gray.

–¿Sincero en qué? –Exigió Mai. ¿Por qué me creó?

Sus labios se torcieron ligeramente, no era una sonrisa, no realmente. –Por dos propósitos. El primero es para que puedas tener hijos.

–Pero los brujos no pueden…

No, –dijo Mortmain. –Pero tú no eres un brujo normal. En ti la sangre de los demonios y la sangre de los ángeles ha luchado su propia guerra en el cielo, y los ángeles han salido victoriosos. No eres una cazadora de sombras, pero tampoco un brujo. Eres algo nuevo, algo completamente diferente. Cazadores de sombras, –espetó. –Todos los híbridos de cazador de sombras y demonios mueren, y los nefilims están orgullosos de eso, contentos de que su sangre nunca será profanada, su linaje contaminado con la magia. Pero tú. Tú puedes hacer magia. Pue des tener niños como cualquier mujer. No por algunos años todavía, pero cuando alcances la completa madurez. Los más grandes brujos vivos me lo han asegurado. Juntos comenzaremos una nueva raza, con la belleza de los Cazadores de Sombras y sin ninguna marca de brujo. Será una carrera que acabará con la arrogancia de los Cazadores de Sombras mediante el remplazo de ellos en esta tierra.

Las piernas de Mai dejaron de funcionar. Se desplomó en el suelo, el camisón su alrededor como si se tratará de agua negra. –Usted- ¿usted quiere utilizarme para tener a sus niños?

Ahora sonrió. –No soy un hombre sin honor. –Dijo. –Le ofrezco matrimonio. Siempre lo planee así. –Hizo un gesto a la lamentable pila de metal mellado y la carne que alguna vez había sido la señora Black. –Si puedo tener su participación voluntaria, lo preferiría. Y puedo prometerle que me encargaré de todos sus enemigos.

Mis enemigos. Pensó en Nate, sus manos cerrándose en las de ella mientras moría, desangrándose, en su regazo. Pensó en Jem nuevamente, la forma en que nunca protestó contra su destino pero enfrentándolo con valentía, pensaba en Charlotte, que lloró por la muerte de Jessamine, aunque Jessie la había traicionado; y pensó en Will, quien había puesto su corazón en ella y Jem caminando porque los amaba más que a sí mismo.

Había bondad humana en el mundo, pensó - todo atrapado en deseos y sueños, remordimientos y resentimientos, amarguras y poderes, pero eso estaba allí, y Mortmain nunca lo vería. –Nunca entenderá, –dijo. –Dice que construye, que inventa, pero conozco a un inventor -Henry Branwell- y usted no es para nada como él. Él trae cosas a la vida; usted solo destruye. Y ahora me trae a un demonio muerto como si se tratara de flores en lugar de más muerte. No tiene sentimientos, Señor Mortmain, ni empatía por nadie. Si no lo hubiera sabido antes, se habría hecho muy claro cuando intento usar la enfermedad de James Carstairs para forzarme a venir aquí. A pesar de que se está muriendo por su culpa, él no me hubiera forzado a venir aquí- no hubiera tomado su yin fen. Así es como se comporta la gente buena.

Ella vio la mirada de su rostro. Decepción. Estuvo allí solo por un momento, antes de que la limpiara con una mirada astuta –¿No te permitirían venir? –dijo. –Así que no te juzgue mal; lo hubieras hecho. Hubieras venido a mí, aquí, por amor. –No por amor a usted.

–No, –dijo él, pensativo, –No por mí.

Y sacó de su bolsillo un objeto que Mai reconoció de inmediato.

Miró el reloj que le tendía, colgando de su cadena de oro. Se desenrollaba claramente. Las manecillas habían dejado de girar hace mucho tiempo, el tiempo parecía congelarse en la media noche. Las iniciales J.T.S. habían sido talladas en la parte posterior con una escritura elegante.

–Dije que fueron dos razones por las que te cree –dijo. –Ésta es la segunda. Existen cambia-formas en el mundo: demonios y magos que puede tomar la apariencia de otros. Pero solo tú puedes realmente volverte en alguien más. Este reloj era de mi padre. John Thaddeus Shade. Le ruego que tome este reloj y cambie a mi padre así podría hablar con él una vez más. Si lo hace, enviare todo el yin fen que tengo en mi poder -y es una cantidad considerable- a James Carstairs.

–Él no la aceptará, –dijo Mai inmediatamente.

–¿Por qué no?, –su tono era razonable. –Ya no eres una condición para la droga. Se trata de un regalo, dado libremente. Sería absurdo tirarlo a la basura, y no serviría de nada. Mientras que haciendo esta pequeña cosa por mí, quizá puedas salvar su vida. ¿Qué dice a eso, Maite Gray?.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Miér Abr 13, 2016 2:47 pm

***

Will, Will, despierta.

Era la voz de Mai, sin lugar a dudas, y eso hizo que Will montara de nuevo. Sujetaba la melena de Balios para detenerse y veía alrededor somnoliento.

Verde, gris, azul. La vista del campo de Gales se extendía ante él. Había pasado Welshpool y la frontera Inglaterra-Gales en algún momento del amanecer. Recordaba muy poco de su viaje, sólo un proceso continuo, y un pasar tortuoso de lugares: Norton, Atcham, Emstrey, Weepin Cross, desviándose a él y su caballo cerca de Shrewsbury, y finalmente, finalmente la frontera y las colinas de Gales en la distancia. Habían parecido fantasmales con la luz de la mañana, todo envuelto en la niebla que se había desvanecido lentamente mientras el sol se había elevado.

Supuso que estaba en algún lugar cerca de Llangadfan. Era un camino bonito, colocado sobre un viejo camino romano. Pero prácticamente deshabitado por excepción de las granjas esporádicas, y parecía infinitamente largo, más largo que el cielo gris que se extendía por encima. Se forzó a detenerse en el hotel Cann Office y tomar algunos alimentos, pero solo por un momento. El viaje era lo que importaba.

Ahora que estaba en Gales, podía sentirlo -el llamado de su sangre hacia el lugar donde había nacido. A pesar de todas las palabras de Cecily, no había sentido ninguna conexión hasta ahora -respirando el aire de Gales, viendo sus colores: el verde de las colinas, el gris de las rocas y el cielo, las rocas pálidas de las casas, los puntos de marfil de las ovejas sobre la hierba. Los árboles de pino y roble esmeralda oscuro en la distancia, más arriba, pero cerca del camino crecía la vegetación verde-gris y ocre.

Al adentrarse en el corazón del país, las suaves colinas verdes se hicieron más marcadas, el camino más empinado, y el sol comenzó a hundirse en la cima de las distantes montañas. Ahora sabía dónde estaba, supo cuando llegó al valle Dyfi, y las montañas frente a él se alzaban, completas y desiguales. El pico de Car Afron estaba a su izquierda, una caída de roca gris y guijarros como una telaraña gris rota a su lado. El camino era empinado y largo y al instar Will a Balios hasta ella, resbalo de la silla y, contra su voluntad, perdió el conocimiento.

Soñaba con Cecily y Ella subiendo y bajando colinas no muy diferentes a éstas, llamándolo. ¡Will! Ven y corre con nosotras, ¡Will! Y soñaba con Mai y sus manos extendidas para él, y sabía que no podía parar, no podía parar hasta que llegara a ella. Incluso si nunca lo miraba de esa manera en la vida real, incluso si esa bondad en su mirada era para otra persona. Y a veces, como ahora, su mano se deslizaba en su bolsillo y se cerraba alrededor del colgante de jade.

Algo lo golpeó con fuerza hacia un lado; soltó el colgante mientras caía, chocando, en la hierba rocosa de al lado del camino. El dolor se disparó en su brazo, y rodó a un lado justo a tiempo para evitar que Balios arrugara la tierra junto a él. Le tomó un momento, jadeando, para darse cuenta de que no había sido atacado. Su caballo, demasiado cansado como para dar un paso más, se había derrumbado bajo sus pies.

Will se puso de rodillas y se arrastró al lado de Balios. El caballo negro yacía cubierto de espuma, con los ojos en blanco mirando arriba lastimosamente hacia Will mientras Will se acercaba a él, pasó un brazo alrededor de su cuello. Para su alivio el pulso del caballo se mantenía estable y fuerte. –Balios, Balios, –susurró, acariciando la melena del animal. –Lo siento. No debería haberte cabalgado de esta manera.

Recordó cuando Henry había comprado los caballos y estaba decidiendo como nombrarlos. Will había sido quien sugirió los nombres: Balios y Xanthos, en honor de los caballos inmortales de Aquiles. Nosotros dos podemos volar tan rápidamente como Céfiro, que dicen que es el más veloz de todos los vientos.

Pero esos caballos habían sido inmortales, y Balios no lo era. Más fuerte que un caballo ordinario, y más rápido, pero cada criatura tiene sus límites. Se acostó, con la cabeza dando vueltas, y miró hacia el cielo –tirante como una hoja gris, tocando aquí y allá con vetas de nube negra.

Había pensado, una vez, en los breves momentos entre el levantamiento de la “maldición” y el conocer que Jem y Mai estaban comprometidos, en llevar a Mai a Gales, mostrarle los lugares donde había sido un niño. Había pensado que la llevaría a Pembrokeshire, para caminar alrededor de la península de San David y ver las flores desde la cima, ver el mar azul de Tenby y encontrar conchas marinas en las líneas de la marea. Todo esto parecía ahora la distante fantasía de un niño. Solo había camino por delante, más cabalgatas y más cansancio, y probablemente muerte al final de él.

Con otra palmadita tranquilizadora en el cuello de su caballo, Will se apoyó en sus rodillas y luego en sus pies. Luchando contra el mareo, salió cojeando hacia la cresta de la colina y miro hacia abajo. Un pequeño valle yacía debajo, y dentro se encontraba un diminuto pueblo de piedra, un poco más grande que una aldea. Tomó la estela de su cinturón y con cansancio talló una runa de la visión en su muñeca izquierda. Le dio suficiente fuerza para ver que el pueblo tenía una plaza, y una pequeña iglesia. Era casi seguro que deberían tenar algún tipo de taberna donde podía descansar por la noche.

Todo en su corazón le gritaba que siguiera, que terminara esto –no podían estar a más de 20 millas10* de su objetivo –pero continuar sería matar su caballo y, él sabía, que llegando a Cadair Idris en mal estado, no sería rival para nadie. Regresó con Balios y con una aplicación de medidas de persuasión consiguió puñados de avena para que el caballo se pusiera de pie.

Juntando las riendas en su mano y entrecerrando los ojos por la puesta de sol, comenzó a guiar a Balios por la colina hacia el pueblo.

***

La silla donde Mai estaba sentada tenía un alto respaldo curvo de madera adherido con clavos enormes, los extremos se atoraban en su espalda. Delante de ella había un amplio escritorio, lleno de libros en un extremo. Ante ella en el escritorio había una hoja de papel en blanco, un frasco de tinta y una pluma. Al lado del papel se encontraba el reloj de bolsillo de John Shade.

A cada lado de ella había dos enormes autómatas. Se habían esforzado poco para hacerlos parecer humanos. Cada uno era casi triangular, con los brazos gruesos saliendo desde cualquier parte de sus cuerpos, cada brazo terminaba en una cuchilla afilada. Eran lo suficientemente atemorizantes, pero Mai no podía hacer otra cosa que sentir que si Will estuviera allí, hubiera comentado que se veían como los nabos, y tal vez hacer una canción sobre eso.–Toma el reloj, –dijo Mortmain. –Y cambia.

10:NT.Poco más de 32 kilómetros aproximadamente.

Se sentó frente a ella, en una silla muy parecida a la de ella, con el mismo respaldo alto curvado. Ellos estaban en otra habitación de la cueva, a donde había sido dirigida por los autómatas; la única luz en la habitación venía de una enorme chimenea, lo suficientemente grande como para rostizar una vaca. La cara de Mortmain estaba impregnada de sombras, juntó los dedos por debajo de la barbilla.

Mai levantó el reloj. Se sentía pesado y fresco en sus manos. Cerró sus ojos.

Sólo tenía la palabra de Mortmain de que había enviado el yin fen, y sin embargo le creía. Después de todo no tenía razones para no hacerlo. ¿Qué diferencia podía ser para él que James Carstairs viviera un poco más? Solo había sido un instrumento para tenerla a ella en sus manos, y aquí estaba ella, yin fen o no.

Oyó a Mortmain silbar, y ella apretó los dedos, aferrando el reloj. Parecía que palpitaba de repente en su mano, de la manera en que el ángel mecánico lo hacía algunas veces, como si tuviera vida propia. Sintió un tirón en la mano, y luego, de repente, el Cambio estaba en ella -sin que ella tuviera la voluntad o alcanzarlo como generalmente lo hacía. Dio un pequeño jadeo al sentir que el Cambio la empujaba como un viento áspero, empujándola hacia abajo y al fondo. John Shade estaba de repente a su alrededor, su presencia envolvía la de ella. El dolor se extendió por su brazo, y soltó el reloj. Se golpeó en el escritorio, pero el Cambio era imparable. Sus hombros se ampliaban en el camisón, sus dedos se volvían verdes, el color se extendía por su cuerpo como cardenillo sobre cobre.

Su cabeza se irguió. Se sentía pesada, como si un enorme peso la estuviera presionando. Mirando hacia abajo, vio que tenía unos pesados brazos de hombre, la piel de un oscuro, textura verde, las manos grandes y curvas. Un sentimiento de pánico se apoderó de ella, pero era muy pequeña, una pequeña chispa dentro de un inmenso abismo de oscuridad. Nunca antes había estado tan perdida dentro de un Cambio.

Mortmain se irguió en la silla. Estaba mirándola fijamente, con los labios firmemente comprimidos, sus ojos brillaban con una luz muy oscura. –Padre–, dijo.

Mai no respondió. No había podido responder. La voz que se alzaba en su interior no era la suya; era Shade. –Mi príncipe mecánico, –dijo Shade.

La luz en los ojos de Mortmain creció. Él se inclinó hacia adelante, empujando los papeles con entusiasmo a través de la mesa hacia Mai. –Padre, –dijo. –Necesito tu ayuda, y rápido tengo un Pyxis. Tengo los medios para abrirlo. Tengo los cuerpos de los autómatas. Sólo necesito el hechizo que has creado, el hechizo vinculante. Anótalo para mí, y voy a tener la última pieza del rompecabezas.

La pequeña llamarada de pánico dentro de Mai comenzó a crecer y a expandirse. Este no era un cariñoso reencuentro entre padre e hijo. Esto era lo que Mortmain quería, necesitaba al brujo John Shade. Comenzó a luchar, para tratar de liberarse del Cambio, pero detuvo con un agarre como el hierro. Nunca, desde que las Hermanas Oscuras la habían entrenado había sido incapaz de terminar con un Cambio, pero aunque John Shade estuviera muerto, podía sentir el acerado agarre de su voluntad sobre la de ella, manteniéndola prisionera en su cuerpo y obligando a aquel cuerpo a moverse. Con horror ella vio su propia mano tomando la pluma, sumergir la punta en la tinta, y comenzar a escribir.

La pluma arañaba sobre el papel. Mortmain se inclinó hacia delante. Respiraba fuertemente, como si estuviera corriendo. Detrás de él el fuego crepitó, alto y naranja en la parrilla. –Eso es, –dijo él, su lengua lamiendo su labio inferior. –Puedo ver la forma en que lo haría trabajar, sí. Por último. Eso es exactamente.

Mai miró fijamente. Lo que salía de su pluma parecía un torrente de galimatías para ella: números, signos, y símbolos que no podía comprender. Una vez más trató de luchar, teniendo éxito solo en arruinar la hoja. Ahí estaba nuevamente la pluma -la tinta, el papel, mas rayados. La mano que sujetaba el papel comenzó a sacudirse violentamente, pero los símbolos continuaban fluyendo. Mai comenzó a morderse el labio, fuerte, más fuerte. Probó la sangre en su boca. Algo de la sangre goteo en la página. La pluma continúo escribiendo, manchas escarlata fluían a través de ésta. –Eso es, –dijo Mortmain. –Padre.

La punta de la pluma se espetó, tan fuerte como un arma de fuego, haciendo eco en las paredes de la cueva. La pluma cayó rota de la mano de Mai, y ella se dejó caer en la silla, exhausta. El verde se drenaba de su piel, su cuerpo se estaba reduciendo, su cabello castaño estaba cayendo suelto sobre sus hombros. Aún podía saborear la sangre en su boca. –No, – jadeo, y alcanzo los papeles. –No.

Sin embargo, sus movimientos se hicieron lentos por el dolor y el Cambio, y Mortmain era más rápido. Riendo, le arrebató los papeles de la mano y se puso de pie. –Muy bien, –dijo. –Gracias, mi pequeña bruja Tú me has dado todo lo que necesito. Autómatas, escolten a la Señorita Gray de vuelta a su habitación.

Una mano de metal se cerró en la parte posterior del vestido de Mai y la levanto sobre sus pies. El mundo parecía girar vertiginosamente frente a ella. Vio a Mortmain agacharse y levantar el reloj de oro que había caído sobre la mesa.

Él le sonrió, con una sonrisa salvaje y cruel. –haré que te sientas orgulloso, padre, –dijo. –No lo dudes.

Mai, ya no podía soportar mirar, cerró los ojos. ¿Qué he hecho? Pensó mientras el autómata comenzaba a llevarla a su habitación. Dios mío, ¿Qué he hecho?
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Miér Abr 13, 2016 3:04 pm

17

Solo Noble para ser Bueno

Como sea que sea, me parece
Esto solo noble para ser bueno
Amables corazones son más que coronas,
Y simple fe más que sangre normanda.

-Alfred, Lord Tennyson, “Lady Clara Vere de Vere”


La cabeza oscura de Charlotte estaba inclinada sobre una carta cuando Gabriel entró en el comedor. Estaba helado en la habitación, el fuego extinto en la chimenea. Gabriel se preguntó por qué Sophie no lo había avivado- demasiado tiempo entrenando. Su padre no hubiera tenido paciencia con eso. Le gustaban los sirvientes que estaban entrenados para pelear, pero prefería a aquellos que tenían el conocimiento antes de entrar a su servicio. Charlotte miró hacia arriba. –Gabriel, – dijo.

–¿Quería verme? –Gabriel hizo lo mejor que pudo para contener su voz tranquila. No podía evitar el sentimiento de que los ojos oscuros de Charlotte podían ver a través de él, como si estuviera hecho de cristal. Sus ojos se fueron hacia el papel en el escritorio. –¿Qué es eso?

Ella dudó. –Una carta del Cónsul. –Su boca estaba retorcida en una línea apretada e infeliz. Miró hacia abajo y suspiró. –Todo lo que siempre  quise fue dirigir este Instituto como mi padre lo hizo. Nunca pensé que sería tan difícil. Debería escribirle de nuevo pero, –dejó de hablar entonces, con una sonrisa apretada y falsa. –Pero no te he pedido que vengas aquí para hablar de mí misma, –dijo. –Gabriel, te he visto cansado estos últimos días, y tenso. Sé que todos estamos preocupados, y temo que en esa preocupación, tu situación haya quedado olvidada.
 
– ¿Mi situación?

–Tu padre, –ella explicó, levantándose de su silla y acercándosele. –Debes estar de duelo por él.

–¿Qué hay sobre Gideon? –dijo él. –Era su padre también.

–Gideon estuvo de duelo por tu padre hace tiempo, –dijo, y para su sorpresa ella estaba de pie junto a su codo. –Para ti, esto debe ser nuevo y crudo. No quiero que pienses que lo he olvidado.

–Después de todo lo que ha pasado, –dijo él con la garganta comenzando a cerrársele por el asombro- y algo más, algo que no quería identificar muy de cerca –después de Jem, y Will, y Jessamine, y Mai, después de que su casa ha sido casi partida a la mitad, ¿no desea que yo crea que se ha olvidado de mi?

Ella puso una mano en su brazo. –Esas pérdidas no hacen que tu pérdida no sea nada.

–No puede ser, –dijo él. –No puede usted querer consolarme. Me pidió que averiguara si mi lealtad todavía estaba con mi padre o con el Instituto.

–Gabriel, no. Nada como eso.

–No puedo darle la respuesta que quiere, –dijo Gabriel. –No puedo olvidar que él se quedó conmigo. Mi madre murió, y Gideon se fue, Tatiana es una tonta inútil, y nunca hubo nadie más, nunca nadie más que me apoyara, y no tenía nada, solo mi padre, solo éramos los dos, y ahora usted, usted y Gideon, esperan de mi que lo desprecie, pero no puedo. Él era mi padre, y yo –su voz se quebró.

–Lo amabas, –dijo ella amablemente.

– Lo sé. Recuerdo cuando eras solo un niño pequeño, y recuerdo a tu madre. Y recuerdo a tu her mano siempre junto a ti. Y la mano de tu padre sobre tu hombro. Si importa de algún modo, yo creo que él te amaba también.

–Eso no importa. Porque yo maté a mi padre, –dijo Gabriel en una voz temblorosa. –Puse una flecha a través de su ojo – derramé su sangre. Parricidio.

–No fue un parricidio. Ya no era tu padre.

–Si eso no era mi padre, si yo no termine con su vida, entonces ¿dónde está él? –Susurró Gabriel –¿Dónde está mi padre? – y sintió como Charlotte se estiraba para acercarlo y abrazarlo como lo haría una madre, sosteniéndolo mientras se atragantaba secamente contra su hombro, probando lágrimas en su garganta que no era capaz de derramar. –¿Dónde está mi padre? –dijo de nuevo,  y cuando ella apretó su agarre en él, él sintió que la fuerza de ella lo sostenía, y se preguntó, cómo pudo haber pensado que esta pequeña mujer era débil.


***

Para: Charlotte Branwell

Del: Cónsul Josiah Wayland.

Mi querida Señora Branwell,

¿Un informante cuyo nombre no puede revelar en esta ocasión? Me aventuraría a suponer que no es un informante, y que es todo su propia invención, una treta para convencerme de que está en lo correcto.

Rezo para que detenga su representación de un loro que repite sin inteligencia: Marchemos sobre Cadair Idris de inmediato, a todas horas del día, y en vez de eso me muestre que está cumpliendo con sus deberes como líder del Instituto de Londres. De otro modo me  temo que deberé suponer que es inadecuada para hacerlo, y me veré forzado a relevarla de esos deberes de inmediato.

Como muestra de su cumplimiento, debo pedirle que deje de hablar de este tema por completo, y no implorar a ningún miembro de la Clave que la acompañe en su búsqueda infructuosa. Si me entero de que ha llevado este asunto ante cualquier otro Nefilim, voy a considerarlo la más grave desobediencia y actuar en consecuencia.

Josías Wayland, Cónsul de la Clave.

Sophie le había traído la carta a Charlotte a la mesa del desayuno. Charlotte la abrió con su cuchillo de la mantequilla, rompiendo el sello de los Wayland (una herradura con la C de Cónsul debajo) y casi rompe toda la carta en su apuro por leerla.

El resto de ellos la miraba, Henry con preocupación en cara brillante y abierta, cuando dos manchas rojas florecieron lentamente en las mejillas de Charlotte mientras sus ojos revisaban las líneas. Los otros se quedaron sentados muy quietos, olvidados de su comida, y Cecily no pudo más que pensar en qué tan extraño era de algún modo el ver a un grupo de hombres colgados de la reacción de una mujer.

Aunque era un grupo de hombres más pequeño del que debería ser. La ausencia de Will y Jem se sentía como una herida nueva un corte fresco todavía sin llenarse de nuevo con sangre, el asombro casi demasiado fresco para ser dolor. –¿Qué pasa? –dijo Henry ansiosamente. –Charlotte querida…

Charlotte leyó las palabras del mensaje en voz alta con los golpes sin emoción de un metrónomo. Cuando terminó, dejó la carta a un lado, todavía mirándola fijamente. –Simplemente no puedo… –comenzó. –No puedo entenderlo.

Henry se había ruborizado profundamente bajo sus pecas.–Como se atreve a escribirte de esa manera, –dijo con una feroci dad inesperada. –Cómo se atreve a dirigirse a ti de ese modo, a disminuir tus preocupaciones…

–Quizás tenga razón. Quizás está loco. Quizás todos lo estamos, –dijo Charlotte.

–¡No lo estamos! –exclamó Cecily, y vio como Gabriel la miraba de reojo. Su expresión era una difícil de leer. Había estado muy pálido desde que entró en el comedor, y apenas había hablado o comido, en cambio mirando hacia el mantel como si sostuviera todas las respuestas del universo. –El Magíster está en Cadair Idris. Estoy segura de eso.

Gideon fruncía el ceño. –Te creo, –dijo. –Todos lo hacemos, pero sin la escucha del Cónsul, el asunto no puede ser puesto ante el Consejo, y sin un Consejo, no habría ayuda para nosotros.

–El Portal casi está listo para usarse,–dijo Henry. –Cuando funcione, podremos transportar a tantos Cazadores de Sombras como necesitemos hasta Cadair Idris, en cuestión de instantes.

–Pero no habrá Cazadores de Sombras que transportar, –dijo Charlotte. –Mira, aquí, el Cónsul me prohíbe hablar de este asunto con el Enclave. Su autoridad reemplaza la mía. El pasar por encima de sus ordenes de ese modo-podríamos perder el Instituto.

–¿Y? –eclamó Cecily acaloradamente. –¿Te importa más tu posición que Will y Mai?

–Señorita Herondale, –comenzó Henry, pero Charlotte lo calló con un gesto. Se veía muy cansada.

–No, Cecily, no es eso, pero el Instituto nos da protección. Sin el nuestra capacidad de ayudar a Will y Mai se vería comprometida severamente. Como cabeza del Instituto, puedo brindarles una ayuda que un simple Cazador de Sombras no podría.

–No, –dijo Gabriel. Había empujado su plato, y sus dedos delgados estaban tensos y blancos cuando señaló. –No puedes.

–¿Gabriel? –dijo Gideon en un tono inquisitivo.

–No me quedaré callado, –dijo Gabriel, y se puso de pie, como si intentara ya sea dar un discurso o salir corriendo de la mesa, Cecily no estaba segura. Él le lanzó una verde mirada atormentada a Charlotte. –El día que el Cónsul vino, cuando nos llevó a mí y a mi hermano para interrogarnos, nos amenazó hasta que le prometimos espiarte para él.

Charlotte se puso pálida. Henry comenzó a levantarse de la mesa.  Gideon levantó una mano suplicante. –Charlotte, –dijo. –Nunca lo hicimos. Nunca le dijimos una palabra. Nada que fuera cierto de cualquier manera, –corrigió, mirando alrededor mientras el resto de los ocupantes de la habitación se le quedaban mirando. –Algunas mentiras. Engaños. Él dejó de preguntar después de solo dos cartas. Sabía que era inútil.

–Es cierto señora,–dijo una voz baja en la esquina de la habitación. Sophie. Cecily casi no había notado que estaba ahí, pálida debajo de su cofia blanca.

–¡Sophie! –gritó Henry profundamente asombrado. –¿Tú sabías de esto?

– Sí, pero– la voz de Sophie se quebró. – Amenazó a Gideon y Gabriel horriblemente, Señor Branwell. Les dijo que haría que quitaran el nombre de los Lightwood de los registros de los Cazadores de Sombras, que haría que Tatiana quedara en la calle. Y aun así ellos no le dijeron nada. Cuando dejó de preguntar, pensé que se había dado cuenta de que no había nada que encontrar y que se había rendido. Lo siento tanto, yo solo.

–Ella no quería causarle dolor, –dijo Gideon desesperadamente. –Por favor, Señora Branwell. No culpe a Sophie por esto.

–No lo hago, –dijo Charlotte, sus ojos oscuros y rápidamente moviéndose de Gabriel a Gideon y a Sophie y de regreso. –Pero preferiría imaginar que no hay más en esta historia. ¿O sí?.  

Eso es todo lo que hay, en verdad,–  comenzó Gideon.

–No, –dijo Gabriel. –No lo es. Cuando vine contigo Gideon y te dije que el Consul ya no quería que le reportáramos sobre Charlotte, fue una mentira.

–¿Qué? –Gideon parecía horrorizado.

–Me llevó a un lado por mi cuenta, el día del ataque al Instituto, –dijo Gabriel. –Me dijo que si lo ayudaba descubrir cualquier mal comportamiento de parte de Charlotte, nos devolvería la finca de los Lightwood, restauraría el honor de nuestro nombre, y cubriría lo que hizo nuestro padre… –Respiró profundamente. –Y yo le dije que lo haría.

–Gabriel, –Gideon gimió, y enterró su cabeza en las manos. Gabriel se veía como si estuviera a punto de vomitar, medio tambaleándose en sus pies. Cecily se sentía dividida entre la lástima y el horror, recordando esa noche en la sala de entrenamiento, cómo le dijo que tenía fe de que él tomaría las opciones correctas.

–Por eso es que te veías tan asustado cuando te llamé para hablar más temprano, –dijo Charlotte con la mirada fija en Gabriel. –Pensaste que me había enterado.
 
Henry comenzó a ponerse de pie, su agradable y abierto rostro, oscureciéndose con el primer atisbo de enojo real que Cecily pensaba haberle visto alguna vez. –Gabriel Lightwood, –dijo. –Mi esposa no te ha mostrado otra cosa que gentileza, ¿y esta es la forma en la que le correspondes?

Charlotte puso una mano en el brazo de su esposo para contenerlo. –Henry, espera, – dijo. – Gabriel. ¿Qué hiciste?

–Escuché su conversación con Aloysious Starkweather, –dijo Gabriel en una voz vacía. –Después de eso escribí una carta al Cónsul, diciéndole que estaba basando sus peticiones para marchar sobre Gales, en las palabras de un hombre loco, que era crédula y  demasiado obstinada…

Los ojos de Charlotte parecían clavarse en Gabriel como clavos; Cecily pensó que nunca querría esa mirada sobre ella, jamás en su vida. –La escribiste, – dijo. –¿La enviaste?

Gabriel respiró largamente, jadeando por aire. –No, –dijo, y rebuscó en su manga. Sacó un pedazo de papel doblado y lo lanzó sobre la mesa. Cecily lo miró. Estaba manchado con huellas de dedos, y suave en los bordes, como si hubiera sido doblado y desdoblado muchas veces. –No pude hacerlo. No le dije nada.

Cecily soltó el aire que no era consciente de haber estado sosteniendo.

Sophie hizo un suave sonido; se movió hacia Gideon, quien se veía como si estuviera recuperándose de un golpe en el estómago. Charlotte permanecía tan calmada como había estado a través de todo el suceso. Se estiró para coger la carta, y le dio un vistazo, y luego la puso de vuelta sobre la mesa. –¿Por qué no la enviaste? – dijo.

Él la miró, una mirada extraña pasó entre los dos, y dijo, –Tuve mis razones para reconsiderar.

–¿Por qué no acudiste a mi? –dijo Gideon. –Gabriel, eres mi hermano…

–No puedes tomar todas las decisiones por mí, Gideon. A veces tengo que tomar algunas por mí mismo. Como Cazadores de Sombras debemos ser desinteresados. Morir por los mundanos, por el Ángel, y por todos nosotros. Esos son nuestros principios. Charlotte vive bajo esos principios. Padre nunca lo hizo. Me di cuenta de que estaba equivocado antes, poniendo mi lealtad en mi línea de sangre por encima de los principios, por encima de todo. Y me di cuenta de que el Cónsul estaba equivocado sobre Charlotte. –  Gabriel se detuvo de pronto; su boca estaba fija en una línea delgada y blanca. –Estaba equivocado. –Se volvió hacia Charlotte. – No puedo retirar lo que he hecho en el pasado, o lo que consideré hacer. Sé que no hay manera de remendar mis dudas sobre su autoridad o mi ingratitud por su generosidad. Todo lo que puedo hacer es decirle lo que sé: que no puede esperar por una aprobación del Cónsul Wayland que no llegará jamás. Él nunca va a marchar sobre Cadair Idris por usted, Charlotte. Él no quiere acceder a ningún plan que tenga su estampa de autoridad en él. Él la quiere fuera del Instituto. Reemplazada.

–Pero él fue quien me puso aquí, –dijo Charlotte. –Él me apoyó.

–Porque pensó que sería débil,– dijo Gabriel. –Porque piensa que las mujeres son débiles y fácilmente manipulables, pero ha probado que no lo es, y eso le ha arruinado todos sus planes. Él no solo desea que sea desacreditada; lo necesita. Fue lo bastante claro conmigo de que incluso si no descubría que usted estuviera involucrada en cualquier mal comportamiento verdaderamente, él me garantizaba libertad de inventar una mentira que la condenara. Siempre y cuando fuera una mentira convincente.

Charlotte apretó los labios. –Entonces nunca tuvo fe en mi,– susurró. –Nunca.
 
Henry apretó el agarre en el brazo de Charlotte. –Pero debió hacerlo, –dijo. –Él te subestimó, y eso no es una tragedia. Has probado ser mejor, más inteligente y más fuerte de lo que cualquiera hubiera esperado, Charlotte eso es un triunfo.

Charlotte tragó duramente, y Cecily se preguntó, solo por un momento, como sería tener a alguien que mirara del modo en que Henry miraba a Charlotte – como si fuera una maravilla en la tierra. – Qué hago?  –Lo que tu creas que es lo mejor, Charlotte querida,–dijo Henry.

–Eres la líder del Enclave, y del Instituto, –dijo Gabriel. – Tenemos fe en ti, incluso si el Cónsul no la tiene.–Inclinó la cabeza. –Tienes mi lealtad de este día en adelante. Por lo que sea que valga para ti.

–Es valiosa, y mucho, –dijo Charlotte y había algo en su voz, una callada autoridad que hizo que Cecily quisiera ponerse de pie y proclamar su lealtad solo para conseguir el bálsamo de la aprobación de Charlotte. Cecily se dio cuenta que no podía imaginar sentirse de ese modo sobre el Cónsul. Y eso es por lo que el Cónsul la odia, pensó. Porque es una mujer y aun así sabe que puede convocar lealtad en una forma en la que él nunca podría. –Procederemos como si el Cónsul no existiera, –continuó Charlotte. –Si está decidido a removerme de mi lugar aquí, entonces no tengo nada que salvaguardar. Es simplemente una cuestión de hacer lo que debemos antes de que él tenga oportunidad de detenernos. Henry, ¿qué tanto falta para que tu invento esté listo?

–Mañana, –dijo Henry rápidamente. –Tendré que trabajar durante la noche.

–Será la primera vez que se use, –dijo Gideon. –¿No les parece un poco arriesgado?

–No tenemos otra forma de llegar a Gales a tiempo, –dijo Charlotte. –Una vez que haya mandado mi mensaje, tendremos solo un corto tiempo antes de que el Cónsul venga a relevarme de mi puesto.

–¿Qué mensaje? –preguntó Cecily, asombrada.

–Voy a enviar un mensaje a todos los miembros de la Clave,–  dijo Charlotte. –Al mismo tiempo. No al Enclave. A la Clave.

Pero solo al Cónsul se le permit –comenzó Henry, y luego cerró la boca como si fuera una caja. –Ah.
 
–Les contaré la situación como es y les pediré su ayuda, - dijo Charlotte. –No estoy segura de cuál sea la respuesta con la que podemos contar, pero seguramente algunos de ellos se pondrán de nuestro lado.

–Yo estoy de tu lado, – dijo Cecily.

–Y yo, por supuesto, –dijo Gabriel. Su expresión era de resignación, nerviosa, considerada y determinada. A Cecily nunca le había gustado tanto.

–Y yo, –dijo Gideon, –Aunque… –y su mirada mientras pasaba por encima de su hermano era de preocupación. – Con solo cinco de nosotros y uno apenas con entrenamiento, contra cualquier fuerza que Mortmain haya armado…–Cecily se quedó atrapada entre el placer de que la hubiera contado entre ellos y la molestia de que hubiera dicho que apenas tenía entrenamiento. –Solo puede ser una misión suicida.

La voz suave de Sophie habló de nuevo. –Puede que solo sean seis Cazadores de Sombras, de su lado, pero tienen al menos nueve luchadores. Yo también estoy entrenada, y me gustaría pelear a su lado. También Bridget y Cyril.
 
Charlotte parecía a medias, complacida y asustada. –Pero Sophie, solo has comenzado tu entrenamiento…

–He sido entrenada por más tiempo que la Señorita Herondale,–  dijo Sophie.

–Cecily es una Cazadora de Sombras,

–La señorita Collins tiene un talento natural, –dijo Gideon. Habló lentamente, con el conflicto claro en su rostro. No quería que Sophie estuviera en la pelea, en peligro, y aún así, no podía mentir sobre sus habilidades. –Debería permitírsele Ascender y convertirse en una Cazadora de Sombras.
 
–Gideon, –comenzó Sophie, sorprendida, pero Charlotte ya estaba mirándola con una mirada oscura y llena de sospechas.

–¿Eso es lo que quieres, Sophie, querida? ¿Ascender?
 
Sophie tartamudeó. –Es-eso- eso es lo que siempre he querido, Señora Branwell, pero no si eso significa que debo dejar de servirle. Usted ha sido tan amable conmigo, y no deseo corresponderle con abandono…
 
–Tonterías, –dijo Charlotte. –Puedo conseguir otra sirvienta; no puedo encontrar a otra Sophie. Si ser Cazadora de Sombras es lo que tú quieres, mi niña, desearía que lo hubieras dicho. Pude haber ido con el Cónsul antes de que estuviera en mi contra. Aún así, cuando regresemos…

Ella se cortó, y Cecily escuchó las palabras detrás de las palabras: Si regresamos.   –Cuando regresemos, te pondré al frente para la Ascensión,–  concluyó Charlotte.

–Yo también hablaré bien de su caso,– dijo Gideon. –Después de todo, tengo el puesto de mi padre en el Consejo –sus amigos me escucharán; todavía le deben lealtad a nuestra familia –y además, ¿de qué otro modo podríamos casarnos?.

–¿Qué? – dijo Gabriel, con un gesto arrebiatado de su mano que accidentalmente lanzó el plato más cercano al piso, en donde se rompió en pedazos.

–¿Casarse? –dijo Henry. –¿Vas a casarte con los amigos de tu padre en el Consejo? ¿Con cuál de ellos?

Gideon se puso de un color verde extraño; claramente no pretendía que esas palabras se le escaparan, y no sabía qué hacer ahora que se le habían escapado. Estaba mirando a Sophie horrorizado, pero ella no parecía que fuera de mucha ayuda tampoco. Se veía tan asustada como un peal que han sacado inesperadamente a la tierra. Cecily se puso de pie, y dejó caer su servilleta en el plato. –Muy bien, –dijo usando lo más aproximado a los tonos de comando que usaba su madre cuando necesitaba que se hiciera algo en la casa. –Todo el mundo, salga de la habitación.

Charlotte, Henry y Gideon comenzaron a levantarse. Cecily levantó las manos. –Tú no, Gideon Lightwood, –dijo. –¡En serio! Pero tú,–  indicó a Gabriel, –deja de estar mirándoles fijamente. Y ven con nosotros. –Y jalándolo por la espalda de su chaqueta medio lo sacó a rastras de la habitación, Henry y Charlotte pisándole los talones.

En el momento en que dejaron el comedor, Charlotte se alejó hacia la sala de estar con el anunciado propósito de componer un mensaje para la Clave, Henry junto a ella. (Se detuvo en un giro del corredor para mirar a Gabriel con un gesto de diversión en la boca, pero Cecily sospechó que él no lo vio.) Cecily lo sacó de su mente, de cualquier manera. Estaba muy ocupada aplastando la oreja contra la puerta del comedor tratando de escuchar lo que estaba sucediendo adentro.

Gabriel, después de un momento de pausa, se inclinó contra el muro junto a la puerta. Estaba ruborizado y pálido a partes iguales, y tenía las pupilas dilatadas con asombro. –No deberías hacer eso, –dijo al final. –Escuchar detrás de las puertas es un comportamiento de lo más incorrecto, Señorita Herondale.

–Es tu hermano, –susurró Cecily con la oreja contra la puerta. Ella podía escuchar los murmullos que venían de adentro, pero nada definitivo. –Pensaría que querrías saber.
 
Él se pasó las dos manos a través del cabello y exhaló como alguien que ha estado corriendo una larga distancia. Se dio la vuelta hacia ella y sacó la estela del bolsillo de su chaleco. Dibujó una runa rápidamente en su muñeca y entonces puso la mano plana contra la puerta. –Quiero, ya que lo dices.

La mirada de Cecily pasó de su mano hacia la expresión pensativa en el rostro de él. –¿Puedes escucharlos? –reclamó. –¡Oh, eso no es justo para nada!

–Todo es muy romántico, –dijo Gabriel y frunció el ceño. – O lo sería si mi hermano pudiera soltar una palabra sin sonar como una rana atragantándose. Me temo que no pasará a la historia como uno de los máximos conquistadores de las mujeres en el mundo.
 
Cecily cruzó los brazos con indignación. –No veo por qué estás siendo tan difícil, –dijo. –¿O te molesta que tu hermano desee casarse con una sirvienta?

La expresión que Gabriel le envió era feroz, y Cecily de pronto se arrepintió de haberlo pellizcado como acababa de hacerlo.  –No hay nada que pueda pensar que el hiciera y que fuera peor de lo que hizo mi padre. Al menos sus gustos están en mujeres humanas.

Y aun así era muy difícil no pellizcarle. Era tan molesto. –Eso difícilmente es un gran elogio para una mujer tan fina como Sophie.

Parecía como que Gabriel estaba a punto de decir un comentario agudo, pero luego se lo hubiera pensado mejor. –No lo quise decir de esa manera. Ella es una fina muchacha, y será una buena Cazadora de Sombras cuando Ascienda. Ella traerá honor a nuestra familia, y el Ángel sabe que lo necesitamos.
 
–Creo que traerás honor a tu familia también, –dijo Cecily en voz baja. –Lo que acabas de hacer, lo que confesaste a Charlotte, eso requiere valor.
 
Gabriel se quedó quieto por un momento. Entonces estiró la mano hacia la de ella. –Toma mi mano, –le dijo. –Podrás escuchar lo que está sucediendo en el comedor a través de mi, si lo deseas.

Después de dudar un momento Cecily tomó la mano de Gabriel. Era tibia y áspera en la de ella. Pudo sentir el latido de la sangre a través de la piel, de un modo extrañamente reconfortante – y de hecho, a través de él puso escuchar el bajo susurro de palabras dichas: la voz suave y titubeante de Gideon, y la delicada de Sophie. Ella cerró los ojos y escuchó. –Oh, –dijo Sophie sin aliento y se sentó en una de las sillas.  –Oh.

No pudo hacer otra cosa más que sentarse; sus piernas se sentían temblorosas y débiles. Gideon, mientras tanto estaba de pie junto a la vitrina, y se veía en pánico. Su cabello rubio castaño estaba enredado salvajemente como si se hubiera estado pasando las manos.  –Mi querida Señorita Collins,–  comenzó.

–Esto es, –comenzó Sophie y luego se detuvo. – Yo no… Esto es bastante inesperado.

–¿Lo es? –Gideon se alejó de la vitrina y se recargó en la mesa; las mangas de su camisa estaban corridas hacia arriba ligeramente y Sophie se quedó mirándole las muñecas, cubiertas con ligero pelo rubio y marcadas con las cicatrices blancas de las Marcas.

–Seguramente ha  podido ver el respeto y estima que tengo por usted. La admiración.

–Bueno, –dijo Sophie. –Admiración. –Se las arregló para hacerlo sonar como una palabra muy débil de hecho.

Gideon se ruborizó. –Mi querida Señorita Collins, – comenzó de nuevo. –Es cierto que mis sentimientos por usted van más allá de la admiración. Los describiría como el afecto más ardiente. Su amabilidad, su belleza, su generoso corazón – me han trastornado, y es solo a eso a lo que puedo adjudicar mi comportamiento de esta mañana. No sé que me pasó, para hablar en voz alta sobre los más queridos deseos de corazón. Por favor, no se sienta obligada a aceptar mi propuesta solamente por que ha sido en público. Cualquier vergüenza sobre el asunto será y debe ser mía.

Sophie lo miró. El color iba y venía de sus mejillas, mostrando claramente su agitación. –Pero no me ha hecho una propuesta.

Gideon se quedó sorprendido. –Yo-¿qué?

–No me ha hecho una propuesta, –dijo Sophie con ecuanimidad. –Usted anunció a la mesa entera del desayuno que pretendía casarse conmigo, pero esa no es una propuesta. Es solo una declaración. Una propuesta es cuando me lo pide.

–Eso es poner a mi hermano en su lugar, –dijo Gabriel, mirándose satisfecho, del modo en que lo hacen los hermanos más chicos cuando derriban a sus hermanos o hermanas.

–Oh, ¡calla! –susurró Cecily, apretándole duro la mano. – !Quiero escuchar lo que dice el señor Lightwood!

–Muy bien, entonces, –dijo Gideon, del modo decidido (aunque todavía aterrado) en el que San Jorge se marchó a pelear con el dragón. – Una propuesta será.

Los ojos de Sophie lo siguieron mientras cruzaba la habitación hacia ella y se arrodillaba a sus pies. La vida era una cosa que no tenemos asegurada y hay ciertos momentos que uno desearía recordar, imprimirlos en la mente de modo que ese recuerdo no pueda ser removido después, como una flor aplastada entre las páginas de un libro, y admirarlos y recordarlos de nuevo.

Ella sabía que no querría olvidar el modo en que Gideon buscó su mano con la suya temblorosa, o la forma en que se mordió el labio antes de hablar. –Mi querida Señorita Collins, dijo. –Por favor perdóneme por mi desfavorable arrebato. Es solo que siento tal-tan fuerte estima- no, no estima,-adoración por usted que siento que irradia de mi cada momento del día. Desde que llegué a esta casa y siempre, he sido golpeado con más fuerza cada vez, todos los días, por su belleza, su valor, y su nobleza. Es un honor que no podría llegar a merecer pero al que más sinceramente aspiro, si solamente pudiera ser mía–eso es, si acepta ser mi esposa.

–Encantador, –dijo Sophie, saltando de su consentimiento. – ¿Ha estado practicando eso?

Gideon parpadeó. –Le aseguro que fue completamente improvisado.

–Bueno, fue adorable.– Sophie le apretó las manos. – Y si. Si, te amo, y sí, me casaré contigo, Gideon.

Una sonrisa brillante le abarcó toda la cara y los sorprendió a los dos al estirarse y besarse sonoramente en la boca. Ella le sostuvo la cara entre las manos mientras se besaban – sabía un poco a hojas de té y sus labios eran suaves y el beso fue completamente dulce. Sophie flotó en él, en el prisma del momento, sintiéndose segura de todo el resto del mundo.

Hasta que la voz de Bridget irrumpió en su felicidad, flotando lúgubre desde la cocina.

Un martes se casaron

Para el viernes se murieron

Y los enterraron en el patio de la iglesia

Lado a lado

Oh mi amor

Y los enterraron en el patio de la iglesia

Lado a lado.

Alejándose de Gideon con un poco de renuencia, Sophie se puso de pie y se sacudió el vestido. –Por favor perdóneme, mi querido Señor Lightwood-quiero decir Gideon-pero debo irme y asesinar a la cocinera. Volveré enseguida.

–Ohhh, – susurró Cecily. – ¡Eso fue tan romántico!

Gabriel quitó la mano de la puerta y le sonrió. Su rostro cambiaba un poco cuando sonreía: todas las líneas agudas se suavizaban, y sus ojos pasaban del color del hielo al verde las hojas en el sol de primavera. –¿Está llorando, Señorita Herondale?

Ella parpadeó con pestañas húmedas, y de pronto fue consciente de que su mano todavía estaba en la de él, todavía podía sentir el suave pulso en su muñeca contra la de ella. Él se inclinó hacia ella y pudo captar el aroma de temprano en la mañana en él: té y jabón de afeitarSe alejó de él apresuradamente, alejando la mano. –Gracias por permitirme escuchar,–dijo. –Debo- necesito ir a la biblioteca. Hay algo que debo hacer antes de mañana.

El rostro de él se arrugó con confusión. –Cecily.–Pero ella ya se estaba yendo por el corredor, sin mirar atrás.

Para: Edmund y Linette Herondale

Ravenscar Manor

West Riding, Yorkshire.

Queridos Mamá y Papá

He comenzado esta carta tantas veces y nunca la he enviado. Al principio era por culpa. Sabía que he sido una chica voluntariosa y desobediente al dejarlos y no podía enfrentar la evidencia de mi mal comportamiento en las letras negras sobre las páginas.

Después de eso fue la nostalgia. Los extrañaba tanto a ambos. Extrañaba las colinas tan verdes extendiéndose desde debajo de la casa, y el calor todo púrpura del verano, y Mamá cantando en el jardín. Era frío aquí, todo en negro y café y gris, neblinas espesas como sopa de guisantes y aire que te asfixia. Pensé que podría morirme de soledad, pero ¿cómo podría decirles eso? Después de todo, yo había elegido esto.

Y luego vino la tristeza. Había planeado venir y llevarme a Will conmigo, hacerle ver en donde recae su responsabilidad, y llevarlo a casa. Pero Will tenía sus propias ideas sobre deberes y honor, y las promesas que había hecho. Y llegué a ver que no podría llevar al hogar a alguien que ya está ahí. Y no sabía cómo decirles eso.

Y luego vino la felicidad .Esto puede parecerles muy extraño como me lo pareció a mí, que no podré regresar a casa porque he encontrado alegría. Mientras me entrenaba para convertirme una Cazadora de Sombras, sentí el tirón en mi sangre, el mismo tirón del cual Mamá siempre habló que sentía cada vez que veníamos desde Welshpool hasta ver el Valle de Dyfi. Con un cuchillo serafín en mi mano, soy más que Cecily Herondale, la más joven de tres, hija de buenos padres, quien algún día conseguirá un matrimonio ventajoso y le dará hijos al mundo. Soy Cecily Herondale, Cazadora de Sombras, y mi posición es grande y gloriosa.

Gloria. Es una palabra extraña, algo que no se supone que las mujeres deban desear, pero ¿no es triunfante nuestra reina? ¿No fue nuestra Reina Bess llamada Gloriana?

Pero ¿cómo decirles que escogí la gloria por encima de la paz? ¿La paz que les costó tan caro comprarle a la Clave, para dármela a mi? ¿Cómo podría decirles que era feliz como una Cazadora de Sombras sin causarles con eso la más grave infelicidad? Esta es la vida de la cual ustedes escaparon, la vida de cuyos peligros buscaron protegernos a Will, y a mí y a Ella. ¿Qué podría decirles que no les rompiera el corazón?

Ahora, - ahora es el entendimiento. He llegado a entender lo que significa amar a alguien más que a ti mismo. Me he dado cuenta ahora, que todo lo que ustedes quisieron, no es que yo fuera como ustedes, sino que sea feliz. Y ustedes me dieron – nos dieron- una opción. Veo a aquellos quienes han crecido dentro de la Clave y que nunca han tenido una opción sobre lo que desearían ser, y me siento agradecida por lo que ustedes hicieron. Escoger esta vida es muy distinto a nacer en ella. La vida de Jessamine Lovelace me ha enseñado eso.

Y en cuanto a Will, y llevarlo a casa: yo sé, Mamá, que tu temías que los Cazadores de Sombras le quitarían todo el amor a tu amable hijo. Pero él es amado y amoroso. No ha cambiado. Y él los ama, como yo lo hago. Recuérdenme como yo siempre los recuerdo.

Su amorosa hija.

Cecily.
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Mensaje por tamalevyrroni Miér Abr 13, 2016 3:09 pm

***

Para: Los Miembros de la Clave de los Nefim.

De: Charlotte Branwell.

Mis queridos hermanos y hermanas en armas,

Es mi triste deber relatarles todo a pesar de que he presentado al Cónsul Wayland incontrovertidas pruebas provistas por uno de mis Cazadores de Sombras, de que Mortmain, la más grave amenaza que los Nefilim han enfrentado en nuestros tiempos, está residiendo en Cadair Idris en Gales- nuestro estimado Cónsul misteriosamente ha decidido ignorar esta información. Yo misma considero la ubicación de nuestro enemigo y la oportunidad de echar por tierra sus planes para nuestra destrucción como algo de la más profunda importancia.

Con medios provistos hacia mí por mi esposo el renombrado inventor Henry Branwell, los Cazadores de Sombras a mi disposición en el Instituto de Londres procederemos con la mayor rapidez hacia Cadair Idris, en donde pondremos nuestras vidas en el intento de detener a Mortmain. Estoy muy preocupada de dejar el Instituto sin defensas, pero si el Cónsul Wayland puede persuadido hacia cualquier acción, es más que bienvenido a enviar guardias para defender un edificio desierto. Solo somos nueve en número, tres de estos ni siquiera Cazadores de Sombras sino valientes mundanos quienes se han ofrecido a pelear a nuestro lado. No puedo decir que nuestras esperanzas en este momento son altas, pero creo qu el intento debe hacerse.

Obviamente no puedo convocar a ninguno de ustedes. Como el Cónsul Wayland me ha recordado, no estoy en posición de convocar las fuerzas de los Cazadores de Sombras, pero me veré muy agradecida si alguno de ustedes que esté de acuerdo conmigo en que Mortmain debe ser enfrentado y enfrentado ahora, viniera al Instituto de Londres mañana a medio día, y no brindara su ayuda.

Suya, sinceramente.

Charlotte Branwell, Cabeza del Instituto de Londres.

18

Por esto solo

Por esto sólo la Muerte me provoca:
La ira que se asienta en mi corazón;
Ella distancia de tal modo los cuerpos
Que a nuestros oídos no llega ningún lamento.

—Alfred, Lord Tennyson, “In Memoriam A.H.H.”
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 1:57 pm

Mai estaba al borde de un precipicio en un país que no conocía. Las colinas a su alrededor eran verdes, cayendo hacía abajo bruscamente hacia los acantilados que descendían en vertical hacia el mar azul. Las aves volaban en círculos y graznaban alrededor de ella. Un camino gris formaba algo parecido a una serpiente a lo largo del borde superior del acantilado. Justo detrás de ella, en el camino estaba Will.

El vestía su ropa negra de combate, sobre su larga gabardina de montar descansaban manchas de barro, como si hubiese estado caminando durante un largo rato; no tenía guantes ni sombrero y su cabello oscuro estaba enredado por culpa del viento del mar. El viento también movía el cabello de Mai, llenándolo de sal y arena, de la humedad que crece en el borde del océano; un olor que le recordó su viaje a bordo del Main.

¡Will!– lo llamó. Había algo solitario acerca de la figura de aquél chico; como Tristán mirando a través del mar irlandés, esperando encontrar el barco en el que Isolda regresaría a él. Will no se giró al sonido de su voz, únicamente elevó sus brazos, con la gabardina ondeando en el viento detrás de él como si se tratase de alas. El miedo creció en el corazón de Mai. Isolda había venido hacia Tristán, pero era demasiado tarde, él había muerto de dolor.

–¡Will– lo llamó de nuevo.

Él chico dió un paso adelante, hacia el acantilado. Ella corrió hacia el borde y miró hacia abajo pero no había nada ahí; únicamente las olas de agua gris azulada y la blanca espuma.

La marea parecía llevar su voz hacia ella, surgiendo desde el agua. –Despierta, Mai, Despierta.

–Despierte, Señorita Gray, ¡Señorita Gray!.

Mai se enderezó rápidamente, se había quedado dormida en la silla junto a la chimenea en su pequeña prisión; una manta azul se encontraba sobre ella, aún cuando no recordaba haberla puesto. El cuarto resplandecía con la luz de las antorchas y las llamas de fuego eran bajas. Era imposible decir si era de día o de noche.

Mortmain de pie ante ella y junto a él estaba un autómata, se trataba de uno con la forma más humana que Mai había visto, incluso estaba vestido, como pocos de ellos solían estar, con una túnica militar y pantalones. La ropa hacía que la cabeza que se erguía sobre su cuello se viera aún más misteriosa, con sus rasgos demasiado lisos y haciendo notar la calva de metal. Y sus ojos—ella sabía que eran de vidrio y cristal, el iris se veía rojo a la luz del fuego, pero había algo en la manera en que parecían fijarse en ella.

–Está fría, – dijo Mortmain.

Mai exhaló, y su aliento fue expulsado en un breve suspiro. –La calidez de su hospitalidad deja mucho que desear.

Él sonrió con sus labios delgados. –Muy divertido; – parecía estar vistiendo un pesado abrigo de piel de cordero sobre su traje gris, como siempre, de hombre de negocios.

–Señorita Gray, no la hice levantarse en vano, vine porque deseo que vea lo que su valiosa asistencia con los recuerdos de mi padre me ha permitido lograr– hizo un gesto hacía el autómata que se hallaba tras él.

– ¿Otro autómata?– Preguntó Mai sin el más mínimo interés.

–Qué grosero de mi parte. – Los ojos de Mortmain miraron a la criatura. –Preséntate.

La boca de la criatura se abrió y Mai captó un destello de latón. El autómata habló. –Mi nombre es Armaros,– dijo. –Por un billón de años he viajado por los vientos de los grandes abismos entre los mundos. Luché contra Jonathan el Cazador de Sombras en las planicies de Brocelind. Por mil años más permanecí atrapado en una Pyxis. Ahora mi maestro me ha liberado y yo lo serviré.

Mai se levantó, deslizando la manta hacia sus pies. El autómata la observaba, sus ojos —sus ojos estaban llenos de una inteligencia oscura, una conciencia que ningún autómata que hubiera visto antes poseía. – ¿Qué es esto?– Preguntó Mai en un suspiro.

–El cuerpo de un autómata animado por el espíritu de un demonio; los subterráneos ya tienen su maneras de capturar energías demoniacas y utilizarlas a su favor. Las usé yo mismo para dar poder los autómatas que ya ha visto, pero Armaros y sus hermanos son diferentes, ellos son demonios con un caparazón de autómata, pueden pensar y razonar y no son fáciles de vencer, además es muy difícil asesinarlos.

Armaros se estiró a través de su cuerpo—Mai notó que se movía de forma fluida y silenciosa, sin los rechinidos de los autómatas que había visto antes; se movía como una persona.

Mortmain le señaló la espada que colgaba a su lado y la criatura se la entregó en las manos. El filo estaba cubierto de runas que a Mai le resultaban bastante familiares desde los últimos meses, las runas que decoraban las armas de los cazadores de sombras, las mismas runas que fueron hechas para asesinar demonios. Armaros no debería ser capaz de mirar hacia el arma, menos aún de sostenerla. Su estómago se cerró. El demonio le entregó la espada a Mortmain, quien la blandió con la precisión de un veterano oficial de marina, luego la giró y apuntó hacia delante, yendo hacia el pecho del demonio.

Hubo un sonido metálico, Mai estaba acostumbrada a ver autómatas deformarse cuando eran atacados, esparcir un líquido negro o tambalearse; sin embargo el demonio permaneció fijo en el suelo, sin moverse y sin parpadear, como una lagartija bajo el sol.

Mortmain giró el puño salvajemente y lanzó el arma al suelo; la espada se desmoronó en cenizas; como un tronco quemado por el fuego. –Lo ve, – dijo Mortmain. –Ellos son un ejército diseñado para destruir a los Cazadores de Sombras.

Armaros era el único autómata que Mai había visto sonreír; ella ni si quiera sabía que sus rostros estuvieran fabricados de forma que lo permitieran. El demonio dijo: –Ellos han destruido a muchos de mi especie, será un placer matarlos a todos.

Mai respiró hondo, pero tratando de que Mortmain no la observara. La mirada de él iba y venía entre ella y el autómata demoníaco y era difícil para ella decir con cual parecía más encantado de observar, quería gritar, lanzarse hacia él y bofetearlo, pero la pared invisible entre ellos brillaba un poco y sabía que no la podría penetrar.

Oh, tú vas a ser más que su esposa, señorita Gray, dijo la señora Negro, tú estás destinada a ser la ruina de los Nephilim, esa es la razón por la que fuiste creada.

–Los cazadores de sombras no serán tan fáciles de destruir,– respondió ella. –Los he visto descuartizar a sus autómatas; tal vez estos no pueden ser cortados por armas rúnicas pero cualquier espada puede cortar metal y cables.

Mortmain se encogió de hombros –Los cazadores de sombras no pueden contra lo que sus armas rúnicas no pueden vencer, eso los hace más lentos, y ahora hay infinidad de estos autómatas, será como tratar de hacer retroceder la marea–. Inclinó la cabeza hacia un lado y prosiguió –¿Ya puede ver la genialidad que he inventado?, pero debo agradecerle Señorita Gray por la última pieza del rompecabezas. Yo creí que tal vez… podría admirar… lo que hemos creado juntos.

¿Admirar?, ella lo miró a los ojos con burla, pero había algo que hacía parecer sincera la pregunta; curiosidad mezclada con frialdad. Pensó cuanto tiempo habría pasado desde que había estado ante la presencia de otro humano y respiró profundo. –Obviamente es usted un gran inventor– dijo.

Mortamin sonrió complacido. Mai observaba con precaución la forma en que el autómata la miraba, su tensión y disposición; sin embargo estaba más preocupada por Mortmain. Su corazón latía fuerte dentro de su pecho, como si se encontrara en un sueño parada al borde del precipicio. Hablar con Mortmain era arriesgado, como si de eso dependiera si caería o volaría; sin embargo tenía que aprovechar la oportunidad. –Ahora veo porque me han traído aquí, – dijo. –Y no es por los secretos de su padre.

Había enojo en su Mirada, pero también cierta confusión, ella no se estaba comportando como él esperaba que lo hiciera. – ¿Qué quiere decir? –Está solo,– dijo ella. –se ha rodeado a usted mismo de criaturas que no existen, que no tienen vida. Cada quien ve su propia alma en los ojos de los demás, ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que vió que tenía alma?.

La Mirada de Mortmain se estrechó. – Tuve un alma, pero se consumió cuando decidí dedicar mi vida a perseguir justicia y retribución.

–No busque venganza bajo el nombre de justicia.

El demonio soltó una risa baja; pero no había desprecio en ella; era como si estuviera viendo las travesuras de un gatito. – ¿La dejará hablarle de esa manera, Maestro?– dijo. –Puedo cortarle la lengua por usted; silenciarla para siempre.

–No serviría de nada mutilarla, tiene poderes que aún no has conocido. – respondió Mortmain con la mirada fija en Mai. –Hay un viejo dicho en China, —tal vez tu amado prometido esté familiarizado con él— y dice, ‘Un hombre no puede vivir bajo el mismo paraíso que aquél que asesinó de su padre’. Debo hacer que los cazadores de sombras caigan del paraíso, ellos no vivirán más sobre la Tierra. No trates de invocar a que tenga una naturaleza mejor Mai, porque no la tengo.

Mai no pudo evitarlo, -pensó en Historia de Dos Ciudades, donde Lucie Manette invoca a la buena naturaleza de Sydney Carton. Ella siempre pensó que Will era como Sydney, consumido por el pecado y la desesperación, aún en contra de su propio conocimiento, aún en contra de su propio deseo. Pero Will era un buen hombre, mucho mejor que lo que Carton pudo haber sido. Y Mortmain no era del todo un hombre; no tenía una buena naturaleza a la cual invocar, pero tenía vanidad; todos los hombres piensan en sí mismos como si fueran buenos en el fondo; nadie se considera a sí mismo un villano. Tomó un respiro. –Seguramente eso no es cierto. Probablemente usted podría ser alguien de valor y bueno. Simplemente hizo lo que sintió que debía hacer, trayendo vida e inteligencia a estos —estos aparatos infernales suyos. Usted creó lo que podría destruir a los Cazadores de Sombras. Toda su vida ha buscado justicia creyendo que los cazadores de sombras eran corruptos y malvados. Ahora, si detiene su mano, ganará una victoria mayor; demuéstreles que es mejor que ellos.

Buscó la cara de Mortmain con sus ojos, ¿seguramente hubo alguna vacilación ahí?, ¿seguramente sus labios delgados temblaron ligeramente?, ¿seguramente hubo algún rastro de duda en sus hombros? La boca de él se transformó en una sonrisa – ¿Piensas entonces, que yo puedo ser un mejor hombre? Y si fuera a hacer lo que me dices, detener mi mano, ¿me haces creer que te quedarás a mi lado por admiración? ¿Qué no volverás al lado de los cazadores de sombras?

–Porque, sí, Señor Mortmain, se lo juro.– Sintió amargura en su garganta y se atragantó. Si tenía que permanecer con Mortmain para salvar a Will y Jem, para salvar a Charlotte, Henry y Sophie, lo haría. –Creo que usted puede lo mejor de usted mismo; creo que todos podemos.

Los labios delgados de Mortamin se elevaron de los extremos, –Es tarde ahora, señorita Gray,– dijo. – No pretendía despertarla antes. Ahora, venga conmigo fuera de la montaña, venga a ver el trabajo de éste día, hay algo que quisiera mostrarle.

Un dedo frío rozó su espalda. Ella se enderezó de inmediato. –¿Y qué es eso?

Su sonrisa se amplió cruzando su rostro –Lo que he estado esperando.

***

Para: Cónsul Josiah Wayland

De: Inquisidor Victor Whitelaw.

Josiah: Disculpa mi informalidad, escribo de prisa, estoy seguro de que esta no será la única carta que recibirá con este asunto; de hecho, pareciera que no fuera la primera, yo mismo he recibido varias. Cada una sobre la misma pregunta que quema mi mente: ¿Es correcta la información de Charlotte Branwell?, si es así, me parece que hay más que una simple posibilidad de que el Magíster se encuentre en Gales, estoy enterado de sus dudas sobre la veracidad de William Herondale, pero ambos conocemos a su padre, un alma precipitada, la cual es fácil dejarse llevar por sus pasiones, pero no podrás encontrar a un hombre más honesto. No creo que el joven Herondale sea un mentiroso; sin tener en cuenta que como resultado del mensaje de Charlotte, la Clave se encuentra en caos. Insisto que hay que convocar a reunión del concejo inmediatamente; pues si no lo hacemos, la confianza de los Cazadores de Sombras en su Cónsul e Inquisidor ser verá irremediablemente dañada. Dejo el anuncio de la reunión en tus manos, pero no es un requerimiento. Envíe la llamada para el Consejo o yo dejaré mi cargo y les haré saber porqué.

Victor Whitelaw.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 2:06 pm

***

A Will lo despertaron los gritos. Los años de entrenamiento se hicieron presentes instantáneamente: estaba en el piso agachado antes de despertar propiamente. Mirando a su alrededor vio que el pequeño cuarto del hotel se encontraba vacío excepto por sí mismo; y los muebles —una cama estrecha y mesa de cambio, poco visibles en la obscuridad— los cuales, se encontraban ordenados.

Los gritos se repitieron, esta vez más fuerte. Provenientes del otro lado de la ventana. Will levantó los pies, cruzando silenciosamente el cuarto e hizo a un lado una de las cortinas para mirar hacia afuera. Se recordaba vagamente caminando hacia el pueblo, con Balios detrás de él, el caballo cabalgaba lento por el cansancio.

Un pequeño pueblo galés, como los otros, indistinguible de un modo particular. Encontró las habitaciones públicas locales fácilmente y habló con los administradores para que trasladaran a Balios al establo, ordenando que fuera alimentado para reanimarlo. El hecho de que hablara Galés pareció calmar al encargado, además de darle rápidamente un cuarto privado donde colapsó casi inmediatamente aún vestido, encima de la cama, quedándose profundamente dormido.

La luna brillaba en el cielo, su posición dictaba que aún no era tarde. Una neblina gris parecía cubrir el pueblo. Por un momento Will pensó que era niebla, luego, inhalando se dio cuenta de que era humo.

Manchas de color rojo brillante se elevaban entre los edificios de la ciudad, él entrecerró los ojos. Figuras se acercaban y alejaban entre las sombras. Más gritos —Una luz que no pudo ser más que espadas—. Se encontraba fuera de la puerta con sus botas a medio poner; en tan solo un momento, un cuchillo Serafín blandía en su mano. Bajó las escaleras y entró a la sala principal del hotel. Estaba oscuro y frío —No había fuego, y una gran cantidad de ventanas habían sido destruidas, dejando entrar el frío aire nocturno. El vidrio se extendía por el suelo como trozos de hielo; la puerta estaba completamente abierta y Will se deslizó a través de ella, vio que las bisagras superiores habían sido arrancadas como si alguien hubiera tratado de deshacer la puerta. Salió y se dirigió al lado del hotel, donde se encontraban los establos. El olor de humo era más fuerte ahí; se lanzó hacia delante y casi tropezó con una figura encorvada, cayendo de rodillas. Era el chico del establo, con la garganta cortada, y un charco a su alrededor de sangre y suciedad; aún tenía los ojos abiertos y su piel se encontraba ya fría. Will lo levantó y se movió hacia los establos mecánicamente, analizando mentalmente otras posibilidades. ¿Ataque de un demonio? O se encontraba en medio de algo no sobrenatural, alguna pelea entre los ciudadanos, o sólo Dios sabe qué. Nadie parecía estarlo buscándolo en particular, eso estaba claro.

Pudo escuchar a Balios relinchar mientras entraba al establo, parecía intacto, no había otros caballos ahí esa noche, lo cual era una suerte, al momento de abrir la puerta, Ballios avanzó hacia delante a punto de lanzar a Will, el cual solo tuvo tiempo de hacerse a un lado mientras el caballo lo pasaba y salía por la puerta. –¡Ballios!– Will se maldijo y salió tras su caballo, avanzando por el lado del hotel y por la calle principal. Se detuvo en seco, la calle era un caos; había cuerpos extendidos a lo largo del camino como si se tratase de basura. Las casas se derrumbaban con las puertas abiertas, las ventanas se quebraban, la gente corría yendo y viniendo entre las sombras de las llamas, gritando y llamando a otras personas. La mayoría de las casas se estaban incendiando; mientras Will estallaba en horror, vio a una familia salir de una de las casas; el padre en una playera nocturna, tocía asfixiándose, una mujer detrás de él sostenía la mano de una niña pequeña.

Apenas habían salido tambaleándose a la calle, cuando algo se elevó fuera de las sombras; la luz de la luna reflejó el brillo de metal. Autómatas. Se movían fluida y ligeramente, vacilar y sin sacudirse; estaban vestidos —Una especie de uniformes militares; algunos reconocibles para Will, otros no. Pero sus caras estaban hechas de metal, igual que sus manos, las cuales blandían largas espadas. Había tres de ellos; uno con una túnica roja militar moviéndose al frente y riendo — ¿Rendición?— mientras el padre de familia trataba de colocar a su esposa e hija detrás de él, tropezando con los adoquines sangrientos a los lados del camino.

Todo había terminado en momentos, demasiado rápido incluso para que Will se moviera. Las espadas relampagueaban, y tres cuerpos más se unieron a los que yacían en la calle. –Eso es todo– dijo el autómata en la túnica roja. –Quemen sus casas y ahuyéntenlos con el humo como si fueran ratas. Asesínenlos cuando traten de huir—– Levantó su cabeza y pareció que observaba a Will. Aún a través del espacio que los separaba, Will sintió la fuerza de aquella mirada. El chico sacó su espada serafín. –Nakir.– El brillo de la hoja se incrementó, iluminando la calle, un destello de luz blanca entre lo rojo de las flamas. Entre sangre y fuego Will vio al autómata de la túnica roja dirigirse hacia él. Una larga espada estaba siendo sostenida por su mano izquierda. La mano era de metal, remachado y articulado, con una curva a lo largo de la espada como una mano humana.

–Nefilim, – dijo la criatura, deteniéndose a menos de un metro de él. –No esperábamos a los de tu clase aquí.

–Claramente, – respondió Will, dando un paso hacia delante y blandiendo la espada serafín hacia el pecho del autómata. Hubo un sonido como de algo quemándose, casi como tocino al freírse en un sartén. El autómata lo miró sorprendido; mientras Nakir era lanzado convertido en cenizas; dejando a Will con la mano doblada alrededor de la empuñadura que había desparecido.

El autómata rio entre dientes, elevando su mirada hacia Will. Sus ojos resplandecían con vida e inteligencia, y Will supo con un hundimiento en su corazón, que lo que estaba viendo ahora era algo que nunca había contemplado con anterioridad —no solo una criatura que pudo convertir un cuchillo serafín en cenizas, sino una especie de máquina que tenía una estrategia para quemar una villa y ordenar asesinar a los habitantes mientras huían.

–Y ahora puedes ver,– dijo el demonio, que era lo que en realidad era, de pie detrás de él. –Nefilim, todos estos años nos han enviado fuera de este mundo empleando espadas rúnicas, ahora, tenemos cuerpos con los cuales tus armas no funcionan, y gracias a eso, este mundo será nuestro.

Will contuvo el aliento mientras el demonio alzaba su espada, dando un paso atrás—La espada se elevó y bajó— Él esquivó, justo cuando algo se precipitó junto a él en el camino, algo enorme y negro que se enfureció; propinando patadas y enviando al autómata a un lado. Balios.

Will extendió la mano a ciegas, tocando las crines de su caballo. El demonio saltó del barro hacia él, blandiendo su espada justo cuando Balios avanzó hacia delante, Will balanceándose a si mismo hacia delante y al frente en la espada del caballo, Ambos cayeron en la calle adoquinada. Will se agachó en cuclillas debajo de Ballios; con el cabello moviéndose por el viento, secando la humedad de su rostro — que si eran lágrimas o sangre, no lo sabía.

***

Mai se sentó en el piso de su cuarto en la guarida de Mortmain, mirando aturdida hacia el fuego. Las flamas jugaban sobre sus manos, llevaba puesto un vestido azul; manchado de sangre, no sabía cómo había ocurrido, la esquina de su muñeca estaba rasgada y solo recordaba a un autómata llevándola ahí, cortando su piel con sus dedos metálicos mientras ella trataba de separarlo. No podía dejar de pensar en las imágenes que acudían a su mente. —Los recuerdos de la destrucción de la villa en el valle. Ella había estado ahí con los ojos cubiertos, llevada por autómatas antes de ser bruscamente lanzada a una roca gris con una vista directa hacia abajo, hacia el pueblo.

–Mire,– Había dicho Mortmain sin mirarla. –Mire, Señorita Gray, y luego hábleme de redención.– Mai había estado prisionera, un autómata la mantenía atrás, con una mano sobre su boca. Mortmain murmuró suavemente las cosas que le haría si ella se atrevía a mirar fuera de la villa. Ella había mirado como los autómatas marchaban hacia el pueblo, cortando e hiriendo a hombres y mujeres inocentes en las calles. La luna se elevaba teñida de rojo mientras el ejército mecánico incendiaba metódicamente casa tras casa, sacrificando familias enteras, llenándolos de confusión y terror.

Y Mortmain rio. –Ahora lo ve,– dijo. –Estas criaturas, estas creaciones, ellas están dotadas de razón y estrategia, como si fueran humanos; y además son indestructibles, mire ahí, a aquél idiota con el rifle.

Mai no quería mirar, pero no tenía otra opción. Estaba mirando con los ojos entrecerrados como una figura distante sostenía un rifle para defenderse a sí mismo. Las balas hicieron pasmar a algunos de los autómatas pero no los hirieron; ellos seguían acercándose a él, hasta arrancar el rifle de su mano, lanzándolo bajo la calle y entonces ellos lo apartaron. –Demonios,– murmuró Mortmain. –Ellos son salvajes y aman destruir–.

–Por favor,– suplicó Mai. –Por favor, no más, no más. Haré lo que usted desee, pero por favor salve la villa.

Mortmain se rio secamente. –Las criaturas mecánicas no tienen corazón, señorita Gray,– dijo. –No tienen piedad, al igual que el agua y fuego lo hacen. Lo que me pide es como si pidiera a una inundación o incendio forestal que detenga la destrucción.

–No se lo estoy suplicando a ellos,– respondió ella. Por el rabillo del ojo ella creyó ver un caballo negro cabalgar entre las calles de la villa, con un jinete en su espalda. Alguien escapando del desastre, deseó. –Se lo suplico a usted.

Él giro sus fríos ojos hacia ella y lucían tan vacíos como el cielo. –No hay piedad en mi corazón tampoco. Tú dijiste que buscara a una parte buena en mí mismo, te traje aquí para demostrarte lo inútil que fue esa acción; no tengo una parte buena a la que invocar; esa se consumió años atrás.

–Pero he hecho lo que me pidió,– dijo desesperada. –No hay necesidad de esto, no para mí.

–Esto no es para usted,– respondió él, desviando la mirada de ella. –Los autómatas tienen que ser probados antes de ser enviados a la batalla. Es simple ciencia. Ahora tienen inteligencia, estrategia. No puede haber nada superior a ellos.

–Ellos se rebelarán contra usted, entonces.– Dijo Mai.

–No lo harán, sus vidas están ligadas a la mía. Si yo muero, ellos serán destruidos, ellos deben protegerme entonces.– Su mirada parecía fría y perdida. –Suficiente, la traje aquí para mostrarle que soy lo que soy y usted lo aceptará. Su ángel mecánico protege su vida, pero las vidas de otros inocentes están en mis manos —en sus manos. No me ponga a prueba, y no habrá una segunda villa. No quiero escuchar más de esas aburridas protestas.

Su ángel mecánico protege su vida. Ella puso su mano sobre él, sintiendo el familiar tic tac entre sus dedos. Cerró sus ojos, pero horribles imágenes vinieron a su mente. Vio a los Nefilim sometidos ante los autómatas como los habitantes de la villa habían sido, Jem destrozado y alejado por los monstruos mecánicos; Will apuñalado con espadas de metal, Henry y Charlotte quemándose… Su mano se apretó fuertemente del ángel, arrancándolo de su cuello, fundiéndose con el piso de roca justo como un tronco caído en el fuego, elevando una columna de chispas rojas. En la iluminación vio la palma de su mano izquierda; vio la pequeña cicatriz de la quemadura que se hizo el día en que le confesó a Will su compromiso con Jem; como entonces, la mano fue hacia el atizador de la chimenea, lo levantó, sintiendo su peso en la mano; sintió como el fuego se extendía, Mai veía el mundo a través de una bruma dorada; levantó el atizador y lo dirigió hacia abajo, donde estaba el ángel; a pesar de que el atizador era de metal, se deshizo en partículas metálicas; una nube de brillantes filamentos se dispersó por el suelo; rodeando la superficie del ángel el cual, intacto y sin daño alguno yacía frente a sus rodillas.

Y entonces el ángel comenzó a cambiar; sus alas temblaron y sus párpados se abrieron en un cuarzo blancuzco, surgiendo de ellos una luz blanca. Como en las pinturas de la estrella de Belén, la luz creció y creció, irradiando destellos de luz. Lentamente comenzó a formarse la figura de un ángel; se trataba de una mancha de luz muy brillante, difícil de ver directamente. Mai podía ver a través de la luz la silueta de algo muy parecido a un hombre, podía ver ojos sin iris ni pupila — Pequeñas partes de cristal relucían con el fuego. Las alas del ángel eran anchas, extendiéndose fuera de sus hombros, cada pluma estaba recubierta de un metal reluciente. Sus manos se encontraban rodeando la empuñadura de una lujosa espada. Sus brillantes ojos descansaron en ella. ¿Por qué tratas de destruirme? Su voz era dulce, haciendo eco en su mente como música. Yo te protejo. Pensó de pronto en Jem, recostado en su cama de almohadas con su rostro pálido y brillante. Hay más en la vida que solo vivir. –No es a ti a quien busco destruir, sino a mí misma.

¿Pero por qué harías algo así? La vida es un obsequio. –Quiero hacer lo correcto– dijo ella, –Dejándome vivir estás permitiendo a una gran fuerza del mal existir.

Del Mal. La voz musical sonaba pensativa. He estado durante tanto tiempo en esa prisión mecánica que he olvidado lo bueno y lo malo. –¿Prisión mecánica?– Preguntó Mai. –¿Pero cómo puede un ángel ser prisionero?

Fue John Thaddeus Shade el que me aprisionó. Atrapó mi alma en un hechizo y me encadenó a este cuerpo mecánico. –Como un Pyxis,– dijo Mai. –Sólo que un ángel en lugar de un demonio.

Soy un ángel de lo divino, dijo el ángel antes que ella. Hermano de Sijil, Kurabi, Zura, Fravashis y Dakinis. –Y —¿Es ésta tu verdadera forma? ¿Es así como luces?

Tú puedes ver solo una parte de lo que soy. En mi verdadera forma soy la gloria mortal. Mía era la libertad del paraíso, antes de ser atrapado y atado a ti. –Lo siento–, se disculpó.

Tú no eres la culpable, tú no me aprisionaste. Nuestros espíritus están enlazados, es cierto, pero aún cuando te protegía en el vientre sabía que estabas libre de culpa. –Mi ángel guardián.

Pocos pueden reclamar a un ángel que los proteja, pero tú puedes hacerlo. –Yo no quiero reclamarte,– dijo Mai. –Quiero morir en mis propios términos, no verme forzada a vivir en los de Mortmain.

No puedo dejarte morir. La voz del ángel rebosaba de finura. Mai recordó el violín de Jem, escuchando su música en su corazón. Es mi obligación.

Mai alzó la cabeza. La luz del fuego atravesaba al ángel como si fuera de cristal, creando una radiación de color en las paredes de la cueva. No había trucos ni artefactos, esto era bondad contrario a lo que era Mortmain. –Cuando eras un ángel,– dijo. –¿Cuál era tu nombre?–

Mi nombre, respondió el ángel, era Ithuriel.

–Ithuriel,– confirmó Mai y estiró su mano hacia el ángel como si pudiera tocarlo, buscando confortarlo de alguna manera, pero sus dedos encontraron solamente el vacío del aire. El ángel brilló y luego se desvaneció, dejando atrás un resplandor que permaneció en los ojos de la chica.

Una ola de frío golpeó a Mai, haciéndola enderezarse; abrió los ojos y vio que se encontraba acostada sobre el frío suelo en frente del casi apagado fuego. El cuarto estaba oscuro, ligeramente iluminado por las pocas brasas que quedaban en la chimenea. El atizador estaba donde había estado antes. Su mano se dirigió a su cuello —y encontró su ángel mecánico ahí.

Un sueño. El corazón de Mai se detuvo un instante. Todo fue un sueño. No había un ángel que resplandeciera en luz, solamente había frío en el cuarto, y el ángel mecánico marcando los minutos hacia el final de todo en el mundo.

***

Will se alzaba sobre Cadair, Idris, con las riendas de su caballo en la mano. Como había cabalgado desde Dolgellaw, había visto la inmensa pared de Cadair, Idris, elevándose sobre el estatuario de Mawddach, su aliento se fue por un instante —Ahora estaba aquí. Había escalado esta montaña antes, de niño junto con su padre, y todas esas memorias estallaron en él cuando dejó la calle Dinas Mawddwy y se dirigió a la montaña sobre la espalda de Balios; el cual parecía estar huyendo todavía de las llamas de la villa que ya habían dejado atrás. Continuaron por un camino lleno de yerbas.

— El mar plateado debería estar en esa dirección, y la cumbre de Snowdon en la otra —arriba, hacia el valle Nant Cadair. La villa de Dolgellau que habían cruzado, radiaba con luces ocasionales, como en una linda pintura; sin embargo, Will no estaba admirando el paisaje. La runa de visión nocturna que se había hecho a si mismo le permitía rastrear las huellas que habían dejado las criaturas mecánicas a su paso. Había tantas de estas que el suelo indicaba que habían caminado por la montaña, y él las siguió con un corazón agitado, continuando por el camino de la ruina hacia la cima de la montaña.

Sus huellas conducían a una caída de enormes rocas, que Will recordó que nombraban –La Morena–. Formaban una pared parcial que protegía Cwm Cau, un pequeño valle en la cima de la montaña en cuyo corazón recidía Llyn Cau, un limpio lago glacial. Y se desvaneció.

Se puso de pie, mirando hacia el agua fría y limpia; en el día, pensó, esa vista sería magnífica. Llyn Cau completamente azul, rodeado por el verde pasto y el sol rozando los acantilados de Mynydd Pencoed, con las cumbres cercando el lago.

Se encontraba a millones de millas de Londres. El reflejo de la luna se observaba en el agua, tosió, el agua rodaba gentilmente al borde del lago, pero no borraba las huellas de los autómatas. Estaba claro de donde habían venido, volvió y golpeó la espalda de Balios. –Espérame aquí,– le dijo. – Y si no regreso, vuelve por ti mismo al Instituto, estarán complacidos de verte de nuevo, viejo.–

El caballo relinchó gentilmente y parecía que mordería la manga del chico, pero Will solo respiró y se dirigió a Llyn Cau. El agua fría se deslizaba por sus botas y pantalones, congelando su piel, por lo que se quedó sin aliento al contacto. –Mojado otra vez,– Dijo divertido, y siguió adelante entre las aguas congeladas del lago, que parecían jalarlo, como arenas movedizas —Apenas y tuvo tiempo de respirar antes de que el agua congelada lo arrastrara hacia la oscuridad.

***

Para: Charlotte Branwell

De: Consul Wayland.

Señora Branwell,

Usted está relevada de su posición como cabeza del Instituto. Puedo hablar de mi decepción hacia usted, o de la fé que se ha roto entre nosotros; pero las palabras en la cara de una traición con tal magnitud como la que usted me ofreció, son inútiles. A mi llegada a Londres mañana, los esperaré a usted y a su esposo para que dejen el Instituto y retiren sus pertenencias. Si incumplen con lo que se les requiere nos veremos con las más duras sanciones permitidas por la ley.

Josiah Wayland, Cónsul de la Clave.
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Mensaje por EsperanzaLR Jue Abr 14, 2016 2:36 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 2:39 pm

19

Yacer y Arder

Ahora te quemaré en respuesta,
Te quemaré por completo,
Aunque me condene por eso
Los dos yaceremos y arderemos.

- Charlotte Mew. “In Nun head Cemetery”.

Fue oscuro solo por unos momentos. El agua helada se tragó a Will, y entonces caía – se hizo un ovillo justo cuando el suelo se levantaba para estrellarse contra él, sacándole el aliento de golpe.

Se atragantó y rodó sobre su estómago, impulsándose a sí mismo para arrodillarse, su cabello y ropas chorreando agua. Buscó su luz mágica y luego dejó caer la mano; no quería iluminar nada si eso significaba llamar la atención hacia él. La runa de visión nocturna ayudaría.

Era suficiente para mostrarle que estaba en una caverna rocosa. Si miraba a su alrededor, podía ver el agua arremolinándose en el lago, suspendida como un cristal y velada por la luz de la luna. Túneles conducían desde la caverna, sin marcas que mostraran a donde pudieran llevarlo. Se puso de pie, y eligió a ciegas el túnel de más a la izquierda, moviéndose cuidadosamente en la vaga oscuridad.

Los túneles eran amplios, con pisos pulidos que no mostraban marca alguna de por donde pudieron haber pasado las criaturas mecánicas. Los lados eran de áspera roca volcánica. Recordó cuando escaló Cadair Idris con su padre, años atrás. Habían muchas leyendas sobre la montaña: Que había servido de silla para un gigante, y se había sentado en ella y había contemplado las estrellas; Que el rey Arturo y sus caballeros dormían bajo sus colinas, esperando el momento en que Gran Bretaña despertase y los necesitase de nuevo; que cualquiera que pase la noche en su ladera despertaría siendo poeta o un loco.

Si sólo se supiera, Will pensó mientras daba la vuelta a través de la curva de un túnel y surgía en una cueva más grande, qué tan extraña era la verdad en ese asunto.

La cueva era amplia, abriéndose a un gran espacio en el lejano final de la habitación, donde una tenue luz brillaba. Aquí y allá Will captó un destello plateado que él pensó que era agua corriendo cuesta abajo en las paredes negras, pero en una observación más cercana resultaron ser vetas de cuarzo cristalino.

Will se movió hacia la tenue luz. Se dio cuenta que su corazón estaba latiendo rápidamente, dentro de su pecho, y trató de respirar más regularmente para reprimirlo. Sabía lo que estaba haciendo que su pulso se acelerara. Mai. Si Mortmain la tenía, entonces ella estaba aquí – cerca. En algún lugar de ese panal de túneles, él la encontraría.

Él escuchó la voz de Jem en su cabeza, como si su parabatai estuviera a su lado, aconsejándolo. Él siempre decía que Will apresuraba el final de las misiones, en lugar de continuarlas de una manera moderada, y que uno debería mirar el siguiente paso del camino por delante en vez la montaña en la distancia, o uno nunca alcanzaría sus metas. Will cerró los ojos por un momento. Sabía que Jem tenía razón, pero resultaba duro recordar, cuando la meta que perseguía era la chica que amaba.

Él abrió los ojos y se movió hacia la tenue luz en el lejano final de la caverna. El piso debajo de él era liso, sin piedras ni guijarros, y venoso como mármol. La luz relampagueo–y Will se paró enseguida, solo sus años de entrenamiento como Cazador de Sombras evitaron que se precipitara hacia adelante hasta su muerte.

Por que el suelo de roca terminaba en un abrupto salto. Estaba de pie en un afloramiento, mirando hacia abajo a un anfiteatro redondeado. Éste estaba lleno de autómatas. Estaban en silencio, inmóviles como juguetes mecánicos que se habían descartado. Estaban vestidos, como lo estuvieron los de la aldea, con retazos de uniforme militares, alineados uno por uno, para todo el mundo como soldados de plomo tamaño natural.

En el centro del lugar había una plataforma de piedra elevada, y en su meseta había otro autómata, como un cadáver en una mesa de autopsias. Su cabeza era un metal desnudo, pero había piel pálida y tensa de humano en el resto del cuerpo- y un pedazo de esa piel tenía runas.

Mientras se quedaba mirando Will las reconoció una tras otra: Memoria, agilidad, rapidez, visión nocturna. Nunca funcionarían, por supuesto, no en un artilugio hecho de metal y piel humana. Podría engañar a los cazadores de sombras en la distancia, pero…¿Pero qué pasaría si él usó piel de Cazador de Sombras? Susurró una voz preocupada en la cabeza de Will. ¿Qué podría crear, entonces? ¿Cuán loco está, y cuando se detendría? La visión y el pensar en las runas celestiales inscritas en tan monstruosa creatura, le revolvió a Will el estómago; se apartó del borde del afloramiento y se tambaleó hacia atrás, apoyándose contra una pared de roca fría, con las manos húmedas y con sudor.

Vio el pueblo otra vez en su mente, los cadáveres en las calles, oyó el mecánico silbido del demonio como un reloj que habló con él: Todos estos años ellos han manejado este mundo con sus espadas con runas. Ahora tenemos cuerpos en que sus armas no funcionan, y este mundo será nuestro.

La rabia se vertió a través de Will como fuego en sus venas. Se apartó de la pared y se lanzó de cabeza por un estrecho túnel, lejos del cuarto de la caverna. Mientras se iba, pensó que esuchó un sonido detrás de él, un chirrido como si el mecanismo de un gran reloj comenzara a andar – pero cuando se dio la vuelta, no vio nada, solo los muros lisos de la cueva y las sombras inmóviles.

El túnel estaba estrechándose más y más mientras caminaba, hasta que finalmente fue apretándose lateralmente más allá de un afloramiento de roca cuarzo. Sabía que si se estrechara aún más, tendría que dar la vuelta y volver a la caverna, y la idea le hizo a sí mismo avanzar con renovado vigor, y se deslizó hacia delante, casi cayéndose cuando el pasadizo de pronto se abrió hacia un corredor más amplio.

Era casi como un pasillo en el Instituto, sólo que todo de piedra alisada, con antorchas en intervalos situadas en soportes metálicos. Al lado de cada antorcha había una puerta arqueada, también de piedra. Las dos primeras estaban abiertas hacia vacías habitaciones oscuras.

Detrás de la tercera puerta estaba Mai.

Will no la vio de inmediato cuando entró en la habitación. La puerta de piedra giró para cerrarse parcialmente detrás de él, pero se dio cuenta de que no estaba en la oscuridad. Había una luz parpadeante – las flamas atenuadas de un fuego en una chimenea de piedra en el otro extremo de la habitación. Para su asombro estaba decorada como una habitación en una posada, con una cama y un lavabo, alfombras en el suelo, incluso con cortinas en las paredes, a pesar de que se cernían sobre la piedra desnuda, sin ventanas.

En frente del fuego estaba una sombra delgada, en cuclillas en el suelo. La mano de Will fue automáticamente a la empuñadura de la daga en su cintura, y entonces la sombra se dio la vuelta, cabello deslizándose por encima del hombro, y vio su rostro.Mai.

Su mano cayó lejos de la daga y su corazón dio un vuelco en el pecho con una fuerza imposible y dolorosa. Él la vio como cambiaba su expresión: curiosidad, asombro, incredulidad. Ella se puso de pie, con las faldas bamboleándose a su alrededor mientras se enderezaba, y él la como levantaba la mano.–¿Will? –dijo ella.

Eso fue como si una llave girara en una cerradura liberándolo, y se apresuró hacia ella. Nunca había habido una distancia mayor que la distancia que lo separaba de Mai en ese momento. Era una habitación grande; pero en ese momento, la distancia entre Londres y Cadair Idris parecía nada comparada a la distancia a través de esa habitación. Sintió un escalofrío, como de algún tipo de resistencia, mientras cruzaba la habitación. Él vio a Mai como alzaba la mano y su boca conformando palabras-y luego ella estaba en sus brazos, los dos se quedaron sin aliento cuando chocaron entre sí.

Ella, de puntillas con los brrazos alrededor de los hombros de él, susurrando su nomre: “Will, Will, Will,” Él enterró su cara contra su cuello, donde su espeso cabello se rizaba, olía a humo y a agua de violeta. La apretó con más fuerza cuando los dedos de ella se enredaron detrás de su cuello, y se abrazaron. Por solo ese momento, todo el dolor que lo había apretado hasta entonces como un puño de hierro, desde la muerte de Jem, pareció relajarse y sintió que podía respirar.

Pensó en el infierno que había pasado desde que salió de Londres, los días a caballo sin parar, las noches sin dormir. Sangre y Pérdida y Dolor y Lucha. Todo para llegar aquí. Hasta Mai. –Will, –dijo ella de nuevo, y él la miró a la cara surcada de lágrimas. Tenía un golpe sobre el pómulo. Alguien le había pegado allí, y su corazón se llenó de rabia. Descubriría quién fue, y lo mataría. Si se trataba de Mortmain, lo mataría sólo después de haber quemado su laboratorio monstruoso bajo la tierra, así el loco podría ver la ruina de toda su creación: –Will, –dijo Mai de nuevo, interrumpiendo sus pensamientos. Sonaba casi sin aliento.¡

–Will, idiota.

Sus ideas románticas llegaron se detuvieron rechinando las ruedas como un carro de alquiler en el tráfico de Fleet Street.–Yo-¿Qué?

–Oh, Will, –dijo ella. Sus labios temblaban, parecía como si no pudiera decidir si reír o llorar. –¿Te acuerdas cuando me dijiste que el joven apuesto caballero que venía a rescatarte nunca se equivocaba, ni siquiera si él decía que el cielo era lila y estaba lleno de erizos?

–La primera vez que te vi. Si.

–Oh, mi Will. –Ella se alejó suavemente de su abrazo, alisándose un mechon enredado de cabello detrás de la oreja pero sus ojos seguían fijos en él. –No puedo imaginar cómo llegaste a encontrarme, lo difícil que debe haber sido. Es increíble. Pero, ¿realmente crees que Mort main me dejaría sin vigilancia en una habitación con la puerta abierta? Ella se dio la vuelta y se movió unos metros hacia adelante, luego se detuvo abruptamente. –Aquí, –dijo, y levantó la mano, extendiendo sus dedos ampliamente. –El aire es tan sólido como una pared aquí. Esto es una cárcel, Will, y ahora estás en ella junto conmigo.

Él se movió junto a ella, aunque ya sabía lo que iba a encontrar. Recordó la resistencia que había sentido mientras cruzaba la habitación. El aire onduló ligeramente cuando lo tocó con su dedo, pero era más duro que un lago congelado.–Conozco esta configuración, –dijo. –La Clave usa una versión de ella a veces. –Su mano se cerró en un puño y lo estrelló contra el aire sólido, lo bastante fuerte para herirse los huesos en la mano. –Uffern gwaedlyd, –maldijo en galés. –Todo el maldito camino a través de todo el país para llegar hasta ti, y ni siquiera esto puedo hacer bien. En el momento en que te vi, lo único que pude pensar fue correr hacia ti. Por el Ángel, Mai.

–Will –Ella lo tomó el brazo. –No te atrevas a pedir disculpas. ¿Entiendes lo que significa para mí que estás aquí? Es como un milagro o la intervención directa del Cielo, porque yo había estado orando para ver los rostros de aquellos que me importaban otra vez antes de morir. –Hablaba sencillamente, francamente, era una de las cosas que había amado siempre sobre Mai, que ella no ocultaba o disimulaba, sino que decía lo que pensaba sin adornos. –Cuando estaba en la Casa Oscura, no había nadie que se preocupara lo suficiente como para buscarme. Cuando me encontraste, que fue un accidente. Pero ahora…

–Ahora nos he condenado a los dos a la misma suerte, –dijo en voz baja. Sacó una daga de su cinturón y la clavó contra el muro invisible delante de él. La hoja de plata con runas de la daga quedó destrozada, y Will tiró la empuñadura rota a un lado y volvió a maldecir en voz baja.

Mai puso una mano en su hombro.–No estamos condenados, –dijo. –Seguro que no has venido solo, Will. Henry, o Jem, nos encontrarán. Desde el otro lado de la pared, se puede ser liberado. He visto cómo lo hace Mortmain, y...

Will no supo que pasó entonces. Su expresión debe haber cambiado con la mención del nombre de Jem, por que vio que algo el color abandonaba su cara. La mano de ella se apretó sobre su brazo. –Mai, – dijo. –Estoy solo.

La palabra “solo” salió rota, como si él pudiera saborear la amargura de la derrota en su lengua y se esforzara por hablar a través de eso. –¿Jem?, –Dijo ella. Era más que una pregunta. Will no dijo nada, su voz parecía haber huido. Había pensado en sacarla de este lugar antes de hablarle de Jem, había imaginado diciéndoselo en un lugar seguro, en algún lugar donde tendría espacio y tiempo para consolarla. Ahora sabía que había sido un tonto pensar en eso, para imaginar que lo que había perdido, no estaría escrito en toda su cara. El color restante desapareció de la piel de Mai, era como ver a un fuego parpadeando y luego apagarse. –No, –susurró.

–Mai...

Ella dio un paso alejándose de él, negando con la cabeza. -No, no es posible. Lo hubiera sabido – no puede ser posible. Él extendió una mano hacia ella. –Mai.

Ella había empezado a temblar violentamente. –No, –dijo ella de nuevo. –No, no lo digas. Si no lo dices, no será verdad. No puede ser verdad. No es justo.

–Lo siento, –susurró.

El rostro de ella se arrugó, roto como un dique bajo mucha presión. Se dejó caer de rodillas, doblada sobre sí misma, con los brazos rodeándose el cuerpo. Se estaba sosteniendo a sí misma con fuerza, como si pudiera evitar romperse. Will sintió una nueva oleada de la agonía impotente que había experimentado en el patio del Hombre Verde. ¿Qué había hecho? Había venido a salvarla, pero en lugar de salvarla, sólo había logrado infligirle dolor. Era como si estuviera realmente maldito, capaz de traer solo sufrimiento a los que amaba.–Lo siento, –dijo de nuevo, con todo su corazón en las palabras. –Lo siento tanto. Me hubiera muerto por él si pudiera.

Cuando dijo eso ella levantó la mirada. Él se preparó para la acusación en sus ojos, pero no estaba allí. En cambio, estiró la mano hacia él en silencio. Él la tomó con asombro y sorpresa, y dejó que ella lo jalara hacia abajo hasta que estuvo de rodillas frente a ella. Tenía el rostro surcado de lágrimas, rodeada por el cabello, delineada en oro por la luz del fuego. –Yo también lo hubiera hecho, –dijo. –Oh, Will. Todo esto es mi culpa. Desperdició su vida por mí. Si se hubiera tomado la droga con más moderación, si se hubiera permitido descansar y estar enfermo en lugar de pretender tener buena salud para mí.

- ¡No! –Él la tomó por los hombros, volviéndose hacia ella. –No es tu culpa. Nadie podía imaginar que fuera.

Ella negó con la cabeza. –¿Cómo puedes soportar tenerme cerca de ti?, –Dijo en la desesperación. –Te quite a tu parabatai. Y ahora vamos a morir los dos aquí. Por mi culpa.

–Mai, –susurró, sorprendido. No podía recordar la última vez que había estado en esta posición, la última vez que había tenido que consolar a alguien cuyo corazón estaba roto, y que realmente se lo hubiera permitido, en lugar de obligarse a sí mismo a marcharse. Se sentía tan torpe como lo había hecho cuando era niño, dejando caer los cuchillos de sus manos antes de que Jem le hubiera enseñado cómo usarlos. Se aclaró la garganta. –Mai, ven aquí. – La atrajo hacia él hasta que estaba sentado en el suelo con ella recargada contra él, la cabeza sobre su hombro, y enterró los dedos en su cabello. Podía sentir su cuerpo temblando contra él, pero ella no se apartó. En vez de eso, se aferró a él, como si verdaderamente su presencia le diera consuelo.

Y si pensó en lo caliente que estaba en sus brazos y la sensación de su aliento sobre su piel, fue solo por un momento, y pudo pretender que no fue asi en absoluto.

El dolor de Mai, como una tormenta, transcurrió lentamente en el transcurso de horas. Ella lloró, y Will la sostuvo y no la soltó, a excepción de una vez, cuando él se levantó y avivó el fuego. Regresó rápidamente y se sentó al lado de ella otra vez, con la espalda contra la pared invisible.

Ella tocó el lugar en su hombro, donde sus lágrimas habían empapado la tela. –Lo siento, –dijo ella. No podía contar el número de veces que ella le había dicho que lo sentía sobre las últimas horas, mientras compartían las historias de lo que sucedió desde su separación en el Instituto. Él le había hablado de su despedida con Jem y Cecily, su carrera por el campo, el momento en que se había dado cuenta que Jem se fue. Ella le habló de lo que Mortmain le había exigido; que Cambió en su padre, y que le dio el último pedazo del rompecabezas que haría a su ejército autómata una fuerza imparable.

–No tienes nada que lamentar, Mai, –dijo Will ahora. Estaba mirando hacia el fuego, la única luz en la habitación. Este lo pintaba en tonos de oro y negro Las sombras bajo sus ojos eran de color violeta, el ángulo de sus pómulos y clavícula claramente delineada. –has sufrido, al igual que yo. Viendo esa aldea destruida.

–Los dos estábamos allí al mismo tiempo, –dijo ella, asombrada. –Si yo hubiera sabido que estabas cerca.

–Si yo hubiera sabido que estabas cerca, hubiera apurado a Balios, directamente colina arriba, hacia dónde estabas.

–Y ser asesinados por las criaturas de Mortmain en el proceso. Fue mejor que no lo hicieras– Ella siguió su mirada hacia el fuego. –Me encontraste al final; eso es lo que importa.

–Por supuesto que te encontré. Le prometí a Jem que te encontraría –, dijo. –Algunas promesas no se puede romper.

El respiró superficialmente y ella lo sintió en su costado: estaba acurrucada a medias contra él, y las manos de él temblaban, casi imperceptiblemente, mientras la abrazaba. Distantemente ella sabía que no debía dejarse sostener de este modo por ningún muchacho que no fuera su hermano o su prometido - pero su hermano y su novio, estaban ambos muertos, y mañana Mortmain los encontraría y los castigaría a ambos. A la luz de estos hechos, no se sentía capaz de obligarse a sí misma a preocuparse demasiado sobre el decoro.

–¿Cuál fue el punto de todo ese dolor?, Preguntó. –Yo lo amaba tanto, y ni siquiera estuve ahí cuando murió.

La mano de Will le frotó la espalda rápida y ligeramente como si temiera que ella se alejara. –Ni yo–, dijo. –Yo estaba en el patio de una posada, a mitad de camino a Gales, cuando lo supe. Lo sentí. El vínculo entre nosotros rompiéndose. Fue como si un gran par de tijeras cortara mi corazón por la mitad.

–Will... –, dijo Mai. Su dolor era tan palpable, que se mezclaba con el de él para crear una aguda tristeza, más ligera al ser compartida, aunque era difícil decir quien estaba consolando a quien ahora. –Siempre fuiste la mitad de su corazón.

–Yo fui quien le pedí que fuera mi parabatai, – dijo Will. –Él estaba renuente. Él quería que yo entendiera que me estaba atando a algo que estaba destinado a ser un vínculo de vida con alguien que no iba a vivir mucho. Pero yo quería eso, a ciegas lo quise, necesitaba alguna prueba de que no estaba solo, y un modo de mostrarle todo lo que le debía. Y él cedió con gracia a lo que yo quería al final. Siempre lo hacía.

–No, – dijo Mai. –Jem no era un mártir. Para él no fue un castigo el ser tu parabatai. Eras como un hermano para él, mejor que un hermano, porque él te eligió. Cuando hablaba de ti, lo hacía con lealtad y amor, sin ninguna nube de duda.

–Me enfrenté a él, – Continuó. –Cuando me enteré que había estado tomando más yin fen del que debería. Estaba tan enojado. Lo acusé de lanzar su vida por la borda. Él dijo: ‘Puedo elegir ser para ella tanto como pueda ser, puedo elegir arder ante sus ojos tan brillantemente como yo deseo.

Mai hizo un pequeño sonido en su garganta. –Fue su elección, Mai. No es algo que se le impuso. Nunca fue tan feliz como cuando estaba contigo. – No la estaba mirando, sino si al fuego. –Cualquier otra cosa que yo te haya dicho antes, no importa lo que sea, me alegro de que él haya tenido ese tiempo contigo. Tú deberías alegrarte también.

–No suenas contento.

Will seguía mirando al fuego. Su cabello negro estaba húmedo cuando entró en la habitación y ahora se había secado en rizos sueltos contra las sienes y la frente. –Lo decepcioné– dijo. –Él me confió esto a mí, solo esta tarea, seguirte y encontrarte, llevarte a casa con seguridad. Y ahora fallé en el último obstáculo. – Por fin se volvió hacia ella, sus ojos azules perdidos. –Yo no lo habría abandonado. Me habría quedado con él si él me hubiera pedido, hasta que muriera. Hubiera sido fiel a mi pacto. Pero él me pidió que viniera por ti…

–Entonces sólo hiciste lo que te pidió. No lo decepcionaste.

–Pero también era algo que estaba en mi corazón–, dijo Will. –No puedo separar la abnegación del egoísmo ahora. Cuando he soñado en salvarte, en la forma en que me mirarías –Su voz se interrumpió bruscamente. –Mi arrogancia ha recibido merecido castigo bajo cualquier circunstancia.

–Pero yo he sido recompensada– Mai deslizó la mano en la suya. Sus callos eran ásperos contra su palma. Ella vio como su pecho se enganchaba con una respiración sorprendida. –Porque no estoy sola, te tengo a ti. Y no debemos renunciar a toda esperanza. Puede que todavía haya una oportunidad para nosotros. Para vencer a Mortmain, o escapar de él. Si alguien puede encontrar una manera de hacerlo, ese eres tú.

El se volteó a mirarla. Sus pestañas le oscurecían los ojos cuando dijo, –Eres una maravilla, Mai Gray. Tienes tanta fe en mí aunque yo no he hecho nada para merecerlo.

–¿Nada? –Ella levantó la voz. –¿No hiciste nada para merecerlo?Will, me salvaste de las Hermanas Oscuras, me alejaste de ti mismo para salvarme, me has salvado una y otra vez. Eres un buen hombre, uno de los mejores que he conocido.

Will la miró tan aturdido como si ella lo hubiera empujado. Se pasó la lengua por los labios resecos. –Desearía que no hubieras dicho eso– susurró.

Ella se inclinó hacia él. Su rostro era sombras, ángulos y planos, quería tocarlo, tocar la curva de su boca, el arco de sus pestañas contra su mejilla. El fuego reflejado en sus ojos, puntos de luz. –Will– dijo. –La primera vez que te vi, pensé que parecías un héroe de un libro. Dijiste en broma que eras Sir Galahad. ¿Lo recuerdas? Y durante mucho tiempo traté de entenderte de esa manera, como si fueras el Señor Darcy, o Lancelot, o el pobre y miserable Sydney Carton. Me tomó mucho tiempo comprenderlo, pero lo hice, y lo hago ahora - no eres un héroe sacado de un libro.

Will soltó una risa corta e incrédula. –Es cierto– dijo. –No soy un héroe.

–No, – dijo Mai. –Eres una persona, igual que yo.– Sus ojos buscaron en el rostro de ella, desconcertado; y ella le apretó la mano más firmemente, entrelazando los dedos con los de él. –¿No te das cuenta, Will? Eres una persona como yo. Eres como yo. Dices las cosas que pienso pero nunca digo en voz alta. Lees los libros que leo. Amas la poesía que yo amo. Me haces reír con tus canciones ridículas y la forma en que lo ves todo. Siento como si pudieras mirar dentro de mí y ver todos los lugares en los que soy extraña o inusual y adaptar tu corazón alrededor de ellos porque eres extraño e inusual de la misma forma.– Con la mano que no estaba sujetando la de él, la le tocó la mejilla, ligeramente. –Somos lo mismo.

Los ojos de Will se cerraron parpadeando y ella sintió las pestañas contra sus dedos. Cuando habló de nuevo, su voz era entrecortada pero controlada. –No digas esas cosas, Mai. No lo digas.

–¿Por qué no?

Dijiste que soy un hombre bueno, – dijo. –Pero yo no soy tan buen hombre. Y yo estoy - estoy catastróficamente enamorado de ti.–

–Will–.

–Te amo tanto, tan increíblemente tanto,– continuó, –y cuando estás tan cerca de mí, me olvido de lo que eres. Me olvido de que eres de Jem. Tendría que ser la peor clase de persona para pensar lo que estoy pensando ahora mismo. Pero lo estoy pensando.

–Amaba a Jem–, dijo Mai. –Lo amo todavía, y sé que él me amaba, pero yo no soy de nadie, Will. Mi corazón es mío. Está más allá de ti controlarlo. Ha estado más allá de mí el controlarlo.

Los ojos de Will aún estaban cerrados. Su pecho subía y bajaba con rapidez, y ella podía escuchar el latido de su corazón duro y rápido debajo de la solidez de su tórax. Su cuerpo estaba caliente contra el de ella, y vivo; y pensó en las manos de los autómatas, frías sobre ella, y en los ojos aún más fríos de Mortmain. Pensó en lo que pasaría si ella sobrevivía y Mortmain conseguía lo que quería y que era estar encadenada a él durante toda su vida, un hombre al que no amaba, al que despreciaba en realidad.

Pensó en el tacto de sus manos frías sobre ella, y si esas serían las únicas manos que nunca la tocarían de ahí en adelante. –¿Qué crees que va a pasar mañana, Will?,– Susurró. –Cuando Mortmain nos encuentre. Dímelo honestamente.

La mano de él se movió con cuidado casi sin quererlo, para deslizarse sobre su cabello hasta descansar en la curva del cuello de Mai. Ella se preguntó si él sentiría los latidos de su pulso en respuesta a los de él. –Creo que Mortmain va a matarme. O para ser más precisos, hará que esas creaturas me maten. Soy un cazador de sombras decente, Mai, pero esos autómatas son imparables. Las armas con runas no son mejor que las armas ordinarias sobre ellos, y los cuchillos serafín no funcionan en absoluto.

–Pero no tienes miedo.

–Hay tantas cosas que son peores que la muerte– dijo. –No ser amado o no ser capaz de amar: eso es peor. Y no hay deshonor en morir peleando como debe hacerlo un Cazador de Sombras. Una muerte honorable. Yo siempre he querido eso.

Un escalofrío pasó por Mai. –Hay dos cosas que yo quiero–, dijo, y se sorprendido por la firmeza de su propia voz. –Si crees que Mortmain tratará de asesinarte mañana, entonces me gustaría tener un arma. Me despojaré de mi ángel mecánico y pelearé junto a ti hombro con hombro, y si morimos, lo haremos juntos. Porque yo también quiero una muerte honorable, como Boadicea.-

–Mai–.

–Prefiero morir antes que ser la herramienta del Magister. Dame un arma, Will.

Ella sintió como el cuerpo de él temblaba contra el suyo. –Puedo hacer eso por ti,- dijo al fin, con voz tenue. –¿Qué es lo segundo? ¿Qué quieres?

Ella tragó pesadamente. –Quiero besarte una vez más antes de morir.

Los ojos de él se abrieron de pronto. Eran azules, azules como el mar y el cielo en el sueño en donde él se alejaba de ella, azules como las flores que Sophie había puesto en su pelo. –No…

–digas algo que no quieres decir.- terminó ella por él. –Lo sé. No lo hago. Lo digo en serio, Will. Y sé que está completamente fuera de los límites de la decencia el pedírtelo. Sé que debo parecer un poco loca.– Miró hacia abajo y luego hacia arriba otra vez, reuniendo coraje. –Si puedes decirme que puedes morir mañana sin que nuestros labios se toquen de nuevo, y no te arrepentirás en absoluto, entonces dímelo, y desistiré de pedírtelo, por que se que no tengo ningún derecho.

Sus palabras fueron cortadas, porque él la había atrapado en un abrazo y la había jalado contra él, y aplastado sus labios contra los de ella. Por una fracción de segundo fue casi doloroso, agudo con desesperación y un hambre escasamente controlada, y ella probó sal y calor en la boca y el jadeo de su aliento. Y luego él se volvió amable, con una fuerza de contención que ella pudo sentir a través de todo su cuerpo, el deslizar de labios contra labios, la interacción de lengua y dientes, y como se alternaba el dolor y el placer en el retazo de un momento.

En el balcón en la casa de los Lightwood, él fue tan cuidadoso, pero no estaba siendo cuidadoso ahora. Sus manos se deslizaban ásperamente por su espalda, enredándose en su cabello, haciendo puños con la tela suelta de su vestido. Medio levantándola de modo que sus cuerpos colapsaran el uno con el otro; él estaba contra ella, en larga y delgada longitud de su cuerpo, duro y frágil a la vez. Ella ladeó la cabeza cuando él le abrió los labios con los suyos y ya no estaban tanto besándose sino devorándose el uno al otro. Ella apretó los dedos en el cabello de él, lo bastante duro que debió dolerle, y sus dientes le rozaron el labio inferior. El gimió y la atrajo más cerca, haciéndola jadear por aire.

–Will, –susurró ella, y él se puso de pie, levantándola en sus brazos, todavía besándola. Ella se agarró con fuerza a su espalda y hombros mientras la llevaba a la cama y la recostaba encima. Ella ya estaba descalza, él se quitó las botas y se subió a la cama junto a ella. Parte del entrenamiento de ella, había consistido en cómo quitar la ropa de combate, por lo que sus manos fueron ligeras y rápidas sobre su ropa, deshaciendo los broches, y abriéndolos, tirando de ellos como si fuera una armadura. Él lanzó la ropa con impaciencia a un lado y se arrodilló para quitarse el cinturón de armas.

Ella lo miró, y tragó duro. Si iba a decirle que se detuviera, ahora era el momento. Sus manos llenas de cicatrices eran ágiles, en deshacer las ataduras, y cuando se dio la vuelta para dejar el cinto a un lado de la cama, su camisa- humeda con sudor y pegada a él – se deslizó hacia arriba y le mostró la curva hueca de su estómago y el arco del hueso de su cadera. Siempre pensó que Will era hermoso, sus ojos, sus labios, su rostro, pero nunca había pensado particularmente en su cuerpo de ese modo. Pero su forma era encantadora, como los planos y ángulos del David de Miguel Ángel. Estiró la mano para tocarlo, para pasar los dedos tan suavemente como la seda de una araña, a través de la piel plana y dura de su estómago.

Su respuesta fue inmediata y sorpresiva. Jaló aire y cerró los ojos y su cuerpo se quedó muy quieto. Ella pasó los dedos a lo largo de la cinturilla de sus pantalones, con el corazón palpitándole, difícilmente sabiendo lo que estaba haciendo – había un instinto en esto, conduciéndola, que ella no podía identificar o explicar. Su mano se amoldó a la curva de su cintura, con el pulgar acariciándole el hueso de la cadera, dibujando su contorno hacia abajo.

Él se deslizó sobre ella, lentamente, con los codos descansando a cada lado de sus hombros. Sus ojos se encontraron y la mirada se sostuvo; se estaban tocando a todo lo largo de sus cuerpos, pero ninguno de ellos habló. A ella le dolía la garganta: con adoración y un corazón roto en igual medida. “Bésame,” dijo ella.

El se dejó caer lentamente, lentamente, hasta que sus labios solo se rosaron. Ella se arqueó hacia arriba queriendo encontrar su boca con la de él, pero él se alejó, acariciándole la mejilla con los nudillos, ahora sus labios presionándose en la esquina de su boca – y después a lo largo de su quijada y hacia abajo por su garganta, mandando descargas de asombroso placer a través de su cuerpo. Ella siempre pensó que sus brazos, sus manos, su cuello, su cara, eran algo separado – no que su piel era toda la misma delicada envoltura, y que un beso depositado en su garganta podría sentirse por todo el camino hasta la punta de sus pies.

–Will.- le jaló la camisa con las manos y esta cedió, los botones se rasgaron, la cabeza de él sacudiéndose la tela de encima, toda salvaje cabello negro, Heathcliff en los páramos. Las manos de él, fueron menos seguras sobre el vestido, pero también cedió por encima de su cabeza, y fue lanzado a un lado, dejando a Mai en camisola y corsé. Ella se quedó muy quieta por la conmoción de estar tan desnuda frente a alguien que no fuera Sophie, y Will, lanzó una mirada a su corsé que era solo parcialmente deseo.

–¿Cómo,- dijo. –¿Cómo se quita?.

Mai no pudo evitarlo y a pesar de todo se rió. –Se ata –susurró. –En la espalda. –y le condujo las manos a todo su alrededor hasta que sus dedos estuvieron en los cordones del corsé. Tembló entonces, y no de frío sino por la intimidad del gesto. Will la jaló contra él, con suavidad ahora, y besó la línea de su garganta de nuevo, y el hombro en donde la camisola lo había descubierto, su aliento era suave y caliente contra su piel, hasta que ella estuvo respirando tan duro como él, las manos de ella deslizándose por sus hombros y brazos y costados. Besó las cicatrices blancas que las Marcas le habían dejado en la piel, enredándose a sí misma alrededor de él hasta que no fueron más que un enredo caliente de extremidades y ella estaba tragando los jadeos que él hacía contra su boca.

–Mai– susurró. –Mai, si quieres parar.

Ella negó con la cabeza en silencio. El fuego en la chimenea casi se había extinguido de nuevo. Will solo ángulos y sombras y piel suave y dura contra ella. No. –¿Quieres esto? – Su voz era ronca.

–Sí,- dijo ella. –¿Y tú?.

El dedo de él le trazó la comisura de la boca. –Por esto me habría condenado para siempre. Por esto, hubiera renunciado a todo.

Ella sintió que los ojos le ardían con la presión de las lágrimas, y parpadeó pestañas húmedas. –Will…

-Dw i’n dy garu di am byth,- dijo él. –Te amo. Siempre.- Y se movió para cubrirle el cuerpo con el suyo.

Tarde por la noche o temprano en la mañana, Mai despertó. El fuego se había consumido por completo, pero la habitación estaba iluminada con la antorcha peculiar que parecía encenderse y apagarse sin ton ni son.

Se enderezó apoyándose sobre un codo. Will estaba dormido junto a ella, atrapado en la inmovilidad del sueño de los que están profundamente exhaustos. Se veía en paz a pesar de todo – mucho más de lo que lo había visto antes. Su respiración era regular, sus pestañas se movían ligeramente con sus sueños.

Se había quedado dormida con la cabeza sobre su brazo, el ángel mecánico, todavía alrededor de su garganta, descansando sobre el hombro de él, justo a la izquierda de su clavícula. Cuando ella se movió, el ángel se deslizó libre y ella vio con sorpresa que en donde había estado sobre la piel de él, había dejado una marca no más grande que un chelín, con la forma de una pálida estrella blanca.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 2:54 pm

20

Los Artefactos Infernales

Como autómatas movidos con cables
Delgadas siluetas de esqueletos
Se deslizaron a través del cuadril bajo,
Luego se tomaron de las manos,
Y danzaron una majestuosa zarabanda;
Su risa hacía ecos delgados y estridentes.

– Oscar Wilde, “La Casa de Harlot”.

–Es hermoso, –susurró Henry.

Los Cazadores de Sombras del Instituto de Londres – junto con Magnus Bane – estaban de pie en un flojo semicírculo en la cripta, mirando fijamente a uno de los muros de piedra.

– o más precisamente, a algo que había aparecido en uno de los muros de piedra. Era un arco brillante, de unos diez pies de altura, y quizás cinco de ancho. No estaba tallado en la piedra sino que estaba hecho de runas brillantes que se entrelazaban una con otra como viñas en un enrejado. Las runas no eran del libro Gris – Gabriel las hubiera reconocido si así hubiera sido – pero eran runas que nunca antes había visto. Tenían el aspecto extranjero de otro lenguaje, y aun asi, cada una era distinta y hermosa, y cantaban una canción de viaje y distancia, de un espacio oscuro y cambiante y la distancia entre mundos.

Brillaban verdes en la oscuridad, pálidas y ácidas. Dentro del espacio creado por las runas ya no era visible el muro – solamente oscu ridad impenetrable, como si fuera un gran agujero oscuro.

–Es verdaderamente sorprendente, –dijo Magnus.

Todos excepto el brujo estaban vestidos en su ropa de combate, y brillando con las armas que portaban – la favorita de Gabriel, una espada larga de doble filo estaba colgando sobre su espalda y sus manos enguantadas le escocían por tomarla de la empuñadura. Aunque le gustaba el arco y las flechas, había sido entrenado en la espada larga por un maestro que podía rastrear a sus propios maestros hacia atrás hasta Lichtenauer, y Gabriel se jactaba de que la espada larga era su especialidad. Además un arco y flechas hubieran sido de muy poca ayuda contra los autómatas que un arma que podía cortarlos en los pedacitos de sus partes y componentes.

–Todo tuyo, Magnus, –dijo Henry. Él estaba brillando – o, Gabriel pensó, que tal vez hubiera sido el reflejo de las runas iluminadas contra su rostro.

–Para nada, –replicó Magnus. –Si no fuera por tu ingenio esto nunca hubiera sido creado.

–Mientras que disfruto este intercambio de halagos, –dijo Gabriel, viendo que Henry iba a responder, –todavía quedan unas pocas de preguntas –centrales- sobre este invento.

Henry lo miró perdido. –¿Cómo cuales?

–Creo, Henry, que está preguntado si esta… puerta –comenzó Charlotte.

–Lo llamamos un Portal, –dijo Henry. La capitalización de la palabra era bastante clara en su tono.

–Si funciona, –terminó Charlotte. –¿Lo han probado?

Henry se veía mortificado. –Bueno, no. No ha habido tiempo. Pero te aseguro, nuestros cálculos no tienen falla.

Todos, menos Henry y Magnus, miraron el Portal con una alarma renovada. –Henry… –comenzó Charlotte.

–Bueno, creo que Henry y Magnus deberían ir primero, –dijo Gabriel. –Ellos inventaron la maldita cosa.

Todos voltearon a verlo.–Es como si hubiera reemplazado a Will, –dijo Gideon levantando las cejas. –Dicen el mismo tipo de cosas.

–No soy como Will –replicó Gabriel.

–Espero que no, –dijo Cecily, aunque tan bajo que él se preguntó si alguien más la había escuchado. Ella se veía especialmente bonita ese día, aunque no tenía idea por qué. Estaba vestida en las mismas negras ropas de combate para mujer, sin ningún atractivo, como las de Charlotte; su cabello estaba asegurado con recato detrás de la cabeza, y el collar de rubí en su garganta brillaba contra su piel. De cualquier manera, Gabriel se recordó con dureza, ya que lo más probable es que fueran a enfrentarse a un peligro mortal, el pensar que Cecily era bonita no debería estar en el primer plano de su mente. Se dijo a sí mismo que debía detenerse de inmediato.

–No me parezco en nada a Will Herondale, –repitió. –Estoy perfectamente dispuesto a ir yo primero a través de él, – dijo Magnus con el aire del maestro que ha sufrido largamente en un salón de clases lleno de estudiantes malcriados. –Hay unas cuantas cosas que necesito. Estamos esperando que Mai esté allá y Will quizás también; me gustaría llevar algo de ropa de combate extras y armas para llevarles. Planeo por supuesto, esperarlos del otro lado, pero es bueno prepararse por si hay algún desarrollo inesperado.

Charlotte asintió. –Si – por supuesto. –Ella miró hacia abajo por un momento. –No puedo creer que nadie haya venido a ayudarnos. Pensé, que después de mi carta, unos cuantos –se interrumpió, tragando fuerte, y levantó la barbilla. –Déjame traer a Sophie. Ella puede reunir las cosas que necesitas, Magnus. Y ella y Cyril y Bridget van a reunirse con nosotros en un momento. –Desapareció por las escaleras. Henry mirándola con una ternura preocupada.

Gabriel no podía culparlo. Era un golpe obvio para Charlotte que nadie hubiera respondido a su llamado y venido a ayudarles, aunque él hubiera podido decirle que no lo harían. La gente era en esencia egoísta, y muchos odiaban la idea de una mujer a cargo del Instituto. Ellos no se pondrían a sí mismos en riesgo por ella. Solo unas semanas antes, él hubiera dicho lo mismo. Ahora que conocía a Charlote, él se daba cuenta para su propia sorpresa, que la idea de arriesgarse a sí mismo por ella, le parecía un honor, como sería para la mayoría de los hombres ingleses el arriesgarse por la Reina. –¿Cómo logra uno que funcione el Portal? –preguntó Cecily, mirando hacia el arco brillante como si fuera una pintura en una galería, su cabeza inclinada hacia un lado.

–Te transportará inmediatamente de un lugar a otro, –dijo Henry. –Pero el truco es – bueno, esa parte es magia. –Él dijo la palabra un poco nerviosamente.

–Necesitas estar imaginando el lugar al que vas, –dijo Magnus. – No funcionará para llevarte a un lugar en el que no hayas estado nunca y no puedas imaginar. En este caso, para llegar a Cadair Idris, vamos a necesitar a Cecily. ¿Cecily, qué tan cerca de Cadair Idris crees que podrías llevarnos?

–Hasta la misma cima, –dijo Cecily con confianza. –Hay varios caminos que te llevarán hacia arriba en la montaña, he caminado por dos de ellos con mi padre. Pudo recordar la cresta de la montaña.

–Excelente, –dijo Henry. –Cecily podrías ponerte de pie frente al portal y visualizar tu destino.

–Pero ella no va primero, ¿o sí? –reclamó Gabriel. En el momento en que salieron las palabras de su boca, se quedó sorprendido. No había planeado decirlas. Ah bueno, ya que había metido la pata mejor tirarse de cabeza, pensó. –Quiero decir: ella es la que está menos entrenada de nosotros; no sería seguro.

–Puedo ir yo primero, –dijo Cecily y se veía como si no estuviera de lo más agradecida por el apoyo de Gabriel. –No veo razón por la cual.

–¡Henry! –Era Charlotte, apareciendo de vuelta en el pie de la escalera. Detrás de ella venían los sirvientes del Instituto todos en ropa de combate - Bridget, se veía como si hubiera salido a dar un paseo matutino; Cyril, firme y determinado; y Sophie, traía una gran bolsa de cuero.

Detrás de ellos, estaban tres hombres más. Hombres altos, en túnicas apergaminadas, moviéndose con peculiares movimientos deslizantes.

Los Hermanos Silenciosos.

A diferencia de cualquier otro Hermano Silencioso que Gabriel hubiera visto antes, estos estaban armados. Traían cinturones de armas amarrados con hebillas en su cintura, sobre las túnicas, y de sus cinturones colgaban, espadas largas y curvas, sus empuñaduras estaban hechas con adamas brillante, el mismo material usado para las estelas y los cuchillos serafín.

–Hermano Enoch, –dijo “Yo –

Cálmate. La voz del Hermano Silencioso resonó en las mentes de todos. No hemos venido a advertirte sobre alguna posible ruptura de la ley, Henry Branwell. Hemos venido a pelear con ustedes. –¿A pelear con nosotros? –Gideon parecía sorprendido. –Pero los Hermanos Silenciosos no – quiero decir, ellos no son guerreros.

Eso es incorrecto. Cazadores de Sombras fuimos y Cazadores de Sombras permanecemos. Fuimos fundados por Jonathan Cazador de Sombras mismo, y aunque vivimos de los libros, aun podemos morir por la espada si eso decidimos.

Charlotte estaba reluciente.–Ellos supieron de mi mensaje, –dijo. –Vinieron. Hermano Enoch, Hermano Micah, y Hermano Zachariah.”

Los dos Hermanos detrás de Enoch inclinaron la cabeza en silencio. Gabriel peleó contra un escalofrío. Siempre había encontrado escalofriantes a los Hermanos Silenciosos escalofriantes, aunque él supiera que ellos eran una parte integral de su vida de Cazadores de Sombras. –El Hermano Enoch también me dijo por qué nadie más vino, –dijo Charlotte, la sonrisa desvaneciéndose de su cara. –El Cónsul Wayland convocó a reunión de Consejo esta mañana, aunque no nos dijo nada de eso a nosotros. La asistencia de todos los Cazadores de Sombras era obligatoria por Ley.

El aliento de Henry salió en un silbido a través de sus dientes. –Ese hombre ta – tan malo, –terminó con una rápida mirada a Cecily, quien rodó los ojos. –¿De qué era la reunión?

–Reemplazarnos como cabezas del Instituto, –dijo Charlotte. –Él aun cree que el ataque de Mortmain vendrá contra Londres, y que un líder fuerte es necesario aquí para pelear contra el ejército de autómatas.

–¡Señora Branwell! –Sophie que estaba entregándole a Magnus, la bosa que cargaba; casi la deja caer al suelo. –¡No pueden hacer eso!

–Oh, ellos pueden y bastante, –dijo Charlotte. Miró alrededor a sus rostros y levantó la barbilla. En ese momento a pesar de su pequeño tamaño, Gabriel pensó que parecía más alta que el Cónsul. –Todos sabíamos que esto vendría, –dijo ella. –No importa. Todos somos Cazadores de Sombras, nuestro deber es con unos a otros y lo que pensamos que es correcto. Nosotros le creemos a Will, y creemos en Will. La Fe que nos ha llevado tan lejos; nos llevará aún más lejos. El Ángel nos protege y saldremos victoriosos.

Todo el mundo se quedó en silencio. Gabriel miró a su alrededor a sus rostros – determinados, cada uno – e incluso Magnus parecía, si no conmovido, o convencido, al menos considerado y respetuoso. –Señora Branwell, –dijo por ultimo. –Si el Cónsul Wayland no la considera una líder, es un tonto.

Charlotte inclinó la cabeza hacia él. –Gracias, –dijo. –Pero no deberíamos demorarnos más – debemos ir, y rápido, por qué este asunto no puede esperarnos más.

Henry miró a su esposa por un largo rato, y luego hacia Cecily. –¿Estás lista?

La hermana de Will asintió y se movió hacia adelante para quedar de pie frente al Portal. Su luz brillante proyectaba la sombra de las runas desconocidas a través de su pequeño y decidido rostro. –Visualízalo, –dijo Magnus. –Imagina tan fuerte como puedas que estás en la cima de Cadair Idris.

Las manos de Cecily se apretaron en puños a sus costados. Mientras miraba, el Portal comenzó a moverse, las runas se tambalearon y cambiaron. La oscuridad dentro del arco se iluminó. De pronto Gabriel ya no estaba mirando una sombra. Estaba viendo un retrato del paisaje que podría haber estado pintado dentro del Portal – la curva verde en la cima de la montaña, un lago tan azul y profundo como el cielo.

Cecily soltó un pequeño jadeo – y entonces se adelantó, dio un paso al frente y desapareció a través del arco. Era como ver un dibujo borrarse. Primero las manos desaparecieron en el Portal, luego sus brazos estirados y luego su cuerpo. Y se había ido. Charlotte dio un pequeño grito. –¡Henry!

Gabriel tenía un zumbido en los oídos. Podía escuchar a Henry consolando a Charlotte de que éste era el modo en que se suponía que funcionaba el Portal, que nada había salido mal, pero era como una canción escuchada a medias desde otra habitación, las palaras de un ritmo sin significado. Todo lo que él sabía era que Cecily, más valiente que todos ellos, había entrado a través de la puerta desconocida y se había ido. Y él no podía dejarla ir sola.

Se adelantó. Escuchó a su hermano llamarle por su nombre, pero lo ignoró; empujando, más allá de Gideon, alcanzó el Portal y pasó por él.

Por un momento no había nada más que oscuridad. Entonces fue como si una gran mano lo alcanzara en la oscuridad, lo cogiera, y lo lanzara girando en una vorágine de tinta.

***

El gran salón del Consejo estaba lleno de gente gritando.

En el estrado, al centro, estaba de pie el Cónsul Wayland, mirando hacia la multitud que gritaba con una mirada de furiosa impaciencia en su rostro. Sus ojos oscuros exploraron a los Cazadores de Sombras congregados frente a él: George Penhallow estaba entrelazado en una competencia de gritos con Sora Kaidou del Instituto de Tokyo; Vijay Malhotra estaba golpeando con un delgado dedo, el pecho de Japheth Pangborn, quien rara vez estos días, dejaba su casa solariega en los campos de Idris, y quien se había puesto rojo como un tomate por la indignación de todo esto.

Ahora los dos Blackwell habían acorralado a Amalia Morgenstern, quien estaba replicándoles en alemán. Aloysious Starkweather, todo de negro estaba de pie junto a una de las bancas de madera, sus extremidades fibrosas casi sobre sus oídos mientras veía con molestia al podio con viejos ojos agudos.

El Inquisidor, de pie junto al Cónsul Wayland, dejó caer su bastón de madera contra el piso, lo suficientemente fuerte para casi astillar la duela de madera. –¡Es SUFICIENTE! –gruñó. –Todos ustedes se callan, y van a callarse ahora. SIENTENSE.

Una oleada de sorpresa fue a través de la habitación – y para la evidente sorpresa del Cónsul, se sentaron. No en silencio, pero se sentaron – todo el que tenía espacio se sentó. La cámara estaba llena de excitación; todos estos Cazadores de Sombras, rara vez aparecían a alguna reunión. Estaban los representantes aquí, de todos los Institutos – Nueva York, Bangkok, Geneva, Bombay, Buenos Aires. Solo los Cazadores de Sombras de Londres, Charlotte Branwell y sus cohortes, estaban ausentes.

Solo Aloyisious Starkweather permanecía de pie, su capa oscura flotando alrededor de él como si fueran las alas de un cuervo. –¿Dónde está Charlotte Branwell? –exigió. –Por el mensaje que enviaste, se entendía que ella estaría aquí para explicar los contenidos de su mensaje al Consejo. –Yo explicaré los contenidos de su mensaje, –dijo el Cónsul a través de dientes apretados.

–Preferiría escucharlo de ella, –dijo Malhotra, sus ojos oscuros agudos mientras miraba del Cónsul al Inquisidor y de regreso. El Inquisidor Whitelaw se veía abatido, como si estuviera sufriendo de insomnio reciente; su boca estaba apretada en los bordes.

–Charlotte Branwell está reaccionando exageradamente, –dijo el Cónsul. –Yo tomaré la completa responsabilidad por haberla puesto a cargo del Instituto de Londres. Fue algo que nunca debí hacer. Ella ha sido relevada de su posición.

–Tuve la ocasión de reunirme y hablar con la Señora Branwell, –dijo Starkweather en sus tonos roncos de Yorkshire. –No me pareció que fuera alguien que reacciona exageradamente.

Mirándose como si recordara exactamente por qué había estado tan contento de que Starkweather hubiera dejado de atender a las reuniones del Consejo, el Cónsul dujo apretadamente: –Ella está en una condición delicada y creo que ella se ha puesto… indispuesta.

Pláticas y confusión. El Inquisidor miró a Wayland con los ojos entrecerrados y con disgusto. Era claro que los dos hombres habían estado discutiendo: El Cónsul estaba sonrojado por el enojo, la mirada que le lanzó al Inquisidor de regreso estaba llena de traición.

Era claro que Whitelaw no estaba de acuerdo con las palabras del Cónsul.

Una mujer se levantó entre las bancas abarrotadas. Tenía el cabello blanco apilado en lo alto de su cabeza a manera imperio. El Cónsul se veía como si estuviera gruñendo para sus adentros. Callida Fairchild, la tía de Charlotte Branwell. –Si está sugiriendo, –dijo en una voz helada, –que mi sobrina está tomando decisiones histéricas e irracionales, porque está esperando a uno de los Cazadores de Sombras de la siguiente generación, Cónsul, le sugiero que lo piense de nuevo.”

El Cónsul apretó los dientes. –No hay evidencia de que los argumentos de la Señora Branwell, de que Mortmain está en Gales, tenga algo de verdad en ellos, –dijo. – Se fundamentan en los reportes de Will Herondale, quien es solamente un muchacho, y uno reprochablemente irresponsable para el caso. Toda la evidencia, incluidos los diarios de Benedict Lightwood, apuntan a un ataque en Londres, y es ahí donde debemos concentrar nuestras fuerzas.”

Un zumbido recorrió la habitación, las palabras –un ataque a Londres –repetidas una y otra vez. Amalia Morgenstern se abanicó con un pañuelo de encaje, mientras que Lilian Highsmith, quien acariciaba la empuñadora de una daga que sobresalía del puño de uno de sus guantes, parecía complacida.

–Evidencias, –replicó Callida. –La palabra de mi nieta es evidencia.

Hubo otro alboroto, y una mujer joven se puso de pie. Usaba un vestido verde brillante y tenía una expresión desafiante. La última vez que el Cónsul la había visto, estaba sollozando en esta misma sala de Consejo, demandando justicia. Tatiana Blackthorn, nacida Lightwood. –¡El Cónsul está en lo correcto en cuanto a Charlotte Branwell!” exclamó. –¡Charlotte Branwell y William Herondale son la razón de que mi esposo esté muerto!

–¿Oh? –Era el Inquisidor Whitelaw, su tono goteaba sarcasmo. –¿Quién exactamente asesinó a su esposo? ¿Fue Will?

Hubo un murmullo de sorpresa en la sala. Tatiana se veía sobrecogida de enojo. –No fue culpa de mi padre.

–Al contrario, –interrumpió el Inquisidor. –Esto fue mantenido fuera del conocimiento público, Señora Blackthorn, pero usted me obliga. Abrimos una investigación en relación a la muerte de su esposo, y fue determinado que de hecho, fue su padre el culpable, con la falta más penosa. Si no fuera por las acciones de sus hermanos – y de William Herondale y Charlotte Branwell, entre otros en el Instituto de Londres – el nombre de los Lightwood hubiera sido removido de los registros de los Cazadores de Sombras y usted estaría viviendo el resto de su vida como una mundana sin amistades.

Tatiana se puso colorada, y apretó los puños. –William Herondale, él – él me ha ofendido de un modo innombrable para una dama.

–No puedo ver el cómo se aplica la caballerosidad en este asunto, –dijo el Inquisidor. –Uno puede ser grosero en su vida personal pero además correcto en asuntos mucho más grandes.

–¡Me han quitado mi casa! –chilló Tatiana. –Me veo forzada a depender de la generosidad de la familia de mi marido como un pordiosero muerto de hambre.

Los brillantes ojos del Inquisidor hacían juego con las piedras de sus anilos. –Su casa fue confiscada, Señora Blackthorn, no robada. Revisamos la casa de la familia Lightwood, –prosiguió levantando la voz. – Estaba llena de evidencia de que el Señor Lightwood mayor tenía conexión con Mortmain, diarios que detallaban actos viles y sucios e innombrables. El Cónsul cita los diarios del hombre, como evidencia de que habrá un ataque en Londres, pero para el momento en que Benedict Lightwood murió, estaba loco por la Viruela Demoníaca. No es como si Mortmain le hubiera confiado sus verdaderos planes a él, incluso si hubiera estado cuerdo.

El Cónsul Wayland interrumpió viéndose casi desesperado. –El asunto de Benedict Lightwood es caso cerrado – cerrado e irrelevante. ¡Estamos aquí para discutir los asuntos de Mortmain y el Instituto! Primero, como Charlotte Branwell ha sido removida de su posición y la situación que nos enfrenta está mayormente centrada sobre Londres, requerimos un nuevo líder del Enclave de Londres. Voy a poner abierta la vacante. ¿Alguien quiere dar un paso al frente como su reemplazo?

Hubo un alboroto y murmullos. George Penhallow había comenzado a levantarse – cuando el Inquisidor explotó en furia. –Esto es ridículo Josiah. No hay prueba aún de que Mortmain no esté donde dice Charlotte que estará. No hemos siquiera comenzado a discutir si hemos de enviar refuerzos tras ella.

–¿Tras ella? ¿A qué te refieres con ‘tras ella’?

El Inquisidor pasó un brazo señalando alrededor. –Ella no está aquí. ¿Dónde piensas que están los habitantes del Instituto de Londres? –Se han ido a Cadair Idris detrás del Magister. Y aún así, en vez de estar discutiendo si le prestaremos ayuda, nos reunimos en Consejo para discutir el reemplazo de Charlotte?

El enojo del Cónsul estalló. –¡No habrá ninguna ayuda! –rugió. –Nunca habrá ayuda para aquellos que.

Pero el Consejo nunca supo quien estaba destinado a quedarse sin ayuda, porque en ese momento una espada de acero, mortalmente afilada, restalló en el aire detrás del Cónsul y limpiamente le cortó la cabeza del cuerpo.

El Inquisidor se echó atrás, buscando su bastón, mientras la sangre lo manchaba; el cuerpo del Cónsul cayó tambaleándose al piso, en dos partes separadas: su cuerpo cayendo flojo al piso mojado en sangre del pódium, mientras que su cabeza cortada rodaba lejos como una pelota de tenis. Mientras caía, descubierto detrás de él estaba un autómata – tan espinoso como el esqueleto de un humano, vestido en los raídos restos de una túnica militar color rojo. Sonreía como una calavera mientras retraía su espada manchada escarlata y veía hacia la multitud silenciosa, sorprendida, de los Cazadores de Sombras.

El único sonido a parte en la habitación, vino desde Aloysius Starkweather, quien estaba riéndose, quieta y suavemente, aparentemente para sí mismo. –Ella se los dijo, –él exclamó. –Les dijo lo que pasaría.

Un momento después, el autómata de movió hacia adelante, su mano con garras estirándose de golpe para cerrarse en la garganta de Aloysius. La sangre salió de la garganta del viejo mientras la creatura, se erguía sobre sus pies, aún sonriendo. Los Cazadores de Sombras comenzaron a gritar – y entonces las puertas se abrieron de pronto y un río de creaturas mecánicas se derramó en la habitación.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 2:59 pm

***

–Bueno, –dijo una voz muy divertida. –Esto es inesperado.”

Mai se sentó derecha, jalando la pesada manta alrededor de ella. Junto a ella, Will se estiró, levantándose sobre sus codos, sus párpados abriéndose lentamente. –¿Qué –

La habitación estaba llena de luz brillante. Las antorchas estaban encendidas con toda su fuerza, y era como si el lugar estuviera iluminado con la luz del día. Mai pudo ver el desastre que habían hecho en la habitación: sus ropas tiradas sin orden por el piso y la cama, la alfombra frente a la chimenea retorcida, las ropas de cama enredadas en ellos. Del otro lado del muro invisible estaba esperando una figura familiar en un elegante traje oscuro, con un pulgar enganchado en la presilla de sus pantalones. Sus ojos con pupilas como de gato brillaban con diversión.

Magnus Bane. –Puede que quieran levantarse, –dijo. –Todo mundo estará aquí bastante pronto para rescatarles, y puede que prefieran tener ropas puestas cuando ellos lleguen. –Se encogió de hombros. –Yo lo haría en cualquier circunstancia, pero bien, yo soy bien conocido por ser notablemente tímido.

Will maldijo en galés. Estaba sentándose ahora, las mantas apretadas en su cintura, y había hecho lo mejor que pudo para mover su cuerpo y cubrir a Mai de la mirada de Magnus. Estaba sin camisa, por supuesto, y a la luz más brillante Mai pudo ver en donde el bronceado de su cara y manos se diluía hacia un blanco más pálido en su pecho y hombros. La estrella blanca en su hombro brillaba como una centella, y ahora ella miró como los ojos de Magnus se iban a ese punto y se entrecerraban. –Interesante, –dijo.

Will hizo un sonido incoherente de protesta. –¿Interesante? Por el Ángel, Magnus.

Magnus le dio una mirada seca. Había algo en ella – algo que hizo que Mai sintiera como si Magnus supiera algo que ellos no. –Si yo fuera una persona distinta, tendría mucho que decirles a los dos justo ahora, –dijo.

–Aprecio que te contengas.

–Muy pronto no lo harás, –dijo Magnus cortante. Entonces se estiró como si estuviera tocando a la puerta y golpeó con los nudillos el muro invisible entre ellos. Era como mirar a alguien metiendo la mano en el agua – se esparcían ondas desde el lugar donde sus dedos tocaban, y de pronto el muro se deslizó y había desaparecido, en un baño de chispas azules.

–Ahí tienen, –dijo el Brujo, y les lanzó un saco de cuero amarrado, a los pies de la cama. –Les traje ropa de combate. Pensé que quizás estarían necesitando ropa, pero no me di cuenta de qué tanto lo necesitaban.

Mai lo miró molesta por encima del hombro de Will. –¿Cómo nos encontraste aquí? ¿Cómo supieron – qué otros están con ustedes? ¿Están todos bien?

–Sí. Unos cuantos de ellos vienen, apresurándose a través de éste lugar, buscándolos. Ahora, vístanse, –dijo y se dio la vuelta dándoles privacidad. Mai, mortificada se estiró por la bolsa sobre la cama y rebuscó entre las cosas hasta que encontró ropa de combate, y entonces se paró con la sábana enredada alrededor de su cuerpo, y corrió hacia detrás de una pantalla china en la esquina de la habitación.

Ella no miro a Will mientras se iba. No pudo hacerlo. ¿Cómo podría mirarlo y no pensar en lo que hicieron? Preguntándose si él estaría horrorizado, si no podría creer que cualquiera de los dos pudiera haber hecho tal cosa después de que Jem.

Con furia se puso la ropa de combate. Gracias al cielo que la ropa de combate, a diferencia de los vestidos, podía ponerse sobre el cuerpo sin ayuda de nadie más. A través de la pantalla escuchó a Magnus explicándole a Will que él y Henry se las habían arreglado, a través de una combinación de magia e inventos, crear un Portal que los transportaría de Londres a Cadair Idris. Ella solo veía sus siluetas, pero vio a Will asintiendo con alivio, cuando Magnus enlistaba quienes habían venido con él – Henry, Charlotte, los Hermanos Lightwood, Cyril, Sophie, Cecily, Bridget, y un grupo de Hermanos Silenciosos.

A la mención del nombre de su hermana, Will comenzó a ponerse las ropas con más apuro, y para cuando Mai salió de detrás de la mampara, él ya estaba vestido completamente con ropas de combate y las botas amarradas. Cuando la vio, su rostro se quebró con una sonrisa tentativa. –Los otros se han esparcido a través de los túneles para encontrarlos, –dijo Magnus. –Se supone que nos tomaríamos media hora para buscarlos y luego nos encontraríamos en la cámara central. Les daré a los dos un momento para ponerse en orden. –El sonrió y señaló a la puerta. –Estaré afuera en el corredor.

En el momento en que la puerta se cerró detrás de él, Mai ya estaba en los brazos de Will, con sus manos aferrándose a su cuello. –Oh, por el Ángel, –dijo ella. –¡Eso fue mortificante!

Will deslizó las manos en su cabello y estaba besándola, besando sus párpados y mejillas y entonces su boca, rápido pero con fervor y concentración, como si nada pudiera ser más importante. –Escúchate, –dijo. –Dijiste ‘Por el Ángel’. Como una Cazadora de Sombras. –Él la besó en la comisura de la boca. –Te amo. Dios mío, te amo. He esperado tanto tiempo para decirlo.”

Ella le puso las manos en los costados de su cintura, sosteniéndolo ahí, el material de su ropa de combate áspero bajo de las yemas de sus dedos. –Will, –dijo ella titubeando. –¿No te – arrepientes?

–¿Arrepentirme? –El la miró con incredulidad. –Nage ddim*– estás loca si crees que me arrepiento, Mai. –Sus nudillos le acariciaron la mejilla. –Hay mucho, mucho más que quiero decirte .

–No, –dijo ella en broma. –¿Will Herondale, con más qué decir?

El ignoró esto. –Pero ahora no es el momento, - no con Mortmain, respirando en nuestros cuellos lo más probable, y con Magnus fuera de la puerta. Ahora es tiempo de terminar esto. Pero cuando termine Mai, te diré todo lo que siempre he querido decirte. Mientras tanto –Le besó en la sien y la soltó buscando su rostro, sus ojos buscando en su rostro. –Necesito saber que me crees cuando te digo que te amo. Eso es todo.

–Creo todo lo que me dices, –dijo Mai con una sonrisa, sus manos deslizándose hacia abajo desde su cintura al cinturón de armas. Sus dedos cerrándose en la empuñadora de una daga, y sacándola de su funda, sonriendo mientras él la miraba con sorpresa. Ella le besó la mejilla y dio un paso hacia atrás. –Después de todo, –dijo, –no estabas mintiendo sobre ese tatuaje del Dragón de Gales, ¿verdad?

***

La habitación le recordaba a Cecily al interior del domo de San Pablo, a donde Will la había llevado a conocer, en uno de sus días menos desagradables, después de que recién llegara a Londres. Era uno de los edificios más grandiosos en el que ella hubiera estado. Habían probado el eco de sus voces en el interior de la Galería de los susurros, y leído la inscripción a la izquierda de Christopher Wren: Si monumentum requiris, circumspice. “Si buscas este monumento, mira a tu alrededor.”

Will le había explicado lo que significaba, que Wren pretendía ser recordado por las obras que había construido más que con cualquier lápida. Toda la Catedral era un monumento a su obra – como, de algún modo todo este laberinto debajo de la montaña y esta habitación en especial, era un monumento a Mortmain.

Había un techo con domo aquí también, aunque no había ventanas, solo un hueco que se extendía hacia arriba en la piedra. Una galería circular que corría a raves de la parte superior del domo, y había una plataforma en ella, desde la cual, presumiblemente, uno podía pararse y mirar al piso, que era de piedra lisa.

Había una inscripción en el muro aquí también. Cuatro frases, enclavadas en el muro con cuarzo brillante.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES NO TIENEN PIEDAD.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES NO TIENEN REMORDIMIENTOS.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES SON INCONTABLES.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES NUNCA DEJARÁN DE LLEGAR.

En el suelo de piedra, alineados en filas estaban cientos de autómatas. Usaban una especie de conjunto de uniformes militares, y estaban mortalmente quietos, con los ojos metálicos cerrados. Soldaditos de plomo, pensó Cecily, agrandados hasta tamaño humano. Los Aparatos Infernales. La gran creación de Mortmain – un ejército creado para ser imparable, para masacrar a los Cazadores de Sombras y seguir adelante sin ningún remordimiento.

Sophie fue la primera en descubrir la habitación, y los otros se habían apresurado a averiguar por qué. Habían encontrado a Sophie de pie,423temblando, junto a la masa inmóvil de las creaturas mecánicas. Uno de ellos estaba tirado a sus pies; ella le había cortado las piernas con un giro de su espada, y estaba desmadejado como un títere al que le han cortado las cuerdas. Los otros no se habían movido o despertado a pesar del destino final de su socio, por lo cual los Cazadores de Sombras se habían atrevido a seguir adelante entre ellos.

Henry estaba arrodillado ahora, junto al caparazón de uno de los autómatas todavía inmóviles; le había abierto el uniforme y la coraza de su pecho de metal y estaba estudiando lo que tenía dentro. Los Hermanos Silenciosos estaban de pie junto a él, lo mismo que Charlotte, Sophie y Bridget. Gideon y Gabriel ya habían vuelto también, sus exploraciones no les habían dado ningún fruto. Solo Magnus y Cyril todavía no regresaban. Cecily no podía pelear contra su incomodidad creciente - o por la presencia de los autómatas sino por la ausencia de su hermano. Nadie lo había encontrado todavía. ¿Podría ser que no estuviera aquí? Ella no dijo nada de cualquier forma. Se había prometido a sí misma que no haría un alboroto o que gritaría, pasara lo que pasara.

–Miren esto, –dijo Henry, murmurando en voz baja. Dentro del pecho de la creatura mecánica estaba un desastre de cables y lo que a Cecily le parecía como una caja de metal, del tipo que se usan para guardar tabaco. Grabado por fuera de la caja estaba el símbolo de la serpiente comiéndose su propia cola. –El ourobouros. El símbolo de la retención de energías demoníacas.

–Como en la Pyxis. –Charlotte asintió.

–La cual Mortmain nos robó, –confirmó Henry. –Me ha preocupado que esto fuera lo que estaba intentando Mortmain.

–¿Qué, el qué cosa, fuera lo que estaba intentando? –demandó Gabriel. Estaba sonrojado, con los ojos verdes brillantes. Bendito fuera Gabriel por siempre preguntar, exactamente lo que tenía en la mente.

–Animar a los autómatas, –dijo Henry ausentemente, estirándose por la caja. –Darles consciencia, incluso voluntad.

Se interrumpió cuando sus dedos tocaron la caja y ésta brillo un poco con luz. Luz que como la iluminación de las piedras de luz mágica se derramaba desde la caja a través del ourobouros. Henry se echó hacia atrás con un llanto, pero ya era demasiado tarde. La creatura se sentó, encendiéndose de pronto, y lo cogió. Charlotte gritó y se lanzó hacia adelante, pero no fue lo bastante rápida. El autómata, con el pecho todavía colgando abierto de un modo grotesco, atrapó a Henry por debajo de los brazos y apretó su cuerpo como un látigo.

Hubo un terrible chasquido, y Henry cayó flácido. El autómata lo lanzó a un lado y se volteó para golpear brutalmente a Charlotte en la cara. Ella se hizo ovillo junto al cuerpo de su esposo mientras que la creatura mecánica avanzaba y cogía al Hermano Micah. El Hermano Silencioso golpeó su bastón sobre la mano del autómata, pero la creatura no parecía notarlo. Con un rugido de maquinaria que sonaba como una risa, se estiró y le abrió la garganta al Hermano Silencioso.

La sangre los roció a través de la habitación, y Cecily hizo exactamente lo que se prometió a si misma que no haría, y gritó.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 3:04 pm

21

Oro Ardiendo

Traigan mi arco de oro ardiendo:
Traigan mis flechas de deseo:
Traigan mi lanza: ¡Oh nubes despliéguense!
¡Traigan mi carruaje de fuego!

– William Blake, “Jerusalem”.

El entrenamiento que Mai tuvo en el Instituto, nunca le había indicado qué tan difícil era correr con un arma amarrada a tu costado. Con cada paso que daba, la daga se azotaba contra su pierna y la punta le arañaba la piel. Sabía que debía estar enfundada – como probablemente habría estado en el cinturón de Will – pero no tenía sentido el concentrarse en el hubiera justo ahora. Will y Magnus estaban corriendo en desbandada por los corredores rocosos dentro de Cadair Idris, y ella estaba haciendo lo mejor que podía para mantener el ritmo.

Era Magnus quien indicaba el camino, ya que parecía tener mejor idea de hacia dónde se dirigían. Mai no había llegado a ningún sitio dentro de la maraña de corredores retorcidos sin haber sido vendada primero, y Will admitió que recordaba poco de su recorrido solitario de la noche anterior.

Los túneles se hicieron más angostos y luego se ampliaron de nuevo sin ningún sentido mientras los tres hacían su camino a través del laberinto, sin que pareciera haber ningún patrón. Al final, mientras se movían hacia un túnel más amplio, escucharon algo – el sonido de un llanto de horror distante.

Magnus se quedó tenso. La cabeza de Will se levantó de repente. –Cecily, –dijo, y entonces estaba corriendo el doble de rápido, y Magnus y Mai apresurándose para alcanzarle. Pasaron por cámaras extrañas: una de sus puertas parecía manchada con sangre, otra, Mai la reconoció como la habitación con el escritorio donde Mortmain la había forzado a Cambiar, y otro en donde un gran enrejado de metal y cobre se retorcían en un viento invisible. Mientras se apresuraban, los sonidos de los llantos y batalla se hicieron más audibles, hasta que finalmente salieron hacia una cámara circular enorme.

Estaba llena de autómatas. Fila tras fila de ellos, tantos como los que se habían derramado en la villa la noche anterior mientras Mai había observado sin poder hacer nada al respecto. La mayoría de ellos estaban quietos, pero un grupo de ellos, en el centro de la habitación, se estaban moviendo – moviéndose y enganchados en una batalla feroz. Era como ver de nuevo todo lo que pasó en los escalones del Instituto, donde fue secuestrada – los hermanos Lightwood peleando lado a lado, Cecily blandiendo un brillante cuchillo serafín, el cuerpo de un Hermano Silencioso tirado en el suelo. Mai registró en la distancia que otros dos Hermanos Silenciosos estaban peleando junto con los Cazadores de Sombras, anónimamente con sus túnicas de pergamino, pero su atención no estaba en ellos. Estaba sobre Henry tirado en el suelo, tieso y sin moverse. Charlotte de rodillas, tenía las manos sobre él como si pudiera escudarlo de la batalla abrasadora que sucedía alrededor de ellos, pero Mai adivinó por el blanco de su rostro y la quietud del cuerpo, que era demasiado tarde como para proteger a Will se lanzó hacia adelante. –¡No usen los cuchillos serafín! –chilló. –¡Peléen con otras armas! ¡Las espadas del ángel son inútiles!

Cecily, escuchándole, se echó hacia atrás aun cuando su cuchillo serafín había alcanzado al autómata con el que estaba peleando – se deshizo como polvo seco, con su fuego extinto. Ella había estado lo bastante consciente como para agacharse debajo del brazo que la creatura estaba moviendo, justo cuando Cyril y Bridget se lanzaban hacia ella, Cyril cayendo sobre esta con un grueso garrote. El autómata cayó bajo el ataque de Cyril mientras Bridget una amenaza voladora de ca bello rojo y espadas de acero, rebanaba un camino pasando a Cecily y hacia Charlotte, cortando los brazos de dos autómatas con su espada, antes de darse la vuelta, con la espalda hacia Charlotte como si quisiera proteger a la cabeza del Instituto con su vida.

Las manos tensas de Will estaban de pronto en los hombros de Mai. Ella cogió un vistazo de su cara blanca pero determinada, mientras la empujaba hacia Magnus diciendo: –¡Quédate con ella! –Mai comenzó a protestar, pero Magnus la cogió, llevándosela mientras Will se metía de cabeza en la batalla peleando en su camino para encontrarse con su hermana.

Cecily estaba atacando a un enorme autómata, con el pecho de barril, y dos brazos en su costado derecho. El cuchillo seráfico abandonado, solo tenía una espada corta para defenderse. Su cabello comenzó a salirse de los pasadores mientras se lanzaba hacia adelante, apuñalando el hombro de la creatura. Rugió como un toro, y Mai se estremeció. Dios, estas creaturas hacían tales sonidos; antes de que Mortmain los cambiara, habían sido silenciosos – habían sido cosas; ahora eran seres. Seres malévolos y asesinos. Mai se adelantó cuando el autómata que peleaba contra Cecily cogía la cuchilla de su arma y se la quitaba de su agarre jalándola hacia adelante – ella escuchó a Will gritar el nombre de su hermana.

Y Cecily había sido atrapada y lanzada de lado junto a uno de los Hermanos Silenciosos. En un giro de túnicas apergaminadas, el se giró para enfrentar a la creatura, con su bastón frente a él. Mientras el autómata se lanzaba contra él, el Hermano lanzó hacia adelante el bastón con un giro de tal velocidad y fuerza que el autómata fue tirado al suelo, con el pecho abollado hacia adentro. Trató de moverse de nuevo, pero su cuerpo estaba demasiado abollado. Hizo un gemido de enojo y Cecily trastabilló hasta ponerse de pie, gritando una advertencia.

Otro autómata se había alzado junto al primero. Mientras el Hermano Silencioso se daba la vuelta, el segundo autómata le quitó el bastón de la mano con un golpe y lo cogió, levantándolo del suelo, apretando sus brazos metálicos alrededor de su cuerpo desde atrás en una parodia de un abrazo. La capucha del Hermano cayó hacia atrás y su cabello plateado brilló en la cámara oscura como la luz de una estrella.

Todo el aire se escapó de los pulmones de Mai en un solo instante. El Hermano Silencioso era Jem. Jem.

Era como si todo el mundo se hubiera detenido. Cada figura estaba quieta, incluso los autómatas congelados en el tiempo. Mai miró a través de la habitación hacia Jem y él la miró también. Jem, en las ropas apergaminadas de un Hermano Silencioso. Jem, cuyo cabello plateado cayéndole sobre la cara, tenía mechones negros. Jem, cuyas mejillas tenían las cicatrices de dos cortes rojos idénticos, uno en cada pómulo. Jem, quien no estaba muerto.

Mai salió de pronto de su asombro congelante, escuchó a Magnus decirle algo, sentirlo como la cogía del brazo, pero ella se arrancó de su agarre y se lanzó hacia la confusa pelea. Él gritó detrás de ella, pero todo lo que veía era a Jem – Jem atrapado en el agarre del brazo del autómata por donde lo tenía cogido de la garganta, sus dedos retorciéndose incapaces de cogerse del suave metal. El agarre del autómata apretándose, y la cara de Jem comenzando a sofocarse con la sangre mientras se estrangulaba. Sacó su daga, cortando lo que hubiera a su paso para abrirse camino hacia él pero sabía era imposible, sabía que no podía llegar hasta él a tiempo.

El autómata rugió y se cayó hacia adelante. Sus piernas habían sido cortadas de tajo desde atrás, y mientras caía, Mai vio a Will levantándose de donde estaba acuclillado, con una espada larga en su mano. Se estiró para alcanzar al autómata como si pudiera atraparlo y así evitar su caída, pero ya había colapsado contra el piso, a medias encima de Jem, cuyo bastón rodó de su mano. Jem yacía quieto, atrapado por la enorme maquina encima de él.

Mai se apresuró, agachándose para esquivar el brazo extendido de una creatura mecánica. Escucho a Magnus gritando algo detrás de ella pero lo ignoró. Si podía llegar hasta Jem antes de que estuviera demasiado herido, incluso aplastado – pero mientras corría, una sombra cayó sobre su visión. Se resbaló y se detuvo, y miró hacia arriba al ros tro de un autómata que la miraba de reojo, alcanzándola con sus garras.

***

La fuerza de la caída y el peso del autómata sobre su espalda sacaron el aire de los pulmones de Jem cuando golpeó el suelo, amoratándolo duramente. Por un momento bailaron estrellas en su visión mientras luchaba por conseguir aliento, su pecho se estremecía en espasmos.

Antes de convertirse en un Hermano Silencioso, antes de que pusieran el primer cuchillo ritual contra su piel y cortaran las líneas en su cara que comenzarían el proceso de su transformación, esta caída, estas heridas, lo hubieran matado. Ahora, cuando cogió aire de nuevo en sus pulmones, pudo retorcerse y alcanzar su bastón, incluso cuando la mano de la creatura se cerraba sobre su hombro.

Y un escalofrío pasó por su cuerpo junto con el chasquido de metal contra metal. Jem cogió su bastón y golpeó con él hacia arriba, echando a un lado la cabeza del autómata incluso mientras la parte superior de su cuerpo fue levantada por encima de él y lanzada a un lado. Pateó el peso que todavía estaba atrapando sus piernas y entonces también eso se había ido y Will estaba de rodillas junto a él donde estaba tirado en el suelo. La cara de Will era tan blanca como las cenizas. –Jem, –dijo.

Hubo una quietud alrededor de ellos, un hueco en la batalla, un escalofriante silencio sin tiempo. El peso de mil cosas estaba en la voz de Will cuando habló: incredulidad, sorpresa, alivio, y traición. Jem comenzó a retorcerse sobre sus codos justo cuando la espada de Will caía al suelo chorreando aceite negro, machacada con abolladuras. –Estas muerto, –dijo Will. –Te sentí morir. –Y puso su mano sobre su corazón en su camisa manchada de sangre, en donde estaba su runa parabatai. –Aquí.

Jem estiró una mano temblorosa para coger la de Will y presionó los dedos de su hermano de sangre en el interior de su propia muñeca. Quería que su parabatai entendiera. Siente mi pulso, el golpeteo de la sangre bajo la piel; los Hermanos Silenciosos tienen corazón, y éste late. Will abrió mucho los ojos. –No morí. Cambié. Si hubiera podido decírtelo – si hubiera existido una manera.

Will lo miró, con el pecho levantándose y cayendo rápidamente. El autómata había arañado un costado del rostro de Will. Estaba sangrando de un montón de cortes profundos, pero no parecía notarlo. Quitó su mano del agarre de Jem y exhaló suavemente. –Roeddwn i’n meddwl dy fod wedi mynd am byth, –dijo. Habló en gales, sin pensar, pero Jem entendió las palabras de todos modos. Las Runas de los Hermanos Silenciosos implicaban que ningún lenguaje era desconocido para él.

Pensé que te habías ido para siempre. –Todavía estoy aquí, –dijo Jem, y entonces algo parpadeó en la comisura de su ojo, y se movió rápidamente girando hacia un lado. Un hacha de metal pasó zumbando por el espacio en el que estuvo justo un momento antes, y se clavó contra el suelo de piedra. Los autómatas los rodeaban, en un anillo de metal chirriante.

Y Will estaba sobre sus pies, con la espada en la mano, y los dos quedaron espalda con espalda y Will le dijo: –No hay runa que sea efectiva contra ellos; deben ser cortados en pedazos mediante fuerza bruta.

–Me di cuenta de eso. –Jem cogió su bastón y lo lanzó fuerte contra uno de los autómatas, enviándolo contra un muro cercano. Volaron chispas de su caparazón de metal.

Will golpeó con su espada, cortando a través de las rodillas articuladas de dos creaturas. –Me gusta ese palo que traes, –dijo.

–Es un bastón. –Jem giró para tirar al suelo a otro autómata. – Hecho por las Hermanas de Hierro, solo para los Hermanos Silenciosos.

Will se lanzó hacia adelante, cortando con su espada limpiamente a través del cuello de otro autómata. Su cabeza rodó por el suelo en una mezcla de aceite y vapor que salía de su garganta cortada. –Cualquiera puede darle filo a un palo.

–Es un bastón, –repitió Jem, y vio la rápida sonrisa de Will de reojo. Jem quería sonreírle en respuesta – hubo un tiempo en que le hubiera sonreído naturalmente, pero algo en el cambio que le habían realizado, puso lo que parecía una distancia de años entre él y esa clase de simples gestos mortales.

La habitación era una masa de cuerpos en movimiento y armas blandiéndose; Jem no podía ver a ninguno de los otros Cazadores de Sombras claramente. Era consciente de Will junto a él, igualando su paso al de Jem, igualando cada uno de sus golpes. Mientras repicaba metal sobre metal, una parte interna de Jem, una parte que se había perdido sin que él supiera que estaba perdida, sintió el placer de pelear junto a Will una última vez. –Lo que digas, James, –dijo Will. –Lo que digas.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Jue Abr 14, 2016 3:19 pm

***

Mai se giró, levantando su daga y la clavó en el metal del caparazón de la creatura. La espada se encajó a través de éste con un horrible sonido de rasgadura, seguido por una grave risa que hizo que su corazón se hundiera. –Señorita Gray, –dijo una voz profunda y ella miró hacia arriba para ver la cara pulida de Armaros. –Seguramente es más lista que eso. Ningún arma tan pequeña puede cortarme en pedazos, tampoco es como que tenga usted la fuerza.”

Mai abrió la boca para gritar, pero sus manos con garras la co gieron y él la balanceó en sus brazos poniéndole la mano sobre la boca para amordazar su grito. A través de la neblina de movimiento en la habitación, el brillo de las espadas y el metal, vio a Will cortando en pedazos el autómata que había caído sobre Jem. Se estiró para moverlo justo cuando Armaros le gruñía en el oído:–Puede que esté hecho de metal, pero tengo el corazón de un demonio, y mi corazón demoníaco ansía darse un banquete con tu carne.

Armaros comenzó a cargar a Mai hacia atrás a través de la pelea, incluso cuando ella lo pateó con sus botas. Él le jaló la cabeza hacia un lado, con los dedos afilados cortándole la piel de la mejilla. – No puedes matarme, –jadeó. –El ángel que uso protege mi vida.

–Oh, no. Es cierto que no puedo matarte, pero puedo herirte. Y puedo herirte de un modo tan exquisito. No tengo carne con la cual sentir placer, así que el único placer que me queda es causar dolor. Mientras que el ángel en tu garganta te proteja – así como lo hacen las ordenes del Magíster – debo controlar mi mano, pero en donde el poder del ángel falla – donde siempre fallará – es que te cortaré en pedazos con mis garras metálicas.

Habían salido del círculo de la pelea ahora, y el demonio estaba llevándosela hacia un hueco, parcialmente escondido por un pilar de piedra. –Hazlo. Prefiero morir por tus manos que casarme con Mortmain.

–No te preocupes, –dijo él, y aunque hablaba sin aliento, sus palabras todavía se sentían como un susurro contra su piel, haciéndola estremecerse de horror. Los dedos de metal se cerraron como esposas en sus brazos mientras la llevaba lejos hacia las sombras. –Me aseguraré de ambas.

***

Cecily vio como su hermano cortaba el autómata que atacaba al Hermano Zachariah. El rugido del metal mientras colapsaba hacia adelante le rompió los tímpanos. Caminó hacia Will, sacando una daga de su cinturón – y entonces se tropezó hacia adelante cuando algo se cerró sobre su tobillo, haciéndola caer.

Golpeó el suelo con rodillas y codos y se retorció para ver qué, lo que la había cogido, era la mano sin cuerpo de un autómata. Cortada a la altura de la muñeca, estaba bombeando un fluido negro desde los cables que todavía sobresalían de su metal rasgado; los dedos estaban clavándose en su ropa de combate. Se giró y se puso de pie, jalando esa cosa hasta que los dedos se aflojaron y se separaron y cayó en el suelo como un cangrejo muerto, retorciéndose ligeramente.

Gruñó con disgusto y se tambaleó para ponerse de pie, solo para encontrarse con que ya no podía ver al Hermano Zachariah o a Will. La habitación era un borrón caótico de movimiento. Vio a Gabriel, espalda con espalda con su hermano, una pila de autómatas muertos a sus pies. La ropa de Gabriel estaba rota en un hombro y estaba sangrando. Ciryl estaba tirado en el suelo. Sophie se había movido cerca de él cortando con su espada todo a su paso en un círculo, tenía la cicatriz lívida en su rostro pálido. Cecily no podía ver a Magnus, pero podía ver el rastro de chispas azules en el aire que indicaban su presencia. Y luego estaba Bridget quien era visible en retazos entre los movimientos de los cuerpos de las creaturas mecánicas, su arma era un borrón, su cabello rojo como un estandarte en llamas. Y a sus pies…

Cecily comenzó a pelear a través de la multitud para llegar a ellos. A medio camino de donde había dejado caer su daga, cogió un hacha de mango largo, que uno de los autómatas había tirado. Era sorprendentemente ligera en su agarre, e hizo un crujido muy satisfactorio cuando la lanzó contra el pecho de un demonio mecánico que quería cogerla, mandando al autómata dando giros hacia atrás.

Y luego se subió de un salto a una pila de autómatas caídos, la mayoría de los cuales habían sido desmembrados, sus extremidades repartidas por el suelo – sin duda la fuente de la mano que la había cogido por el tobillo. En el extremo más lejano de la pila estaba Briget, girando de un lado a otro mientras alejaba a la oleada de monstruos mecánicos que amenazaban con avanzar sobre Charlotte y Henry. Bridget le dio a Cecily una sola mirada mientras que la chica se aproximaba a ella y se dejaba caer de rodillas junto a la cabeza del Instituto. –Charlotte, –susurró Cecily.

Charlotte miró hacia arriba. Tenía la cara blanca de la impresión, y sus pupilas tan amplias que parecían haberse tragado el café claro de sus ojos. Sus brazos estaban alrededor de Henry, la cabeza de él colgando hacia atrás contra el frágil hombro de ella, las manos de Charlotte estaban apretadas contra su pecho, pero el parecía completamente flácido. –Charlotte, –dijo Cecily de nuevo. –No podemos ganar esta batalla. Debemos retirarnos.

–¡No puedo mover a Henry!

–Charlotte -ahora él está más allá de cualquier ayuda.

–¡No estoy loca! ¡Está vivo! ¡Está vivo y no voy a abandonarlo!

–Charlotte, el bebé, –dijo Cecily. –Henry querría que ustedes se salvaran.

Algo parpadeó en los ojos de Charlotte – y apretó su agarre en Henry. –Sin Henry no podemos irnos, –dijo. –No podemos hacer un portal. Estamos atrapados en esta montaña.

Cecily dejó salir su aliento en un pequeño jadeo. No había pensado en eso. Su corazón comenzó a latir con fuerza diciéndole a través de sus venas: Vamos a morir. Todos vamos a morir. ¿Por qué había elegido esto? Dios mío ¿Qué es lo que había hecho? Levantó la cabeza, vio un relámpago conocido de azul y negro en la esquina de su visión – ¿Will? El azul le recordó a algo – a las chispas sobre el humo –Bridget, –dijo. –Trae a Magnus.

Bridget sacudió la cabeza. –Si los dejo, estarán muertos en cinco minutos, –dijo. Como para ilustrar su punto, dejó caer la espada sobre un autómata que la atacaba como si estuviera partiendo leña. La creatura cayó a ambos lados, par tida a la mitad en dos partes iguales. –No lo entiendes, –dijo Cecily. –Necesitamos a Magnus.

–Estoy aquí. –Y lo estaba, apareciendo sobre Cecily tan de pronto y tan silenciosamente que ella ahogó un grito. Tenía un corte largo en su cuello, poco profundo pero sangriento. Los Brujos sangraban tan rojo como los humanos al parecer. Su mirada cayó sobre Henry, y una tristeza terrible e indescifrable pasó por su cara. Era la mirada de un hombre que había visto morir a cientos, quien había perdido y perdido y ahora estaba enfrentando una pérdida más. –Dios, –dijo. –Era un buen hombre.

–No, –dijo Charlotte. –Les estoy diciendo que siento su pulso – no hablen de él como si ya se hubiera muerto.

Magnus se arrodilló y estiró la mano para tocar los párpados de Henry. Cecily se preguntó si planeaba decirle el “ave atque vale,” pero en vez de eso, retiró su mano y entrecerró los ojos. Un momento después, sus dedos tocaron la garganta de Henry. Murmuró algo en un lenguaje que Cecily no pudo entender, y luego se deslizó más cerca, su mano acunando la quijada de Henry. –Lentamente, –dijo a medias para sí mismo, –lentamente, pero su corazón está latiendo.

Charlotte respiró entrecortadamente. –Se los dije.

Los ojos de Magnus parpadearon en su dirección. –Lo hiciste. Siento no haberte escuchado. –Su mirada cayó de nuevo hacia Henry. –Ahora todos quédense quietos. –Levantó la mano que no estaba presionando la garganta de Henry y chasqueó los dedos. Instantáneamente el aire a su alrededor pareció engrosarse y envolverlos como si fuera un cristal viejo. Un domo sólido apareció sobre ellos, atrapando a Henry, Charlotte, Cecily y Magnus en una brillante burbuja de silencio. A través de ella Cecily todavía podía ver la habitación a su alrededor, la batalla de los autómatas, a Bridget haciendo trizas a izquierda y derecha con su espada manchada de negro. Dentro todo era quietud.

Ella miró rápidamente a Magnus. –Hiciste un muro protector.

–Sí. –Su atención estaba sobre Henry.

–Muy bueno. –¿No podías simplemente hacer uno alrededor de todos y protegernos de ese modo? ¿Mantenernos a todos protegidos?

Magnus negó con la cabeza. –La magia toma energía, pequeña. Puedo mantener esa clase de protección solo por un corto tiempo, y cuando caiga, ellos caerán sobre nosotros. –Se inclinó hacia adelante, murmurando algo, y una chispa de azul saltó de las puntas de sus dedos hacia la piel de Henry. El fuego azul pálido parecía penetrar, encendiendo una clase de fuego a través de las venas de Henry, como si Magnus hubiera encendido un cerillo en el extremo de una línea de pólvora, rastros de fuego quemaban hacia arriba por sus brazos, trazando su cuello y rostro. Charlotte, sosteniéndolo, jadeó cuando el cuerpo se estremeció, su cabeza levantándose hacia adelante.

Los ojos de Henry se abrieron. Estaban teñidos con el mismo fuego azul que ardía en sus venas. –Yo – Su voz era áspera. –¿Qué pasó?

Charlotte se puso a llorar. –¡Henry! ¡Oh, mi querido Henry! –Ella lo apretó entre sus brazos y lo besó frenéticamente, y él enredó sus dedos en el cabello de ella y los mantuvo ahí, y ambos Magnus y Cecily miraron a otro lado.

Cuando al fin Charlotte soltó a Henry aun acariciándole el cabello y murmurando, el se retorció para poder sentarse y cayó de nuevo hacia atrás. Sus ojos se encontraron con los de Magnus. Magnus miró hacia abajo y lejos de él, sus parpados cayendo con cansancio y algo más. Algo que hizo que el corazón de Cecily se apretara.–Henry, –dijo Charlotte, sonando un poco asustada. –¿te duele mucho? ¿Puedes pararte?

–Tengo poco dolor, –dijo Henry. –Pero no puedo ponerme de pie. No puedo sentir mis piernas para nada.

Magnus todavía miraba al suelo. –Lo siento, –le dijo. –Hay algunas cosas que la magia no puede hacer, algunas heridas que no puede tocar.

La mirada en el rostro de Charlotte era horrible de contemplar. –Henry.

–Todavía puedo hacer un Portal, –los interrumpió Henry. Le goteaba sangre de la comisura de la boca y se la limpió con la manga. “Podemos escapar de este lugar. Debemos retirarnos.” Trató de darse la vuelta para mirar a su alrededor, e hizo una mueca de dolor poniéndose pálido. –¿Qué está sucediendo?

–Nos superan en número por muchos, –dijo Cecily. –Todos están peleando por sus vidas.

–¿Por sus vidas pero no para ganar? –Preguntó Henry.

Magnus negó con la cabeza. –No podemos ganar. No hay esperanzas. Ellos son muchos.

–¿Y Mai y Will?

–Will la encontró, –dijo Cecily. –Están aquí, en esta habitación.

Henry cerró los ojos, respiró con dificultad, y volvió a abrirlos. El tinte azul había comenzado a desvanecerse. –Entonces debemos hacer un Portal. Pero primero debemos conseguir la atención de todos – separarlos de los autómatas de modo que el Portal no nos trague a todos juntos hacia el Instituto. Lo último que necesitamos es a esos Aparatos Infernales torturando a Londres. –Miró a Magnus. –Busca en el bolsillo de mi saco.

Mientras Magnus buscaba, Cecily vio que le temblaban las manos ligeramente. Claramente el esfuerzo de estar manteniendo sólido el muro protector, estaba cobrando su cuota en él.

Sacó la mano del bolsillo de Henry. En él estaba una pequeña bolsa dorada, que no tenía bisagras visibles o aperturas. Las palabras de Henry salieron con dificultad. –Cecily – tómalo por favor. Tómalo y lánzalo. Tan fuerte y lejos como puedas.”

Magnus le entregó la caja a Cecily con dedos temblorosos. Se sentía cálida contra su mano, aunque no podía decir si era porque había algo caliente adentro, o porque simplemente era resultado de haber estado en el bolsillo de Henry.

Miró hacia Magnus, su rostro estaba agotado.–Voy a dejar caer el muro, ahora, –dijo. –Lánzalo, Cecily.

Él levantó las manos. Las chispas volaron; el muro brilló y se desvaneció. Cecily echó el brazo hacia atrás y lanzó la caja. Por un momento nada pasó. Entonces hubo una sorda implosión – un sonido que se desvanecía hacia adentro, como si todo en la habitación estuviera siendo succionado por una coladera enorme. Los oídos de Cecily tronaron, y ella se agachó en el suelo apretando las manos contra los costados de su cabeza. Magnus también estaba sobre sus rodillas y su pequeño grupo se amontonó mientras lo que parecía un viento masivo, soplaba a través de la habitación.

El viento rugió, y uniéndose al sonido del viento estaba el sonido del rechinar y romperse del metal, mientras las creaturas mecánicas en la habitación comenzaban a tambalearse y tropezar. Cecily vio a Gabriel quitarse del camino mientras un autómata caía a sus pies y comenzaba a convulsionarse, sus brazos y piernas de acero agitándose como su estuviera teniendo un ataque. Sus ojos buscaron a Will, y al Hermano Silencioso que peleaba a su lado cuya capucha se había caído hacia atrás. Incluso en medio de todo lo demás que estaba sucediendo, Cecily sintió como la golpeaba la impresión. El Hermano Zachariah era – Jem. Ella lo había sabido, todos ellos lo sabían, que Jem se había ido a la Ciudad Silenciosa para convertirse en un Hermano Silencioso o morir en el intento, pero que él estuviera lo suficientemente bien como para estar aquí y ahora, con ellos, peleando junto a Will como solía hacerlo, el que tuviera las fuerzas…

Hubo un crujido cuando un monstruo mecánico cayó al suelo entre Will y Jem forzándolos a separarse. El ambiente olía como al aire justo antes de una tormenta. –Henry –El cabello de Charlotte volaba al rededor de su cara.

El rostro de Henry estaba tenso con dolor. –Es una especie de Pyxis. Hecha para arrancar las almas de los demonios de sus cuerpos. Antes de morir. No había tenido tiempo para perfeccionarlo. Pero parecía que valía la pena intentarlo. Magnus se tambaleó para ponerse de pie. Su voz se elevó sobre el sonido de metal aplastándose y los altos chillidos de los demonios. –¡Vengan! ¡Todos ustedes! ¡Reúnanse, Cazadores de Sombras!

s movimientos se habían vuelto temblorosos e inconstantes, pero los otros comenzaron a correr hacia ellos: Will, Jem, Gabriel… pero Mai, ¿dónde estaba Mai? Cecily vio como Will se daba cuenta de la ausencia de Mai al mismo tiempo que ella; se dio la vuelta, y puso una mano en el brazo de Jem, sus ojos azules buscando por la habitación. Ella vio como sus labios formaban la palabra “Mai,” aunque no pudiera escuchar nada sobre el chillido siempre más fuerte del viento, y el metal siendo rasgado – –Alto.

Un rayo de luz plateada les cayó encima como un tridente, desde la cima del domo, y explotó a través de la habitación como las chispas de una rueda de fuegos artificiales. El viento se calmó y se detuvo, dejando la habitación llena de un zumbido de silencio.

Cecily miró hacia arriba. Sobre la galería a medio camino hacia el domo sobre ellos, estaba parado un hombre en un traje sastre de buen corte, un hombre que reconoció instantáneamente.

Era Mortmain.]

***

–Alto.

La voz hizo eco a través la habitación, enviando escalofríos por las venas de Maite.

Mortmain.

Ella conocía su discurso, su voz, incluso cuando no podía ver más allá del pilar de piedra que escondía el hueco en donde Armaros la había llevado. El demonio autómata mantenía un firme agarre sobre ella, a pesar de que una seca explosión sacudía la habitación, siguiendo por el mordaz y malicioso viento que había soplado por el hueco, dejándolos intactos.
Ahora se hacía un silencio, y Mai quería desesperadamente soltarse de los brazos de metal que la sostenían, correr hacia la habitación y ver si alguno de sus amigos, aquellos a quienes amaba, habían resultado heridos, incluso muertos. Pero luchar contra él era como luchar contra una pared. Pateó de todos modos, justo cuando la voz de Mortmain retumbaba en la habitación otra vez: –¿Dónde está la Señorita Gray? Tráiganla.

Armaros hizo un sonido retumbante, y se puso en movimiento. Levantando a Mai por los brazos mientras la sacaba del hueco hacia la habitación principal.

Era una escena de caos. Los autómatas se quedaron congelados, mirando a su maestro. Muchos de ellos tirados en el suelo o hechos pedazos. El suelo estaba resbaloso con una mezcla de sangre y aceite.

En el centro de la habitación, en un círculo, estaban los Cazadores de Sombras y sus acompañantes. Cyril estaba de rodillas sobre el suelo con un pedazo de tela rasgada a manera de venda enredada en su pierna. Cerca de él estaba Henry, medio sentado y medio recostado en los brazos de Charlotte. Estaba pálido, tan pálido… los ojos de Mai encontraron los de Will cuando él levantó la cabeza y la miró. Una expresión de consternación apreció en su rostro y comenzó a avanzar.

Jem lo cogió de la manga. Sus ojos también estaban sobre Mai; esta ban grandes y oscuros y llenos de horror.

Ella miró lejos de ellos, lejos y hacia arriba donde estaba Mortmain. Estaba de pie en la galería con barandilla sobre ellos, como un predicador en el púlpito, y sonreía hacia abajo. –Señorita Gray, –dijo. –Muy amable de su parte el reunirse con nosotros.

Ella escupió, probando la sangre en su boca en donde los dedos del autómata habían rasgado su mejilla.

Mortmain levantó una ceja. –Bájala, –le dijo a Armaros. –Sujétala por los hombros.

El demonio lo obedeció con una risita. Tan pronto como las botas de Mai tocaron el suelo, enderezó la columna levantando la barbilla y mirando maliciosamente a Mormain. –Es de mala suerte ver a la novia antes del día de la boda, –dijo ella.

–Es de mala suerte ver a la novia antes del día de la boda, –dijo ella.

–De hecho, –dijo Mortmain. –¿Pero mala suerte para quién?

Mai no miró a su alrededor. La visión de tantos autómatas, y el grupo desparramado de Cazadores de Sombras quienes estaban todos de pie frente a ellos, era demasiado dolorosa. –Los Nefilim ya han entrado en su fortaleza, –dijo ella. –Habrá otros después de ellos. Harán trizas sus autómatas y los destruirán. Ríndete ahora y quizás conserves su vida.

Mortmain echó la cabeza hacia atrás y se rio. –Bravo, madam, –dijo. –Te paras ahí, rodeada de derrota, y demandas mi rendición.

–No estamos derrotados, –comenzó Will, y Mortmain siseo un aliento entre los dientes, que fue audible en la habitación cavernosa. Como si fueran uno solo, los autómatas en la habitación voltearon sus cabezas hacia Will - con una sincronización aterradora.

–Ni una palabra tuya, Nefilim, –dijo Mortmain. –La próxima vez que hables, será la última vez que tomes aliento.

–Déjelos ir, –dijo Mai. –Esto no tiene nada que ver con ellos. Déjelos ir y quédese conmigo.

–Hace tratos sin nada en las manos, –dijo Mortmain. –Se equivoca al pensar que vienen otros Cazadores de Sombras a ayudarles. En este mismo momento, una parte significativa de mi ejército está cortando en pedazos a su Consejo. –Mai escuchó como Charlotte jadeaba, un sonido corto y amortiguado. –Listos esos Nefilim, por reunirse todos en un solo lugar, para que pudiera borrarlos a todos de una sola pasada.

–Por favor, –dijo Mai. –Aleje sus manos de ellos. Las quejas que tiene contra los Nefilim, son justas. Pero si todos están muertos, ¿quiénes obtendrán la lección de tu venganza? ¿Quién hará penitencia? Si no hay nadie que aprenda del pasado, no hay nadie que cargue con sus lecciones. Déjelos vivir. Déjelos cargar tus lecciones hacia el futuro. Ellos pueden ser su legado.

El asintió pensativamente, como si estuviera sopesando sus palabras. –Los dejaré vivir- los mantendré vivos como nuestros prisioneros. Su cautividad te mantendrá agradable y te mantendrá obediente – –su voz se endureció. –Porque tú los amas, y si alguna vez tratas de escapar, los mataré a todos. – Se detuvo. –¿Qué dices, Señorita Gray? He sido generoso, y ahora se me debe gratitud.

El único sonido de la habitación era el rechinar de los autómatas, y la propia sangre de Mai retumbando en los oídos. Se dio cuenta de lo que le había querido decir la Señora Black en el carruaje. Y entre más conocimiento tengas de ellos, más simpatías tendrás con ellos, y serás un arma más efectiva para arrasarlos desde el suelo. Mai se había convertido en una de los Cazadores de Sombras, aunque no fuera enteramente como ellos. Se preocupaba por ellos, y los amaba, y Mortmain iba a usar ese cariño y ese amor para obligarla. Al salvar a los pocos que amaba, los condenaría a todos. Y aún así, pensar en condenar a muerte a Will y Jem, Charlotte y Henry, Cecily y los otros, era impensable.

–Sí. –Escuchó a Jem, o fue Will quien hizo un sonido sordo. –Sí, acepto ese trato. –Ella miró hacia arriba. –Dígale al demonio que me suelte, y subiré con usted.

Vio como los ojos de Mortmain se estrechaban. –No, –dijo él. –Armaros, tráela.

Las manos del demonio se apretaron en sus brazos; Mai se mordió el labio con dolor. Como en simpatía, el ángel en su garganta se retorció.Pocos pueden reclamar a un ángel que los proteja. Pero tú puedes. Su mano se fue hacia su garganta. El ángel parecía vibrar bajo sus dedos, como si estuviera respirando, como si quisiera comunicarle algo. Su mano se apretó sobre él, las puntas de las alas cortándole las palmas. Pensó en su sueño.

¿Así es cómo te ves?

Ves aquí solo una fracción de lo que soy. En mi forma verdadera, soy gloria mortífera.

Las manos de Armaros se cerraron sobre los brazos de Mai Tu ángel mecánico contiene dentro un pedacito del espíritu de un ángel, dijo Mortmain. Pensó en la cicatriz blanca como de una estrella que el ángel mecánico había dejado sobre el hombro izquierdo de Will. Pensó en la cara suave, hermosa e inmóvil del ángel, las manos frías que la sostuvieron cuando cayó del carruaje de la Señora Oscura hacia la corriente de agua abajo.

El demonio comenzó a levantarla.

Mai pensó en su sueño.

Respiró profundamente. No sabía si lo que iba a hacer era incluso posible, o simple locura. Mientras Armaros la levantaba en sus manos, ella cerró los ojos, buscando con su mente, alcanzando hacia adentro del ángel mecánico. Se tambaleó por un momento en un espacio oscuro, y entonces un limbo de color gris, buscando esa luz, esa chispa de espíritu, esa vida.

Y ahí estaba, como un repentino relámpago, una llamarada, más potente que ninguna chispa que hubiera visto antes. Se estiró alcanzándola, enredándola alrededor de sí misma, ascuas de fuego blanco que quemaban y calcinaban su piel. Ella gritó en voz alta – Y Cambió.

Fuego blanco ardió por sus venas. Se lanzó hacia arriba, su ropa de combate rasgándose y rompiéndose y cayéndose a pedazos, luz cegadora a todo a su alrededor. Ella era el fuego. Era una estrella cayendo. Los brazos de Armaros fueron arrancados de su cuerpo- silenciosamente se derritió y se disolvió, derretido por el fuego celestial que ardía a través de Mai.

Estaba volando – volando hacia arriba. No, se estaba elevando, creciendo. Sus huesos se estiraban y se alargaban, una retícula estirándose hacia afuera y hacia arriba mientras crecía imposiblemente. Su piel se volvió dorada, y se estiró y se rompió cuando se precipitaba hacia arriba como el tallo de habichuelas del viejo cuento de hadas, y en donde la piel se rompía, icor dorado salía de las heridas. Le brotaron rizos como virutas de metal al rojo vivo de la cabeza, rodeándole la cara. Y desde su espalda brotaron alas – inmensas alas, más grandes que las de cualquier pájaro.

Supuso que debería estar aterrada. Mirando hacia abajo, vio a los Cazadores de Sombras mirándola con las bocas abiertas. Todo el salón estaba lleno de una luz cegadora, luz que brotaba de ella. Se había convertido en Ithuriel. El fuego divino de los ángeles estaba ardiendo a través de ella, quemándole los huesos, calcinando en sus ojos. Pero solo sentía una calma de acero.

De pie ahora media unos veinte pies. Estaba ojo con ojo con Mortmain, quien estaba congelado de terror, las manos aferrándose a la barandilla del balcón. El ángel después de todo, había sido un regalo para su madre. El nunca debió imaginar qué uso podría tener alguna vez en sus manos.–No es posible, –dijo ásperamente. –No es posible –“

Has atrapado a un ángel del Cielo, dijo Mai aunque no era su voz hablando, sino Ithuriel hablando a través de ella. Su voz hizo eco a través de su cuerpo como el repicar de un gong. Distantemente se preguntó si su corazón estaría latiendo - ¿tendrían corazones los ángeles? ¿Esto la mataría? Y si lo hacía, valía la pena. Has tratado de crear vida. La vida es la provincia del Cielo. Y el Cielo no se toma con amabilidad a los usurpadores.

Mortmain se dio la vuelta para correr. Pero era lento, como todos los humanos lo son. Mai estiró su mano, la mano de Ithuriel, y la cerró alrededor de él mientras corría, levantándolo de sus pies. El gritó, cuando el agarre del ángel lo calcinaba. Estaba retorciéndose y ardiendo, para cuando Mai apretó su agarre, aplastando su cuerpo hasta que quedó una jalea de sangre roja y huesos blancos.

Abrió los dedos. El cuerpo aplastado de Mortmain, estrellándose en el suelo entre sus propios autómatas. Hubo un temblor, el gran rechinido de metal gritando como si un edificio se colapsara, y los autómatas comenzaron a caer uno por uno, a montones en el suelo, sin vida ya sin el Mágister para animarlos, como un jardín de flores metálicas marchitándose y muriendo una por una, y los Cazadores de Sombras de pie en el centro de ellos, mirando alrededor con sorpresa.

Y entonces Mai se dio cuenta de que todavía tenía corazón, por que saltó de alegría por verlos vivos y a salvo. Aun así, cuando se estiró para alcanzarlos con sus manos doradas – ahora una de ellas manchada de escarlata de la sangre de Mortmain mezclada con el icor dorado de Ithuriel – ellos se echaron atrás por el relámpago de luz alrededor de ella. No, no, quería decirles, nunca les haría daño, pero las palabras no llegaron. No pudo hablar; el fuego era demasiado grande. Luchó por encontrar el camino de regreso a sí misma, para Cambiar en Mai de nuevo, pero estaba perdida en las llamas del fuego, como si hubiera caído en el corazón del sol. Una agonía de flamas explotó a través de ella, y se sintió a si misma comenzando a caer, el ángel mecánico un lazo al rojo vivo alrededor de su garganta. Por favor, pensó, pero ahora todo era fuego y ardor, y cayó inconsciente dentro de la luz.

22

Trueno en la trompeta

Cuando se produzca el trueno en la trompeta,
El alma se podrá dividir del cuerpo;
Pero no nos separará a nosotros Uno del otro.

—Algernon Charles Swinburne, “Laus Veneris”
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 2:01 pm

Las criaturas mecánicas rodearon a Mai de neblina negra. El fuego corría a través de sus venas, y cuando miró hacia abajo, su piel estaba llena de grietas y ampollas, icor dorado corría en la sábana bajo sus brazos. Vio los prados sin fin del Paraíso, un cielo lleno de fuego con un resplandor que habría dejado ciego a cualquier humano; vio nubes plateadas con bordes como navajas, y sintió el frío vacío que hace un hueco en los corazones de los ángeles. –Mai. –Era Will; podría reconocer su voz en cualquier lugar. – Mai, despierta; despierta Mai por favor.

Pudo notar el dolor en su voz y quería llegar a él, pero cuando levantó los brazos, las llamas crecieron carbonizando sus dedos. Sus manos se convirtieron en cenizas y volaron en el cálido viento.

Mai se sacudió sobre la cama, en un delirio de fiebre y pesadillas. Las sábanas, retorcidas a su alrededor estaban empapadas de su dor, su cabello pegado en sus sienes. Su piel siempre pálida estaba cerca de ser transparente, mostrando el mapa de venas bajo su piel y la forma de sus huesos. Su ángel mecánico estaba en su cuello;  de vez en cuando lo tomaba, y luego lloraba con una voz perdida, como si el contacto la lastimara.

–Está inmersa en una horrible agonía. –Charlotte sumergió una tela en agua fría y la presionó contra la frente de Mai que ardía. La chica hizo un leve sonido de protesta al contacto pero no se movió para alejar la mano. A Charlotte le habría gustado pensar que era porque la tela húmeda estaba ayudando, pero sabía que era algo más que eso, Mai simplemente estaba demasiado agotada.

–¿No hay nada más que podamos hacer?

El fuego del ángel está abandonando su cuerpo. El hermano Enoch, situado al lado de Charlotte, habló en su misterioso tono de voz omnidireccional. Tomará el tiempo que sea necesario. Estará libre de dolor cuando se haya ido.

–¿Pero vivirá?

Ha sobrevivido hasta ahora. El Hermano Silencioso sonaba serio. El fuego debería haberla matado. Habría matado a cualquier humano común. Pero ella es mitad Cazadora de Sombras y mitad demonio, además estaba siendo protegida por el ángel cuyo fuego arde en ella. La protegió aún en esos últimos momentos mientras se elevaba y quemaba su propia forma corporal.

Charlotte no dejaba de recordar el cuarto circular bajo Cadair Idris, Mai dando un paso al frente y transformándose de una simple chica, a un remolino de llamas, ardiendo como una columna de fuego, su cabello convirtiéndose en zarcillos de chispas, en una luz deslumbrante y aterradora. Agachada en el suelo junto al cuerpo de Henry,Charlotte se preguntó como era posible que los ángeles pudieran arder de esa forma y seguir viviendo.

Cuando el ángel dejó a Mai, ella colapsó, sus ropas colgaban en tiras y su piel estaba cubierta de marcas como si hubiera sido quemada.

Varios Cazadores de Sombras se apresuraron a su lado entre los autómatas que habían colapsado, para Charlotte todo había sido demasiado confuso -escenas vistas a través de la incertidumbre y el terror sobre Henry: Will levantando a Mai en sus brazos, la fortaleza del Magíster empezando a cerrarse por sí misma detrás de ellos; las puertas se cerraban mientras corrían por los pasillos. El fuego azul de Magnus creó un camino para escapar. La creación de un segundo Portal. Más hermanos silenciosos los esperaban en el Instituto, con sus cicatrices en manos y rostros,  los Hermanos llegaron primero, junto a Charlotte, mientras los alcanzaban los demás con Henry y Mai.

Will miró hacia Jem, con una expresión afligida. Buscando a su parabatai. –James, –dijo. –Tú puedes descubrir -Qué están haciendo con ella- Si ella sobrevivirá.

Pero el Hermano Enoch se situó entre ellos dos.  Su nombre no es James Carstairs, dijo. Es Zachariah ahora.

Will miró como bajaba su mano.  –Déjalo hablar por sí mismo.

Jem solo se giró, giró y se alejó del resto de ellos, fuera del Instituto. Will lo observó marchar con incredulidad; Charlotte recordó la vez que se conocieron. –¿En verdad estás muriendo? Lo siento.

Ahí estaba Will, aún mirando estupefacto y sin poderlo creer, él les había explicado todo, vacilante. La historia de Mai: la función del ángel mecánico, el relato de la difunta Starkweathers, y la no ortodoxa forma en que Mai fue concebida.

Aloysius tenía razón, pensó Charlotte. Mai era su bisnieta. Una descendiente que nunca conocería, pues había sido asesinado en la masacre del Consejo. No pudo dejar de imaginarse como debió haber sido cuando las puertas del cuarto de Consejo se abrieron y los autómatas se abrieron paso a través de ellas. No es un requisito del Consejo estar desarmado, pero no estaban preparados para pelear, la mayoría de los Cazadores de  Sombras nunca se habían enfrentado con un autómata.

Solo de imaginar la masacre se heló su sangre. Estaba impactada por la  gran pérdida para el mundo de los Cazadores de Sombras, pensó que habría sido mucho mayor si Mai no hubiera hecho el sacrificio que hizo. Todos los autómatas cayeron con la muerte de Mortmain, incluso los que estaban en los cuartos del Consejo, por lo que la mayoría de los Cazadores de Sombras sobrevivió; sin embargo, hubo fuertes pérdidas -incluyendo al Cónsul.  –Mitad demonio, mitad Cazadora de Sombras, –murmuró Charlotte mirando hacia Mai. –¿En qué la convierte eso?

La sangre de Nefilim es dominante. Una nueva raza de Cazador de Sombras. No siempre es algo malo, Charlotte.

Era por esa sangre Nefilim que habían ido tan lejos como para probar runas curativas en ella, pero las runas simplemente se hundieron y desaparecieron, como palabras escritas en agua. Charlotte se acercó para tocar la clavícula de Mai, donde la runa había sido colocada. Su piel estaba caliente al tacto. –Su ángel mecánico. –Observó Charlotte. –Su tictac se detuvo.

La presencia del ángel se fue. Ithuriel está libre, y Mai desprotegida, con la muerte del Magíster y siendo una Nefilim ella estará  bien; al menos mientras no intente transformarse en un ángel por segunda vez. Eso seguramente la mataría.  –Hay otros peligros.

Todos debemos enfrentar peligros, dijo el Hermano Enoch con la misma fría y tranquila voz mental que usó cuando le dijo que Henry viviría, pero que no podría volver a caminar.
En la cama, Mai se movió, llorando en una voz seca. En su sueño, desde la batalla, había dicho varios nombres. Llamó a Nate y a su tía, incluso a Charlotte. –Jem, –susurró ahora, moviéndose bajo la colcha.

Charlotte miró hacia Enoch mientras tomaba la tela de nuevo, humedeciéndola para colocarla sobre la frente de Mai. Sabía que no debía preguntar, pero aún así –¿Cómo está él? ¿Nuestro Jem? ¿Se está -Adaptando a la Hermandad?

Sintió el reproche del Hermano.  Sabes que no puedo decirte eso. Él no es más su Jem, él es el Hermano Zachariah ahora. Debes Olvidarlo.  –¿Olvidarlo? No puedo hacerlo, –dijo Charlotte. –Él no es como el resto de tus hermanos Enoch, lo sabes.

Los rituales que nos convierten en Hermanos Silenciosos son nuestros más profundos secretos. –No estoy preguntando por sus rituales, –dijo Charlotte. –Incluso sé que los Hermanos Silenciosos deben romper sus vínculos con sus vidas como mortales antes de que entren a la Hermandad, pero James no ha hecho eso, aún hay cosas que lo atan a este mundo. –Miró hacia Mai, sus párpados se movían como si respirara con dificultad. –Hay un vínculo que los une entre ellos, uno al otro, y mientras no se disuelva me temo que puede afectarlos a ambos.

***

– ‘Ella se acerca, dulce, mía;  
Si fuera siempre tan ligero el paso,
Mi corazón la escucharía y latiría,
Si hubiera en la Tierra una simple cama;
Mi polvo la escucharía y se agitaría
Si hubiera permanecido muerto por un siglo;
Iniciaría un temblor bajo sus pies.
Y crecerían flores en rosa y violeta.’

–Oh, por Dios, –dijo Henry irritado, jalando hacia arriba las mangas manchadas de tinta de su traje. –¿Podrías leer algo menos deprimente? Algo con una batalla en él.

–Es Tennyson, –respondió Will, deslizando sus pies del asiento cercano al fuego. Estaban en el salón, la silla de Henry colocada junto al fuego, con un cuaderno abierto en su regazo. Seguía estando pálido, lo había estado desde la batalla en Cadair Idris, pero poco a poco iba recuperando su color natural –Mejorará tu mente.

Antes de que Henry pudiera responder, la puerta se abrió y entró Charlotte, se veía cansada, el encaje en las mangas de su vestido estaba empapado. Will inmediatamente bajó el libro; Henry también miro hacia su cuaderno.

Charlotte miró de uno a otro, notando el libro que estaba en la mesa junto al juego de té de plata.  –¿Le estuviste leyendo a Henry, Will?

–Sí, algo terrible, lleno de poesía.

Henry tenía una pluma en la mano, y papeles con dibujos esparcidos por toda la manta, sobre sus rodillas. Había tomado con su fuerza habitual la noticia cuando los Hermanos Silenciosos le dijeron que no podría caminar de nuevo. Y se convenció de que debía construirse a sí mismo un silla, un especie de silla de baño, pero mejor, con ruedas de autopropulsión y otros accesorios. Estaba seguro de que sería capaz  subir y bajar las escaleras en ella, de modo que pudiera seguir teniendo sus inventos en la cripta.

Había estado dibujando diseños para la silla la hora entera en que Will le estuvo leyendo “Maud,” pues la poesía nunca había sido un área de su interés.  –Bueno, los libero de sus deberes, Will, y Henry, están libres de más poesía, –dijo Charlotte. –Si lo deseas, querido, puedo ayudarte a recoger tus notas.

Se deslizó alrededor de la silla de su esposo y miró sobre sus hombros, colocando los papeles que estaban dispersos en una pila ordenada. Él la tomó por la muñeca, haciéndola voltear y la miró  - una mirada de tanta confianza y adoración que hizo sentir a Will como si pequeños cuchillos cortaran su piel. No era que envidiara la felicidad de Charlotte y Henry -lejos de eso. Pero no podía dejar de pensar en Mai, de las esperanzas que habían surgido en él y que luego había tenido que reprimir. Se preguntaba si ella lo había visto de la misma manera, pero no lo creía. Había trabajado muy duro para destruir su confianza, y ahora todo lo que él quería era una oportunidad para reconstruirla en ella, no podía dejar de sentir miedo.

Dejó sus oscuros pensamientos de lado y se levantó, a punto de explicar que iría a intentar ver a Mai. Antes de que pudiera hablar, hubo un golpe en la puerta, y Sophie entró, se veía incontrolablemente ansiosa. La ansiedad se explicó un momento después cuando el Inquisidor la siguió al cuarto.

Will solía verlo usando su túnica ceremonial en las juntas del consejo, por lo que le costó trabajo reconocer al hombre de aspecto severo en un saco gris y pantalones negros. Había una pequeña cicatriz en su mejilla que antes no tenía.  –Inquisidor Whitelaw.–Charlotte se levantó inmediatamente con una expresión repentinamente seria. –¿A qué debemos el honor de su visita?

–Charlotte, –dijo el  Inquisidor, extendiendo su mano. Llevaba una carta, cerrada con el sello del Consejo. –Tengo un mensaje para ti.

Charlotte lo miró con asombro. –¿No resultaba más fácil enviarlo por correo?

–Esta carta es de gran importancia; es necesario que la lea ahora mismo.

Lentamente Charlotte se aproximó hacia él y la tomó, tiró de ella nerviosamente, luego frunció el ceño y atravesó el cuarto para sacar un abrecartas de su buró. Will aprovechó la oportunidad para mirar al inquisidor discretamente. El hombre estaba concentrado en Charlotte por lo que no prestó atención a la mirada de Will. No dejaba de pensar si la cicatriz del Inquisidor era un vestigio de la batalla del Consejo contra los autómatas de Mortmain.

Will estaba seguro de que todos iban a morir, juntos, bajo la montaña; hasta que Mai ardió en todo el esplendor del Ángel y atacó a Mortmain, como un relámpago que derriba un árbol.

Eso fue una de las  cosas más maravillosas que había visto; pero esa maravilla se convirtió rápidamente en terror cuando Mai colapsó después del cambio, sangrando e inconsciente a pesar de lo mucho que trató de despertarla. Magnus,  exhausto, apenas tuvo fuerzas para abrir el portal de regreso al Instituto con la ayuda de Henry, después de eso todo fue confuso para Will, una confusión de sangre y miedo, más Hermanos Silenciosos convocados para atender a los heridos,  y la noticia proveniente del Consejo de todos aquellos que fueron asesinados en batalla antes de que los autómatas se desintegraran con la muerte de Mortmain. Y Mai -Mai no hablaba, no despertaba, estaba siendo cuidada en su cuarto por los Hermanos Silenciosos, y él no había podido ir con ella. Sin ser uno de los hermanos ni su esposo; solo podía quedarse y mirar hacia ella, abriendo y cerrando sus propias manos manchadas de sangre. Nunca se había sentido más inútil.

Y cuando buscó a Jem, para compartir su miedo con la única persona en el mundo que amaba a Mai tanto como él —Jem se había ido, había regresado a la Ciudad Silenciosa bajo las órdenes de los Hermanos. Se fue sin decir siquiera una palabra de despedida.

A pesar de que Cecily había tratado de calmarlo, Will estaba enojado -enojado con Jem, con el Consejo y con la propia Hermandad por permitir que Jem se convirtiera en uno de ellos, a pesar de que Will sabía que era lo justo. Había sido una elección de Jem y la única forma de mantenerlo con vida. Después de su regreso al Instituto Will se había sentido constantemente mareado -Era como estar anclado a un banco por años y de repente ser liberado para flotar en las aguas, sin tener idea de en que dirección ir. Y Mai- el sonido de papel rasgado interrumpió sus pensamientos; mientras Charlotte abría la carta y la leía el color abandonaba su rostro. Levantó la vista y miró hacia el Inquisidor:

–¿Es esto algún tipo de broma?

El ceño del Inquisidor se profundizó–No hay ninguna broma, te lo aseguro. ¿Tienes una respuesta?

–Lottie, –dijo Henry, mirando a su esposa, incluso sus mechones de cabello rojizo radiaban ansiedad y amor. –Lottie, ¿Qué es? ¿Pasa algo malo?

Ella lo miró, y luego volvió al Inquisidor.  –No, –dijo. –No tengo una respuesta, no aún.

–El Consejo no desea, –empezó él, y luego pareció notar la presencia de Will por primera vez. –Si pudiera hablar contigo en privado, Charlotte.

Charlotte se enderezó.  –No enviaré lejos a Henry ni a Will. –Ambos se miraron el uno al otro, con los ojos fijos. Will sabía que Henry lo miraba ansioso. Como consecuencia del desacuerdo que tuvo Charlotte con el Cónsul, y la posterior muerte de este, todos habían esperado sin aliento por algún juicio de sanción por parte del Consejo.

Sus posiciones en el Instituto eran inestables. Will pudo ver por un instante un temblor en las manos y labios de Charlotte. Deseó desesperadamente que Jem o Mai estuvieran ahí, alguien con quien pudiera hablar, alguien a quien pudiera preguntar qué podría hacer por Charlotte, a quien le debía tanto.  –Está bien, –dijo él, poniéndose de pie. Quería ver a Mai, incluso si ella no abría los ojos, si no lo reconocía. –Tenía la intención de retirarme.

–Will, – protestó Charlotte.

–Está bien, Charlotte, –dijo Will de nuevo, pasando a un lado del Inquisidor hacia la puerta. Una vez que estuvo fuera en el corredor, se  recargó en la pared por un momento, para recobrarse por sí mismo.

No podía dejar de recordar sus  propias palabras -Dios, parecía que había sido un millón de años atrás, y ya no resultaba en absoluto divertido: ¿El Cónsul? ¿Interrumpiendo nuestro desayuno? ¿Qué viene luego? ¿El Inquisidor viene a tomar el té?

Si le quitaban el Instituto a Charlotte…

Si todos ellos perdían su hogar…

Si Mai…

No pudo terminar su pensamiento. Mai viviría, ella tenía que vivir.  Al salir del corredor, recordó el cielo azul, verde y gris de Gales. Tal vez podía regresar ahí, con Cecily si perdían el Instituto, hacer una vida por ellos mismos en su país natal. No sería una vida de Cazador de Sombras, pero sin Charlotte, sin Henry, sin Jem o Mai, incluso sin Sophie o los hermanos Lightwood él no querría ser más un Cazador de Sombras. Ellos eran su familia, y muy valiosos para él  -Solo otra idea, pensó que había venido todo a la vez, y demasiado tarde.

***

–Mai. Despierta, por favor, despierta.

Ahora era la voz de Sophie, atravesando la oscuridad. Mai  luchó, forzando a sus ojos a abrirse por un breve segundo. Vio su cuarto en el Instituto, los muebles conocidos, las cortinas corridas, un cálido rayo de sol formaba cuadros de luz en el suelo. Luchó por aferrarse a él. Era como si tuviera breves periodos de lucidez entre la fiebre y las pesadillas. -Nunca suficiente, nunca tenía el tiempo suficiente para alcanzar, para hablar. Sophie, trató de susurrar, pero sus labios secos no permitieron el paso a las palabras.

La luz parpadeó en su visión, llevándose al mundo lejos. Lloró en silencio mientras veía como el Instituto se rompía en pedazos y la arrojaba hacia la oscuridad.

***

Fue Cyril quien finalmente le dijo a Gabriel que Cecily se encontraba en los establos después de que el más joven de los hermanos Lightwood pasara gran parte del día buscándola sin éxito alguno -sin embargo aún tenía esperanza, no obviamente -a través del Instituto por ella.

El atardecer llegó, y el establo estaba lleno de un cálida luz amarilla de linterna, y del olor de los caballos. Cecily estaba junto a la caballeriza de Balios, su cabeza estaba recargada en el cuello del gran caballo negro. Su cabello, casi del mismo color oscuro, estaba suelto sobre sus hombros. Cuando lo miró, Gabriel vio el destello del rubí rojo alrededor de su cuello. Una ligera consternación se mostró a través de su rostro. –¿Ha pasado algo con Will?

–¿Will? –Gabriel estaba sorprendido.

–Solo pensé -la forma en que miraste– suspiró. –Ha estado muy distraído estos últimos días. Como si no fuera suficiente que Mai está enferma y herida, todavía él saber lo que pasó con Jem –Sacudió la cabeza –He tratado de hablar con él sobre eso, pero él no dirá nada.

–Creo que está hablando con Jem ahora, –dijo Gabriel.  –Confieso que no sé como se encuentre su mente, si lo deseas podría.

–No. –La voz de Cecily sonaba tranquila. Sus ojos azules estaban fijados en algún punto lejano. –Déjalo ser.

Gabriel avanzó unos cuantos pasos hacia adelante. La suave luz amarilla brillaba en la linterna a los pies de Cecily, dejando un leve brillo de oro sobre su piel. Sus manos estaban libres de guantes, por lo que el blanco de su piel contrastaba con el color del caballo.  –Yo…, –empezó él. –Parece que realmente te gusta ese caballo.

En silencio, se maldijo a sí mismo, recordaba que su padre alguna vez le dijo que a las mujeres, el sexo dulce y gentil, les gustaba ser cortejadas con palabras encantadoras y frases concretas. No estaba seguro de lo que era una frase concreta, pero estaba seguro de que “Parece que realmente te gusta ese caballo” no era una de ellas.

A Cecily pareció no importarle, dio una palmada al costado del caballo antes de girar para mirarlo.  –Balios salvó la vida de mi hermano.”

–¿Te vas a ir? –Dijo Gabriel Abruptamente.

Los ojos de la chica se ampliaron.  –¿Qué fue eso, Señor Lightwood?

–No. –Dijo estirando su mano. –Por favor no me llames Señor Lightwood, somos Cazadores de Sombras. Soy Gabriel para ti.

Sus mejillas se colorearon.  –Gabriel, entonces. ¿Por qué preguntaste si me voy a ir?

–Viniste aquí para llevar a tu hermano a casa, –dijo Gabriel.–Pero está claro que él no se irá, ¿No es así? Está enamorado de Mai, va a quedarse donde ella esté.

–Ella no debería quedarse aquí, –dijo Cecily, no se podía leer en sus ojos.

–Creo que lo hará, pero incluso si no lo hace, él irá a donde ella vaya. Y Jem -Jem se convirtió en un Hermano Silencioso, pero sigue siendo un Cazador de Sombras, si Will espera volver a verlo, que creo que es lo que hará, se quedará. Los años lo han cambiado, Cecily. Su familia está aquí ahora.

–¿Piensas que me dices algo que no he observado por mí misma? El corazón de Will está aquí, no en Yorkshire, en una casa en la que nunca ha vivido, con padres que no ha visto en años.

–Entonces, si él no puede volver a casa, -pensé que tal vez tú lo harías.

–Para que mis padres no estén solos. Sí. Puedo ver porque piensas de esa forma. –Agregó ella. –Sabes, por supuesto, que en pocos años, se esperará que me case y deje a mis padres a pesar de todo.

–Pero no para no volver hablar con ellos jamás, están exiliados, Cecily, si permaneces aquí, serás separada de ellos.

–Lo dices como si quisieras convencerme de volver a casa.

–Lo digo porque me preocupa lo que harás.

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera recapacitar; solo pudo mirarla, sintiendo como un rubor de vergüenza invadía su rostro.

Ella dio un paso hacia él. Sus ojos azules, vueltos hacia él, estaban muy abiertos. Él se preguntó en qué momento habían dejado de recor darle a los de Will; estaban solo los ojos de Cecily, un tono de azul que asociaba únicamente con ella.

–Cuando vine aquí, –dijo ella, –Pensaba que los Cazadores de Sombras eran monstruos, que tenía que rescatar a mi hermano y que regresaríamos juntos a casa, pensé que mis padres estarían orgullosos de los dos. Que seríamos una familia de nuevo; pero luego me di cuenta -Tú me ayudaste a darme cuenta.

–¿Te ayudé? ¿Cómo?

–Tu padre no te dio otras opciones, –respondió. –Él te pidió que fueras lo que él quería que fueras, y eso terminó separando a tu familia; pero mi padre, él eligió dejar a los Nefilim y casarse con mi madre. Fue su elección, justo como la de Will fue estar con los Cazadores de Sombras. Elegir entre amor o guerra: ambas son decisiones admirables, cada una a su modo. Yo no creo que mis padres estén molestos por la elección de Will. Después de todo, lo que importa para ellos es que él sea feliz.

–¿Pero qué hay de ti? –dijo Gabriel; ambos estaban muy muy cerca el uno del otro, casi podían tocarse. –Es una elección que debes tomar ahora, quedarte o irte.

–Me quedaré, –respondió Cecily. –Elegí la Guerra.

Gabriel dejó escapar el aire que no se había dado cuenta estaba sosteniendo.  –¿Abandonarás tu casa?

–¿Una casa ordinaria y vieja en Yorkshire? –dijo Cecily. –Esto es Londres.

–¿Y renunciar a lo que conoces?

–Lo conocido es aburrido.
 
–¿Dejar de ver a tus padres? Buscarlos es contra la ley…

Ella sonrió.  –Todo mundo rompe la ley.

–Cecy, –dijo él, hacienda más corta la distancia que los separaba, la cual en sí no era mucha; y de repente, estaba besándola. -Colocó sus manos torpemente alrededor de sus brazos primero, deslizándose por la gruesa tela de su vestido antes de que sus dedos fueran hacia atrás de su cabeza, enredándose en su suave y cálido cabello.

Se puso rígida ante la sorpresa, antes de suavizarse contra él; el borde de sus labios se separó mientras él probaba el dulce sabor de su boca. Cuando ella se apartó por fin, se sintió mareado.  –¿Cecy?” dijo de nuevo, su voz sonaba ronca.
 
–Cinco, –dijo ella. Sus labios y mejillas estaban ruborizados, pero su mirada estaba fija.

–¿Cinco– repitió con la mirada vacía.
 
–Mi calificación, –dijo ella sonriéndole. –Tu habilidad y técnica pueden, tal vez, requerir trabajo, pero el talento innato está claramente allí. Lo que necesitas es práctica.   –¿Y desearías ser mi tutora?

–Me sentiría muy insultada si eligieras alguna otra, –dijo levantándose para besarlo de nuevo.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 2:12 pm

***

Cuando Will entró al cuarto de Mai, Sophie estaba sentada en su cama, murmurando algo con una voz suave. Ella dio media vuelta cuando la puerta se cerró tras Will. Sus labios se veían apretados y preocupados. ¿Cómo está? –preguntó Will, poniendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones. Le dolía ver a Mai de ese modo, dolía como si una astilla de hielo se alojara debajo de sus costillas, cavando hasta su corazón. Sophie había acomodado el largo cabello café de Mai de manera que no se enredara cuando colocara su cabeza sobre las almohadas. Respiró agitadamente, su pecho subía y bajaba con rapidez, se podía ver como sus ojos se movían debajo de sus pálidos párpados. Se preguntó que estaría soñando.
–Lo mismo, –dijo Sophie, poniéndose de pie con elegancia y cediéndole el asiento junto a la cama. –Ella ha seguido diciendo nombres.”

–¿Llamaba a alguien en particular? –Preguntó Will, e inmediatamente se lamentó haberlo hecho. Seguramente sus motivos serían ridículamente transparentes.

Los ojos café oscuro de Sophie se desviaron de los suyos. –A su hermano, –dijo. –Si desea estar unos momentos solo con la Señorita Mai…

–Sí, por favor, Sophie.

Ella se detuvo en la puerta. –Señor William, –dijo ella.

Habiéndose apenas acomodado en el sillón junto a la cama, Will miró hacia ella. –Lamento haber hablando y pensado tan mal de usted por todos estos años, –dijo. –Ahora entiendo que únicamente estaba haciendo lo que todos intentamos hacer. Lo mejor.

Will se acercó y colocó su mano sobre la mano izquierda de Mai, donde se había quitado el cobertor a causa de la fiebre. –Gracias. –Dijo sin ser capaz de mirar a Sophie directamente; un momento después escuchó la puerta cerrarse suavemente tras ella. Miró hacia Mai. Estaba momentáneamente quieta, sus pestañas se movían cuando respiraba. Los círculos bajo sus ojos eran de un azul oscuro, sus venas parecían delgados hilos de plata en sus sienes y en el inverso de las muñecas. Cuando la recordaba ardiendo en gloria, era imposible creer cuan frágil se veía ahora. Su mano se sentía caliente en la suya, y cuando rozó sus nudillos contra sus mejillas, su piel estaba ardiendo.

–Mai, –suspiró. –El Infierno es Frío, ¿Recuerdas cuando me dijiste eso? Estábamos en las celdas de la Casa Oscura. Cualquier otra persona estaría muerta de pánico, pero tú estabas tan calmada como una institutriz, diciéndome que el Infierno estaba cubierto de hielo. Si fuera este el fuego del Paraíso el que te aleja de mí, sería una ironía demasiado cruel.

Ella respiraba con fuerza y por un momento su corazón dio un vuelco -¿Lo había escuchado?

Pero sus ojos permanecieron firmemente cerrados. La mano de Will temblaba en la de ella. –Vuelve, –dijo. –Vuelve a mí, Mai. Henry dijo que, desde que tocaste el alma de un ángel, tal vez estás soñando con el Paraíso ahora, con escudos de ángeles y flores de fuego. Y yo pidiéndote esto por mero egoísmo. Vuelve a mí. No podría afrontar el perder mi corazón por completo.

La cabeza de Mai giró lentamente hacia él. Sus labios se movían como si estuviera a punto de hablar. Él se inclinó hacia delante, con el corazón saltando. –¿Jem? –dijo ella.

Will se congeló, inmóvil; con la mano aún unida a la de Mai, sus párpados se abrieron en un parpadeo -Tan grises como el cielo después de la lluvia, tan grises como las colinas de roca en Gales. El color de las lágrimas. Ella miró hacia él, a través de él, pero sin verlo en absoluto. –Jem, –dijo de nuevo. –Jem, Lo siento tanto, todo es mi culpa.

Will se inclinó hacia delante de nuevo sin poder evitarlo. Estaba hablando y comprensiblemente por primera vez en días. Incluso si no era hacia él. –No es tu culpa –le dijo.

Ella regresó la presión en su mano, con el calor de la fiebre: cada uno de sus dedos parecían quemar la piel de Will. –Pero lo es, –dijo, –Es por mí que Mortmain te privó de tu yin fen. Es por mí que todos ustedes estuvieron en peligro. Yo tenía la intención de amarte, pero todo lo que hice fue acortar tu vida.

Will tomó un profundo respiro. La astilla de hielo volvió a su corazón, y sintió como si estuviera respirando alrededor de ella. Y sin embargo no eran celos, sino un sentimiento más profundo y penetrante que cualquiera que hubiera conocido antes. Pensó en Sydney Carton. Piensa de vez en cuando que hay un hombre que daría su vida, para mantener una vida que amas a tu lado. Sí, él habría hecho por Mai -habría muerto para mantener a quien ella necesita junto a ella- y sabía que también Jem habría hecho eso por él o por Mai; incluso Mai, pensó, lo haría por ambos. Era un enredo incomprensible el que había entre los tres, pero había algo cierto, y era que no hubo jamás falta de amor entre ellos.

Soy lo suficientemente fuerte para esto, se dijo a sí mismo, soltando su mano gentilmente. –La vida no es solo sobrevivir, –dijo. –También existe la felicidad. Tú conoces a tu James, Mai. Sabes que él elegiría el amor por sobre la duración de sus años.

Pero la cabeza de Mai únicamente dejó caer impacientemente sobre la almohada. –¿Dónde estás James? Te busco en la oscuridad, pero no puedo encontrarte. Tú eres mi destino, deberíamos estar unidos por lazos que no se pueden romper. Sin embargo, cuando te estabas muriendo, yo no estuve ahí. Nunca me despedí de ti.

–¿Cual oscuridad? Mai, ¿Dónde estás?

Will atrapó su mano. –Dime como hago para encontrarte.

Mai arqueó la espalda repentinamente; con la mano aún atrapada bajo la de Will. –¡Lo siento! –jadeó. –Jem -lo siento tanto-Te fallé, te fallé horriblemente.

–¡Mai! –Will se alteró, pero Mai ya había colapsado de golpe sobre el colchón, respirando con fuerza.

Él no pudo ayudar, gritó pidiendo ayuda a Charlotte como un niño que despertaba de una pesadilla, como nunca se había permitido a sí mismo gritar cuando realmente era un niño, despertando en el entonces desconocido Instituto y anhelando el consuelo que sabía no podía tomar.

Charlotte llegó corriendo, cruzando el Instituto, como sabía que acudía cada vez que él la llamaba. Apareció sin aliento y asustada; miró a Mai en la cama, y a Will tomando su mano; él pudo apreciar la expresión de horror dejar su rostro, remplazada por una silenciosa mirada de tristeza. –Will…

Will gentilmente separó su mano de la de Mai, volviendo hacia la puerta. “–Charlotte, –dijo. –Nunca antes te he pedido usar tu posición como cabeza del Instituto para ayudarme.

–Mi posición no puede sanar a Mai.

–Sí puede, solo debes traer a Jem aquí.

–No puedo solicitar eso, –dijo Charlotte.

–Jem apenas ha empezado su periodo al servicio en la Ciudad Silenciosa. Los recién iniciados no tienen permitido salir del todo por el primero año.

–Él vino a la batalla.

Charlotte empujó un rizo de su cara. Algunas veces ella se veía muy joven como en este momento; aunque antes en el salón, frente al Inquisidor no lo había hecho. –Esa fue una decisión del Hermano Enoch.

La columna de Will se enderezó. Por muchos años él había dudado del contenido de su propio corazón, pero ahora no tenía ninguna duda. –Mai necesita a Jem. –Dijo. –Conozco la ley, sé que no puede venir, pero -los Hermanos Silenciosos están obligados a romper cualquier lazo que los ate al mundo mortal antes de ingresar a la Herman dad. También es la ley. El lazo entre ellos dos, Mai y Jem no ha sido roto. ¿Cómo va ella a reincorporarse al mundo mortal, entonces, si no puede ver a Jem por última vez?

Charlotte guardó silencio por un tiempo. Había una sombra sobre su rostro, una que no pudo definir. Seguramente ella querría esto, por Jem, por Mai, ¿Por ambos? –Muy bien. –Dijo por fin. –Veré que puedo hacer.

***

–Ellos iluminaron para tomar un trago
Del manantial que corría tan claro,
Y ahí vio la sangre de su hermoso corazón,
Corriendo bajo la corriente. ‘
Levántese, levántese, Señor William,’ dijo ella,
‘Pues me temo que fue asesinado;’
‘No hay más que el tinte de mis ropas escarlatas,
Que resplandece bajo la corriente.’

–Oh, por el amor de Dios, –Sophie murmuró al pasar por la cocina. ¿Realmente tenía que ser Bridget tan morbosa en todas sus canciones? y ¿Tenía que usar el nombre de Will? Como si el pobre chico no hubiera tenido ya suficiente -Una sombra surgió de entre la oscuridad.

–¿Sophie?

Sophie gritó y casi dejó caer su cepillo sobre la alfombra. La luz mágica brilló en el corredor y pudo observar un par de ojos gris-verde ya conocidos.–¡Gideon! –exclamó. –Cielo Santo, casi me matas de un susto.

Se veía arrepentido. –Me disculpo. Yo solo quería desearte buenas noches -y como estabas sonriendo mientras caminabas pensé…

–Estaba pensando en el Señor Will, –dijo ella, y luego sonrió otra vez al ver su expresión consternada. –Solo que hace un año, si me hubieran dicho que algo lo atormentaría, habría estado encantada, pero ahora me encuentro en simpatía con él. Eso es todo.

Él se veía serio. –Lo comprendo también, cada día que Mai no despierta, puedes ver una parte de su vida drenándose de él.

–Si tan solo el Señor Jem estuviera aquí… –Sophie suspiró. –Pero no lo está.

Tenemos que aprender a vivir sin muchas cosas en estos días. –Gideon le acarició las mejillas suavemente con sus dedos. Estaban ásperos y endurecidos. No como los suaves dedos de un caballero. Sophie le sonrió.

–No me miraste en la cena, –dijo él, engrosando la voz. Era cierto -la cena había sido únicamente un pollo asado frío servido con patatas rápidamente. Nadie había tenido mucho apetito, excepto Gabriel y Cecily, quienes habían comido como si hubieran pasado el día entero entrenando; y probablemente sí lo habían hecho.

–He estado preocupada por la Señora Branwell, –confesó Sophie. –Ha estado muy al pendiente del Señor Branwell y de la Señorita Mai; ha estado desgastándose mucho, y el bebé –Mordió su labio. –Estoy preocupada, –dijo de nuevo.

No podía permitirse a sí misma decir más. Era difícil perder la costumbre de guardar silencio después de toda una vida de servicio, aún y cuando ahora estaba comprometida con un Cazador de Sombras. –Tienes un corazón gentil. –dijo Gideon, deslizando sus dedos hacia abajo por la mejilla de ella hasta tocar sus labios, como el más ligero de los besos. Luego retrocedió. –Vi a Charlotte entrar sola a la sala de estar haces solo un momento. Tal vez podrías hablar con ella sobre lo que te preocupa.

–No podría.

–Sophie, –dijo Gideon. –No eres solo una sirvienta para Charlotte; eres su amiga. Si ella hablará con alguien será contigo.

***

La sala de estar estaba fría y oscura. No había fuego en la chimenea y ninguna de las lámparas estaba encendida contra el manto de la noche; el cual rodeaba el cuarto en la penumbra y oscuridad. Tomó un momento a Sophie darse cuenta que una de esas sombras era Charlotte, una pequeña figura que se encontraba en silencio sobre una silla detrás del escritorio. –Señora Branwell, –dijo, sintiendo una gran incomodidad sobre ella, a pesar de las palabras de aliento de Gideon. Dos días atrás ella y Charlotte habían peleado lado a lado en Cadair Idris. Ahora era una sirvienta de nuevo, que debía solo limpiar las rejillas y el polvo de la habitación para el uso del día siguiente.; con una cubeta de carbón de un lado y polvorín en la bolsa del delantal. –Lo siento -No era mi intención interrumpir.

–No interrumpes nada, Sophie, al menos no algo importante. –La voz de Charlotte- Sophie nunca la había escuchado sonar de esa manera. Demasiado pequeña, e incluso derrotada.

Sophie colocó el carbón en el fuego y se acercó vacilante a su señora. Charlotte estaba sentada con los codos sobre el escritorio, apoyando el rostro sobre sus manos. Había una carta en el escritorio con el sello del Consejo roto, abierta. El corazón de Sophie se aceleró repentinamente, recordando como el Cónsul les había ordenado a todos abandonar el Instituto antes de la batalla de Cadair Idris. ¿Pero seguramente habrían probado que estaban en lo cierto?. Seguro que el haber derrotado a Mortmain había cancelado el veredicto del Cónsul, especialmente ahora que estaba muerto.

–¿Está -está todo bien señora?

Charlotte hizo un gesto hacia el papel, agitándolo sin mucho ánimo sobre su mano. Sentía un frío correr por sus entrañas, Sophie se apresuró al lado de Charlotte y tomó la carta del escritorio.

Señora Branwell,

Considerando la naturaleza de la correspondencia que usted había tenido con mi colega anterior, el Cónsul Wayland, es probable que se lleve una sorpresa al recibir este mensaje. La clave, en tanto, se encuentra en la necesidad de nombrar un nuevo Cónsul, y, tras someterse a votación, la elección más importante entre nosotros era usted.

Puedo entender bien que usted pueda estar satisfecha con la marcha del Instituto, y que probablemente no desee la gran responsabilidad de esa posición, especialmente teniendo en cuenta los daños que ha sufrido su esposo en su heroica batalla contra el Magíster. En todo caso, considero que es de mi incumbencia ofrecerle esta oportunidad, no solo por ser usted la clara elección del consejo, pues por lo que he visto de usted, pienso que podría llegar a convertirse en uno de los mejores Cónsules a los que haya tenido el privilegio de servir.

Suyo con la mejor de las consideraciones.

Inquisidor Whitelaw.

–¡Cónsul! –Gimió Sophie, y el papel se movió entre sus dedos. –¿Quieren que usted sea Cónsul?

–Eso parece. –La voz de Charlotte sonaba desanimada.

–Yo –Sophie buscó que decir. La idea de que el Instituto de Londres no estuviera a cargo de Charlotte era terrible. Pero el título de Cónsul era un honor, el más alto que la Clave pudiera otorgar, y ver a Charlotte revestida por él, el cual se había ganado a pulso…

–No hay nadie que merezca más esto que usted, –dijo por fin.

–Oh, Sophie, no. Yo fui quien tomó la de decisión de enviarnos a todos a Cadair Idris. Es mi culpa que Henry no pueda volver a caminar de nuevo. Yo lo hice.

–Él no puede culparla, él no la culparía.

–No, no lo hace, pero yo me culpo a mí misma. ¿Cómo podría ser Cónsul y enviar Cazadores de Sombras a la batalla para morir? No quisiera tener tal responsabilidad.

Sophie tomó la mano de Charlotte con la suya y la presionó. – Charlotte, –dijo. –No es únicamente enviar Cazadores de Sombras a la batalla; es también traerlos de vuelta. Usted tiene un corazón compasivo y una mente previsora. Usted a dirigido el Enclave por años. Por supuesto que su corazón está roto por el Señor Branwell, pero para ser un Cónsul no solo hay que perder vidas; al contrario, es necesario salvarlas. Si no hubiera sido por usted, si hubiera sido únicamente por el Cónsul Wayland, ¿Cuántos Cazadores de Sombras habrían muerto en manos de las criaturas de Mortmain?

Charlotte miró la rojiza mano de Sophie, áspera por el trabajo, apretar la suya. –Sophie, –dijo. –¿Cuándo te volviste tan sabia?

Sophie se sonrojó. –Aprendí sabiduría de usted, señora.

–Oh, no, –dijo Charlotte. –Hace un momento me llamaste Charlotte. Como una futura Cazadora de Sombras Sophie, debes seguir llamándome Charlotte a partir de ahora. Tendremos que traer una nueva sirvienta que tome tu lugar para que tengas tiempo de prepararte para tu Ascensión.”

–Gracias, –suspiró Sophie. –entonces, ¿Aceptará la oferta?, ¿Se convertirá en Cónsul?

Charlotte liberó con gentileza su mano de la de Sophie y levantó su pluma. –Lo haré, –dijo. –Con tres condiciones.

–¿Y cuáles son?

–La primera es que se me permita dirigir la Clave desde el Instituto, aquí, y no tener que trasladarme ni yo ni mi familia a Idris, por lo menos por los primeros años. Pues no quiero abandonarlos a todos ustedes, quiero estar aquí para entrenar a Will para que tome mi lugar al frente del Instituto cuando me vaya.

–¿Will? –dijo Sophie sorprendida. –¿Hacerse cargo del Instituto?

Charlotte sonrió. –Por supuesto, –dijo. –Esa es la segunda condición.

–¿Y la tercera?

La sonrisa de Charlotte disminuyó, remplazándose por una mirada de determinación. –Que puedas ver el resultado tan pronto como mañana mismo, en caso de ser aceptada, –dijo ella, y bajó la cabeza para comenzar a escribir.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 2:24 pm

23

Más que cualquier maldad

Vamos; vámonos: tus mejillas son pálidas;
Pero la mitad de mi vida dejo atrás:
Mi amigo es ricamente venerado
Pero moriré, mi trabajo fallará
Lo escucho ahora, y una y otra vez,
Los saludos eternos a los muertos;
Y “Ave, Ave, Ave,” dicen,
“Adieu, Adieu, Adieu” por toda la eternidad.

-Alfred, Lord Tennyson, “In Memoriam A.H.H.”

Mai tembló; el agua fría la rodeó rápidamente en la oscuridad. Pensó que estaba descansando en el fondo del universo, en donde el río del olvido dividía al mundo en dos, o quizás estaba todavía en el sueño en el que había colapsado después de haberse caído del carruaje de la Hermana Oscura, y todo lo que había pasado después fue un sueño. Cadair Idris, Mortmain, el ejército mecánico, los brazos de Will alrededor de ella.

La culpa y la tristeza la atravesaron como una lanza, y ella se arqueó hacia atrás, con las manos arañando para conseguir algo en la oscuridad. El fuego corría por sus venas, un montón de ríos con ramales de agonía. Jadeó en busca de aire, y de pronto algo frío estaba contra sus dientes, abriéndole los labios y la boca se le llenó de una acidez helada. Tragó duro, atragantándose.

Y sintió como el fuego en sus venas disminuía. El hielo estremeciéndose a través de ella. Abrió los ojos mientras el mundo giraba y se enderezó. Lo primero que vio era pálido, manos delgadas retirando un vial – la frialdad en su boca, el sabor amargo en su lengua – y entonces los bordes de su habitación en el Instituto. –Mai, –dijo una voz conocida. –Esto te va a tener lúcida por un tiempo, pero no debes dejarte caer en la oscuridad y en los sueños.

Ella se congeló sin atreverse a mirar. –¿Jem? –susurró.

Escuchó el sonido del vial al ser puesto en la mesa a un lado. Un suspiro. –Si, –dijo. –Mai. ¿Quisieras mirarme?

Ella se dio la vuelta y lo miró. Y contuvo el aliento.

Era Jem, y no era Jem.

Usaba las ropas apergaminadas de un Hermano Silencioso, abiertas en la garganta para mostrar el cuello de una camisa ordinaria. Su capucha estaba echada hacia atrás, descubriendo su rostro. Podía ver los cambios en él, cuando antes apenas los había visto en el ruido y la confusión de la batalla en Cadair Idris. Sus pómulos delicados tenían las cicatrices de las runas que antes no había notado, una en cada mejilla, largos cortes de cicatrices que no se parecían a las runas ordinarias de los Cazadores de Sombras. Su cabello ya no era pura plata – algunos mechones se habían oscurecido a un café oscuro. Se veían como delgadas tiras de seda contra su piel pálida – aunque ya no era tan pálido como había sido. –¿Cómo es posible? –ella susurró. –¿Qué estés aquí?

–Fui convocado en la Ciudad Silenciosa por el Consejo. –Su voz tampoco era la misma. Tenía un trasfondo de algo frío, que no había tenido antes. –Me dieron a entender que fue la influencia de Charlotte. Tengo permitida una hora contigo, y nada más.

–Una hora, –repitió Mai, asombrada. Levantó una mano para quitarse el cabello de la cara. Qué aterradora visión debía ser ahora, con su camisón arrugado el cabello cayéndole en mechones enredados, los labios secos y partidos. Buscó a tientas su ángel mecánico en su cuello – un gesto habitual, que pretendía darle consuelo, pero el ángel ya no estaba ahí. –Jem. Pensé que estabas muerto.

–Si, –dijo él, y todavía tenía una lejanía en su voz, una distancia que le recordaba a los icebergs que vio en el costado del Main, flotando sin rumbo lejos en el agua congelada. –Lo siento. Siento no haber podido de alguna manera – lo siento porque no pude decírtelo.

–Pensé que estabas muerto, –dijo Mai de nuevo. –No puedo creer que seas real, ahora. Soñé contigo, una y otra vez. Había un pasillo largo, y tú estabas alejándote de mí, y de algún modo te llamaba y tú no podías - tú no te dabas la vuelta para verme. Quizás esto solamente es otro sueño.

–No es un sueño.–Se puso de pie y se quedó frente a ella, las pálidas manos entrelazadas frente a él, y ella no podía olvidar como esta fue la manera en que se le había declarado – de pie, mientras ella estaba sentada en la cama, mirándolo, tan incrédula como estaba ahora.

El abrió las manos lentamente, y en las palmas como en sus mejillas, vio runas marcadas. No estaba lo bastante familiarizada con el Codex como para reconocerlas, pero sabía instintivamente que no eran runas de un Cazador de Sombras ordinario. Hablaban de un poder más allá de eso. –Me dijiste que era imposible, –ella susurró. –Que no podías convertirte en un Hermano Silencioso.

Él se alejó de ella. Había algo en sus movimientos ahora que era distinto, algo del suave desplazamiento de los Hermanos Silenciosos. Era al mismo tiempo adorable y escalofriante. ¿Qué estaba haciendo? ¿No podría soportar mirarla? –Te dije lo que creía, –dijo, con la cara mirando hacia la ventana. De perfil ella pudo ver que algo de la dolorosa delgadez de su cara se había desvanecido. Sus pómulos ya no eran tan pronunciados,los huecos de sus sienes ya no eran tan oscuros. –Y lo que era cierto. El yin fen en mi sangre evitaba que pudieran ponerme las runas de la Hermandad. –Ella vio su pecho alzarse y caer por debajo de las ropas de pergamino, y eso casi la asustó: Le parecía tan humana esa necesidad de tomar aliento. –Cada esfuerzo que se hizo para quitarme lentamente el yin fen, casi me mataba. Cuando dejé de tomarlo porque ya no había más, sentí como mi cuerpo comenzaba a quebrarse, de adentro hacia afuera. Y pensé que ya no tenía nada más que perder. –La intensidad en la voz de Jem la hizo más cálida – había un tono de humanidad en ella, ¿una grieta en la armadura de la Hermandad? –Le rogué a Charlotte que llamara a los Hermanos Silenciosos y les pidiera que me pusieran las runas de la Hermandad en el último momento posible, el momento en que la vida estuviera dejando mi cuerpo. Supe que, el que me pusieran las runas podría significar que muriera de agonía. Pero era la única oportunidad.

–Dijiste que no deseabas convertirte en un Hermano Silencioso. Que no deseabas vivir para siempre…

Él había dado unos cuantos pasos a través de la habitación y estaba junto a su tocador. Estiró la mano para tomar algo metálico y brillante de un joyero. Ella se dio cuenta con sorpresa que era su ángel mecánico. –Ya no suena, –dijo. Ella no podía leer nada en su voz; era distante, tan suave y fría como la de una piedra.

–Su corazón se ha ido. Cuando Cambié en el ángel, lo liberó de su prisión mecánica. Ya no vive dentro de él. Ya no me protege.

Su mano se cerró alrededor del ángel, las alas clavándose duro en la carne de su palma. –Debo decírtelo, –dijo él. –Cuando recibí la petición de Charlotte para que viniera aquí fue en contra de mis deseos.

–¿No deseabas verme?

–No. No quería que me miraras como me estás mirando ahora.

–Jem –Ella tragó duro, probando en la lengua la amargura de la tisana que él le había dado. Un borrón de memorias, la oscuridad en Cadair Idris, el pueblo en llamas, los brazos de Will alrededor de ella – Will. Pero ella había pensado que Jem estaba muerto. –Jem, –dijo de nuevo. –Cuando te vi, vivo, allá abajo en Cadair Idris, pensé que era un sueño o una mentira. Pensé que estabas muerto. Fue el momento más oscuro de mi vida. Créeme, por favor créeme que mi alma se regocija en verte de nuevo cuando ya pensaba que no volvería a hacerlo. Es solo que…

El dejó de apretar el ángel de metal y ella vio las líneas de sangre en su mano donde las puntas de las alas le habían cortado, marcándole a través de las runas en su palma. –Soy algo extraño para ti. Inhumano.

–Siempre serás humano para mí, –ella susurró. –Pero justo ahora no termino de ver a mi Jem en ti.

Él cerró los ojos. Estaba acostumbrada a las sombras oscuras en sus párpados, pero ya no estaban. –No tenía opción. Te habías ido, y Will se había ido detrás de ti por mis deseos. No temía a la muerte, pero temía abandonarlos a los dos. Esto, entonces, era mi único recurso. Para vivir, para quedarme y luchar.

Un poco de color había vuelto a su voz: Había pasión ahí, debajo del frío desapasionamiento de los Hermanos Silenciosos. –Pero sabía lo que perdería, –dijo él. –Una vez entendiste mi música. Ahora me miras como si no me conocieras para nada. Como si nunca me hubieras amado.

Mai se deslizó por debajo de la manta y se puso de pie. Fue un error. Su cabeza dio vueltas de pronto y las rodillas se le doblaron. Estiró la mano para cogerse del poste de la cama, pero en vez de eso atrapó un puñado de la túnica apergaminada de Jem. El se había acercado a ella con la quietud llena de gracia de los Hermanos Silenciosos que era como el humo propagándose, y sus brazos la rodearon ahora, sosteniéndola.

Ella se quedó quieta en sus brazos. Estaba tan cerca, tanto que ella hubiera sido capaz de sentir el calor de su cuerpo, pero no lo hacía. Su usual aroma de humo y azúcar quemada se había ido. Solo estaba el ligero aroma de algo seco y frío como la piedra vieja o el papel. Ella podía sentir el latido apagado de su corazón, ver el pulso en su garganta. Lo miró asombrada, memorizando las líneas y ángulos de su cara, las cicatrices en sus mejillas, la seda áspera de sus pestañas, el arco de su boca. –Mai. –La palabra salió en un gruñido, como si lo hubiera golpeado. El más ligero rubor apareció en sus mejillas, como sangre debajo de la nieve. –Oh, Dios, –dijo él y enterró la cara en el hueco de su cuello, donde comenzaba la curva del hombro, las mejillas contra su cabello. Sus palmas estaban planas contra su espalda presionándola más duro contra él. Pudo sentirlo temblar.

Por un momento se sintió desligada por el pesado alivio que obtuvo con esto, en la sensación de Jem bajo sus manos. Quizás realmente no crees en algo hasta que no puedes tocarlo. Y aquí estaba Jem, quien ella había pensado que estaba muerto, sosteniéndola, y respirando, y vivo. –Te sientes igual, –dijo ella. –Y aun así, te ves tan distinto. Eres distinto.

Él se alejó de ella con eso, con un esfuerzo que lo hizo morderse el labio y apretar los músculos de la garganta. Sosteniéndola amablemente por los hombros, la guió hasta sentarla de nuevo en el borde de la cama. Cuando la soltó, sus manos se apretaron en puños. Dio un paso hacia atrás y ella no podía verlo respirar, o ver el pulso en su garganta. –Soy diferente, –dijo en voz baja. –He cambiado. Y no de un modo que puede deshacerse.

–Pero no eres enteramente uno de ellos todavía, –dijo ella. –Puedes hablar – y ver.

Él soltó el aire lentamente. Todavía estaba mirando hacia el poste de la cama como si éste sostuviera los secretos del universo. –Hay un proceso. Una serie de rituales y procedimientos. No, todavía no soy un Hermano Silencioso por completo. Pero lo seré muy pronto.

–Entonces, el yin fen no lo impidió.

–Casi. Tuve mucho dolor durante la transición. Dolor increíble que casi me mata. Hicieron lo que pudieron. Pero nunca seré como otros Hermanos Silenciosos. –Él miró hacia abajo, sus pestañas cubriéndole los ojos. –No seré – completamente como ellos. Seré menos poderoso, porque hay ciertas runas, aún, que yo no puedo soportar.

–Seguramente ellos pueden esperar ahora, a que el yin fen salga de tu cuerpo por completo.

–No lo hará. Mi cuerpo se ha quedado encerrado en el estado en que estaba cuando me pusieron estas primeras runas. –Indicó las cicatrices en su cara. –Por eso, habrá habilidades que no podré conseguir. Me tomará mucho más tiempo el dominar la visión y el discurso de la mente.

–¿Eso significa que no van a quitarte los ojos – o coserte la boca?

–No lo sé. –Su voz era suave ahora, casi completamente la voz del Jem que conoció. Había un rubor en sus mejillas, y pensó en una pálida columna hueca de mármol que lentamente se estaba llenando de sangre humana. –Me tendrán por mucho tiempo. Quizás para siempre. No puedo decir que pasará. Me he entregado a mi mismo por completo a ellos. Mi destino está en sus manos ahora.

–Si pudiera liberarte de ellos.

–Entonces, el yin fen que permanece en mi, ardería de nuevo, y sería como era. Un adicto moribundo. Esta es mi elección Mai, porque de otro modo es la muerte. Tú sabes que así es. No quiero dejarte. Incluso sabiendo que el convertirme en un Hermano Silencioso puede garantizar mi supervivencia, peleé contra eso como si fuera una condena. Los Hermanos Silenciosos no pueden casarse. No pueden tener un parabatai. Solo pueden vivir en la Ciudad Silenciosa. No se ríen. No tocan música.

–Oh, Jem, –dijo Mai. –Quizás los Hermanos Silenciosos no puedan tocar música, pero tampoco pueden hacerlo los muertos. Si esta es la única forma en que puedes vivir, entonces mi alma se regocija por ti, incluso aunque mi corazón sufra.

–Te conozco demasiado bien como para pensar que te sentirías de otro modo.

–Y yo te conozco lo bastante bien como para saber que te sientes aplastado por la culpa. Pero ¿por qué? No has hecho nada malo.

Él inclinó la cabeza de modo que su frente descansaba sobre el poste de la cama. Cerró los ojos. –Esta es la razón por la que no deseaba venir.

–Pero no estoy enojada.

–No pensé que estarías enojada, –exclamó Jem, y fue como si el hielo se quebrara a través de una cascada congelada, liberando un torrente. –Estábamos comprometidos, Mai. Una propuesta – una oferta de matrimonio – es una promesa. Una promesa de amar y cuidar a alguien por siempre. No quería romper mi promesa hacia ti. Pero era eso, o morir. Quería esperar, casarme contigo, y vivir contigo por años, pero eso no era posible. Me estaba muriendo tan rápido. Hubiera renunciado – lo habría dado todo – por haber estado casado contigo por un día. Un día que nunca llegaría. Eres un recordatorio – un recordatorio de todo lo que estoy perdiendo. De la vida que no tendré.

–Renunciar a toda tu vida, por un día de matrimonio – no hubiera valido la pena, –dijo Mai. Su corazón estaba golpeándola con un mensaje que le hablaba de los brazos de Will alrededor de ella, de sus labios en los de ella, en la cueva bajo Cadair Idris. Ella no merecía las amables confesiones de Jem, su penitencia o sus deseos. –Jem, tengo que decirte algo.

Él la miró y ella pudo ver color negro en sus ojos, tiras de negro a lo largo del plateado, era hermoso y extraño. –Es sobre Will. Sobre Will y yo.

–El te ama, –dijo Jem. –Sé que él te ama. Hablamos de eso antes de que se fuera de aquí. –Aunque la frialdad no había vuelto a su voz, sonaba calmado casi de un modo innatural.

Mai estaba aturdida. –No sabía que habían hablado de eso entre ustedes. Will no lo dijo.

–Tampoco tú me dijiste de sus sentimientos aunque lo supiste por meses. Todos tenemos nuestros secretos que guardar porque no queremos herir a las personas que nos aman. –¿Había una especie de calidez en su voz, o se lo estaba imaginando?

–Ya no quiero ocultarte secretos, –dijo Mai. –Pensé que estabas muerto. Los dos, Will y yo, lo pensábamos. En Cadair Idris.

–¿Me amaste? –él la interrumpió. Parecía una pregunta extraña, y aún así él la hizo sin ninguna implicación u hostilidad, y esperó tranquilamente por su respuesta.

Ella lo miró, y las palabras de Woolsey volvieron a ella, como el susurró de una oración. La mayoría de la gente nunca encuentra un gran amor en su vida. Eres bastante afortunada de haber encontrado dos. Por un momento ella puso a un lado su confesión. –Sí. Te amé. Aún te amo. También amo a Will. No puedo explicarlo. No lo sabía cuando accedí a casarme contigo. Te amé y aún te amo, nunca te he amado menos por todo lo que lo he amado a él. Suena a locura, pero si alguien pudiera entenderlo.

–Lo entiendo, –dijo Jem. –No hay necesidad de que me digas más sobre Will y tu. No hay nada que ustedes puedan haber hecho que logre que dejara de amar a cualquiera de los dos. Will es yo mismo, mi propia alma, y si no soy yo quien va a cuidar de tu corazón, entonces no hay otro que yo preferiría que tuviera ese honor. Y cuando me haya ido, tú debes ayudar a Will. Esto será – esto será duro para él.

Mai le buscó el rostro con la mirada. La sangre había abandonado sus mejillas; estaba pálido pero entero. Su mandíbula firme, decía todo lo que ella necesitaba entender: No me digas más. No quiero saberlo.

Algunos secretos pensó, era mejor decirlos; otros era mejor dejarlos para que pesaran en el que los cargaba, para que no causaran dolor a otros. Fue por eso que ella no le dijo a Will que lo amaba, cuando no había nada que cualquiera de los dos pudiera hacer con eso.

Ella calló lo que intentaba decirle, y en vez de eso dijo:–No sé cómo voy a arreglármelas sin ti.

–Me pregunto lo mismo. No quiero dejarte. No puedo dejarte. Pero si me quedo, moriré aquí.

–No. No debes quedarte. No te quedarás. Jem. Prométeme que te irás. Ve, y sé un Hermano Silencioso, y vive. Te diría que te odio si pensara que me creerías y eso te hiciera marchar. Quiero que vivas. Incluso si eso significa que no te veré de nuevo.

–Me verás, –dijo él quedamente, levantando la cabeza. –De hecho, hay una posibilidad - solo una posibilidad pero.

–¿Pero qué?

Él hizo una pausa – titubeando, y parecía que había cambiado de opinión sobre algo. –Nada. Tonterías.

–Jem.

–Me verás de nuevo, pero no a menudo. Acabo de comenzar mi camino y hay tantas Leyes que rigen a la Hermandad. Estaré abandonando mi vida anterior. No puedo decir que habilidades o qué cicatrices tendré. No puedo decir qué tan distinto seré. Me temo que me perderé a mí mismo y a mi música. Temo que me convertiré en algo que no será completamente humano. Sé que ya no seré tu Jem.

Mai solo pudo negar con la cabeza –Pero los Hermanos Silenciosos – nos visitan – se codean con otros Cazadores de Sombras… No podrías…

–No durante su tiempo de entrenamiento. E incluso cuando han terminado, lo hacen muy rara vez. Nos ven cuando alguien está enfermo o muriendo, cuando nace un niño, para los rituales de las primeras runas, o de parabatai… pero no agraciamos a las casas de los Cazadores de Sombras sin haber sido convocados.

–Entonces Charlotte va a convocarte.

–Ella me llamó esta vez, pero no puede hacerlo una y otra vez, Mai. Un Cazador de Sombras no puede llamar a un Hermano Silencioso sin ninguna razón.

–Pero no soy una Cazadora de Sombras, –dijo Mai. –No verdaderamente.

Hubo un largo silencio mientras se miraban el uno al otro. Ambos tercos. Ambos sin ceder. Al final Jem habló: –¿Recuerdas cuando estuvimos juntos en Blackfriars Bridge? –preguntó suavemente, y sus ojos eran como lo fue aquella noche, todos negro y plata.

–Por supuesto que lo recuerdo.

–Fue el momento en que supe por primera vez que te amaba, –dijo Jem. –Te haré una promesa. Cada año, Mai, en un día, te encontraré en ese puente. Vendré de la Ciudad Silenciosa y me reuniré contigo, y estaremos juntos, aunque sea por una hora. Pero no debes decírselo a nadie.

–Una hora cada año, –susurró Mai. –No es mucho. –Ella se recompuso y respiró profundamente. –Pero estarás vivo. Vivirás. Eso es lo que importa: que no estaré visitando tu tumba.

–No. No por un largo, largo tiempo, –dijo él, y la distancia estaba ahí de nuevo en su voz.
–Entonces es un milagro, –dijo Mai. –Y uno no cuestiona los milagros, o se queja de que no se construyan perfectamente a nuestro gusto. –Se estiró y tocó el pendiente de jade en su garganta. –¿Debo devolvértelo?

–No, –dijo él. –Ya no me casaré con nadie más. Y no llevaré el regalo de bodas de mi madre a la Ciudad Silenciosa. –Él levantó la mano para acariciarle la cara ligeramente, un roce de piel con piel. – Cuando esté en la oscuridad, quiero pensar sobre él en la luz, contigo, –dijo, y se enderezó y dio la vuelta para caminar hacia la puerta. La túnica de pergamino de los Hermanos Silenciosos se movía junto con él a su alrededor y Mai lo miró, paralizada; cada latido de su corazón diciendo con sus golpes las palabras que no podía decir: Adiós. Adiós. Adiós.

El se detuvo en la puerta. –Te veré en Blackfriars Bridge, Mai.

Y se fue.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 2:35 pm

***


Si Will cerraba los ojos, podía escuchar los sonidos del Instituto alrededor de él, volviendo a la vida temprano en la mañana, o al menos podía imaginarlo: Sophie poniendo la mesa para el desayuno, Charlotte y Cyril ayudando a Henry a pasarse a su silla, los hermanos Lightwood caminando adormilados en los corredores, Cecily sin duda lo estaría buscando en su habitación, como lo había hecho varias mañanas seguidas hasta ahora, tratando – y fallando – de ocultar su obvia preocupación.

Y en la habitación de Mai; Jem y Mai hablando.

Sabía que Jem estaba ahí, por que el carruaje de los Hermanos Silenciosos estaba en el patio. Podía verlo a través de las ventanas del salón de entrenamiento. Pero no era algo en lo que pudiera pensar. Era lo que había querido, lo que le había pedido a Charlotte, pero ahora que estaba sucediendo, no podía soportar pensar en eso tan de cerca. Así que se había ido al salón donde siempre iba cuando su mente estaba en conflicto; había estado lanzando cuchillos a la pared desde que salió el sol, y su camisa estaba empapada de sudor y se le pegaba a la espalda.

Thunk. Thunk. Thunk. Los cuchillos golpearon el muro, cada uno en el centro de la diana. Recordó cuando tenía doce años, cuando parecía imposible lograr que el cuchillo llegara a cualquier sitio cerca del objetivo. Jem le había ayudado, mostrándole como sostener la hoja, como alinear el punto y lanzar. De todos los lugares del Instituto, la sala de entrenamiento era la que más asociaba con Jem – además del propio cuarto de Jem y ese había sido despojado de sus pertenencias. Ahora era solo otro cuarto vacío del Instituto, esperando que otro Cazador de Sombras lo llenara. Incluso Iglesia parecía no querer entrar; se quedaba parado en la puerta algunas veces y esperaba como lo hacían los gatos, pero ya no dormía sobre la cama como lo hacía cuando Jem vivía ahí.

Will tembló – la sala de entrenamiento era fría en la temprana mañana gris; el fuego en el hogar estaba ardiendo bajo, una sucia sombra de rojo y dorado escupiendo ascuas coloridas. Will podía ver a los dos muchachos en su mente, sentados en el piso frente al fuego en esta misma habitación, uno con el cabello negro, negro; y el otro cuyo cabello era blanco como la nieve. Le había estado enseñando a Jem como jugar ecarte con una baraja de cartas que se había robado de la sala de estar.

En un punto, disgustado por haber perdido, Will había lanzado las cartas al fuego y observado con fascinación como se consumían una por una, el fuego haciéndole agujeros al papel blanco brillante. Jem se había reído.–No puedes ganar de esa forma.

–Algunas veces, es la única forma de ganar, –dijo Will. – Hacer que todo se consuma.

Se fue a recoger los cuchillos de la pared, gruñendo. Hacer que todo se consuma. Todavía le dolía todo el cuerpo. Mientras arrancaba los cuchillos, vio que a pesar de los iratze, tenía moretones azul verde en sus brazos, y cicatrices de la batalla en Cadair Idris que tendría para siempre. Pensó en pelear junto a Jem en la batalla. Quizás no lo había apreciado en ese momento. La última, última vez.

Como un eco en sus pensamientos, una sombra cayó sobre la entrada. Will miró hacia arriba y casi deja caer el cuchillo que estaba sosteniendo.–¿Jem? –dijo. –¿Eres tú, James?

–¿Quién más? –Era la voz de Jem. Mientras caminaba hacia la luz en la habitación, Will pudo ver que la capucha de su túnica de pergamino estaba baja, y que su mirada encontraba la de Will. Su cara, sus ojos, todos conocidos. Pero Will antes siempre había sido capaz de sentir a Jem; sentir cuando se acercaba y su presencia. El hecho de que Jem lo sorprendiera ahora, era un agudo recordatorio del cambio en su parabatai.

Ya no es tu parabatai, le dijo una pequeña voz en el fondo de su mente.

Jem entró en la habitación con el andar callado de los Hermanos Silenciosos, cerrando la puerta detrás de él. Will no se movió de donde estaba. No sentía que pudiera. El ver a Jem en Cadair Idris fue una conmoción que había a travesado su sistema como una terrible y maravillosa incandescencia – Jem estaba vivo, pero había cambiado; vivía, pero estaba perdido.–Pero, –dijo él. –Tú estás aquí para ver a Mai.

Jem lo miró con severidad. Sus ojos eran negro plateado, como disparos a través de obsidiana. –¿Y no pensaste que tomaría la oportunidad, cualquier oportunidad que pudiera, para verte a ti, también?

–No lo sabía. Después de la batalla te fuiste sin una despedida.

Jem dio unos pasos al frente, dentro de la habitación. Will sintió que su columna se tensaba. Había algo extraño, algo diferente hasta la médula en la forma en que Jem se movía ahora; esta no era la gracia de los Cazadores de Sombras en la cual Will se había entrenado por años para poder imitar; sino algo extraño y ajeno y nuevo. Jem debió ver algo en la expresión de Will, porque se detuvo.–¿Cómo podría decirte adiós? –dijo, –¿a ti?

Will dejó que el cuchillo se le cayera de la mano. Se quedó clavado con la punta hacia abajo en la madera del suelo. “¿Cómo lo hacen los Cazadores de Sombras? Ave atque vale. Y por siempre, hermano, el saludo y la despedida.” –Pero esas son palabras para la muerte. Catulus las dijo sobre la tumba de su hermano, ¿no es así? Multas per gentes et multa per aequora vectus advenio has miseras, frater, ad inferías.

Will conocía las palabras. A través de muchas aguas sufragados, hermano, he venido a su triste tumba, en la que daré estos últimos regalos a los muertos. Por siempre y para siempre, hermano, saludo. Por siempre y para siempre, despedida. Se le quedó mirando. –Tu – ¿memorizaste el poema en latín? Pero siempre has sido el que memoriza la música, no las palabras –Se interrumpió con una risa corta. –Olvídalo. Los Rituales de la Hermandad deben haber cambiado eso.” Se dio la vuelta y caminó algunos pasos alejándose de él y luego se giró abruptamente para encarar a Jem. –Tu violín está en el salón de música. Pensé que podrías habértelo llevado – si te importara hacerlo.

–No podemos llevarnos nada a la Ciudad Silenciosa, excepto nuestros cuerpos y nuestras mentes, –dijo Jem. –Dejé el violín aquí, por algún futuro Cazador de Sombras que desee tocarlo.

–No para mí, entonces.

–Me sentiría honrado si lo tomaras y lo cuidaras. Pero dejé otra cosa para ti. En tu cuarto está mi caja de yin fen. Pensé que quizás la querrías.

–Ese parece una clase cruel de regalo, –dijo Will. –Algo para recordarme… –lo que te alejó de mí. Lo que te hizo sufrir. Lo que busqué y no pude encontrar. Cómo te fallé.

–Will, no, –dijo Jem, quien como siempre, entendía sin que Will tuviera que explicarle. –No siempre fue la caja que contenía mis drogas. Era de mi madre. Kwan Yin, es la diosa que está representada por enfrente. Se dice que cuando murió y alcanzó las puertas del paraíso, se detuvo y escuchó los llantos de angustia del mundo humano que había debajo, y no pudo dejarlos. Se quedó para brindar ayuda a los mortales, cuando no pudieran ayudarse a sí mismos. Ella es el consuelo de todos los corazones que sufren.

–Una caja no va a consolarme.

–El cambio no es pérdida, Will. No siempre.

Will se pasó las manos por el cabello húmedo.–Oh, sí, –dijo amargamente. –Quizás en alguna otra vida, más allá de ésta, cuando hayamos pasado más allá del río, o dado un giro en la Rueda, o cualquier tipo de palabras amables que quieras usar para describir el dejar este mundo, entonces, encontraré de nuevo a mi amigo, a mi parabatai. Pero te he perdido ahora, - ¡ahora cuando te necesito más que nunca!

Jem se movió a través de la habitación – como el parpadeo de una sombra, con la gracia del Hermano Silencioso sobre él – y ahora estaba de pie junto al hogar. La luz del fuego le iluminaba la cara, y Will pudo ver que algo parecía brillar a través de él: una especie de luz que antes no había tenido. Jem siempre había brillado, con una vida feroz y una bondad más feroz aún, pero esto era algo distinto. La luz en Jem parecía arder ahora; era una luz distante, y una solitaria, la luz de una estrella.–Tú no me necesitas, Will.

Will miró hacia abajo, a sí mismo, al cuchillo a sus pies, y recordó el cuchillo que enterró en la base del árbol en el camino a Shrewsbury Welshpool, manchado con su sangre y la de Jem. –Toda mi vida, desde que llegué al Instituto, tú fuiste el espejo de mi alma. Veía mi propia bondad reflejada en ti. Solo en tus ojos encontraba gracia. ¿Cuándo te hayas ido lejos de mí, quién me verá de ese modo?

Se quedaron en silencio entonces. Jem de pie, tan quieto como una estatua. Con su mirada Will buscó y encontró, la runa parabatai en el hombro de Jem; que como la propia se había desvanecido a un blanco pálido.

Al final Jem habló. La fría lejanía había dejado su voz. Will respiró duramente recordando qué tanto esa voz le había dado forma a los años de su crecimiento, su tranquila amabilidad como un faro en la oscuridad.–Ten fe en ti mismo. Puedes ser tu propio espejo.

–¿Qué pasa si no puedo? –Susurró Will. –Ni siquiera sé cómo ser un Cazador de Sombras sin ti. Siempre he peleado contigo a mi lado.

Jem dio un paso adelante y esta vez Will no se movió para desalentarlo. Se acercó lo bastante cerca para tocarle – Will pensó distraídamente que nunca antes había estado parado tan cerca de un Hermano Silencioso, que la tela de su túnica estaba tejida con un material extraño, rudo y pálido como la corteza de un árbol, y que ese frio parecía emanar de la piel de Jem del modo en que las piedras contenían el frío incluso en un día caluroso.

Jem puso los dedos bajo la barbilla de Will, forzándolo a mirarlo directamente. Su toque era helado.

Will se mordió el labio. Esta era la última vez que Jem, como Jem, podría tocarle. La agudeza de los recuerdos lo atravesó como un cuchillo – de años del ligero roce de Jem en su hombro, de su mano ayudando a Will a levantarse cuando se caía, Jem conteniéndolo cuando estaba furioso, las propias manos de Will en los delgados hombros de Jem cuando tosía sangre en su camisa. –Escúchame. Me estoy yendo, pero estoy viviendo. No me iré lejos de ti completamente Will. Cuando pelees ahora, estaré todavía junto a ti. Cuando camines por el mundo, seré la luz a tu lado, el piso firme bajo tus pies, la fuerza que conduce la espada en tu mano. Estamos unidos más allá del pacto. Las Marcas no cambiaron eso. El pacto no cambió eso. Simplemente le dio palabras a algo que ya existía.

–¿Pero qué hay de ti? –dijo Will. –Dime qué puedo hacer, porque tú eres mi parabatai, y no deseo que vayas solo a las sombras de la Ciudad Silenciosa.”

–No tengo opción. Pero si hay alguna cosa que puedo pedirte es que seas feliz. Quiero que tengas una familia y que envejezcas con aquellos que te aman. Y si deseas casarte con Mai, entonces no dejes que mi recuerdo los mantenga separados.

–Ella puede que no me quiera, ¿sabes? –dijo Will.

Jem sonrió fugazmente–Bueno, yo pienso que esa parte depende de ti.

Will le sonrió en respuesta, y por solo ese momento, fueron Jem y Will de nuevo. Will podía ver a Jem, pero también a través de él, hacia el pasado. Will los recordaba a ambos, corriendo por las oscuras calles de Londres, saltando de tejado en tejado, con cuchillos serafín brillando en sus manos; horas en la sala de entrenamiento; lanzándose el uno al otro en charcos de lodo, lanzándole bolas de nieve a Jessamine desde detrás de un fuerte de hielo en el patio, dormidos como cachorros en la alfombra delante del fuego.

Ave atque vale, pensó Will. Saludo y despedida. No había pensado mucho en esas palabras antes de ese momento, nunca había pensado en cómo no solo eran una despedida, sino también una bienvenida. Cada encuentro te lleva a una separación y así sería, mientras la vida fuera mortal. En cada encuentro había algo de la tristeza de la separación, pero en cada separación había algo de la alegría del encuentro también.

El no olvidaría la alegría.–Hablamos sobre cómo decir adiós, –dijo Jem. –Cuando Jonathan se despidió de David, él dijo, ‘Ve en paz, por tanto que hemos jurado, ambos diciendo, que el Señor esté entre tú y yo, para siempre.’ Ellos no volvieron a verse, pero no se olvidaron. Así que sea entre nosotros. Cuando sea el Hermano Zachariah, cuando ya no pueda ver con mis ojos humanos, todavía seré en alguna parte, el Jem que tú conociste, y te veré con los ojos de mi corazón.

–Wo men shi shen si ji jiao, –dijo Will, y vio que los ojos de Jem se abrían de poco a poco, y el brillo de diversión dentro de ellos. –Ve en paz, James Carstairs.

Se quedaron mirando el uno al otro por un momento muy largo, y entonces Jem se puso la capucha escondiendo su rostro en la oscuridad, y se dio la vuelta.

Will cerró los ojos. No podía escuchar a Jem cuando se fuera, ya no; no quería saber el momento en que él se fuera y Will se quedara solo, no quería saber en qué momento comenzaba verdaderamente su primer día como Cazador de Sombras, sin un parabatai. Y si el lugar sobre su corazón donde su runa parabatai estuvo, se incendió con un repentino dolor ardiente mientras la puerta se cerraba detrás de Jem, Will se dijo a si mismo que era un ascua perdida de la chimenea.

Se inclinó hacia atrás contra la pared, entonces lentamente se dejó caer hasta que estuvo sentado en el suelo, junto a su cuchillo. No supo cuanto tiempo se quedó ahí sentado, pero pudo escuchar el sonido de los caballos en el patio, el traqueteo del carruaje de los Hermanos Silenciosos cuando salía hacia el camino. El chasquido de la reja cuando se cerró. Somos polvo y sombras.–¿Will? Él miró hacia arriba, no había notado la ligera figura en la entrada del cuarto de entrenamiento hasta que habló. Charlotte dio un paso hacia adelante y le sonrió. Había amabilidad en su sonrisa, como siempre, y luchó para no cerrar los ojos con los recuerdos – Charlotte en la puerta de éste mismo cuarto. No recuerdas que te dije ayer, que hoy estaríamos recibiendo a alguien en el Instituto?… James Carstairs…

–Will, –ella dijo de nuevo, ahora. –Tenías razón.

Él levantó la cabeza, y sus manos quedaron colgando entre sus rodillas.–¿Tenía razón en qué cosa?

–Sobre Jem y Mai, –dijo ella. –Su compromiso se ha terminado. Y Mai está despierta. Está despierta y bien, y está preguntando por ti.

***

Cuando esté en la oscuridad, pensaré en él en la luz, contigo.

Mai se sentó derecha contra las almohadas que Sophie cuidadosamente había acomodado para ella, y miraba al pendiente de jade en sus manos. Las dos chicas se habían abrazado, y Sophie había cepillado los mechones enredados del cabello de Mai, y dicho “bendito sea, bendito sea,” tantas veces, que Mai había tenido que pedirle que dejara de hacerlo antes de que las hiciera llorar a las dos.

Sentía como si estuviera partida en dos personas diferentes. Una de ellas contando sus bendiciones una y otra vez por que Jem estaba vivo, porque sobreviviría y vería amanecer de nuevo, porque la droga venenosa por la que había sufrido tanto tiempo, no consumiría la vida en sus venas. La otra.

–¿Mai? –Una voz suave venia de la puerta; ella levantó la mirada y vio a Will allí, delineado en la luz del corredor.

Will. Ella pensó en el muchacho que había venido a su habitación en la Casa Oscura y la había distraído de su terror hablando sobre Tennyson y erizos y deslumbrantes amigos que venían a rescatarla a una y que nunca se equivocaban. Ella pensó que era guapo entonces, pero ahora ella pensaba otra cosa por completo. El era Will, en toda su perfecta imperfección; Will cuyo corazón era tan fácil de romper en la misma medida en que era tan cuidadosamente resguardado; Will, quien amaba insensatamente, pero por completo y con todo lo que tenía. –Mai, –dijo de nuevo, dudando con su silencio, y entró medio cerrando la puerta detrás de él. –Yo – Charlotte dijo que deseabas hablar conmigo.

–Will, –dijo ella y supo que estaba muy pálida, que su piel estaba manchada de rojo por haber llorado, y que sus ojos también estaban rojos todavía; pero eso no importaba, porque era Will, y ella extendió las manos y él vino inmediatamente a tomarlas, encerrándolas en sus propios dedos tibios y llenos de cicatrices.

–¿Cómo te sientes? –preguntó, sus ojos buscando la respuesta en el rostro de ella. –Debo hablarte, pero no deseo imponerte una carga hasta que estés completamente saludable otra vez.”

–Estoy bien, –dijo ella, devolviendo la presión de sus dedos con los propios. “Viendo que Jem ha aliviado mi mente. ¿Alivió también la tuya?

Sus ojos se alejaron de los de ella, aunque el agarre de sus manos no titubeo.–Lo hizo, –dijo, –y no lo hizo.

–Se calmó tu mente, –dijo ella, –pero no tu corazón.

–Si, –dijo él. –Sí. Eso es, exactamente. Me conoces tan bien, Mai –Él le dio una sonrisa triste. –Está vivo, y por eso me siento agradecido. Pero ha escogido un camino de inmensa soledad. La Hermandad – ellos comen solos, y caminan solos, se levantan solos y se enfrentan a la noche solos. Lo salvaría de eso si pudiera.

–Lo has salvado en todo lo que has podido salvarle, –dijo Mai calmadamente. –Del mismo modo en que él te ha salvado a ti, y todos hemos tratado tan duro de salvarlos a los dos. Al final todos tuvimos que tomar nuestras propias decisiones.

–¿Estas diciéndome que no debo hacer duelo?

–No. Ten tu duelo. Ambos debemos hacerlo. Llóralo pero no te culpes por que en esto tú no eres responsable.

Él miró a sus manos unidas. Muy suavemente acarició las cimas de sus nudillos con los pulgares.–Quizás no, –dijo él. –Pero hay otras cosas en las que si soy responsable.

Mai respiró rápida y superficialmente. La voz de él se había vuelto baja y había una aspereza en ella que no había escuchado desde – Su aliento suave y caliente contra su piel hasta que ella estaba respirando tan duramente como él, y sus manos estaban deslizándose hacia arriba por sus hombros, sus brazos, sus costados…

Ella parpadeó rápidamente y retiró sus manos de las de él. No estaba mirándolo a él sino a la luz de la chimenea en los muros de la cueva, y escuchando su voz en el oído, y todo parecía como un sueño en aquel momento, como instantes sacados de la vida real, como si hubieran tenido lugar en otro mundo. Incluso ahora, apenas podía creer que hubiera sucedido.–¿Mai? –Su voz titubeaba, y aún tenía las manos extendidas hacia ella. Una parte de ella quería tomarlas y jalarlo junto a ella, y besarlo y olvidarse a sí misma en Will como lo hizo antes. Porque él era tan efectivo como cualquier droga.

Y entonces recordó los mismos ojos nublados de Will, en el mercado de opio, los sueños de felicidad rotos en ruinas en el momento en que los efectos del humo se diluían. No. Algunas cosas solo podían arreglarse enfrentándolas. Respiró profundo y miró a Will. –Sé lo que vas a decir, –dijo. –Estás pensando en lo que pasó entre nosotros en Cadair Idris, porque pensamos que Jem estaba muerto, y que nosotros también moriríamos. Eres un hombre honorable Will, y tú sabes lo que debes hacer ahora. Debes ofrecerme matrimonio.

Will, quien se había quedado muy quieto, demostró que todavía podía sorprenderla y se rió. Fue una risa suave y compungida.–No esperaba que fueras tan directa, pero supongo que debería haberlo esperado. Conozco a mi Mai.

–Soy tu Mai, –dijo ella. –Pero, Will. No quiero que hables ahora. No de matrimonio, ni de promesas de toda una vida.

Él se sentó en el borde de la cama. Estaba en ropa de combate para entrenamiento, la camisa suelta remangada hasta los codos, la garganta abierta, y ella podía ver las cicatrices de la batalla todavía sanando en su piel, el blanco recuerdo de runas de sanación. Pudo ver también el comienzo de su dolor, reflejado en sus ojos.–¿Te arrepientes de lo que pasó entre nosotros?

–¿Puede uno arrepentirse de algo que, aunque fue insensato, fue hermoso? –dijo ella, y el dolor en sus ojos se convirtió en confusión.

–Mai si tienes miedo de que me sienta renuente, obligado.

–No. –Ella levantó las manos. –Es solo que siento que tu corazón debe ser un enredo de dolor y desesperación, y felicidad y confusión, y no quiero que hagas ninguna declaración cuando estás tan sobrecogido. Y no me digas que no estás sobrecogido, porque puedo verlo sobre ti, y sentirlo yo misma. Los dos estamos sobrecogidos Will, y ninguno de los dos estamos en forma como para tomar decisiones.

Por un momento él dudó, con los dedos flotando sobre su corazón, donde la runa parabatai había estado, tocándola ligeramente – y ella se preguntó si era consciente de que estaba haciéndolo – y entonces él dijo.

–A veces me temo que eres demasiado prudente, Mai.

–Bueno, –dijo ella. –Uno de los dos tiene que serlo.

–¿No hay nada que pueda hacer? –dijo él. –Preferiría no alejarme de tu lado. A menos que tu lo desees.

Mai dejo caer la mirada sobre la mesa junto a la cama, en donde estaban apilados los libros que había estado leyendo, antes del ataque de los autómatas sobre el Instituto – se sentía como si hubiera sido hace años.–Puedes leerme, –dijo. –Si no te molesta.

Will la miró ante eso, y sonrió. Era una sonrisa descarnada y extraña, pero real, y era toda de Will. Mai sonrió en respuesta.–No me molesta, –él dijo. –En absoluto.

Y así fue como, más o menos un cuarto de hora después, Will vino a sentarse en una silla leyéndole de David Copperfield, cuando Charlotte empujó suavemente con los dedos la puerta del cuarto de Mai y se asomó dentro. No podía evitar sentirse ansiosa – Will se veía tan desesperado, sentado en el suelo del cuarto de entrenamiento, tan solitario, y recordó el miedo que había sentido siempre, que si Jem los dejaba alguna vez, se llevaría lo mejor de Will con él cuando se fuera. Y Mai también, todavía estaba tan frágil…

La suave voz de Will llenaba la habitación, junto con el callado brillo de la luz del fuego en la chimenea. Mai estaba recostada de lado, con el cabello café extendido sobre la almohada, mirando a Will cuyo rostro estaba inclinado sobre las páginas con una mirada de ternura en sus ojos, una ternura que se veía reflejada en su voz cuando leía. Era una ternura tan íntima y profunda que Charlotte se alejó de inmediato, dejando que la puerta se cerrara detrás de ella sin hacer ruido.

Aun así, la voz de Will la siguió por el corredor mientras se alejaba, y su corazón se sentía mucho más ligero que momentos antes. –… y no pueden cuidarle, si decirlo no es algo muy atrevido, tan de cerca como yo lo haría. Pero en caso de que algún fraude o falsedad se esté practicando en su contra, espero que el amor sencillo y la verdad sean fuertes al final. Espero que el verdadero amor y la verdad sean más fuertes al final, que cualquier maldad o cualquier desgracia en el mundo…
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 2:57 pm

24

La medida del amor

– La medida del amor es amar Sin medida. –
-Atribuido a San Agustín.

La sala del Consejo estaba llena de luz. Un gran doble círculo había sido pintado en el estrado en la parte de delante de la sala, en el espacio entre los círculos se encontraban diversas runas: runas de unión, runas de conocimiento, runas de habilidad y de artesanía, y runas que simbolizaban el nombre de Sophie. Sophie se arrodilló en el centro de los círculos. Su pelo oscuro sin recoger caía hasta su cintura, una cascada de rizos oscuros contra su ropa de combate aún más oscura. Estaba preciosa con la luz que se filtraba por el tragaluz, la cicatriz en su mejilla roja como una rosa.

El Cónsul se puso de pie junto a ella, sus manos blancas levantadas, la Copa Mortal dentro de ellas. Charlotte vestía simplemente un traje escarlata que ondeaba a su alrededor. Su pequeño rostro era grave y severo. – Toma la copa, Sophia Collins– dijo, la habitación estaba en completo silencio. La Sala del consejo no estaba llena, pero si lo estaba la fila en la que Mai estaba sentada: Gideon y Gabriel, Cecily y Henry, ella y Will, esperaban ansiosos por ver a Sophie Ascender. En cada extremo de la tarima se encontraba un Hermano Silencioso, sus cabezas inclinadas, sus ropas apergaminadas luciendo como si hubieran sido talladas en mármol.

Charlotte bajó la copa y se la entregó a Sophie, quien la cogió con cuidado.– ¿Juras, Sophia Collins, abandonar el mundo terrenal y seguir el camino de los cazadores de sombras? ¿Tener la misma sangre que el ángel Raziel y hacer honor a ella? ¿Juras servir a la Clave, seguir la ley como establece en el Pacto y obedecer la palabra del Consejo? ¿Defender lo que es humano y mortal, a sabiendas de que tu servicio no tendrá recompensas y no recibirá un gracias pero si honor?

–Lo juro, – dijo Sophie con voz firme.

–¿Puedes ser un escudo para los débiles, luz en la oscuridad, verdad entre la falsedad, una torre en un diluvio, un ojo para ver lo que es ciego para los demás?

–Sí, puedo.

–Y cuando mueras, ¿darás tu cuerpo a los Nefilim para ser quemado y que tus cenizas puedan usarse para construir en la Ciudad de Huesos?

–Lo haré.

–Ahora, bebe, dijo Charlotte. – Mai escuchó a Gideon coger aire. Esta era la parte peligrosa del ritual. Esta era la parte que podía matar a alguien no entrenado o indigno.

Sophie inclinó su cabeza oscura y posó la taza en sus labios. Mai se inclinó hacia delante, su pecho oprimido. Sintió la mano de Will deslizarse sobre la de ella, un peso cálido y reconfortante. Sophie se movió mientras tragaba.

El círculo que la rodeaba a ella y a Charlotte, estalló con un halo de luz frío, azulado y blanquecino, que oscureció a las dos. Cuando se desvaneció. Mai fue parpadeando para dejar de ver estrellas cuando la luz disminuyó, parpadeó a toda prisa y vio a Sophie levantar la copa. La copa emitía un resplandor mientras esta se la entregaba de nuevo a Charlotte, quien sonrió ampliamente. –Eres una Nefilim ahora, – dijo. – Yo te nombro Sophia cazadora de sombras, de la sangre de Jonathan Cazador de Sombras, hijo de los Nefilim. Levántate, Sophia.

Y Sophie se levantó en medio de los vítores de la gente, los aplausos más ruidosos provenientes de Gideon. Sophie estaba sonriendo, su cara entera brillando a causa de la luz solar invernal que se colaba por la claraboya. Sombras se movían a través del suelo, cayendo rápidamente. Mai alzó la vista, y vio la maravillosa blancura arremolinándose con cuidado más allá del cristal. –Nieve, – dijo Will con voz baja en su oído. – Feliz navidad, Mai.

Esa noche, fue la noche de la fiesta anual de navidad del Enclave. Fue la primera vez que Mai vio el gran salón de baile del Instituto abierto y lleno de gente.

Las enormes ventas brillaban con el reflejo de la luz, proyectando un brillo dorado a través del pulido piso. Más allá del cristal oscuro, uno podía ver la nieve caer, en suaves y grandes copos blancos, pero dentro del Instituto todo era cálido, dorado y seguro.

La navidad entre los Cazadores de Sombras no era como la navidad que Mai había conocido.

No había coronas de adviento, villancicos, ni galletas de navidad. Había un árbol, aunque no decorado de la manera tradicional. Un enorme abeto, se elevaba casi hasta tocar el techo en un extremo lejano del salón de baile. (Cuando Will le preguntó a Charlotte cómo en la tierra había llegado allá arriba, sólo agitó la mano y dijo algo respecto a Magnus.) Tenía velas en equilibrio en cada rama, aunque Mai no podía ver cómo estaban fijadas o qué las soportaba y ponían aún más luz dorada en el ambiente.

Atadas a los candelabros puestos en las ramas del árbol, en la mesa, en los pomos de la puerta, habían runas brillantes y cristalinas, cada una tan clara como un vidrio que refleja luz, creando un resplandeciente arco iris a través de la habitación. Las paredes estaban decoradas con guirnaldas entrelazadas de acebo e hidra, las bayas de color rojo brillante contra las hojas verdes. Aquí y allá se encontraban blancas ramitas de muérdago. Incluso había una atada al cuello de Iglesia, que se movía debajo de las mesas de navidad y lucía furioso.

Mai creía que nunca antes había visto tanta comida. Las mesas estaban cargadas de pollo y pavo, aves de caza y liebres, jamón y pasteles de Navidad, finísimos sándwiches, helados y majar blanco y pos tres de crema, jaleas de colores de piedras preciosas y joyas, pudding chispeado hecho con brandy, sorbete helado, vino y grandes cuencos de plata que contenían ponche de Navidad. Había golosinas y caramelos en abundancia, bolsas de San Nicolás que contenían cada una un trozo de carbón, un poco de azúcar o un caramelo de limón, para contar si el comportamiento del receptor de la bolsa durante ese año había sido travieso, dulce o amargo.

Los habitantes del Instituto habían tenido té y regalos, antes de que los invitados llegaran. – Charlotte, en equilibrio sobre el regazo de Henry, mientras él estaba en su silla rodante, abría regalos para el bebé, el cual se esperaba su llegada en Abril. (Cuyo nombre se había decidido, iba a ser Charles. – Charles Fairchild, – había dicho con orgullo Charlotte, sosteniendo la pequeña manta que Sophie había hecho para él, con sus iniciales, C.F, bordadas en una esquina.

–Charles Buford Fairchild, – la corrigió Henry.

Charlotte hizo una mueca. Mai, riendo, había preguntado, – ¿Fairchild? ¿No Branwell?– Charlotte regalándole una sonrisa tímida dijo – Yo soy el Cónsul. Se ha decidido que en este caso el niño lleve mi nombre. A Henry no le importa, ¿Verdad Henry?

No, en absoluto, – dijo Henry, – Especialmente porqué Charles Buford Branwell suena bastante tonto, en cambio, Charles Buford Fairchild tiene un excelente ritmo.

–Henry…

Mai sonrió al recordarlo. Se encontraba de pie cerca del árbol de Navidad, mirando a los miembros del Enclave en todas sus galas- las mujeres con sus joyas de profundos tonos invernales, vestidos de satén rojo, seda de color zafiro, y tafetán de color oro, los hombres en elegantes trajes de noche. Se echó a reír. Sophie se encontraba con Gideon, luciendo relajada un elegante vestido aterciopelado de color verde; Cecily en un vestido azul, corría de aquí hacia allí, encantada mirando todo y Gabriel detrás de ella, siguiéndola y adorando el movimiento de su pelo largo y enredado. Un tronco de navidad enorme fue encendido en la chimenea de piedra, y colgando por encima había redes que contenían manzanas de oro, nueces palomitas de colores y dulces. Había música también, suave e inquietante, parecía que Charlotte finalmente había encontrado un uso para la voz de Bridget, ya que esta se oía por encima del sonido de los instrumentos, cadenciosa y dulce.

Ay mi amor que me equivocado

para echar fuera de mi descortesía;

y yo os he amado oh tanto tiempo

deleitándose en su empresa.

Greensleeves era mi placer,

Greensleeves mi corazón de oro

Greensleeves era mi corazón de alegría

y ¿quién sino mi señora Greensleeves?

–Deja que del cielo lluevan papas– dijo una voz meditando – Deja que truene al tono de Greensleeves. – Mai se sorprendió y volteo. Will había aparecido de alguna manera en su hombro, lo cual era molesto ya que cuando ella había entrado a la habitación no había visto señales de él. Como siempre, la visión de él en su traje de noche –totalmente azul y negro y blanco- la dejo sin aliento, pero ella ocultó el tirón en su pecho con una sonrisa – Shakespeare– dijo ella – las alegres comadres de Windsor.

–No es una de sus mejores obras– Will dijo, entrecerrando sus ojos azules mientras la conducía dentro. Mai había elegido vestir de seda rosada esa noche y sin ninguna joyería salvo una cinta de terciopelo enrollado dos veces en su cuello y colgando en su espalda. Sophie la había peinado –como un favor, no como su doncella- y trenzo algo de muérdago en sus rizos. Mai se sentía lujosa y distinguida; – pero tiene sus momentos.

–Siempre un crítico literario– Mai suspiró, desviando la mirada de él, a través de la habitación en donde Charlotte tenía una conversación con un hombre alto y rubio que Mai no reconoció.

Will se inclino hacia ella. Olía ligeramente a algo verde e invernal, abeto o lima o ciprés.–Esas son bayas de muérdago en tu pelo, – dijo, con una voz fantasmagórica a través de su mejilla. – Técnicamente, creo que eso significa que cualquiera puede darte un beso en cualquier momento.

Ella abrió mucho los ojos hacia él. –¿Crees que sean propensos a intentarlo? –

Él le tocó la mejilla ligeramente, tenía puestos unos guantes blancos de gamuza, pero ella lo sintió como si se tratara de la piel sobre la suya. – Yo mataría a cualquiera que lo intentara.

–Bueno, – dijo Mai. – No sería la primera vez que haces algo escandaloso en Navidad.

Él se detuvo un momento y luego sonrió, esa sonrisa rara que iluminaba su cara y cambiaba toda la naturaleza de la misma. Era una sonrisa por la que Mai se había preocupado de que se hubiera ido para siempre, con Jem abajo en la oscuridad de la Ciudad Silenciosa. Jem no estaba, pero un poco de Will se había ido con él cuando se fue. Un poco del corazón de Will estaba cincelado y enterrado junto a los huesos susurrantes. Y Mai se había preocupado, en la primera semana justo después, que Will no se recuperaría, que siempre seria una especie de fantasma, vagando por el Instituto, sin comer, siempre recurriendo a hablar con alguien que no estaba allí, la luz en su cara muriendo mientras recordaba y guardaba silencio.

Pero ella estaba determinada. Su propio corazón se había roto, pero reparar el de Will, estaba segura, que significaría reparar su propio corazón de algún modo. Tan pronto como estuvo lo suficientemente fuerte, se había ofrecido para traerle té que él no quiso, y los libros que él sí quiso; lo había arrastrado, dentro y fuera de la biblioteca, y le pidió su ayuda para su entrenamiento. Ella le dijo a Charlotte que dejara de tratarlo como un cristal que fuera a romperse y lo enviara a la ciudad a luchar, como había sido enviado antes, con Gabriel o Gideon en lugar de Jem. Y Charlotte lo había hecho, con inquietud, pero Will había regresado ensangrentado y magullado, pero con los ojos vivos y encendidos.

–Eso fue inteligente, – Cecily le había dicho más tarde, ya que había estado de pie junto a la ventana, mirando Will y Gabriel hablando en el patio.– Ser Nefilim le da a mi hermano un propósito. Cazar demonios va a reparar las grietas en él. Cazar de demonios y tú.

Mai había dejado caer la cortina para cerrarla, pensativa. Ella y Will no había hablado de lo que había sucedido en Cadair Idris, de la noche que habían pasado juntos. En efecto, parecía tan distante como un sueño. Era como algo que le había pasado a otra persona, no a ella, no a Mai. Ella no sabía si Will se sentía de la misma manera. Ella sabía que Jem lo había sabido o imaginado, y los perdonaba a los dos, pero Will no se había acercado a ella de nuevo, no le había dicho que la amaba, ni le había preguntado si ella lo amaba, desde el día Jem se fue.

Parecía que siglos pasaron, aunque sólo fueron unos quince días, antes de que Will viniera y encontrara a Mai sola en la biblioteca y le preguntara -con cierta brusquedad- si ella iría a por un paseo en carruaje con él al día siguiente. Desconcertada, Mai había aceptado, preguntándose por dentro si había alguna otra razón por la que él quería que lo acompañara. ¿Un misterio que investigar? ¿Una confesión que hacer? Pero no, había sido un sencillo paseo en carruaje por el parque. El clima había sido cada vez más frío y el hielo se arrinconaba a los bordes de los estanques. Las ramas desnudas de los árboles eran sombrías y encantadoras, y Will mantuvo una conversación cortés con ella acerca del clima y los lugares de interés de la ciudad. Parecía decidido a asumir la educación londinense de Mai donde que Jem la había dejado. Fueron al Museo Británico y la Galería Nacional, a Kew Gardens y la Catedral de San Pablo, donde finalmente Mai perdió la paciencia.

Habían estado de pie en la famosa Galería de los Susurros, Mai estaba apoyada en la barandilla y mirando hacia abajo a la catedral. Will estaba traduciéndole la inscripción en latín en la pared de la cripta donde Cristóbal Wren fue enterrado- si buscas este monumento, mira a tu alrededor, – cuando Mai distraídamente estiró la mano para deslizarla en la suya. Él inmediatamente se echó hacia atrás, enrojeciendo. Ella lo miró con sorpresa. –¿Sucede algo malo?

–No, – dijo él, demasiado rápido. – Simplemente - no te traje aquí para manosearte en la galería de los suspiros.

Mai explotó. –¡No te estoy pidiendo que me manosees en la galería de los suspiros! pero Por el Ángel, Will, ¿Podrías dejar de ser tan educado?

Él la miró con asombro. – Pero ¿No preferirías qué...?

–No lo preferiría. ¡No quiero que seas amable! ¡Quiero que seas Will! No quiero que me indiques los puntos de interés arquitectónico como si fueras la Guía Baedeker! ¡Quiero que seas terriblemente alocado, y digas cosas divertidas y compongas canciones y seas – -el Will del que me enamoré!, casi dijo. – Y seas Will, – concluyó ella en su lugar. – O tendré que golpearte con mi paraguas.

–Estoy tratando de cortejarte, – dijo Will con exasperación. – cortejarte apropiadamente. De eso es de lo que todo esto se trata. Tú lo sabes, ¿verdad?

–Mr. Rochester nunca cortejó a Jane Eyre – señaló Mai.

–No, él se vistió como mujer y aterrorizo a la pobre chica. ¿Es eso lo que quieres?

–Serias una mujer muy fea.

–No lo sería. Sería deslumbrante.

Mai rió. –Ahí estás, –dijo ella. –Ahí estás Will. ¿No es mejor así? ¿No lo crees?

–No lo sé, –dijo Will, mirándola. –Tengo miedo de contestar a eso. He oído que cuando hablo, hago que las mujeres estadounidenses deseen golpearme con paraguas.

Mai volvió a reír, y luego ambos rieron, sus risitas ahogadas rebotaron en las paredes de la Galería de los Susurros.

Después de eso, las cosas fueron decididamente más fáciles entre ellos, y la sonrisa de Will cuando la ayudó a bajar del coche en su regreso fue brillante y real.

Esa noche hubo un golpe suave en la puerta de Mai, y cuando ella fue a abrirla, no encontró a nadie allí solo un libro descansando en el suelo del corredor. Historia de Dos ciudades. Un regalo extraño, pensó. Había un ejemplar del libro en la biblioteca, que podía leer tan a menudo como quisiera, pero éste era nuevo, con un recibo de Hatchards como marcando la pagina de título. Fue sólo cuando ella lo llevó a la cama que se dio cuenta de que había una inscripción en la portada también.

Mai, Mai, Mai. ¿Hay algún sonido más hermoso que el de tu nombre? Decirlo en voz alta hace que mi corazón repique como una campana. Es extraño imaginarlo ¿no es así?- un corazón que repica- pero cuando me tocas, así es como es: como si mi corazón repicara en mi pecho y el sonido corriera tembloroso por mis venas y martilleara en mis huesos con alegría.

¿Por qué he escrito estas palabras en este libro? Por ti. Tú me enseñaste a amar este libro cuando me burlaba de él. Cuando lo leí por segunda vez, con una mente y corazón abiertos, sentí, el más completo desprecio y envidia por Sydney Carton. Si, Sydney, porque incluso cuando él no tiene esperanzas de que la mujer a la que ama lo ame de vuelta, al menos él puede hablarle de su amor. Al menos puede hacer algo para probar su pasión, incluso si eso es morir.

Hubiera escogido la muerte a cambio de una oportunidad de decirte la verdad, Mai, si estuviera seguro de que sería mi propia muerte. Y eso es lo que le envidio a Sydney, que él es libre.

Y ahora, al final, yo soy libre, y puedo finalmente decirte, sin miedo a ponerte en peligro, todo lo que siento en mi corazón.

No eres el último sueño de mi alma.

Tú eres el primer sueño, el único sueño que me fue imposible impedirme a mí mismo, soñar. Eres el primer sueño de mi alma, y a partir de ese sueño, espero que vengan todos los demás sueños, dignos de toda una vida.

Con esperanza al fin.

Will Herondale.

Ella se quedó sentada despierta durante mucho tiempo después de eso, sosteniendo el libro sin leerlo, observando el amanecer crecer sobre Londres. En la mañana casi vuela para vestirse antes de tomar el libro y apurarse escaleras abajo con él. Atrapó a Will saliendo de su habitación, con el cabello todavía húmedo del lavabo, y se lanzó hacia él atrapando las solapas de su chaqueta y jalándolo hacia ella para enterrar el rostro en su pecho. El libro golpeó el suelo cuando la sostuvo, alisándose el pelo por la espalda, susurrando en voz baja, –Mai, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué es mal? ¿No te gustó?

–Nadie me ha escrito nada tan hermoso, – dijo, con la cara apretada contra el pecho de él, el ritmo suave de su corazón estable debajo de la camisa y la chaqueta. – Nunca.

–Lo escribí justo después de descubrir que la maldición era falsa, – dijo Will. – Tenía la intención de dártelo, pero –Su mano se enredo en su pelo. – Cuando me enteré de que estabas comprometida con Jem, lo guardé. No sabía cuándo o si debería dártelo. Y ayer, cuando me pediste que fuera yo mismo, tuve la esperanza suficiente para sacar esos viejos sueños de nuevo, para quitarles el polvo y dártelos.

Fueron al parque ese día; a pesar de que estaba tan frío como brillante, y no había mucha gente alrededor. La Serpentina era brillante bajo el sol invernal, y Will señalo el lugar donde él y Jem habían alimentado con pasteles de aves de corral a los patos. Fue la primera vez que lo vio sonreír al hablar de Jem.

Ella sabía que no podía ser Jem para Will. Nadie podría. Pero lentamente los sitios huecos en su corazón se rellenaban. Tener a Cecily fue una alegría para Will, Mai pudo ver que cuando se sentaban junto al fuego, hablando gales en voz baja, sus ojos brillaban; habían comenzado a gustarle Gabriel y Gideon, y eran sus amigos, aunque nadie podría ser un amigo como Jem lo había sido. Y desde luego, el amor de Charlotte y Henry era tan firme como siempre.

La herida nunca curaría, Mai lo sabía, no para ella y no para Will, tampoco, pero cuando el clima se comenzó a enfriar y Will sonrió más y comió con más regularidad y la mirada embrujada desapareció de sus ojos, ella comenzó a respirar más fácilmente, sabiendo que esa mirada no era de muerte. –Hmm, –dijo él ahora, balanceándose ligeramente sobre sus talones mientras inspeccionaba el suelo de la sala de baile. – Puede que tengas razón. Creo que fue alrededor de Navidad cuando conseguí mi tatuaje de dragón galés.

En ese momento, Mai tuvo que esforzarse mucho para no ruborizarse. –¿Cómo sucedió eso?

Will hizo un gesto airoso con la mano. –Estaba borracho...

–Tonterías. Nunca has estado borracho realmente.

–Al contrario - para aprender a fingir estar embriagado, hay que haberse embriagado al menos una vez, como punto de referencia. Nigel seis dedos hace un especiado de sidra caliente…

–¿No querrás decir que en realidad existe un Nigel seis dedos?

–Por supuesto que existe, – Will inició con una sonrisa, que de repente desapareció; estaba mirando más allá de Mai hacia el salón de baile. Ella se dio la vuelta para seguir su mirada y vio al mismo hombre alto y rubio que había estado hablando con Charlotte anteriormente haciendo su camino a través de la multitud hacia ellos.

Él era fornido, quizás de casi cuarenta años, con una cicatriz que corría a lo largo de su mandíbula. Despeinado, de pelo largo y los ojos azules, con la piel bronceada por el sol. Se veía aún más oscuro en contra de su almidonada pechera blanca. Había algo familiar sobre él, algo que acariciaba el borde de los recuerdos de Mai.Él se detuvo en frente de ellos. Sus ojos se posaron en Will. Eran de un azul más pálido que los de Will, casi del color de las flores del maíz. La piel alrededor de ellos estaba bronceada y rodeada con débiles patas de gallo. Él dijo: –¿Eres William Herondale?

Will asintió sin hablar.–Yo soy Elías Carstairs, – dijo el hombre. – Jem Carstairs era mi sobrino.

Will se puso blanco, y Mai se dio cuenta de por qué el hombre le resultaba familiar -había algo en él, algo acerca de la forma en que se movía y la forma de sus manos, que le recordó la de Jem. Ya que Will parecía incapaz de hablar, Mai dijo: –Sí, este es Will Herondale. Y yo soy Maite Gray.

–La muchacha cambiadora de forma, – dijo el hombre-Elías, recordó Mai; los cazadores de sombras usaban los nombres de pila de cada uno. – Usted estuvo comprometida con James antes de que él se hiciera un Hermano Silencioso.

–Lo estuve, – dijo Mai silenciosamente. – Lo amo muchísimo.

Él le dio una, mirada que no era hostil o desafiante sólo de curiosidad. Entonces él volvió su mirada a Will.–¿Tú eras su parabatai?

Will encontró su voz. –Todavía lo soy, –dijo, y apretó la mandíbula con obstinación.

–James habló de ti, –dijo Elías. –Después de que deje China, cuando volví a Idris, le pregunté si iba a venir a vivir conmigo. Nosotros lo tuvimos que despedir de Shanghái, teniendo en cuenta que inseguro era para él allí mientras los secuaces de Yanluo anduvieran corriendo libres, y buscando venganza. Pero cuando le pregunté si iba a venir conmigo a Idris, él dijo que no, que no podía. Le pedí que reconsiderara. Le dije que yo era su familia, su sangre. Pero él dijo que no podía dejar a su parabatai, que había algunas cosas más importantes que la sangre. – La luz azul de los ojos de Elías se mantuvo estable.

–Te he traído un regalo, Will Herondale. Algo que tuve la intención de darle, cuando él fuera mayor de edad, porque su padre no vivió para dárselo. Pero no puedo dárselo ahora.

Will estaba tenso por todas partes, como una cuerda de arco demasiado tensada. Él dijo: Yo no he hecho nada para merecer un regalo.

–Creo que lo has hecho. –Elías saco del cinturón una espada corta en una vaina intrincada. Se la ofreció a Will, quien, después de un momento la tomo. La vaina estaba cubierta en intrincados diseños de hojas y runas, cuidadosamente labradas, brillaba bajo la luz dorada. Con un gesto decisivo Will sacó la espada y la sostuvo en alto delante de su rostro.

La empuñadura estaba cubierta con el mismo patrón de runas y hojas, pero la propia hoja era simple y desnuda, salvo por una línea de palabras que corrían por su centro. Mai se inclinó para leer las palabras sobre el metal. Soy Cortana, del mismo acero y carácter que Joyeuse y Durendal. –Joyeuse era la espada de Carlomagno, –dijo Will, su voz todavía rígida de esa manera que Mai sabía ahora significaba que él estaba dominado por la emoción. –Durendal era de Roland. Esta espada es- nacida de leyenda.

–Forjada por el primer Cazador de sombras fabricante de armas, Wayland el Herrero. Tiene una pluma del ala del Ángel en su empuñadura, – dijo Elías. – Ha estado en la familia Carstairs durante cientos de años. Se me instruyó por el padre de Jem para dársela cuando llegara a los dieciocho años. Pero los Hermanos Silenciosos no pueden aceptar regalos. – Miró a Will. – Tú eras su parabatai. Tú deberías tenerla.

Will metió la espada a su vaina. –No puedo tomarla. No lo haré.

Elías lo miró atónito. –Pero debes, – dijo él. – Fuiste su parabatai, y él te amó.

Will sostenía la espada de vuelta hacia Elías Carstairs, con la empuñadura hacia él. Después de un momento Elías la tomó, y Will se dio la vuelta y se alejó, desapareciendo entre la multitud. Elías miró tras él asombrado. –No tenía la intención de ofenderle.

–Usted ha hablado de Jem en tiempo pasado, – dijo Mai. – Jem no está con nosotros, pero no está muerto. Will-no puede soportar que Jem sea considerado como perdido u olvidado.

–No quería decir que lo olvidara, – dijo Elías. – Quiero decir, simplemente, que los Hermanos Silenciosos no tienen emociones como nosotros. Ellos no sienten como nosotros lo hacemos. Si ellos aman…

–Jem todavía ama a Will, – dijo Mai. – Ya sea un Hermano Silencioso o no. Hay cosas que nadie puede destruir ni la magia, porque son magia en sí mismos. Usted nunca los vio juntos, pero yo si lo hice.

–Yo solo quise darle a Cortana, – dijo Elías. – No puedo entregársela a James, así que pensé que su parabatai debería tenerla.

–Usted pensó bien, – dijo Mai. – Pero, perdone mi impertinencia, Sr. Carstairs- ¿nunca ha pensado tener algún hijo propio?

Sus ojos se abrieron. –No lo había pensado.

Mai miró la hoja brillante, y luego al hombre que la sostenía. Ella podría ver a Jem en él un poco, como si estuviera mirando el reflejo de lo que amaba en el agua ondulada. Aquel amor, recordado y presente, hizo su voz apacible cuando ella habló. –Si usted no está seguro, – dijo ella, – entonces guárdela. Guárdela para sus propios herederos. Will preferiría eso. Ya que él no necesita una espada para recordar a Jem. Sin importar que tan ilustre su linaje.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 3:08 pm

***

Hacía frío en la escalinata del Instituto, donde Will estaba de pie sin abrigo ni sombrero, mirando en la noche escarchada. El viento le traía pequeñas partículas de nieve contra sus mejillas, y sus manos desnudas, y el escuchó, como siempre lo hacía, la voz de Jem en la parte posterior de la cabeza, diciendo que no fuera ridículo, que volviera dentro antes de que le diera gripe.

El invierno siempre le había parecido la temporada más pura a Will, incluso el humo y la suciedad de Londres atrapada por el frío, congelado y limpio. Esa mañana él había roto una capa de hielo que se había formado sobre su jarra de agua, antes del salpicar el fluido helado en su cara y temblando él se miró en el espejo, su húmedo cabello pintando su cara con rayas negras. Su primera mañana de Navidad sin Jem en seis años. El frío más puro, trayéndole el dolor más puro. –Will. – La voz era un susurro, de una clase conocida. Volvió la cabeza, una imagen de la vieja Molly se formo en su mente - pero los fantasmas raras veces se apartaba de dónde ellos habían muerto o fueron enterrados, y además, ¿qué querría ella con él ahora?

la era tan transparente como el filo de la plata: el pelo rubio, la bella cara de muñeca, el vestido blanco con el que había muerto manchado con sangre roja, como una flor, en su pecho. –Jessamine, – dijo.

–Feliz Navidad, Will.

Su corazón, que se había detenido por un momento, empezó a latir de nuevo, la sangre corría rápido por sus venas. –Jessamine, por qué, ¿qué estás haciendo aquí?

Ella puso mala cara. – Estoy aquí porque morí aquí, – dijo, con la voz cada vez más forzada. No era inusual para un fantasma lograr una mayor solidez y energía auditiva cuando estaban cerca de un ser humano, especialmente cuando éste podía oírlos. Ella indicó el suelo a sus pies, donde la había sostenido en sus últimos momentos, su sangre corriendo sobre las losas. –¿No estás contento de verme, Will?

–¿Debería estarlo?, – Dijo. – Jessie, por lo general cuando veo fantasmas, es porque hay ciertos asuntos pendientes o algún dolor que le mantiene en este mundo.

Ella levantó la cabeza, mirando hacia la nieve. A pesar de que caía a su alrededor, esta no la tocaba, como si estuviera bajo un vidrio. –Y si tuviera un dolor, ¿podrías ayudarme a curarlo? Nunca te preocupaste mucho por mí en la vida.

–Lo hice, – dijo Will. – Y siento mucho si dio la impresión de que nada me importara de ti, o te odiara, Jessamine. Creo que tú me recordabas a mí mismo más de lo que yo deseaba admitir, y por eso te juzgue con la misma dureza que me habría juzgado a mí mismo.

En ese momento, ella lo miró. –¿Por qué, eres tan francamente honesto, Will? ¿Cómo te han cambiado? – Ella dio un paso atrás, y él vio que sus pies no dejaban huellas de pasos en la nieve. – Estoy aquí porque en la vida yo no deseaba ser una Cazadora de Sombras, para proteger a los Nefilim. Ahora estoy encargada de la guarda del Instituto, durante el tiempo que necesite protección.

¿Y no te importa?, – Preguntó. – Estar aquí, con nosotros, cuando podría haber pasado al otro lado...

Arrugó la nariz. –No me interesa alejarme. Tanto se ha exigido de mí en vida, el Ángel sabe lo que podría ser después. No, yo soy feliz aquí, viéndolos a todos ustedes, tranquila, a la deriva e invisible. – Sus cabellos plateados brillaban en la luz de la luna mientras inclinaba su cabeza hacia él. – A pesar de que estas cerca de volverte loco.

–¿Yo?

–Así es. Siempre dije que serías un terrible pretendiente, Will, y estas a punto de demostrarlo.

–¿En verdad?– Dijo Will. – ¿Has vuelto de la muerte como el fantasma del viejo Marley, para darme lata sobre mis perspectivas románticas?

–¿Qué perspectivas? Has tomado a Mai en tantos paseos a carruaje, que apostaría que puede dibujar un mapa de Londres de memoria, ¿pero le has pedido matrimonio? No lo has hecho. ¡La muchacha no puede pedírselo a sí misma, William, y no puede decirte que te quiere si no declaras tus intenciones!

Will sacudió la cabeza. – Jessamine, no tienes remedio.

–Pero tengo razón, – señaló. – ¿A qué le tienes miedo?

–A que si yo declarara mis intenciones, ella exprese que no me ama, no tanto como a Jem.

–No te ama como ama a Jem. Ella te ama como ella te ama a ti, Will, una persona totalmente diferente. ¿Desearías que ella no amara a Jem?

–No, pero tampoco quiero casarme con alguien que no me ama.

–Debes preguntarle para averiguarlo, – dijo Jessamine. – La vida está llena de riesgos. La muerte es mucho más simple.

–¿Por qué no te he visto antes de esta noche, cuando has estado aquí todo este tiempo? – le preguntó.

–No puedo entrar en el Instituto, y cuando sales fuera siempre lo haces con otra persona. He tratado de ir a través de las puertas, pero surge un tipo de fuerza evitándolo. Es mejor ahora de lo que era. Al principio podía moverme a sólo unos pasos. Ahora soy como tú y puedes verme. – Indicó su posición en las escaleras. – Algún día voy a ser capaz de entrar.

–Y cuando lo hagas, veras tu habitación como ha sido siempre, y a tus muñecas también, – dijo Will.

Jessamine esbozó una sonrisa que hizo a Will preguntarse si ella había sido siempre tan triste, o si la muerte la había cambiado más de lo que él pensaba que los fantasmas podían cambiar. Antes de que él pudiera hablar de nuevo, una mirada de alarma cruzó su rostro y desapareció dentro de un remolino de nieve.

Will se volvió para ver lo que la había asustado para que huyera. Las puertas del Instituto se habían abierto, y Magnus había emergido.

Llevaba un astracán, un abrigo de lana, y el sombrero de copa que ya estaba siendo cubierto por la caída de la nieve. –Debería haber sabido que te encontraría aquí fuera, haciendo lo posible para que te convertirte en un carámbano, – dijo Magnus, descendiendo los escalones hasta que se paró al lado de Will, mirando hacia el patio.

No tenía ganas de mencionar a Jessamine. De alguna manera él pensaba que ella no habría querido que lo hiciera –¿Estas dejando la fiesta? ¿O simplemente me buscabas?

–Ambas, –dijo Magnus, tirando de un par de guantes blancos. De hecho, me voy de Londres.

–¿Dejas Londres?– Will dijo con desaliento.

–No puedes decir eso.

–¿Por qué no habría de hacerlo?– Magnus indicó con su dedo a un errante copo de nieve. Surgió una chispa azul y desapareció.

–Yo no soy londinense, Will. Me estuve quedando con Woolsey por un tiempo, pero su casa no es mi casa, y Woolsey y yo nos agotamos de la compañía del otro en no mucho tiempo.

–¿Dónde vas a ir?

–Nueva York. ¡El Nuevo Mundo! Una nueva vida, un nuevo continente. – Magnus levantó las manos. – Incluso puedo llevar a tu gato conmigo. Charlotte dice que ha estado de luto desde que Jem se fue.

–Bueno, él muerde a todo el mundo. Tú eres agradable con él. ¿Crees que le gustara Nueva York?

–¿Quién sabe? Vamos a descubrirlo juntos. Lo inesperado es lo que me impide estancarme.

A los que no vivimos para siempre no nos gustan los cambios quizás les guste más a aquellos que lo hacen. Estoy cansado de perder gente – Will dijo-.

–Yo también, – dijo Magnus. – Pero es como yo digo, ¿no? Se aprende a soportarlo.

–He escuchado algunas veces que los hombres que pierden un brazo o una pierna, todavía sienten el dolor en esos miembros, a pesar de que se han ido, – dijo Will. – Es como si a veces, sintiera a Jem conmigo a pesar de que se ha ido, he perdido a una parte de mi mismo.

–Pero no es así, – dijo Magnus. – Él no está muerto, Will. Vive porque lo dejaste ir. El pudo haberse quedado contigo y morir, si se lo hubieses pedido, pero lo amas lo suficiente para preferir que viva, incluso si esa vida, está lejos de ti. Y estas cosas demuestran que no eres Sídney Carton, Will, que la tuya no es la clase de amor que puede ser redimido sólo a través de la destrucción. Es lo que vi en ti, lo que he visto siempre en ti, lo que me hizo querer ayudarte. Que no estás sin esperanzas porque tienes en ti mismo una infinita capacidad para alegrarte. –Colocó una mano enguantada bajo la barbilla de Will y le alzó la cara. No había mucha gente con la que Will tuviera que levantar su cabeza para mirarlos a los ojos, pero Magnus era uno.

–Estrella Brillante– Magnus dijo con la mirada pensativa como si recordara algo, o alguien.

–Aquellos como tú que son mortales, arden ferozmente. Y tú más feroz que la mayoría, Will, yo nunca te olvidaré.

–Ni yo a ti, – dijo Will. –Te debo un gran favor. Rompiste mi maldición.

No estabas maldito.

–Sí, lo estaba, –dijo Will. –Lo estaba. Gracias, Magnus, por todo lo que hiciste por mí. Si no lo dije antes, te lo digo ahora, Gracias. Magnus dejó caer su mano.

–No creo que un Cazador de Sombras me haya agradecido antes.

Will sonrió torcidamente. –Intentare no acostumbrarme a eso. No somos una especie agradecida.

–No. –Magnus sonrió. – No, no lo son. – Sus ojos de gato brillan tes se estrecharon. – Te dejo en buenas manos, creo, Will Herondale.

–¿Te refieres a Mai.

–Me refiero a Mai. ¿O negaras que tiene tu corazón? – Magnus había comenzado a bajar las escaleras, se detuvo y miró de nuevo a Will.

No lo hago, –dijo Will. –Pero lamentara que no te despidas de ella.

–Oh, –dijo Magnus, girando en la parte inferior de los peldaños, con una sonrisa curiosa. –No creo que eso sea necesario. Dile que quiero verla de nuevo.

Will asintió. Magnus se dio la vuelta, con las manos en los bolsillos de su chaqueta y empezó a caminar hacia las puertas del Instituto. Will se quedó mirando hasta que su figura se desvaneció en la blancura de la nieve que caía.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 3:19 pm

***

Mai se deslizó fuera de la sala de baile sin que nadie se diera cuenta. Incluso la perspicaz Charlotte estaba distraída, sentada junto a Henry en su silla de ruedas, con la mano en la suya, sonriendo a las travesuras de los músicos.

No tardó mucho en encontrar a Will. Había adivinado donde podría estar, y estaba en lo cierto-de pie en los escalones de la entrada del Instituto, sin abrigo ni sombrero, dejando que la nieve cayera sobre sus hombros y su cabeza.

Había polvo blanco de lo mismo en todo el patio, parecía azúcar congelada, glaseando la línea de carruajes que esperaban allí, el hierro negro de las puertas y las losas sobre las que Jessamine había muerto. Will estaba mirando fijamente delante de él, como si estuviera tratando de discernir algo a través de los copos que caían.–Will, – dijo Mai, y él se volvió para mirarla. Ella se había puesto un abrigo de seda, pero nada más pesado, y sintió el frío picar de los copos de nieve contra la piel desnuda del cuello y los hombros.

–Debí haber sido más amable con Elias Carstairs, – dijo Will a modo de respuesta. Miraba hacia el cielo, donde una pálida luna creciente se asomaba entre nubes y neblina. La blanca nieve caía y se mezclaba con su cabello negro. Sus mejillas y labios estaban rojos por el frío.

Se veía más guapo de lo que podía recordar. – En lugar de eso me comporte como – como antes.

Mai sabía lo que quería decir. Para Will sólo había un antes y un después. –Se te permite perder el temperamento, – ella dijo. –Ya lo he dicho antes, no quiero que seas perfecto. Sólo que seas Will.

–Quién nunca será perfecto.

–Perfecto es aburrido, –dijo Mai, descendiendo el último paso hasta encontrarse a su lado. –Están jugando a –completar la cita poética– ahora. Podrías haber hecho una buena demostración. No creo que haya nadie que pueda desafiar tus conocimientos de literatura.

–Además de ti.

–Yo sería competencia difícil. Tal vez podríamos hacer nosotros mismos un equipo, y dividir las ganancias.

–Eso me parece de mala educación. –Will habló distraídamente, inclinando la cabeza hacia atrás. La nieve formaba un círculo blanquecino sobre ellos, como si estuvieran en el fondo de una bañera de hidromasaje. –Hoy, cuando Sophie Ascendió...

–¿Sí?

– Eso es algo que tu querrías?– Se dio la vuelta para mirarla, blancos copos de nieve se encontraban atrapados en sus oscuras pestañas. – ¿Para ti misma?

–Sabes que eso no es posible para mí, Will. Soy una bruja. O al menos, esa es la aproximación más cercana de lo que soy. Nunca podré ser plenamente Nefilim.

–Lo sé. – Él miró hacia abajo a sus manos, abriendo los dedos para que los copos de nieve se fundieran en sus palmas. – Pero en Cadair Idris dijiste que tenías la esperanza de ser un Cazadora de Sombras- que Mortmain había desvanecido esas esperanzas.

–Me hizo sentir de esa manera entonces, – contesto ella. – Pero cuando me convertí en Ithuriel- cuando cambie y destruí a Mortmain¿cómo puedo odiar algo que me ha permitido proteger a los que más me importan? No es fácil ser diferente, y menos aún la única. Pero empiezo a pensar que nunca me fue destinado un camino fácil.

Se echó a reír. –¿El camino fácil? No, no es para ti, mi Mai.

– ¿¿Soy tú Mai?– Ella se acurrucó más en su abrigo de seda, fingiendo estremecerse solo por el frío. –¿Te molesta lo que soy, Will? ¿Que no sea como tú?

Las palabras se quedaron flotando entre ellos como algo tácito: No hay futuro para un Cazador de Sombras que coquetea con brujos. Will palideció. –Esas cosas que dije en el techo, hace tanto tiempo, tú sabes que no quería decirlas.

–Lo sé.

–No deseo que seas algo más de lo que eres, Mai. Eres lo que eres, y te amo. Y no amo solo las partes de ti, que cumplen con la aprobación de la Clave.

Ella arqueó las cejas. –¿Estás dispuesto a tolerar el resto?

Se pasó una mano por el oscuro y húmedo cabello. –No. Estoy diciéndolo mal. No hay nada en ti que me pueda imaginar que no ame. ¿De verdad crees que es tan importante para mí que seas Nefilim? Mi madre no es una Cazadora de Sombras. Y cuando te vi cambiar en el ángel-, cuando vi que resplandecías con el fuego del cielo- fue glorioso, Mai. – dio un paso hacia ella. – Lo que eres, lo que puedes hacer, es como un gran milagro de la tierra, como el fuego o las flores silvestres o la anchura del mar. Eres única en el mundo, tal como eres la única en mi corazón, y nunca habrá un momento en que no te ame. Estaría enamorado de ti aunque no fueras ni en parte una Cazadora de Sombras.

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa. –Pero estoy contenta de serlo, aunque sólo sea a medias, – dijo ella, – Ya que significa que puedo quedarme contigo, aquí, en el Instituto. Que la familia que he encontrado aquí puede seguir siendo mi familia. Charlotte dijo que si yo quisiera, podría dejar de ser Gray y tomar el nombre que mi madre debería haber tenido antes de casarse. Podría ser una Starkweather. Podría tener un verdadero nombre de Cazador de Sombras.

Oyó a Will exhalar un suspiro y salió una bocanada blanca por el frío. Sus ojos azules, amplios y claros, se encontraban fijos en su cara. Tenía la expresión de un hombre que se armaba de valor para hacer una cosa terrible. –Por supuesto que puedes tener un verdadero nombre de cazador de sombras, – dijo Will. –Puedes tener el mío.

Mai lo miró, era todo blanco y negro contra el blanco y negro de la nieve y la piedra.

Will dio un paso hacia ella, hasta colocarse cara a cara. Luego estiró la mano para tomar la suya y deslizar suavemente el guante hasta quitárselo, y lo coloco en su bolsillo. Él le sostuvo la mano desnuda en la suya, sus dedos curvados alrededor de los de ella. Su mano era cálida y callosa, y con su toque la hizo temblar. Sus ojos eran azules y firmes; eran todo lo que Will era: fiel y tierno, intenso e ingenioso, cariñoso y amable.–Cásate conmigo, – dijo. –Cásate conmigo, Mai. Cásate conmigo y se Mai Herondale. O se Mai Gray, o se lo que quieras ser, pero quédate conmigo y nunca me dejes, porque no puedo soportar otro día de mi vida sin ti.

La nieve se arremolinaba en torno a ellos, blanca, fría y perfecta. Las nubes por encima se habían separado, como lagunas para que pudieran verse las estrellas. –Jem me contó lo que dijo Ragnor Fell acerca de mi padre, – Will continuó. –Que para mi padre sólo hubo una mujer a la que amaba, y era ella para él, o nada. Eso eres para mí. Te amo, y te seguiré amando hasta la muerte.

Will!

Él se mordió el labio. Tenía el cabello espeso con la nieve, sus pestañas con escamas de escarcha. –Fue demasiado para una declaración? ¿Te he asustado? Ya sabes cómo soy con las palabras.

–Oh, lo sé.

–Recuerdo lo que me dijiste una vez: –Will continuó. – Que las palabras tienen el poder de cambiarnos. Tus palabras me han cambiado, Mai, han hecho de mí un hombre mejor que no hubiera sido de otra manera. La vida es un libro, y hay miles de páginas que no hemos leído todavía. Me gustaría las leamos juntos, tantas pueda, antes de que me muera.

Ella le puso la mano contra el pecho, justo sobre su corazón. Y sintió su latido contra su palma, una firma de tiempo única y que era enteramente propia. –Sólo me gustaría que no hablaras de morirte, – dijo.– Pero incluso en eso, sí, se cómo eres con tus palabras, y, Will-Las amo todas. Cada palabra que dices. Las tontas, las locas, las bellas, y las que son sólo para mí. Las amo, y Te amo.

Will empezó a hablar, pero Mai le cubrió la boca con la mano.–Amo tus palabras, mi Will, pero detenlas por un momento, – dijo ella, y sonrió a sus ojos. – Piensa en todas las palabras que he guardado dentro de mí todo este tiempo, mientras que no sabía tus intenciones. Cuando viniste a mí en el salón y dijiste que me amabas, enviarte lejos fue la cosa más difícil que he hecho. Dijiste que amabas las palabras de mi corazón, la forma de mi alma. Lo recuerdo. Recuerdo cada palabra que dijiste desde ese día hasta hoy. Nunca las olvidaré. Hay tantas palabras que deseo decir ahora, y tantas que deseo oírte decirme. Espero que tengamos toda nuestra vida para decirlas el uno al otro.

¿Entonces te casarás conmigo?– Dijo Will, mirándola aturdido, como si no acabara de creer en su buena suerte.

–Sí, – dijo ella; la última, la más simple e importante palabra de todas.

Y Will, quien tenía palabras para cada ocasión, abrió la boca y la cerró en silencio, y en vez de eso se acerco a ella, y la jaló contra él. Su abrigo cayó sobre las escaleras, pero los brazos alrededor de ella eran cálidos, y su boca caliente contra la de ella cuando inclinó la cabeza para besarla. Él sabía a copos de nieve y vino, como a invierno y a Will y a Londres. Su boca era suave contra la de ella, las manos le acariciaban el cabello, esparciendo blancas bayas a través de las escaleras de piedra. Mai se aferró a Will mientras la nieve se arremolinaba a su alrededor.

A través de las ventanas del Instituto, podía oírse el leve sonido de la música que se reproducía en el salón de baile: el piano, el chelo, y por encima de todo, como chispas saltando hacia el cielo, las dulces celebratorias notas del violín.
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Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni. - Página 2 Empty Re: Cazadores de Sombras, Los Orígenes Príncesa Mecánica LevyRroni.

Mensaje por tamalevyrroni Vie Abr 15, 2016 3:42 pm

***

– No puedo creer que realmente estamos yendo a casa–  dijo Cecily. Tenía las manos cruzadas delante de ella, y saltaba arriba y abajo con sus botas de cabritilla blanca. Estaba envuelta en un abrigo de invierno rojo, la cosa más brillante en la oscura cripta excepto por el propio Portal, grande, plateado y brillante contra la pared del fondo.

A través de él, Mai podía captar un vistazo, como el vistazo de un sueño, de cielo azul (el cielo fuera del Instituto era de un gris salpicado londinense), y colinas espolvoreadas de nieve. Will estaba a su lado, con el hombro pegado al de ella.

Estaba pálido y nervioso, y ella anhelaba tomar su mano. –No nos vamos a casa, Cecy, –dijo. –No vamos a quedarnos. Estamos de visita. Deseo presentarle a nuestros padres a mi prometida, – con eso su palidez se diluyó ligeramente, y sus labios se curvaron en una sonrisa –para que puedan conocer a la chica con la que voy a casarme.

Oh, no seas absurdo, –dijo Ceciliy. –¡Podemos usar el Portal para verlos siempre que queramos! Charlotte es el Cónsul, así que no nos meteremos en problemas.

Charlotte gimió. –Cecily, este es un transporte singular. No es un juguete. No puedes utilizar el Portal siempre que lo desees y esta excursión debe mantenerse en secreto. ¡Nadie excepto nosotros aquí, podemos saber que visitaron a sus padres, que les he permitido romper la Ley!

–¡No le diré a nadie! –Cecily protestó. –Y tampoco Gabriel. –Ella echó un vistazo al chico a su lado. –No lo harás, ¿verdad?

–Una vez más, ¿por qué lo traes a él? – le preguntó Will, al mundo en general, y a su hermana.

Cecily se puso las manos en las caderas. –¿Por qué llevamos Mai?

–Porque Mai y yo nos vamos a casar –Dijo Will, y le sonrió a Mai, la forma en que la hermana pequeña de Will podía erizarle las plumas como nadie todavía era divertido para ella.

–Bueno, Gabriel y yo podríamos casarnos–  dijo Cecily. – Algún día.

Gabriel hizo un ruido como de asfixia, y se puso de un tono púrpura alarmante Will levantó las manos. –¡No puedes casarte, Cecily! ¡Sólo tienes quince años! ¡Cuando me case, voy a tener dieciocho años! ¡Seré un adulto!

Cecily no parecía impresionada. –Podemos tener un largo compromiso, – dijo. – Pero no veo porque me estas aconsejando que me case con un hombre al que mis padres jamás han conocido.

Will contesto. –¡No te estoy aconsejando casarte con un hombre al que tus padres no han conocido jamás!

–Entonces estamos de acuerdo. Gabriel debe conocer a Mama y papá. – Cecily se volvió hacia Henry. –¿El portal está listo?

– Mai se   acercó a Will. –Me encanta la forma en la que te maneja, – susurró. – Es muy entretenido de observar.

–Espera a que conozcas a mi madre: –Will dijo, y deslizó su mano en la de ella. Sus dedos estaban fríos, su corazón debía estar agitado.

Mai sabía que él había estado despierto toda la noche. La idea de ver a sus padres después de tantos años era tan aterradora como alegre para él. Sabía que la mezcla de espera y miedo, era infinitamente peor que una sola de esas cosas. –El portal está listo, –dijo Henry.

–Y recuerda, en una hora voy a abrirlo una vez más, para que  puedan regresar a través de él.

Y entiendan que esto es sólo por esta vez, –dijo Charlotte con ansiedad. – Incluso si soy el Cónsul, no puedo permitir que ustedes visiten a un familiar mundano.

– ¿Ni siquiera en Navidad?–, Dijo Cecily, con ojos grandes y trágicos.

Charlotte se debilitó visiblemente. –Bueno, tal vez en Navidad...

–Y en los cumpleaños, –dijo Mai. – Los Cumpleaños son especiales.

Charlotte se puso las manos sobre la cara. – Oh, por el Ángel.

Henry se echó a reír, y movió un brazo hacia el portal. –Vayan, –Dijo, y Cecily fue primero, desapareciendo a través del Portal como si se hubiera desvanecido a través de una cascada.

Gabriel la siguió, y luego Will y Mai, sosteniendo con fuerza  las manos del otro. Mai se concentró en el calor de la mano de Will, el pulso de la sangre a través de su piel, mientras el frío y la oscuridad los llevaban, girando dejándolos sin aliento, por momentos sin tiempo.

Las luces estallaron tras sus ojos, y ella emergió de la oscuridad de repente, parpadeando y tropezando. Se sostuvo a él, impidiéndose caer.

Estaban de pie en la amplia acera del camino hacia la entrada del frente Ravenscar Manor. Mai había visto el lugar sólo desde arriba, cuando ella, Jem y Will habían visitado Yorkshire juntos, sin darse cuenta de que la familia de Will habitaba la casa. Recordó que la finca estaba en la cuenca de un valle, con colinas rodeándola a cada lado, cubierta de tejo y brezo parcheados ahora con una capa de nieve. Los árboles habían sido verde en ese entonces, ahora estaban sin hojas, y del tejado de pizarra oscura de la casa colgaban brillantes carámbanos.

La puerta era de roble oscuro, con una pesada aldaba de bronce en el centro. Will miró a su hermana, quien asintió minuciosamente hacia él, y luego él se puso derecho y estiró la mano para golpear la puerta con la aldaba. El choque resultante parecía hacer eco a través del valle, y maldijo por lo bajo.Mai le tocó la muñeca ligeramente con la mano. –Sé valiente, – dijo. –No es un pato, ¿no?

Se volvió a sonreírle, con el cabello oscuro cayéndole en los ojos, justo cuando la puerta se abrió para revelar un salón y una dama en un vestido negro con blanco y una cofia. Ella echó un vistazo al grupo en la puerta, y sus ojos se ampliaron como platos –Señorita Cecily, – jadeó ella, y luego los ojos fueron hasta Will. Ella puso una mano sobre la boca, dio media vuelta y salió corriendo de nuevo a la casa.

–Oh, querida, – dijo Mai.

–Tengo ese efecto en las mujeres, –dijo Will. – Probablemente debería habértelo advertido antes que aceptaras casarte conmigo.

–Todavía puedo cambiar de idea, –  dijo Mai dulcemente.

–No te atrevas,–  dijo él con una media sonrisa sin aliento, y luego, de repente había gente en la puerta, un hombre alto, ancho de espaldas, con una masa de pelo rubio veteado de gris, y ojos azules. Sólo detrás de él había una mujer: esbelta y sorprendentemente hermosa, con el cabello negro de Will y Cecily y ojos azules tan oscuros como violetas.

Ella gritó en el momento que su mirada se posó en Will, y sus manos se acercaron, revoloteando como pájaros blancos sorprendidos por una ráfaga de viento. Mai soltó la mano de Will. Quien parecía congelado, como un zorro cuando los perros están sobre él. –Ve, –dijo Mai en voz baja, y él dio un paso adelante, y luego su madre lo estaba abrazando, diciendo: – Yo sabía que ibas a volver. Sabía que lo harías, –  seguido de un torrente de palabras en gales, de las cuales Mai podía distinguir sólo el nombre de Will. Su padre estaba aturdido pero sonriente, tendiéndole los brazos a Cecily, quien entró en ellos tan de buena gana como jamás Mai le había visto hacer nada.

Por los próximos minutos Mai y Gabriel se colocaron torpemente en la puerta, no necesariamente mirándose el uno al otro pero inseguros de a qué otro lado mirar. Después de un largo momento Will se apartó de su madre, acariciándola  suavemente en el hombro. Ella se echó a reír, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas, y le dijo algo en galés que Mai  tuvo la fuerte sospecha que era un comentario sobre el hecho de que Will era ahora más alto que ella. –Madre pequeñita–dijo cariñosamente, confirmando las sospechas de Mai, y dio la vuelta justo cuando la mirada de su madre cayó en Mai, y luego en Gabriel, ella abrió mucho los ojos.

–Mamá y papá, ella es Maite Gray. Estamos comprometidos para casarnos, el año que viene.

La madre de Will dio un grito ahogado-aunque parecía más sorprendida que otra cosa, para alivio de Mai – y la mirada del padre de Will  fue inmediatamente a Gabriel y luego a Cecily, entrecerrando los ojos.

–¿Y quién es el caballero?

La sonrisa de Will se ensanchó. –Oh, él, –dijo. –Este es –amigo de Cecily, el Señor Gabriel Lightworm11*.

Gabriel, estaba en la mitad del acto de estirar la mano al señor Herondale, cuando se congeló del horror. –Lightwood, – farfulló. –Gabriel Lightwood.

–Will, –  dijo Cecily, dejando a su padre para mirar con reproche a su hermano. Will miró a Mai, sus ojos azules estaban brillando.

Ella abrió la boca para protestar, para decir ¡Will! como Cecily había hecho, pero era demasiado tarde, ya se estaba riendo.

11:N.T. Lightworm: juego de palabras, cambiando wood del Lightwood, por worm que significa gusano.

Epílogo

Digo que la tumba en la que
se encierra a los muertos
Abre el salón del Cielo
Y lo que nosotros aquí ponemos
Como el fin de todas las cosas
Es el primer paso de todos.

–Victor Hugo, “At Villequier”Londres, Blackfriar Bridge, 2008.

El viento era agudo, soplando arena y basura suelta – paquetes de papas fritas, páginas perdidas de un diario, recibos viejos – a lo largo de la acera, mientras Mai, mirando rápidamente de un lado a otro por el tráfico, se apresuraba a través de Blackfriars Bridge.

Para cualquiera que mirara, ella pasaría por una chica ordinaria en sus diecinueve o veinte y pocos: vaqueros metidos en las botas una blusa de cachemira azul que había conseguido a mitad de precio en las rebajas de Enero, y largo cabello café que se rizaba solo un poco con la humedad del ambiente, y que rebotaba al azar en su espalda.

Si eran lo bastante perspicaces sobre la moda, asumirían que la bufanda de cachemira Liberty era una imitación en vez de un original de cien años de antigüedad, y que el brazalete alrededor de su muñeca era vintage, en vez de un regalo que le había dado su esposo en su treinta aniversario de bodas.

Los pasos de Mai se hicieron más lentos cuando alcanzó uno de los descansos de piedra en el muro del puente. Se habían construido bancas de concreto, de manera que ahora podías sentarte a mirar el agua azul grisácea debajo, salpicando contra los pilotes del puente, o a San Pablo en la distancia. La ciudad estaba viva con ruido – los sonidos del tráfico: cláxones, el traqueteo de los autobuses de doble cabina; el repicar de docenas de móviles; la plática de los peatones; los ligeros sonidos de música filtrándose de los audífonos blancos de iPod.

Mai se sentó en la banca, sobre sus piernas. La atmósfera era chocantemente limpia y clara – el humo y la contaminación que había manchado el aire de amarillo y negro cuando ella fue una muchacha aquí, se había ido ahora, y el cielo era del color del  mármol gris azulado. La visión en el otro extremo que fueron del Dover y Chatham se había ido también; solo quedaban los pilotes todavía sobresaliendo del agua como un extraño recordatorio de lo que fueron alguna vez. Boyas amarillas se bamboleaban en el agua ahora, y los botes de turistas pasaban resoplando, con las voces amplificadas de sus guías hablando por los altavoces. Los autobuses tan rojos como dulces de corazón se apresuraban por el puente, mandando hojas muertas flotando a la acera.

Miró hacia abajo a  su reloj de pulsera. Faltaban cinco para las doce de medio día. Estaba un poco temprano, pero siempre había llegado temprano para esto, para su reunión anual. Le daba la oportunidad de pensar – de pensar y recordar, y no había un lugar mejor para hacerlo salvo aquí, en Blackfriars Bridge, el primer lugar en donde ellos hablaron en serio.

Junto al reloj tenía la pulsera de perlas que siempre usaba. Nunca se la quitaba. Will se la dio cuando habían estado casados por treinta años, sonriendo mientras se la abrochaba. El tenía el cabello gris para entonces, ella lo sabía, aunque nunca lo había notado en realidad. Como si su amor le hubiera dado a él la misma capacidad de cambiar de forma; no importa cuánto tiempo había pasado, cuando ella lo miraba, todavía veía al chico de cabello negro revuelto del que se había enamorado.

Todavía le parecía increíble a veces que se las arreglaron para envejecer juntos, ella y Will Herondale, quien Gabriel Lightwood predijo alguna vez que no viviría para pasar los diecinueve. Habían sido buenos amigos con los Lightwood también, a través de todos esos años. Por supuesto, Will difícilmente podía dejar de ser amigo de quien estaba casado con su hermana. Ambos Cecily y Gabriel habían visto a Will el día que murió, como lo hizo Sophie, aunque Gideon murió bastantes años antes.

Mai recordaba ese día claramente, el día en que los Hermanos Silenciosos dijeron que no había nada más que hacer para mantener a Will con vida. El ya no podía dejar la cama para ese entonces. Mai se había puesto derecha, y se había ido a darles la noticia a su familia y amigos, tratando de estar tan calmada para ellos como pudo, aunque su corazón se había sentido como si estuviera siendo arrancado de su cuerpo.

Fue en Junio, el brillante y caliente verano de 1937, y con las cortinas abiertas, la habitación había estado llena de luz de sol y ella y los hijos de Will; sus nietos, sus sobrinos y sobrinas – los chicos de ojos azules, altos y guapos; y las dos niñas de Sophie – y aquellos que eran tan cercanos como la familia: Charlotte, de cabello blanco y erguida, y los hijos e hijas Fairchild con su cabello rizado y rojizo como lo tuvo Henry alguna vez.

Todo el día Mai estuvo sentada en la cama con Will junto a ella, recargado en su hombro. La visión pudo haber sido extraña para otros, una joven mujer, acunando amorosamente a un hombre que se veía lo suficientemente mayor para ser su abuelo, con las manos entrelazadas con las de él; pero para la familia esto era solo algo conocido – eran solo Mai y Will.

Otros vinieron y se fueron todo el día, como los Cazadores de Sombras hacían en el lecho de muerte, contándole historias sobre la vida de Will y todas las cosas que él y Mai hicieron durante sus largos años juntos.

Los hijos le hablaron afectuosamente del modo en como él siempre amó a su madre, feroz y devotamente, la forma en que él nunca tuvo ojos para nadie más, y como sus padres habían impuesto el modelo del tipo de amor que ellos esperaban encontrar en sus propias vidas. Hablaron de su afición por los libros, y como él les había enseñado a amarlos también, a respetar las páginas impresas y atesorar las historias que esas páginas contenían. Hablaron del modo en que aún maldecía en galés cuando dejaba caer algo, aunque rara vez usaba ese lenguaje si no era por esa razón, y sobre el hecho de que su prosa era excelente – había escrito muchas historias de Cazadores de Sombras cuando se retiró que fueron bastante respetadas – pero su poesía siempre fue horrible, y aun así eso nunca le impidió seguir recitándola.

Su hijo mayor, James, le había hablado riéndose sobre el implacable miedo de Will por los patos, y su continua batalla para sacarlos del estanque en la casa familiar en Yorkshire.

Sus nietos le recordaron sobre la canción de la viruela demoníaca que él les había enseñado – Mai siempre pensó que eran demasiado pequeños cuando lo hizo – y que todos ellos se habían memorizado. La cantaron todos juntos y fuera de entonación, escandalizando a Sophie.

Con lágrimas corriendo por su rostro, Cecily le habló del momento en su boda con Gabriel, cuando él había dicho un hermoso discurso alabando al novio, al final del cual había dicho, “Buen Dios, pensé que estaba casándose con Gideon. Retiro todo lo dicho,” desconcertando no solo a Cecily y Gabriel sino también a Sophie, - y Will, demasiado cansado para reír, le había sonreído a su hermana y apretado su mano.

Todos rieron sobre su habito de sacar a Mai a románticas “vacaciones” a sitios sacados de novelas góticas, incluyendo el horrible páramo donde alguien había muerto, un castillo en ruinas con un fantasma en él, y por supuesto la esquina en París en el cual él decidió que Sydney Cartón fue decapitado en la guillotina, y en la cual Will había horrorizado a los peatones gritando “¡Puedo ver la sangre en el empedrado!” en Francés.

Al final del día, cuando el cielo ya se había oscurecido, la familia se acercó a la cama de Will y lo besaron cada uno a su turno y se fueron uno por uno, hasta que Mai y Will se quedaron solos juntos. Mai se había recostado junto a él y deslizando su brazo debajo de su cabeza y acomodando la propia sobre el pecho de Will, escuchando el latido cada vez más débil de su corazón. Y en las sombras ellos susurraron, recordándose el uno al otro las historias que solo ellos conocían. Sobre la chica que había golpeado en la cabeza con un jarrón de agua al chico que había venido a rescatarla, sobre como él se había enamorado de ella  en ese instante. Sobre un salón de baile y un balcón y la luna viajando como un barco sin descanso por el cielo. Sobre el batir de alas de un ángel mecánico. Sobre agua bendita y sangre.

Cerca de la media noche, la puerta se abrió y Jem entró. Mai supuso que debía pensar en él como en el Hermano Zachariah para ese entonces, pero ni Will ni Mai lo habían llamado de esa forma jamás. El entró como una sombra en sus túnicas blancas, y Mai respiró profundo cuando lo vio, porque sabía que esto era lo que Will estaba esperando, y que esta era la hora.

No vino hacia Will de primeras, sino que atravesó la habitación hacia una caja de palo de rosa que estaba sobre el vestidor. Siempre habían guardado el violín de Jem, para él, como Will le había prometido. Se mantenía limpio y en orden, y las visagras de la caja no rechinaron cuando Jem la abrió y sacó el instrumento. Miraron como sostenía el arco con sus conocidos dedos delgados, sus pálidas muñecas desapareciendo dentro del material aun más pálido de las túnicas apergaminadas de los Hermanos.

Puso el violín en su hombro entonces y levantó el arco. Y tocó.

Zhi yin. Jem le había dicho alguna vez que significaba entender la música y también un vínculo que iba más profundamente que la amistad. Jem tocó y tocó, los años de la vida de Will como él los había visto. Tocó sobre dos niños pequeños en una sala de entrenamiento, uno mostrándole al otro como lanzar cuchillos, y tocó sobre el ritual parabatai: el fuego y los votos y las runas ardientes. Tocó sobre dos hombres jóvenes, corriendo a través de las calles de Londres en la oscuridad, deteniéndose para inclinarse juntos contra un muro y reírse juntos. Tocó sobre el día en la biblioteca en que él y Will habían bromeado con Mai sobre patos, y tocó sobre el tren a Yorkshire, en el cual Jem había dicho que ser parabatai significaba amar al otro como amabas a tu propia alma. Toco sobre ese amor, y tocó sobre su amor por Mai, y el de ella por ellos, y tocó sobre Will diciéndole, En tus ojos siempre he encontrado gracia.  Tocó sobre las muy escasas veces en que los había visto desde que se unió a la Hermandad – las breves reuniones en el Instituto; la vez que Will fue mordido por un demonio Shax y casi se muere, y Jem vino desde la Ciudad Silenciosa y se sentó con él toda la noche, arriesgándose a que lo descubrieran y lo castigaran. Y tocó sobre el nacimiento de su primer hijo, y la ceremonia de protección en el que habían llevado al niño a la Ciudad Silenciosa. Will no hubiera tenido a ningún otro Hermano Silencioso salvo Jem para que la realizara. Y Jem tocó sobre el modo en que se había cubierto la cara cicatrizada con las manos y se había dado la vuelta cuando supo que el nombre del niño era James.

Tocó sobre amor y pérdida y años de silencio, palabras no dichas y votos no pronunciados, y todos los espacios entre su corazón y el de ellos; y cuando terminó, y cuando dejó el violín de vuelta en su caja, los ojos de Will estaban cerrados, pero los de Mai estaban llenos de lágrimas. Jem dejó el arco y se acercó a la cama echando atrás su capucha, de modo que ella pudo ver sus ojos cerrados y su cara marcada. Y él se sentó junto a ellos en la cama, y tomó la mano de Will, esa que Mai no estaba sosteniendo, y ambos, Will y Mai escucharon la voz de Jem en sus mentes.

Tomo tu mano, hermano, para que puedas ir en paz.

Will había abierto los ojos azules que nunca perdieron su color a través de todos los años que pasaron, y miró a Jem y luego a Mai, y sonrió; y murió con la cabeza de Mai sobre su hombro y con la mano en la de Jem.

Nunca había dejado de doler, el recordar la muerte de Will. Después de que murió, Mai se había marchado. Sus hijos habían crecido y tenido hijos por su cuenta; se dijo a sí misma que no la necesitaban y escondió en el fondo de su mente el pensamiento que la atormentaba: No podría soportar el quedarse y mirarlos hacerse más viejos de lo que ella estaba. Había sido una cosa sobrevivir la muerte de su esposo. El sobrevivir la muerte de sus hijos era algo para lo que no podía quedarse sentarse y observar. Pasaría, tenía que pasar, pero no estaría ahí.

Y además había algo que Will le había pedido que hiciera.

El camino que conducía de Shrewsbury a Welshpool ya no era como había sido cuando Will cabalgó por él en un apuro alocado y descuidado  para salvarla de Mortmain. Will había dejado instrucciones, detalles, descripciones de los pueblos y de un roble extendiéndose. Ella había repasado arriba y abajo el camino muchas veces en su Morris Minor antes de que lo encontrara: el árbol, justo como él lo había dibujado en el diario que le dio, su mano temblaba un poco, pero su memoria era clara.

La daga estaba ahí entre las raíces de los árboles, que habían crecido alrededor de la empuñadura. Tuvo que cortar algunas de ellas y escarbar en el lodo y las piedras con una pala, antes de que pudiera liberarla. La daga de Jem, oscurecida ahora con el clima y el paso del tiempo.

Se la llevó a Jem ese año en el puente. Era 1937 y el Blitz todavía no alcanzaba a los edificios alrededor de San Pablo para manchar con fuego y ardor los muros de la ciudad que Mai amaba. Aun así, había una sombra sobre el mundo, la pista de una oscuridad por venir.
 
–Se matan y se matan unos a otros, y no podemos hacer nada,- dijo Mai con las manos en la piedra gastada del parapeto del puente. Estaba pensando en la Gran Guerra, en el desperdicio de vidas gastadas. No era una guerra de Cazadores de Sombras, pero de la sangre y la guerra nacían los demonios, y era la responsabilidad de los Nefilim el evitar que los demonios causaran una destrucción incluso mayor.

No podemos salvarlos de ellos mismos, replicó Jem. Usaba su capucha alta, pero el viento la echaba hacia atrás, mostrándole a ella el borde de su mejilla con cicatrices. –Algo viene. Un horror que Mortmain solo pudo haberse imaginado. Lo siento en mis huesos.

Nadie puede librar al mundo de toda la maldad, Mai. Y cuando ella sacó la daga del bolsillo de su abrigo, envuelta en seda, aunque todavía sucia y manchada con tierra y la sangre de Will, y se la entregó, él inclinó la cabeza y la sostuvo cerca de él encogiendo los hombros sobre ella, como si protegiera una herida en su corazón. –Will quería que la tuvieras,- dijo. –Sé que no puedes llevarla contigo.Guárdamela. Puede que llegue el día.

Ella no le preguntó qué quería decir, pero la guardó. La guardó cuando dejó Inglaterra y los blancos riscos del Dover alejándose como nubes en la distancia mientras cruzaba el Canal. En París encontró a Magnus quien vivía en un departamento en un desván y pintaba, una ocupación para la cual no tenía ninguna aptitud de cualquier manera. La dejó dormir en un colchón junto a la ventana y en la noche cuando ella se despertaba gritando por Will, el venía y la abrazaba oliendo a trementina. –El primero es siempre el más difícil,- le dijo.

–¿El primero?

–El primero que amas y muere,- respondió. –Se vuelve más fácil después de eso.

Cuando la guerra llegó a París, fueron a Nueva York juntos, y Magnus la presentó de nuevo con la ciudad en la que nació – una metrópolis ocupada, brillante y bulliciosa que apenas reconoció, en donde los carros de motor se amontonaban en las calles como hormigas y los trenes pasaban silbando en plataformas elevadas. No vio a Jem ese año, por que el Luftwaffe estaba ametrallando Londres con fuego y a él le había parecido muy peligroso reunirse, pero en los años después –¿Mai?

Su corazón se detuvo. Una gran oleada de mareo creciente la sobrecogió, y por un momento se preguntó si se estaba volviendo loca, si después de tantos años el pasado y el presente se habían fundido en sus recuerdos hasta que ya no podía reconocer la diferencia. Porque la voz que escuchó no era la suave y silenciosa voz en su mente del Hermano Zachariah. La voz que hacía eco en su cabeza una vez al año por los últimos ciento treinta años.

Esta era la voz que venía con recuerdos que se habían vuelto delgados en los años de recogimiento, como papel doblado y desdoblado demasiadas veces. Una voz que la llevó de regreso como en una ola, el recuerdo de otro tiempo en este puente, una noche tan lejos atrás en la que todo era negro y plata y el río alejándose de prisa bajo sus pies.

Su corazón estaba latiendo tan fuerte que sintió como si fuera a travesarle las costillas. Lentamente se dio la vuelta y se alejó de la balaustrada. Y se quedó mirándole.

El estaba de pie frente a ella, sonriéndole tímidamente, con las manos en los bolsillos de unos vaqueros bastante modernos. Usaba un suéter de algodón azul, remangado hasta los codos. Cicatrices débiles le decoraban los antebrazos como si fueran de encaje. Pudo ver la forma de la runa de Silencio, que había sido tan negra y fuerte contra su piel, desvanecida ahora hasta una débil impresión de plata.

–¿Jem?- susurró, y se dio cuenta de por qué no lo había visto cuando lo estuvo buscando en la multitud. Había estado buscando al Hermano Zachariah, envuelto en sus túnicas de color blanco pergamino, moviéndose sin ser visto a través de la masa de londinenses. Pero este no era el Hermano Zachariah. Este era Jem.

No podía apartar la vista de él. Siempre pensó que Jem era hermoso. No era menos hermoso para ella ahora. Una vez su cabello fue blanco plateado, y sus ojos como cielos grises. Este Jem tenía el pelo negro, y  se rizaba un poco con el aire húmedo, y ojos café oscuro con brillos dorados en los irises. Una vez su piel fue pálida; ahora tenía un rubor de color en ella. En donde su cara no había tenido Marcas antes de convertirse en un Hermano Silencioso, había dos cicatrices oscuras, las primeras runas de la Hermandad, sobresaliendo cruda y oscuramente en el arco de cada pómulo.

Donde el collar de su suéter se abría ligeramente, pudo ver la forma delicada de la runa parabatai que alguna vez lo unió a Will. Que podría unirlos aun si uno imaginaba que las almas podían permanecer unidas aun por encima de la separación de la muerte.

-Jem- susurró de nuevo. A primera vista parecía de unos diecinueve años o veinte, un poco mayor de cómo lo fue cuando se convirtió en un Hermano Silencioso. Cuando miró más profundamente, vio a un hombre – con los largos años de dolor y sabiduría en el fondo de sus ojos; incluso el modo en que se movía hablaba de cuidado y silencioso sacrificio. –Estás – su voz se alzó con esperanza cruda – ¿esto es permanente?¿Ya no estás ligado a los Hermanos Silenciosos?

-No,- dijo él. Hubo un rápido tirón en su aliento; la estaba mirando como si no tuviera idea de cómo reaccionaría ante su súbita aparición. –No lo estoy.

La cura - ¿La encontraste?

-No la encontré por mí mismo,- dijo lentamente. –Pero la encontraron.

-Vi a Magnus en Alicante solo hace unos meses. Hablamos de ti. Nunca dijo…

-Él no sabía,- dijo Jem. –Ha sido un año difícil, un año oscuro para los Cazadores de Sombras. Pero de la sangre y el fuego, la pérdida y la tristeza, han nacido nuevos cambios grandiosos.- Extendió las manos disculpándose, y con un poco de asombro en su voz, mientras dijo: -Yo mismo he cambiado.

-¿Cómo…?

-Te contaré la historia. Otra historia de Lightwood y Herondale y Fairchild. Pero tomará más de una hora contártela, y debes tener frío.

l se acercó como para tocar su hombro y entonces pareció recordar y dejó que su mano cayera. -Yo…- las palabras la habían abandonado. Todavía sentía la impresión hasta la médula, de verlo así. Sí, lo había visto cada año, aquí en este lugar, en este puente. No fue hasta este momento que se daba cuenta que tanto había visto un Jem transmutado. Pero esto – esto era como caer de vuelta en tu propio pasado, todo el último siglo borrado, y se sintió mareada y maravillada y aterrada por eso. –Pero- ¿después de hoy? ¿A dónde irás? ¿A Idris?

Por un momento, el se vio honestamente asombrado – y a pesar de qué tan mayor ella sabía que él era, parecía tan joven. –No lo sé,- dijo. –Nunca antes he tenido una vida que planear.

-Entonces… ¿a otro Instituto?- No te vayas, quería decirle Mai. Quédate. Por favor.
 
-No creo que vaya a Idris o a ningún otro Instituto en algún lado,- dijo después de una pausa tan larga que ella sintió como si las rodillas fueran a fallarle si él no hablaba. –No sé cómo vivir en el mundo como un Cazador de Sombras, sin Will. No creo ni siquiera que sea algo que yo quiera hacer. Todavía soy su parabatai, pero mi otra mitad se ha ido. Si fuera a ir a otro Instituto para pedirles que me aceptaran, nunca podría olvidar esto. Nunca me sentiría completo.

-¿Entonces qué…?

-Eso depende de ti.

-¿De mi?- Una especie de terror la estrujó. Sabía lo que quería que él le dijera, pero parecía imposible. En todo el tiempo que lo había visto, desde que se convirtió en un Hermano Silencioso, él parecía remoto. No poco amable o sin sentimientos, pero como si hubiera una capa de cristal entre él y el mundo. Recordaba al muchacho que ella conoció, quien le había dado su amor tan libremente como respirar, pero ese no era el hombre que con el que se había reunido una vez al año por más de un siglo. Ella sabía qué tanto la había cambiado el tiempo entre entonces y ahora. ¿Qué tanto más lo habría cambiado a él? Ella no sabía que quería él de esta nueva vida, o más inmediatamente de ella. Ella quería decirle lo que fuera que él quisiera escuchar, quería cogerlo y abrazarlo, tomar sus manos y consolarse a sí misma con su forma – pero no se atrevía. No sin saber qué quería él de ella. Habían sido tantos años. ¿Cómo podía asumir que él todavía se sentía del mismo modo que antes?

-Yo…-El miró hacia abajo a sus manos delgadas, apretando el concreto del puente. –Por ciento treinta años, cada hora de mi vida ha sido planeada. Pensé a menudo qué haría si fuera libre, si hubiera una cura que encontrar. Pensé que saltaría inmediatamente, como un pájaro al que liberan de una jaula. Nunca me imaginé que saldría y encontraría el mundo tan cambiado, tan lleno de desesperación. Sumergido en fuego y sangre. Deseaba sobrevivir pero solo por una razón. Deseaba…

-¿Qué deseabas?

Él no respondió. En vez de eso, estiró la mano para tocar el brazalete de perlas con dedos ligeros. –Este es tu brazalete del treinta aniversario- dijo. – Todavía lo usas.

Mai tragó duramente. Su piel le escocía y tenía el pulso acelerado. Se dio cuenta, que no había sentido esto, esta clase particular de emocionante nerviosismo, en tantos años que ya casi lo había olvidado. –Sí.

-¿Nunca has amado a nadie más, después de Will?

-¿No sabes ya la respuesta a esa pregunta?

-No me refiero a la forma en que amas a tus hijos, o la forma en que amas a tus amigos. Mai, tu sabes lo que estoy preguntando.

-No lo sé,- dijo ella – Creo que necesito que me lo digas.

-Íbamos a casarnos una vez,- dijo. –Y te he amado todo este tiempo… por un siglo y medio. Y sé que tú amaste a Will. Los vi juntos a través de los años. Y sé que ese amor fue tan grande que puede haber hecho que otros amores - incluso ese que tuvimos cuando éramos los dos tan jóvenes,- pareciera pequeño y sin importancia. Has tenido toda una vida de amor con él Mai. Tantos años. Hijos. Recuerdos que yo no puedo esperar…

El se detuvo de golpe y con violencia. -No,- dijo, y dejó que la muñeca de ella cayera. –No puedo hacerlo. Fue una tontería pensar – Mai perdóname,- dijo,  y se alejó de ella metiéndose en la masa de gente que surgía por el puente.

Mai se quedó parada un momento, sorprendida; fue solo un momento, pero suficiente para que él desapareciera en la multitud. Extendió una mano para sostenerse y calmarse. La piedra del puente era fría bajo sus dedos – fría, justo como lo fue esa noche cuando vinieron por primera vez a este lugar, en donde hablaron por primera vez. Él fue la primera persona con quien ella había hablado de su más profundo temor: que su poder pudiera convertirla en algo más, algo que no sería humano. Eres humana, le había dicho. En todas las formas que cuentan.

Lo recordaba, recordaba al chico adorable y moribundo que se había tomado el tiempo de consolar a una chica asustada a la que no conocía, y no había dicho ni una palabra de sus propios miedos. Por supuesto que él había dejado sus huellas marcadas en su corazón. ¿Cómo podría ser de otra manera?

Recordó el momento en que le ofreció el pendiente de jade de su madre, sosteniéndolo en una mano extendida y temblorosa. Recordó los besos en un carruaje. Recordó entrar a su habitación, bañada en luz de luna y el chico plateado de pie frente a la ventana, produciendo la música más hermosa que el deseo con el violín en sus manos. ¿Will,? había dicho él. ¿Will, eres tú?

Will. Por un momento su corazón dudó. Recordaba cuando Will murió, su agonía, las largas noches a solas, estirándose en la cama buscándolo, cada mañana cuando despertaba esperando encontrarlo ahí, y solo lentamente acostumbrándose  al hecho de que ese lado de la cama estaría siempre vacío. Los momentos en que encontraba algo divertido y se volvía para bromear con él, solo para sorprenderse nuevamente de que él no estaba ahí. Los peores momentos cuando se sentaba sola para desayunar, y se daba cuenta de que se le había olvidado el tono exacto de azul de sus ojos, o la profundidad de su risa; eso, como el sonido de la música del violín de Jem, se había diluido en la distancia en donde los recuerdos callan.

Jem era un mortal ahora. Envejecería como Will, y como Will moriría, y ella no sabía cómo podría soportarlo de nuevo.

Y aun así. La mayoría de la gente es afortunada de tener incluso un gran amor en su vida. Tú has encontrado dos.

De pronto sus pies se movían, casi sin su petición. Estaba corriendo hacia la multitud, empujando para pasar entre extraños, jadeando disculpas cuando casi tropezaba contra un peatón o los golpeaba con los codos. No le importaba. Estaba corriendo sin parar a través del puente, solo para detenerse de pronto casi al final de éste, donde una serie de escalones angostos bajaban hacia las aguas del Támesis.

Los bajó de dos en dos, casi resbalándose en la piedra húmeda. Al final de los escalones estaba un pequeño muelle de cemento, rodeado con una barandilla de metal. El rio estaba alto y salpicaba entre los huecos del metal, llenando el pequeño espacio con el olor del limo y el agua de río.

Jem estaba de pie en la barandilla mirando hacia el agua. Sus manos metidas apretadamente en sus bolsillos, los hombros hundidos como si estuviera en contra de un viento fuerte. Estaba mirando hacia el frente fijamente casi a ciegas y con tan determinada intención que no pareció escucharla cuando ella se paró detrás de él.

-¿Qué estabas tratando de preguntarme, Jem?

Los ojos de él se abrieron muy grandes. Tenía las mejillas sonrojadas, ya fuera por la carrera o el frío no estaba segura. La miró como si fuera alguna clase bizarra de planta que hubiera brotado en el sitio, sorprendiéndolo. –Mai, ¿me seguiste?

-Por supuesto que te seguí. ¡Saliste corriendo a mitad de una frase!.

-No era una frase muy buena.- El miró al piso y luego a ella de nuevo, su sonrisa era tan conocida como sus propios recuerdos, apretada en las esquinas de su boca. Le llegó un recuerdo entonces, perdido pero no olvidado: la sonrisa de Jem siempre fue como la luz del sol. – Nunca fui el que era bueno con las palabras,- dijo. – Si tuviera mi violín, tocaría para ti, lo que quiero decirte.

-Solo inténtalo.

-No creo- no estoy seguro de que pueda. Tenía seis o siete discursos preparados y creo que estaba diciéndolos todos al mismo tiempo.

Tenía las manos metidas muy dentro de los bolsillos de su pantalón. Mai estiró la mano y lo tomó suavemente de las muñecas. –Bueno, yo soy buena con las palabras,” dijo.  –Déjame preguntarte entonces.

El sacó las manos de los bolsillos y la dejó que enredara los dedos en sus muñecas. Se quedaron de pie, Jem mirándola debajo de una mata de cabello negro – le había caído en la cara por el viento del río. Todavía tenía un solo mechón de plateado en él, resaltando sobre el negro.

-Me preguntaste si había amado a alguien a parte de Will,- dijo ella. –Y la respuesta es sí. Te he amado a ti. Siempre lo he hecho y siempre lo haré.

Ella escuchó como él tomaba aire de pronto. Vio un latido golpeando en su garganta, visible bajo la piel pálida que aun estaba marcada bajo las líneas descoloridas de las Runas de la Hermandad.

-Dicen que no puedes amar a dos personas de igual manera al mismo tiempo- dijo. –Y quizás para otros así es. Pero tú, y Will – ustedes no son como dos personas ordinarias, dos personas que habrían estado celosos el uno del otro, o quienes hubieran imaginado que mi amor por uno disminuía mi amor por el otro. Ustedes fusionaron sus almas cuando eran ambos unos niños. No podría haber amado tanto a Will si no te hubiera amado a ti también. Y no te hubiera podido amar a ti, si no hubiera amado a Will como lo hice.

Sus dedos encerraron las muñecas de él ligeramente, justo debajo de las mangas de su suéter. El tocarlo de éste modo- era tan extraño, y aun así, la hacía querer tocarlo más. Casi había olvidado qué tanto extrañaba el roce de alguien amado. A pesar de eso se forzó a si misma a soltarlo, y llevó la mano hacia el cuello de su blusa. Con cuidado cogió la cadena alrededor de su garganta y la levantó para que él pudiera verlo; colgando de ella, estaba el pendiente de jade que él le había dado tanto tiempo atrás. La inscripción que tenía por detrás brillaba como si fuera nueva: Cuándo dos personas son una en lo más profundo de sus corazones, ellos rompen incluso la fuerza del acero y el bronce.

- ¿Recuerdas cuando dejaste esto conmigo?- dijo. – Nunca me lo he quitado. El cerró los ojos con las pestañas descansando sobre las mejillas largas y delgadas. –Todos estos años.-  dijo él, y su voz fue un bajo susurro, y no era la voz del chico que fue alguna vez, pero aún así, una voz que amaba. –¿Todos estos años lo usaste? Nunca lo supe.

-Me pareció que solo hubiera sido una carga para ti, cuando estu viste en la Hermandad. Temía que pensaras que el que lo usara significaba que yo tenía algún tipo de expectativa de ti. Una expectativa que tú no podías llenar.

El se quedó en silencio por un largo rato. Mai podía escuchar el golpeteo del río, el tráfico en la distancia. Le parecía que podía escuchar las nubes moviéndose a través del cielo. Cada nervio en su cuerpo gritando para que él hablara, pero esperó: esperó mientras las expresiones se perseguían una tras otra entre ellas en el rostro de Jem, y finalmente habló. -El ser un Hermano Silencioso,- dijo, - es verlo todo, y nada a la vez. Podía ver el gran mapa de la vida extendido delante de mí. Podía ver las corrientes del mundo. Y la vida humana comenzó a parecerme una clase de drama apasionado, actuado en la distancia. Cuando me quitaron las runas, cuando retiraron el manto de la Hermandad, fue como si hubiera despertado de un largo sueño, o como si un escudo de cristal alrededor de mí se hubiera hecho añicos. Lo sentí todo, al mismo tiempo, fluyendo a través de mí. Toda la humanidad que los hechizos de la Hermandad me habían quitado. El que haya tenido tanta humanidad que regresara a mi… Eso es gracias a ti. Si no te hubiera tenido, Mai, si no hubiera tenido estas reuniones anuales contigo como mi ancla y mi guía, no hubiera sabido si hubiera podido regresar.

Había luz en sus ojos ahora, y el corazón de ella le ardía en el pecho. Solo había amado a dos hombres en su vida, y nunca pensó que vería alguno de sus rostros de nuevo. –Pero lo hiciste,- susurró. – Y es un milagro. Y tú recuerdas lo que te dije una vez sobre los milagros El sonrió de nuevo con eso. –‘Uno no cuestiona los milagros, o se queja de que no están construidos perfectamente al gusto de uno.’ Supongo que es cierto. Desearía haber podido volver antes a ti. Desearía ser el mismo muchacho que fui cuando me amaste aquella vez. Temo que los años me han cambiado en alguien más.

Mai le buscó la cara con los ojos. En la distancia podía escuchar el sonido del tráfico pasando, pero aquí, junto al margen del río, casi podía imaginarse que era otra vez una chica, y el aire lleno de niebla y humo, el traqueteo constante de las vías en la distancia…-Los añosme han cambiado a mi también,- dijo. – He sido madre y abuela, y he visto morir a aquellos que amo, y he visto a otros nacer. Hablas de las corrientes del mundo. Las he visto también. Si aun fuera la misma chica que fui cuando recién me conociste, no sería capaz de hablarte desde mi corazón tan libremente como acabo de hacerlo. No sería capaz de pedirte lo que estoy a punto de pedirte ahora.

El levantó la mano y le acunó la mejilla. Podía ver la esperanza en su expresión apareciendo lentamente. –¿Y qué es eso?

-Ven conmigo,- dijo ella. -Quédate conmigo. Está conmigo. Ve todo conmigo. He viajado por el mundo y he visto tanto, pero hay mucho más, y no preferiría verlo con nadie más que contigo. Iré a todas partes y a dónde sea contigo, Jem Carstairs.

Su pulgar se deslizó a lo largo del arco de su mejilla. Ella tembló. Había sido tanto tiempo desde que alguien la miró de este modo, como si ella fuera la gran maravilla del mundo, y sabía que ella también lo estaba mirando a él del mismo modo. –Parece irreal,- dijo él con la voz grave. –Te he amado por tanto tiempo. ¿Cómo puede ser cierto todo esto?

-Es una de las grandes verdades de mi vida,- dijo Mai. -¿Vendrás conmigo? Porque no puedo esperar para compartir el mundo contigo, Jem. Hay tanto que ver.

No estaba segura de quien alcanzó a quien primero, solo que un momento después ella estaba en sus brazos y él estaba susurrando –Sí, por supuesto, sí,- contra su cabello. Titubeando él buscó su boca – ella pudo sentir su suave tensión, el peso de tantos años entre su último beso y este. Ella se puso de puntillas, curvando la mano en su nuca, y jalándolo hacia abajo, susurrando –Bie zhao ji.-  No te preocupes, no te preocupes. Ella le besó la mejilla, la comisura de la boca y finalmente en la boca, la presión de los labios de él sobre los de ella fue intensa y gloriosa, y Oh, el latir de su corazón, el sabor de su boca, y el ritmo de su aliento. Sus sentidos se volvieron borrosos con recuerdos: qué tan delgado fue alguna vez, la sensación de sus omóplatos tan aguda como cuchillas debajo del delgado lino de las camisas que uso alguna vez. Ahora se sentía fuerte, sólido músculo sosteniéndola, el golpeteo de la vida a través de su cuerpo en donde se presionaba contra el de ella, el suave algodón apretado entre los dedos.

Mai era consciente de que por encima de su pequeño embarcadero, todavía caminaba gente a lo largo de Blackfriars Bridge, que el tráfico todavía seguía pasando, y que los peatones posiblemente estaban mirándolos, pero no le importaba; después de bastantes años, aprendes lo que es importante y lo que no. Y esto era importante: Jem, el rápido tartamudeo de su corazón, la gracia de sus amables manos deslizándose para acunarle la cara, sus labios suaves contra los de ella cuando delineaba la forma de su boca con la de él. La cálida y sólida realidad definitiva de él. Por primera vez en muchos años, sintió su corazón abierto, y reconoció al amor como algo más que un recuerdo.

No, la última cosa que le importaba era si había gente mirando al chico y la chica besándose junto al río, mientras Londres, sus ciudades y torres, e iglesias y puentes, y calles, daban vueltas alrededor de ellos como el recuerdo de un sueño.

Y si el Támesis que corría junto a ellos seguro y plateado en la luz de la tarde, recordaba una noche mucho tiempo atrás cuando la luna resplandecía tan brillante como un chelín sobre este mismo chico chica; o si las piedras del Blackfriars conocían el camino de sus pies y pensaban para sí mismas: Al fin, la rueda cierra su círculo; ellos guardaron silencio.

Una nota sobre la Inglaterra de Mai.

Al igual que en Ángel Mecánico y Príncipe Mecánico, los Londres y Gales de Princesa Mecánica son, tanto como pude, una mezcla entre lo real y lo irreal, lo famoso y lo olvidado. La casa de la familia Lightwood se basa en Chiswick House, la cual aún puedes visitar. En cuando al N ° 15 de Cheyne Walk, donde Woolsey Scott vive, estaba alquilado en ese momento por Algernon Charles Swinburne, Dante Gabriel Rossetti, y George Meredith. Ellos fueron miembros del Esteticismo (NT: movimiento artístico inglés de fines del siglo XIX que observaba el arte como la exaltación de la belleza), como Woolsey. Aunque ninguno de ellos fue (demostró ser) un hombre lobo. Las Salas Argent están basadas en las escandalosas Salas Argyle.

En cuando al loco viaje de Will por el campo de Londres a Gales, estoy en deuda con Clary Booker, quien me ayudó a trazar el camino, encontró hostales en los que Will se podría haber quedado por el camino, y especuló con el clima. He intentado apegarme dentro de lo posible a las rutas y caminos existentes. (La carretera Shrewsbury-Welshpool es ahora la A458.) He estado en Cadair Idris yo misma y lo he escalado, visité Dolgellau y Tal-y-Llyn, y vi Llyn Cau, sin embargo nunca salté para ver a dónde me llevaría.

El Puente Blackfriars existe, entonces y ahora, y su descripción en el epílogo es tan cercana a mi experiencia como me fue posible. Cazadores de Sombras: Los Orígenes comenzó como una ensoñación sobre Jem y Mai en el Puente Blackfriars, y creo que es apropiado que termine allí también.


Última edición por tamalevyrroni el Sáb Abr 16, 2016 11:03 am, editado 1 vez
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Mensaje por EsperanzaLR Vie Abr 15, 2016 5:37 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Lun Abr 18, 2016 1:12 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Abr 21, 2016 4:08 pm

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