WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
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asturabril- Mensajes : 4514
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Vie Feb 19, 2016 3:26 pm
Capítulo 2
—Me temo que no hay nada que hacer, señor —dijo el cochero. Su voz sonaba
distante desde debajo del carruaje—. Es el eje. Está partido y es imposible intentar
arreglarlo aquí. Alguien debe ir a buscar ayuda.
William apretó los labios para contener las maldiciones que se le escapaban. Había
aprendido hacía ya mucho que maldecir al destino era un ejercicio de futilidad, una
lección que se había repetido más veces de las que desearía recordar durante los
últimos catorce meses.
—Está bien —suspiró—. Me temo que en esa expedición sólo podréis ir vosotros
dos —le dijo al cochero y al mozo—. Quitadles el arnés a los dos caballos de delante
y acercaos a ver si encontráis una casa que no quede lejos y que parezca lo bastante
decente para la señorita Darlington. Si no encontráis nada, seguid adelante y buscad
una posada.
—Creo que ésa será nuestra mejor opción, señor —dijo el cochero mientras salía de
debajo del carruaje y se sacudía la nieve sucia de las rodillas—. No recuerdo haber
visto ningún lugar adecuado para la señorita.
—Si nos alcanza la tormenta, me temo que cualquier lugar tendrá que ser adecuado.
Al menos, mejor que el coche.
—Yo también puedo montar —dijo Maite.
William la vio de pie en la puerta del carruaje, con una pequeña nube de niebla ante la
cara creada por su respiración. Pensó en advertirle que lo mejor que podía hacer era
quedarse dentro con la puerta cerrada para que no entrase el frío. Por bueno que
fuese el carruaje, cuando llegase la noche iban a pasar mucho frío, aun con las
mantas.
Pero la verdad era que había cuatro caballos. En un primer momento no supo si
enviarla con el cochero. Teniendo en cuenta los rigores del día, estaba seguro de que
él sería incapaz de montar. El frío y la humedad le habían pasado ya factura, por
mucho que odiase admitirlo.
Montar era otro de los placeres que le quedaron vetados después de resultar herido
y era uno de los que más echaba de menos.
—Creo que lo mejor es que nos quedemos dentro del coche —le contestó,
sonriendo—. No tardarán en conseguir ayuda y el interior del carruaje ofrece
protección del frío, algo que no tendríamos a caballo.
—Le aseguro, señor Sinclair, que montar no me hará ningún mal. No soy tan frágil
—respondió, devolviéndole la sonrisa.
Eso era evidente, pensó William. No se había quejado por el imprevisto, ni se había
puesto histérica, lo cual le agradecía profundamente. Ya tenía suficiente con la
situación. Seguro que montaría con aplomo, a pesar del frío.
Pero ésa no era la razón de que hubiese decidido retenerla en el carruaje. Él era el
problema, no ella.
—Me temo que no hay nada que hacer, señor —dijo el cochero. Su voz sonaba
distante desde debajo del carruaje—. Es el eje. Está partido y es imposible intentar
arreglarlo aquí. Alguien debe ir a buscar ayuda.
William apretó los labios para contener las maldiciones que se le escapaban. Había
aprendido hacía ya mucho que maldecir al destino era un ejercicio de futilidad, una
lección que se había repetido más veces de las que desearía recordar durante los
últimos catorce meses.
—Está bien —suspiró—. Me temo que en esa expedición sólo podréis ir vosotros
dos —le dijo al cochero y al mozo—. Quitadles el arnés a los dos caballos de delante
y acercaos a ver si encontráis una casa que no quede lejos y que parezca lo bastante
decente para la señorita Darlington. Si no encontráis nada, seguid adelante y buscad
una posada.
—Creo que ésa será nuestra mejor opción, señor —dijo el cochero mientras salía de
debajo del carruaje y se sacudía la nieve sucia de las rodillas—. No recuerdo haber
visto ningún lugar adecuado para la señorita.
—Si nos alcanza la tormenta, me temo que cualquier lugar tendrá que ser adecuado.
Al menos, mejor que el coche.
—Yo también puedo montar —dijo Maite.
William la vio de pie en la puerta del carruaje, con una pequeña nube de niebla ante la
cara creada por su respiración. Pensó en advertirle que lo mejor que podía hacer era
quedarse dentro con la puerta cerrada para que no entrase el frío. Por bueno que
fuese el carruaje, cuando llegase la noche iban a pasar mucho frío, aun con las
mantas.
Pero la verdad era que había cuatro caballos. En un primer momento no supo si
enviarla con el cochero. Teniendo en cuenta los rigores del día, estaba seguro de que
él sería incapaz de montar. El frío y la humedad le habían pasado ya factura, por
mucho que odiase admitirlo.
Montar era otro de los placeres que le quedaron vetados después de resultar herido
y era uno de los que más echaba de menos.
—Creo que lo mejor es que nos quedemos dentro del coche —le contestó,
sonriendo—. No tardarán en conseguir ayuda y el interior del carruaje ofrece
protección del frío, algo que no tendríamos a caballo.
—Le aseguro, señor Sinclair, que montar no me hará ningún mal. No soy tan frágil
—respondió, devolviéndole la sonrisa.
Eso era evidente, pensó William. No se había quejado por el imprevisto, ni se había
puesto histérica, lo cual le agradecía profundamente. Ya tenía suficiente con la
situación. Seguro que montaría con aplomo, a pesar del frío.
Pero ésa no era la razón de que hubiese decidido retenerla en el carruaje. Él era el
problema, no ella.
EsperanzaLR- Mensajes : 17168
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Vie Feb 19, 2016 3:31 pm
Sabía que podía confiarla a John, el cochero, si decidía enviarla en un tercer caballo,
pero también sabía, que al no haber casas en aquel camino, tendrían que seguir
adelante hasta alguna posta, lo que pondría en peligro su reputación e incluso su
seguridad ya que no podía pedirle a John ni al mozo que le garantizasen ninguna de
las dos cosas. Como tutor suyo, Maite era responsabilidad suya y las exigencias del
deber eran algo con lo que William Sinclair estaba muy familiarizado.
—Creo que lo mejor será que esperemos aquí. Y que no dejemos que el frío se meta
en el carruaje —añadió.
Ella enrojeció ligeramente. Había interpretado su última frase como una
reprimenda.
Y quizás lo había sido. O quizás fuese tan sólo el resultado de lo mucho que le dolía
la pierna, más a cada minuto que pasaba de pie en medio de aquel camino
intentando decidir qué diablos hacía con su protegida.
Una joven que había sido impuesta en su vida precisamente por el hombre que…
—Desde luego —contestó Maite.
Volvió a entrar y cerró la puerta tras ella, con tanta fuerza que todo el carruaje se
movió. William ignoró la risilla ahogada del mozo. Incluso su propio rictus se hizo algo
menos amargo al mirar al cochero con resignación.
—Yo no puedo cabalgar —admitió con dificultad—.Y puesto que soy el tutor de la
señorita Darlington, ella debe quedarse aquí conmigo. Pero cuando llegue la noche
va a hacer muchísimo frío, John, y eso no tardará en ocurrir —vaticinó mirando las
nubes cada vez más bajas—. Daos toda la prisa que podáis.
Sacó del bolsillo del abrigo una pequeña bolsa de cuero y vació su contenido en la
mano.
—Si esto no es suficiente, promételes la luna, pero que alguien venga a buscarnos
antes de que llegue la noche.
—No le fallaremos, señor Sinclair —dijo el mozo.
—Cuento con ello —contestó William, dándole una palmada en la espalda y sonriendo.
El mayor Sinclair siempre había sabido cómo conseguir lo mejor de sus hombres,
aunque aquella situación era algo distinta. Sus vidas dependían de que aquellos dos
hombres realizasen la tarea que les había impuesto lo antes posible.
—Traeremos a alguien, señor —dijo John—. Usted quédese dentro del carruaje y no
les ocurrirá nada. Volveremos antes de que se dé cuenta de que nos hemos ido.
Seguro que encontraremos alguna casa por los alrededores y si no ya daremos con
una posta un poco más allá.
William sonrió deseando de verdad tener la misma confianza que su cochero. Claro que
siempre que uno podía participar en la acción se sentía mucho más optimista en
cuanto al resultado. Sin embargo, él se había tenido que acostumbrar a la inacción
durante el último año.
—Marchaos entonces —dijo—.Y buena suerte.
pero también sabía, que al no haber casas en aquel camino, tendrían que seguir
adelante hasta alguna posta, lo que pondría en peligro su reputación e incluso su
seguridad ya que no podía pedirle a John ni al mozo que le garantizasen ninguna de
las dos cosas. Como tutor suyo, Maite era responsabilidad suya y las exigencias del
deber eran algo con lo que William Sinclair estaba muy familiarizado.
—Creo que lo mejor será que esperemos aquí. Y que no dejemos que el frío se meta
en el carruaje —añadió.
Ella enrojeció ligeramente. Había interpretado su última frase como una
reprimenda.
Y quizás lo había sido. O quizás fuese tan sólo el resultado de lo mucho que le dolía
la pierna, más a cada minuto que pasaba de pie en medio de aquel camino
intentando decidir qué diablos hacía con su protegida.
Una joven que había sido impuesta en su vida precisamente por el hombre que…
—Desde luego —contestó Maite.
Volvió a entrar y cerró la puerta tras ella, con tanta fuerza que todo el carruaje se
movió. William ignoró la risilla ahogada del mozo. Incluso su propio rictus se hizo algo
menos amargo al mirar al cochero con resignación.
—Yo no puedo cabalgar —admitió con dificultad—.Y puesto que soy el tutor de la
señorita Darlington, ella debe quedarse aquí conmigo. Pero cuando llegue la noche
va a hacer muchísimo frío, John, y eso no tardará en ocurrir —vaticinó mirando las
nubes cada vez más bajas—. Daos toda la prisa que podáis.
Sacó del bolsillo del abrigo una pequeña bolsa de cuero y vació su contenido en la
mano.
—Si esto no es suficiente, promételes la luna, pero que alguien venga a buscarnos
antes de que llegue la noche.
—No le fallaremos, señor Sinclair —dijo el mozo.
—Cuento con ello —contestó William, dándole una palmada en la espalda y sonriendo.
El mayor Sinclair siempre había sabido cómo conseguir lo mejor de sus hombres,
aunque aquella situación era algo distinta. Sus vidas dependían de que aquellos dos
hombres realizasen la tarea que les había impuesto lo antes posible.
—Traeremos a alguien, señor —dijo John—. Usted quédese dentro del carruaje y no
les ocurrirá nada. Volveremos antes de que se dé cuenta de que nos hemos ido.
Seguro que encontraremos alguna casa por los alrededores y si no ya daremos con
una posta un poco más allá.
William sonrió deseando de verdad tener la misma confianza que su cochero. Claro que
siempre que uno podía participar en la acción se sentía mucho más optimista en
cuanto al resultado. Sin embargo, él se había tenido que acostumbrar a la inacción
durante el último año.
—Marchaos entonces —dijo—.Y buena suerte.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por nancynieto85 Vie Feb 19, 2016 6:40 pm
interesante historia
nancynieto85- Mensajes : 248
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por Joanita Sáb Feb 20, 2016 1:31 pm
Siguelaáaaaaa por favor! !!
Joanita- Mensajes : 210
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 1:57 pm
Cojeando, entró en el coche, con la ayuda del bastón y de la fuerza de su brazo
derecho, sonriendo a pesar de la situación en que se encontraban al recordar el
portazo con que se había cerrado un momento antes.
Afortunadamente, en lugar de contemplar su dificultosa maniobra para subir las
escaleras, Maite Darlington parecía estar muy interesada en lo que se veía por la otra
ventanilla del coche y puesto que no había más que árboles cubiertos de nieve, su
concentración tendría menos que ver con el atractivo del paisaje que con la ira o la
vergüenza por su supuesta reprimenda.
—Ya se han marchado —dijo, acomodándose satisfecho en el asiento y estiró la
pierna conteniendo el gemido de satisfacción por el enorme descanso. A pesar de que
Maite había abierto la puerta del coche durante unos minutos, el interior seguía
siendo más agradable que el aire gélido del exterior.
Aún no lo había mirado y para él fue una bendición. Así disponía de unos segundos
para recuperarse del frío y de lo mucho que le había costado subir al carruaje.
Justo entonces Maite se volvió y lo miró a la cara. Ante él vio transformarse el brillo
de la ira en compasión y descubrió que prefería lo primero a lo segundo.
—Siento haber abierto la puerta —se disculpó—. No se me ocurrió pensar que nos
veríamos obligados a pasar unas cuantas horas aquí dentro.
—Espero que no sea tanto. Seguro que encuentran alguna casa en los alrededores
que pueda ofrecernos refugio por una noche.
—¿Y si no la hay?
—Traerán un carruaje de la posada más próxima. No creo que tarden demasiado y
mientras tanto, conseguiremos mantenernos calientes.
—¿Y usted? ¿Cree que…?
Pero no terminó la pregunta. Quizás fuese porque detectara la frustración que
sentía o lo poco que le gustaba hablar de su salud. En cualquier caso, siguió
mirándolo un par de segundos y luego se volvió una vez más a mirar por la
ventanilla, fingiendo contemplar el bosque que se oscurecía por momentos.
William hizo lo mismo y cuando el atardecer perdió por completo la luz, deseó que el
rescate que le había prometido a su protegida llegase a término felizmente.
La temperatura bajaba por minutos, lo mismo que subía la ansiedad de William. Cuando
por fin oyó el retumbar de los cascos de los animales sobre la nieve, el alivio que
sintió fue casi físico.
Al menos hasta que se dio cuenta de que aquél era el único sonido. Nada de
carruaje, ni siquiera de carro. En la oscuridad oyó que Anne se despertaba y apoyó la
mano en la manta con que se cubría las piernas para pedirle silencio.
—Sssh…
Los ruidos estaban cada vez más próximos y su inquietud aumentaba. A tientas
buscó en el cajón del carruaje el arma que todo viajero debía llevar consigo, aunque
derecho, sonriendo a pesar de la situación en que se encontraban al recordar el
portazo con que se había cerrado un momento antes.
Afortunadamente, en lugar de contemplar su dificultosa maniobra para subir las
escaleras, Maite Darlington parecía estar muy interesada en lo que se veía por la otra
ventanilla del coche y puesto que no había más que árboles cubiertos de nieve, su
concentración tendría menos que ver con el atractivo del paisaje que con la ira o la
vergüenza por su supuesta reprimenda.
—Ya se han marchado —dijo, acomodándose satisfecho en el asiento y estiró la
pierna conteniendo el gemido de satisfacción por el enorme descanso. A pesar de que
Maite había abierto la puerta del coche durante unos minutos, el interior seguía
siendo más agradable que el aire gélido del exterior.
Aún no lo había mirado y para él fue una bendición. Así disponía de unos segundos
para recuperarse del frío y de lo mucho que le había costado subir al carruaje.
Justo entonces Maite se volvió y lo miró a la cara. Ante él vio transformarse el brillo
de la ira en compasión y descubrió que prefería lo primero a lo segundo.
—Siento haber abierto la puerta —se disculpó—. No se me ocurrió pensar que nos
veríamos obligados a pasar unas cuantas horas aquí dentro.
—Espero que no sea tanto. Seguro que encuentran alguna casa en los alrededores
que pueda ofrecernos refugio por una noche.
—¿Y si no la hay?
—Traerán un carruaje de la posada más próxima. No creo que tarden demasiado y
mientras tanto, conseguiremos mantenernos calientes.
—¿Y usted? ¿Cree que…?
Pero no terminó la pregunta. Quizás fuese porque detectara la frustración que
sentía o lo poco que le gustaba hablar de su salud. En cualquier caso, siguió
mirándolo un par de segundos y luego se volvió una vez más a mirar por la
ventanilla, fingiendo contemplar el bosque que se oscurecía por momentos.
William hizo lo mismo y cuando el atardecer perdió por completo la luz, deseó que el
rescate que le había prometido a su protegida llegase a término felizmente.
La temperatura bajaba por minutos, lo mismo que subía la ansiedad de William. Cuando
por fin oyó el retumbar de los cascos de los animales sobre la nieve, el alivio que
sintió fue casi físico.
Al menos hasta que se dio cuenta de que aquél era el único sonido. Nada de
carruaje, ni siquiera de carro. En la oscuridad oyó que Anne se despertaba y apoyó la
mano en la manta con que se cubría las piernas para pedirle silencio.
—Sssh…
Los ruidos estaban cada vez más próximos y su inquietud aumentaba. A tientas
buscó en el cajón del carruaje el arma que todo viajero debía llevar consigo, aunque
EsperanzaLR- Mensajes : 17168
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por Joanita Sáb Feb 20, 2016 2:08 pm
Siguelaáaaaaa por favor! !!!!
Joanita- Mensajes : 210
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:13 pm
se temía que aquélla iba a ser la primera vez que la pistola salía de aquel cajón. Ojalá
John se hubiera ocupado de mantenerla a punto.
A pesar de todo, sentir el arma en la mano le proporcionó cierta tranquilidad.
Rápidamente le quitó el paño engrasado en que estaba envuelta y sopesó el arma.
Era muy parecida a la que llevaba durante su servicio en la Península y siempre
había tenido buena puntería.
Los caballos estaban ya muy cerca y ni un solo grito de saludo. Es más, nadie
hablaba. Se acercó a la ventanilla y extendió el brazo izquierdo hasta tocar el de
Anne. Sin hablar apretó la mano intentando indicarle que se sentara detrás de él. Si
podía colocarse allí, detrás de él, podría ofrecerle más protección que la de la sola
pistola. Al fin y al cabo, tendría sólo un disparo.
Todos sus sentidos estaban puestos en lo que ocurría tras la puerta. Con la caída de
la noche, había corrido las cortinillas con la esperanza de mantener a raya el frío y en
aquel momento lamentó haberlo hecho.
Hubo un ruido metálico de arneses que rápidamente enmudeció, seguramente
gracias a una mano enguantada. William apretó el brazo de Maite de nuevo pero con más
urgencia y ella comprendió al fin, sentándose detrás de él, pegada a su espalda. Él
suspiró aliviado.
En ese instante, la puerta se abrió de par en par y alguien metió una antorcha en el
coche, tan cerca de su cara que Ian sintió su calor abrasarle la piel y la luz lo cegó.
Retrocedió automáticamente para escapar de ambas cosas.
Sintió a Maite contener la respiración y se preparó para el grito que seguiría. Pero
no fue así. Al parecer no era tan frágil, según ella misma decía. George Darlington
había sido un cobarde, pero su hija no lo era.
—¿Pero qué tenemos aquí? —preguntó la voz tras la antorcha—. Fíjate: un par de
pasajeros en este carruaje abandonado.
William consiguió que los ojos se le acostumbraran a la luz y logró ver al hombre que
hablaba, lo cual no le resultó nada tranquilizador. A pesar de los años que había
estado al servicio de Su Majestad, nunca había visto un rostro tan vil.
Era obvio que eran dos. A la luz de la antorcha, apenas podía distinguir otra figura
detrás del hombre que hablaba.
—Y uno de ellos es una mujer —añadió el de la antorcha.
Había habido un sutil cambio en el tono de voz al pronunciar la última palabra. La
posible violencia había estado allí desde el instante mismo en que se abrió la puerta,
pero en aquel momento la amenaza se perfiló con nitidez, e William sintió que se le
helaba la sangre.
Pero ese miedo no asomó ni por un instante a sus facciones, que siguieron tan
imperturbables como cada vez que había tenido que enfrentarse en una batalla.
—Estamos esperando a nuestros cocheros —dijo con serenidad—. Llegarán en
cualquier momento.
John se hubiera ocupado de mantenerla a punto.
A pesar de todo, sentir el arma en la mano le proporcionó cierta tranquilidad.
Rápidamente le quitó el paño engrasado en que estaba envuelta y sopesó el arma.
Era muy parecida a la que llevaba durante su servicio en la Península y siempre
había tenido buena puntería.
Los caballos estaban ya muy cerca y ni un solo grito de saludo. Es más, nadie
hablaba. Se acercó a la ventanilla y extendió el brazo izquierdo hasta tocar el de
Anne. Sin hablar apretó la mano intentando indicarle que se sentara detrás de él. Si
podía colocarse allí, detrás de él, podría ofrecerle más protección que la de la sola
pistola. Al fin y al cabo, tendría sólo un disparo.
Todos sus sentidos estaban puestos en lo que ocurría tras la puerta. Con la caída de
la noche, había corrido las cortinillas con la esperanza de mantener a raya el frío y en
aquel momento lamentó haberlo hecho.
Hubo un ruido metálico de arneses que rápidamente enmudeció, seguramente
gracias a una mano enguantada. William apretó el brazo de Maite de nuevo pero con más
urgencia y ella comprendió al fin, sentándose detrás de él, pegada a su espalda. Él
suspiró aliviado.
En ese instante, la puerta se abrió de par en par y alguien metió una antorcha en el
coche, tan cerca de su cara que Ian sintió su calor abrasarle la piel y la luz lo cegó.
Retrocedió automáticamente para escapar de ambas cosas.
Sintió a Maite contener la respiración y se preparó para el grito que seguiría. Pero
no fue así. Al parecer no era tan frágil, según ella misma decía. George Darlington
había sido un cobarde, pero su hija no lo era.
—¿Pero qué tenemos aquí? —preguntó la voz tras la antorcha—. Fíjate: un par de
pasajeros en este carruaje abandonado.
William consiguió que los ojos se le acostumbraran a la luz y logró ver al hombre que
hablaba, lo cual no le resultó nada tranquilizador. A pesar de los años que había
estado al servicio de Su Majestad, nunca había visto un rostro tan vil.
Era obvio que eran dos. A la luz de la antorcha, apenas podía distinguir otra figura
detrás del hombre que hablaba.
—Y uno de ellos es una mujer —añadió el de la antorcha.
Había habido un sutil cambio en el tono de voz al pronunciar la última palabra. La
posible violencia había estado allí desde el instante mismo en que se abrió la puerta,
pero en aquel momento la amenaza se perfiló con nitidez, e William sintió que se le
helaba la sangre.
Pero ese miedo no asomó ni por un instante a sus facciones, que siguieron tan
imperturbables como cada vez que había tenido que enfrentarse en una batalla.
—Estamos esperando a nuestros cocheros —dijo con serenidad—. Llegarán en
cualquier momento.
EsperanzaLR- Mensajes : 17168
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:17 pm
—¿Cocheros? —repitió el de la antorcha, mirando brevemente por encima del
hombro—. Nosotros no nos hemos cruzado con cocheros.
—Puede que hayan llegado hasta aquí en la dirección contraria —sugirió William.
El viento cargado de nieve entró por la portezuela y la llama de la antorcha
reaccionó inclinándose hacia el interior, como si quisiera alcanzar a los ocupantes del
carruaje. El olor acre de la brea en que habían empapado el palo se esparció en torno
a ellos.
—A lo mejor nosotros podemos arreglar el carruaje —dijo el de la antorcha—. ¿Por
qué no bajan y echamos un vistazo?
William lo pensó un momento, pero no pudo verle beneficio alguno al hecho de bajar del
coche. Tal y como estaban en aquel momento, aquellos dos tendrían que pasar por
encima de él y de la pistola oculta bajo la manta, para llegar a Maite. Podría
deshacerse de al menos uno de ellos utilizándola. En cuanto al segundo, tendría que
ocuparse de él con los puños, pero afortunadamente la serenidad y el control de sus
emociones no era lo único que había aprendido durante sus años de servicio en el
ejército.
Claro que también cabía la posibilidad de que hubiese fuera más de dos hombres, lo
cual podía ser un problema ya que sus recursos defensivos eran muy limitados.
En cualquier caso, no podrían sacarlo con facilidad por la estrecha apertura de la
portezuela. La pistola se ocuparía del primero y sus puños del segundo, se dijo,
preparándose mentalmente para aquella secuencia de acontecimientos.
—Gracias por su amable ofrecimiento —dijo—, pero me temo que es imposible
repararlo. Ya he enviado a mis hombres a buscar otro coche.
—¿A la posada?
Había sido el otro hombre quien había hecho la pregunta, e Ian lo miró con
atención. Su pregunta parecía cargada de ironía y se preguntó qué sabrían aquellos
dos de la posada. Obviamente, si conocían al menos su emplazamiento ya sabían más
que él.
—A casa de un amigo —mintió—.Vive cerca de aquí.
—¿Y cómo se llama su amigo? —preguntó el de la antorcha.
—No sé qué puede importarle eso a usted —replicó William, intentando imprimir
censura a su tono de voz, tal y como hiciera su padre.
—No queremos que la señorita se enfríe, ¿verdad? —dijo, intentando verla mejor.
—En ese caso, le sugiero que cierre la puerta y que siga su camino —dijo William—.
Nuestros amigos llegarán en cualquier momento.
—No hay nadie en el camino. Puede que no me esté diciendo la verdad. Puede que
haya arrancado a esta señorita de su casa y que esté desvalida y necesite que nosotros
la rescatemos. Yo soy el hombre perfecto para ese trabajo.
hombro—. Nosotros no nos hemos cruzado con cocheros.
—Puede que hayan llegado hasta aquí en la dirección contraria —sugirió William.
El viento cargado de nieve entró por la portezuela y la llama de la antorcha
reaccionó inclinándose hacia el interior, como si quisiera alcanzar a los ocupantes del
carruaje. El olor acre de la brea en que habían empapado el palo se esparció en torno
a ellos.
—A lo mejor nosotros podemos arreglar el carruaje —dijo el de la antorcha—. ¿Por
qué no bajan y echamos un vistazo?
William lo pensó un momento, pero no pudo verle beneficio alguno al hecho de bajar del
coche. Tal y como estaban en aquel momento, aquellos dos tendrían que pasar por
encima de él y de la pistola oculta bajo la manta, para llegar a Maite. Podría
deshacerse de al menos uno de ellos utilizándola. En cuanto al segundo, tendría que
ocuparse de él con los puños, pero afortunadamente la serenidad y el control de sus
emociones no era lo único que había aprendido durante sus años de servicio en el
ejército.
Claro que también cabía la posibilidad de que hubiese fuera más de dos hombres, lo
cual podía ser un problema ya que sus recursos defensivos eran muy limitados.
En cualquier caso, no podrían sacarlo con facilidad por la estrecha apertura de la
portezuela. La pistola se ocuparía del primero y sus puños del segundo, se dijo,
preparándose mentalmente para aquella secuencia de acontecimientos.
—Gracias por su amable ofrecimiento —dijo—, pero me temo que es imposible
repararlo. Ya he enviado a mis hombres a buscar otro coche.
—¿A la posada?
Había sido el otro hombre quien había hecho la pregunta, e Ian lo miró con
atención. Su pregunta parecía cargada de ironía y se preguntó qué sabrían aquellos
dos de la posada. Obviamente, si conocían al menos su emplazamiento ya sabían más
que él.
—A casa de un amigo —mintió—.Vive cerca de aquí.
—¿Y cómo se llama su amigo? —preguntó el de la antorcha.
—No sé qué puede importarle eso a usted —replicó William, intentando imprimir
censura a su tono de voz, tal y como hiciera su padre.
—No queremos que la señorita se enfríe, ¿verdad? —dijo, intentando verla mejor.
—En ese caso, le sugiero que cierre la puerta y que siga su camino —dijo William—.
Nuestros amigos llegarán en cualquier momento.
—No hay nadie en el camino. Puede que no me esté diciendo la verdad. Puede que
haya arrancado a esta señorita de su casa y que esté desvalida y necesite que nosotros
la rescatemos. Yo soy el hombre perfecto para ese trabajo.
EsperanzaLR- Mensajes : 17168
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:26 pm
E hizo ademán de acercarse. William levantó la pistola sujetándola con ambas manos y
con el dedo en el gatillo. Apuntó con ella al estómago del hombre, lo que lo dejó
inmóvil. Menos mal que las manos no le temblaron por el frío.
—No los necesitamos, de modo que sugiero que sigan su camino.
—No hay por qué ponerse así —dijo, retrocediendo un paso—. Sólo queríamos
ayudar.
—No necesitamos su ayuda. Márchense los dos.
El hombre se quedó mirándolo al menos medio minuto. Estaba intentando calibrar
la decisión de William, o quizás su valor.
William se resistió al deseo de apretar el gatillo. No conocía bien la pistola, así que no
sabía en qué punto se dispararía. Es más, no podía estar seguro de que disparase,
pero se quitó ese pensamiento de la cabeza y se concentró en convencer a aquel
hombre de que estaba dispuesto a disparar.
—Hay un buen fuego en la posada —dijo inesperadamente—. Podrían tardar
mucho en volver.
—Ya le he dicho que han ido a pedirle el coche a un amigo.
El otro emitió un sonido que se parecía sospechosamente a la risilla del mozo
cuando Maite cerró de un portazo. Y de pronto, con aquel sonido, todo encajó.
Aquellos dos rufianes, típicos de las posadas de los caminos rurales, debían haber
oído a John o al mozo pedir un carruaje de alquiler y debían haber oído lo suficiente
como para hacerse una idea de dónde podían haber quedado averiados. O al menos
en qué dirección buscarlos.
Era muy posible que precisamente se dedicaran a esa clase de cosas y William se
preguntó cuántos viajeros más se habrían encontrado en aquella misma situación.
—Ya que no necesitan nuestros servicios, nos vamos —dijo el de la antorcha y
mirando a Maite, sonrió, dejando al descubierto el hueco ennegrecido de un diente y
luego echó a andar hacia los caballos y su compañero. La luz los iluminó a ambos
mientras Ian seguía observándolos desde dentro del carruaje.
Justo antes de llegar junto a su montura, lanzó la antorcha a un lado del camino y el
arco de fuego que describió atrajo la atención de William, quien inconscientemente siguió
el aterrizaje. El fuego crepitó un momento en la nieve antes de extinguirse,
sumiéndolos de nuevo en la oscuridad.
William volvió rápidamente la mirada al lugar en que estaban los dos hombres justo
antes de que el negro volviese a adueñarse de todo. Mientras esperaba que su mirada
se ajustase, se esforzó por seguirlos con el oído.
Pero apenas se oía nada. Al menos nada que pudiera seguir. Sus ojos terminaron de
acostumbrarse a la falta de luz, paliada tan sólo por el resplandor de la luna cuando
conseguía abrirse paso entre las nubes. Los caballos estaban allí, exactamente donde
antes, pero los dos hombres se habían desvanecido como si nunca hubieran existido.
con el dedo en el gatillo. Apuntó con ella al estómago del hombre, lo que lo dejó
inmóvil. Menos mal que las manos no le temblaron por el frío.
—No los necesitamos, de modo que sugiero que sigan su camino.
—No hay por qué ponerse así —dijo, retrocediendo un paso—. Sólo queríamos
ayudar.
—No necesitamos su ayuda. Márchense los dos.
El hombre se quedó mirándolo al menos medio minuto. Estaba intentando calibrar
la decisión de William, o quizás su valor.
William se resistió al deseo de apretar el gatillo. No conocía bien la pistola, así que no
sabía en qué punto se dispararía. Es más, no podía estar seguro de que disparase,
pero se quitó ese pensamiento de la cabeza y se concentró en convencer a aquel
hombre de que estaba dispuesto a disparar.
—Hay un buen fuego en la posada —dijo inesperadamente—. Podrían tardar
mucho en volver.
—Ya le he dicho que han ido a pedirle el coche a un amigo.
El otro emitió un sonido que se parecía sospechosamente a la risilla del mozo
cuando Maite cerró de un portazo. Y de pronto, con aquel sonido, todo encajó.
Aquellos dos rufianes, típicos de las posadas de los caminos rurales, debían haber
oído a John o al mozo pedir un carruaje de alquiler y debían haber oído lo suficiente
como para hacerse una idea de dónde podían haber quedado averiados. O al menos
en qué dirección buscarlos.
Era muy posible que precisamente se dedicaran a esa clase de cosas y William se
preguntó cuántos viajeros más se habrían encontrado en aquella misma situación.
—Ya que no necesitan nuestros servicios, nos vamos —dijo el de la antorcha y
mirando a Maite, sonrió, dejando al descubierto el hueco ennegrecido de un diente y
luego echó a andar hacia los caballos y su compañero. La luz los iluminó a ambos
mientras Ian seguía observándolos desde dentro del carruaje.
Justo antes de llegar junto a su montura, lanzó la antorcha a un lado del camino y el
arco de fuego que describió atrajo la atención de William, quien inconscientemente siguió
el aterrizaje. El fuego crepitó un momento en la nieve antes de extinguirse,
sumiéndolos de nuevo en la oscuridad.
William volvió rápidamente la mirada al lugar en que estaban los dos hombres justo
antes de que el negro volviese a adueñarse de todo. Mientras esperaba que su mirada
se ajustase, se esforzó por seguirlos con el oído.
Pero apenas se oía nada. Al menos nada que pudiera seguir. Sus ojos terminaron de
acostumbrarse a la falta de luz, paliada tan sólo por el resplandor de la luna cuando
conseguía abrirse paso entre las nubes. Los caballos estaban allí, exactamente donde
antes, pero los dos hombres se habían desvanecido como si nunca hubieran existido.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:30 pm
William se volvió hacia Maite y con el brazo izquierdo, tiró de ella para dejarla entre su
cuerpo y el respaldo del asiento, apuntando mientras lo hacía hacia la puerta trasera
del carruaje.
No se equivocó. La puerta se abrió de golpe y algo entró desde fuera en la
oscuridad. William esperó apenas un segundo. No sabía si era algo que aquellos dos
habían metido en el carruaje para hacerle disparar. Era bien consciente de que sólo
tenía un disparo. Pero cuando se convenció de que el tamaño del bulto podía ser el
de un hombre, apretó el gatillo y el ruido inundó el coche, trayendo con él un olor
acre como el de la antorcha. Tuvo tiempo de pensar que no podía haber errado el tiro
teniendo el cuerpo prácticamente pegado al suyo. Empujó al hombre al suelo con la
mano en la que aún tenía la pistola justo cuando otra forma aparecía en la puerta. Era
el segundo hombre, que se sujetaba al marco de la puerta, dispuesto a entrar.
Empuñó la pistola por el cañón y utilizó las cachas de madera para golpearlo, pero
el segundo asaltante levantó el brazo y paró el golpe.
William sintió que Maite empezaba a debatirse a su lado, pero tardó demasiado en darse
cuenta de lo que estaba pasando. El intruso no quería entrar al carruaje, sino que
tiraba del brazo de Maite para sacarla.
Intentó ponerse en pie, impedido por el cuerpo que yacía en el suelo y el dolor de la
pierna, que se había quedado rígida del frío y de las horas de inmovilidad. Aunque
consiguió ponerse en pie, la pierna cedió y cayó de rodillas sobre el cuerpo del otro
asaltante.
—¡Suélteme! —le gritó Maite y a pesar de que golpeaba al hombre con toda la
fuerza de sus puños, aquél seguía arrastrándola inexorablemente hacia la puerta.
William se estiró y alcanzó la manga de su abrigo, pero tenía las manos tan frías que se
le escapó de entre los dedos y la oyó gritar al golpearse contra el suelo.
No podía estar seguro de si era un grito de dolor o de miedo, pero que aquel
bastardo hubiera podido hacerle daño lo enfureció.
Se puso de pie sobre el cuerpo del muerto y desde la puerta intentó discernir cuál
de las dos formas que había en el suelo, perfiladas sobre el blanco de la nieve, era la
de Maite. El blanco de una enagua bajo el vestido le aclaró la duda.
Consciente de que su movilidad iba a ser reducida hiciera lo que hiciese, decidió
lanzarse desde la puerta encima del hombre que intentaba arrastrar a Maite hacia el
bosque. Un gemido de sorpresa y el aire que se le escapaba de los pulmones le indicó
que se había lanzado bien, pero también le repercutió en donde las esquirlas de metal
seguían clavadas en sus huesos y músculos.
«Ahora o nunca», se dijo, ignorando el dolor y utilizó la sorpresa y su posición para
comenzar a golpear la cara del salteador con los puños. Los guantes de piel que
llevaba le proporcionaban algo de protección, pero tenía tan frías las manos que a
cada golpe tenía la sensación de que iban a abrírsele los nudillos. Sólo le cabía
esperar que los huesos de aquel tipo que se revolvía sobre la nieve estuvieran
experimentando el mismo castigo.
cuerpo y el respaldo del asiento, apuntando mientras lo hacía hacia la puerta trasera
del carruaje.
No se equivocó. La puerta se abrió de golpe y algo entró desde fuera en la
oscuridad. William esperó apenas un segundo. No sabía si era algo que aquellos dos
habían metido en el carruaje para hacerle disparar. Era bien consciente de que sólo
tenía un disparo. Pero cuando se convenció de que el tamaño del bulto podía ser el
de un hombre, apretó el gatillo y el ruido inundó el coche, trayendo con él un olor
acre como el de la antorcha. Tuvo tiempo de pensar que no podía haber errado el tiro
teniendo el cuerpo prácticamente pegado al suyo. Empujó al hombre al suelo con la
mano en la que aún tenía la pistola justo cuando otra forma aparecía en la puerta. Era
el segundo hombre, que se sujetaba al marco de la puerta, dispuesto a entrar.
Empuñó la pistola por el cañón y utilizó las cachas de madera para golpearlo, pero
el segundo asaltante levantó el brazo y paró el golpe.
William sintió que Maite empezaba a debatirse a su lado, pero tardó demasiado en darse
cuenta de lo que estaba pasando. El intruso no quería entrar al carruaje, sino que
tiraba del brazo de Maite para sacarla.
Intentó ponerse en pie, impedido por el cuerpo que yacía en el suelo y el dolor de la
pierna, que se había quedado rígida del frío y de las horas de inmovilidad. Aunque
consiguió ponerse en pie, la pierna cedió y cayó de rodillas sobre el cuerpo del otro
asaltante.
—¡Suélteme! —le gritó Maite y a pesar de que golpeaba al hombre con toda la
fuerza de sus puños, aquél seguía arrastrándola inexorablemente hacia la puerta.
William se estiró y alcanzó la manga de su abrigo, pero tenía las manos tan frías que se
le escapó de entre los dedos y la oyó gritar al golpearse contra el suelo.
No podía estar seguro de si era un grito de dolor o de miedo, pero que aquel
bastardo hubiera podido hacerle daño lo enfureció.
Se puso de pie sobre el cuerpo del muerto y desde la puerta intentó discernir cuál
de las dos formas que había en el suelo, perfiladas sobre el blanco de la nieve, era la
de Maite. El blanco de una enagua bajo el vestido le aclaró la duda.
Consciente de que su movilidad iba a ser reducida hiciera lo que hiciese, decidió
lanzarse desde la puerta encima del hombre que intentaba arrastrar a Maite hacia el
bosque. Un gemido de sorpresa y el aire que se le escapaba de los pulmones le indicó
que se había lanzado bien, pero también le repercutió en donde las esquirlas de metal
seguían clavadas en sus huesos y músculos.
«Ahora o nunca», se dijo, ignorando el dolor y utilizó la sorpresa y su posición para
comenzar a golpear la cara del salteador con los puños. Los guantes de piel que
llevaba le proporcionaban algo de protección, pero tenía tan frías las manos que a
cada golpe tenía la sensación de que iban a abrírsele los nudillos. Sólo le cabía
esperar que los huesos de aquel tipo que se revolvía sobre la nieve estuvieran
experimentando el mismo castigo.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:39 pm
Su oponente se las arregló para encoger las piernas y empujando con las rodillas
contra el estómago de William, se lo quitó de encima. El golpe fue a parar precisamente
sobre unos de los fragmentos de metal que los cirujanos habían considerado
demasiado arriesgado extraer y su consecuencia fue terrible.
Ya no era él quien ocupaba la posición ventajosa, ni quien descargaba los golpes en
la cabeza de su oponente. Levantó los brazos para protegerse la cara como podía y se
limitó a soportar el dolor.
Aquel tipo luchaba con la brutal tenacidad propia de un matón de las calles, que
debía ser donde había adquirido sus habilidades. Su olor era intenso y fétido, a pesar
del aire gélido que los rodeaba.
Al final William consiguió darle un golpe con el codo en la garganta, más por pura
suerte que por otra cosa, pero con ello consiguió distraerlo lo suficiente para librarse
de su peso. La maniobra le salió sólo a medias, pues cuando intentó incorporarse
sobre una rodilla, se escurrió en la nieve y cayó hacia delante, con la mala fortuna de
que fue a golpearse la frente contra la de su oponente, que se incorporaba en aquel
momento y el contacto bastó para que la tierra comenzase a girar a su alrededor.
Peleó contra la oscuridad que pretendía arrastrarlo a sus profundidades y
moviéndose con la inestabilidad de un borracho, consiguió colocarse a cuatro patas
para luego ponerse de pie a duras penas y respirar hondo aquel aire que le cercenaba
los pulmones.
Pero el otro hombre también parecía estarse recuperando del golpe e intentaba
ponerse de pie, pero él no lo consiguió. Hubo un ruido sordo, como el que hace una
rama seca al romperse bajo el peso de la nieve y lo vio caer de espaldas como un
fardo.
No estaba seguro de lo que había ocurrido y al levantar la cabeza vio a su protegida
inclinada sobre el hombre como un ángel vengador. En la mano tenía un trozo de
madera y por su postura dedujo que había golpeado con ella la cabeza del villano.
—Siento haber tardado tanto —se disculpó—, pero es que estaban tan cerca que
tenía miedo de darle a usted en lugar de a él.
Se estaba disculpando. Disculpándose por no haber derrotado antes al hombre que
era su adversario y se echó a reír sin saber si era por alivio o admiración. El dolor que
la risa le provocó en el labio partido le despejó la cabeza y cayó en la cuenta de que, a
partir de aquel momento, estaría en deuda con Maite Darlington. Ninguna de las
demás mujeres a las que conocía habrían tenido el valor de hacer lo que ella había
hecho.
—¿Está bien? —le preguntó ella, tras asegurarse de que el otro hombre seguía
inconsciente.
A pesar de la oscuridad, William percibió su palidez. Los mechones de pelo rojizo se le
pegaban húmedos a la cara y debía estar tan empapada como él.
Incapaz de disponer de la respiración necesaria para contestarle, asintió, pero de
pronto, inesperadamente, las rodillas se le doblaron y cayó al suelo. Intentó frenarse
contra el estómago de William, se lo quitó de encima. El golpe fue a parar precisamente
sobre unos de los fragmentos de metal que los cirujanos habían considerado
demasiado arriesgado extraer y su consecuencia fue terrible.
Ya no era él quien ocupaba la posición ventajosa, ni quien descargaba los golpes en
la cabeza de su oponente. Levantó los brazos para protegerse la cara como podía y se
limitó a soportar el dolor.
Aquel tipo luchaba con la brutal tenacidad propia de un matón de las calles, que
debía ser donde había adquirido sus habilidades. Su olor era intenso y fétido, a pesar
del aire gélido que los rodeaba.
Al final William consiguió darle un golpe con el codo en la garganta, más por pura
suerte que por otra cosa, pero con ello consiguió distraerlo lo suficiente para librarse
de su peso. La maniobra le salió sólo a medias, pues cuando intentó incorporarse
sobre una rodilla, se escurrió en la nieve y cayó hacia delante, con la mala fortuna de
que fue a golpearse la frente contra la de su oponente, que se incorporaba en aquel
momento y el contacto bastó para que la tierra comenzase a girar a su alrededor.
Peleó contra la oscuridad que pretendía arrastrarlo a sus profundidades y
moviéndose con la inestabilidad de un borracho, consiguió colocarse a cuatro patas
para luego ponerse de pie a duras penas y respirar hondo aquel aire que le cercenaba
los pulmones.
Pero el otro hombre también parecía estarse recuperando del golpe e intentaba
ponerse de pie, pero él no lo consiguió. Hubo un ruido sordo, como el que hace una
rama seca al romperse bajo el peso de la nieve y lo vio caer de espaldas como un
fardo.
No estaba seguro de lo que había ocurrido y al levantar la cabeza vio a su protegida
inclinada sobre el hombre como un ángel vengador. En la mano tenía un trozo de
madera y por su postura dedujo que había golpeado con ella la cabeza del villano.
—Siento haber tardado tanto —se disculpó—, pero es que estaban tan cerca que
tenía miedo de darle a usted en lugar de a él.
Se estaba disculpando. Disculpándose por no haber derrotado antes al hombre que
era su adversario y se echó a reír sin saber si era por alivio o admiración. El dolor que
la risa le provocó en el labio partido le despejó la cabeza y cayó en la cuenta de que, a
partir de aquel momento, estaría en deuda con Maite Darlington. Ninguna de las
demás mujeres a las que conocía habrían tenido el valor de hacer lo que ella había
hecho.
—¿Está bien? —le preguntó ella, tras asegurarse de que el otro hombre seguía
inconsciente.
A pesar de la oscuridad, William percibió su palidez. Los mechones de pelo rojizo se le
pegaban húmedos a la cara y debía estar tan empapada como él.
Incapaz de disponer de la respiración necesaria para contestarle, asintió, pero de
pronto, inesperadamente, las rodillas se le doblaron y cayó al suelo. Intentó frenarse
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:44 pm
con las manos, pero vio hundirse el guante negro en el barro y escurrirse después
hacia delante, dejando una línea recta por donde iba pasando.
Mientras pensaba casi con desinterés que iba a terminar de bruces en el barro, se
preguntó si iba a morir. De pronto, unos brazos le sujetaron por la cintura,
impidiéndole caer y volvió la cabeza para encontrarse con los ojos de Maite
Darlington.
—Estoy bien —mintió como un bellaco.
Al volver la mirada de nuevo al suelo, vio cómo la nieve se iba tiñendo de rojo con
su sangre y cerró los ojos, no sólo porque verlo lo inquietase, sino para recuperar
fuerza. Todo el cuerpo le dolía y seguramente fuera esa la razón de que no tuviera ni
idea de dónde manaba aquella sangre.
—Déjeme ayudarlo —dijo ella.
Abrió los ojos y la miró de nuevo antes de dejarse ayudar para ponerse de rodillas,
pero una vez lo estuvo, supo que no iba a poder hacer un solo movimiento más. Al
menos durante un rato.
—Si pudiera descansar un instante… —sugirió, aún respirando por la boca e
intentando determinar la seriedad de sus heridas clasificándolas según la intensidad
del dolor que las anunciaba.
—Claro —contestó ella.
Notó que perdía de nuevo el equilibrio y que sus brazos reaccionaban para
sujetarlo. Estaba muy cerca, su cuerpo pegado al suyo. No había falsa modestia en la
forma en que lo sujetaba y sentía la misma vergüenza por ello que habría sentido
Daré o su criado al ofrecerle ayuda.
Cerró los ojos y se permitió apoyarse contra ella y a pesar de lo impropio de la
situación, se sintió enormemente agradecido. Habían pasado por una terrible
experiencia y al fin y al cabo, era su protegida.
Y una mujer. Una mujer muy deseable.
Aquella noción fue una sorpresa para él, teniendo en cuenta que hasta que la vio
blandiendo aquella rama, sólo había pensado en ella como en la hija de George
Darlington. Una colegiala. Desde luego era lo primero, pero a pesar de las
circunstancias en las que había sabido de su existencia, no era lo segundo.
Increíblemente, su cuerpo maltrecho estaba empezando a hacérselo notar.
Hacía mucho tiempo que una mujer lo había abrazado, o que él había abrazado a
una mujer y mucho más aún desde que sintiera por última vez una reacción
puramente física como aquélla, que en aquel momento lo estaba enervando, no sólo
por inesperada, sino por su intensidad.
Y porque de todas las mujeres que podían haber inspirado en él aquella reacción,
Maite Darlington era precisamente la que le estaba más prohibida. Era su protegida,
encomendada a su cuidado por su propio padre, aunque sin su consentimiento.
Pero aparte de todo eso, él era el último hombre en la tierra, el menos adecuado
para ofrecerle a Maite Darlington su corazón y su mano
hacia delante, dejando una línea recta por donde iba pasando.
Mientras pensaba casi con desinterés que iba a terminar de bruces en el barro, se
preguntó si iba a morir. De pronto, unos brazos le sujetaron por la cintura,
impidiéndole caer y volvió la cabeza para encontrarse con los ojos de Maite
Darlington.
—Estoy bien —mintió como un bellaco.
Al volver la mirada de nuevo al suelo, vio cómo la nieve se iba tiñendo de rojo con
su sangre y cerró los ojos, no sólo porque verlo lo inquietase, sino para recuperar
fuerza. Todo el cuerpo le dolía y seguramente fuera esa la razón de que no tuviera ni
idea de dónde manaba aquella sangre.
—Déjeme ayudarlo —dijo ella.
Abrió los ojos y la miró de nuevo antes de dejarse ayudar para ponerse de rodillas,
pero una vez lo estuvo, supo que no iba a poder hacer un solo movimiento más. Al
menos durante un rato.
—Si pudiera descansar un instante… —sugirió, aún respirando por la boca e
intentando determinar la seriedad de sus heridas clasificándolas según la intensidad
del dolor que las anunciaba.
—Claro —contestó ella.
Notó que perdía de nuevo el equilibrio y que sus brazos reaccionaban para
sujetarlo. Estaba muy cerca, su cuerpo pegado al suyo. No había falsa modestia en la
forma en que lo sujetaba y sentía la misma vergüenza por ello que habría sentido
Daré o su criado al ofrecerle ayuda.
Cerró los ojos y se permitió apoyarse contra ella y a pesar de lo impropio de la
situación, se sintió enormemente agradecido. Habían pasado por una terrible
experiencia y al fin y al cabo, era su protegida.
Y una mujer. Una mujer muy deseable.
Aquella noción fue una sorpresa para él, teniendo en cuenta que hasta que la vio
blandiendo aquella rama, sólo había pensado en ella como en la hija de George
Darlington. Una colegiala. Desde luego era lo primero, pero a pesar de las
circunstancias en las que había sabido de su existencia, no era lo segundo.
Increíblemente, su cuerpo maltrecho estaba empezando a hacérselo notar.
Hacía mucho tiempo que una mujer lo había abrazado, o que él había abrazado a
una mujer y mucho más aún desde que sintiera por última vez una reacción
puramente física como aquélla, que en aquel momento lo estaba enervando, no sólo
por inesperada, sino por su intensidad.
Y porque de todas las mujeres que podían haber inspirado en él aquella reacción,
Maite Darlington era precisamente la que le estaba más prohibida. Era su protegida,
encomendada a su cuidado por su propio padre, aunque sin su consentimiento.
Pero aparte de todo eso, él era el último hombre en la tierra, el menos adecuado
para ofrecerle a Maite Darlington su corazón y su mano
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Sáb Feb 20, 2016 2:49 pm
Y como no podía hacer ninguna de ambas cosas, no tenía derecho a tocarla, ni
siquiera en una situación tan inocente como aquélla, de modo que a pesar de la
debilidad, se apoyó en sus hombros y tomando aire, se puso en pie.
En cuanto lo consiguió, se separó de sus brazos para interponer entre ellos la
distancia que nunca antes imaginó que salvaría.
—Gracias —le dijo.
Nada de lo que había sentido durante esos breves instantes en que los dos habían
permanecido de rodillas se reflejó en su voz o en su mirada y de nuevo se sintió
agradecido por el control que había aprendido a mantener en España, además de las
lecciones de deber y honor.
Lo que acababa de ocurrir sería olvidado y su recuerdo destruido por pura
voluntad y por su decisión de hacer frente a la responsabilidad que le habían
encomendado.
La responsabilidad de encontrarle un marido a Maite Darlington. Un hombre que
jamás podría ser William Sinclair.
siquiera en una situación tan inocente como aquélla, de modo que a pesar de la
debilidad, se apoyó en sus hombros y tomando aire, se puso en pie.
En cuanto lo consiguió, se separó de sus brazos para interponer entre ellos la
distancia que nunca antes imaginó que salvaría.
—Gracias —le dijo.
Nada de lo que había sentido durante esos breves instantes en que los dos habían
permanecido de rodillas se reflejó en su voz o en su mirada y de nuevo se sintió
agradecido por el control que había aprendido a mantener en España, además de las
lecciones de deber y honor.
Lo que acababa de ocurrir sería olvidado y su recuerdo destruido por pura
voluntad y por su decisión de hacer frente a la responsabilidad que le habían
encomendado.
La responsabilidad de encontrarle un marido a Maite Darlington. Un hombre que
jamás podría ser William Sinclair.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por nancynieto85 Sáb Feb 20, 2016 3:40 pm
Buenisimo capitulo, continua amiga
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por Joanita Dom Feb 21, 2016 7:58 am
Siguelaáaaaaa por favor! !!!!
Joanita- Mensajes : 210
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por SuenoLR Mar Feb 23, 2016 3:32 am
Sique mi Kat
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Mar Feb 23, 2016 12:21 pm
Capítulo 3
—Resulta increíble comprobar con qué facilidad puede apoderarse incluso de
miembros de las mejores familias —comentó alguien con voz profunda.
William abrió los ojos y por primera vez en seis semanas consumidas por la fiebre
reconoció lo que lo rodeaba. El comentario provenía del hombre que estaba sentado
en el borde de su cama y contuvo el deseo de volver a cerrarlos y pretextar delirio.
—Me refiero a la locura —añadió el conde de Daré, cerrando el libro encuadernado
en piel que había estado leyendo mientras William dormía.
A pesar de lo mal que se encontraba, sonrió y su hermano hizo rápidamente lo
mismo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Daré.
—Ridículo —contestó él. Qué esfuerzo tan tremendo era pronunciar tan siquiera
aquella palabra.
—Y no me extraña. ¿Se puede saber qué te empujó a salir de viaje hasta el otro lado
del país cuando…?
William levantó una mano para hacerlo callar. Sus palabras eran un castigo inútil y tras
un momento la dejó caer en nuevo en el colchón ante la mirada preocupada de Daré.
—Nada de sermones, te lo ruego —pidió William.
—No pensarás que voy a permitir que te mates tan alegremente, ¿verdad?
—Mira quién habla.
—Los riesgos que yo he corrido siempre han sido por una buena causa —contestó
Daré—, pero esto…
Movió la cabeza con disgusto.
—Al menos estarás de acuerdo conmigo en que no tenía por qué esperar que se
rompiera un eje o el ataque de unos salteadores.
—Lo que me cuestiono es si estás cuerdo o no, por haber emprendido un viaje así. Y
no digamos por haberte hecho cargo de esa chica.
—Ya veo que Williams ha hablado.
—Todo el mundo habla, sobre todo del galante y heroico rescate de tu protegida.
Sus últimas palabras estaban cargadas de sarcasmo y teniendo en cuenta lo que
había sentido aquella noche, no estaba seguro de no merecerlo. Pero prefirió no
contestar.
—Me caí del coche encima de ese bastardo, de modo que lo de galante…
—Tus admiradores no piensan lo mismo, al igual que tu estimada protegida, estoy
seguro.
—Resulta increíble comprobar con qué facilidad puede apoderarse incluso de
miembros de las mejores familias —comentó alguien con voz profunda.
William abrió los ojos y por primera vez en seis semanas consumidas por la fiebre
reconoció lo que lo rodeaba. El comentario provenía del hombre que estaba sentado
en el borde de su cama y contuvo el deseo de volver a cerrarlos y pretextar delirio.
—Me refiero a la locura —añadió el conde de Daré, cerrando el libro encuadernado
en piel que había estado leyendo mientras William dormía.
A pesar de lo mal que se encontraba, sonrió y su hermano hizo rápidamente lo
mismo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Daré.
—Ridículo —contestó él. Qué esfuerzo tan tremendo era pronunciar tan siquiera
aquella palabra.
—Y no me extraña. ¿Se puede saber qué te empujó a salir de viaje hasta el otro lado
del país cuando…?
William levantó una mano para hacerlo callar. Sus palabras eran un castigo inútil y tras
un momento la dejó caer en nuevo en el colchón ante la mirada preocupada de Daré.
—Nada de sermones, te lo ruego —pidió William.
—No pensarás que voy a permitir que te mates tan alegremente, ¿verdad?
—Mira quién habla.
—Los riesgos que yo he corrido siempre han sido por una buena causa —contestó
Daré—, pero esto…
Movió la cabeza con disgusto.
—Al menos estarás de acuerdo conmigo en que no tenía por qué esperar que se
rompiera un eje o el ataque de unos salteadores.
—Lo que me cuestiono es si estás cuerdo o no, por haber emprendido un viaje así. Y
no digamos por haberte hecho cargo de esa chica.
—Ya veo que Williams ha hablado.
—Todo el mundo habla, sobre todo del galante y heroico rescate de tu protegida.
Sus últimas palabras estaban cargadas de sarcasmo y teniendo en cuenta lo que
había sentido aquella noche, no estaba seguro de no merecerlo. Pero prefirió no
contestar.
—Me caí del coche encima de ese bastardo, de modo que lo de galante…
—Tus admiradores no piensan lo mismo, al igual que tu estimada protegida, estoy
seguro.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por EsperanzaLR Mar Feb 23, 2016 12:34 pm
—Mi estimada protegida, como tú la llamas, fue quien dejó inconsciente al puerco
aquel dándole un certero golpe en la cabeza. Si alguien se merece alabanzas por
aquel fiasco, es ella.
—¿Un certero golpe en la cabeza? ¡Qué encantador! —replicó.
—Ella sí que es encantadora. ¿La has conocido?
—La cría de Darlington —masculló—. Que ese cobarde fuese capaz de imponerte
así a su hija es algo inaudito. Cómo debe estar riéndose de ti en el infierno. Lo que no
puedo entender es cómo has sido capaz de aceptar esa responsabilidad.
—Estaba en su testamento. ¿Qué habrías hecho tú?
—Pues pagar los gastos de otros treinta años más en ese colegio y dejarla donde su
padre tan bien la escondió.
—Tiene diecinueve años, Val. Casi veinte. Y lleva ya toda la vida en ese colegio.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo?
—Supongo que nada —admitió, demasiado cansado para enfrentarse a la cáustica
lengua de su hermano, aun sabiendo que su hermano buscaba siempre lo mejor para
él.
—Eres demasiado noble —dijo el conde.
—¿Noble? —repitió William y se echó a reír, para rematar después en tos.
Daré llenó un vaso de agua de la jarra que había en la mesilla e incorporó con un
brazo a su hermano para acercárselo a los labios. Ian bebió agradecido y la tos cedió.
—Podrías haberle dicho que no al abogado —dijo Daré después de dejarlo de
nuevo sobre las almohadas.
—Creía que era una niña y me la imaginaba sola y obligada a pasar la Navidad en
un internado vacío.
—¿Y cuando la viste?
Ésa era una pregunta más difícil de contestar, sobre todo después de lo ocurrido
durante el viaje. Una respuesta que sólo podía admitir ante sí mismo.
—La directora del internado sugirió que era responsabilidad mía encontrarle un
marido adecuado —se limitó a decir.
Daré dejó el vaso sobre la mesilla.
—¿Y cómo pretendes hacer tal cosa? Todos los hombres que sirvieron contigo saben
lo que hizo Darlington. Ninguno de tus amigos querrá ni siquiera hablar con ella.
—¿Tú tampoco? No te olvides de las palabras del Antiguo Testamento, Val.
—No estarás sugiriendo que voy a tener que conocerla, ¿verdad?
—Te guste o no, es mi protegida y tú eres mi hermano y el cabeza de esta familia.
No sé cómo vas a evitar conocerla.
—Pues simplemente negándome a conocer a la hija de un cobarde por cuya culpa
mi hermano estuvo a punto de perder la vida.
aquel dándole un certero golpe en la cabeza. Si alguien se merece alabanzas por
aquel fiasco, es ella.
—¿Un certero golpe en la cabeza? ¡Qué encantador! —replicó.
—Ella sí que es encantadora. ¿La has conocido?
—La cría de Darlington —masculló—. Que ese cobarde fuese capaz de imponerte
así a su hija es algo inaudito. Cómo debe estar riéndose de ti en el infierno. Lo que no
puedo entender es cómo has sido capaz de aceptar esa responsabilidad.
—Estaba en su testamento. ¿Qué habrías hecho tú?
—Pues pagar los gastos de otros treinta años más en ese colegio y dejarla donde su
padre tan bien la escondió.
—Tiene diecinueve años, Val. Casi veinte. Y lleva ya toda la vida en ese colegio.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo?
—Supongo que nada —admitió, demasiado cansado para enfrentarse a la cáustica
lengua de su hermano, aun sabiendo que su hermano buscaba siempre lo mejor para
él.
—Eres demasiado noble —dijo el conde.
—¿Noble? —repitió William y se echó a reír, para rematar después en tos.
Daré llenó un vaso de agua de la jarra que había en la mesilla e incorporó con un
brazo a su hermano para acercárselo a los labios. Ian bebió agradecido y la tos cedió.
—Podrías haberle dicho que no al abogado —dijo Daré después de dejarlo de
nuevo sobre las almohadas.
—Creía que era una niña y me la imaginaba sola y obligada a pasar la Navidad en
un internado vacío.
—¿Y cuando la viste?
Ésa era una pregunta más difícil de contestar, sobre todo después de lo ocurrido
durante el viaje. Una respuesta que sólo podía admitir ante sí mismo.
—La directora del internado sugirió que era responsabilidad mía encontrarle un
marido adecuado —se limitó a decir.
Daré dejó el vaso sobre la mesilla.
—¿Y cómo pretendes hacer tal cosa? Todos los hombres que sirvieron contigo saben
lo que hizo Darlington. Ninguno de tus amigos querrá ni siquiera hablar con ella.
—¿Tú tampoco? No te olvides de las palabras del Antiguo Testamento, Val.
—No estarás sugiriendo que voy a tener que conocerla, ¿verdad?
—Te guste o no, es mi protegida y tú eres mi hermano y el cabeza de esta familia.
No sé cómo vas a evitar conocerla.
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Re: WEB NOVELA LEVYRRONI "El Marido Ideal" DE Gayle WILSON
por nancynieto85 Miér Feb 24, 2016 12:25 pm
Ese hermano Dare es un hombre sin sentimientos e insensible hacia Maite
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