Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
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Mensaje por tamalevyrroni Dom Mayo 08, 2016 12:26 pm

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Sipnosis:

William Cross. Enamorarme de él fue lo más sencillo que me ha pasado nunca. Sucedió al instante. Completamente. Irrevocablemente. Casarme con él fue un sueño hecho realidad. Seguir casada con él es la lucha de mi vida. El amor transforma. Nuestro amor es tanto un refugio en el que guarecerse de la lluvia como la más violenta de las tormentas. Dos almas dañadas entrelazadas en una sola..

Ambos hemos destapado y compartido nuestros más profundos y horribles secretos. William es el espejo que refleja todas mis imperfecciones… y toda la belleza que no pude ver. Él me lo ha dado todo. Ahora, tengo que demostrar que soy la roca, el refugio que él es para mí. Juntos podemos enfrentarnos a aquellos que solo buscan malmeter entre nosotros. Pero nuestro mayor desafío puede residir precisamente en los votos que nos dan la fuerza para llevarlo a cabo. Comprometerse a amar solo fue el principio. Luchar por él nos hará libres… o nos separará para siempre..

Seductora y cargada de sentimiento, Somos uno es el esperado desenlace de la serie «Crossfire», la ardiente historia de amor que ha cautivado a millones de lectores en todo el mundo..
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Mensaje por tamalevyrroni Dom Mayo 08, 2016 1:00 pm

1

Nueva York era la ciudad que jamás dormía. Ni siquiera le entraba sueño nunca. Mi edificio de apartamentos del Upper West Side tenía el nivel de insonorización que se esperaba en la casa de un multimillonario pero, aun así, el zumbido de la ciudad se filtraba en el interior: el acompasado ruido sordo de las ruedas sobre las trilladas calles, las protestas de los agotados frenos neumáticos y los incesantes bocinazos de los taxis.

Cuando salí del café de la esquina al siempre concurrido Broadway, el ajetreo de la ciudad me asaltó. ¿Cómo había vivido alguna vez sin el ruido de Manhattan?

¿Cómo había vivido sin él?

William Cross.

Llevé las manos a su mentón y sentí cómo las acariciaba con su rostro. Esa muestra de vulnerabilidad y afecto me atravesó. Apenas unas horas antes, había creído que William nunca cambiaría, que yo tendría que ceder demasiado si quería compartir mi vida con él. Ahora podía ver de frente su coraje y dudaba del mío.

¿Le había exigido más a él que a mí misma? Me avergonzaba la posibilidad de que lo hubiese obligado a cambiar mientras yo me había empeñado en seguir siendo la misma.

Se encontraba delante de mí, tan alto y tan fuerte. Vestido con vaqueros y camiseta y con una gorra que le tapaba la frente, era imposible reconocer al magnate mundial, pero su naturaleza irresistible no pasaba desapercibida a nadie que se cruzara con él.

Por el rabillo del ojo pude ver cómo la gente de alrededor lo miraba una y, después, otra vez.

Aunque William estuviese vestido con ropa informal o con su traje de tres piezas preferido, el poder de su cuerpo esbelto y musculoso era inconfundible. Su porte, la autoridad que desprendía con su impecable control, hacía imposible que se confundiera con el entorno.

La ciudad de Nueva York engullía todo lo que se adentraba en ella, pero William la tenía bajo su control.

Y era mío. Pese a llevar mi anillo en el dedo, todavía había veces en las que me costaba creerlo.

Nunca sería un hombre sin más. Era la fiereza envuelta en elegancia, la perfección con trazos de desperfectos. Era el punto de conexión de mi mundo, un punto de conexión del mundo entero.

Sin embargo, acababa de demostrar que se doblegaría y cedería hasta lo imposible por estar conmigo, lo cual me proporcionaba de nuevo la seguridad de que yo era digna del dolor al que lo había obligado a enfrentarse.

A nuestro alrededor, las persianas de las tiendas de Broadway volvían a abrirse. El fluir del tráfico de la calle empezaba a volverse más denso a medida que los coches negros y los taxis amarillos pasaban a toda velocidad por la superficie irregular. Los vecinos iban llenando las aceras para sacar a sus perros a pasear o ir a correr a Central Park a primera hora de la mañana, aprovechando todo el tiempo que pudieran antes de que la jornada de trabajo se vengara de ellos. El Mercedes se detuvo junto al bordillo justo cuando nos acercamos. Al volante, la enorme silueta sombría de Raúl. Angus acercó el Bentley para colocarse detrás. Mi trayecto y el de William nos llevaban a casas separadas. ¿Qué clase de matrimonio era ése?

Lo cierto es que el nuestro era así, aunque ninguno de los dos quería que fuese de ese modo. Tuve que trazar una línea divisoria cuando William se llevó a mi jefe de la agencia de publicidad para la que yo trabajaba.

Comprendía el deseo de mi marido de que empezara a trabajar para Cross Industries, pero que intentara obligarme a ello a mis espaldas... No podía permitirlo, no con alguien como William. O estábamos juntos y juntos tomábamos también las decisiones, o estábamos demasiado alejados como para que nuestra relación pudiese funcionar.

Eché la cabeza atrás y levanté los ojos hacia su deslumbrante rostro. En él vi arrepentimiento y alivio. Y amor. Mucho amor.

Era de una belleza pasmosa. Sus ojos tenían el azul del mar Caribe, su pelo espeso y su lustrosa melena negra le acariciaban el cuello. Una mano fervorosa había esculpido cada plano y cada ángulo de su cara con tal perfección que te hipnotizaba y te dificultaba poder pensar con claridad. Me había cautivado su aspecto desde la primera vez que lo vi y, a veces, aún había momentos en que las neuronas se me freían. William me deslumbraba.

No obstante, era el interior de ese hombre, su incesante energía y su poder, su aguda inteligencia y su carácter implacable, unidos a un corazón que podía ser muy tierno... —Gracias. —Mis dedos acariciaron el oscuro surco de su frente y sentí un hormigueo como siempre que tocaba su piel—. Por llamarme. Por contarme lo de tu sueño. Por venir aquí a verme.

—Iría a donde fuera con tal de verte. —Esas palabras eran una promesa que pronunciaba con fervor y vehemencia.

Todos tenemos nuestros demonios. Los de William estaban ocultos tras su férrea determinación cuando estaba despierto. Cuando dormía, lo atormentaban con violentas y atroces pesadillas que se había resistido a compartir conmigo. Teníamos muchas cosas en común, pero los abusos que sufrimos durante nuestra infancia eran un trauma compartido que nos unía tanto como nos separaba. Eso hacía que tuviera que luchar más por William y por lo que teníamos. Nuestros violadores ya nos habían arrebatado demasiadas cosas. —Maite... Tú eres la única fuerza de este mundo que puede obligarme a mantenerme alejado.
—Gracias también por eso —murmuré con el corazón encogido. Nuestra reciente separación había sido devastadora para ambos—. Sé que no te ha resultado fácil darme espacio, pero lo necesitábamos. Y sé que he sido dura contigo.

—Muy dura.

Sonreí al notar cierto tono de frialdad en sus palabras. William no estaba acostumbrado a que le dijeran «no» cuando quería algo. —Lo sé. Y has permitido que lo sea porque me amas.

Pero por más que él había odiado no poder verme, ahora estábamos juntos, porque esa privación lo enloquecía. —Es más que amor. —Sus manos agarraron mis muñecas, apretándolas de la forma autoritaria que hacía que todo mi interior se rindiera.

Asentí. Ya no me daba miedo admitir que nos necesitábamos el uno al otro de una forma que muchos considerarían poco sana. Nosotros éramos así. Eso era lo que teníamos. Y era precioso. —Iremos juntos a ver al doctor Petersen. —Dijo esas palabras con una firmeza inconfundible, pero sus ojos buscaban los míos como si lo estuviese preguntando.

—Eres muy mandón —me burlé con el deseo de que nos separáramos con una buena sensación. Esperanzados.

Apenas quedaban unas horas para nuestra terapia semanal con el doctor Lyle Petersen, y no podía ser más oportuna. Habíamos avanzado. Podíamos servirnos de un poco de ayuda para decidir cuáles deberían ser nuestros siguientes pasos a partir de ese momento. Sus manos me rodearon la cintura. —Y eso te encanta —replicó.

Extendí los brazos hacia el bajo de su camiseta y agarré el suave tejido. —Me encantas tú.

—Maite. —Soltó su aliento tembloroso sobre mi cuello. Manhattan nos rodeaba, pero no podía interponerse entre nosotros. Cuando estábamos juntos, no había nada más.

De mí salió un leve sonido de deseo. Lo añoraba y lo ansiaba, y me estremecía de placer por volver a tenerlo apretándose contra mí. Lo olí con inhalaciones profundas mientras mis dedos se clavaban en los rígidos músculos de su espalda. Me invadió una sensación embriagadora. Sí, era adicta a él, a su corazón, a su alma y a su cuerpo, y llevaba varios días sin mi dosis, haciendo que me sintiera débil y desconcertada, incapaz de funcionar como era debido.

Él me envolvió, su cuerpo era mucho más grande y fuerte. Me sentía segura entre sus brazos, querida y protegida. Nada podía tocarme ni hacerme daño cuando me abrazaba. Quería que él tuviera la misma sensación de seguridad conmigo. Necesitaba que supiera que podía bajar la guardia, darse un respiro, y que yo podría protegernos a los dos.

Yo tenía que ser más fuerte. Más inteligente. Más medrosa. Teníamos enemigos y William se estaba enfrentando a ellos a solas. Era protector por naturaleza. Ésa era una de las cualidades que más admiraba en él. Pero yo tenía que empezar a demostrar a los demás que podía ser una adversaria tan buena como mi marido.

Y lo que era más importante: tenía que demostrárselo a William.

Me incliné sobre él y absorbí su calor. Su amor. —Te veo a las cinco, campeón.

—Ni un minuto después —respondió con brusquedad.

No pude evitar reírme, enamorada de su tono severo. —¿O qué?

Se apartó y me lanzó una mirada que hizo que se me encogieran los dedos de los pies. —O iré a buscarte yo mismo.

***

Debería haber entrado sigilosamente al ático de mi padrastro pues, a esa hora, las seis de la mañana pasadas, era probable que pudiera sorprenderme volviendo. En lugar de ello, entré con paso firme, con la mente ocupada en los cambios que necesitaba realizar.

Tenía tiempo para darme una ducha rápida, pero decidí no hacerlo. Había pasado mucho tiempo sin que William me tocara, demasiado tiempo sin que sus manos me acariciaran, sin que su cuerpo estuviera dentro del mío. No quería que desapareciera el recuerdo de su tacto. Sólo eso ya me daría la fuerza precisa para hacer lo que debía. Se encendió una lámpara. —Maite.

—Dios mío —respondí sobresaltada.

Me volví y vi a mi madre sentada en uno de los sofás de la sala de estar. —¡Me has asustado! —protesté mientras me colocaba una mano sobre el corazón acelerado.

Se puso de pie. Su bata de satén, que le llegaba hasta los pies, resplandecía alrededor de sus piernas atléticas y levemente bronceadas. Yo era su única hija, pero parecíamos hermanas. Monica Tramell Barker Mitchell Stanton estaba obsesionada con mantenerse en forma. Era una esposa florero de profesión, su belleza juvenil era su mayor virtud. —Antes de que digas nada, sí, tenemos que hablar de la boda —empecé a decir—. Pero lo cierto es que debo irme a trabajar y ponerme a empaquetar mis cosas para irme a casa esta noche...

—¿Estás teniendo una aventura?

Su brusca pregunta me sorprendió más que su emboscada. —¿Qué? ¡No!

Suspiró aliviada y la tensión desapareció de sus hombros de forma visible. —Gracias a Dios. ¿Me vas a contar qué narices está pasando? ¿Tan grave ha sido tu discusión con William?

Grave. Por un momento, me había preocupado que lo nuestro hubiese terminado por las decisiones que él había tomado. —Lo estamos arreglando. Sólo hemos pasado por un bache.

—¿Un bache por el que llevas días evitándolo? Así no se arreglan los problemas, Maite.

—Es una larga historia...

Se cruzó de brazos. —No tengo ninguna prisa.

—Pero yo sí. Tengo que prepararme para irme a trabajar.

En su rostro apareció una expresión de dolor y, casi al instante, sentí remordimientos.

Durante un tiempo, yo había querido convertirme en una mujer como mi madre. Había pasado horas vistiéndome con su ropa, tropezándome con sus tacones, untándome la cara con sus cremas y sus maquillajes caros. Había tratado de imitar su voz susurrante y sus gestos sensuales, convencida de que ella era la mujer más hermosa y perfecta del mundo. Y su forma de tratar a los hombres, el modo en que la miraban y la atendían..., en fin, quería para mí ese toque mágico que ella tenía.

Al final, me había transformado en su viva imagen, a excepción de nuestro corte de pelo y el color de mis ojos. Pero eso era sólo el exterior. Como mujeres, no podíamos ser más distintas y, por desgracia, yo había llegado a sentirme orgullosa de ello. Había dejado de acudir a ella en busca de consejo, salvo en lo referente a ropa y decoración.

Eso iba a cambiar. En ese mismo momento.

Había probado con muchas y diferentes estrategias para dirigir mi relación con William, pero no le había pedido ayuda a la única persona que tenía cerca y que sabía lo que era estar casada con un hombre importante y poderoso. —Necesito tu consejo, mamá.

Mis palabras quedaron flotando en el aire y, a continuación, vi cómo la comprensión agrandaba los ojos de mi madre con asombro. Un momento después, se volvía a sentar en el sofá como si las piernas no le respondieran. Su sorpresa había sido un fuerte golpe y, en ese instante, supe hasta qué punto la había excluido de mi vida.

Estaba sufriendo por dentro cuando me senté en el sofá que había enfrente del suyo. Había aprendido a ser cautelosa con las cosas que le contaba a mi madre y había hecho todo lo posible por ocultarle información que pudiera dar lugar a discusiones que terminaran volviéndome loca.

No siempre había sido así. Mi hermanastro Nathan había acabado con la cálida y fácil relación que yo mantenía con mi madre, como también había acabado con mi inocencia. Después de que mi madre se enterara de los abusos, había cambiado, y se había vuelto sobreprotectora hasta el punto de llegar a acosarme y asfixiarme. Ella estaba absolutamente segura de todo en la vida,excepto de mí. Conmigo se mostraba preocupada y entrometida y, a veces, casi rozaba la histeria. Con el paso de los años, yo me había obligado a eludir la verdad con demasiada frecuencia, ocultando secretos a todos los que quería sólo por mantener la tranquilidad. —No sé cómo ser el tipo de esposa que William necesita — confesé.


Echó los hombros hacia atrás y toda su compostura pasó a convertirse en indignación. —¿Es que está teniendo una aventura?

—¡No! —Se me escapó una pequeña carcajada—. Nadie está teniendo ninguna aventura. Nosotros no nos haríamos algo así. No podríamos. Deja de preocuparte por eso.

Tuve que preguntarme si la reciente infidelidad de mi madre con mi padre era la verdadera fuente de esa preocupación. ¿Le remordía la conciencia? ¿Se estaba cuestionando su relación con Stanton? Yo no sabía qué pensar al respecto. Quería mucho a mi padre, pero también creía que mi padrastro era perfecto para mi madre en el sentido de lo que ella necesitaba de un marido. —Maite...

—William y yo nos casamos hace unas semanas a escondidas. —Dios, qué bien me sentí al soltarlo así.

Me miró con los ojos entornados y parpadeó una vez. Y dos. —¿Qué?

—Aún no se lo he contado a papá —continué—. Pero lo voy a llamar hoy.

Sus ojos brillaron al inundarse de lágrimas. —¿Cómo? Dios mío, Maite..., ¿cómo hemos llegado a estar tan distanciadas?

—No llores.

Me levanté y me acerqué a ella para sentarme a su lado. Extendí las manos hacia las suyas pero, en lugar de cogerlas, ella me abrazó con fuerza.

Yo aspiré aquel olor tan familiar y sentí la paz que únicamente se encuentra en los brazos de una madre. Aunque sólo duró un momento. —No lo planeamos, mamá. Nos fuimos el fin de semana y William me preguntó si quería hacerlo y se encargó de prepararlo todo... Fue espontáneo. Impulsivo.

Se apartó y pude ver su rostro surcado de lágrimas y sus ojos encendidos. —¿Se ha casado contigo sin un acuerdo prenupcial?

Me reí. No pude evitarlo. Por supuesto, mi madre tenía que dirigir su atención a los asuntos económicos. Durante mucho tiempo, el dinero había sido la fuerza motora de su vida. —Sí que existe un acuerdo prenupcial.

—¡Maite Lauren! ¿Has pedido que te lo revisen o también fue algo espontáneo?

—Lo leí palabra por palabra.

—¡Tú no eres abogada! Por Dios, Maite... ¡Te he educado para que seas más inteligente!

—Cualquier niño de seis años habría entendido el contenido — espeté, molesta por el que era el verdadero problema de mi matrimonio: en la relación entre William y yo se entrometían demasiadas personas que nos impedían sacar tiempo para ocuparnos de los asuntos que de verdad teníamos que arreglar—. No te preocupes por el acuerdo.

—Deberías haberle pedido a Richard que lo leyera. No entiendo por qué no lo hiciste. Es una irresponsabilidad. De verdad que no...

—Lo leí, Monica.

Las dos nos volvimos al oír la voz de mi padrastro. Stanton entró en la habitación preparado para empezar la jornada, muy elegante con su traje azul marino y su corbata amarilla. Imaginé que William se parecería mucho a él cuando cumpliera su edad: buena forma física, distinguido, como un buen macho alfa. —¿Sí? —pregunté sorprendida.

—Cross me lo envió hace unas semanas. —Stanton se acercó a mi madre para coger su mano entre las suyas—. No podrían pedirse mejores condiciones.

—¡Siempre existen mejores condiciones, Richard! —respondió ella en tono brusco.

—Hay gratificaciones por acontecimientos como aniversarios y nacimiento de hijos, y ningún tipo de penalización para Maite, aparte de la terapia de pareja. La disolución daría lugar a una distribución más que equitativa de los bienes. Estuve tentado de preguntar si Cross les había pedido a sus abogados que lo revisaran. Imagino que se habrían opuesto enérgicamente.

Mi madre se quedó callada un momento mientras asimilaba aquello. A continuación, se puso en pie furiosa. —Entonces ¿tú sabías que iban a casarse en secreto? ¿Lo sabías y no me dijiste nada?

—Por supuesto que no lo sabía. —La atrajo entre sus brazos y le habló con suavidad, como si fuese una niña—. Supuse que estaba anticipándose. Ya sabes que normalmente estos asuntos requieren meses de negociación. Aunque, en este caso, no había nada más que se pudiera pedir.

Yo me puse de pie a mi vez. Tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo al trabajo. Ese día, más que ningún otro, no quería llegar tarde. —¿Adónde vas? —preguntó mi madre apartándose de Stanton —. Aún no hemos acabado esta conversación. ¡No puedes soltar una bomba como ésa y después marcharte!

Me giré para mirarla mientras caminaba de espaldas.—De verdad que tengo que prepararme. ¿Por qué no nos vemos para comer y seguimos hablando?

—No puedes...

—Corinne Giroux —la interrumpí.

Mi madre me miró con unos ojos como platos y, después, los entornó. Un nombre. No tuve que decir nada más. La ex de William era un problema que no necesitaba de mayor explicación.

***

Eran pocas las personas que llegaban a Manhattan y no sentían una familiaridad instantánea. El perfil del horizonte de la ciudad había sido inmortalizado en muchísimas películas, dando lugar al amor que sentían por Nueva York desde sus residentes hasta gentes de todo el mundo.

Yo no era ninguna excepción. Adoraba la elegancia de estilo art déco del edificio Chrysler. Podía localizar mi situación en la isla teniendo en cuenta dónde estaba el Empire State. Me asombraba la imponente altura de la Torre de la Libertad, que ahora dominaba la parte sur. Pero el edificio Crossfire era único en su especie. Lo pensé antes de enamorarme del hombre cuya clarividencia había llevado a su construcción.

Cuando Raúl acercó el coche a la acera, me maravillé al ver el inconfundible cristal azul zafiro que albergaba la forma de obelisco del Crossfire. Eché la cabeza atrás y mis ojos ascendieron por la reluciente torre hasta el punto más alto, el luminoso espacio donde se encontraba Cross Industries. Los peatones pasaban en tropel por mi lado, la acera llena de hombres y mujeres de negocios que se dirigían a sus trabajos con maletines y bolsos en una mano y sus vasos de café humeante en la otra.

Sentí a William antes de verlo. Todo mi cuerpo vibró al verlo bajar del Bentley que se había detenido detrás del Mercedes. La atmósfera que me rodeaba se cargó de electricidad, la energía chisporroteante que siempre anunciaba la llegada de una tormenta.

Yo era de las pocas personas que sabían que era la inquietud del alma atormentada de William lo que provocaba aquella tempestad.

Me giré hacia él y sonreí. No era ninguna coincidencia que llegáramos a la vez. Lo supe antes de ver la confirmación en sus ojos.

Llevaba un traje gris oscuro con una camisa blanca y una corbata de sarga plateada. Su cabello oscuro le rozaba la mandíbula y el cuello con la elegante y sensual caída de sus mechones negros. Seguía mirándome con aquella ferocidad sexual y ardiente que me había abrasado desde el principio, pero ahora había una ternura en sus brillantes ojos azules y una franqueza que significaban para mí más que cualquier otra cosa que pudiera darme. Di un paso hacia él mientras se acercaba. —Buenos días, señor oscuro y peligroso.

Sus labios se curvaron con ironía. La sonrisa iluminó sus ojos aún más. —Buenos días, esposa mía.

Extendí la mano hacia él y me sentí cómoda cuando William la buscó a medio camino y la agarró con fuerza. —Se lo he contado esta mañana a mi madre..., lo de que nos hemos casado.

Me miró con el ceño fruncido y, a continuación, su sonrisa se llenó de un placer victorioso. —Qué bien.

Me reí de su clara actitud dominante y le di un suave empujón en el hombro. William se movió con la velocidad de un rayo y me acercó a él para besarme en la comisura de mis labios sonrientes. Su alegría era contagiosa. Sentí cómo estallaba dentro de mí, iluminando todos los lugares que habían quedado a oscuras durante los últimos días. —Llamaré a mi padre durante el primer descanso para contárselo.

Se puso serio. —¿Por qué ahora y no antes?

Hablaba en tono suave, bajando la voz en busca de intimidad. La muchedumbre que se dirigía a su trabajo seguía pasando por nuestro lado sin prestarnos apenas atención. Aun así, vacilé al responder, pues me sentía demasiado expuesta.

Entonces, la verdad se volvió más fácil que nunca. Había ocultado demasiadas cosas a la gente que quería, unas menos importantes y otras más, tratando de dejar las cosas como estaban a la vez que esperaba y necesitaba que cambiaran. —Tenía miedo —le dije.

Él se acercó más a mí mientras me miraba con intensidad. —Y ¿ya no?

—No.

—Esta noche me dirás el porqué.

Asentí. —Te lo diré.

Colocó su mano por detrás de mi nuca, agarrándola de forma posesiva y tierna a la vez. Su expresión era impasible, sin revelar nada, pero sus ojos, esos ojos tan azules, estaban llenos de emoción. —Lo conseguiremos, cielo.

El amor se deslizó cálidamente por mi interior como un trago de buen vino.—Por supuesto.
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Mensaje por tamalevyrroni Dom Mayo 08, 2016 1:14 pm

***

Resultaba extraño cruzar las puertas de Waters Field & Leaman mientras contaba mentalmente los días que tardaría en poder decir que trabajaba para aquella prestigiosa agencia de publicidad. Megumi Kaba me saludó con la mano desde su puesto en la recepción a la vez que se golpeaba los auriculares para hacerme saber que estaba atendiendo una llamada y que no podía hablar. Le devolví el saludo y me dirigí hacia mi mesa con paso decidido. Tenía muchas cosas que hacer, poner en marcha un nuevo comienzo.

Pero lo primero era lo primero. Dejé mi bolso y el monedero en el cajón de abajo, me senté en mi silla y, después, me dispuse a visitar la página web de mi florista habitual. Sabía lo que quería: dos docenas de rosas blancas en un jarrón de cristal rojo oscuro.

Blanco para la pureza. Para la amistad. Para el amor eterno. También era la bandera de la rendición. Había establecido unas líneas de combate al forzar una separación entre William y yo y, al final, había vencido. Pero no quería entrar en guerra con mi marido.

Ni siquiera traté de elaborar una nota inteligente para las flores, cosa que habría hecho en el pasado. Me limité a escribir la verdad.

Eres un milagro, señor Cross.

Te llevo en mi corazón y te quiero mucho.

La señora Cross.

La página web me llevó hasta la finalización del pedido. Pulsé el botón de envío y me tomé un momento para imaginar lo que William pensaría de mi regalo. Esperaba verlo algún día recibiendo flores de mi parte. ¿Sonreía cuando Scott, su secretario, se las llevaba? ¿Interrumpía la reunión que estuviese dirigiendo para leer mis notas? ¿O esperaba a alguno de los pocos respiros que había en su agenda para tener un poco de intimidad?

Sonreí al pensar en las distintas posibilidades. Me encantaba hacerle regalos a William. Y pronto tendría más tiempo para escogerlos.

***

—¿Te vas? —Mark Garrity levantó sus ojos incrédulos desde mi carta de dimisión para mirar los míos.

Sentí un nudo en el estómago al ver la expresión en el rostro de mi jefe. —Sí. Siento no haber avisado con más tiempo.

—¿Mañana es tu último día? —Apoyó la espalda en su sillón. Sus ojos eran de un color chocolate, algo más claros que su piel, y denotaban tanta sorpresa como consternación—. ¿Por qué, Maite?

Suspiré y me incliné hacia adelante para apoyar los codos en las rodillas. Una vez más, opté por la verdad. —Sé que es poco profesional irme así, pero tengo que volver a establecer mis prioridades y, ahora mismo, no puedo dedicarle a esto toda mi atención, Mark. Lo siento.

—Yo... —Dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por sus oscuros y apretados rizos—. En fin, no sé qué decir.

—¿Que me vas a perdonar y que no me lo vas a echar en cara? —Solté una carcajada carente de humor—. Es pedir mucho, lo sé.

Él trató de mirarme con una sonrisa burlona.—No quiero perderte, Maite. Ya lo sabes. No sé si alguna vez te he dicho de verdad lo mucho que has aportado. Has hecho que yo pueda trabajar mejor.

—Gracias, Mark. Te lo agradezco.

Dios, aquello era más difícil de lo que había pensado, pese a que sabía que era la mejor y la única decisión que podía tomar.

Mis ojos pasaron de mi atractivo jefe a las vistas que tenía detrás. Como encargado de administración, tenía un despacho pequeño y sus ventanas estaban bloqueadas por el edificio que había al otro lado de la calle, pero seguía siendo tan típicamente neoyorquino como el enorme despacho de William Cross en la planta superior por encima de nosotros.

En muchos sentidos, aquella división de plantas reflejaba el modo en que yo trataba de definir mi relación con William. Sabía quién era él. Sabía lo que era: un hombre único en su especie. Me encantaba ese rasgo de él y no quería que cambiara. Sólo quería llegar hasta su nivel por méritos propios. Lo que no había pensado era que, obcecándome en no aceptar que nuestro matrimonio había cambiado los planes, estaba arrastrándolo a que él bajara al mío. No me conocerían por haberme ganado mi ascenso hasta lo más alto en mi campo. Para algunos, yo siempre me habría casado para conseguir el éxito, iba a tener que aceptarlo. —Y ¿qué vas a hacer ahora? —preguntó Mark.

—Sinceramente, aún lo estoy pensando. Sólo sé que no puedo quedarme.

Mi matrimonio iba a suponer mucha presión antes de que ésta se rompiera, y yo había permitido que llegara hasta un límite muy peligroso al tratar de dejar un poco de distancia. Al tratar de ponerme yo antes.

William Cross era tan profundo y enorme como el océano, y yo había temido ahogarme en él desde la primera vez que lo vi. Ya no podía seguir teniendo miedo. No después de darme cuenta de que a lo que más temía era a perderlo.

Sin embargo, en un intento de mantenerme neutral, había sido empujada de un lado a otro. Y, como aquello me había enfadado tanto, no me había parado un instante a pensar que, si quería tener el control, debía hacerme con él. —¿Es por lo de la cuenta de LanCorp? —preguntó Mark.

—En parte. —Me alisé la falda estrecha, imaginando que me sacudía el resentimiento que aún me quedaba por el hecho de que William hubiese contratado a Mark. El elemento catalizador había sido que LanCorp llegase a Waters Field & Leaman con una exigencia específica para Mark y, por tanto, para mí. Una maniobra que William había visto sospechosa. La estafa piramidal de Geoffrey Cross había diezmado la fortuna de la familia Landon y, aunque tanto Ryan Landon como William habían vuelto a construir lo que sus padres habían perdido, Landon aún ansiaba una venganza—. Pero, sobre todo, por motivos personales.

Se incorporó, apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia mí.—No es asunto mío y no pienso fisgonear, pero ya sabes que Steven, Shawna y yo estamos contigo si nos necesitas. Te queremos.

Su sinceridad hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas. Yo les había cogido mucho cariño a su prometido, Steven Ellison, y a la hermana de Steven, Shawna, durante los meses que llevaba viviendo en Nueva York, y se habían convertido en una parte de la red de nuevas amistades que me había creado en mi nueva vida. Pasara lo que pasase no quería perderles. —Lo sé. —Sonreí a pesar de mi tristeza—. Te prometo que, si os necesito, os llamaré. Pero todo va a ser para mejor. Para todos.

Mark se relajó y me devolvió la sonrisa.—Steven va a flipar. Quizá sería mejor que se lo dijeras tú.

Pensar en el corpulento y simpático contratista hizo que desapareciera toda mi tristeza. Steven me echaría la bronca por dejar plantado a su pareja, pero lo hacía de buen corazón. —Ah, vamos —respondí burlona—. No serías capaz de obligarme a eso, ¿no? Ya está resultando bastante difícil.

—Yo no me opongo a que lo sea aún más.

Me reí. Sí, echaría de menos a Mark y también mi trabajo. Mucho.

***

Cuando llegó el momento de mi primer descanso, todavía era temprano en Oceanside, California, así que le envié un mensaje a mi padre en lugar de llamarlo:

Avísame cuando te despiertes, ¿vale? Tengo que contarte una cosa. Y, como sabía que, por ser policía además de padre, Victor Reyes se iba a preocupar, añadí: No es nada malo. Sólo una noticia. Apenas había dejado el teléfono en la encimera de la sala de descanso para ponerme una taza de café cuando empezó a sonar. El atractivo rostro de mi padre iluminó la pantalla, mostrando en su foto los ojos grises que yo había heredado de él.

De repente, me sentí hecha un manojo de nervios. Cuando cogí el teléfono, la mano me temblaba. Quería mucho a mis progenitores, pero siempre había creído que mi padre sentía las cosas de una forma más profunda que mi madre. Y, mientras ella nunca dudaba en dejar claro cómo podía solucionar mis defectos, él no parecía notar que tuviese ninguno. Sólo pensar en decepcionarlo o hacerle daño me parecía una crueldad. —Hola, papá. ¿Cómo estás?

—Eso te iba a preguntar, cariño. Yo estoy como siempre, ¿y tú?¿Qué ha pasado?

Me acerqué a la mesa más cercana y me senté para poder tranquilizarme. —Te he dicho que no pasaba nada malo y, aun así, pareces preocupado. ¿Te he despertado?

—Es mi deber preocuparme —respondió con un cálido tono divertido en su voz profunda—. Y me estaba preparando para salir a correr antes de empezar la jornada, así que no, no me has despertado. Dime qué noticia es ésa.

—Eh... —Me quedé muda y tragué saliva—. Dios, esto resulta más difícil de lo que creía. Le había dicho a William que era mamá la que me preocupaba, que a ti te parecería bien. Y, aquí estoy, tratando de...

—Maite.

Respiré hondo. —William y yo nos hemos casado a escondidas.

El teléfono se quedó en un inquietante silencio. —¿Papá?

—¿Cuándo? —Su voz rasgada me hundió.

—Hace un par de semanas.

—¿Antes de que vinieses a verme?

Me aclaré la garganta. —Sí.

Silencio. Dios mío. Aquello era de lo más cruel. Apenas hacía unas semanas que le había contado lo de la violación de Nathan y casi lo había matado. Y, ahora, esto... —Papá, me estás asustando. Estábamos en aquella isla y todo era precioso, muy bonito. En el hotel en el que nos alojábamos se celebran bodas continuamente, facilitan mucho las cosas, como en Las Vegas. Tienen a un oficiante que se encarga de los permisos.Simplemente, fue el momento ideal, ya sabes. La oportunidad perfecta. —La voz se me quebró—. Papá, por favor, di algo.

—Yo... No sé qué decir.

Una lágrima abrasadora se deslizó por mi cara. Mamá había preferido el dinero antes que el amor, y William era un claro ejemplo del tipo de hombre al que ella habría elegido en lugar de a mi padre. Yo sabía que aquello había supuesto un golpe que mi padre había tenido que superar, y ahora nos encontrábamos con este obstáculo. —Pero vamos a seguir con la boda —le dije—. Queremos que nuestros amigos y nuestras familias estén con nosotros cuando pronunciemos nuestros votos.

—Eso era lo que esperaba, Maite. —Soltó un gruñido—. ¡Maldita sea, me siento como si Cross acabara de arrebatarme algo! Se supone que tengo que entregarte yo, me había hecho a esa idea. Y ¿él sale corriendo sin más y se casa contigo? Y ¿no me lo dijiste? ¿Estuviste aquí, en mi casa, y no me lo contaste? Eso me duele, Maite. Me duele.

No hubo forma de contener las lágrimas después de eso. Llegaron como un torrente abrasador, empañándome la visión y cerrándome la garganta. Me sobresalté cuando la puerta de la sala de descanso se abrió y entró Will Granger. —Es probable que esté aquí —dijo mi compañero—. Y aquí está...

Se interrumpió al ver mi cara, y de sus ojos desapareció la sonrisa tras sus gafas rectangulares.Un brazo con una manga oscura apareció y lo apartó a un lado.William. Estaba en la puerta. Sus ojos se clavaron en mí y se volvieron fríos como el hielo. De repente, era como un ángel vengador, y su elegante traje oscuro le hacía parecer serio y peligroso, con su expresión endurecida tras una hermosa máscara. Pestañeé mientras mi cerebro trataba de adivinar por qué estaba allí. Antes de conseguirlo, él ya se encontraba delante de mí con mi teléfono en la mano. Bajó la mirada hacia la pantalla antes de acercárselo al oído. —Victor. —El nombre de mi padre sonó como una advertencia —. Parece que has hecho que Maite se sienta mal, así que ahora vas a hablar conmigo.

Will salió y cerró la puerta. A pesar del tono afilado de las palabras de William, sus dedos me acariciaron la mejilla con una suavidad infinita. Sus ojos me miraban, y su color azul lleno de una rabia heladora casi me hizo estremecer.

Joder. William estaba enfadado. Y mi padre también. Lo oí gritar desde mi silla. Agarré la muñeca de William y negué con la cabeza, sintiendo de repente pánico porque los dos hombres a los que más quería pudieran terminar disgustándose e incluso odiándose. —No pasa nada —susurré—. No pasa nada.

Cuando volvió a hablar de nuevo con mi padre, la voz de William sonó firme y controlada, y eso sólo consiguió asustarme aún más. —Tienes derecho a estar enfadado y a sentirte herido, lo reconozco. Pero no voy a permitir que mi mujer sufra por esto. Está claro que, al no tener hijos, no puedo imaginarme lo que se siente.

Traté de escuchar, con la esperanza de que la reducción del volumen de su voz significara que mi padre se estaba tranquilizando en lugar de alterarse más. De repente, William se puso tenso y apartó la mano de mí. —No, a mí no me gustaría que mi hermana se escapara para casarse en secreto. Dicho lo cual, no es con ella con quien yo lo pagaría.

Compuse un gesto de dolor. Mi padre y mi marido tenían eso en común: ambos se mostraban increíblemente protectores con las personas a las que querían. —Estaré dispuesto en cualquier momento, Victor. Iré a verte, si es lo que quieres. Cuando me casé con tu hija, acepté responsabilizarme por completo de ella y de su felicidad. Si hay que enfrentarse a alguna consecuencia, no me costará nada hacerlo.

Los ojos de William se entornaron mientras escuchaba. A continuación, se sentó enfrente de mí, dejó el teléfono sobre la mesa y conectó el altavoz. La voz de mi padre inundó la sala. —¿Maite?

Cogí aire temblorosa y apreté la mano que William había extendido hacia mí. —Sí, estoy aquí, papá.

—Cariño. —Respiró hondo también—. No te enfades, ¿vale? Es sólo que necesito asimilar esto. No me lo esperaba y tengo que poner en orden mis pensamientos. ¿Podemos hablar esta noche, cuando salga de mi turno?

—Sí, claro.

—Bien. —Hizo una pausa. —Te quiero, papá.

—El sonido de mi llanto atravesó mi voz y William acercó su silla apresando mis piernas con las suyas. Era increíble notar la fuerza que yo hacía salir de él. Era un alivio poder contar con él. Aquello era distinto del apoyo de Cary. Mi mejor amigo era una caja de resonancia, un animador, un bromista. William era un escudo protector.

Y yo tenía que ser lo suficientemente fuerte como para admitir cuándo necesitaba uno.—Yo también te quiero, pequeña —dijo mi padre con un deje de dolor y pena que se me clavó en el corazón—. Luego te llamo.

—Vale, yo... —¿Qué más podía decir? No tenía ni idea de cómo arreglar aquello—. Adiós.

William puso fin a la llamada y, a continuación, tomó mi mano con la suya. Tenía los ojos clavados en mí, y el hielo se derritió para convertirse en ternura. —No tienes de qué avergonzarte, Maite. ¿Está claro?

Asentí. —No lo hago.

Me cogió la cara entre las manos y me limpió las lágrimas con los pulgares. —No soporto verte llorar, cielo.

Me obligué a contener la pena que aún sentía para esconderla en un rincón donde después pudiera encargarme de ella. —¿Por qué estás aquí? ¿Cómo lo sabías?

—He venido a darte las gracias por las flores —murmuró.

—Ah. ¿Te gustan? —Conseguí componer una sonrisa—. Quería que pensaras en mí.

—Todo el tiempo. A cada minuto. —Me agarró de la cintura y me arrastró hacia él.

—Podrías haberte limitado a enviar una nota.

—Sí. —Una especie de sonrisa hizo que el corazón se me disparara—. Pero entonces no podría hacer esto.

William me llevó a su regazo y me besó intensamente.

***
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Mensaje por Joanita Dom Mayo 08, 2016 1:37 pm

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Mensaje por EsperanzaLR Dom Mayo 08, 2016 2:25 pm

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Mensaje por Joanita Miér Mayo 11, 2016 4:46 pm

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Mensaje por solelluna Miér Mayo 11, 2016 8:24 pm

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Mensaje por asturabril Jue Mayo 12, 2016 3:12 pm

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Mensaje por SuenoLR Vie Mayo 13, 2016 3:31 am

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Mensaje por tamalevyrroni Vie Mayo 13, 2016 11:01 am

¿Seguimos viéndonos en casa esta noche?, decía el mensaje de Cary mientras yo esperaba en el ascensor para bajar al vestíbulo a mediodía. Mi madre estaba ya esperándome allí, y yo estaba tratando de poner orden en mis pensamientos. Teníamos que hablar de muchas cosas.

Dios, cómo deseaba que ella pudiese ayudarme a enfrentarme a todo aquello.

Ése es el plan —respondí a mi querido y, a veces, fastidioso compañero de piso mientras entraba en el ascensor—. Aunque tengo una cita después del trabajo y, luego, cena con William. Quizá llegue tarde. ¿Una cena? Tienes que ponerme al día.

Sonreí. Por supuesto. Me ha llamado Trey.

Solté un resoplido al leer el mensaje, como si hubiese estado conteniendo la respiración. Supongo que, en cierto modo, había sido así.

No podía culpar al intermitente novio de Cary por haberse retirado cuando se enteró de que la chica con la que Cary se acostaba se había quedado embarazada. A Trey ya le había costado lidiar con la bisexualidad de Cary y, ahora, ese bebé implicaba que siempre habría una tercera persona en su relación.

No me cabía duda de que Cary debería haberse comprometido antes con Trey en lugar de mantener sus puertas abiertas, pero comprendía el miedo que se ocultaba tras sus actos. Conocía demasiado bien las ideas que le cruzan a uno por la mente cuando se ha pasado por lo que Cary y yo habíamos sufrido, más aún cuando te ves ante una persona increíble que te ama. Si fue demasiado bueno para ser verdad, ¿cómo podría haber sido real?

Yo también comprendía a Trey y, si se había rendido, respetaba su decisión. Sin embargo, era lo mejor que le había ocurrido a Cary en mucho tiempo. Me iba a dar mucha lástima que no consiguiesen salir adelante. ¿Qué te ha dicho?

Te lo cuento cuando nos veamos.

Cary, no seas cruel.

Tardó en responder, no lo hizo hasta que yo ya estaba pasando por los torniquetes de salida. Ya, y eso lo dices precisamente tú.

Me entristecí, porque no había forma de tomar aquello como una buena noticia. Me aparté para dejar que otras personas me adelantaran. Le respondí: Te quiero mucho, Cary Taylor.

Yo también te quiero, preciosa.

—¡Maite!

Mi madre cruzó el espacio que nos separaba con sus delicadas sandalias de tacón, una mujer en la que era imposible no reparar en medio de la multitud de gente que entraba y salía del edificio Crossfire a la hora del almuerzo. Por su pequeña estatura, Monica Stanton podría haberse perdido en medio de aquel océano de trajes, pero llamaba demasiado la atención como para que eso pudiera ocurrir.

Carisma. Sensualidad. Fragilidad. Aquélla era una mezcla explosiva que había convertido a Marilyn Monroe en una estrella, y también podía decirse lo mismo de mi madre. Vestida con un mono azul marino sin mangas, Monica Stanton parecía más joven de lo que era, y más segura de lo que yo sabía que se sentía. Las panteras de Cartier que le colgaban del cuello y de la muñeca informaban a cualquiera que la viera de que se trataba de una mujer cara.

Vino directa a mí y me estrechó en un abrazo que me cogió por sorpresa. —Mamá.

—¿Estás bien? —Se apartó para mirarme a la cara.

—¿Qué? Sí, ¿por qué?

—Me ha llamado tu padre.

—Ah. —La miré con cautela—. No se ha tomado bien la noticia.

—No. —Entrelazó su brazo con el mío y nos dirigimos a la puerta—. Pero lo superará. No estaba preparado para dejarte marchar.

—Porque le recuerdo a ti.

Para mi padre, mi madre había sido la que se había marchado. Aún la amaba, incluso después de más de dos décadas separados. —Tonterías, Maite. Nos parecemos, pero tú eres mucho más interesante.

Eso me hizo soltar una carcajada. —William dice que soy interesante.

Ella me miró con una amplia sonrisa, lo que hizo que el hombre que pasaba por su lado tropezara. —Por supuesto. Conoce bien a las mujeres. Por muy guapa que seas, hace falta algo más que belleza para conseguir que se case contigo.

Me detuve junto a la puerta giratoria para dejar que mi madre saliera antes. Una ráfaga de calor húmedo me golpeó cuando salí con ella a la acera e hizo que al instante mi piel se empañara con el sudor. A veces dudaba que pudiera acostumbrarme a aquella humedad, pero consideraba que ése sería uno de los precios que tendría que pagar por vivir en la ciudad a la que tanto amaba. La primavera había sido preciosa, y sabía que el otoño también lo sería, la época perfecta del año para renovar mis votos con el hombre que era el dueño de mi corazón y de mi alma.

Estaba dando gracias a Dios por el aire acondicionado cuando vi al jefe de seguridad de Stanton esperando junto al coche negro en el bordillo.

Benjamin Clancy me saludó con un asentimiento relajado y confiado. Su forma de comportarse era tan profesional como siempre, aunque sentía tal gratitud hacia él que me costó trabajo no abrazarlo y darle un beso.

William había matado a Nathan para protegerme. Clancy se había asegurado de que William no tuviera que pagar nunca por ello. —Hola —le dije mientras veía mi sonrisa reflejada en sus gafas de aviador con cristales de espejo.

—Maite. Me alegra verte.

—Yo estaba pensando lo mismo de ti.

No respondió con una amplia sonrisa. No era propio de él. Pero, aun así, la noté.

Mi madre entró primero y, después, subí junto a ella al asiento de atrás. Antes incluso de que Clancy rodeara el coche por detrás, ella se giró para mirarme y cogerme la mano. —No te preocupes por tu padre. Tiene ese pronto tan propio de los latinos, pero se le pasa enseguida. Lo único que quiere es asegurarse de que eres feliz.

Apreté sus dedos con suavidad. —Lo sé. Pero lo que de verdad deseo es que papá y William se lleven bien.

—Son dos hombres muy testarudos, cariño. De vez en cuando, van a chocar.

Tenía razón. Yo soñaba con que los dos se llevaran como lo hacen los hombres, que charlaran sobre deporte o coches, que bromearan a la vez que se daban en la espalda las palmadas que normalmente acompañaban a ese tipo de cosas. Pero tenía que enfrentarme a la realidad, fuera cual fuese el resultado. —Tienes razón —reconocí—. Ambos son adultos. Lo solucionarán. —O eso esperaba.

—Por supuesto que lo harán.

Con un suspiro, miré por la ventanilla. —Creo que he encontrado una solución para lo de Corinne Giroux.

Hubo una pausa. —Maite, tienes que quitarte a esa mujer de la cabeza. Al pensar en ella le estás dando un poder que no se merece.

—Permitimos que se convirtiera en un problema siendo tan reservados.

Volví a mirar a mi madre. —El mundo tiene un apetito voraz por todo lo de William. Es guapo, rico, atractivo y brillante. La gente quiere saberlo todo sobre él, pero ha mantenido su privacidad hasta tal extremo que apenas saben nada. Eso le ha dado pie a Corinne para escribir su biografía sobre la época en la que estuvo con él.

Me miró con recelo. —¿Qué estás pensando?

Busqué en mi bolso y saqué una pequeña tableta. —Necesitamos más cosas así.

Giré la pantalla para mostrarle la imagen de William y de mí que habían tomado unas horas antes mientras estábamos delante del Crossfire. El modo en que me agarraba por la nuca denotaba tanta ternura como posesión, mientras que el modo en que yo inclinaba la cabeza hacia él reflejaba amor y adoración. El estómago se me revolvió al ver que un momento tan íntimo era mostrado ante la mirada lujuriosa de todo el mundo, pero tenía que superarlo. Tenía que ofrecerles más. —William y yo tenemos que dejar de ocultarnos —continué—. Nos tienen que ver. Pasamos demasiado tiempo encerrados. La gente quiere que este playboy multimillonario se convierta por fin en el príncipe azul. Quieren cuentos de hadas, mamá, y finales felices. Necesito darle a la gente la historia que desea y, al hacerlo, conseguiré que Corinne y su libro parezcan algo patético.

Ella echó los hombros hacia atrás. —Es una idea terrible.

—No. No lo es.

—¡Es terrible, Maite! No se vende una intimidad que tanto ha costado conseguir a cambio de nada. Si alimentas esa hambre de la gente, no lograrás sino hacerla más grande. ¡Por el amor de Dios, no querrás convertirte en un personaje de las revistas!

Apreté la mandíbula. —No voy a hacerlo así.

—¿Por qué quieres arriesgarte? —Levantó la voz y se volvió más estridente—. ¿Por Corinne Giroux? ¡Su libro saldrá y desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos, pero tú nunca podrás deshacerte de la atención de los demás una vez que los invites a ello!

—No te comprendo. ¡No existe el modo de estar casada con William sin ser el centro de atención! Más me vale tomar el control y ser yo misma la que prepare el terreno.

Solté un leve gruñido. —Creo que te estás poniendo demasiado melodramática.

Ella negó con la cabeza. —Te lo advierto: ésa no es la forma de arreglar esta situación. ¿Lo has hablado con William? No me lo imagino aceptando algo así.

Me quedé mirándola, claramente sorprendida ante su reacción. Había creído que estaría de acuerdo, teniendo en cuenta lo que pensaba sobre lo que era un buen casamiento y los privilegios que eso ofrecía.Fue entonces cuando vi el miedo en su boca apretada y sus ojos nublados. —Mamá. —Suavicé la voz mientras me reprochaba no haberme dado cuenta antes—. Ya no tenemos que seguir preocupándonos por Nathan.

Ella me miró con igual intensidad. —No —respondió, aunque sin mostrar un ápice de tranquilidad—. Pero ver que todo lo que haces, que todo lo que dices o decides es diseccionado para diversión del público puede convertirse en una pesadilla.

—¡No voy a permitir que nadie en el mundo dicte cómo deben percibirse mi matrimonio ni mi persona! —Estaba harta de sentirme una víctima. Quería ser yo la que pasara a la ofensiva.

—Maite, no vas a...

—Pues dame una alternativa que no sea la de quedarme sentada sin hacer nada y mirando para otro lado, mamá. —Aparté los ojos de ella—. No vamos a ponernos de acuerdo y no voy a cambiar de idea a menos que haya un plan distinto sobre la mesa.

Ella dejó escapar un gemido de frustración y, a continuación, se quedó callada. Flexioné los dedos con el deseo de enviarle un mensaje a William para desahogarme. Una vez me había dicho que se me daría muy bien la gestión de las crisis. Me había sugerido que dedicara mi talento a Cross Industries. ¿Por qué no empezar con algo mucho más íntimo e importante.

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Mensaje por EsperanzaLR Vie Mayo 13, 2016 3:17 pm

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Mensaje por Joanita Vie Mayo 13, 2016 5:54 pm

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Mensaje por Joanita Dom Mayo 15, 2016 11:53 am

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Mensaje por Joanita Lun Mayo 23, 2016 5:48 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Jue Mayo 26, 2016 11:27 am

–¿Más flores? —preguntó Arash Madani con voz cansina al entrar en mi despacho por la doble puerta acristalada.

Mi abogado se acercó a donde estaban las rosas blancas de Maite, que decoraban la zona de los sofás. Las había colocado sobre la mesita para que quedaran en mi campo de visión. De esa forma, lograba apartar mi atención de las bandas de cotizaciones en Bolsa que aparecían en la pared de pantallas planas que quedaba detrás.

La tarjeta que acompañaba a las flores estaba sobre el cristal ahumado de mi mesa, y yo le daba vueltas entre los dedos mientras volvía a leer por enésima vez lo que decía.Arash sacó una rosa y se la acercó a la nariz. —¿Cuál es el secreto para conseguir que te manden cosas así?

Apoyé la espalda en el asiento mientras, de forma inconsciente, me fijaba en que su corbata de tonos esmeraldas hacía juego con los decantadores adornados con piedras preciosas que estaban sobre la barra. Hasta su llegada, esos recipientes de colores brillantes y el jarrón rojo de Maite habían sido las únicas notas de color entre toda la monocromía de mi amplio despacho. —Tener a la mujer adecuada —respondí.

Arash volvió a dejar la flor en su jarrón. —Adelante, Cross, sigue restregándomelo.

—Prefiero regodearme en silencio. ¿Tienes algo para mí?

Se acercó a mi mesa con una sonrisa que indicaba que le gustaba su trabajo, aunque nunca me había cabido duda de ello. Tenía un instinto de cazador casi tan desarrollado como el mío.—El acuerdo de Morgan está saliendo bien. —Se ajustó sus pantalones hechos a medida y se sentó en una de las dos sillas que había frente a mi escritorio. Su estilo era ligeramente más ostentoso que el mío, pero no había nada que criticar al respecto—. Ya hemos limado los asuntos más importantes. Aún quedan por definir algunas cláusulas, pero estaremos listos para empezar la semana que viene.

—Estupendo.

—Eres hombre de pocas palabras. ¿Quieres que nos reunamos este fin de semana? —preguntó en un tono despreocupado.

Negué con la cabeza. —Es probable que Maite quiera salir. Si es así, intentaré que se olvide del tema.

Arash se rio. —Debo decirte que esperaba que sentaras la cabeza en algún momento. Todos lo hacemos, tarde o temprano. Pero pensé que antes me avisarías.

—Y lo he hecho.

No era del todo cierto. Nunca había esperado compartir mi vida con nadie. Nunca había negado que mi pasado ensombrecía mi presente, pero no me había parecido necesario compartir esa historia con nadie antes de Maite. Ya no podía cambiarse nada, así que, ¿por qué volver a hablar de ello?

Me puse de pie y me acerqué a uno de los dos ventanales que enmarcaban mi despacho para admirar la ciudad que se extendía con su esplendor urbano detrás del cristal.

Antes de conocer la existencia de Maite, me había dado miedo incluso soñar con hallar a esa única persona en el mundo que aceptaría y amaría cada aspecto de mi ser.

¿Cómo era posible que la hubiera encontrado allí, en Manhattan, en el mismo edificio que yo había construido a pesar de los buenos consejos y del enorme riesgo? Demasiado caro, decían. E innecesario. Pero yo necesitaba que el apellido Cross fuese recordado y que se hablara de él de otro modo. Mi padre había arrastrado nuestro apellido por el barro. Yo lo había llevado a las alturas de la ciudad más importante del mundo. —No habías dado muestra alguna de que te disponías a hacerlo —dijo Arash a mis espaldas—. Si no recuerdo mal, seguiste a dos mujeres cuando fuimos al club Cinco de Mayo y, pocas semanas después, me dices que redacte un descabellado contrato prenupcial.

Observé la ciudad, dedicando un breve momento a apreciar la vista de pájaro que me brindaba la altura y la situación de mi oficina en el edificio Crossfire. —¿Alguna vez has visto que retrase la firma de un acuerdo?

—Una cosa es ampliar tu cartera de valores y otra iniciar una nueva vida de la noche a la mañana —dijo Arash riendo entre dientes—. Y entonces ¿qué planes tienes? ¿Estrenar la nueva casa de la playa?

—Una idea excelente.

Llevarme a mi esposa a los Outer Banks era mi objetivo. Tenerla toda para mí había sido como estar en el paraíso. Cuando me encontraba a solas con ella era el hombre más feliz del mundo. Ella me reactivaba, me hacía imaginar una vida en la que nunca antes había pensado.Yo había construido mi imperio con mi pasado en mente. Ahora, gracias a ella, continuaría construyéndolo para nuestro futuro.

El teléfono de mi escritorio se iluminó. Era Scott, por la línea uno. Pulsé el botón y su voz surgió por el altavoz. —Corinne Giroux está en recepción. Dice que sólo necesita unos minutos para dejarle una cosa. Quiere dárselo en persona porque es algo privado.

—Claro que sí —intervino Arash—. Puede que sean más flores.

—No es la mujer adecuada —le dije fulminándolo con la mirada.

—Ojalá todas mis mujeres no adecuadas se pareciesen a Corinne.

—Mantén esa idea en mente mientras vas a la recepción a recoger lo que sea que haya traído. Me miró sorprendido.

—¿En serio? ¡Uf!

—Si quiere hablar, puede hacerlo con mi abogado.

Arash se puso de pie y se dirigió a la puerta. —Entendido, jefe.

Eché un vistazo al reloj. Las cinco menos cuarto. —Estoy seguro de que ya lo has oído, Scott, pero para que te quede claro: Madani se encargará.

—Sí, señor Cross.

A través de la pared de cristal que separaba mi despacho del resto de la planta, vi cómo Arash desaparecía por la esquina en dirección a la recepción y, de inmediato, borré de mi mente ese asunto. Maite estaría conmigo poco después, la única cosa que de verdad había estado esperando desde el comienzo de la jornada.

Pero, por supuesto, no iba a resultar tan fácil.

Un destello carmesí por el rabillo del ojo unos segundos después hizo que volviera a mirar hacia afuera para ver a Corinne caminando hacia mi despacho con Arash pisándole los talones. Levantó el mentón cuando nuestros ojos se cruzaron. Su sonrisa tensa se amplió, y pasó de ser una mujer hermosa a otra deslumbrante. Pude admirarla como a cualquier otra cosa salvo a Maite. De manera objetiva, desapasionada.

Como hombre felizmente casado, era muy consciente del terrible error que habría cometido al casarme con Corinne. Por desgracia para todos nosotros, ella se negaba a verlo así.

Me puse de pie y rodeé la mesa. La mirada que lancé tanto a Arash como a Scott los previno de que no hicieran nada más. Si Corinne quería hablar conmigo en persona, le iba a proporcionar la oportunidad de hacer lo correcto.

Ella entró en mi despacho con unos tacones de aguja rojos. El vestido sin tirantes que llevaba era del mismo color que sus zapatos y dejaba a la vista sus largas piernas y su piel pálida. Llevaba el pelo suelto y su negra melena se deslizaba alrededor de sus hombros desnudos. Era el polo opuesto de mi esposa y la viva imagen de cualquier otra mujer que había pasado por mi vida. —William. Seguro que puedes dedicar unos minutos a una vieja amiga.

Me apoyé en mi mesa y me crucé de brazos. —Además de ofrecerte la cortesía de no llamar a seguridad... Que sea rápido, Corinne.

Sonrió, pero sus ojos, de color azul verdoso, estaban tristes. Llevaba una pequeña caja roja bajo el brazo. Cuando se acercó, me la ofreció. —¿Qué es esto? —pregunté sin cogerla.

—Son las fotos que van a aparecer en el libro.

Enarqué las cejas. Me descrucé de brazos y acepté la caja por pura curiosidad. No había pasado mucho tiempo desde que habíamos estado juntos, pero apenas recordaba los detalles. Lo que me quedaba eran impresiones, los momentos más importantes y el arrepentimiento. Yo era muy joven y peligrosamente inconsciente.

Corinne dejó el bolso sobre mi mesa, moviéndose de tal modo que su brazo acarició el mío. Por cautela, extendí una mano y pulsé el botón para activar la opacidad de la pared de cristal.

Si ella quería espectáculo, yo me aseguraría de que no contara con público. Quité la tapa y vi una fotografía de Corinne y yo abrazados delante de una hoguera. Su cabeza estaba apoyada en mi hombro y tenía la cara inclinada hacia arriba para que yo pudiera besarle los labios. Aquel recuerdo me asaltó de inmediato. Habíamos ido de excursión a la casa de un amigo en los Hamptons. Hacía mucho frío y el otoño daba paso al invierno.

En la imagen parecíamos felices y enamorados y, en cierto modo, supongo que lo estábamos. Sin embargo, yo no había aceptado la invitación de quedarnos a pasar la noche, a pesar de la clara decepción de Corinne. Con mis pesadillas, no podía dormir a su lado. Y tampoco podía follar con Corinne, aunque sabía que era eso lo que ella quería, porque la habitación de hotel que yo tenía reservada para tal fin estaba a kilómetros de distancia.

Cuántos obstáculos. Cuántas mentiras y evasivas. Respiré hondo y dejé el pasado atrás. —Maite y yo nos casamos el mes pasado —dije.

Se puso tensa. Dejé la caja sobre el escritorio y cogí mi teléfono móvil para mostrarle la fotografía que aparecía en mi pantalla: Maite y yo compartiendo el beso que sellaba nuestros votos. Corinne volvió la cabeza para no mirar. A continuación, cogió la caja, pasó las fotos de más arriba y sacó una de los dos en la playa.

Yo estaba de pie, con el agua por la cintura. Corinne estaba abrazada a mí por delante, con las piernas rodeando mi cintura, los brazos sobre mis hombros y las manos entre mi pelo. Tenía la cabeza echada hacia atrás y se reía, la imagen irradiaba su felicidad. Yo la agarraba con fuerza, con la cabeza vuelta hacia ella. Había gratitud y asombro, cariño. Cualquiera que viera aquello pensaría que se trataba de amor.

Y ése era el objetivo de Corinne. Yo negaba haber amado nunca a nadie antes que a Maite, y ésa era la pura verdad. Corinne estaba decidida a demostrarme que me equivocaba de la forma más pública posible. Inclinándose en mi dirección, miró la foto y, después, a mí. Su expectación era obvia, como si una prodigiosa epifanía fuese a golpearme. Empezó a juguetear con su collar y me di cuenta de que había sido un regalo mío, un pequeño corazón de oro con una sencilla cadena.

Joder. Yo ni siquiera recordaba que nos hubiésemos hecho aquella maldita fotografía ni dónde nos encontrábamos en ese momento. Y no me importaba. —¿Qué esperas demostrar con estas fotos, Corinne? Estuvimos saliendo. Cortamos. Tú te casaste y ahora lo he hecho yo. No queda nada.

—Entonces ¿por qué te enfadas tanto? No pareces indiferente, William.

—No. Estoy molesto. Lo único que consigues con esto es que aprecie más lo que tengo con Maite. Y saber que esto la va a hacer sufrir no hace que mire el pasado con cariño. Éste es nuestro último adiós, Corinne. —La miré a los ojos para asegurarme de que era consciente de mi decisión—. Si vuelves aquí otra vez, los de seguridad no te dejarán pasar.

—No voy a volver. Tendrás que...

Scott llamó y cogí el teléfono. —¿Sí?

—Ha venido a buscarlo la señorita Tramell.

Volví a inclinarme sobre la mesa y pulsé el botón que abría las puertas. Un momento después entró Maite.

¿Llegaría alguna vez el día en que la viera y no sintiera que la tierra se movía bajo mis pies?

Ella se detuvo en seco, dándome el placer de poder disfrutar de su visión. Maite era rubia natural, con unos mechones claros que enmarcaban su delicado rostro y acentuaban el gris tormentoso de unos ojos que yo podría pasarme horas mirando. Como siempre hacía. Era de pequeña estatura pero de curvas peligrosas. Un cuerpo de una deliciosa suavidad al que poder rodear en la cama.

Podría pensar que era de una belleza angelical, de no ser por la lujuriosa sensualidad que siempre me hacía pensar en puro sexo, ansiarlo.

Sin querer, mi mente quedó invadida por el recuerdo de su olor y la sensación de tenerla en mis manos. Su risa ronca, que me daba felicidad, y su ardiente mal genio, que hacía que me tambaleara, eran recuerdos viscerales. En mi interior, todo se despertó, una oleada de energía y sensibilidad que no sentía en ningún otro momento que no estuviese con ella.

Corinne fue la primera en hablar. —Hola, Maite.

Yo me puse en tensión. El deseo de proteger y salvaguardar lo más valioso de mi vida anuló cualquier otra consideración.

osa. Al contrario que Corinne, iba vestida de forma recatada, con una falda negra de raya diplomática y una blusa de seda sin mangas que resplandecía como una perla. La oleada de calor que sentí fue la única prueba que necesitaba para decidir cuál de las dos mujeres era la más atractiva. Maite. Ahora y siempre.

El impulso que sentí me hizo cruzar la habitación con pasos largos y rápidos. «Cielo.»

No pronuncié la palabra en voz alta, no quería que Corinne la oyera, pero pude notar que Maite la oía. Extendí la mano hacia la suya y sentí un hormigueo de profundo reconocimiento que me hizo apretarla.

Ella se movió para mirar por detrás de mí y ver a aquella mujer que no suponía ninguna rivalidad. —Corinne.

No me volví para mirarla. —Tengo que irme —dijo Corinne a mi espalda—. Esas copias son para ti, William.

Incapaz de apartar mis ojos de Maite, respondí: —Llévatelas. No las quiero.

—Deberías verlas todas —contestó mientras se acercaba.

—¿Por qué? —Exasperado, miré a Corinne cuando se detuvo junto a nosotros—. Si tengo algún interés en verlas, siempre podré mirar en tu libro.

Su sonrisa se tensó. —Adiós, Maite. William.

Mientras ella salía, di otro paso hacia mi esposa, poniendo fin a la corta distancia que quedaba entre nosotros. Le agarré la otra mano y me incliné hacia ella para aspirar el olor de su perfume. La tranquilidad invadió mi cuerpo. —Qué bien que hayas venido. —Susurré esas palabras contra su frente, pues necesitaba toda la conexión posible—. Te echo mucho de menos.

Maite cerró los ojos y se recostó en mí con un suspiro. Al notar que aún estaba tensa, le apreté las manos. —¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Sólo que no esperaba verla aquí.

—Ni yo. —Aunque no me gustaba, menos aún me gustaba pensar en aquellas fotos.

Regresé a mi mesa, volví a poner la tapa sobre la caja y la lancé a la papelera. —He dejado mi trabajo —dijo ella—. Mañana es mi último día. Yo deseaba que ella llegara a esa decisión: el que creía que era el mejor paso y el más seguro que ella debía tomar. Pero sabía que debía de haberle resultado muy difícil tomarla. A Maite le encantaba su empleo y la gente con la que trabajaba.

Consciente de que podía leer mis pensamientos, mantuve un tono neutral: —¿Ah, sí?

—Sí.

Me quedé mirándola. —Entonces ¿qué vas a hacer ahora?

—Tengo que planear una boda.

—Ah —sonreí. Tras haber pasado unos días temiendo que lo pensara mejor y decidiera dejar nuestro matrimonio, fue un alivio ver que no era así—. Me alegra saberlo.

Le hice una señal doblando el dedo índice para que se acercara. —Acércate tú también —respondió con cierto desafío en la mirada.

¿Cómo podía resistirme? Nos juntamos en medio de la habitación.

Ésa era la razón por la que íbamos a superar aquello y cualquier otro obstáculo con que nos topáramos: siempre podríamos encontrarnos a mitad de camino.

Ella no sería nunca la esposa dócil que mi amigo Arnoldo Ricci había deseado para mí. Maite era demasiado independiente, demasiado feroz. La franja divisoria de sus celos tenía una anchura de un kilómetro. Era exigente y terca, y me desafiaba sólo con la intención de volverme loco.

Y toda esa fricción funcionaba de un modo que nunca había servido con ninguna otra mujer, porque Maite estaba hecha para mí. Creía en ello como en ninguna otra cosa. —¿Es esto lo que quieres? —le pregunté en voz baja, buscando en su rostro la respuesta.

—Tú eres lo que quiero. El resto no es más que logística.

De repente, la boca se me secó y el corazón empezó a palpitarme a toda velocidad. Cuando levantó una mano para echarme el pelo hacia atrás, le agarré la muñeca y apreté su palma contra mi mejilla, cerrando los ojos mientras asimilaba su tacto.

La semana anterior se desvaneció. Los días que habíamos pasado separados, las horas de silencio, el miedo abrumador. Ella llevaba todo el día demostrándome que estaba lista para seguir adelante, que yo había tomado la decisión correcta al hablar con el doctor Petersen. Al hablar con ella. No sólo no se había ido, sino que quería más. Y ¿ella me decía que yo era un milagro? Maite suspiró. Sentí cómo desaparecía lo que le quedaba de tensión. Permanecimos allí de pie, conectando de nuevo el uno con el otro, absorbiendo la fuerza que necesitábamos. Me estremecí hasta lo más hondo al saber que yo pudiera darle un poco de paz. Y ¿qué me había dado ella? Todo.

***

La forma en que se iluminó la cara de Angus cuando Maite salió del edificio Crossfire me conmovió de un modo que jamás podría explicarlo. Angus McLeod era callado por naturaleza y por su formación. Rara vez mostraba emoción alguna, pero con Maite hacía una excepción.

O quizá era que no podía evitarlo. Bien sabía Dios que yo no podía. —Angus. —Maite lo miró con su luminosa y abierta sonrisa—. Hoy estás especialmente guapo.

Vi cómo aquel hombre al que yo quería como a un padre se tocaba la visera de su gorra de chófer y le devolvía la sonrisa con un divertido atisbo de vergüenza.

Tras el suicidio de mi padre, toda mi vida cambió. Durante los desagradables años posteriores, mi único punto de estabilidad había sido Angus, un hombre contratado como conductor y guardaespaldas que terminó siendo mi cuerda salvavidas. En un tiempo en el que yo me sentía solo y traicionado, cuando incluso mi propia madre se negaba a creer que había sufrido repetidas violaciones por parte del terapeuta que se suponía que debía ayudarme, Angus había sido mi ancla. Nunca dudó de mí. Y, cuando me independicé, él se vino conmigo. —No echemos esto a perder, amigo —dijo Angus cuando las elegantes y tonificadas piernas de mi mujer se deslizaron en el interior del asiento trasero del Bentley.

Retorcí mi boca con expresión de arrepentimiento. —Gracias por el voto de confianza.

Entré con Maite mientras Angus rodeaba el coche para dirigirse al asiento del conductor. Coloqué la mano en su pierna y esperé a que ella me mirara. —Quiero llevarte a la casa de la playa este fin de semana.

Contuvo la respiración un momento y, después, la soltó con fuerza. —Mi madre nos ha invitado a Westport. Stanton le ha pedido a su sobrino Martin que venga y también a su novia, Lacey. Es la compañera de piso de Megumi, no sé si la recuerdas. Por supuesto, Cary también va a estar. En fin, he dicho que iríamos.

Luchando contra la decepción, consideré mis opciones. —Quiero que hagamos algo de vida familiar —continuó—. Además, mi madre desea que hablemos de un plan que he elaborado.

La escuché mientras me contaba la conversación que había tenido durante el almuerzo con Monica. Maite se quedó observando mi cara al terminar. —Ha dicho que a ti no te gustaría la idea, pero tú ya has utilizado antes a los paparazzi, cuando me agarraste en la calle y me besaste hasta hacerme perder el sentido. Querías que saliera esa fotografía.

—Sí, pero la oportunidad se presentó sola. No la busqué yo. Tu madre tiene razón: existe una diferencia.

Su labio inferior se curvó hacia abajo y yo consideré mi estrategia. Quería que se involucrara y participara de forma activa. Para eso hacía falta valor y aceptación, nada de obstáculos. —Pero tú también la tienes, cielo —añadí—. Si existe un público para el libro de Corinne, hay un hueco en el mercado que habrá que llenar, y deberíamos dirigirnos a él.

La sonrisa con la que me miró fue mi recompensa. —Se me ha ocurrido que podríamos pedirle a Cary que nos haga unas fotografías espontáneas este fin de semana —dijo—. De algunos momentos que sean más personales e informales que las fotos de alfombra roja. Podemos vender las que más nos gusten a los medios de comunicación y donar las ganancias a Crossroads.

La fundación benéfica que yo había creado ya tenía buena financiación, pero entendí que recaudar dinero era una ventaja complementaria del plan de Maite para mitigar el impacto del libro de chismorreos de Corinne. Como sentía remordimientos por el sufrimiento que esa situación iba a causar a mi esposa, estaba dispuesto a apoyarla en todo lo que necesitara, aunque eso no quería decir que renunciara a luchar por un fin de semana a solas con ella. —Podríamos ir un día —sugerí, dando comienzo a la negociación llevándola al extremo opuesto, lo cual me daba espacio para hacer sacrificios—. Podríamos pasar del viernes por la noche al domingo por la mañana en Carolina del Norte y, después, el domingo en Westport.

—¿Ir en un día desde Carolina del Norte hasta Connecticut y luego a Manhattan? ¿Estás loco?

—Entonces, desde el viernes por la noche hasta el sábado por la noche.

—No podemos estar solos sin más, William —respondió ella en tono suave mientras apoyaba su mano sobre la mía—. Tenemos que seguir el consejo del doctor Petersen durante una temporada. Creo que debemos continuar saliendo un tiempo, viéndonos en público, buscando el modo de resolver los problemas sin utilizar el sexo como apoyo.

Me quedé mirándola. —No estás diciendo que no podemos tener sexo...

—Sólo hasta que nos hayamos casado. No voy a...

—Maite, ya estamos casados. No puedes pedirme que aparte las manos de ti.

—Te lo estoy pidiendo.

—No.

Su expresión se endureció. —No puedes decirme que no.

—Tú tampoco puedes negarte —repliqué a la vez que mi corazón empezaba a acelerarse. Las manos se me humedecieron y un atisbo de pánico comenzó a invadirme—. Tú me deseas tanto como yo a ti.

Me acarició la cara.—A veces, creo que yo te deseo más, y eso me gusta. Pero el doctor Petersen tiene razón. Hemos ido muy rápido y hemos pasado por todos los baches a ciento cincuenta kilómetros por hora. Creo que podemos contar con este pequeño período de tiempo para aminorar la marcha. Sólo unas cuantas semanas, hasta la boda.

—¿Unas cuantas semanas? Por Dios, Maite. —Me aparté y me pasé la mano por el pelo. Luego volví la cabeza para mirar por la ventanilla.

Mi mente iba a toda velocidad. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me lo pedía? ¿Cómo iba a quitarle esa idea de la cabeza, joder? Noté cómo ella se deslizaba para acercarse y, a continuación, se acurrucó contra mi cuerpo.

Bajó la voz hasta convertirla en un susurro. —¿No fuiste tú el que habló de las ventajas de la demora de la gratificación?

La fulminé con la mirada. —Y ¿qué ventajas nos ha traído eso?

Esa noche había sido uno de los mayores errores que yo había cometido en nuestra relación. La velada había empezado fuerte y, después, la inesperada aparición de Corinne lo había embarullado todo, provocando una de las peores discusiones que Maite y yo habíamos tenido nunca, una discusión que se volvió más colérica por la ardiente tensión sexual que yo había avivado de forma deliberada y que no quise satisfacer. —En aquel entonces éramos personas diferentes —respondió ella, mirándome fijamente con la claridad de sus ojos grises—. Tú no eres el mismo hombre que me ignoró durante aquella cena.

—No te ignoré.

—Y yo no soy la misma mujer —continuó—. Sí, ver hoy a Corinne me ha puesto un poco nerviosa, pero sé que no es una amenaza. Sé que te has comprometido. Que nos hemos comprometido. Y es por eso por lo que podemos hacer esto.

Mis piernas se abrieron a la vez que yo me estiraba. —No quiero.

—Yo tampoco. Pero creo que es una buena idea. —Su boca se suavizó con una sonrisa—. Es anticuado y romántico esperar hasta la noche de bodas. Piensa en el sexo tan excitante que disfrutaremos cuando llegue ese momento.

—Maite, no necesitamos que nuestra vida sexual sea más excitante.

—Lo que necesitamos es hacerlo por diversión, no porque nos sirva para seguir estando juntos.

—Son las dos cosas, y eso no tiene nada de malo. —Maite podría haberme pedido que no comiera, cosa que yo habría estado más dispuesto a hacer, si me hubiese dado a elegir.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Mayo 26, 2016 11:36 am

—William, tenemos algo increíble. Merece la pena el esfuerzo para ser más sólidos en todos los aspectos.

Negué con la cabeza. Me cabreaba sentir esa ansiedad. Era una pérdida de control y no podía actuar así con ella. No era lo que Maite necesitaba.

Me incliné hacia adelante y acerqué los labios a su oído. —Cielo, si no echas de menos tener mi polla dentro de ti, debo dar un paso hacia adelante, no hacia atrás.

Su estremecimiento hizo que yo sonriera por dentro. Aun así, me respondió con un susurro: —Por favor, inténtalo. Por mí.

—Joder. —Volví a dejarme caer sobre el asiento. Por mucho que deseara decirle que no, no podía. Ni siquiera en eso—. Maldita sea.

—No te enfades. No te lo pediría si no creyera que es importante que lo intentemos. Y va a ser muy poco tiempo.

—Maite, cinco minutos sería poco tiempo. Estás hablando de semanas.

—Cariño... —dijo con una leve risa—. Estás de morros. Qué encantador. —Se echó hacia adelante y apretó sus labios contra mi mejilla—. Y es de lo más halagador. Gracias.

Entorné los ojos. —No lo estoy aceptando para ponértelo más fácil.

Pasó los dedos por mi corbata. —Por supuesto que no. Intentaremos hacer que sea divertido, un desafío. A ver quién se rinde primero.

—Yo —murmuré—. No cuento con ningún incentivo para ganar.

—¿Qué te parece que sea yo? Envuelta con un lazo, sin nada más, como regalo de cumpleaños.

Fruncí el ceño. No había nada que pudiera hacer de aquello algo más apetitoso. Aunque la idea de verla salir de una tarta, desnuda, no podía ser mejor. —¿Qué tiene que ver mi cumpleaños con esto?

Maite me deslumbró con su sonrisa, con lo que no consiguió sino hacer que la deseara más aún. Era luz y calidez en todo momento, pero cuando estaba debajo de mí, retorciéndose de placer y pidiéndome entre gemidos que le diera más fuerte y más adentro... —Será ese día cuando nos casemos.

Tardé un momento en que mi cerebro, confundido por el deseo, asimilara aquello. —No lo sabía.

—Yo tampoco. Hasta hoy. Durante mi último descanso he mirado en internet para tratar de buscar si había algo en septiembre u octubre que debiera tener en cuenta para poner una fecha. Ya que nos vamos a casar en la playa, no queremos que haga demasiado frío, así que tendrá que ser este mes o el que viene.

—Gracias a Dios que se acerca el invierno —refunfuñé.

—Qué malo... El caso es que tengo una alerta de Google con tus noticias...

—¿Sigues teniéndola?

—... y había una publicación sobre nosotros en una página de admiradoras. Había un...

—¿Una página de admiradoras?

—Sí. Hay páginas y blogs enteros dedicados a ti. Cómo vistes, con quién sales, los eventos a los que asistes...

—Dios mío.

—El que he visitado tiene todos tus datos: altura, peso, color de ojos, fecha de nacimiento..., todo. Para ser sincera, me ha asustado un poco que una completa desconocida conociera detalles sobre ti que yo no sabía, lo cual es un motivo más por el que creo que tenemos que salir juntos y hablar más...

—Puedo darte esos datos mientras follamos. Problema resuelto.

Su sonrisa era encantadora. —Muy gracioso. A lo que iba. Celebrar nuestra boda en tu cumpleaños es una buena idea, ¿no crees? Así no olvidarás nunca nuestro aniversario.

Su sonrisa era encantadora. —Muy gracioso. A lo que iba. Celebrar nuestra boda en tu cumpleaños es una buena idea, ¿no crees? Así no olvidarás nunca nuestro aniversario.

—Nuestro aniversario de bodas es el 11 de agosto —le recordé en tono seco.

—Tendremos dos para celebrar. —Me pasó una mano por el pelo y el pulso se me aceleró—. O, mejor aún, estaremos de celebración desde una fecha hasta la otra.

Del 11 de agosto al 22 de septiembre. Un mes y medio. Esa idea me pareció casi suficiente para que las siguientes semanas se me hicieran soportables. —Maite. William. —El doctor Lyle Petersen se puso de pie y nos sonrió cuando entramos en su consulta. Era un hombre alto, por lo que bajó la mirada hasta una cierta distancia para ver que teníamos las manos entrelazadas—. Ambos tenéis buen aspecto.

—Yo me siento bien —dijo Maite en tono fuerte y seguro.

Yo no dije nada y extendí mi mano para estrechar la de él. Aquel buen doctor conocía cosas sobre mí que esperaba que nunca contara a nadie. Debido a eso, no me sentía del todo cómodo con él, a pesar de la mezcla de colores relajantes y los confortables muebles que componían su despacho. El mismo doctor Petersen era un hombre que se sentía cómodo consigo mismo, relajado. Su cabello gris y bien peinado suavizaba mucho su apariencia, aunque eso no podía distraer la atención de lo incisivo y perspicaz que era.

Resultaba difícil confiar en alguien que conocía tantos de mis puntos débiles, pero me enfrentaba a ello lo mejor que podía porque no me quedaba otra alternativa. El terapeuta tenía un papel fundamental en mi matrimonio.

Maite y yo tomamos asiento en el sofá mientras el doctor Petersen se acomodaba en su habitual sillón de orejas. Dejó su tableta y su bolígrafo en el brazo y nos observó con sus ojos azul oscuro que denotaban inteligencia. —William —empezó a decir—, cuéntame qué ha pasado desde que te vi el martes.

Yo apoyé la espalda en mi asiento y fui directo al grano. —Maite está decidida a seguir su recomendación de abstenerse de sexo hasta que nos casemos de forma pública.

Ella estalló en una pequeña y ronca carcajada. Se inclinó sobre mí y estrechó mi brazo. —¿Ha notado el tono acusatorio? —le preguntó al médico—. Es culpa suya que William no vaya a disfrutar del sexo durante un par de semanas.

—Son más de dos semanas —protesté yo.

—Pero menos de tres —replicó ella. A continuación, le sonrió al doctor Petersen—. Debería haber sabido que sería de eso de lo que hablaría primero.

—¿Con qué querías empezar tú, Maite? —preguntó él.

—William me ha contado su pesadilla de anoche. —Me miró de reojo—. Ha sido un paso enorme. La verdad es que para nosotros supone un verdadero punto de inflexión.

No cabía duda del amor que había en su mirada al hablar, como también gratitud y esperanza. Se me hizo un nudo en la garganta al ver eso. Hablar con ella sobre la jodida mierda que había en mi cabeza era lo más difícil que había hecho nunca. Incluso contarle al doctor Petersen lo de Hugh había resultado más fácil. Sin embargo, había merecido la pena sólo por contemplar esa mirada en su rostro.

Las cosas más feas que teníamos uno y otro nos habían acercado. Era una locura, pero también resultaba maravilloso. Me llevé su mano a mi regazo y la cogí entre las mías. Sentí el mismo amor, gratitud y esperanza que ella. El doctor Petersen tomó su tableta. —Son bastantes revelaciones por tu parte esta semana, William. ¿Qué es lo que las ha desatado?

—Ya lo sabe.

—Maite dejó de verte.

—Y de hablarme.

Miró a Maite. —¿Es porque William se llevó a tu jefe de la agencia para la que trabajas?

—Ése fue el catalizador —asintió ella—. Pero habíamos llegado a un límite. Algo tenía que pasar. No podíamos seguir dando vueltas y teniendo las mismas discusiones.

—Así que te apartaste. Eso podría considerarse como chantaje emocional. ¿Era ésa tu intención?

Maite apretó los labios mientras pensaba la respuesta.

—Yo lo llamaría desesperación.

—¿Por qué?

—Porque William estaba poniendo límites a nuestra relación, y yo no podía imaginarme vivir con esas trabas el resto de mi vida.

El doctor Petersen hizo algunas anotaciones. —William, ¿qué opinas del modo en que Maite afrontó esa situación?

Tardé un momento en responder. —Me sentí como si estuviese atrapado en un túnel del tiempo, pero cien veces peor.

Me observó. —Recuerdo la primera vez que viniste a verme. Maite y tú llevabais un par de días sin hablaros.

—Él se distanció de mí —intervino ella.

—Ella se fue —repuse yo.

De nuevo, se había tratado de una noche en la que no nos habíamos abierto de verdad el uno al otro. Maite me habló de los ataques de Nathan para hacerme ver la fuente de lo que inconscientemente nos había unido. Después, tuve una pesadilla sobre mis propias violaciones y ella me había obligado a hablar de ello.

Sin embargo, no pude hacerlo, y me dejó. —¡Fue él quien me apartó por medio de una nota del trabajo! ¿Quién hace esas cosas?

—Yo no te aparté —la corregí—. Te reté para que volvieras. Tú te alejas cuando las cosas no...

—Eso sí es chantaje emocional. —Maite soltó mi mano y se movió para mirarme—. Rompiste conmigo con el propósito de hacer que aceptara tu situación. ¿Que no me gusta cómo van las cosas? Pues me apartas hasta que ya no puedo seguir soportándolo.

—¿No acabas de hacerme tú lo mismo? —Apreté la mandíbula —. Y da la impresión de que a ti te parece bien. Si yo no cambio, tú no cedes.

Aquello me mató. Ella había demostrado muchas veces que podía irse sin mirar atrás, mientras que yo no podía respirar sin ella. Aquello suponía una falta de equilibrio fundamental en nuestra relación que le proporcionaba a ella una posición ventajosa en todo. —Pareces resentido, William —intervino el doctor Petersen.

—Y ¿yo no? —Maite se cruzó de brazos.

Negué con la cabeza. —No es resentimiento. Es frustración. Yo no puedo alejarme, pero ella sí.

—¡Eso no es justo! No es verdad. Con la única ventaja que cuento es con hacer que me eches de menos. Intento hablarlo contigo pero, al final, haces lo que quieres. No me cuentas las cosas, no me consultas.

—Me estoy esforzando.

—Es ahora cuando lo estás haciendo, pero tuve que alejarme para obligarte a ello. Sé sincero, William. Aparecí y te diste cuenta de que tenías un vacío en tu vida que yo podía llenar. Y quisiste ponerme allí y dejar el resto de tu vida tal cual estaba.

—Lo que yo quería era que tú nos permitieras... ser nosotros. Simplemente disfrutar el uno del otro durante un tiempo.

—¡Mi derecho a decidir, a decir sí o no, es muy importante para mí, joder! ¡No eres quién para quitarme eso ni para cabrearte si no me gusta!

—Dios. —Una dosis de realidad. Sentí como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Teniendo en cuenta el historial de ella, haberle hecho sentir, aunque sólo fuera por un momento, que yo le había arrebatado su derecho a decidir fue un golpe cruel —. Maite...

Sabía qué era lo que necesitaba. Lo había reconocido desde el principio. Le había dado una palabra de seguridad que yo había respetado en todo momento, en público y en privado. Ella pronunciaba esa palabra y yo paraba. Se la recordaba a menudo, me aseguraba de que siempre sabía que la decisión de parar o continuar era completamente suya.

Pero no había conseguido esa conexión en lo referente a su trabajo. No había excusas. Me volví para mirarla. —Cielo, no pretendía hacer que te sintieras sin ninguna autoridad. Nunca querría eso. Jamás. Yo no lo había pensado así. Yo... Lo siento.

Las palabras no eran suficiente. Nunca lo habían sido. Maite quería convertirme en su nuevo comienzo, en su casilla de salida. ¿Cómo podía serlo si estaba actuando como los demás gilipollas de su pasado? Me observó con esos ojos que veían todo lo que yo había preferido mantener oculto. Por una vez, di gracias de que pudiera hacerlo. Su gesto combativo se relajó. Su mirada se suavizó y se llenó de amor. —Quizá no haya sabido explicarme bien.

Me quedé allí sentado, incapaz de expresar lo que me daba vueltas por la mente. Cuando hablamos de ser un equipo y compartir nuestra carga, no lo había relacionado con el hecho de que ella necesitara tener el poder de estar de acuerdo o no. Creí que podría protegerla de los problemas a los que nos enfrentábamos haciendo que fueran más livianos para ella. Maite se lo merecía. Me dio un golpe en el hombro. —¿No te sentiste bien, aunque fuera un poco, cuando anoche me hablaste de tu sueño?

—No lo sé. —Dejé escapar el aire con fuerza—. Sólo sé que tú estás contenta conmigo porque lo hice. Si eso es lo que necesitas, lo haré.

Ella se hundió en los cojines del sofá con los labios temblorosos. Miró al doctor Petersen. —Y ahora me siento culpable.
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Mensaje por tamalevyrroni Jue Mayo 26, 2016 11:41 am

Silencio. Yo no sabía qué decir. El terapeuta se limitó a esperar con esa paciencia suya tan exasperante. Maite cogió aire con agitación. —Creía que, si él probaba a hacer lo que yo decía, vería que todo podría ir mucho mejor entre nosotros. Pero si lo único que hago es empujarlo hacia un rincón..., si lo estoy chantajeando... — Una lágrima se deslizó por su rostro hiriéndome como un cuchillo —. Quizá tenemos ideas diferentes de lo que debería ser nuestro matrimonio. ¿Y si siempre es así?

—Maite. —La rodeé con los brazos y la acerqué, agradecido cuando ella se echó sobre mí y apoyó la cabeza en mi hombro. No fue una rendición, sino más bien una tregua momentánea. Suficiente.

—Ésa es una pregunta importante —dijo el doctor Petersen—. Vamos a explorarla. ¿Qué pasa si el nivel de apertura que quieres por parte de William no es algo con lo que él se sienta cómodo?

—No lo sé. —Se limpió las lágrimas—. No sé dónde nos deja eso.

Toda la esperanza que Maite albergaba cuando había entrado en aquella consulta había desaparecido. Le acaricié el pelo mientras trataba de pensar en algo que decir para que todo volviera a estar como cuando habíamos llegado. Estaba perdido. —Has dejado tu trabajo por mí pese a que no querías —le dije —. Yo te hablé de mi sueño, aunque no quería hacerlo. ¿No es así como funciona esto? ¿Concesiones por parte de los dos?

—¿Has dejado tu trabajo, Maite? —preguntó el doctor Petersen —. ¿Por qué?

Ella se acurrucó a mi lado. —Estaba empezando a ser más un problema que otra cosa. Además, William tiene razón. Él cede un poco, así que me parece justo ceder un poco yo también.

—Yo no diría que lo que cada uno de vosotros ha cedido es poco. Y ambos habéis decidido comenzar nuestra sesión con otros asuntos, lo que indica que ninguno de los dos se siente del todo cómodo con su sacrificio. —El psiquiatra apoyó la espalda en su asiento y dejó la tableta en su regazo—. ¿Alguno de los dos se ha preguntado por qué tenéis tanta prisa?

Ambos nos quedamos mirándolo. Él sonrió. —Los dos me miráis con extrañeza, así que lo tomaré como un no. Como pareja, tenéis muchos puntos fuertes. Quizá no os lo contéis todo, pero os comunicáis y estáis actuando de forma muy fructífera. Hay un poco de rabia y frustración, pero lo expresáis y dais validez a los sentimientos del otro.

Maite se incorporó. —¿Pero?

—Ambos estáis también imponiendo vuestras condiciones personales y manipulando al otro para llevarlas a cabo. Lo que me preocupa es que sean problemas y cambios que se presentarán de forma natural y se resolverán con el tiempo, pero ninguno de los dos quiere esperar. Ambos dirigís vuestra relación de manera acelerada. Sólo han pasado tres meses desde que os conocisteis. En ese punto, la mayoría de las parejas están decidiendo dar un carácter exclusivo a su relación, pero vosotros dos lleváis casados casi un mes.

Noté cómo mis hombros se tensaban. —¿Qué sentido tiene posponer lo inevitable?

—Si es inevitable, ¿para qué acelerarlo? —respondió él con una mirada amable—. Pero ésa no es la cuestión. Ambos estáis poniendo en peligro vuestro matrimonio al obligar al otro a actuar antes de estar preparado. Cada uno tiene una forma de enfrentarse a las situaciones adversas. William, tú disocias, tal y como has hecho con tu familia. Maite, tú te culpas porque tu relación no funciona y empiezas a trastocar tus propias necesidades, tal y como has demostrado con tus anteriores relaciones de pareja autodestructivas. Si continuáis conduciéndoos el uno al otro a situaciones en las que os sintáis amenazados, vais a terminar provocando uno de esos mecanismos de autodefensa.

A la vez que mi pulso empezaba a acelerarse, noté cómo Maite se ponía en tensión. Ella me había dicho lo mismo antes, pero supe que oírlo de boca de un psiquiatra confirmaba su preocupación. La atraje hacia mí, aspirando su olor para tranquilizarla. El odio que sentía por Hugh y Nathan en ese momento era feroz. Los dos estaban muertos y enterrados, pero seguían jodiéndonos la vida. —No vamos a permitir que nos ganen —susurró Maite.

La besé en la cabeza con una enorme sensación de agradecimiento por tenerla. Sus pensamientos eran como los míos, y me invadió la sensación de que aquello era maravilloso. Ella echó la cabeza hacia atrás y sus dedos acariciaron mi mentón mientras me miraba con sus dulces y tiernos ojos grises. —No puedo resistirme a ti, ya lo sabes. Me duele demasiado mantenerme alejada. Sólo porque tú cruces antes la línea de batalla no significa que yo me esté esforzando menos. Sólo quiere decir que soy más cabezota.

—No quiero pelearme contigo.

—Pues no lo hagamos —respondió ella—. Hoy hemos dado comienzo a algo nuevo. Tú has hablado, yo he dejado mi trabajo. Aferrémonos a eso durante un tiempo para ver hasta dónde nos lleva.

—Eso sí puedo hacerlo.

***

En un principio había pensado llevar a Maite a algún lugar tranquilo y discreto para cenar pero, en vez de eso, opté por el hotel Crosby Street. El restaurante era concurrido y el establecimiento era conocido por tener paparazzi en los alrededores. Yo no estaba preparado para llegar a extremos pero, tal y como habíamos hablado con el doctor Petersen, estaba dispuesto a que nos encontráramos a medio camino. Buscaríamos nuestro punto intermedio. —Qué bonito —dijo ella mientras seguíamos a la recepcionista hasta nuestros asientos y Maite miraba las paredes de color azul claro y la tenue iluminación de las lámparas del techo.

Cuando llegamos a nuestra mesa, observé el lugar mientras apartaba la silla para que ella se sentara. Maite llamaba la atención, como siempre. Era una belleza en todos los sentidos, pero su sensualidad era algo que había que presenciar de primera mano. Estaba en su forma de moverse, en cómo actuaba, en la curva de su sonrisa. Y era mía. La mirada que dirigí al resto de los comensales lo dejaba claro.

Me senté enfrente de ella y admiré el modo en que la luz de la vela de la mesa embellecía su piel y su cabello dorados. El brillo de sus labios invitaba a besos largos e intensos, al igual que sus ojos. Nadie me había contemplado nunca como ella, con absoluta aceptación y comprensión mezclada con amor y deseo.

Podría decirle cualquier cosa y ella me creería. Era un regalo sencillo, pero único y precioso. Sólo mi silencio podría alejarla, nunca la verdad. —Cielo. —La agarré de la mano—. Voy a preguntártelo una última vez. ¿Estás segura de que quieres dejar tu trabajo? ¿No me lo vas a echar en cara dentro de veinte años? No hay nada que no podamos arreglar o deshacer. Sólo basta con que tú lo digas.

—Dentro de veinte años puede que seas tú el que trabajes para mí, campeón. —Su risa ronca flotó en el aire y provocó mi ansia de ella—. No te preocupes, ¿de acuerdo? Lo cierto es que ha sido una especie de alivio. Ya tengo muchas cosas que hacer: preparar maletas, mudanza, planear la boda. Cuando todo eso quede atrás, pensaré en qué hacer.

La conocía bien. Si hubiese tenido dudas, yo me habría percatado. Lo que sí vi, en lugar de eso, fue algo distinto. Algo nuevo. Había fuego en su interior. No podía apartar los ojos de ella, ni siquiera mientras pedía el vino.

Después de que el camarero se alejara, me eché hacia atrás para disfrutar del sencillo placer de mirar a mi preciosa esposa. Maite se humedeció los labios con un provocador movimiento de la lengua y se inclinó hacia adelante. —Estás terriblemente bueno.

—¿Lo estoy ahora? —pregunté retorciendo la boca.

Su pantorrilla rozó la mía.

—Eres, de lejos, el hombre más atractivo del lugar, y eso hace que esto resulte divertido. Me gusta presumir.

Yo solté un suspiro exagerado. —Sigues queriéndome sólo por mi cuerpo.

—Por supuesto. ¿A quién le importa el dinero? Tienes activos mejores.

Atrapé su pierna entre mis tobillos. —Como mi mujer. Es el bien más valioso que poseo.

Maite levantó las cejas con expresión divertida. —La posees, ¿no?

Le sonrió al camarero cuando volvió con nuestra botella. Mientras nos servía, ella subió el pie para provocarme, con los ojos entornados y ardientes. Acerqué la copa hacia ella, vi cómo daba vueltas al oscuro vino tinto, se lo llevaba a la nariz y, después, le daba un sorbo. El gemido de placer que soltó al aprobar mi elección hizo que me invadiera una oleada de calor, lo cual era su intención, desde luego. La lenta caricia de mi pierna me estaba volviendo loco. Se me fue poniendo dura por segundos, y eso que ya estaba en su plenitud debido a los días de ayuno.

Yo no sabía que el sexo podía saciar una sed más profunda hasta que conocí a Maite. Di un sorbo a mi copa recién servida y aguardé a que el camarero se retirara. —¿Has cambiado de idea en cuanto a lo de esperar? — pregunté.

—No. Sólo hago que la cosa siga siendo interesante.

—Donde las dan las toman —le advertí.

—Cuento con ello —sonrió ella.

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Mensaje por EsperanzaLR Jue Mayo 26, 2016 4:34 pm

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Mensaje por asturabril Jue Mayo 26, 2016 6:51 pm

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Mensaje por Joanita Vie Mayo 27, 2016 10:18 am

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Mensaje por tamalevyrroni Mar Mayo 31, 2016 3:07 pm

–¿Qué hacemos ahora? —le pregunté a William mientras me acompañaba al vestíbulo de mi edificio de apartamentos.

El Upper West Side era mi casa..., por ahora. El ático de William estaba en el Upper East. La enorme extensión verde de Central Park nos separaba, una de las pocas cosas que había entre los dos que podía atravesarse con facilidad.

Saludé con la mano a Chad, uno de los encargados del turno de noche en la recepción. Él me devolvió la sonrisa y saludó cortésmente a William con un movimiento de la cabeza. —Voy a subir contigo —contestó William, apretando ligeramente la mano contra la parte inferior de mi espalda.

Fui muy sensible a su caricia. Transmitía posesión y control sin ningún esfuerzo, y me puso muy caliente. Y eso no hacía sino ponerme más difícil mi negativa a hacer nada cuando llegáramos al ascensor. —Tenemos que despedirnos aquí, campeón —repuse.

—Maite...

—Yo no tengo esa fuerza de voluntad —confesé, sintiendo el ímpetu de su ansia. Él siempre había sabido atraerme con la fuerza de su deseo. Ésa era una de las cosas que me encantaban de él, una de las razones por las que sabía que estábamos hechos el uno para el otro. La conexión que teníamos me llegaba al alma—. Tú y yo con una cama cerca no es una buena idea.

William bajó la mirada hacia mí con una sonrisa burlona que me pareció de lo más sensual.—Cuento con ello.


—En lugar de eso, inicia la cuenta atrás... para nuestra boda. Es lo que yo hago. Minuto a minuto. —Y estaba resultando insoportable.

Mi conexión física con William era tan esencial para mí como la emocional. Lo amaba. Me encantaba tocarlo, tranquilizarlo, darle lo que necesitaba. Mi derecho a seguir haciéndolo lo significaba todo para mí. Lo agarré del brazo y apreté con suavidad el músculo que tenía bajo la manga. —Yo también te echo de menos.

—No tienes por qué.

Lo aparté a un lado y bajé la voz. —Tú decides el momento y la forma —murmuré repitiendo el principio básico de nuestra vida sexual—. Y una parte de mí quiere que digas «ese momento es ahora mismo». Sin embargo, hay algo que deseo más que eso. Te llamaré luego, después de hablar un poco con Cary, para decirte qué es.

Su sonrisa se desvaneció y su mirada se volvió ansiosa. —Puedes ir a la puerta de al lado y decírmelo ahora.

Negué con la cabeza. Cuando Nathan había supuesto una amenaza, William se había instalado en el apartamento que estaba justo al lado del mío para vigilarme y asegurarse de que estaba a salvo, aunque yo no lo sabía. Podía hacer ese tipo de cosas porque era el propietario del edificio, uno de los muchos que tenía en la ciudad. —Tienes que irte a tu ático, William —respondí—. Tranquilízate y disfruta del hermoso lugar que pronto vamos a compartir.

—No es lo mismo si no te tengo allí. Me parece vacío.

Eso me llegó al alma. Antes de aparecer yo, William había organizado su vida para poder estar solo en todos los aspectos. Intercalaba el trabajo con salidas ocasionales mientras evitaba a su familia. Yo había cambiado eso, y no quería que se arrepintiera. —Ahora tienes la oportunidad de deshacerte de todas las cosas que no quieres que me encuentre cuando me mude contigo — bromeé, aún con la intención de mantener un tono ligero.

—Ya conoces todos mis secretos.

—Mañana estaremos juntos en Westport.

—Para mañana queda mucho.

Me puse de puntillas y lo besé en el mentón. —Vas a pasar durmiendo parte de ese tiempo y trabajando durante el resto. —A continuación, susurré—: Podemos enviarnos mensajes eróticos. Ya verás lo creativa que puedo ponerme.

—Prefiero el original a las reproducciones.

Bajé la voz hasta convertirla en un ronroneo: —Entonces, vídeos. Con sonido.

Giró la cabeza y me atrapó los labios, tomando mi boca con un largo e intenso beso. —Esto es amor —murmuró—. Me parece bien.

—Lo sé. —Sonreí y me aparté para pulsar el botón del ascensor—. Tú también puedes enviarme fotos picantes, ¿sabes?

Entornó los ojos. —Cielo, si quieres fotos mías, tendrás que hacérmelas tú.

Entré en el ascensor y le apunté con el dedo índice. —Aguafiestas.

Las puertas empezaron a cerrarse. Tuve que agarrarme al pasamanos para no lanzarme de nuevo contra él. La felicidad aparecía bajo muchas formas. La mía era William. —Échame de menos —me ordenó.

Yo le lancé un beso. —Siempre.

Cuando abrí la puerta de mi apartamento, me sorprendieron dos cosas a la vez: el olor a algo cocinado recientemente y la música de Sam Smith.

Tuve la sensación de estar en mi hogar. Pero, de repente, me invadió la tristeza de que no lo sería por mucho tiempo. No es que dudara del futuro que había aceptado cuando me casé con William, porque no era así. Me emocionaba la idea de vivir con él, de ser su esposa en privado y en público, de compartir mis días —y mis noches— con él. Aun así, el cambio se hace más difícil cuando eres feliz con la versión de tu vida anterior a ese cambio. —¡Cariño, estoy en casa! —grité mientras dejaba el bolso en los taburetes de madera de teca que había junto a la barra de la cocina. Mi madre había decorado todo el apartamento con un estilo entre moderno y tradicional. Probablemente yo no habría optado por ninguna de sus elecciones, pero me gustaba el resultado.

—Estoy aquí, mofletitos —dijo Cary llamándome desde el otro lado del espacio abierto, donde estaba tumbado sobre el sofá de nuestra sala de estar con unas bermudas muy ajustadas y sin camiseta. Era esbelto y estaba bronceado, con unos abdominales tan hermosamente definidos como los de William. Incluso cuando no trabajaba, tenía el aspecto del atractivísimo modelo que era—. ¿Qué tal la cena?

—Bien. —Me acerqué a él a la vez que me quitaba de una patada los tacones. Pensé que debía disfrutar de hacer eso mientras pudiera. No me imaginaba dejando mis zapatos tirados por el ático de William. Supuse que eso debía de volverlo un poco loco. Y, como estaba segura de que había otras cosas con las que quería volverlo loco, probablemente era mejor escoger con cuidado mis vicios—. ¿Qué tal la tuya? Huele a comida cocinada.

—Pizza. Hecha en parte en casa. Tat tenía antojo.

—Y ¿quién no tiene antojo de pizza? —dije a la vez que me dejaba caer sin ninguna elegancia sobre el sofá—. ¿Sigue aquí?

—No. —Apartó la vista de la televisión para mirarme con unos serios ojos verdes—. Se ha ido muy enfadada. Le he dicho que no íbamos a vivir juntos.

—Ah.

Para ser sincera, no me gustaba Tatiana Cherlin. Al igual que Cary, era una modelo de éxito, aunque aún no había logrado el nivel de reconocimiento de él.

Cary la había conocido durante un trabajo. Su relación puramente sexual cambió de forma drástica cuando supo que estaba embarazada. Por desgracia, Tat lo supo alrededor de la misma fecha en la que Cary había conocido a un tipo estupendo con el que quería mantener una relación. —Gran decisión —añadí.

—Pero no estoy seguro de que sea la correcta. —Se pasó una mano por su preciosa cara—. Si Trey no estuviese en mi vida, haría lo que es debido con Tat.

—Y ¿quién dice que no lo estés haciendo? Ser un buen padre no significa que tengáis que vivir juntos. Mira mi madre y mi padre.

—Joder —se quejó—. Siento como si estuviese anteponiendo mi vida a la de mi hijo, Maite. ¿En qué me convierte eso si no es en un cabrón egoísta?

—No la estás apartando. Sé que vas a estar al lado de ella y del bebé, sólo que no de esa forma. —Extendí la mano y enrosqué un mechón de su pelo color chocolate alrededor de mi dedo. Mi mejor amigo había sufrido mucho a lo largo de su vida. El modo retorcido en el que había conocido el sexo y el amor le había dejado mucho bagaje y malos hábitos—. Y ¿Trey va a seguir contigo?

—No se ha decidido.

—¿Te ha llamado él?

Cary negó con la cabeza. —No. Me derrumbé y lo llamé antes de que él se olvidara del todo de mí.

Le di un pequeño empujón. —Como si eso pudiera pasar alguna vez. Cary Taylor, tú eres absolutamente inolvidable.

—Ja. —Se estirazó con un suspiro—. No parecía muy contento de oírme. Me ha dicho que sigue dándoles vueltas a algunas cosas en su cabeza.

—Lo que significa que está pensando en ti.

—Sí, pensando que ha esquivado una bala —murmuró Cary —. Ha dicho que lo nuestro nunca iba a funcionar si vivía con Tat, pero cuando le he contado que iba a arreglar eso, me ha dicho que con ello sólo iba a hacer que se sintiera como un gilipollas que se ha metido en medio. Es una situación sin salida pero, de todos modos, se lo he contado todo a Tat porque tengo que intentarlo.

—Es una situación difícil. —Yo no podía imaginar qué haría si me pasara a mí—. Simplemente, intenta tomar las mejores decisiones posibles. Tienes derecho a ser feliz. Eso es lo mejor para todos los que te rodean, incluido el bebé. —Si es que hay bebé...

—Cerró los ojos—. Tat dice que no piensa encargarse de esto sola. Si no voy a estar ahí, no quiere seguir adelante.

—¿No es un poco tarde para que diga algo así? —No pude ocultar la rabia en mi voz. Tatiana era una manipuladora. Era imposible no mirar al futuro y ver que eso supondría una fuente de desgracias para un niño inocente.

—Ni siquiera puedo pensar en ello, Maite. Pierdo los papeles. Todo esto es una mierda. —Soltó una carcajada carente de humor —. Y pensar que hubo un tiempo en que creía que era fácil tratar con ella. Nunca le importó que yo fuese bisexual ni que me acostara con otros. A una parte de mí le gusta que ahora me quiera lo suficiente como para pretender tenerme en exclusiva, pero no puedo evitar sentir lo que siento por Trey.

Apartó su mirada afligida. Me destrozaba verlo tan mal. —Quizá debería hablar yo con ella —me ofrecí.

Él echó la cabeza hacia atrás para mirarme. —¿De qué se supone que va a servir eso? Vosotras dos no os lleváis bien.

—No soy admiradora suya —admití—, pero puedo hacer algo. Una charla de mujer a mujer, si se hace bien, puede servir. La verdad es que no va a empeorar las cosas, ¿no? —Vacilé antes de decir nada más. Mis intenciones eran buenas, pero parecían propias de una ingenua.

Soltó un bufido. —Siempre pueden ir a peor.

—Vaya forma de ver el lado bueno de la vida —lo reprendí—. ¿Sabe Trey que has hablado con Tatiana para que no se venga a vivir contigo?

—Le he enviado un mensaje. No me ha respondido. Pero lo cierto es que no esperaba que lo hiciera.

—Dale algo más de tiempo.

—Maite, en el fondo, él desearía que yo fuera del todo gay. En su mente, ser bisexual significa que puedo acostarme con todo el mundo. No entiende que simplemente porque me sienta atraído por hombres y por mujeres eso no signifique que no puedo ser una persona fiel. O quizá es que no quiere entenderlo.

Yo dejé escapar el aire de mis pulmones. —Creo que yo tampoco fui de ayuda en ese aspecto. Él me habló de ello una vez y no supe explicarme bien.

Aquello me había corroído durante un tiempo. Tenía que ponerme en contacto con Trey y dejarle las cosas claras. Cary estaba en el hospital recuperándose de un fuerte asalto cuando Trey quiso hablar conmigo. Mi mente no se hallaba en su mejor momento en aquella época.

—Tú no puedes estar arreglándome la vida constantemente, preciosa. —Se puso boca abajo y me miró—. Pero te quiero mucho sólo por el hecho de que lo intentes.

—Eres parte de mí. —Traté de buscar las palabras adecuadas —. Necesito que estés bien, Cary.

—Estoy intentándolo. —Se apartó el pelo de la cara—. Este fin de semana en Westport quiero pensar en la posibilidad de que Trey pueda quedarse fuera. Debo ser realista.

—Tú sé realista, yo mantendré la esperanza.

—Pues que te diviertas. —Se sentó y apoyó los codos sobre las rodillas dejando caer la cabeza—. Y eso me lleva de nuevo a Tatiana. Supongo que lo tengo claro: no podemos estar juntos. Con bebé o sin él, no funcionaría para ella ni para mí.

—Eso lo respeto.

Me costó no decir nada más. Siempre le daría a mi mejor amigo el apoyo y el consuelo que necesitara, pero ahora tenía que aprender unas cuantas lecciones difíciles. Trey, Tatiana y Cary estaban sufriendo —con un bebé de camino— por culpa de las decisiones de Cary. Él alejaba con sus acciones a los que lo querían, el hecho de que permanecieran a su lado suponía un reto. Enfrentarse a las consecuencias quizá lo hiciera cambiar para mejor.

Su sonrisa era irónica, y uno de sus hermosos ojos verdes asomaba entre su largo flequillo. —No puedo elegir entre ellos basándome en lo que pueda obtener para mí. Es un rollo pero, oye, en algún momento tendré que madurar.

—¿No nos pasa lo mismo a todos? —Lo miré con una sonrisa de ánimo—. Hoy he dejado mi trabajo.

Asimilar lo que había hecho me parecía cada vez más fácil, y lo dije en voz alta. —¿En serio?

Levanté la vista al techo antes de contestar. —En serio.

Cary soltó un silbido. —¿Quieres que saque el bourbon y unas copas de chupito?

—¡Puf! Ya sabes que no soporto el bourbon. Y lo cierto es que un buen champán sería más apropiado para mi dimisión.

—¿De verdad? ¿Quieres que lo celebremos?

—No necesito ahogar ninguna pena, eso te lo aseguro. — Extendí los brazos por encima de la cabeza para deshacerme de la tensión—. Aunque llevo pensando en ese tema todo el día.

—¿Y?

—Estoy bien. Quizá si Mark se hubiera tomado la noticia de otro modo lo habría pensado mejor, pero él también se va, y lleva allí mucho más tiempo que los tres meses que he estado yo. No tendría sentido que yo me sintiese peor que él por irme.

—Preciosa, las cosas no deben tener sentido para que sean verdad. —Cogió el mando a distancia y bajó el volumen.

—Tienes razón, pero conocí a William a la vez que empezaba a trabajar en Waters Field & Leaman. En términos prácticos, no hay comparación posible entre un trabajo en el que has estado tres meses y un marido con el que vas a pasar el resto de tu vida. Él me lanzó una mirada fulminante.

—Has pasado de la sensatez a la practicidad. Esto va cada vez peor.

—Cierra el pico.

Cary nunca permitía que me escapara con una explicación fácil. Como normalmente se me daba bien engañarme a mí misma, su política de no andarse con rodeos era un espejo en el que necesitaba verme. Mi sonrisa se desvaneció. —Quiero más.

—¿Más qué?

—Más de todo. —Volví a mirarlo—. William tiene una presencia, ¿sabes? Cuando entra en una habitación, todo el mundo levanta la cabeza para prestarle atención. Yo quiero eso.

—Con eso te has casado. De hecho, has conseguido el apellido y la cuenta corriente.

Me incorporé en mi asiento. —Lo quiero porque me lo he ganado, Cary. Geoffrey Cross dejó atrás a muchas personas que quieren desquitarse con su hijo. Y William se ha creado sus propios enemigos, como los Lucas.

—¿Quiénes?

Arrugué la nariz. —La cabra loca de Anne Lucas y el enfermo de su marido. — Entonces, lo recordé—. ¡Dios mío, Cary! No te lo he contado. La pelirroja con la que estuviste tonteando en aquella cena de hace unas semanas..., ésa era Anne Lucas.

—¿De qué narices me hablas?

—¿Recuerdas cuando te pedí que buscaras algo sobre el doctor Terrence Lucas? Anne es su mujer.

La confusión de Cary era evidente. No podía contar que Terrence Lucas había examinado a William cuando era niño y había mentido sobre los síntomas de trauma sexual que había descubierto. Lo había hecho para así proteger a su cuñado, Hugh, y que no lo acusaran. Yo jamás podría entender cómo había podido hacer algo semejante, por mucho que amara a su esposa. En cuanto a Anne, William se había acostado con ella para vengarse de su marido, pero el parecido físico de ella con su hermano había conducido a William a una depravación sexual que lo atormentaba. Había castigado a Anne por los pecados cometidos por su hermano, y tanto él mismo como ella habían quedado tocados.

Eso nos dejaba a William y a mí con dos enemigos muy crueles contra los que luchar. Le conté hasta donde pude: —Los Lucas tienen un pasado retorcido con William en el que yo no puedo entrar, pero no es ninguna coincidencia que vosotros dos terminarais juntos esa noche. Ella lo había planeado así.

—¿Por qué?

—Porque está loca, y sabía que a mí me haría polvo.

—¿Por qué diablos iba a importarte a ti con quién me enrollara?

—Cary, a mí siempre me importa. —En ese instante oí mi móvil. Por la canción Hanging by a moment, que sonaba como tono de llamada, supe que era mi marido quien telefoneaba. Me levanté —. Pero en este caso era por las intenciones que había detrás. No fuiste una simple aventura al azar. Ella fue a por ti en concreto porque eres mi mejor amigo.

—No entiendo qué se puede conseguir con eso.

—Era para hacerle la peineta a William. Atraer su atención es lo que más desea.

Cary enarcó una ceja. —Todo eso me parece de locos, pero bueno. Me la he vuelto a encontrar no hace mucho.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Quizá la semana pasada. —Se encogió de hombros—. Acababa de terminar una sesión de fotos y mi coche me esperaba en la puerta. Ella salía de una cafetería con una amiga. Fue una completa coincidencia.

Negué con la cabeza. Mi teléfono dejó de sonar. —Ni hablar. ¿Te dijo algo?

—Claro. Más o menos, flirteó un poco, cosa que no me sorprendió, teniendo en cuenta la última vez que nos vimos. Yo le paré los pies y le dije que estaba empezando una relación. A ella le pareció bien. Me deseó suerte y volvió a darme las gracias por el rato tan bueno que habíamos pasado. Luego se fue calle abajo. Fin de la historia.

El móvil empezó a sonar otra vez. —Si vuelves a encontrártela, date media vuelta y llámame, ¿vale?

—Vaaale, pero no me has contado lo suficiente como para que todo esto tenga sentido.

—Deja que hable con William. —Fui corriendo a por mi teléfono y respondí—. Hola.

—¿Estabas en la ducha? —me preguntó él ronroneando—. ¿Estás desnuda y mojada, cielo?

—Dios mío. Espera un momento. —Me puse el teléfono sobre el hombro y volví con Cary—. ¿Llevaba una peluca cuando la viste?

Cary me miró sorprendido. —¿Cómo narices voy a saberlo?

—¿Llevaba el pelo largo como cuando la conociste?

—Sí. Igual.

Asentí con gesto serio. Anne llevaba el pelo rapado y yo nunca había visto ninguna imagen de ella de otra forma. Se había puesto una peluca cuando fue detrás de Cary en la cena, con lo que consiguió confundirme a mí y ocultarse de William. Quizá era su nueva forma de arreglarse. O puede que fuera otra señal de que albergaba un plan especial en cuanto a Cary.

Me puse el teléfono en la oreja de nuevo. —Necesito que vuelvas aquí, William. Y tráete a Angus.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Mayo 31, 2016 3:20 pm

***

Algo en mi tono de voz debió de revelar mi preocupación, porque William apareció tanto con Angus como con Raúl. Abrí la puerta y los vi a los tres en el rellano; mi marido, al frente y en el centro, y los dos guardaespaldas flanqueándolo. Decir que la mirada de los tres hombres era intensa habría sido un eufemismo.

William se había aflojado la corbata y desabotonado el cuello y el chaleco pero, por lo demás, iba vestido igual que cuando nos habíamos separado poco antes. Ese ligero desaliño le daba un aspecto de lo más sensual, y provocó un hormigueo de excitación en mis venas. Era una tentación, una incitación a que terminara de quitarle aquella ropa cara y elegante para poder ver al hombre fuerte y primario que había debajo. Por muy bueno que estuviese William con la ropa puesta, no había nada como verlo completamente desnudo.

Mis ojos se quedaron mirando los de William y me delataron. Enarcó una sensual ceja hacia arriba y la comisura de su boca se curvó con gesto divertido. —Hola a ti también —bromeó como respuesta a mi acalorada mirada.

Los dos hombres que estaban detrás contrastaban con él con sus trajes negros hechos a medida, aunque escuetos, con sus camisas blancas y sus pulcras corbatas negras perfectamente anudadas.

La verdad es que nunca antes había sido consciente de lo superfluos que parecían Angus y Raúl cuando estaban al lado de William, un hombre que claramente podría encargarse de un enfrentamiento mano a mano sin ningún tipo de ayuda. Raúl tenía el rostro serio, como era habitual en él. Angus también tenía una expresión estoica, pero por la mirada maliciosa que me dirigió supe que se había percatado de mi forma pícara de mirar a su jefe. Eso hizo que me sonrojara.

Di un paso atrás para apartarlos de la puerta y dejarlos pasar. Angus y Raúl entraron en la sala de estar, donde esperaba Cary. William aguardó detrás conmigo mientras yo cerraba la puerta. —Me has lanzado esa mirada, cielo, pero querías que trajera a Angus. Explícate.

Eso me hizo reír, era justo lo que necesitaba para romper la tensión. —¿Cómo iba a evitar venir si parecía que te estabas desnudando cuando me has llamado?

—Puedo terminar de hacerlo aquí.

—Que sepas que quizá tenga que quemar toda tu ropa tras la boda. Deberías ir siempre desnudo.

—Eso haría de lo más interesantes las reuniones de trabajo.

—Eh..., en ese caso, mejor no. Por aquello de sólo para mis ojos.

—Me recosté contra la puerta y respiré hondo—. Anne se puso en contacto con Cary después de aquella cena.

De los ojos de William desaparecieron toda la calidez y la diversión, sustituidas por una frialdad que avisaba de que algo malo podría venir después. Se dispuso a entrar en la sala de estar. Yo me apresuré para ponerme a su altura y entrelacé mi mano con la suya para recordarle que estábamos juntos en eso. Sabía que era una idea que tardaría en asimilar. William había estado solo durante mucho tiempo, lidiando con sus propias batallas y con las de las personas a las que quería.

Se sentó sobre la mesa de centro y miró a Cary. —Cuéntame lo que le has dicho a Maite.

William parecía listo como para ir a Wall Street, mientras que Cary tenía aspecto de estar a punto de echarse una siesta, pero eso no pareció impactarle a mi marido en absoluto. Cary volvió a contarlo todo, dirigiendo ocasionales miradas a Angus y Raúl, que estaban al lado. —Y eso es todo —terminó—. No os ofendáis, chicos, pero parecéis demasiado músculo para una pelirroja que pesará como mucho cincuenta y cuatro kilos estando empapada de agua.

Yo le habría echado a Anne unos cincuenta y nueve, pero eso no venía al caso. —Más vale prevenir —dije.

Cary me fulminó con la mirada. —Y ¿qué puede hacerme? En serio. ¿Por qué os ponéis todos tan nerviosos?

William se removió inquieto. —Nosotros tuvimos una... aventura. Aunque ésa no es la palabra exacta. No fue nada bonito.

—Te la follaste —dijo Cary con brusquedad—. Eso ya me lo había imaginado.

—Le hizo daño —expliqué acercándome para colocar la mano sobre el hombro de William.

Apoyaba a mi marido aunque no aprobara lo que había hecho. Y, a decir verdad, la parte de mí que estaba obsesionada por William sentía pena por Anne. Las veces en las que creía haber perdido a William para siempre, yo misma me había vuelto un poco loca.

Ella representaba un peligro que yo nunca podría suponer, y ese peligro lo dirigía a personas a las que yo quería. —No se está tomando bien el hecho de que él esté conmigo — expliqué.

—¿Qué? ¿Estamos hablando de algo así como lo de Atracción fatal?

—Bueno, ella es psiquiatra, así que sería más adecuado hablar de una mezcla de Atracción fatal e Instinto básico. Es como un maratón de Michael Douglas en una sola mujer.

—No te burles, Maite —dijo William en tono serio.

—¿Quién se está burlando? —repliqué—. Cary la ha visto con la peluca larga que se puso para la cena. Se me ocurre que ella quería que él la reconociera para que pudieran hablar.

—Así que está loca —espetó Cary—. Y ¿qué queréis que haga? ¿Contároslo si la vuelvo a ver?

—Quiero que lleves protección —repuse.

William asintió. —Estoy de acuerdo.

—Vaya. —Cary se rascó la barba incipiente de su mentón—. Chicos, os lo estáis tomando a la tremenda.

—Tú ya tienes bastante —le recordé—. Si tiene algún plan, tú no tienes por qué sufrirlo.

Retorció los labios con expresión irónica. —Eso es verdad.

—Nosotros nos encargaremos —intervino Angus.

Raúl asintió y, a continuación, los dos hombres fueron abajo. William esperó. Cary nos miró a uno y a otro y, después, se puso de pie. —No creo que ya me necesitéis ninguno de los dos, así que me voy a la cama. Te veo por la mañana —me dijo antes de salir por el pasillo en dirección a su dormitorio.

—¿Estás preocupado? —le pregunté a William cuando nos quedamos solos.

—Tú sí. Con eso basta.

Me senté en el sofá justo enfrente de él.—No es preocupación, sino más bien curiosidad. ¿Qué cree que puede conseguir a través de Cary?

William resopló con aire de cansancio. —Es una lianta, Maite. Eso es todo.

—Yo no opino lo mismo. Los comentarios que me hizo en la cena eran muy claros. Me advertía que me alejara de ti. Como si yo no te conociera y no te quisiera si no lo hacía.

Apretó la mandíbula y supe que había tocado una fibra sensible. Lo cierto es que nunca me había contado de qué habían hablado cuando había ido a su despacho. Era posible que Anne le hubiese dicho algo parecido aquella vez. —Hablaré con ella —anuncié.

William me clavó sus fríos ojos azules. —No vas a hacer tal cosa.

Solté una leve carcajada. Pobre marido mío..., tan acostumbrado a que su palabra se cumpliera para, después, decidir casarse con una mujer como yo. —Sé que hemos recorrido mucho durante el curso de nuestra relación, pero hubo un momento entremedias en el que hablamos de funcionar como un equipo.

—Y estoy dispuesto a que sea así —dijo en tono suave—. Pero Anne no es el lugar por donde hay que empezar. No se puede razonar con alguien que es del todo irracional.

—Yo no quiero razonar con ella, campeón. Tiene como objetivo a mis amigos y cree que soy tu punto débil. Debe saber que no estoy indefensa y que al enfrentarse a ti se está enfrentando a los dos.

—Ella es problema mío. Yo me encargaré.

—Si tú tienes un problema, William, es mi problema también. La operación Gideva está ya en marcha. El hecho de que yo no actúe no hace sino empeorar esta situación con Anne. —Me incliné hacia adelante—. En su mente, o bien yo sé lo que está pasando pero soy demasiado débil como para hacer algo, o tú me lo estás ocultando todo, lo que implica que soy demasiado débil como para enfrentarme a ello. Cualquiera que sea el caso, me estás convirtiendo en su objetivo, y no es eso lo que quieres.

—Tú no sabes qué es lo que le pasa por la mente —respondió él en tono serio.

—Es un poco retorcida, eso está claro. Pero es una mujer. Confía en mí. Debe saber que tengo uñas y dientes y que estoy dispuesta a hacer uso de ellos.

William entornó los ojos. —Y ¿qué le dirías?

Un pequeño destello de triunfo hizo que contuviera una sonrisa. —Sinceramente, creo que bastará tan sólo con aparecer en algún sitio por sorpresa. Una emboscada, por así decirlo. Eso la hará flaquear. ¿Se pondrá a la defensiva o atacará? Sabremos más según sea su reacción. Y lo necesitamos.

William negó con la cabeza. —No me gusta.

—Ya sabía que no te gustaría. —Extendí las piernas entre las suyas—. Pero sabes que tengo razón. No es mi estrategia lo que te fastidia, William. Es más bien que tu pasado no termina de desaparecer y no quieres que yo lo vea.

—Desaparecerá, Maite. Deja que yo me encargue.

—Tienes que ser más analítico con esto. Yo pertenezco a tu equipo, igual que Angus y Raúl. Aunque está claro que no soy tu empleada y, desde luego, tampoco dependo de ti. Soy tu mejor mitad. Ya no se trata solamente de William Cross. Ni siquiera de William Cross y de su esposa. Somos William y Maite Cross, y tienes que permitir que yo me ponga a la altura.

Se echó hacia adelante mirándome con ojos ardientes e intensos. —Yo no tengo que demostrar nada a nadie.

—¿En serio? Porque a mí sí me parece que tengo que demostrarte algo a ti. Si no crees que soy lo suficientemente fuerte...

—Maite. —Puso las manos por detrás de mis rodillas y me acercó a él—. Eres la mujer más fuerte que conozco.

Pronunció esas palabras, pero pude ver que no las creía de verdad. No de la forma en que los dos necesitábamos que las creyera. Me veía como a una superviviente, no como a una guerrera. —Así pues, deja de preocuparte —repliqué—. Y permíteme que haga lo que tengo que hacer.

—No estoy de acuerdo con que tengas que hacer algo.

—Vale, pues entonces, tendrás que aceptar que no estás de acuerdo.

eté mis labios sobre la comisura de su boca seria. —Cielo...

—Quiero dejar claro que no estaba pidiéndote permiso, William. Te estoy diciendo lo que voy a hacer. Puedes colaborar o quedarte a un lado. Tú eliges.

Soltó un bufido de frustración. —Y ¿dónde queda ese mutuo acuerdo que siempre me estás exigiendo?

Me aparté y lo miré de reojo. —Ese acuerdo mutuo está en dejar que en esta ocasión yo lo intente a mi manera. Si no funciona, la próxima vez lo haremos a la tuya.

—Gracias.

—No seas así. Nos sentaremos juntos para preparar la logística del momento y el lugar. Vamos a necesitar que Raúl investigue sus movimientos habituales. Por definición, las emboscadas son inesperadas, y la nuestra debe darse en un lugar donde ella se sienta segura y cómoda. Vamos a seguir su ejemplo.

William respiró hondo. Prácticamente pude leer sus pensamientos, su mente ágil tratando de buscar el modo de conseguir el resultado que él deseaba. Así que lo distraje. —¿Te acuerdas de esta mañana, cuando dije que te explicaría por qué había decidido contarles a mis padres que nos habíamos casado?

ado? Su atención cambió al instante y su mirada se volvió cautelosa y alerta. —Claro.

—Sé que necesitaste mucho valor para hablarle al doctor Petersen de Hugh. Sobre todo, si tenemos en cuenta lo que opinas de los psiquiatras. —No obstante, ¿quién podía culparlo de esa desconfianza? Hugh había llegado a la vida de William bajo el disfraz de una ayuda terapéutica y se había convertido en su violador—. Me inspiraste para ser igual de valiente.

Su precioso rostro se ablandó y se llenó de ternura. —Hoy he escuchado esa canción —murmuró, recordándome aquella vez en la que le había cantado ese himno de Sara Bareilles que se titulaba Brave.[1]

Sonreí. —Tú necesitabas que se lo contara —añadió en voz baja. Pronunció esas palabras como una declaración pero, en realidad, se trataba de una pregunta.

—Sí —dije.

Es más, William lo necesitaba. Los abusos sexuales eran un asunto íntimo y personal pero, en cierto modo, debíamos sacarlos fuera. No se trataba de un secreto sucio y vergonzoso que hubiese que ocultar dentro de una caja. Era una verdad desagradable, y las verdades —por naturaleza— tienen que ser aireadas. —Y tú necesitas enfrentarte a Anne —repuso.

Lo miré sorprendida. —La verdad es que no estaba llevando la conversación de nuevo hacia ese punto, pero sí, lo necesito.

Esta vez, William asintió. —De acuerdo. Vamos a prepararlo.

Me permití hacer una imaginaria señal de victoria. Un punto a favor de —También has dicho que hay una cosa que te gusta más que el sexo conmigo —me recordó en tono frío. Por su mirada supe que me estaba provocando.

—Bueno, yo no lo diría exactamente con esas palabras. —Le pasé los dedos por el pelo—. Follar contigo es literalmente mi actividad favorita. De todas.

Sonrió con suficiencia. —¿Pero?

—Vas a creer que soy tonta.

—Aun así, sigo pensando que estás muy buena.

Lo besé por aquello. —En el instituto, la mayoría de las chicas a las que conocía tenían novios. Ya sabes cómo es eso: hormonas ardientes e historias de amor épicas.

—Eso me han contado —respondió con ironía.

Las palabras se me agolparon en la garganta. Había sido una estúpida al olvidar cómo debía de haber sido para William. Él no había tenido pareja hasta que conoció a Corinne en la universidad. Había sufrido demasiado por los abusos de Hugh como para disfrutar de la habitual angustia del amor de adolescentes a la que me estaba refiriendo. —Cielo...

Me maldije en silencio. —Olvídalo. Es muy aburrido.

—Sabes que eso no te va a funcionar.

—Y ¿sólo por esta vez?

—No.

—Por favor.

Negó con la cabeza. —Escúpelo.

Arrugué la nariz. —Está bien. Los adolescentes se pasan horas hablando por teléfono por las noches porque tienen colegio y padres y no pueden estar juntos. Se pasan toda la noche charlando con sus novios sobre cualquier cosa. Yo nunca tuve eso. Nunca... —Contuve mi vergüenza—. Nunca tuve un chico así.

No necesité contarle más. William sabía cómo me había sentido. Cómo el sexo había sido mi forma retorcida de sentirme amada. Los tipos con los que follaba nunca me habían llamado. Ni antes ni después. —En fin —concluí con la voz entrecortada—. Se me había ocurrido la idea de que podríamos tener algo así por ahora... mientras esperamos. Llamadas nocturnas en las que hablaríamos únicamente por escuchar la voz del otro.

Se me quedó mirando. —En mi imaginación sonaba mejor —murmuré.

William se quedó en silencio durante un largo rato. A continuación, me besó. Intensamente. Yo seguía tambaleándome cuando él se apartó y habló con una voz que, más bien, pareció un ronco susurro. —Yo seré ese chico, Maite.

La garganta se me cerró. —Cada peldaño, cielo. Cada ritual de iniciación. Todo. —Me limpió la lágrima que empezaba a brotarme por el rabillo del ojo—. Y tú serás para mí esa chica.

—Dios. —Solté una carcajada llorosa—. Te quiero mucho.

Él sonrió. —Ahora me voy a casa, porque eso es lo que quieres. Y vas a llamarme y a decírmelo otra vez, porque eso es lo que yo quiero.

—Trato hecho.
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Mensaje por tamalevyrroni Mar Mayo 31, 2016 3:29 pm

***

Me desperté al día siguiente antes de que sonara la alarma. Tumbada en la cama durante unos minutos, dejé que mi cerebro se despertara todo lo que me fuera posible sin café. Me obligué a concentrarme en el hecho de que ése era el comienzo de mi último día en el trabajo. Sorprendentemente, me sentí más que bien ante aquello. Estaba impaciente. Había llegado el momento de hacer un cambio radical. Y, ahora, la verdadera gran pregunta: ¿qué ponerme?

Salí de la cama y fui al vestidor. Tras mirar casi todo, me decidí por un vestido de tubo color esmeralda que tenía un cuello y un bajo asimétrico. Mostraba algo más de pierna de lo que normalmente consideraba adecuado para el trabajo, pero ¿por qué terminar igual que había empezado? ¿Por qué no aprovechar la oportunidad para iniciar una transición del pasado al futuro? Hoy era el fin de Maite Tramell. El lunes, Maite Cross haría su debut. Me la imaginé. Bajita y rubia, junto a su esposo alto y moreno, pero tan peligrosa como él en un aspecto muy similar.

O puede que no. Quizá resaltando las diferencias, los lados opuestos de la misma espada afilada. Tras echar un último vistazo a mi espejo de pie, entré en el baño y me maquillé. Poco después, Cary asomó la cabeza y soltó un silbido. —Qué guapa, cariño.

—Gracias. —Dejé la barra de labios en su repisa—. ¿Puedo pedirte que me ayudes a hacerme un moño?

Entró vestido tan sólo con unos calzoncillos, con un aspecto no muy distinto del de los carteles publicitarios en los que aparecía en las cabinas de teléfono y en los autobuses de toda la ciudad. —Traducción: que te lo haga yo. Por supuesto.

Mi mejor amigo se puso manos a la obra, cepillándome el pelo con pericia y retorciéndolo hasta formar un elegante moño. —Lo de anoche fue bastante intenso —dijo tras sacarse la última horquilla de la boca—. Con la sala de estar llena de trajes negros.

Lo miré a los ojos a través del espejo. —Tres trajes.

—Dos trajes y William —respondió—. Él puede llenar una habitación con su sola presencia.

No pude rebatirlo. Cary puso su sonrisa más luminosa. —Si alguien se entera de que tengo seguridad privada, van a pensar que soy más importante de lo que creían o que tengo un concepto demasiado exagerado de mi celebridad. Aunque ambas cosas son ciertas.

Me puse de pie y de puntillas para besarlo en el mentón. —Ni siquiera te darás cuenta de que están ahí. Serán de lo más sigilosos.

—Te apuesto a que los veo.

—Cinco dólares —respondí pasando por su lado para coger un par de zapatos de tacón del dormitorio.

—¿Qué? Y ¿por qué no cinco de los grandes, señora Cross?

—¡Ja! —Cogí mi teléfono de la cama cuando sonó con un mensaje entrante—. William está subiendo.

—¿Por qué no ha pasado la noche aquí?

Respondí sin mirarlo mientras me apresuraba hacia la entrada. —Estamos de abstinencia hasta la boda.

—Joder, ¿estás de broma? —Los largos pasos de Cary casi me atraparon, pese a que él andaba despacio y yo a toda prisa. Me cogió los zapatos de la mano para que yo pudiera alcanzar de la barra de la cocina el termo con café que me iba a llevar para el camino—. Yo creía que el período de luna de miel duraba más tiempo. ¿No se acuestan las mujeres con sus maridos durante al menos unos cuantos años antes de que los rechacen?

—¡Cierra el pico, Cary! —Cogí el bolso y abrí la puerta.

William estaba al otro lado llave en mano, dispuesto a abrir. —Cielo.

Cary extendió el brazo por detrás de mí y abrió más la puerta. —Lo siento por ti, tío. Les pones un anillo y..., ¡pum!, se les cierran las piernas.

—¡Cary! —exclamé fulminándolo con la mirada—. Voy a darte un puñetazo.

—Y ¿quién va a prepararte el bolso de viaje si lo haces?

Me conocía demasiado bien. —No te preocupes, preciosa. Tendré listo tu equipaje y el mío. —Miró a William—. Me temo que a ti no puedo ayudarte. Espera a verla con ese biquini azul de La Perla que voy a meter. A ver si tienes pelotas de ponerte a la altura.

—Yo también te voy a dar un puñetazo —dijo William con voz cansina—. Tus hematomas sí que harán juego con ella.

Cary me dio un suave empujón hacia afuera y cerró la puerta de golpe.

***

Era casi mediodía cuando Mark asomó por mi cubículo y me miró con su sonrisa. —¿Lista para nuestro último almuerzo en el trabajo?

Me llevé una mano al corazón. —Me acabas de matar.

—Estaré encantado de devolverte tu dimisión.

Negué con la cabeza, me puse de pie y paseé la mirada por mi mesa de trabajo. No había guardado aún mis pocos objetos personales. Esperaba que, cuando se acercaran las cinco de la tarde, pudiera sentir que había llegado el final. Pero, por ahora, no estaba preparada del todo para dejar de sentirme dueña de mi mesa y del sueño que antes había representado. —Tendremos más almuerzos. —Saqué el bolso del cajón y fui con él hacia los ascensores—. No voy a dejar que te me escapes tan fácilmente.

Cuando llegamos a la recepción, iba a hacerle una señal a Megumi para avisarle de que estábamos listos, pero ella ya había tenido su descanso para el almuerzo y estaba ocupada con los teléfonos. Echaría de menos verla a ella, a Will y a Mark cada día. Ellos representaban mi propio trocito de Nueva York, una parte de mi vida que solamente me pertenecía a mí. Ése era otro de los aspectos que temía abandonar al dejar mi trabajo, mi círculo personal de amigos.

Sin embargo, me esforzaría por mantenerlo, por supuesto. Sacaría tiempo para llamarlos y hacer planes juntos, pero era consciente de lo que solía pasar. Llevaba ya varios meses sin ponerme en contacto con mi gente de San Diego. Y mi vida no se parecería en nada a la de mis amigos. Nuestros objetivos, nuestros sueños y nuestros retos serían muy distintos.

En el ascensor en el que entramos Mark y yo sólo había unas cuantas personas, pero el espacio se llenó rápidamente a medida que iba parando. Tomé nota para pedirle a William una de esas llaves mágicas de su ascensor, que le permitía subir o bajar directamente sin interrupciones. Al fin y al cabo, seguiría yendo al Crossfire, sólo que a otra planta. —Y ¿tú, qué? —pregunté mientras nos íbamos apretando para dejar sitio a los demás—. ¿Has decidido si te quedas o te vas?

Mark asintió y se metió las manos en los bolsillos del pantalón. —Voy a seguir tu ejemplo.

Por su expresión, estuve segura de que se mantenía firme en su decisión. —Eso es estupendo, Mark. Enhorabuena.

—Gracias.

Salimos a la planta baja y pasamos por los torniquetes de seguridad. —Steven y yo lo hemos hablado —continuó mientras cruzábamos el suelo de mármol de vetas doradas del vestíbulo—. Contratarte supuso un gran paso para mí. Fue la señal de que mi carrera profesional progresaba en la dirección correcta.

—Que no te quepa duda de ello.

Sonrió. —Perderte es también otra señal. Ha llegado el momento de avanzar.

Mark me hizo un gesto para que yo pasara primero por la puerta giratoria. Sentí el calor del sol antes de terminar la rotación que me llevaba a la calle. El clima del otoño aún quedaba lejos.

Estaba deseando que llegara el cambio de estación. Pensé que tenía que haber un cambio exterior que se adecuara al que estaba sucediendo en mi interior. Miré la elegante limusina negra que estaba aparcada junto al bordillo y, después, me giré para observar a mi jefe cuando salió a la acera. —¿Adónde vamos?

—¿Adónde vamos? Mark me miró divertido antes de ir a buscar un taxi libre en medio de la oleada de aquel mar de coches. —Es una sorpresa.

Me froté las manos. —¡Bien!

—Señorita Tramell.

Me volví al oír mi nombre y vi a Angus al lado de la limusina. Vestido con su habitual traje negro y su tradicional gorra de chófer, tenía un aspecto elegante, pero combinado con tanta perfección que sólo un buen observador podría sospechar de su pasado en los servicios secretos internacionales. Siempre me asombraba pensar en su historia. Era propia de James Bond. Estaba segura de que yo la había idealizado demasiado, pero también me confortaba ser consciente de ella. William estaba en las mejores manos. —Hola —lo saludé permitiéndome un tono cariñoso en la voz.

No podía evitar sentir por él una especial gratitud. Su pasado junto a William venía desde varios años atrás y yo nunca llegaría a conocer todos los detalles, pero sabía que él había sido el único apoyo que William había tenido en su vida después de lo de Hugh. Además, Angus había sido la única persona de nuestra vida que había sido testigo de nuestro matrimonio en secreto. La expresión de su rostro cuando habló con William después y las lágrimas que brotaron de sus ojos denotaban un vínculo irrompible.

Sus ojos azul claro me miraron relucientes cuando abrió la puerta de la limusina. —¿Adónde quieren ir?

Mark me miró sorprendido. —¿Es por esto por lo que me dejas? Vaya. No puedo competir con ello.

—No tienes por qué hacerlo. —Me detuve antes de entrar en el asiento de atrás y miré a Angus—. Mark no quiere que sepa adónde vamos, así que subiré e intentaré no oírlo.

El chófer se tocó la visera de la gorra dando a entender que lo había comprendido. Poco después, salimos. Mark se acomodó en el asiento enfrente de mí mientras observaba el interior. —¡Vaya! He alquilado limusinas otras veces, pero no eran así.

—William tiene un gusto estupendo. —No importaba el estilo.

Moderno y contemporáneo como su despacho o clásico y antiguo como su ático. Mi marido sabía cómo mostrar su riqueza con clase. Mark me sonrió mirándome. —Eres una mujer afortunada, amiga.

—Lo soy —asentí—. Todo esto es increíble, claro —dije moviendo la mano—, pero él es ya un partido sólo por su personalidad. Es realmente un hombre estupendo.

—Sé lo que es tener a alguien así.

—Sí. Por supuesto que lo sabes. ¿Qué tal van los planes de la boda?

Mark dejó escapar un gemido. —Steven me está matando. ¿Quiero azul o violeta? ¿Rosas o lirios? ¿Satén o seda? ¿Mañana o tarde? He intentado decirle que puede hacer lo que quiera. Yo sólo deseo que esté él. Pero me ha echado la bronca. Dice que más vale que me ocupe de esto porque no voy a tener la oportunidad de casarme otra vez. Lo único que puedo hacer yo al respecto es dar gracias a Dios por ello.

Me reí. —Y ¿qué tal tú? —preguntó.

—Estoy poniéndome a ello. En medio de este mundo de locos lleno de millones de personas, hemos conseguido encontrarnos. Como diría Cary, deberíamos celebrarlo.

Hablamos del primer baile y de la disposición de los asientos mientras Angus nos llevaba entre el tráfico que siempre parecía obstruir el centro de la ciudad. Miré por la ventanilla por detrás de Mark y vi que un taxi se detenía en el semáforo a nuestro lado. La pasajera del asiento de atrás tenía un teléfono entre el hombro y la oreja y movía los labios a mil por hora mientras sus manos pasaban frenéticamente las páginas de un cuaderno. Tras ella, en la esquina, el vendedor de un puesto de perritos calientes atendía con rapidez a la cola de cinco personas que tenía esperando. Cuando por fin llegamos, salí a la acera y supe dónde estábamos. —¡Anda!

Oculto bajo el nivel de la calle estaba el restaurante mexicano en el que ya habíamos estado antes. Y daba la casualidad de que entre sus trabajadores había una camarera a la que yo le tenía mucho cariño. Mark se rio. —Has dicho que te ibas tan de repente que Shawna no ha tenido tiempo de pedirse el día libre.

—¡Jo, tío! —Sentí un nudo en el pecho. Empezaba a ser consciente de un final para el que no estaba preparada.

—Vamos.

Me agarró del hombro y me llevó adentro, donde enseguida vi una fiesta en la que había un grupo de rostros conocidos y globos de polietileno en los que se leía: «BIEN HECHO», «MUCHA SUERTE» y «ENHORABUENA». —¡Hala!

—¡Hala! Megumi y Will estaban sentados con Steven a una mesa preparada para seis. Shawna estaba de pie, detrás de la silla de su hermano, con su pelo rojo imposible de pasar por alto. —¡Maite! —gritaron al unísono, llamando la atención de todos los presentes en la sala.

—Dios mío —susurré con el corazón desgarrado. De pronto, me invadieron la tristeza y las dudas al enfrentarme con aquello a lo que estaba renunciando, aunque sólo fuera en un aspecto—. ¡Chicos, no vais a conseguir deshaceros de mí!

—Desde luego que no. —Shawna se acercó para darme un abrazo, rodeándome con sus delgados y fuertes brazos—. ¡Tenemos que preparar una despedida de soltera!

—¡Eso! —Megumi me envolvió con un abrazo en el momento en que Shawna se apartó.

—Quizá podríamos saltarnos esa tradición —intervino una voz cálida y profunda a mi espalda.

Me di la vuelta sorprendida y vi a William. Estaba junto a Mark, con una única rosa roja y perfecta en la mano. Mark compuso una gran sonrisa. —Nos ha llamado antes para saber si íbamos a hacer algo y ha dicho que quería venir.

Yo sonreí entre lágrimas. No iba a perder a mis amigos e iba a conseguir mucho más. William estaba siempre a mi lado cuando lo necesitaba, incluso antes de darme cuenta de que era una parte esencial que me faltaba. —Te reto a que pruebes la salsa Diablo —lo desafié extendiendo la mano para coger mi rosa.

Sus labios se curvaron ligeramente en una leve sonrisa, la que me desarmaba; a mí y también a todas las mujeres que había en la sala, como no pude evitar notar. Aun así, la mirada en sus ojos, la comprensión y el apoyo por lo que yo estaba sintiendo eran exclusivamente para mí. —Es tu fiesta, cielo.

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Mensaje por EsperanzaLR Mar Mayo 31, 2016 4:18 pm

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Mensaje por tamalevyrroni Sáb Jun 04, 2016 10:55 am

La casa de dos plantas que se extendía junto a la costa resplandecía con la calidez dorada que salía de cada ventana. Las luces incrustadas por el tortuoso camino de entrada relucían como una cama de estrellas en medio del crepúsculo, mientras que los arbustos de hortensias, del tamaño de pequeños coches, estallaban con sus pétalos alrededor de los bordes del ancho césped. —¿No te parece bonito? —dijo Maite dándome la espalda y arrodillándose sobre el asiento de cuero negro para mirar por la ventanilla.

—Impresionante —respondí, aunque me estaba refiriendo a ella. Vibraba de la emoción y disfrutaba como una niña.

Me aferré a aquella visión, pues necesitaba comprenderla y conocer sus motivos. Su felicidad era esencial para mí. Era el manantial de mi propia felicidad, el peso que equilibraba mi balanza y que me mantenía en pie. Me miró por encima del hombro mientras Angus detenía la limusina junto a los escalones de entrada. —¿Me estás mirando el trasero?

Bajé la vista hasta su culo, tan perfectamente envuelto por los pantalones cortos que se había puesto después del trabajo. —Ahora que lo mencionas...

Se dejó caer en el asiento con un resoplido de risa. —No tienes remedio, ¿lo sabes?

—Sí, ya sabía que no tendría cura la primera vez que me besaste.

—Estoy bastante segura de que fuiste tú quien me besó a mí.

Yo contuve una sonrisa. —¿Fue así como ocurrió?

Entornó los ojos. —Más te vale que estés de broma. Ese momento debería estar grabado a fuego en tu mente.

Extendí la mano para pasarla por su muslo desnudo. —¿Está grabado en la tuya? —murmuré encantado ante la idea.

—Oídme —nos interrumpió Cary quitándose los auriculares—, no olvidéis que estoy sentado aquí.

El compañero de piso de Maite había estado en silencio, viendo en su tableta una película durante el trayecto de casi dos horas a través del tráfico de la tarde, pero en ningún momento había podido olvidarme de que estaba allí. Cary Taylor era una pieza fundamental en la vida de mi esposa y yo lo aceptaba, si bien no me gustaba. Aunque pensaba que él quería a Maite, también creía que tomaba malas decisiones que la ponían en situaciones difíciles e incluso suponían un riesgo.

Angus abrió la puerta. Maite salió y subió los escalones antes de que yo apartara mi tableta. Monica abrió la puerta de entrada justo cuando su hija llegó al rellano. Sorprendido por el entusiasmo de mi mujer, teniendo en cuenta lo poco que aguantaba a su madre la mayor parte de las veces, me quedé mirándola con curiosidad. Cary se reía mientras recogía sus cosas y las metía dentro de un pequeño bolso. —No hace falta más que olfatear un poco.

—¿Perdona?

—Monica prepara unas galletas realmente buenas recubiertas de crema de cacahuete. Maite se está asegurando de guardarse algunas antes de que yo entre y me las coma todas.
Tomé nota de que debía hacerme con la receta y miré a mi espalda hacia las dos mujeres que estaban en el porche, sorprendiéndolas en el momento en que se intercambiaban besos al aire antes de que ambas se volvieran para mirarme. En ese momento, con Monica vestida con unos pantalones que le llegaban al tobillo y una blusa informal, el parecido entre ellas era sorprendente. Cary salió y subió los escalones de dos en dos para lanzarse directamente a los brazos abiertos de Monica y levantarla del suelo. La risa de ambos se oyó a través del atardecer. Oí que Angus me hablaba desde su posición junto a la puerta abierta. —No puede pasarse el fin de semana dentro de la limusina, amigo.

Animado, dejé la tableta en el asiento y salí. Él me sonrió. —Le va a venir bien estar con la familia.

Durante años, Angus había sido lo único que yo tenía. Y había sido suficiente. —¡Vamos, perezoso! —Maite volvió conmigo y me agarró de la mano para arrastrarme por los escalones con ella.

—William. —Monica me saludó con una amplia y cálida sonrisa.

—Hola, Monica. —Extendí la mano y, en lugar de estrechármela, me sorprendió con un fuerte abrazo.

—Te diría que me llamaras «mamá» —dijo, echándose hacia atrás—, pero creo que me sentiría vieja.

La sensación de incomodidad se transformó en un hormigueo que me recorrió la espalda. Me quedé pasmado al comprobar que había cometido un gran error de cálculo.ulo. Mi matrimonio con Maite la hacía mía. Pero también hacía que yo fuera de ella y me vinculaba con sus seres queridos de un modo muy personal.

Monica y yo nos conocíamos desde hacía algún tiempo. Nuestros caminos se habían cruzado debido a las distintas organizaciones benéficas que ambos apoyábamos. Habíamos establecido unos particulares parámetros para nuestras interacciones, los de los protocolos de cualquier asociación.

De repente, todo aquello saltó por los aires.

Miré a Angus confuso. Al parecer, mi apuro le estaba divirtiendo, a juzgar por el guiño que me hizo mientras me abandonaba a mi suerte. Rodeó la parte de atrás del coche para saludar a Benjamin Clancy, que esperaba junto a la puerta del conductor de la limusina. —La cochera está allí —dijo Monica señalando hacia el edificio de dos plantas que había al otro lado del camino y que era una pequeña réplica de la casa principal —. Clancy se asegurará de acomodar a tu conductor y de traer tus maletas.

Maite me agarró de la mano y me condujo al interior. Las suposiciones de Cary eran ciertas, y de inmediato me asaltó el olor de la mantecosa vainilla. No eran velas, sino galletas. Aquel aroma hogareño y reconfortante hizo que deseara dar media vuelta y quedarme fuera. No estaba preparado. Había ido como invitado, como acompañante de Maite. Ser el yerno, un verdadero miembro de la familia, era una posibilidad que no había previsto. —Me encanta esta casa —dijo Maite conduciéndome por el pasaje abovedado que daba a la sala de estar.

Vi lo que me esperaba. Una lujosa casa de playa con asientos de fundas blancas y adornos marítimos. —¿No te encanta el suelo de madera de color café? — me preguntó—. Yo habría optado por roble blanqueado, pero es demasiado previsible, ¿verdad? Y los colores verde, naranja y amarillo en lugar del azul habitual. Hacen que me den ganas de volverme loca cuando regresemos a la casa de los Outer Banks.

erme loca cuando regresemos a la casa de los Outer Banks. Maite no tenía ni idea de lo mucho que yo deseaba volver allí en ese momento. Al menos, allí dispondría de más de un segundo de privacidad antes de tener que enfrentarme a una casa llena de parientes nuevos. La lujosa zona de estar daba directamente a la cocina abierta, donde Stanton, Martin, Lacey y Cary estaban alrededor de una gran isla con asientos para seis. Todo aquel espacio compartía las vistas del agua que proporcionaba una fila de paneles deslizantes de cristal que daban a una enorme terraza. —¡Oye! —protestó Maite—. ¡Más os vale que me dejéis alguna galleta!

Stanton sonrió y se acercó a nosotros. Vestido con vaqueros y una camiseta tipo polo, tenía el aspecto de una versión más joven del hombre al que yo había conocido por nuestros negocios en Nueva York. Se había deshecho de su aspecto de empresario a la vez que de su traje, y sentí como si estuviera ante un desconocido. —Maite. —Stanton la besó en la mejilla y, después, me miró—. William.

Acostumbrado a que se dirigiese a mí por mi apellido, no estaba listo para el abrazo que vino después. —Enhorabuena —añadió mientras me daba una fuerte palmada en la espalda antes de soltarme.

ga de negocios a amigo? ¿Y, después, el paso desde la amistad a la familia? Pensé de repente en Victor. Él había entendido lo que suponía mi matrimonio antes que yo. Mientras permanecía en tensión, Stanton le sonrió a mi esposa.—Creo que tu madre te ha guardado algunas galletas en el calientaplatos.

—¡Sí! —Maite se internó en la cocina, dejándome con su padrastro.
Mi padrastro político. La seguí con la mirada. Al hacerlo, vi el saludo que me dedicaba con la mano Martin Stanton y yo respondí con un movimiento de la cabeza. Si intentaba darme un abrazo, iba a recibir un puñetazo en la cara.

Una vez le había dicho que podía contar con que nos viéramos en reuniones familiares. Ahora me parecía surrealista que estuviese ocurriendo de verdad. Como si me estuvieran gastando una broma.

Las fuertes carcajadas de Maite cruzaron la habitación hasta llegar a mí y llamar mi atención. Extendía la mano izquierda hacia la rubia que estaba junto a Martin, mostrándole el anillo que yo le había regalado cuando la hice mi esposa.

Monica vino con Stanton y conmigo para ocupar su lugar al lado de su marido. La belleza juvenil de ella lo hacía más viejo, llamando la atención de la blancura de su pelo y las arrugas que le surcaban la cara. Sin embargo, era evidente que a Stanton no le importaban las décadas que lo separaban de su esposa. Se iluminó al verla y sus ojos azul claro se llenaron de cariño. Yo traté de decir algo adecuado.

—Tenéis una casa muy bonita —fue lo que al final se me ocurrió.

—No tenía tan buen aspecto antes de que Monica se ocupara de ella. —Stanton pasó el brazo alrededor de la esbelta cintura de su mujer—. Lo mismo se puede decir de mí.

—Richard —lo reprendió Monica sacudiendo la cabeza—. ¿Quieres que te la enseñe, William?

—Antes vamos a ofrecerle una copa a este hombre — sugirió Stanton mirándome—. Ha estado mucho tiempo en el coche.

—¿Vino? —sugirió ella.

—Quizá un whisky —repuso Stanton.

—Un whisky sería estupendo —contesté, avergonzado porque mi desasosiego era al parecer bastante obvio.

Me encontraba fuera de mi ambiente, algo a lo que debería estar acostumbrado desde que conocí a Maite, pero ella había sido una especie de ancla, aunque había hecho que me tambaleara. Siempre que pudiera agarrarme a ella, podía enfrentarme a cualquier tormenta. O eso creía.

quier tormenta. O eso creía. Busqué a mi mujer. Me volví y sentí una oleada de alivio al ver que venía hacia mí con una energía en su caminar que hacía que su coleta se balanceara. —Prueba esto —me ordenó a la vez que levantaba una galleta hacia mis labios.

Abrí la boca, pero cerré los dientes una décima de segundo antes para morderle deliberadamente los dedos. —¡Ay! —se quejó, pero el mordisco tuvo el intencionado efecto de que centrara su atención en mí.

Su ceño fruncido desapareció a la vez que la luz de sus ojos se atenuó al darse cuenta. Me vio y comprendió lo que estaba ocurriendo en mi interior. —¿Quieres que salgamos? —preguntó con un murmullo.

—Dentro de un momento. —Moví el mentón hacia el mueble bar de la sala de estar, donde Stanton me estaba sirviendo una copa. También la agarré de la muñeca para que no se separara de mí.

Me exasperaba apartarla del grupo. No quería ser uno de esos hombres que asfixian a las mujeres que los aman. Pero necesitaba tiempo para acostumbrarme a todo aquello. La habitual distancia que yo mantenía con los demás, incluido Cary, no sería bien vista con Monica y Stanton. No después de ver la alegría que sentía Maite al estar con aquellos a los que consideraba su familia.

La familia suponía para ella un lugar seguro. Estaba más relajada y tranquila de lo que la había visto nunca. Para mí, las reuniones como ésa activaban las alertas. Me obligué a tranquilizarme cuando Stanton regresó con nuestras copas, pero no bajé la guardia del todo.

Martin se acercó para presentar a su novia y los dos nos dieron la enhorabuena. Aquello fue como era de esperar, cosa que me relajó un poco, aunque no tanto como el whisky doble que me despaché de un trago. —Voy a enseñarle la playa —dijo Maite mientras me cogía el vaso vacío, lo dejaba en un extremo de la mesa y nos dirigíamos a las puertas de cristal.

Hacía más calor fuera que en el interior de la casa. El verano de ese año iba a durar hasta el último momento. Una fuerte brisa salada nos envolvió y me echó el pelo sobre la cara. Fuimos hasta el borde del rompeolas con su mano agarrada a la mía. —¿Qué pasa? —me preguntó mirándome. La preocupación en su tono me puso el vello de punta.

—¿Sabías que ésta iba a ser una especie de celebración familiar porque nos hemos casado?
Ella se echó hacia atrás al notar mi tono enérgico. —No pensaba que sería así. Y mamá no me había dicho que fuera a serlo, pero supongo que tiene su lógica.

—Para mí, no. —Le di la espalda y empecé a caminar contra el viento, dejando que me apartara el pelo de mi acalorado rostro.

—¡William! —Maite se apresuró a seguirme—. ¿Por qué te has enfadado?

Me volví. —¡No me esperaba esto!

—¿Qué?

—Esta tontería de integrarme en la familia.

Frunció el ceño. —Bueno, te dije que se lo había contado...

—Eso no debería cambiar nada. —Eh... Y entonces ¿para qué decírselo? Tú querías que lo supieran, William. — Se quedó mirándome cuando vio que yo no decía nada—. ¿Qué creías que iba a pasar?

—Yo nunca había esperado casarme, Maite. Así que perdona si no había pensado en ello.

—Vale. —Levantó las dos manos en señal de rendición—. Estoy confundida.

Y yo no sabía cómo aclararle las cosas. —No puedo... No estoy preparado para esto.

—¿Preparado para qué?

Levanté una mano impaciente en dirección a la casa. —Para eso.

—¿Puedes ser más específico? —preguntó ella con cautela.

—Yo... No.

—¿Me he perdido algo? —Su voz tenía cierto tono de rabia—. ¿Qué te han dicho, William?

Tardé un momento en darme cuenta de que en realidad estaba saliendo en mi defensa. Eso no hizo más que provocarme. —He venido aquí para estar contigo. Pero resulta que tú estás pasando el tiempo con tu familia...

—Son también tu familia.

—Yo no lo he pedido.

Vi cómo su rostro cambiaba al ir comprendiéndolo. Cuando asomó la pena, apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo. —No me mires así, Maite.

—No sé qué decir. Dime qué es lo que necesitas.

Solté un fuerte resoplido. —Más alcohol.

En su boca se dibujó una sonrisa. —Estoy segura de que no vas a ser el primer novio que siente la necesidad de beber cuando está con la familia política.

—¿Podemos dejar de llamarlos así, por favor?

Su leve sonrisa se desvaneció. —¿Qué cambiaría eso? Puedes llamarlos señor y señora Stanton, pero...

—No soy yo quien está confuso acerca de si pinto algo aquí.

—Yo no estoy segura de opinar lo mismo —replicó ella apretando los labios.

—Hace dos días me habrían estrechado la mano y me habrían llamado Cross. ¡Ahora, todo son abrazos, «llámame mamá» y sonrisas que esperan algo a cambio!

—Para ser exactos, lo que ella te ha dicho es que no la llames «mamá», pero lo pillo. Eres hijo suyo por haberte casado conmigo y eso te da miedo. Aun así, ¿tan terrible es que se alegren de ello? ¿Preferirías que actuaran como mi padre?

—Sí. —Yo sabía cómo manejar mi rabia y mi decepción.

Maite dio un paso atrás. Sus ojos parecían oscuros y grandes bajo la luz de la luna menguante. —No —me retracté a la vez que me pasaba una mano por el pelo. No sabía cómo llevar el hecho de haberla decepcionado—. Maldita sea, no lo sé.

Se quedó mirándome durante un largo rato. Aparté la vista hacia el agua. —William —dijo cerrando el espacio que había dejado entre los dos—. De verdad, lo entiendo. Mi madre se ha casado tres veces. Cada vez aparecía una repentina figura paternal que yo...

—Yo tengo un padrastro —la interrumpí bruscamente—. No es lo mismo. A nadie le importa si le gustas a tu padrastro.

—¿Es eso lo que pasa? —Se acercó a mí y me abrazó con fuerza—. Tú les gustas ya.

La atraje hacia mí. —Joder, no me conocen.

—Lo harán. Y les vas a encantar. Eres el sueño de cualquier padre.

—No digas tonterías, Maite.

Ella se apartó de mí y estalló. —¿Sabes qué? Si no querías tener familia política, deberías haberte casado con una huérfana.

Luego se dirigió de regreso a la casa. —Vuelve aquí —espeté.

Maite levantó el dedo corazón hacia mí sin mirar atrás. La alcancé dando tres pasos, la agarré del brazo y le di la vuelta. —No hemos terminado.

—Yo sí. —Se puso de puntillas para llegar hasta mi cara, aunque tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para lanzarme su mirada asesina—. Fuiste tú quien quiso casarse. Si te estás arrepintiendo, es cosa tuya.

—¡No conviertas esto en un problema! —La rabia hacía que me hirviera la sangre y aumentaba mi frustración.

—¡Siento mucho que no te dieras cuenta de que el compromiso venía acompañado de algo más que de un oportuno pedazo de carne!

—Que oportunamente no está disponible... —contesté sintiendo cómo se tensaba el músculo de mi mandíbula.

—Que te den.

—Estupenda idea.

Maite ya estaba tumbada boca arriba en la arena antes de que pudiera darse cuenta de qué era lo que la había golpeado. La atrapé con mi cuerpo, apretando con fuerza y con mi boca sobre la suya para que cerrara el pico. Ella se arqueó, forcejeó y yo la agarré de la coleta para que se quedara quieta. Clavó los dientes en mi labio inferior y me aparté maldiciendo. —¿Estás burlándote de mí ahora? —Enredó sus piernas con las mías y me sorprendí estando debajo de ella, mirando su preciosa y furiosa cara—. Exactamente por esto es por lo que no nos estamos acostando, campeón. El sexo es tu solución para salir de todo.

—Tienes que recompensarme para que me merezca la pena —me mofé con ganas de pelea.
—Yo soy la recompensa, imbécil. —Me apretó los hombros hacia abajo—. Lamento que sientas que te he tendido una emboscada. Lamento de verdad que ser recibido con los brazos abiertos te haga perder la maldita cabeza. Pero vas a tener que acostumbrarte porque todo forma parte del paquete que has adquirido conmigo.

Lo supe. Supe que tenía que hacer que funcionara, porque quería tenerla a ella. Mi amor por ella me tenía atrapado. Me llevaba hasta rincones de los que no podía salir. Me obligaba a tener una familia cuando a mí me había ido muy bien sin ninguna. —No quiero esto —dije con firmeza.

Maite se quedó inmóvil. Se incorporó sobre sus rodillas y sus muslos me apresaron la cadera. —Piensa bien lo que dices —me advirtió.

—No sé cómo interpretar este rol, Maite.

—Dios. —Su enfado salió en forma de suspiro—. Simplemente sé tú mismo. —Soy lo último que quieren para su hija.

—¿De verdad piensas eso? —Se quedó mirándome—. Sí. Dios mío, William...
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