Foro Maite Perroni & William Levy (LevyRroni)
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

4 participantes

Página 1 de 5. 1, 2, 3, 4, 5  Siguiente

Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 11:59 am

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) 2iupct3

Maite Tramell y William Cross tendrán que luchar con todas sus fuerzas para que su historia de amor triunfe. La desmedida atracción física que existe entre ellos juega a su favor, pero las tentaciones carnales no están hechas para los que les gusta bailar con el diablo, y su tormentoso pasado tampoco les ayudará a conseguir tener la típica relación romántica.

Maite Y William lucharán por tener su final feliz, pero ni esto es un cuento de hadas, ni ellos son personajes de fábula. ¿Será suficiente su amor para seguir juntos, o su futuro pasa por camas separadas?
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por EsperanzaLR Mar Oct 13, 2015 1:19 pm

Muchas Gracias Tami Se ve muy linda!!!
EsperanzaLR
EsperanzaLR

Mensajes : 17168
Puntos : 33208
Reputacion : 389
Fecha de inscripción : 16/08/2015
Edad : 38
Localización : CHANIA-CRETA-GRECIA

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:15 pm

1

Amaba Nueva York con la enardecida pasión que reservaba sólo para una única otra cosa en la vida. La ciudad era un microcosmos de oportunidades del nuevo mundo y tradiciones del viejo. Los conservadores se codeaban con los bohemios. Las excentricidades coexistían con rarezas inestimables. La energía palpitante de la ciudad estimulaba el establecimiento de filiales de empresas internacionales y atraía a gente de todo el mundo.



Y la personificación de toda esa vitalidad, de esa decidida ambición y de ese poder reconocido en el mundo entero acababa de follarme hasta que alcancé dos orgasmos tan alucinantes que me dio vergüenza.



Según me dirigía silenciosamente hacia el enorme vestidor de William Cross, eché un vistazo a la cama, toda deshecha y revuelta, y me estremecí con el recuerdo del placer. Aún tenía el pelo húmedo de la ducha, y no llevaba más ropa que una toalla alrededor del cuerpo. En hora y media tendría que estar en el trabajo, lo cual me dejaba poco margen para la tranquilidad. Claramente, iba a tener que adjudicar un tiempo determinado a la actividad sexual matutina, si no quería andar siempre deprisa y corriendo. William se despertaba dispuesto a conquistar el mundo, y le gustaba empezar esa dominación conmigo.



¿No era afortunada?



Como nos adentrábamos en el mes de julio en Nueva York y la temperatura iba en aumento, decidí ponerme un par de ajustados pantalones pitillo de lino natural y una blusa de popelina sin mangas de un tono gris claro que hacía juego con el color de mis ojos. Dado que no se me daban bien los peinados, me recogí el pelo en una sencilla cola de caballo y a continuación me maquillé la cara. Cuando estuve presentable, salí de la habitación.



Ya en el pasillo, oí la voz de William. Me recorrió un ligero escalofrío al darme cuenta de que estaba enfadado, la voz baja y cortante. No se sulfuraba fácilmente... a menos que estuviera cabreado conmigo. Yo sí que conseguía que levantara la voz y soltara palabrotas, incluso que se pasara las manos por aquella espléndida melena de pelo negro azabache que le llegaba a los hombros.



Pero, por lo general, William era un ejemplo de contención. ¿Para qué iba a gritar cuando podía conseguir que la gente se echara a temblar con una sola mirada suya o una seca y lacónica palabra?



Le encontré en la oficina de casa. Estaba de pie, de espaldas a la puerta y con un auricular de Bluetooth en la oreja. Tenía los brazos cruzados y miraba fijamente por el ventanal de su ático de la Quinta Avenida, dando la impresión de ser un hombre muy solitario, un individuo apartado del mundo que le rodea, pero completamente capaz de dominarlo.



Me quedé apoyada en la jamba de la puerta, empapándome de él. No me cabía duda de que la visión del horizonte que tenía yo era mucho más imponente que la suya. Desde mi lugar estratégico, se le veía superpuesto a aquellos altísimos rascacielos, que eran una presencia igualmente poderosa e impresionante. Él había terminado de ducharse antes de que yo me levantara a rastras de la cama. Aquel cuerpo, seriamente adictivo, iba ahora vestido con dos prendas de un carísimo traje sastre de tres piezas, una de mis reconocidas debilidades. Viéndole por detrás, se apreciaba claramente la perfección de su trasero y de aquella fornida espalda en camiseta.



En la pared había un inmenso collage de fotografías de nosotros como pareja y una muy íntima que él me había sacado mientras dormía. La mayoría eran fotos tomadas por los paparazzi que seguían todos sus movimientos. Era William Cross, de Cross Industries, quien, a la ridícula edad de veintiocho años, era uno de los veinticinco hombres más ricos del mundo. Estaba convencida de que poseía una parte importante de Manhattan; segurísima de que era el hombre más sexy del planeta. Y tenía fotos mías en todos los lugares en que trabajaba, como si mirarme a mí pudiera ser tan entretenido como contemplarle a él.



Se dio la vuelta, girándose con elegancia para atraparme con su gélida mirada azul. Ni que decir tiene que él sabía que yo me encontraba allí, observándole. Saltaban chispas cuando estábamos cerca el uno del otro; había en el aire una sensación de antelación, como el envolvente silencio que preludia el estallido de un trueno. Probablemente había esperado unos instantes antes de volverse hacia mí para darme la oportunidad de echarle un vistazo, ya que sabía que me encantaba mirarle.



Oscuro y Peligroso. Y todo mío.



¡Santo Dios!... Aún no me había acostumbrado al impacto de aquel rostro. De aquellos pómulos esculpidos y aquellas oscuras cejas aladas, los ojos azules de espesas pestañas, y aquellos labios... divinamente perfilados para ser sensuales y pícaros a un tiempo. Me encantaba cuando sonreían con insinuación sexual, y temblaba cuando se tornaban en una línea implacable. Y cuando me posaba aquellos labios en el cuerpo, le deseaba ardientemente.



¡Joer!, qué cosas se te ocurren . Torcí el gesto, recordando lo mucho que me cabreaban mis amigas cuando les daba por alabar el estupendo físico de sus novios. Y ahora a mí no dejaba de maravillarme la belleza de aquel hombre, complicado, frustrante, herido y escandalosamente sexy, del que cada día estaba más enamorada.



Mientras nos contemplábamos el uno al otro, él no suavizó el gesto ni dejó de hablar con el pobrecillo del otro extremo de la línea, pero su mirada ya no era de gélida irritación, sino de pasión abrasadora.



Tendría que haberme acostumbrado al cambio que se operaba en él cuando me miraba, pero seguía impactándome de tal manera que me hacía tambalear. Aquella mirada expresaba lo intenso que era su deseo de folla*** conmigo —lo cual hacía en cuanto tenía oportunidad—, y también me dejaba entrever la pura e implacable fuerza de su voluntad. Una fuerza y un dominio esenciales caracterizaban todo lo que William hacía en la vida.



—Hasta el sábado a las ocho —terminó; y a continuación se arrancó el auricular y lo dejó en la mesa—. Ven aquí, Maite.



Me estremecí por la forma en que pronunció mi nombre, con aquel tono autoritario con que me decía Córrete, Maite, cuando me tenía debajo de él... llena de él... desesperada por llegar al orgasmo para él...



—No tenemos tiempo para eso, campeón. —Retrocedí hacia el pasillo, pues era muy débil en lo que a él respectaba.



Casi podía correrme oyendo la suave aspereza de aquella voz serena y educada. Y siempre que me tocaba, yo cedía.



Me fui corriendo a la cocina a preparar el café.



Él murmuró algo entre dientes y vino detrás de mí, alcanzándome enseguida. De repente me vi inmovilizada contra la pared del pasillo por casi un metro y noventa centímetros de ardiente y dura masculinidad.



—Ya sabes lo que pasa cuando corres, cielo. —William me pellizcó el labio inferior con los dientes y luego alivió el pinchazo con la caricia de su lengua—. Que te pillo.



En mi interior, algo dejó escapar un suspiro de feliz abandono, y mi cuerpo se relajó por el placer de sentirse tan apretado al de él. Le deseaba constantemente, con tal intensidad que dolía. Lo que sentía era voluptuosidad, pero era mucho más también. Se

trataba de algo tan precioso y profundo que hacía que el deseo sexual de William por mí no fuera el detonante que habría sido con otro hombre. Si cualquier otra persona hubiera intentado someterme con el peso de su cuerpo, me habría dado un ataque. Pero nunca había sido un problema con William. Él sabía lo que yo necesitaba y hasta dónde podía llegar. Se me paró el corazón al vislumbrar su sonrisa.



Me fallaban un poquito las rodillas frente a aquel imponente rostro enmarcado por aquel lustroso pelo negro. Era de lo más elegante y bien educado, si exceptuamos la decadente largura de aquella sedosa cabellera. Rozó su nariz contra la mía.

—No puedes sonreírme así y marcharte. Dime en qué estabas pensando mientras yo hablaba por teléfono.



Torcí los labios con ironía.



—En lo guapísimo que eres. Es alucinante la cantidad de veces que lo pienso. Ya va siendo hora de que lo supere.



Me puso una mano por detrás del muslo y me apretó aún más contra él, provocándome con un experto meneo de caderas. Era escandalosamente diestro en la cama. Y él lo sabía.



—No pienso permitirlo.



—¿Eh? —Me corría fuego por las venas y mi cuerpo ansiaba el tacto del suyo—. Vaya con don-odio-las-expectativas-exageradas. No me digas que quieres que se te cuelgue otra mujer que te mire embelesada.



—Lo que yo quiero —susurró, rodeándome la barbilla con una mano y frotándome el labio inferior con la yema del pulgar— es que estés tan ocupada pensando en mí que no pienses en nadie más.



Me faltaba el aliento y respiraba entrecortadamente. La ardiente mirada de sus ojos, su tono provocativo, el calor de su cuerpo y el delicioso olor de su piel me habían seducido por completo. Él era mi droga, y en absoluto quería desengancharme.



—William —musité, extasiada.



Con un suave gruñido, apretó su torneada boca contra la mía, quitándome cualquier noción de la hora que era con un tierno y profundo beso... un beso que casi consigue evitar que me diera cuenta de la inseguridad que acababa de revelar.



Hundí los dedos entre su pelo para sujetarle y le devolví el beso, deslizando la lengua por la suya, acariciándole. Éramos pareja desde hacía muy poco tiempo, menos de un mes. Y lo que era peor, ninguno de los dos sabía cómo llevar una relación como la que intentábamos construir, una relación en la que nos negamos a fingir que no arrastrábamos serios problemas los dos.



Me rodeó con sus brazos y apretó con gesto posesivo.



—Quería pasar el fin de semana contigo en Florida Keys... sin ropa.



—Humm, suena bien. —Mejor que bien. Por mucho que me encantara ver a William con un traje de tres piezas, le prefería completamente desnudo. Evité señalar que este fin de semana me era imposible...



—Pero este fin de semana tengo que ocuparme de unos asuntos de trabajo —musitó, moviendo los labios contra los míos.



—Asuntos que aplazas para estar conmigo. —Últimamente salía pronto del trabajo para pasar tiempo conmigo, y yo sabía que tenía que estar saliéndole caro. Mi madre se había casado tres veces, y todos sus esposos eran adinerados y exitosos magnates de una u otra clase. Sabía que el precio de la ambición consistía en trabajar hasta altas horas de la noche.



—Pago a otras personas un generoso salario para poder estar contigo.



Bonita treta, pero al ver un destello de irritación en su mirada, opté por distraerle.



—Gracias. Vamos a tomar un café antes de que se haga tarde.



William me pasó la lengua por el labio inferior y me soltó.



—Me gustaría despegar mañana hacia las ocho de la tarde. Lleva ropa fresca y ligera. En Arizona el calor es seco.



—¿Qué? —Pestañeé ante aquella espalda que se alejaba y desaparecía en su oficina—. ¿Es en Arizona donde tienes esos negocios?



—Desgraciadamente.



¿Eh?... No tan deprisa. En lugar de arriesgarme a quedarme sin mi chute de café, pospuse la discusión y me dirigí a la cocina. Atravesé el amplio apartamento de William, con su deslumbrante arquitectura de antes de la guerra y sus esbeltas ventanas en arco. El ruido que hacían mis tacones al golpetear alternativamente en el suelo de madera noble quedaba amortiguado por las alfombras Aubusson. Decorado con maderas oscuras y tejidos de colores neutros, aquel lujoso espacio se veía iluminado por preciosos objetos de cristal. A pesar de que su casa hablaba a gritos de dinero, no por ello dejaba de ser cálida y acogedora, un lugar confortable para relajarse y sentirse entre algodones.



Cuando llegué a la cocina, puse un termo individual en la cafetera de una sola taza sin perder un segundo. William apareció con la chaqueta en un brazo y el teléfono móvil en la mano. Coloqué debajo del surtidor otra taza para llevar para él y me dirigí al frigorífico a por la leche semidesnatada.



—A lo mejor es una suerte, después de todo. —Me volví hacia él y le recordé el asunto de mi compañero de piso—. Este fin de semana tengo que hablar con Cary.



William se guardó el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta y a continuación colgó la prenda en el respaldo de una de las sillas de la isla de cocina.



—Te vienes conmigo, Maite.



Soltando el aire con impaciencia, me eché la leche en el café.



—¿Para hacer qué? ¿Para pasarme el día desnuda, esperando a que termines de trabajar y vengas a folla*** conmigo?



Me sostuvo la mirada mientras cogía su taza y daba un sorbo al café humeante con demasiada parsimonia.



—¿Vamos a pelearnos?



—¿Vas a ponerte difícil? Ya hemos hablado de esto. Sabes que no puedo dejar a Cary después de lo que pasó anoche. —La maraña de cuerpos que me había encontrado en el salón dio un nuevo significado a la palabra follón.



Volví a meter la caja de leche en el frigorífico y tuve la sensación de sentirme inexorablemente atraída hacia él por la fuerza de su voluntad.



Había sido así desde el principio. Cuando se lo proponía, William lograba hacerme sentir sus exigencias. Y era muy, muy difícil no hacer caso a esa parte de mí que me rogaba que cediera a todo lo que él quería.



—Tú vas a ocuparte de tus negocios y yo voy a ocuparme de mi mejor amigo, después volveremos a ocuparnos el uno del otro.



—No volveré hasta el domingo por la noche, Maite.


Oh... Noté una punzada en el estómago al oír que estaríamos separados tanto tiempo. La mayoría de las parejas no pasaban juntos todo su tiempo libre, pero nosotros no éramos como la mayoría de la gente. Ambos teníamos traumas, inseguridades y una adicción el uno al otro que requería contacto regular para que los dos funcionáramos adecuadamente.



No soportaba estar lejos de él. Ni dos horas pasaban sin que pensara en él.



—A ti también se te hace insoportable —dijo en voz baja, examinándome de aquella manera suya en que lo veía todo—. El domingo los dos estaremos fatal.



Soplé mi café y tomé un pequeño sorbo. Me inquietaba la idea de pasar todo un fin de semana sin él. Y aún menos me gustaba la idea de que él pasara todo ese tiempo lejos de mí. Tenía a su alcance todo un mundo de opciones y posibilidades, mujeres que no estaban tan jodidas como yo y con las que era más fácil relacionarse.



—Ambos sabemos que eso no es precisamente lo más sano, William —conseguí decir pese a todo.



—¿Y eso quién lo dice? Nadie más sabe qué se siente siendo nosotros.



Vale, eso tenía que reconocérselo.



—Tenemos que irnos a trabajar —dije, consciente de que dejar aquel asunto sin resolver nos traería de cabeza todo el día. Lo solucionaríamos más tarde, pero de momento no podíamos hacer nada más.



Apoyó la cadera en el mostrador, cruzó los tobillos y se apalancó obstinadamente.



—Lo que tenemos que hacer es que vengas conmigo.


—William. —Empecé a dar golpecitos con el pie en la baldosa de mármol travertino —. No puedo dejarlo todo por ti. Si me convierto en tu acompañante florero, te aburrirás enseguida. Me cansaría de mí misma. No va a pasarnos nada porque dediquemos un par de días a resolver otros asuntos, aunque no nos apetezca hacerlo.



Nuestras miradas se cruzaron.



—Eres una fuente de problemas para ser acompañante florero.



—Quien los causa sabe reconocerlos.



William se enderezó, desprendiendo su turbadora sensualidad y atrapándome al instante con su intensa mirada. Era tan veleidoso como yo.



—Últimamente has estado sometida a mucha presión, Maite. No es ningún secreto que estás en Nueva York. No puedo dejarte aquí mientras yo estoy fuera. Tráete a Cary si es necesario. Así podréis charlar mientras esperas a que termine de trabajar y vuelva para folla*** contigo.



—¡Ja! —Era consciente de que trataba de aliviar la tensión con sentido humor, pero también me daba cuenta de que su verdadera objeción a separarse de mí era... Nathan . Mi exhermanastro. La pesadilla de mi pasado a la que William parecía tener miedo podía reaparecer en mi presente. Me asustaba admitir que no estaba del todo equivocado. El escudo del anonimato que me había protegido durante años había saltado por los aires al ser tan pública nuestra relación.



¡Dios santo!... realmente no teníamos tiempo para hablar de ese problema, pero yo sabía que William no iba a ceder en ese punto. Era un hombre que reclamaba lo que era suyo, se defendía de sus competidores con despiadada precisión, y nunca permitiría que me ocurriera nada malo.



Yo era su lugar seguro, lo cual me convertía en algo excepcional e inestimable para él.



William miró su reloj.—Es hora de irse, cielo.



Alcanzó su chaqueta, luego me hizo un gesto para que le precediera por el suntuoso comedor, donde cogí mi bolso y la bolsa en la que llevaba los zapatos planos y algunas otras cosas. Poco después, llegamos a la planta baja en su ascensor privado y nos montamos en el asiento trasero de su todoterreno Bentley negro.



—Hola, Angus —saludé al conductor, que se tocó el borde de su anticuada gorra de chófer.



—Buenos días, señorita Tramell —respondió, sonriendo. Era un caballero mayor, con un generoso veteado blanco en su pelo rojizo. Me caía bien por muchas razones, y no era la menor de ellas el hecho de que llevara a William en coche desde que éste iba al colegio y se preocupara de verdad por él.



Una rápida ojeada al Rolex que me habían regalado mi madre y mi padrastro me confirmó que llegaría puntual al trabajo... si no encontrábamos ningún atasco. Mientras pensaba esto, Angus se adentró hábilmente en el mar de taxis y automóviles que circulaban por la calle.



Después de la contenida tensión del apartamento de William, el ruido de Manhattan me despertó con la misma efectividad que una buena dosis de cafeína. El estruendo de las bocinas y el ruido sordo de los neumáticos sobre las tapas de las alcantarillas me resultaron tonificantes. A ambos lados de la congestionada calle discurrían torrentes de peatones que caminaban a toda prisa, mientras que los rascacielos parecían estirarse hacia el cielo, manteniéndonos a la sombra pese a que el sol estaba cada vez más alto.



¡Cómo me gustaba Nueva York! Me tomaba mi tiempo todos los días para empaparme de aquella ciudad, para dejar que me calara hondo.



Me acomodé en el asiento de piel de atrás, agarré de la mano a William y le di un apretón.



—¿Te sentirías mejor si Cary y yo nos fuéramos de la ciudad durante el fin de semana? ¿Quizá un viaje rápido a Las Vegas?



William frunció el ceño. —¿Soy una amenaza para Cary? ¿Es ésa la razón por la que ni siquiera te planteas venir a Arizona?



—¿Qué? No, no creo. —Cambié de postura para mirarle de frente—. A veces me lleva toda una noche conseguir que se abra.



—¿Crees que no? —repitió mi respuesta, haciendo caso omiso de todas las palabras que habían salido de mi boca, salvo las primeras.



—Quizá tiene la impresión de que no puede contar conmigo cuando necesita hablar porque siempre estoy contigo —le aclaré, sujetando mi taza con las dos manos al pasar por encima de una alcantarilla—. Oye, tendrás que superar esos celos. William, cuando digo que Cary es como un hermano para mí, va en serio. No tiene que caerte bien, pero tienes que comprender que él forma parte de mi vida.

—¿Le dices a él lo mismo de mí?



—No hace falta. Ya lo sabe. Estoy tratando de llegar a un arreglo...



Arqueé las cejas. —En los negocios, seguro que no. Pero, William, esto es una relación.

Implica un dar y...



El bramido de William me cortó en seco. —En mi avión, en mi hotel, y si sales del edificio, te acompañará un equipo de seguridad.



Aquella repentina y reacia capitulación me quitó el habla durante un minuto largo. Lo bastante largo como para que él enarcara las cejas por encima de aquellos penetrantes ojos azules en una mirada que decía o lo tomas o lo dejas.



—¿No te parece que eso es un poco exagerado? —observé—. Estaré con Cary.



—Perdona, pero no puedo confiarle tu seguridad después de lo de anoche. —La postura que adoptó mientras se tomaba su café expresaba con claridad que él daba la conversación por terminada. Ésas eran las opciones que consideraba aceptables.



Me habría cabreado de no ser porque comprendía que la arbitrariedad de William estaba motivada por su deseo de protegerme. En mi pasado había terribles secretos de familia, y salir con William había atraído la atención de los medios de comunicación, una atención que podía llevar a Nathan Barker hasta la puerta de mi casa.



Además, controlar todo lo que le rodeaba era parte de la personalidad de William. Venía en el paquete, y yo tenía que asumirlo. —De acuerdo —respondí—. ¿Qué hotel es el tuyo?



—Tengo varios. Elige el que quieras. —Volvió la cabeza y se puso a mirar por la ventanilla—. Scott te enviará una lista por correo electrónico. Cuando te hayas decidido por uno, díselo para que lo organice todo. Volaremos juntos a la ida y a la vuelta.



Reclinándome contra el asiento, tomé un sorbo de café y me fijé en cómo apoyaba el puño en el muslo. En el reflejo del cristal tintado de la ventanilla, William mostraba un rostro impasible, pero yo notaba su mal humor.



—Gracias —murmuré.



—No me las des. Esto no me hace ninguna gracia, Maite. —Se le contrajo un músculo de la mandíbula—. Tu compañero de piso la Oops y yo tengo que pasar el fin de semana sin ti.



No soportaba verle disgustado, así que le cogí su café y coloqué las dos tazas en los soportes del asiento trasero. Luego me senté a horcajadas en su regazo. Le rodeé el cuello con mis brazos. —Te agradezco mucho que cedas en esto, William. Significa mucho para mí.



Clavó en mí sus temibles ojos azules. —Supe que ibas a volverme loco desde el primer momento en que te vi.



Sonreí, recordando cómo nos habíamos conocido. —¿Despatarrada en el suelo del vestíbulo del Crossfire?



—Antes. Fuera.



Fruncí el ceño. —¿Fuera de dónde? —pregunté.



—En la acera. —Gideon me agarró de las caderas, apretando de aquella manera suya, tan posesiva y autoritaria que me hizo suspirar por él —. Yo salía para ir a una reunión. Un minuto más tarde, y no te habría visto.



Acababa de meterme en el coche cuando apareciste por la esquina.



Me acordaba del Bentley con el motor encendido junto al bordillo aquel día. Estaba tan impresionada con el edificio que no presté atención al elegante vehículo cuando llegué, pero me fijé en él cuando me marché.



—Me fijé en ti nada más verte —dijo con brusquedad—. Se me iban los ojos detrás de ti. Te deseé inmediatamente. Demasiado. Con violencia, casi.



¿Cómo era posible que no supiera que había habido algo más en nuestro primer encuentro de lo que yo creía? Pensaba que habíamos tropezado el uno con el otro de manera accidental. Pero él se iba para todo el día... lo que significaba que había regresado a propósito. Por mí.



—Te detuviste justo al lado del Bentley —continuó—, y echaste la cabeza hacia atrás. Levantaste la vista hacia lo alto del edificio y te imaginé de rodillas, mirándome a mí de la misma manera.



El tono de voz de William hizo que, ruborizada, me revolviera en su regazo. —¿De qué manera? —susurré, hechizada por el fuego de sus ojos.



—Con entusiasmo. Con un poco de admiración... de intimidación. —Me rodeó el trasero con las manos y me apretó contra él—. No pude evitar seguirte hasta dentro. Y allí estabas, justo donde había deseado que estuvieras, arrodillada justo delante de mí. En aquel momento, se me ocurrieron unas cuantas fantasías de lo que iba a hacer contigo en cuanto te tuviera desnuda.



Tragué saliva, acordándome de que yo tuve una reacción muy parecida hacia él.—En cuanto puse los ojos en ti, me vi folland***, aullando, aferrada a las sábanas.



—Lo vi. —Deslizó las manos por ambos lados de mi columna vertebral—. Y supe que tú también me habías visto a mí. Que habías visto cómo soy... por dentro. Que me habías calado completamente.



Y eso fue lo que hizo que me cayera de Oops!, literalmente. Le había mirado a los ojos y me había dado cuenta de su férreo autodominio, del alma ensombrecida que tenía. Había visto fuerza, avidez, control, exigencia.



En mi fuero interno, había comprendido que me absorbería. Fue un alivio saber que él había sentido la misma conmoción por mi causa.



William me puso las manos en los omóplatos y me acercó aún más a él, hasta que se tocaron nuestras frentes.



—Nadie lo había hecho antes, Maite. Tú eres la única.

tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:18 pm

Se me puso un nudo en la garganta. En muchos aspectos, William era un hombre duro; sin embargo, podía ser muy dulce conmigo. Casi de modo infantil, algo que me encantaba porque era puro y sin reservas. Si los demás no se molestaban en mirar más allá de su llamativo rostro y su impresionante cuenta corriente, no merecían conocerle.



No tenía ni idea. Fuiste tan... frío. No me pareció que te hubiera causado ningunaimpresión.



—¿Frío? —dijo en tono burlón—. Ardía por ti. Desde entonces estoy jodido.



¡Vaya! Gracias.


—Has conseguido que te necesite —bramó—. Ahora no puedo soportar la idea de estar dos días sin ti.



Sosteniéndole la cara con ambas manos, le besé con dulzura, con labios acariciadores, como pidiendo disculpas.



—Yo también te quiero —susurré contra su hermosa boca—. Y tampoco soporto estar lejos de ti.



El beso que me devolvió fue ávido, voraz, y sin embargo, su manera de abrazarme era tierna y reverente. Como si yo fuera lo más preciado.



Cuando nos separamos, ambos respirábamos trabajosamente.



—Ni siquiera soy tu tipo —bromeé, intentando levantar el ánimo antes de entrar a trabajar. La preferencia de William por las morenas era algo bien sabido y documentado.



Noté que el Bentley se acercaba a la acera y paraba. Angus salió del coche para darnos un poco de intimidad, dejando el motor en marcha y el aire acondicionado puesto. Miré por la ventanilla y vi el Crossfire a nuestro lado.



—A propósito de lo del tipo... —William había apoyado la cabeza en el respaldo del asiento. Respiró hondo—. Corinne se sorprendió contigo. No eras cómo ella esperaba.



Tensé la mandíbula cuando William mencionó a su ex-novia. Aun sabiendo que su relación había sido una cuestión de amistad y soledad para él, no de amor, no puede evitar que las garras de la envidia se me clavaran por dentro. Los celos eran uno de mis defectos más virulentos.—¿Porque soy rubia?



—Porque... no te pareces a ella.



Se me cortó la respiración. No se me había ocurrido que Corinne hubiera supuesto un modelo para él. Incluso Magdalene Perez —una de las amigas de William a la que le gustaría ser algo más— había dicho que se había dejado largo su pelo castaño para emular a Corinne. Pero no había comprendido la complejidad de esa observación. Dios mío... si eso era cierto, Corinne tenía un tremendo poder sobre William, mucho más de lo que yo podía soportar. El corazón se me aceleró y se me revolvió el estómago. La odiaba de manera irracional. Odiaba que hubiera tenido siquiera un pedazo de él. Odiaba a todas las mujeres que hubieran conocido sus caricias... su lujuria... su increíble cuerpo.



Hice ademán de bajarme de él.



—Maite. —Me sujetó apretándome los muslos—. No sé si tiene razón.



Bajé la mirada hacia donde estaba sujetándome, y verle el anillo de compromiso en el dedo de la mano derecha —mi marca de propiedad— me calmó. Y también la expresión de perplejidad que tenía en la cara cuando se cruzaron nuestras miradas.—¿No lo sabes?



—Si era así, no fue consciente. No la buscaba a ella en otras mujeres. No sabía que estuviera buscando nada hasta que te vi.



Le pasé las manos por las solapas mientras me embargaba una sensación de alivio. Tal vez no la había buscado conscientemente, pero aunque lo hubiera hecho, yo no podía ser más diferente de Corinne en apariencia y temperamento. Yo era única para él; una mujer distinta a las otras en todos los sentidos. Deseaba que eso fuera suficiente para amortiguar mis celos.



—Tal vez no fuera tanto una preferencia como un modelo. —Alisé su ceño arrugado con la yema de un dedo—. Deberías preguntárselo al doctor Petersen cuando le veamos esta noche. Ojalá tuviera más respuestas después de tantos años de terapia, pero no las tengo. Hay muchas cosas inexplicables entre nosotros, ¿verdad? Todavía no sé qué has visto en mí para haberte enganchado.



—Es lo que tú ves en mí, cielo —dijo quedamente, suavizándosele los rasgos—. Que sepas cómo soy por dentro y sigas queriéndome como te quiero yo. Todas las noches me voy a dormir con el temor de que te hayas ido cuando me despierte. O de que te haya ahuyentado... o soñado...



No. William. —¡Dios mío! Me rompía el corazón todos los días. Me hacía pedazos.



—Soy consciente de que yo no te digo lo que siento por ti de la misma manera que tú a mí, pero me tienes, y lo sabes.



—Sé que me quieres, William. —Con locura. Desenfrenadamente. De manera obsesiva. Como eran mis sentimientos por él.



—Me tienes pillado, Maite. —Con la cabeza echada hacia atrás, William me acercó a él para darme el más dulce de los besos, moviendo con delicadeza sus firmes labios por debajo de los míos—. Mataría por ti —susurró—, renunciaría a todo lo que tengo por ti... pero no renunciaré a ti. Dos días es mi límite. No me pidas más; no puedo dártelo.



No me tomé sus palabras a la ligera. Su riqueza le protegía, le daba el poder y el control que le habían sido arrebatados en algún momento de su vida. Había conocido la crueldad y la violación, al igual que yo. El que creyera que merecía la pena perder la tranquilidad de espíritu con tal de no perderme significaba mucho más que las palabras te quiero. —Sólo necesito dos días, campeón, y haré que te merezcan la pena.



La severidad de su mirada se diluyó, y fue sustituida por deseo sexual. —¡Ah! ¿Estás pensando en apaciguarme con sexo, cielo?



—Sí —reconocí descaradamente—. Con mucho sexo. Después de todo, esa táctica parece funcionar bien contigo.



Sus labios se curvaron, pero en sus ojos había tal intensidad que se me aceleró la respiración. Aquella oscura mirada me recordó —como si pudiera olvidarlo— que William no era un hombre al que se pudiera manejar o dominar.


—¡Ay!, Maite —susurró, arrellanado en el asiento con la depredadora despreocupación de una suave pantera que hábilmente ha atrapado a un ratón en su guarida.



Me atravesó un delicioso escalofrío. Si se trataba de William, estaba más que dispuesta a dejarme devorar.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:20 pm

2

Justo antes de salir del ascensor al vestíbulo de Waters Field & Leaman, la empresa de publicidad en la que trabajaba en la planta vigésima, William me susurró al oído: —Piensa en mí todo el día.



Le apreté la mano discretamente en la atestada cabina. —Siempre lo hago.



Él continuó viaje hasta el último piso, que albergaba la oficina central de Cross Industries. El edificio Crossfire era suyo, una de las muchas propiedades que poseía por toda la ciudad, incluido el complejo de apartamentos en el que vivía yo.



Procuraba no pensar en eso. Mi madre era esposa florero profesional. Había renunciado al amor de mi padre por un estilo de vida opulento, con el que yo no tenía nada que ver en absoluto. Yo prefería el amor antes que la riqueza, dónde va a parar, pero supongo que para mí era fácil decirlo porque tenía dinero —una considerable cartera de valores— propio.



No es que lo hubiera tocado alguna vez. No quería. Había pagado un precio demasiado alto y no imaginaba nada que mereciera semejante coste.



Megumi, la recepcionista, me abrió desde el otro lado la puerta de seguridad acristalada y me saludó con una gran sonrisa. Era una mujer guapa, joven como yo, con una moderna melena de pelo negro brillante que enmarcaba unos bellísimos rasgos asiáticos.



—¡Oye! —dije, deteniéndome junto a su mesa—. ¿Tienes planes para almorzar?



—Ahora sí.



—Estupendo. —Sonreí abierta y genuinamente. Por mucho que quisiera a Cary y disfrutara estando con él, también necesitaba amigas. Cary ya había empezado a crearse una red de conocidos y amigos en nuestra ciudad de adopción, pero yo me había visto absorbida por el torbellino de William casi desde el principio. Prefería pasar todo el tiempo con él, pero sabía que eso no era muy saludable. Las amigas le hablaban a una con franqueza cuando era necesario, e iba a tener que cultivar esas amistades si de verdad las quería.



Enfilé el largo pasillo hasta mi cubículo. Cuando llegué a mi mesa, metí mi bolso y la bolsa en el cajón inferior y dejé fuera el smarthphone en silencio. Vi que había un mensaje de Cary: «Lo siento, nena».



—Cary Taylor —suspiré—. Te quiero... incluso cuando me cabreas.



Y últimamente me había cabreado soberanamente. A ninguna mujer le apetece llegar a casa y encontrarse con que en el suelo del salón hay un follón sexual en curso. Y menos cuando se ha peleado con su nuevo novio.



«Guárdame el finde si puedes», le escribí yo a mi vez.



Hubo una larga pausa y me lo imaginé asimilando mi petición. «¡Caray! —escribió finalmente—. Debe de ser la hostia lo que has planeado».



—Puede que haya algo de eso —mascullé, estremeciéndome al recordar la orgía... con la que me encontré. Pero sobre todo pensaba que a Cary y a mí nos hacía falta pasar un buen rato juntos. No llevábamos mucho tiempo viviendo en Manhattan. Era una ciudad nuMaite para nosotros, un apartamento nuevo, nuevos trabajos y experiencias, nuevos novios para ambos. Estábamos fuera de nuestro elemento y luchando por salir adelante, y como los dos arrastrábamos un considerable equipaje de nuestro pasado, la lucha no se nos estaba dando muy bien. Por lo general nos apoyábamos el uno en el otro para equilibrarnos, pero últimamente no habíamos tenido mucho tiempo para eso. Necesitábamos encontrar tiempo.



«¿Mola un viaje a Las Vegas? ¿Solos tú y yo?».



«¡Joder, sí!».



«OK... más después».



Al silenciar el teléfono y dejarlo a un lado, posé brevemente la mirada en los dos collages de fotos enmarcados que tenía junto al monitor, uno con fotos de mis padres y una de Cary, y el otro lleno de fotos de William y yo. William se había encargado de componer este último para que tuviera un recordatorio de él, de la misma forma que él tenía uno mío encima de su mesa. Como si me hiciera falta...



Me encantaba tener esas imágenes de la gente a la que quería: mi madre, con su mata dorada de rizos y su explosiva sonrisa, su figura curvilínea apenas cubierta por un minúsculo biquini, disfrutando de la Riviera francesa en el yate de mi padrastro; éste, Richard Stanton, con su aspecto regio y distinguido, su pelo plateado complementando

de manera un tanto extraña el aspecto de su mucho más joven esposa; y Cary, al que captaron en toda su gloria fotogénica, con su brillante pelo castaño y sus chispeantes ojos verdes, la sonrisa amplia y pícara. Esa extraordinaria cara había empezado a aparecer en revistas por todas partes y pronto adornaría carteleras y paradas de autobús anunciando ropa de Grey Isles.



Miré al otro lado del pasillo y por la pared de cristal que rodeaba la muy pequeña oficina de Mark Garrity y vi que tenía la chaqueta colgada en el respaldo de su silla Aeron, aunque a él no se le veía por ningún sitio.


No me sorprendió encontrarle en la sala de descanso contemplando su taza de café con cara de pocos amigos; él y yo compartíamos una máquina de café.



—Creía que ya te apañabas con ella —dije, refiriéndome a los problemas que tenía con el funcionamiento de la cafetera de una sola taza.



—Y así es, gracias a ti. —Mark alzó la cabeza y me dedicó una encantadora mueca de sonrisa. Tenía una reluciente piel oscura, perilla bien recortada y unos dulces ojos marrones. Además de ser agradable a la vista, era un jefe extraordinario, muy dispuesto a enseñarme la profesión de la publicidad y a confiar rápidamente en que no tenía que decirme dos veces cómo hacer algo. Trabajábamos bien juntos, y yo confiaba en que así fuera durante mucho tiempo.



—Prueba esto —dijo, cogiendo una segunda taza de humeante café que esperaba en la encimera. Me la alcanzó y yo la acepté agradecida, dándome cuenta de que había tenido el detalle de añadir nata y edulcorante, que era como a mí me gustaba.



Tomé un sorbo con cautela, pues estaba caliente, y el inesperado —y poco grato— sabor me hizo toser. —¿Qué es esto?



—Café con sabor a arándanos.



De repente, era yo la que fruncía el ceño. —¿Y a quién demonios puede gustarle esto?



—Ah, ¿ves?..., nuestro trabajo consiste en averiguar a quién, y luego vendérselo a ellos. —Levantó su taza para hacer un brindis—. ¡Por nuestro último encargo!



Haciendo un gesto de disgusto, me enderecé y tomé otro sorbo.

Estaba segura de que aún tenía en la boca el sabor dulzón a arándanos artificiales dos horas después. En el rato de descanso, me puse a buscar en internet al doctor Terrence Lucas, quien claramente había irritado a William cuando los vi juntos durante la cena de la noche anterior. No había terminado de escribir el nombre del doctor en el recuadro de búsqueda cuando sonó el teléfono de mi mesa.



—Oficina de Mark Garrity —respondí—. Maite Tramell al habla.



—¿Dices en serio lo de Las Vegas? —preguntó Cary sin preámbulos.



—Completamente.



Hubo una pausa. —¿Es ahí donde vas a decirme que te mudas con tu novio multimillonario y que tengo que irme?



—¿Qué? No . ¿Se te ha ido la olla? —Apreté los ojos, comprendiendo la inseguridad de Cary, pero pensando que éramos amigos desde hacía demasiado tiempo como para esa clase de dudas—. Tú y yo estamos amarrados de por vida, y lo sabes.



—¿Y sencillamente te has levantado y has decidido que deberíamos ir a Las Vegas?



—Más o menos. Pensé que podíamos tomarnos unos mojitos junto a la piscina y disfrutar unos días de servicio de habitaciones.



—No sé yo si podré contribuir mucho.



—No te preocupes, paga William. El avión y el hotel. Sólo la comida y las bebidas corren de nuestra cuenta. —Mentira, ya que había pensado pagarlo yo todo salvo el billete de avión, pero Cary no tenía por qué saberlo.



—¿Y él no viene?


Me eché hacia atrás en la silla y contemplé una de las fotos de William. Ya le echaba de menos y hacía tan sólo unas dos horas que habíamos estado juntos.—Tiene asuntos de trabajo en Arizona, así que tomaremos el mismo vuelo tanto a la ida como a la vuelta, pero sólo tú y yo nos quedaremos en Las Vegas. Creo que nos hace falta.



—Sí. —Exhaló ásperamente—. Me vendría bien un cambio de aires y pasar un tiempo disfrutando con mi mejor chica.



—De acuerdo, entonces. Él quiere salir mañana a las ocho de la tarde.



—Me pondré con el equipaje. ¿Quieres que prepare tus cosas también?



—¿Lo harías? ¡Sería estupendo! —Cary podría haber sido estilista o personal shopper . Tenía mucho talento en lo que a la ropa se refería.


—¿Maite?



—¿Sí?



Suspiró.—Gracias por aguantar mis gilipolleces.



—Cállate.



Cuando colgamos, me quedé mirando el teléfono durante un minuto largo, lamentando que Cary fuera tan desgraciado cuando todo en su vida iba tan bien. Experto en sabotearse a sí mismo, no terminaba de creerse que fuera digno de ser feliz.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:23 pm

Cuando volví a centrar la atención en el trabajo, la barra de búsqueda de Google me recordó el interés que tenía yo en el doctor Terry Lucas. En la Web había varios artículos sobre él, con fotografías que cimentaron la comprobación.



Pediatra. Cuarenta y cinco años de edad. Casado desde hacía veinte años. Nerviosa, busqué «Doctor Terrence Lucas y esposa», temblando por dentro ante la idea de ver a una morena de pelo largo y castaño.



Respiré aliviada cuando vi que la señora Lucas era una mujer de piel clara con el pelo corto y rojizo.



Pero aquello me dejó con dos interrogantes más. Me había figurado que era una mujer la que había causado los problemas entre los dos hombres.



El hecho era que William y yo realmente no sabíamos mucho el uno del otro. Sabíamos las cosas feas; al menos, él sabía las mías; yo sobre todo había adivinado las suyas a partir de algunas pistas obvias. Después de pasar muchas noches durmiendo en nuestros respectivos apartamentos, conocíamos de cada uno los aspectos básicos de la convivencia. Él había conocido a la mitad de mi familia y yo a toda la suya. Pero no habíamos pasado juntos el tiempo suficiente para tocar muchos de los asuntos periféricos. Y francamente, creo que no fuimos todo lo comunicativos o inquisitivos que podríamos haber sido, como si temiéramos acumular más porquería sobre nuestra ya de por sí difícil relación.



Estábamos juntos porque éramos adictos el uno al otro. Nunca me había sentido tan embriagada como cuando éramos felices juntos, y sabía que a él le ocurría otro tanto. Nos exigíamos mucho el uno al otro por esos momentos de perfección entre nosotros, pero eran tan endebles que sólo nuestra cabezonería, nuestra determinación y nuestro amor nos mantenían luchando por ellos.



Ya vale de volverte loca tú misma.



Revisé el correo electrónico, y vi que había recibido la alerta diaria de Google sobre William Cross. El resumen de vínculos del día llevaba en su mayor parte a fotos de William, de etiqueta sin corbata, y de mí en la cena de beneficencia en el Waldorf- Astoria la noche anterior.



—¡Dios! —No pude evitar acordarme de mi madre cuando me vi en las fotos con aquel vestido de noche color champán de Vera Wang. No sólo por lo mucho que me parecía a mi madre —excepto por el pelo, más largo y liso el mío—, sino también por el megamagnate cuyo brazo adornaba yo.



A Monica Tramell Barker Mitchell Stanton se le daba muy, muy bien ser esposa florero. Sabía exactamente lo que se esperaba de ella y cumplía sin falta. Aunque se había divorciado dos veces, en ambos casos fue ella quién tomó la decisión, y a sus exmaridos les dolió perderla. No tenía mal concepto de mi madre, porque ella pagaba con la misma moneda y nunca subestimaba a nadie, pero yo crecí luchando por ser independiente. El derecho a decir no era lo más importante para mí.



Minimicé la ventana del correo electrónico y, dejando a un lado mi vida personal, seguí buscando comparaciones de mercado sobre el café afrutado. Coordiné varias reuniones iniciales entre los analistas y Mark y ayudé a Mark a organizar una campaña para un restaurante de cocina sin gluten. Era casi mediodía y empezaba a tener verdadera hambre cuando sonó el teléfono. Respondí con mi saludo habitual.



—¿Maite? —me saludó una voz femenina—. Soy Magdalene. ¿Tienes un minuto?



Me recliné en la silla, alerta. En una ocasión Magdalene y yo compartimos un momento de solidaridad a propósito de la inesperada e indeseada reaparición de Corinne en la vida de William, pero nunca olvidaría la crueldad con que me acogió Magdalene cuando nos conocimos.

—A ver, ¿qué pasa?



Suspiró, luego habló rápidamente, sus palabras fluían como un torrente. —Anoche estuve sentada a la mesa detrás de Corinne. Oí parte de lo que se decían William y ella durante la cena.



Se me tensó el estómago, preparándome para el golpe emocional. Magdalene sabía cómo aprovecharse de mis inseguridades respecto a William.

—Remover la mierd*** mientras trabajo es una nueva bajeza —dije fríamente—. No quiero...



—Él no te estaba ignorando.



Me quedé boquiabierta durante unos instantes, pero ella enseguida llenó el silencio. —Estaba controlándola, Maite. Ella le sugería sitios a los que llevarte en Nueva York, dado que eres nueva en la ciudad, pero lo estaba haciendo jugando al viejo juego de acuérdate-de-cuando-tú-y-yo-fuimos-allí.



—Rememorando el pasado —musité, agradecida por no haber podido oír gran cosa de la conversación que William mantuvo en voz baja con su ex.



—Sí. —Magdalene respiró hondo—. Te marchaste porque creías que te estaba ignorando por ella. Y quiero que sepas que parecía estar pensando en ti, tratando de evitar que Corinne te disgustara.


—¿Y a ti por qué te preocupa?



—¿Quién dice que lo haga? Te debo una, Maite, por cómo me presenté cuando nos conocimos.



Me quedé pensándolo. Exacto, me debía una por la vez en que me tendió una emboscada en el cuarto de baño con su malicioso arrebato de celos. No es que me tragara que fuera su única motivación. Quizá era el mal menor. Quizá quería mantener a sus enemigos cerca.



—Vale. Gracias. No puedo negar que me sentí mejor. Se me había quitado de encima un peso que no me había dado cuenta que llevara.



—Una cosa más —siguió Magdalene—. Salió detrás de ti.



Apreté el auricular. William siempre venía detrás de mí... porque yo siempre salía corriendo. Mi recuperación era tan frágil que había aprendido a protegerme a toda costa. Cuando algo amenazaba mi estabilidad, me deshacía de ello.



—Ha habido otras mujeres en su vida que han probado con esa clase de ultimátum, Maite. Se aburrían o deseaban que les prestara atención o alguna clase de gesto grandilocuente... Así que se marchaban y esperaban que él saliera tras ellas. ¿Sabes lo que hacía él?



—Nada —respondí suavemente, conociendo a mi hombre. Un hombre que no socializaba con las mujeres con las que se acostaba y que no se acostaba con las que sí socializaba. Corinne y yo éramos las únicas excepciones a esa regla, que era otra razón por la que me daban ataques de celos de su ex.



—Nada salvo asegurarse de que Angus las dejara en su casa sin ningún percance — confirmó, haciéndome pensar que ella había intentado esa táctica en algún momento—. Pero cuando tú te marchaste, él no pudo salir detrás de ti con la suficiente rapidez. Y estaba muy alterado cuando se despidió. Parecía... ido.



Porque le había entrado miedo. Cerré los ojos y me pateé mentalmente. Con fuerza.



William me había dicho más de una vez que le aterrorizaba que saliera corriendo, porque no podía soportar la idea de que no volviera. ¿De qué servía que le dijera que no me imaginaba la vida sin él cuando con tanta frecuencia le mostraba todo lo contrario con mis actos? ¿Era de extrañar que no se hubiera abierto a mí respecto a su pasado?



Yo debía dejar de correr. William y yo íbamos a tener que pelear por ello, por nosotros, si queríamos alimentar alguna esperanza de que nuestra relación funcionara. —¿Estoy en deuda contigo yo ahora? —pregunté en tono neutro, mientras devolvía el adiós con la mano a Mark cuando se iba a almorzar.



Magdalene exhaló apresuradamente. —William y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Nuestras madres son muy amigas. Tú y yo nos veremos por ahí, Maite, y confío en que encontremos la forma de evitar momentos incómodos.



Aquella mujer se me había acercado para decirme que en cuanto William me «metiera la polla» todo habría «terminado». Y me había venido con ésas justo cuando yo me sentía especialmente vulnerable.



—Mira, Magdalene, si tú no montas dramas, todo irá bien. —Y dado que ella estaba siendo tan franca...—: Puedo fastidiar mi relación con William yo solita, de verdad. No necesito ayuda.



Ella se rio por lo bajo. —Creo que ése fue mi error, fui demasiado cuidadosa y demasiado complaciente. Él debe ponerse a ello contigo. Bueno... se ha terminado mi minuto. Te dejo.



—Que tengas un buen fin de semana —dije, en vez de gracias.Seguía sin fiarme del motivo de su llamada.



—Tú también.



Mientras dejaba el auricular en su soporte, se me fue la mirada a las fotos de William y de mí. De repente me sentí tremendamente acaparadora y posesiva. Él era mío; sin embargo, no podía estar segura de si de un día para otro seguiría siéndolo. Y la idea de que pudiera pertenecer a otra mujer me enloqueció.



Abrí el cajón inferior y saqué mi smartphone del bolso. Impulsada por la necesidad de que él pensara en mí con la misma fiereza, le escribí un mensaje sobre cuánto deseaba devorarle: «Daría cualquier cosa por mamártela ahora mismo».



Sólo de pensar en él cuando me metía su polla en la boca... en los sonidos salvajes que emitía cuando estaba a punto de correrse...



Me levanté y borré el mensaje en cuanto vi que había salido, luego volví a guardar el teléfono en el bolso. Como era mediodía, cerré todas las ventanas del ordenador y me dirigí a recepción a buscar a Megumi.



—¿Te apetece algo en particular? —me preguntó, poniéndose en pie y dándome la oportunidad de admirar su vestido con cinturón, sin mangas y de color lavanda. Su pregunta, tan próxima al texto que acababa de escribir, me hizo toser.



—No. Lo que tú quieras. No soy tiquismiquis.



Salimos por la puerta acristalada y nos dirigimos a los ascensores. —Estoy deseando que llegue el fin de semana —dijo Megumi con un quejido al tiempo que apretaba el botón de llamada con un dedo que lucía uña postiza—. Sólo falta un día y medio.



—¿Tienes algún plan interesante?

—Está por ver. —Suspiró y se entremetió el pelo detrás de la oreja —. Cita a ciegas —explicó con pesar.



—Ah. ¿Te fías de la persona que te lo ha organizado?



—Mi compañera de piso. Más vale que por lo menos el tipo sea físicamente atractivo, porque sé dónde duerme ella por la noche y las revanchas son un asco.



Yo sonreía cuando el ascensor llegó a nuestro piso y nos metimos dentro. —Bueno, eso aumenta las posibilidades de pasártelo bien.



—En realidad no, puesto que ella le conoció también en una en una cita a ciegas. Jura que es un tipo estupendo, pero que es más mi tipo que el suyo.



—Humm.



—Ya lo sé, ¿vale? —Megumi meneó la cabeza y levantó la vista hacia la antigua y decorativa aguja que había sobre las puertas de la cabina y que marcaba los pisos que iban pasando.



—Ya me contarás cómo te va.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:23 pm

—Claro. Deséame suerte.



—¡Por supuesto!



Acabábamos de salir al vestíbulo cuando noté que me vibraba el bolso debajo del brazo. Mientras pasábamos por los torniquetes, saqué el teléfono y se me encogió el estómago al ver el nombre de William.



Me estaba llamando, no contestándome con un mensaje erótico.



—Discúlpame —le dije a Megumi antes de contestar.



Ella hizo un gesto despreocupado con la mano. —Adelante.



—Hola —le saludé alegremente.



—Maite.



Di un traspiés al oír cómo pronunció mi nombre. Cuánto prometía la aspereza de aquella voz.



Aflojé el paso y me di cuenta de que me había quedado muda, sólo de oírle decir mi nombre con aquella tensión anhelada, aquel tono incisivo que me decía que deseaba penetrarme más que ninguna otra cosa en el mundo.



Mientras la gente se apresuraba a mi alrededor, entrando y saliendo del edificio, yo me había quedado parada ante el abrumador silencio de mi teléfono. Él me requería de manera callada, casi irresistible. No hacía ningún ruido, ni siquiera le oía respirar, pero notaba su sed. De no ser porque Megumi me esperaba pacientemente, estaría subiendo en el ascensor hasta el último piso para satisfacer su tácita orden de llevar a cabo mi ofrecimiento.



Me estremecí al recordar la vez en que se la había mamado en su oficina, se me hacía la boca agua. Tragué saliva. —William...



—Reclamabas mi atención... ya la tienes. Quiero oírte decir esas palabras.



Noté que me sonrojaba. —No puedo. Aquí no. Te llamo luego.



—Acércate a la columna y échate a un lado.



Inquieta, le busqué con la mirada. Luego me di cuenta de que el identificador de llamada le situaba en su oficina. Levanté la vista, buscando las cámaras de seguridad. Inmediatamente, supe que tenía los ojos fijos en mí, ardientes y deseosos. Sentí una oleada de excitación, provocada por su deseo.



—Date prisa, cielo. Tu amiga te espera.



Me fui hacia la columna, con la respiración agitada y audible. —Dime, Maite. El mensaje que me has enviado me la ha puesto dura. ¿Qué piensas hacer al respecto?



Me llevé una mano a la garganta y miré con impotencia a Megumi, que me observaba con las cejas enarcadas. Alcé un dedo para pedirle un minuto más, luego le di la espalda y susurré. —Quiero tenerte en la boca.



—¿Para qué? ¿Para jugar conmigo? ¿Para burlarte de mí como lo estás haciendo ahora? —No hablaba con vehemencia, sino con serena severidad.



Era consciente de que debía ser muy cuidadosa cuando William se ponía serio al hablar de sexo. —No. —Levanté la cara hacia la cúpula tintada del techo que escondía la cámara de seguridad más cercana—. Para hacer que te corras. Me encanta hacer que te corras, William.



Él exhaló con brusquedad. —Un regalo, entonces.



Sólo yo sabía lo que significaba para William ver el acto sexual como un regalo. Anteriormente, para él el sexo se relacionaba con el dolor y la humillación o con la lujuria y la necesidad. Ahora, conmigo, se relacionaba con el placer y el amor.



—Siempre.



—Bien. Porque eres un tesoro para mí, Maite, y valoro mucho lo que hay entre nosotros. E incluso esa impulsiva necesidad de folla*** el uno con el otro constantemente que tenemos los dos significa mucho para mí, porque es importante.



Me apoyé en la columna, reconociendo que había caído en un viejo y destructivo hábito: aprovechaba la atracción sexual para disminuir mis inseguridades. Si William me deseaba, no podía desear a nadie más.



¿Cómo sabía él siempre lo que tenía yo en la cabeza.—Sí —musité, cerrando los ojos—. Es importante.



Hubo un tiempo en que recurría al sexo para sentir afecto, confundiendo deseo pasajero con verdadero cariño, que era la razón por la que ahora insistía en tener un cierto tipo de marco amistoso establecido antes de irme a la cama con un hombre. No quería volver a dejar la cama de un amante sintiéndome despreciable y sucia.



Y desde luego no quería degradar lo que compartía con William sólo porque tuviera un miedo irracional a perderle.



Entonces me di cuenta de que estaba confusa. Tuve una sensación de malestar en el estómago, como si fuera a pasar algo terrible. —Tendrás lo que quieras después del trabajo, cielo. —Su voz se tornó más grave, más ronca—. Mientras tanto, disfruta del almuerzo con tu compañera de trabajo. Estaré pensando en ti. Y en tu boca.



—Te quiero, William.

Tuve que respirar hondo varias veces después de colgar para serenarme y volver con Megumi. —Lo siento.



—¿Todo bien?



—Sí. Todo bien.



—¿Siguen las cosas calientes y difíciles entre William y tú? —Me miró con una ligera sonrisa.



—Humm... —Ah, sí—. Sí, eso bien, también. —Y deseé con todas mis fuerzas poder desahogarme. Poder abrir la válvula y hablar de mis abrumadores sentimientos por él. De cómo me consumía pensar en él, de cómo su tacto en mis manos me volvía loca, de cómo la pasión de su alma torturada se me había clavado como una espada afilada.



Pero no podía. Nunca. Él era demasiado importante, demasiado conocido. Los chismes privados sobre su vida valían una pequeña fortuna. No podía arriesgarme. —Él sí que está bien —estuvo de acuerdo Megumi—. Pero que muy bien. ¿Le conocías de antes de empezar a trabajar aquí?



—No, pero supongo que habríamos terminado por conocernos. —Debido a nuestro pasado. Mi madre hacía generosas donaciones a muchas instituciones benéficas que trabajaban contra el maltrato infantil, al igual que William. Era inevitable que nuestros caminos se hubieran cruzado en algún momento. Me preguntaba cómo habría sido ese encuentro: él con una morena despampanante del brazo y yo con Cary. ¿Habríamos tenido la misma reacción visceral a distancia que la que tuvimos de cerca en el vestíbulo del Crossfire? Me había deseado desde el momento en que me vio en la calle.



—Me lo preguntaba. —Megumi empujó la puerta giratoria del vestíbulo —. He leído que la cosa va en serio entre vosotros dos —siguió diciendo cuando me puse a su lado en la acera—. Por eso pensé que quizá le conocías de antes.



—No te creas todo lo que lees en los blogs de cotilleo.



—¿Así que no vais en serio?



—Yo no he dicho eso. —A veces íbamos demasiado en serio. Dolorosa y tremendamente en serio. Ella meneó la cabeza.



—Vaya, ya estoy metiéndome donde no me llaman. Lo siento. El cotilleo es uno de mis vicios. Como también los hombres increíblemente sexys como William Cross. No puedo dejar de preguntarme cómo sería pillar a alguien cuyo cuerpo rezuma sexo por todas partes. Tiene que ser alucinante en la cama.



Sonreí. Estaba bien salir por ahí con otra chica. No es que Cary no supiera apreciar a un tío bueno también, pero no había nada como las conversaciones femeninas. —No me oirás quejarme.



—¡Zorra con suerte! —Chocando hombros conmigo para darme a entender que bromeada, dijo—: ¿Y qué me dices del compañero de piso ese que tienes? Por las fotos que he visto, también está buenísimo. ¿Está solo ahora? ¿Me organizas una cita?



Volviendo la cabeza rápidamente, disimulé una mueca. Había aprendido por las malas a no volver a preparar encuentros entre conocidos o amigos y Cary nunca más. Era muy fácil quererle, lo cual terminaba con muchos corazones rotos porque él no podía corresponder de la misma manera. Cuando las cosas empezaban a ir demasiado bien, Cary las saboteaba.



—No sé si tiene pareja o no. Su vida es un poco... complicada en este momento.



—Bueno, si se presentara la oportunidad, desde luego no me opondría. Sólo lo digo. ¿Te gustan los tacos?



—Me encantan. —Conozco un sitio un par de calles más allá. Vamos.



Las cosas me iban bien cuando Megumi y yo volvíamos de almorzar. Después de cuarenta minutos de cotilleo, de comernos a los chicos con los ojos y de tres estupendos tacos de carne asada, me sentía fenomenal. Y volvíamos al trabajo con unos diez minutos de antelación, lo cual me alegraba, ya que últimamente no había sido muy puntual, aunque Mark nunca se quejaba.



La ciudad vibraba a nuestro alrededor, gente y taxis apresurándose entre el calor y la humedad crecientes, tratando de aprovechar al máximo las insuficientes horas del día. Observaba a la gente descaradamente, pasando los ojos por todo y por todos.



Hombres con trajes de ejecutivo y mujeres con faldas sueltas y chancletas. Señoras con ropa de alta costura y zapatos de quinientos dólares pasaban tambaleándose junto a humeantes carritos de perritos calientes y vendedores ambulantes que gritaban. La mezcla ecléctica de Nueva York era la gloria para mí y me provocaba un entusiasmo que me hacía sentir más dinámica que en ningún otro sitio en que hubiera vivido.



Nos detuvimos en un semáforo justo enfrente del Crossfire, y la mirada se me fue inmediatamente al Bentley negro parado a la puerta. Seguramente William acababa de volver del almuerzo. No pude por menos de imaginarle sentado en su coche el día en que nos conocimos, mirándome mientras yo asimilaba la imponente belleza del Edificio Crossfire.

tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:25 pm

Sentí un cosquilleo sólo de pensar en ello... De repente, me quedé helada.



Porque una atractiva mujer morena salió tan campante por las puertas giratorias justo en ese momento, y se detuvo, dándome la oportunidad de echarle un buen vistazo: el ideal de William, tanto si él se había dado cuenta como si no. Una mujer en la que yo le había visto fijarse en cuanto la vio en el salón del Waldorf-Astoria. Una mujer cuyo porte y dominio sobre William despertó en mí las peores inseguridades.



Corinne Giroux parecía un soplo de aire fresco con aquel vestido tubo color crema y unos zapatos de tacón rojo cereza. Se pasó una mano por aquel oscuro pelo que le llegaba hasta la cintura, y que no parecía tan liso como la noche anterior, cuando la había conocido. De hecho, daba la impresión de estar un poco revuelto. Y se frotaba la boca con los dedos, limpiándose el contorno de los labios.



Saqué mi smartphone, activé la cámara y tomé una foto. Con la aproximación del zoom, pude ver por qué se toqueteaba tanto la pintura de labios: la tenía corrida. No, más bien aplastada. Como tras un beso apasionado.



Cambió la luz del semáforo. Megumi y yo cruzamos con la multitud, acortando la distancia entre nosotras y la mujer a quien una vez William dio promesa de matrimonio. Angus salió del Bentley y lo rodeó, luego habló brevemente con ella antes de abrirle la puerta trasera. El sentimiento de traición —la de Angus y la de William— era tan intenso que no podía respirar. Me tambaleaba.



—¡Eh! —Megumi me agarró del brazo para sujetarme—. ¿Serás enclenque?, pero si sólo hemos tomado unos margaritas sin alcohol



Vi cómo el esbelto cuerpo de Corinne entraba en la parte trasera del coche de William con estudiada elegancia. Apreté los puños mientras notaba cómo me invadía la rabia. Entre los ojos nublados por furiosas lágrimas, el Bentley se separó del bordillo y desapareció.

3

Cuando Megumi y yo entramos en el ascensor, apreté el botón del último piso. —Volveré en cinco minutos, por si alguien pregunta —le dije al bajarse ella en la planta de Waters Field & Leaman.



—Dale un beso de mi parte, ¿vale? —me pidió, haciendo como que se abanicaba—. Me acaloro sólo de pensar en experimentarlo indirectamente a través de ti.



Conseguí esbozar una sonrisa antes de que se cerraran las puertas y el ascensor continuara subiendo. Cuando alcanzó el final del trayecto, salí a un vestíbulo inequívocamente masculino y decorado con gusto. Unos cestillos colgantes con helechos y azucenas suavizaban las puertas de seguridad de cristal ahumado en cuyo rótulo se leía:CROSS INDUSTRIES.



La pelirroja recepcionista de William se mostró más servicial que de costumbre y apretó el botón del portero automático antes de que yo llegara a la puerta. Luego me sonrió de una manera que me encrespó. Siempre había tenido la sensación de que no le caía bien, así que no me fie de esa sonrisa ni por un momento. Me puso nerviosa. Aun así, levanté una mano y le dije hola, porque yo no era una arpía... a menos que me dieran una buena razón para serlo. Enfilé el largo pasillo que conducía hasta William, deteniéndome en una amplia segunda zona de recepción que Scott, su secretario, atendía.



Al acercarme, Scott se levantó. —Hola, Maite —me saludó al tiempo que cogía el teléfono—. Le haré saber que estás aquí.



La pared de cristal que separaba la oficina de William del resto de la planta era, por lo general, transparente, pero podía hacerse opaca son sólo apretar un botón. En aquel momento se encontraba escarchada, lo que acrecentó mi desasosiego. —¿Está solo?



—Sí, pero...



Fuera lo que fuese, lo que dijo se perdió cuando empujé la puerta de cristal y entré en

el territorio de William. Era un espacio inmenso, con tres zonas de estar distintas, cada una de ellas más grande que la oficina entera de Mark, mi jefe. En contraste con la elegante calidez del apartamento de William, su oficina estaba decorada con una fría gama de negros, grises y blancos, salvo por los vistosos colores de las licoreras de cristal que adornaban la pared de detrás de un mostrador.



En dos lados había ventanas de suelo a techo desde donde se dominaba la ciudad. La única pared compacta, enfrente del inmenso escritorio, estaba llena de pantallas planas en las que se veían diferentes canales de noticias de todo el mundo.



Paseé la mirada por la habitación y me fijé en el cojín tirado en el suelo. Junto a él, en la superficie alfombrada, se veían las marcas que delataban dónde se apoyaban las patas del sofá normalmente. Al parecer, algo había hecho que el mueble se desplazara unos milímetros. Se me aceleró el corazón y se me humedecieron las palmas de las manos. El tremendo desasosiego que había sentido antes se intensificó.



Acababa de fijarme en que estaba abierta la puerta del baño cuando salió William, dejándome sin respiración ante la belleza de su torso desnudo. Tenía el pelo húmedo, como si se hubiera dado una ducha recientemente, y colorados el cuello y la parte superior del pecho, igual que cuando hacía ejercicio físico. Se quedó paralizado cuando me vio, ensombrecida la mirada durante un instante antes de que su perfecta e implacable máscara volviera sin esfuerzo a su sitio.



—No es un buen momento, Maite —dijo, poniéndose una camisa de vestir que tenía colgada en el respaldo de una banqueta alta de bar... una camisa diferente de la que llevaba a primera hora de aquella mañana—. Llego tarde a una cita.



Apreté mi bolso con fuerza. Al verle de aquella manera tan íntima, me di cuenta de lo mucho que le deseaba. Le quería con locura, le necesitaba como necesitaba el aire para respirar... lo cual sólo hizo que comprendiera mejor cómo se sentían Magdalene y Corinne y que simpatizara con lo que estarían dispuestas a hacer con tal de apartarle de mí. —¿Por qué estás a medio vestir?



Era irremediable. Mi cuerpo respondía instintivamente a la vista del suyo, lo cual hacía que me fuera aún más difícil refrenar mis sublevadas emociones. Su camisa desabrochada y bien planchada dejaba ver la tersura de su piel morena sobre unos abdominales como una tableta de chocolate y unos pectorales perfectamente definidos. Su delicado y oscuro vello del pecho descendía, en una fina línea más oscura, en dirección a una verg*** en aquel momento encerrada en unos calzoncillos bóxer y unos

pantalones. Sólo pensar en la sensación de tenerle dentro de mí me llenaba de dolorosa nostalgia.



—Tenía algo en la camisa. —Empezó a abrocharse, tensándosele los abdominales con sus movimientos al dirigirse hacia la barra del bar, donde vi que le esperaban sus gemelos—. Debo darme prisa. Si necesitas algo, díselo a Scott, que él se ocupará. O lo haré yo cuando regrese. No tardaré más de dos horas.



—¿Por qué tienes tanta prisa?



No me miró cuando respondió. —He tenido que hacer hueco para una reunión de última hora.



No me digas. —Te duchaste esta mañana. — Después de hacerme el amor durante una hora—. ¿Por qué te has duchado otra vez?



—¿A qué viene este interrogatorio? —soltó él.



Necesitada de respuestas, fui al baño. La humedad persistente era sofocante. Haciendo caso omiso de la voz interior que me decía que no buscara problemas que no soportaría encontrar, saqué su camisa del cesto de la ropa sucia... y vi que uno de los puños tenía una mancha de carmín rojo que parecía sangre. Sentí una punzada de dolor en el pecho.



Dejando caer la prenda en el suelo, di la vuelta y salí, deseando alejarme de Gideon todo lo posible. Antes de que vomitara o empezara a sollozar. —Maite —dijo bruscamente cuando pasé a su lado a toda prisa—. ¿Qué demonios te pasa?



—Que te jodan, mamón.



—¿Perdona?



Ya tenía la mano en el picaporte cuando él me alcanzó y se puso a tirarme del codo. Me giré y le di una bofetada con la suficiente fuerza como para hacer que volviera la cabeza y a mí me ardiera la palma de la mano.—Maldita sea —bramó, agarrándome de los brazos y sacudiéndome—. ¡No me pegues, joder!



—¡No me toques! —El tacto de sus manos en la piel desnuda de mis brazos era demasiado.



Retrocedió y se apartó de mí. —¿Qué put*** mosca te ha picado?



—La he visto , William.



—¿Que has visto a quién?



—¡A Corinne!



Él frunció el ceño. —¿De qué estás hablando?



Saqué mi smartphone y le planté la foto delante de las narices. —Pillado.

William aguzó la vista sobre la pantalla, luego relajó el ceño. —¿Pillado haciendo qué exactamente? —preguntó muy suavemente.



—Oh, que te den. —Me giré en dirección a la puerta, mientras me guardaba el teléfono en el bolso. —No pienso explicártelo.



Estampó la mano contra el cristal y mantuvo la puerta cerrada. Encajonándome con su cuerpo, se inclinó y me susurró al oído. —Sí, claro que vas a explicármelo.



Cerré los ojos con fuerza, pues la postura en la que estábamos me trajo a la memoria ardientes recuerdos de la primera vez que había estado en la oficina de William. Me había inmovilizado de la misma manera, seduciéndome hábilmente, arrastrándonos a un apasionado abrazo en el mismo sofá que hacía poco había presenciado alguna clase de acción lo bastante enérgica como para moverlo de sitio.



—¿No dice una imagen más que mil palabras? —mascullé con los dientes apretados.



—Así que han maltratado a Corinne. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?



—¿Te burlas de mí? Déjame salir.



—No encuentro nada ni remotamente gracioso en todo esto. En realidad, creo que nunca he estado tan cabreado con una mujer. Vienes aquí con tus vulgares acusaciones y gilipolleces de niña buena...



—¡Porque lo soy! —Me retorcí y me escabullí por debajo de su brazo, poniendo una distancia muy necesaria entre nosotros. Estar cerca de él dolía demasiado—. ¡Yo nunca te engañaría! Si quisiera folla*** con otros, primero rompería contigo.



William se apoyó en la puerta y cruzó los brazos. Seguía con la camisa sin meter por dentro de los pantalones y el cuello abierto; le encontraba de lo más sexy y atractivo, lo cual no hizo sino enfurecerme más. —¿Crees que te he engañado? —Su tono era cortante y gélido.



Respiré hondo para superar el dolor de imaginarle con Corinne en el sofá que tenía a mis espaldas. —Explícame qué hacía ella, con ese aspecto, en el Crossfire. Por qué está así tu oficina. Qué haces tú así.



Dirigió la mirada al sofá, luego al cojín que estaba en el suelo, luego a mí otra vez. —No sé qué hacía aquí Corinne ni por qué tenía ese aspecto. No he vuelto a verla desde anoche, cuando estabas conmigo.



Anoche parecía haber ocurrido hacía una eternidad, y deseé que no hubiera ocurrido nunca. —Pero yo no estaba contigo —señalé—. Te miró con ojos tiernos, te dijo que quería presentarte a alguien y me dejaste allí plantada.



—¡Joder! —Le centelleaban los ojos—. ¡Y dale!



Me enjugué con furia una lágrima que me resbalaba por la mejilla. Él rezongó.
—¿Crees que la acompañé porque me dominaban las ganas de estar con ella y de alejarme de ti?



—No lo sé, William. Te deshiciste de mí. Tú eres quien tiene que responder.



—Tú te deshiciste de mí primero.



Me quedé boquiabierta. —¡Mentira!



—¡Y una mierd***! Te largaste casi nada más llegar. Tuve que buscarte y, cuando te encontré, resulta que estabas bailando con ese gilipollas.



—¡Martin es sobrino de Stanton! Y dado que Richard Stanton es mi padrastro, considero a Martin de la familia.



—Por mí, como si es un puñetero cura. Ése quiere engancharte.



—¡Santo Dios! ¡Eso es absurdo! Deja ya de desviar la conversación. Estabas hablando de negocios con tus colegas. Era una situación incómoda. Para ellos y para mí.



—Ése es tu sitio, incómodo o no.



Eché la cabeza hacia atrás como si me hubiera dado una bofetada. —¿Qué has dicho?



—¿Cómo te sentirías tú si yo te dejara de repente en una fiesta de Waters Field & Leaman porque tú te pusieras a hablar de una campaña? ¿Y luego, cuando te pusieras a buscarme, me encontraras bailando lentamente con Magdalene?



—Yo... —Dios. No se me había ocurrido verlo de esa manera.



William parecía tranquilo e imperturbable con su poderoso cuerpo apoyado en la pared, pero yo notaba la ira que palpitaba bajo aquella calmada superficie. Estaba siempre fascinante, pero especialmente cuando hervía de pasión.—Lo mío es estar a tu lado, apoyarte, y sí, a veces quedar puñeteramente guapo de tu brazo. Es un derecho, un deber y un privilegio para mí, Maite como lo es para ti al revés.



—Pensé que te hacía un favor quitándome de en medio.



Arqueó una ceja a modo de sarcástica y silenciosa respuesta. Crucé los brazos sobre el pecho. —¿Por eso te fuiste con Corinne? ¿Querías castigarme?



—Si quisiera castigarte, Maite, te daría unos azotes.



Agucé los ojos. —Eso no sucederá nunca.



—Sé cómo te pones —dijo secamente—. No te quería celosa de Corinne antes de tener la posibilidad de explicarme. Necesitaba unos minutos para asegurarme de que entendiera que tú y yo vamos muy en serio, y lo importante que era para mí que tú disfrutaras de la velada. Ésa es la única razón por la que me aparté con ella.



—Le pediste que no dijera nada sobre vosotros dos, ¿verdad? Le pediste que guardara silencio sobre lo que significa ella para ti. Una lástima que Magdalene lo fastidiara todo.



A lo mejor lo habían planeado Corinne y Magdalene. Aquélla conocía a William lo bastante bien como para prever sus movimientos; le habría resultado fácil hacer planes imaginando la reacción de William a su inesperada presencia en Nueva York.



Y eso arrojaba nueva luz sobre por qué me había llamado Magdalene por la mañana. Corinne y ella estaban hablando en el Waldorf cuando William y yo las vimos. Dos mujeres que querían a un hombre que estaba con otra mujer. No tenían nada que hacer mientras yo estuviera en el medio, y por esa razón no podía descartar la posibilidad de que estuvieran maquinando algo juntas.



—Quería que te enteraras por mí —dijo con tensión.


Con un gesto de la mano, resté importancia a esa cuestión, más preocupada por lo que estaba sucediendo ahora. —He visto a Corinne subirse al Bentley, William. Justo antes de subir aquí.



Enarcó la otra ceja a juego con la primera. —¿Ah, sí?



—Sí. ¿Puedes explicármelo?



—No, no puedo.



La rabia me quemaba por dentro. De pronto no soportaba ni mirarle siquiera. —Entonces apártate de mi camino, tengo que volver a trabajar.



No se movió. —Sólo quiero estar seguro de algo antes de que te vayas: ¿crees que he follad*** con ella?



Me estremeció oírselo decir en voz alta. —No sé qué creer. Las pruebas...



—Me daría igual que entre las «pruebas» figurase el que nos hubieras encontrado a ella y a mí desnudos en la cama. —Se separó tan deprisa, que me tambaleé hacia atrás por la sorpresa. Se acercó amenazadoramente —. Quiero saber si crees que he follado con ella. Si crees que lo haría. O podría. ¿Lo crees?



Empecé a dar golpecitos con el pie, pero no retrocedí. —Explícame por qué tenías carmín en la camisa, William.



Tensó la mandíbula. —No.



—¿Qué? —Su tajante negativa me puso en el disparadero.



—Responde a mi pregunta.



Le miré el rostro detenidamente y vi la máscara que llevaba con otra gente, pero que nunca había llevado conmigo. Alargó la mano hacia mí como para acariciarme la mejilla con la punt*** de los dedos, pero la retiró en el último momento. En el breve instante en que se apartó bruscamente, oí que le rechinaron los dientes, como si no tocarme fuera un esfuerzo.



Acongojada, agradecí que no lo hiciera. —Necesito que me lo expliques —susurré, preguntándome si había imaginado el gestode dolor que le cruzó el rostro. A veces quería creer tanto en algo que inventaba excusas deliberadamente e ignoraba la dolorosa realidad.



—No te he dado ninguna razón para que dudes de mí.



—Me la estás dando ahora, William. —Espiré deprisa, desinflándome.



Retrayéndome. Él estaba delante de mí, pero parecía a kilómetros de distancia—. Entiendo que necesitas tiempo para compartir secretos que te son dolorosos. A mí también me ha pasado, saber que necesitaba hablar de lo que me había sucedido y darme cuenta de que aún no estaba preparada. Por eso no he querido forzarte ni meterte prisa. Pero este secreto me hace daño, y eso es diferente. ¿Acaso no lo ves?



Maldiciendo entre dientes, me rodeó la cara con manos frías.—Me tomo la molestia de asegurarme de que no tengas ninguna razón para sentirte celosa, pero cuando te muestras posesiva, me gusta. Quiero que luches por mí. Quiero importarte hasta ese punto. Te quiero loca por mí. Pero la actitud posesiva sin confianza es un infierno. Si no confías en mí, no tenemos nada.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:27 pm

—La confianza debe ser mutua, William.



Respiró hondo. —¡Maldita sea! No me mires así.



—Trato de entender quién eres. ¿Dónde está el hombre que vino directamente y me dijo que quería folla*** conmigo? ¿El hombre que no dudó en decirme que le desconcertaba, en el mismo momento en que estaba rompiendo con él? Creía que siempre serías así de claro y sincero. Contaba con ello. Pero ahora... —Moví la cabeza, con un nudo en la garganta que me impedía seguir hablando.



Sus labios eran una severa línea, pero siguió sin despegarlos.



Le cogí de las muñecas y aparté sus manos. Estaba resquebrajándome por dentro, rompiéndome. —Esta vez no echaré a correr, pero puedes hacer que me vaya. Quizá quieras pensar en ello.



Me marché. William no me lo impidió.



Pasé el resto de la tarde concentrada en el trabajo. A Mark le encantaba devanarse los sesos en voz alta, lo cual era un magnífico ejercicio de aprendizaje para mí, y su modo confiado y amable de tratar con sus clientes era ejemplar. Observé cómo enfocaba dos reuniones con un aire de autoridad que resultaba tranquilizador y nada intimidatorio.



Luego abordamos el análisis de las necesidades de una empresa de juguetes infantiles, centrándonos en los rendimientos de capital así como en nuevas vías de negocio, como la publicidad en blogs de madres. Daba gracias por que el trabajo fuera una distracción de mi vida personal, y estaba deseando irme después a la clase de Krav Maga, y así quemar un poco de aquel desasosiego que me invadía.



Eran las cuatro pasadas cuando sonó el teléfono de mi mesa. Descolgué inmediatamente, y el corazón me dio un vuelco al oír la voz de William. —Tenemos que irnos a las cinco —dijo—, para llegar puntuales a la consulta del doctor Petersen.



—Oh. —Se me había olvidado que nuestras sesiones de terapia de pareja eran los jueves a las seis de la tarde. Ésta iba a ser la primera.



De repente me pregunté si no sería también la última. —Pasaré a buscarte —continuó bruscamente—, cuando sea la hora.



Suspiré; no me veía en condiciones para ello. Estaba dolida e irritable por la pelea que habíamos tenido. —Siento haberte pegado. No debería haberlo hecho. Lo lamento de verdad.



—Cielo. —William resopló con aspereza—. No me hiciste la única pregunta que importa.



Cerré los ojos. Era irritante la facilidad con que me leía el pensamiento. —Da igual, eso no cambia el hecho de que te guardas secretos.



—Los secretos son algo que podemos tratar de resolver; el engaño, no.



Me froté el dolor que notaba en la frente. —En eso tienes razón.



—No hay nadie más que tú, Maite. —El tono de su voz era duro y cortante. Me estremecí ante la furia latente en sus palabras. Seguía enfadado porque había dudado de él. Bueno, yo también estaba enfadada. —Estaré lista a las cinco.



****

Llegó puntual, como siempre. Mientras yo apagaba el ordenador y cogía mis cosas, él habló con Mark sobre cómo iba el trabajo de Kingsman Vodka. Yo observaba a William a hurtadillas. Daba una imagen imponente con aquel cuerpo alto, musculoso pero delgado, vestido con traje oscuro y comportándose de una manera que proyectaba impenetrabilidad, si bien yo le había visto muy vulnerable. Estaba enamorada de aquel hombre tierno y profundamente emotivo. Y me disgustaba aquella fachada y que tratara de esconderse de mí.



En aquel momento, giró la cabeza y me sorprendió observándole. Vi un destello de mi querido William en su tormentosa mirada azul, que dejó entrever brevemente un desamparado anhelo. Pero desapareció enseguida, sustituido por la fría máscara—¿Lista?



Era muy evidente que ocultaba algo, y me dolía que hubiera ese abismo entre nosotros. Saber que había cosas que no me confiaba.



Cuando salíamos por recepción, Megumi apoyó la barbilla en una mano y dejó escapar un aparatoso suspiro. —Está chiflada por ti, Cross —murmuré, mientras salíamos y apretábamos el botón de llamada del ascensor.



—Pues qué bien —bufó—. ¿Y qué sabe de mí?



—Yo llevo todo el día haciéndome la misma pregunta —dije con voz queda. Esta vez tuve la certeza de que se había estremecido.



El doctor Lyle Petersen era alto, con un pelo gris bien cuidado y unos ojos azules
avispados pero afables. Su oficina estaba decorada con gusto, en tonos neutros, y los muebles eran muy cómodos, algo en lo que me había fijado todas las veces que había ido allí. Me resultaba un poco extraño verle ahora como mi terapeuta. En el pasado, él me había recibido como hija de mi madre. Era el loquero de mi madre desde hacía varios años.



Se sentó en el sillón orejero gris frente al sofá en el que estábamos William y yo. Su perspicaz mirada alternaba entre nosotros, fijándose en que nos habíamos sentado cada uno en un extremo del sofá y en cómo nuestras rígidas posturas revelaban que estábamos a la defensiva. Habíamos hecho el viaje hasta allí de la misma manera.



El doctor Petersen abrió la funda de su tableta y cogió el lápiz electrónico. —¿Os parece que empecemos por la causa de la tensión que hay entre vosotros? — preguntó.



Esperé unos instantes para darle a William la oportunidad de hablar primero. No me sorprendió mucho que se quedara allí sentado sin decir una palabra. —Bueno... en las últimas veinticuatro horas he conocido a la novia que no sabía que tuviera William...



—Exnovia —gruñó William.



—... He averiguado que ella es la razón de que sólo tenga citas con morenas...



—No era una cita.



—... y la he pillado con este aspecto saliendo de su oficina después de almorzar... — Saqué mi teléfono.



—Salía del edificio —intervino William—, no de mi oficina.



Busqué la foto y le pasé el teléfono al doctor Petersen. —¡Y entrando en tu coche, William!



—Angus acaba de decirte antes de que entráramos aquí que la vio allí de pie, la reconoció y simplemente fue amable.



—¡Y qué otra cosa iba a decir! —solté yo—. Es tu chófer desde que eras pequeño. ¡Cómo no te va a guardar las espaldas!



—¡Vaya!, así que ahora se trata de una conspiración.



—¿Qué hacía ahí él entonces? —le cuestioné.



—Llevarme a almorzar.



—¿Adónde? Comprobaré que tú estabas allí y ella no, y pasaremos a otra cosa.



William se quedó boquiabierto. —Ya te lo he dicho. Tuve una cita imprevista y no pude ir a almorzar.



—¿Con quién era la cita?



—Con Corinne, no.



—¡Eso no es una respuesta! —Me volví hacía el doctor Petersen, quien, con calma, me devolvió el teléfono—. Cuando subí a su oficina para preguntarle qué demonios pasaba, me lo encontré a medio vestir y recién salido de la ducha, con uno de los sofás movidos y los cojines tirados por el suelo...



—¡Un puñetero cojín!



—... y la camisa manchada de carmín.



—Hay decenas de oficinas en el Crossfire —dijo Gideon fríamente —. Corinne podría haber estado en cualquiera de ellas.



—¡Ya! —respondí yo arrastrando la palabra, con una voz que destilaba sarcasmo—. Por supuesto.



—¿No la habría llevado yo al hotel?



Tomé una profunda bocanada de aire; me sentí mareada. —¿Aún tienes esa habitación?



Se le cayó la máscara, y en su rostro vi un destello de pánico.



Darme cuenta de que aún tenía el picadero —una habitación de hotel que usaba exclusivamente para folla*** y un lugar al que yo nunca volvería— me impactó como una bofetada y me produjo un intenso dolor en el pecho. Dejé escapar un leve sonido, un apenado gemido que me obligó a cerrar los ojos.



—Vamos a calmarnos un poco —interrumpió el doctor Petersen, garabateando rápidamente—. Me gustaría retroceder un poco. William, ¿por qué no le hablaste a Maite de Corinne?

—Tenía plena intención de hacerlo —respondió William con firmeza.



—Él no me cuenta nada —susurré, buscando un pañuelo de papel en mi bolso para que no se me corriera el rímel por la cara. ¿Por qué seguía manteniendo esa habitación? La única explicación era que pensaba usarla con alguien que no era yo.



—¿De qué habláis? —preguntó el doctor Petersen, dirigiendo la pregunta a los dos. —Por lo general, yo me disculpo —musitó William.


El doctor Petersen levantó la vista. —¿Por qué?



—Por todo. —Se pasó una mano por el pelo.



—¿Tienes la impresión de que Maite es demasiado exigente o de que espera demasiado de ti? Noté que William me miraba. —No. Ella no me pide nada.



—Salvo la verdad —le corregí, volviéndome hacia él.



Le centelleaban los ojos, que me abrasaban con el calor. —Nunca te he mentido.



—¿Te gustaría que te pidiera cosas, William? —inquirió el doctor Petersen.



William frunció el ceño.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:28 pm

—Piénsalo. Volveremos a ello. —El doctor Petersen se dirigió a mí —. Me intriga la foto que tomaste, Maite. Te viste frente a una situación que afectaría profundamente a muchas mujeres...



—No existió ninguna situación —reiteró William fríamente.



—Su percepción de una situación —matizó el doctor Petersen.



—Una percepción ridícula a todas luces, teniendo en cuenta el aspecto físico de nuestra relación.



—De acuerdo. Hablemos de eso. ¿Cuántas veces a la semana mantenéis relaciones sexuales? Por término medio.



Noté que me acaloraba. Miré a William, que me devolvió la mirada con una sonrisa de complicidad. —Hmm... —Torcí los labios, compungida—. Muchas.



—¿Diariamente? —El doctor Petersen enarcó las cejas cuando crucé y volví a cruzar las piernas, asintiendo con la cabeza—. ¿Varias veces a diario?



—Por término medio —terció William.



Apoyándose la tableta en el regazo, el doctor Petersen cruzó la mirada con William. —¿Este nivel de actividad sexual es habitual?



—Nada en mi relación con Maite es habitual, doctor.



—¿Con qué frecuencia mantenías relaciones sexuales antes de conocer a Maite?



William tensó la mandíbula y me miró. —No importa —le dije, al tiempo que reconocía que yo tampoco querría contestar a esa pregunta delante de él.



William me tendió la mano, cubriendo la distancia que había entre nosotros. Yo le puse la mía encima y agradecí el apretón tranquilizador que me dio. —Dos veces a la semana —dijo con tirantez—. Por término medio.



Enseguida se me vino a la cabeza el número de mujeres a que eso ascendía. Cerré con fuerza la mano, que él ya me había soltado, sobre el regazo.



El doctor Petersen se reclinó hacia atrás. —Maite ha expresado su preocupación por la infidelidad y la ausencia de comunicación en vuestra relación. ¿Con qué frecuencia se utiliza el sexo para resolver desavenencias?



William enarcó las cejas. —Antes de que dé por sentado que Maite sufre con las exigencias de mi libido hiperactiva, debe saber que ella toma la iniciativa en el sexo por lo menos con la misma frecuencia que yo. Y de preocuparse alguien por mantener el ritmo, sería yo por el mero hecho de tener anatomía masculina.



El doctor Petersen me miró esperando confirmación. —La mayoría de las interacciones nos llevan al sexo —reconocí—, incluso las peleas.



—¿Antes o después de que los dos deis por resuelto el conflicto?



Suspiré. —Antes.



El doctor dejó el lápiz electrónico y se puso a teclear. Se me ocurrió que al final acabaría teniendo una novela. —¿Vuestra relación ha sido tan sexual desde el principio? —preguntó.



Asentí con la cabeza, pese a que él no estaba mirando. —Sentimos una fuerte atracción mutua.



—Obviamente. —Levantó la vista y nos dedicó una amable sonrisa —. No obstante, me gustaría proponeros la posibilidad de una abstinencia mientras...



—No hay ninguna posibilidad —terció William—. Eso es imposible. Sugiero que nos centremos en lo que no funciona sin suprimir una de las pocas cosas que sí lo hacen.



—No estoy seguro de que esté funcionando, William —dijo el doctor Petersen sin alterarse—. No como debería.



—Doctor. —William apoyó un tobillo en la rodilla contraria y se echó hacia atrás, dando la imagen de quien ha tomado una decisión irrevocable —. Sólo muerto podría mantener las manos lejos de ella. Encuentre otra forma de arreglarnos.

***

—No tengo experiencia en esto de la terapia —dijo William después, cuando estábamos ya en el Bentley camino de casa—. Así que no estoy seguro. ¿Ha sido tan desastroso como parecía?



—No podría haber ido mejor —respondí yo, desfallecida, apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos. Estaba muy cansada. Demasiado cansada para pensar siquiera en asistir a la clase de Krav Maga de las ocho —. Mataría por una ducha rápida y mi cama.



—Yo aún tengo cosas que hacer.



—Muy bien. —Bostecé—. ¿Qué tal si nos tomamos la noche libre y nos vemos mañana?



Mi sugerencia fue recibida con un espeso silencio. Tras unos instantes, se hizo tan tenso que me llevó a levantar tanto la cabeza como mis pesados párpados para mirarle. Tenía los ojos clavados en mí, apretados los labios en una delgada línea que expresaba frustración. —Me estás rehuyendo.



—No, qué va...



—¡Y una mierd*** que no! Me has juzgado y condenado, y ahora me eludes.



—Estoy exhausta, William. Y aguanto sandeces hasta cierto punto. Necesito dormir y...

—Y yo te necesito a ti —soltó—. ¿Qué voy a tener que hacer para que me creas?



—No creo que estés engañándome, ¿vale? Por muy sospechoso que parezca todo, no logro convencerme a mí misma de que serías capaz. Es tanto secreto lo que empieza a superarme. Yo estoy poniendo toda la carne en el asador, y tú...



—¿Crees que yo no? —Se removió en el asiento, colocando una pierna doblada entre los dos para mirarme cara a cara—. Nunca había luchado tanto por algo en la vida como lo hago por ti.



—No puedes hacer ese esfuerzo por mí. Tienes que hacerlo por ti mismo.



—No me vengas con esas gilipolleces. No necesitaría trabajar en mis habilidades de relación con nadie más.



Con un tenue gemido, apoyé la mejilla en el asiento y cerré los ojos otra vez. —Estoy cansada de pelear, William. Sólo quiero un poco de paz y tranquilidad por una noche. Me he encontrado mal todo el día.



—¿Estás enferma? —Cambiando de postura, me rodeó la nuca con delicadeza y me puso los labios en la frente—. No parece que tengas fiebre. ¿Tienes el estómago revuelto?



Aspiré hondo, absorbiendo el delicioso aroma de su piel. El deseo de hundir la cara en el hueco de su cuello era casi irresistible. —No. —Y entonces caí en la cuenta. Emití un gemido.



—¿Qué ocurre? —Me acercó a su regazo, meciéndome—. ¿Qué te pasa? ¿Necesitas un médico?



—Es el periodo —susurré, no queriendo que Angus lo oyera—. Tiene que bajarme un día de éstos. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Ahora entiendo por qué estoy tan cansada y de mal humor; soy muy sensible a las hormonas.



Se quedó callado. Tras unos instantes, incliné la cabeza hacia atrás para verle la cara. —Eso es nuevo para mí. No es algo que se te presente cuando llevas una vida sexual irregular —reconoció, con gesto compungido.



—Tienes suerte. Vas a experimentar el inconveniente reservado a los hombres con novia o esposa.



—Sí que tengo suerte. —William me apartó de las sienes unos mechones de pelo suelto, enmarcado su esculpido rostro por su frondoso cabello—. Y quizá, si de verdad tengo suerte, tú te sientas mejor mañana y vuelva a gustarte de nuevo.



Oh, Dios. Sentí que me dolía el corazón. —Me gustas, William. Lo único que no me gusta es que te guardes secretos. Terminarán por separarnos.



—No lo permitas —murmuró, recorriéndome las cejas con la yema del dedo—. Confía
en mí.



—Haz tú otro tanto conmigo.



Encorvándose hacia mí, apretó sus labios contra los míos. —¿Es que no lo sabes, cielo? —dijo en voz baja—. No hay nadie en quien confíe más.



Deslizando los brazos por debajo de su chaqueta, le abracé, empapándome de la calidez de su cuerpo macizo. No podía evitar la preocupación de que estuviéramos empezando a alejarnos el uno del otro.



William aprovechó la situación y hundió la lengua en mi boca, tocando e incitando ligeramente a la mía con aterciopeladas lamidas. Engañosamente pausadas. Busqué un contacto más profundo, necesitada de más. Siempre más, aborreciendo el que, aparte de esto, me ofreciera tan poco de sí mismo.



Gimió dentro de mi boca, un erótico sonido de placer y necesidad que me recorrió entera. Ladeando la cabeza, apretó sus labios bellamente esculpidos contra los míos. Ese beso profundizó aún más, rozándose las lenguas, acelerándose la respiración de ambos. Tensó el brazo con el que me rodeaba la espalda, acercándome más a él.



Flexionó las yemas de los dedos, amansándome aun cuando su beso crecía en intensidad. Me plegué a la caricia, necesitada del consuelo de su roce en mi piel desnuda.



—William... —Por primera vez, la cercanía física no fue suficiente para calmar el desesperado anhelo que me invadía.



—Shh —me tranquilizó—. Estoy aquí. No me voy a ningún sitio.



Cerré los ojos y hundí la cara en su cuello, preguntándome si no seríamos los dos demasiado testarudos y por eso seguiríamos juntos, aunque resultara que sería mejor terminar con aquella relación.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:29 pm

4

Me desperté con un grito que amortiguaba una palma sudorosa sobre mi boca. Un peso aplastante me dejaba sin aire mientras otra mano se movía por debajo de mi camisón, toqueteando y lastimándome. El pánico se apoderó de mí y me sacudí, pataleando frenéticamente.



No... Por favor, no... Ya basta. Otra vez no.



Resollando como un perro, Nathan me separó las piernas. La cosa dura de entre sus piernas hurgaba a ciegas, chocando contra la cara interna de mis muslos. No podía quitármele de encima. No podía huir.



¡Para! ¡Quítate de encima! No me toques. Oh, Dios... por favor, no me hagas eso... no me hagas daño...



¡Mamá!



Nathan me apretaba con fuerza, aplastándome la cabeza contra la almohada. Cuanto más forcejaba yo, más se excitaba él. Diciéndome entrecortadamente horribles y desagradables palabras al oído, encontró el lugar sensible de entre mis piernas y entró en mí, gruñendo. Me quedé paralizada, atrapada en una espiral de dolor.



Ya verás... —gruñó—... te gustará una vez dentro... pequeña zorra... te gustará...



No podía respirar, trémulos los pulmones con los sollozos, los orificios de la nariz tapados con el talón de su mano. Veía puntitos danzando delante de los ojos; me ardía el pecho. Seguí luchando... necesitaba aire... necesitaba aire desesperadamente...



—¡Maite! ¡Despierta!



Abrí los ojos de golpe al oír aquella voz apremiante. Conseguí soltarme de las manos que me sujetaban los bíceps, consiguiendo liberarme.



Pugné a zarpazos con las sábanas que me inmovilizaban las piernas... desplomándome...



El tremendo impacto contra el suelo me despertó por completo, y de mi garganta brotó un terrible sonido de dolor.



—¡Por Dios, Maite! ¡Maldita sea, no te hagas daño!



Aspiré grandes bocanadas de aire y me precipité hacia el baño a cuatro patas. William me cogió y me sujetó contra su pecho. —Maite.



—Arcadas —dije con voz entrecortada, poniéndome una mano en la boca al agitárseme el estómago.



—Ya te tengo —dijo con tono grave, llevándome en brazos con enérgicas zancadas. Me llevó al baño y levantó la tapa del inodoro.



Arrodillándose a mi lado, me sujetó el pelo hacia atrás mientras yo vomitaba, acariciándome arriba y abajo la espalda. —Shh..., cielo —murmuraba una y otra vez—. No pasa nada. Estás a salvo.



Cuando ya no me quedaba nada en el estómago, tiré de la cadena y apoyé la frente, empapada de sudor, en el antebrazo, procurando concentrarme en cualquier cosa menos en los últimos rastros del sueño.



—Nena.



Volví la cabeza y vi a Cary de pie en el umbral del baño, con un ceño que le echaba a perder su hermoso rostro. Estaba completamente vestido con unos vaqueros sueltos y una camiseta henley , lo cual hizo que me diera cuenta de que William también estaba vestido. Se había desprendido del traje con anterioridad, cuando volvimos a mi apartamento, pero no llevaba el chándal que se había puesto entonces. En su lugar, vestía unos vaqueros y una camiseta negra.



Desorientada por el aspecto de los dos, eché un vistazo a mi reloj y vi que era pasada la medianoche. —¿Qué estáis haciendo, chicos?



—Yo acabo de llegar —dijo Cary—. Y me he encontrado con Cross cuando subía.



Miré a William, cuyo gesto de preocupación no tenía nada que envidiar al de mi compañero de piso. —¿Has salido?



William me ayudó a ponerme en pie. —Ya te dije que aún tenía cosas que hacer. ¿ Hasta media noche?


—¿Qué cosas?



—Nada importante. Me desasí de él y me fui al lavabo a cepillarme los dientes. Otro secreto. ¿Cuántos tenía? Cary apareció a mi lado, su mirada se cruzó con la mía en el reflejo de mi espejo de aumento. —Hacía mucho tiempo que no tenías un mal sueño. Al mirar yo sus preocupados ojos verdes, le dejé ver lo agotada que estaba. Me dio un apretón en el hombro para tranquilizarme.



—Nos lo tomaremos con calma este fin de semana. Cargaremos las pilas. A los dos nos hace falta. ¿Estarás bien esta noche?



—Me tiene a mí. —William se levantó de su asiento en el borde de la bañera, donde se había quitado las botas.



—Eso no quiere decir que yo no esté aquí. —Cary me dio un beso rápido en la sien—. Grita si me necesitas.



La mirada que me lanzó antes de salir de la habitación lo decía todo... No se sentía muy cómodo con William durmiendo en casa. La verdad era que yo tenía mis reservas también. Pensaba que el recelo que producía ese trastorno del sueño de William estaba contribuyendo en gran medida a mi descontrol emocional. Como Cary me había dicho recientemente, el hombre al que amaba era una bomba de relojería, y yo dormía con él.



Me enjuagué la boca y volví a poner el cepillo de dientes en su soporte. —Necesito una ducha.



—Necesito una ducha. Había tomado una antes de sufrir el colapso, pero me sentía sucia otra vez. Tenía la piel impregnada de sudor frío y cuando cerraba los ojos, olía a él ,a Nathan.



William abrió el agua, luego empezó a desnudarse, distrayéndome felizmente con la visión de su magnífico cuerpo macizo. Tenía los músculos duros y bien definidos, era de constitución delgada pero poderosa y elegante.



Dejé la ropa donde cayó al suelo y me deslicé bajo la lluvia de agua caliente con un quejido. Él entró detrás de mí; empezó a cepillarme el pelo hacia un lado y me besó en el hombro. —¿Qué tal estás?



—Mejor. — Porque estás cerca .



Me rodeó la cintura con los brazos y dejó escapar una trémula exhalación. —Yo... ¡Por Dios, Maite! ¿Estabas soñando con Nathan?



Respiré hondo. —Algún día hablaremos de nuestros sueños, ¿eh?

Inspiró con fuerza, tensando los dedos contra mis caderas. —Es así, ¿verdad?



—Sí —musité—. Es así.



Estuvimos allí durante un buen rato, rodeados de vapor y secretos, físicamente cercanos pero emocionalmente distantes. Lo detestaba. Sentía unas abrumadoras ganas de llorar y no las reprimí. Me sentaba bien desahogarme. Toda la tensión de aquel largo día parecía abandonarme con los sollozos.



—Cielo... —William se apretó contra mi espalda, rodeándome la cintura con los brazos, sosegándome con el escudo protector de su enorme cuerpo—. No llores... ¡Dios! No puedo soportarlo. Dime qué necesitas, cielo. Dime qué puedo hacer.



—Lávamelo —susurré, apoyándome en él, necesitada del consuelo de su tierna actitud posesiva. Entrelazamos los dedos sobre mi estómago—. Límpiame.



—Lo estás.



Tomé aire trémulamente, moviendo la cabeza.



—Escúchame, Maite. Nadie puede tocarte —dijo con fiereza—. Nadie podrá acercarse a ti. Nunca más.



Apreté los dedos sobre los suyos. —Tendrán que pasar por encima de mí, Maite. Y eso no ocurrirá nunca. El dolor que me atenazaba la garganta me impedía hablar. La idea de que William hiciera frente a mi pesadilla... de que viera al hombre que me había hecho aquellas cosas... tensaba aún más el gélido nudo que había sentido en el estómago todo el día.



William alcanzó el champú y yo cerré los ojos, tratando de no pensar en nada, excepto en el hombre cuya única preocupación en aquel momento era yo.



Esperaba con ansia el tacto de sus dedos mágicos. Y cuando llegó, tuve que apoyarme en la pared de delante para no perder el equilibrio. Con ambas palmas apretadas contra el frío azulejo, saboreé entre gemidos el tacto de sus dedos masajeándome el cuero cabelludo. —¿Te gusta? —preguntó, con voz grave y áspera.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:32 pm

—Siempre.



Me entregué por completo a aquella dicha mientras él me lavaba y suavizaba el pelo, temblando ligeramente cuando me pasaba un peine de púa ancha por mis empapados mechones. Lamenté que hubiera terminado y debí de emitir algún sonido de pesar, porque él se inclinó hacia delante. —Aún no he terminado —me aseguró.



Me llegó el olor de mi gel baño... entonces... — William.



Me rendí a la suavidad de sus manos enjabonadas. Me masajeó delicadamente los nódulos de mis hombros, ablandándolos con la presión adecuada de sus pulgares. Luego se empleó a fondo con la espalda... las nalgas... las piernas...—Me voy a caer... —dije, arrastrando las palabras, ebria de placer.



—Yo te cogeré, cielo. Siempre te cogeré.



El dolor y la humillación de mis recuerdos se evaporaron bajo el reverencial cuidado, desinteresado y paciente, de William. Más que el agua y el jabón, era su tacto el que me liberaba de la pesadilla. Me giré ante su insistencia y contemplé cómo, agachado allí delante, deslizaba las manos por mis pantorrillas, su cuerpo una increíble exhibición de músculo prieto y flexible. Rodeándole la mandíbula con las manos, le alcé la cabeza.



—¡Puedes hacerme tanto bien, William...! —le dije quedamente—. No sé cómo podría olvidarlo. Ni por un minuto siquiera.



Hinchó el pecho al tomar una rápida y profunda bocanada de aire. Se enderezó, deslizando las manos por mis muslos, hasta ponerse a mi altura. Apretó sus labios contra los míos, suavemente. Ligeramente. —Sé que hoy ha sido un día muy jodido. ¡Mierd***!... toda la semana. Ha sido muy difícil para mí también.



—Lo sé. —Le abracé, apretando mi mejilla contra su pecho. Era tan sólido y fuerte... Me encantaba cómo me sentía cuando estaba entre sus brazos.



Notaba su pene grueso y duro entre los dos, y más aún cuando me acurruqué contra él. —Maite... —carraspeó—. Déjame terminar, cielo.



Le mordisqueé la barbilla y llevé las manos a su perfecto trasero, empujándole hacia mí. —¿Por qué no empiezas, mejor?



—Esto no iba encaminado hacia ese fin.



Como si pudiera haber terminado de otra manera cuando estábamos desnudos los dos deslizándonos las manos por todas partes. William podía ponerme la mano en la parte inferior de la espalda mientras caminábamos y me excitaba igual que si me la pusiera entre las piernas. —Bueno... entonces vuelve a repasar, campeón.



William llevó las manos a ambos lados de mi garganta, con los pulgares bajo la barbilla para empujar hacia arriba. Su ceño fruncido le delató, y antes de que pudiera decirme por qué no era buena idea que hiciéramos el amor en ese momento, le cogí la polla con ambas manos.



Emitió un gruñido al tiempo que le daba una sacudida en las caderas.—Maite...



—Sería una pena desperdiciarlo.



—No puedo fastidiarla contigo. —Sus ojos eran oscuros como zafiros—.



Si alguna te atemorizara al tocarte, me volvería loco. —William, por favor...



—Yo digo cuándo. —Su voz de mando era inconfundible.



Le solté automáticamente.



Él retrocedió y se alejó, bajando la mano para empuñarse la polla.



Yo me revolvía nerviosa, sin poder apartar la vista de aquella habilidosa mano y sus largos y elegantes dedos. A medida que la distancia entre nosotros se agrandaba, empecé a suspirar, mi cuerpo respondía a la pérdida del suyo. La cálida languidez que él le había infundido con su roce se convirtió en un fuego lento, como si hubiera preparado una hoguera que hubiera sido atizada de repente.



—¿Ves algo que te guste? —ronroneó, masturbándose.



Asombrada de que se burlara de mí después de haberme rechazado, levanté la vista... y me quedé sin respiración.


William ardía también. No se me ocurría otra palabra para describirle. Me miraba con los apárpados cargados, como si quisiera comerme viva .

Se pasó la lengua despacio por la costura de sus labios, como si estuviera saboreándome. Cuando se mordió todo el labio inferior, habría jurado que lo sentí entre mis piernas. Conocía tan bien aquella mirada... lo que venía a continuación... lo fiero que podía ser cuando me deseaba de aquella manera.



Era una mirada que pedía SEXO a gritos. Sexo duro, hondo, interminable, de alucinar. Estaba allí, en el otro extremo de mi ducha, separados los pies, con aquel cuerpo de marcados músculos flexionándose rítmicamente mientras se acariciaba su hermosa polla con unos roces largos y lentos.



Nunca había visto nada tan abiertamente sexual, tan audazmente masculino. —¡Dios mío! —susurré, fascinada—. ¡Joder, qué caliente eres!



El brillo de sus ojos me decía que era consciente de lo que me estaba haciendo. Deslizó la mano que tenía libre hacia su escalonado abdomen y se apretó el pectoral, dándome envidia. —¿Podrías correrte mientras me miras?



Entonces caí en la cuenta. Temía tocarme de un modo sexual cuando había pasado tan poco tiempo desde mi pesadilla, temía lo que pudiera ocurrir entre nosotros si me incitaba. Pero estaba dispuesto a montar todo un número para mí —para inspirarm—, de manera que pudiera tocarme a mí misma. La oleada de emoción que sentí en ese momento fue tremenda. Gratitud y afecto, deseo y ternura. —Te quiero,William.



Cerró los ojos, apretándolos, como si aquellas palabras fueran demasiado para él. Cuando volvió a abrirlos, la fuerza de su voluntad me produjo un estremecimiento de deseo. —Demuéstramelo.



Rodeaba con la palma de la mano la ancha cabeza de su polla. Apretó, y el arrebol que le cruzó el rostro me llevó a mí a juntar los muslos con fuerza. Se frotó el círculo plano de un pezón. Una, dos veces. Emitió un áspero sonido de placer que me hizo salivar.



El agua que me daba en la espalda y la nube de vapor que se alzaba entre nosotros no hacía sino añadir erotismo a la imagen que él ofrecía. Aceleró el movimiento de la mano, deslizándola rítmicamente arriba y abajo. Era tan larga y gruesa... Indudablemente viril.



Incapaz de aguantar el dolor de mis pezones endurecidos, me llevé ambas manos a los pechos y apreté. —Eso es, cielo. Muéstrame lo que te hago.



Hubo un momento en el que me pregunté si podría. No hacía mucho que me había sentido avergonzada al hablar cara a cara con William de mi vibrador. —Mírame,Maite. —Se cogió las pelotas con una mano y la polla con la otra. Estaba descaradamente empalmado.



—No quiero correrme sin ti. Quiero que me acompañes.



Quería estar igual de excitada para él. Quería que suspirara y se sintiera tan necesitado como me sentía yo. Quería que mi cuerpo —mi deseo— se le grabara a fuego en el cerebro como aquella imagen de él quedaría grabada en el mío.



Con los ojos clavados en los suyos, deslicé las manos por mi cuerpo. Observaba sus movimientos... estaba atenta por si le oía quedarse sin aliento... me servía de sus pistas para saber qué le volvía loco.



De algún modo era tan íntimo como cuando estaba dentro de mí, quizá más, puesto que estábamos separados y expuestos del todo.



Completamente desnudos. Nuestro placer se reflejaba en el otro. Empezó a decirme lo que quería con esa áspera voz de dios del sexo: —Tírate de los pezones, cielo... Tócate... ¿estás húmeda? Métete los dedos... ¿Notas lo prieta que estás? Un pequeño cielo, apretado y suave, para mi verg***... Eres tan jodidamente guapa... tan sexy. La tengo tan dura que me duele... ¿Ves lo que haces conmigo? Voy a correrme entero para ti...



—William—susurré, masajeándome el clítoris en rápidos círculos con la yema de los dedos, ayudándome con el movimiento de las caderas.



—Estoy ahí contigo —dijo con voz ronca, pelándosela con rápidos y brutales movimientos de la mano en su carrera hacia el orgasmo.



A la primera sacudida de mi vagina, grité, temblándome las piernas. Apoyé una palma contra el cristal de la cabina para no caerme, pues el orgasmo me había dejado sin fuerzas en los músculos. William vino a mí un segundo después, aferrándose a mis caderas de una forma que expresaba avidez y posesión, tensando los dedos con impaciente agitación.



—¡Maite!—bramó, al tiempo que la primera ráfaga de espeso semen se estrellaba en mi vientre—. Joder.



Encorvándose sobre mí, me hundió los dientes en esa zona sensible entre el cuello y el hombro, un sencillo asidero que revelaba la crudeza de su placer. Los bramidos que profería retumbaban en mí, entonces se corrió con todas sus fuerzas, a borbotones, contra mi estómago.



Era poco después de las seis de la mañana cuando salí del dormitorio sigilosamente. Llevaba un rato levantada, viendo dormir a William. Era todo un lujo, pues rara vez conseguía despertarme antes que él. Podía contemplarle sin ninguna preocupación de que se molestara.



Sin hacer ruido recorrí el pasillo hasta llegar al espacio diáfano de la principal zona de estar. Era ridículo que Cary y yo viviéramos en el Upper West Side en un apartamento lo bastante grande como para una familia, pero hacía tiempo que había aprendido a no librar todas las batallas en lo que se refería a discutir con mi madre y mi padrastro sobre mi seguridad. De ninguna manera iban a cambiar de opinión sobre la ubicación o ciertos aspectos de seguridad como un conserje y una zona de recepción, pero podía aprovecharme de mi colaboración en el tipo de vivienda para conseguir que ellos cedieran en otros puntos.



Estaba en la cocina esperando a que se terminara de hacer el café cuando apareció Cary. Estaba increíble con un chándal gris de la Universidad Estatal de San Diego, el pelo marrón chocolate todo despeinado tras una noche de sueño, y la barba de un día. —Buenos días, nena —murmuró, plantándome un beso en la sien al pasar.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:32 pm

—Te has levantado pronto.



—Mira quién habla. —Sacó dos tazas del armario, luego la leche semidesnatada del frigorífico. Me acercó las dos cosas y se me quedó mirando—. ¿Qué tal estás?



—Estoy bien. En serio —insistí ante su escéptica mirada—.William me cuidó.



—Vale, ¿pero realmente es tan buena idea si resulta que él es la razón de que estés lo bastante estresada como para tener pesadillas?



Llené dos tazas, añadiendo azúcar a la mía y leche a ambas. Mientras lo hacía, le hablé de Corinne y la cena en el Waldorf, y la discusión que había tenido con William a propósito de la presencia de aquélla en el Crossfire. Cary permaneció con la cadera apoyada en el mostrador, las piernas cruzadas en los tobillos y un brazo cruzado en el pecho. Daba sorbos a su café. —Sin más explicaciones, ¿eh?



Negué con la cabeza, sintiendo el peso del silencio de William. —¿Y a ti? ¿Qué tal te va?



—¿Vas a cambiar de tema?

—No hay nada más que contar. Es una versión parcial.



—¿Alguna vez dejas de pensar en que quizá siempre tenga secretos?



Frunciendo el ceño, bajé la taza. —¿A qué te refieres?



—Me refiero a que es el hijo de veintiocho años de un estafador suicida, seguidor del esquema Ponzi, y que casualmente es el propietario de un buen pedazo de Manhattan. —Alzó una ceja desafiante—. Piénsalo. ¿Realmente son cosas que puedan excluirse mutuamente?



Bajando la mirada a mi taza, tomé un sorbo y no le confesé que yo me había preguntado eso mismo una o dos veces. La magnitud de la fortuna y del imperio de William era asombrosa, sobre todo teniendo en cuenta su edad.



—No imagino a William timando a gente, no cuando resulta que es un desafío mayor lograr lo que tiene legítimamente.



—Con todos los secretos que tiene, ¿puedes estar segura de que le conoces lo suficiente como para emitir ese juicio subjetivo?



Pensé en el hombre que había pasado la noche conmigo y me sentí tranquila de lo segura que estaba de mi respuesta... al menos de momento. —Sí.



—De acuerdo, entonces. —Cary se encogió de hombros—. Ayer hablé con el doctor Travis.



Inmediatamente mis pensamientos dieron un giro cuando mencionó a nuestro terapeuta de San Diego. —¿Ah, sí?



—Sí. La otra noche la cagué de verdad.



Por la agitada forma en que se apartaba el flequillo de la frente, supe que se refería a la orgía con la que me había encontrado.



—Cross le rompió a Ian la nariz y le partió el labio —dijo, recordándome lo violentamente que había respondido William a la grosera proposición del amigo de Cary de que me uniera a ellos—. Ayer vi a Ian y parece como si le hubieran dado en la cara con un ladrillo. Me preguntó quién le había zurrado, para poder presentar cargos.



—Oh. —Por unos instantes me falló la respiración—. ¡Mierd***!



—Lo sé. Multimillonarios más demandas judiciales es igual abeaucoup pavos. ¿En qué Oops estaba yo pensando? —Cary cerró los ojos y se los frotó—. Le dije que no sabía quién era tu acompañante, que debía de tratarse de algún tío que te habías ligado y llevado a casa. Cross le atacó por el lado ciego, así que Ian no vio una mierd***.



—Las dos chicas que estaban contigo vieron a William perfectamente — repliqué en tono grave.



—Salieron volando por esa puerta —Cary apuntó hacia el otro lado del salón como si la puerta siguiera reverberando por el portazo— como almas que lleva el diablo. No vinieron a urgencias con nosotros, y ninguno de los dos sabemos quiénes son. Si Ian no se las encuentra, no hay problema.



Noté un escalofrío y me froté el estómago, me encontraba mal otra vez. —Estaré al tanto de la situación —me aseguró—. La noche entera fue una seria llamada de atención, y hablar sobre ella en psicoterapia me dio cierta perspectiva. Después, fui a ver a Trey. Para disculparme.



Oír el nombre de Trey me entristeció. Yo confiaba en que la prometedora relación de Cary con el estudiante de veterinaria funcionase,pero Cary se había encargado de sabotearla. Como siempre. —¿Qué tal te fue?



Se encogió de hombros otra vez, pero el movimiento fue incómodo. —Le hice daño la otra noche porque soy gilipollas. Y ayer volví a hacérselo tratando de hacer lo correcto.acérselo tratando de hacer lo correcto. —¿Rompiste la relación? —Le tendí una mano y le apreté la suya cuando la colocó sobre la mía.



—Se ha enfriado bastante. Como el hielo. Quiere que sea gay, y no lo soy.



Resultaba doloroso oír que alguien quería que Cary fuera diferente a como era, porque siempre le había pasado lo mismo. Me costaba entender cuál era la razón. Para mí, era maravilloso tal cual.



—Lo siento mucho, Cary.



—Yo también, porque es un tipo estupendo. Sencillamente ahora mismo no estoy preparado para las exigencias de una relación complicada. Tengo mucho trabajo. Aún no soy lo bastante estable como para que me joroben la cabeza. —Se le fruncieron los labios—. Quizá tú también deberías pensarlo. Acabamos de mudarnos aquí. Los dos aún tenemos cosas que resolver.



Asentí con la cabeza, entendiendo sus razones y sin discrepar, pero decidida a luchar por mi relación con William. —¿También has hablado con Tatiana?



—No hace falta. —Me pasó un pulgar por los nudillos—. Ella es fácil.



Resoplando, tomé un buen trago del café que se me estaba enfriando.



—No sólo en ese sentido —me reprendió, esbozando una pícara sonrisa —. Quiero decir que no espera nada ni exige nada. Mientras me vista bien y llegue al orgasmo al menos tantas veces como yo, todo va bien. Y yo estoy a gusto con ella, y no sólo porque sea capaz de succionar el acerocromo de un parachoques. Es relajante estar con alguien que simplemente quiere divertirse y no provoca estrés.



—William me conoce. Comprende mis problemas e intenta ayudarme con ellos. Él está intentándolo también, Cary. Tampoco es fácil para él.



—¿Crees que Cross echó un polvo de mediodía con su ex? —preguntó sin rodeos.



—No.



—¿Estás segura?



Respiré hondo y tomé un tonificante trago de café. —Prácticamente —admití—. Creo que bebe los vientos por mí. La cosa está de lo más ardiente entre nosotros, ¿sabes? Pero su ex tiene algún poder sobre él. Él dice que es culpabilidad, pero eso no explica su fascinación con las morenas.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:34 pm

—Explica por qué perdiste los estribos y le pegaste; el que ella le ronde otra vez te reconcome. Pero él sigue sin decirte qué pasa. ¿Te parece bien?



No. Ya lo sabía. Lo detestaba. —Ayer por la tarde vimos al doctor Petersen.



Cary enarcó las cejas. —¿Y qué tal fue?



—No nos dijo que echáramos a correr, que nos alejáramos el uno del otro rápidamente.

—No nos dijo que echáramos a correr, que nos alejáramos el uno del otro rápidamente.





—¿Y si os lo dijera? ¿Le harías caso?



—No pienso achicarme esta vez cuando las cosas se pongan difíciles. En serio, Cary —le sostuve la mirada—, ¿realmente he adelantado algo si no soy capaz de hacer frente al oleaje?



—Nena, Cross es un tsunami.



—¡Ja! —Sonreí, incapaz de evitarlo. Cary podía hacerme sonreír entre lágrimas—. Si te digo la verdad, si no soluciono esto con William, dudo que pueda hacerlo con nadie más.



—¡Ahí está tu autoestima de mierd***!



—Conoce lo que llevo conmigo.



—Vale.



Alcé las cejas, sorprendida. —¿Vale? —Demasiado fácil.



—No me lo trago, pero estoy dispuesto a hacerlo. —Me cogió de la mano—. Vamos, ven que te peino. Sonreí, agradecida.



—Eres el mejor.



Chocó su cadera contra la mía. —Y no dejaré que lo olvides.

5

—Para ser una trampa mortal —dijo Cary—, ésta es muy fardona.



Meneé la cabeza cuando le precedí para entrar en la cabina principal del avión privado de William. —No vas a morir. Volar es más seguro que conducir.



—¿Y tú no crees que la industria aeronáutica habrá pagado para que se recopilen esas estadísticas?



Al pararme para darle un manotazo en el hombro, paseé la mirada por aquel increíble y opulento interior y me sentí algo más que asombrada. A lo largo de mi vida había visto unos cuantos aviones privados, pero, como siempre,William alcanzaba unas cotas a las que pocos podían permitirse llegar.



La cabina era espaciosa, con un amplio pasillo central. La gama de colores era neutra con detalles marrones y de un azul glacial. A la izquierda había asientos envolventes giratorios con mesas, mientras que a la derecha se veía un sofá modular. Cada silla tenía al lado una consola de entretenimiento de uso individual. Yo sabía que al fondo del avión se encontraría un dormitorio y uno o dos suntuosos baños.



Un auxiliar de vuelo se encargó de mi bolsa de lona y de la de Cary, luego nos indicó que tomáramos asiento en una de las zonas de sillas que tenían mesa. —El señor Cross llegará en diez minutos —informó—. Mientras tanto, ¿quieren tomar algo?



—Agua para mí, por favor. —Miré mi reloj. Eran las siete y media pasadas.



—Un Bloody Mary —pidió Cary—, si tienen.



El auxiliar sonrió. —Tenemos de todo.



Cary captó mi mirada. —¿Qué? No he cenado todavía. El zumo de tomate me mantendrá hasta que comamos, y el alcohol servirá para que el Dramamine me haga efecto antes.



—Yo no he dicho nada —protesté.



Me giré para mirar por la ventana el cielo de la tarde, y enseguida se me vino Gideon al pensamiento, como siempre. Había estado muy tranquilo todo el día, desde el momento en que se despertó. Habíamos hecho el camino al trabajo en silencio, y cuando a las cinco terminó mi jornada, me había llamado sólo para decirme que Angus me llevaría a casa y que luego nos conduciría a Cary y a mí al aeropuerto, donde él se reuniría con nosotros.



En cambio, opté por volver andando a casa, puesto que no había ido al gimnasio la noche anterior ni había tenido tiempo de hacer ejercicio antes del vuelo. Angus me había advertido que a William no le gustaría que me negara a ir en el coche, pese a que lo había hecho educadamente y con una buena razón. Creo que Angus pensó que estaba enfadada con él por llevar en coche a Corinne, y en cierto modo así era. Lamentaba reconocer que, por un lado, deseaba que se sintiera mal por ello. Y por otro, detestaba que pudiera ser tan infame.



Mientras cruzaba Central Park, dando un rodeo por un camino entre árboles altos, me propuse que no iba a ser mezquina por ningún tío.



Ni siquiera por William. No iba a permitir que mi frustración con él impidiera que me lo pasara bien en Las Vegas con mi mejor amigo.



A medio camino de casa, me había detenido y dado la vuelta, al reconocer el ático de William en lo alto de la Quinta Avenida. Me pregunté si estaría allí, haciendo la maleta y planificando un fin de semana sin mí. O si seguiría en el trabajo, concluyendo los negocios urgentes de la semana.



—Oh-oh —canturreó Cary, cuando el auxiliar de vuelo regreso con una bandeja con nuestras bebidas—. Tienes esa mirada.



—¿Qué mirada?



—La mirada de estoy que echo humo. —Chocó su vaso alargado y fino contra el mío de agua—. ¿Quieres hablar de ello?



Estaba a punto de responder cuando William entró en el avión. Tenía un aspecto adusto y llevaba un maletín en una mano y una bolsa en la otra.



Después de entregarle la bolsa al auxiliar de vuelo, se detuvo junto a mí y a Cary, saludando a mi compañero de piso con un rápido gesto de la cabeza antes de acariciarme la mejilla con el dorso de los dedos. Aquel mero roce me atravesó como una descarga de electricidad. Luego entró en una cabina de la parte trasera y cerró la puerta.



Arrugué el ceño. —Es tan voluble...



—Y está buenísimo también. Hay que ver lo que hace a ese traje...



La mayoría de los trajes hacían al hombre. William hacía cosas a un traje de tres piezas que deberían haber estado prohibidas. —No me distraigas con su aspecto —refunfuñé.



—Hazle una mamad***. Es un mejorante del humor garantizado.



—Dicho por un hombre.



—¿Esperabas algo diferente? —Cary cogió la botella fría de cristal que contenía el agua que no había cabido en mi vaso de cristal—. Fíjate en esto.


Me mostró la etiqueta, que llevaba el nombre de Cross Towers and Casino. —Eso sí que es una fanfarronada.



Hice un gesto burlón. —Es para las ballenas.



—¿Qué?



—Son los grandes apostadores de los casinos. Los jugadores que no pestañean al poner cien de los grandes a una carta. Reciben muchos obsequios para atraerlos: alimentos, suites y viajes de ida y vuelta. El segundo marido de mi madre era un cliente ballena. Ésa fue una de las razones por las que le dejó.



Me miró meneando la cabeza. —Joder, tú lo sabes. ¿Es este un avión de la compañía?
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:35 pm

—Uno de cinco —respondió el auxiliar, que regresaba con una bandeja de frutas y queso.



—¡Madre mía! —musitó Cary—. Eso es toda una flota.



Le miré mientras sacaba del bolsillo una caja de Dramamine y se tragaba las píldoras con su Bloody Mary. —¿Quieres? —preguntó, dando unos golpecitos al envoltorio que estaba sobre la mesa.



—No, gracias.



—¿Vas a vértelas con Don Buenorro y Voluble?



—No estoy segura. Creo que voy a sacar mi libro electrónico.



Cary asintió con la cabeza. —Probablemente sea lo mejor para tu salud mental.



Treinta minutos después, Cary roncaba ligeramente en su asiento reclinable, con unos auriculares supresores de ruido en las orejas. Le observé durante un minuto largo, apreciando esa imagen de él con aspecto tranquilo y relajado, suavizadas con el sueño las finas estrías de alrededor de la boca.



Luego me levanté y fui a la cabina en donde había visto entrar a William antes. Dudé sobre si llamar o no, y, al final, decidí que no. Me había dejado fuera; no iba a darle la oportunidad de hacerlo ahora.



Levantó la vista cuando entré, sin mostrar sorpresa ante mi súbita aparición. Estaba sentado a un escritorio, escuchando a una mujer que hablaba con él por videoconferencia. Tenía la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y aflojada la corbata. Tras mirarme brevemente, reanudó la conversación.



Empecé a quitarme la ropa.



Lo primero fue la camiseta sin mangas, luego las sandalias y los vaqueros. La mujer seguía hablando, mencionando «motivos de preocupación» y «discrepancias», pero William tenía los ojos clavados en mí, ardientes y ávidos.



—Volveremos sobre esto por la mañana, Allison —terció, apretando un botón en el teclado que oscureció la pantalla justo antes de que le lanzara el sujetador a la cabeza.



—Soy yo la que está con el síndrome premenstrual, pero eres tú quien tiene los cambios de humor.



Tiró del sujetador hasta que le cayó en el regazo y se echó hacia atrás en la silla, apoyando los codos en los reposabrazos y juntando los dedos de las manos en forma de torre. —¿Vas a hacer un striptease para que me mejore el humor?



—¡Ja! ¡Qué predecibles sois los hombres! Cary me sugirió que te la mamara para que te pusieras contento. No... no te emociones. —Enganché los pulgares en la cinturilla de mis bragas y me balanceé sobre los talones. Tuve que hacer méritos para que me mirara a los ojos y no a los pechos—. Creo que estás en deuda conmigo, campeón. De primera línea. Estoy siendo una novia muy comprensiva, dadas las circunstancias, ¿no te parece?



Arqueó el ceño. —Me refiero a que me gustaría ver qué harías —continué—, si vinieras a mi casa y pillaras a mi exnovio saliendo a la calle mientras se metía la camisa por dentro de los pantalones. Y luego, cuando subieras, encontraras el sofá todo revuelto y a mí recién salida de la ducha.



A William se le tensó la mandíbula. —A ninguno de los dos nos gustaría ver lo que haría.



—Así que los dos estamos de acuerdo en que he estado la mar de formidable bajo circunstancias extraordinarias. —Crucé los brazos sabiendo que de esa manera exhibía los bienes que él amaba—. Dejaste muy claro cómo me castigarías. ¿Qué harías para recompensarme?



—¿Es decisión mía? —preguntó, arrastrando las palabras, pesados los párpados.



Sonreí. —No.



Dejó mi sujetador sobre el teclado y se levantó lentamente, con gracia.
—Entonces, ésa es tu recompensa, cariño. ¿Qué quieres?



—Quiero que dejes de ser un gruñón, para empezar.



—¿Gruñón? —Torció los labios reprimiendo una sonrisa—. Bueno, me he despertado sin ti, y ahora tengo que afrontar otras dos mañanas de la misma manera.



Bajé los brazos a ambos lados, me fui hacia él y le puse las palmas en el pecho. —¿Realmente sólo es eso?



—Maite. —Era un hombre fuerte, físicamente vigoroso, y, sin embargo, me tocaba con tal deferencia...



Bajé la cabeza, consciente de que algo en mi voz me había delatado. Él era muy perspicaz.



Cogiéndome la cara entre sus manos, William me echó la cabeza hacia atrás y me escudriñó. —Habla conmigo.



—Tengo la impresión de que te estás alejando.



Entre nosotros retumbó un tenue gruñido. —Tengo muchas cosas en la cabeza. Eso no significa que no piense en ti.



—Lo percibo, William. Hay una distancia entre nosotros que no existía antes.



Deslizó las manos hasta mi cuello, envolviéndolo. —No hay ninguna distancia. Me tienes agarrado por el cuello, Maite.— Apretó levemente—. ¿No percibes eso?



Respiré bruscamente. La inquietud me aceleró el latido del corazón, una respuesta física al miedo que me venía de dentro y no de William, de quien tenía la certeza de que nunca me haría daño ni me pondría en peligro. —A veces —dijo con voz ronca, mirándome con abrasadora intensidad —, me cuesta mucho respirar.


Podría haber escapado de no ser por aquellos ojos, que revelaban tanto anhelo y tanta
confusión... Estaba haciéndome sentir a mí la misma pérdida de fuerza, la misma sensación de depender de otra persona hasta para respirar.



Así que hice lo contrario de correr. Echando la cabeza hacia atrás, me entregué, y aquel hormigueo de temor desapareció inmediatamente.



Me daba cuenta de que William tenía razón sobre mi deseo de cederle el control. Al hacerlo, algo se sosegaba en mi interior, cierta necesidad que no sabía que tuviera.



Hubo una larga pausa en la que sólo se oía su respiración. Notaba cómo luchaba con sus emociones y me preguntaba cuáles serían, qué era lo que le atormentaba.



Liberó tensión con una profunda exhalación. —¿Qué necesitas, Maite?



—A ti... por encima de todo.



Deslizó las manos por mis hombros y apretó, luego me acarició a lo largo de los brazos. Entrelazó sus dedos con los míos y apoyó su sien contra la mía. —¿Qué te pasa a ti con el sexo y los medios de transporte?



—Contigo, en cualquier sitio y momento —le dije, repitiendo un sentir que en una ocasión me expresó él a mí—. Probablemente hasta el próximo fin de semana no estaré lista para zarpar, gracias a mi periodo.



—¡Joder!



—Ésa es la idea.



Alcanzó su chaqueta y, envolviéndome en ella, me condujo fuera de la cabina. —¡Oh, Dios! —Me aferré a las sábanas que tenía debajo, arqueando la espalda mientras William me sujetaba las caderas contra la cama y batía la lengua por mi clítoris. Tenía la piel cubierta de una fina capa de sudor, y se me nublaba la vista mientras mi vagina se tensaba preparándose para el orgasmo. El pulso me latía aceleradamente, en armonía con el zumbido constante de los motores del avión.



Ya me había corrido dos veces, tanto de ver su oscura cabeza entre mis piernas como por aquella pícara y privilegiada boca. Tenía las bragas destrozadas, literalmente hechas jirones por cómo me las agarraba, y él seguía completamente vestido.



—Estoy lista. —Le hundí los dedos en el pelo, notando la humedad en las raíces. El autodominio le pasaba factura. Siempre era muy cuidadoso conmigo, tomándose tiempo para asegurarse de que yo estaba blanda y húmeda antes de llenarme por completo con su grueso y largo miembro.



—Yo decido cuando estás lista.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:36 pm

—Quiero que entres... —De repente el avión tembló, y a continuación bajó, dejándome como en el aire, salvo por la succión de la boca de William. ¡William!



Me estremecí con otro orgasmo, arqueado mi cuerpo con la necesidad de sentirle dentro de mí. Entre el latido de la sangre en los oídos, oí una voz que anunciaba algo a través del sistema de comunicación, pero no entendí las palabras. —Estás muy sensible ahora. —Levantando la cabeza, se lamió los labios —. Te estás corriendo como loca.



Jadeé. —Me correría con más intensidad si te tuviera dentro.



—Lo tendré en cuenta.



—No importa que termine un poco dolorida —razoné—. Tendré varios días para recuperarme.



Algo centelleó en lo más profundo de su mirada, y se levantó. —No, Maite.



El aturdimiento posorgásmico se me desvaneció ante la dureza de su voz. Me apoyé en los codos y observé cómo empezaba a desvestirse, con movimientos rápidos y gráciles. —Yo decido —le recordé.



Rápidamente se quitó el chaleco, la corbata y los gemelos. —¿De verdad quieres jugar esa carta, cielo? —preguntó con voz demasiado serena.



—Si hace falta...



—Hará falta mucho más para que yo te haga daño deliberadamente. —A continuación
se quitó la camisa y los pantalones, más despacio; era un striptease mucho más seductor de lo que había sido el mío—. Para nosotros, el dolor y el placer se excluyen mutuamente.



—No me refería a...



—Sé a lo que te referías. —Se enderezó tras bajarse los calzoncillos bóxer, luego se arrodilló a los pies de la cama y se arrastró hacia mí como una hermosa pantera al acecho—. Sufres sin mi polla dentro. Dirás cualquier cosa para que te penetre.



—Sí.



Se cernió sobre mí y el pelo le caía como una oscura cortina alrededor de la cara, proyectando su enorme cuerpo una sombra sobre el mío.



Ladeando la cabeza, se acercó a mi boca y, con la Oops! de la lengua, recorrió la costura de mis labios. —La deseas. Te sientes vacía sin ella.



—Sí, maldita sea. —Le agarré de las caderas, arqueándome hacia arriba para intentar sentir su cuerpo contra el mío. Nunca me sentía tan cerca de él como cuando hacíamos el amor, y ahora necesitaba aquella cercanía, necesitaba sentir que todo iba bien antes de que pasáramos el fin de semana separados.



Se acomodó entre mis piernas, su pene erecto, duro y ardiente, en contacto con los labios de mi vulva. —Te duele un poco cuando entro hasta el fondo, y no puede evitarse; tienes un coñ*** prieto y pequeño y te lo lleno por completo. A veces pierdo el control y soy brusco, y no puedo evitarlo tampoco. Pero nunca me pidas que te haga daño deliberadamente. No puedo.



—Te deseo —susurré, mientras frotaba descaradamente mi húmeda vulva contra la ardiente largura de su polla.



—Aún no. —Se movió, meneando las caderas para buscar mi hendidura con la ancha cabeza de su pene. Empujó ligeramente, separándome, abriéndome la vulva al tiempo que introducía sólo la punt***. Encajó tan ajustadamente que me estremecí; mi cuerpo se resistía—. Aún no estás lista.



—Penétrame. Por Dios... penétrame.



Bajó una mano y me sujetó la cadera, deteniendo mis desenfrenados intentos por elevarme y hacerle entrar más. —Estás hinchada.



Intenté que me soltara. Le clavé las uñas en las prietas curvas de su trasero y le empujé hacia mí. Me daba igual que me doliera. Pensaba que si no conseguía que entrara, me volvería loca. —Vamos, ven aquí.


William deslizó una mano entre mi pelo, agarrándolo para sujetarme donde él quería. —Mírame.



—¡William!



—Mírame.



Me quedé inmóvil ante aquella voz de mando. Levanté la vista hacia él y mi frustración se disolvió mientras contemplaba la lenta y gradual transformación que estaba sufriendo su hermoso rostro.



Se le endurecieron los rasgos, como si estuviera apenado. Un gesto de dolor le crispó el ceño. Separó los labios con un jadeo, empezó a agitársele el pecho, respiraba trabajosamente. Le apareció un tic nervioso en la mandíbula, contrayéndosele el músculo con violencia. La piel le ardía, y me abrasaba. Pero lo que más me fascinó fue sus penetrantes ojos azules y la inconfundible vulnerabilidad que los empañaba como el humo.



Se me aceleró el pulso en respuesta al cambio que se operaba en él. El colchón se movió al hundir él los pies, su cuerpo preparándose... —Maite. —Le dio una sacudida, y empezó a correrse, derramándoseme encima. Su gruñido de placer reverberó contra mí, inmersa la polla en el repentino charco de semen que tocó fondo dentro de mí—. ¡Oh, Dios!



No dejó de mirarme en ningún momento, mostrándome la cara que normalmente escondía en el hueco de mi cuello. Me di cuenta de que había querido que viera... lo que trataba de explicarme...



Nada se interponía entre nosotros. Bamboleando las caderas, liquidó el resto del
orgasmo, vaciándose dentro de mí, lubricándome para que no hubiera dolor ni resistencia. Me soltó la cadera y dejó que me balanceara hacia arriba; dejó que buscara la presión perfecta sobre mi clítoris para activarme. Con sus ojos aún fijos en los míos, llevó las manos hacia atrás para cogerme las muñecas. Primero uno y luego el otro, me levantó los brazos por encima de la cabeza, conteniéndome. Prendida al colchón por su agarre, el peso de su cuerpo y su erección sostenida, estaba completamente a su merced. Empezó a empujar, acariciando las temblorosas paredes de mi sexo con toda la venosa longitud de su enorme polla.



—Crossfire —susurró, recordándome mi contraseña.


Gemí cuando mi sexo se tensó con el orgasmo, apretándole, exprimiéndole, ordeñándole con avidez. —¿Notas eso? —William me pasó la lengua por la oreja, echándome el aliento en húmedos jadeos—. Me tienes agarrado por el cuello y las pelotas. ¿Dónde está la distancia, cielo?



Durante las siguientes tres horas, no hubo ninguna.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:37 pm

***

La directora del hotel abrió la puerta doble de nuestra suite y Cary emitió un largo y tenue silbido. —¡Le leche! —exclamó, agarrándome del codo para entrar en la habitación—. Fíjate qué tamaño tiene. Se podrían hacer volteretas aquí.



Tenía razón, pero tendría que esperar hasta la mañana siguiente para comprobarlo. Aún me temblaban las piernas después de mi iniciación en el Club Mile-High.



Ante nosotros teníamos una deslumbrante vista de la Franja de Las Vegas de noche. Las ventanas eran de suelo a techo, envolviendo un rincón en el que había un piano.



—¿Por qué siempre hay pianos en las suites de los grandes apostadores? —preguntó Cary, levantando la tapa y tecleando una rápida melodía.



Me encogí de hombros y miré hacia la directora, pero ya había salido, moviendo silenciosamente sus tacones de aguja sobre la gruesa moqueta blanca. La suite estaba decorada en lo que yo llamaría la elegancia hollywoodiense de los cincuenta. Lachimenea de doble cara estaba recubierta de rugosa piedra gris y adornada con una obra de arte que parecía un tapacubos con radios psicodélicos que sobresalían del centro.



Los sofás eran verde turquesa con patas de madera tan finas como los tacones de la directora. Todo tenía un aire retro que resultaba glamoroso y acogedor a la vez.



Era demasiado. Yo esperaba una habitación agradable, pero no la suite presidencial. Estaba a punto de rechazarla cuando Cary me obsequió con una enorme sonrisa y los dos pulgares hacia arriba. Como no tuve el valor de negarle aquella dicha, me di por vencida y confié en que no estuviéramos privando a William de una reserva más lucrativa. —¿Aún quieres una hamburguesa de queso? —le pregunté, alcanzando el menú del servicio de habitaciones que había encima del aparador de detrás del sofá.



—Y una cerveza. Que sean dos.



Cary siguió a la directora hasta un dormitorio que había a la izquierda de la zona de estar, y yo cogí el auricular del antiguo teléfono de disco para encargar la comida.



Treinta minutos después, estaba como nueva tras una ducha rápida, con el pijama ya puesto, y comiendo pollo Alfredo sentada con las piernas cruzadas en la alfombra. Cary estaba dando buena cuenta de su hamburguesa y me miraba con ojos felices desde su sitio, al otro lado de la mesita de centro.—No es bueno comer tantos carbohidratos a estas horas de la noche —apuntó entre bocados.



—Voy a tener el periodo.



—Seguro que el ejercicio que has hecho durante el camino contribuye a ello.



Le miré entrecerrando los ojos. —¿Y tú cómo lo sabes? Estabas dormido.



—Razonamiento deductivo, nena. Cuando me quedé dormido, parecías mosqueada. Cuando me desperté, parecía que te acababas de fumar un buen porro.



—¿Y qué aspecto tenía William?



—El mismo de siempre...cul*** prieto y sexy a rabiar.



Clavé el tenedor en mis fideos. —Eso no es justo.



—¿Y a quién le importa? —hizo un gesto a cuanto nos rodeaba—.Fíjate qué alojamiento te ha buscado.



—No necesito un viejo amante rico, Cary.



Él masticó una patata frita. —¿Has pensado un poco más en lo que sí necesitas? Tienes su tiempo, su fantástico cuerpo y acceso a todo lo que posee. No está mal.



—No —admití, retorciendo el tenedor. Sabía por los muchos matrimonios de mi madre con hombres poderosos que tener su tiempo era lo más importante de todo, porque para ellos era realmente lo más valioso de su vida—. No está mal. Pero no es suficiente.



—Esto es vida —manifestó Cary, acostado en una tumbona junto a la piscina. Llevaba un bañador verde claro y gafas oscuras, provocando que un inusual número de mujeres pasearan por nuestro lado de la piscina—.


Lo único que echo en falta es un mojito. Tengo que beber alcohol para celebrarlo. Torcí la boca. Estaba tomando el sol en la tumbona de al lado, disfrutando con el calor seco y algún chapuzón que otro. Celebrar cosas era algo habitual para Cary, algo que siempre me había gustado de él.



—¿Y qué celebramos?



—El verano.



—De acuerdo. —Me senté y deslicé las piernas fuera de la tumbona, atándome el pareo en la cadera antes de levantarme. Aún tenía el pelo húmedo del chapuzón que me había dado en la piscina y sujeto en lo alto de la cabeza con una pinza. La sensación de aquel sol abrasador en la piel era agradable, un sensual beso capaz de hacerme sentir menos cohibida a consecuencia de los líquidos que estaba reteniendo... gracias a la regla.



Me dirigí hacia el bar de la piscina, paseando la mirada por las otras tumbonas y sombrillas entre los cristales morados de mis gafas de sol. La zona estaba llena de huéspedes, muchos de los cuales eran lo bastante atractivos como para merecer segundas y terceras miradas. Me llamó la atención una pareja en particular, porque me recordaba a William y a mí.



La rubia estaba tendida boca abajo, con el torso apuntalado en los brazos y movía las piernas alegremente. Su muy apetecible moreno estaba tumbado en la silla junto a ella, con la cabeza apoyada en una mano mientras le acariciaba la espalda arriba y abajo con los dedos de la otra.



Ella me pilló mirándola y su sonrisa se desvaneció al instante. No podía verle los ojos tras sus enormes gafas estilo Jackie O., pero sabía que estaba fulminándome con la mirada. Sonreí y aparté la vista, sabiendo lo que era que otra mujer no quitara ojo a su hombre.



Encontré un sitio libre en la barra e hice un gesto al camarero para que me atendiera cuando pudiese. Los nebulizadores del techo me refrescaban la piel y me animaron a sentarme en una banqueta que había quedado libre mientras esperaba. —¿Qué tomas?



Al volver la cabeza vi al hombre que se había dirigido a mí. —Todavía nada, pero estoy pensando pedirme un mojito.



—Deja que te invite. —Sonrió, mostrando unos dientes blanquísimos pero ligeramente torcidos. Me tendió una mano, movimiento que atrajo mi atención hacia sus bien definidos brazos.

—Daniel.



Le di la mía. —Maite, encantada de conocerte.



Cruzó los brazos sobre la barra y se apoyó en ella. —¿Qué te trae a Las Vegas? ¿Negocios o placer?


—Descanso y recreo. ¿Y a ti? —Daniel tenía un interesante tatuaje escrito en un idioma extranjero en su bíceps derecho, y me fijé en él. No era guapo, exactamente,pero se le veía seguro y con aplomo, dos cosas que me parecían más atractivas en un hombre que los meros rasgos físicos.



—Trabajo.



Lancé una mirada a su bañador. —Me he equivocado de trabajo.



—Vendo...



—Perdón.



Los dos nos volvimos hacia el rostro de la mujer que se había inmiscuido en nuestra conversación. Era una mujer menuda, morena, vestida con una camisa polo oscura que llevaba su nombre bordado —Sheila—además de Cross Towers and Casino . El auricular que llevaba en el oído y el cinturón multiusos que lucía en la cintura la delataban como personal de seguridad.



—Señorita Tramell. —Me saludó con un gesto de la cabeza.



Enarqué las cejas. —¿Sí?



—Hay un camarero que puede llevarle lo que ha pedido a su parasol.



—Estupendo, gracias, pero no me importa esperar aquí.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:38 pm

Como no hice ademán de moverme, Sheila dirigió su atención a Daniel. —Caballero, si fuera usted tan amable de trasladarse al otro extremo de la barra, el camarero se encargará de que sus siguientes bebidas corran por cuenta de la casa.



Inclinó levemente la cabeza, y luego me dedicó una encantadora sonrisa. —Estoy bien aquí, gracias.



—Me temo que debo insistir.



—¿Cómo? —Su sonrisa se convirtió en una mueca de disgusto—. ¿Por qué?



Miré parpadeando a Sheila cuando comprendí. William me tenía vigilada. Y pensaba
que podía controlar lo que hacía de lejos. Sheila me devolvió la mirada, impasible su rostro. —La acompañaré hasta su sombrilla, señorita Tramell.



Por un momento, estuve tentada de jorobarle el día, agarrando a Daniel y besándole hasta dejarle sin sentido, por ejemplo, más que nada para enviar un mensaje a mi dominante novio, pero conseguí contenerme.



Ella sólo estaba haciendo su trabajo. Era su jefe el que necesitaba que le dieran una patada en el cul***. —Lo siento, Daniel —dije, abochornada. Me sentía como un niño al que han regañado y eso realmente me fastidió—. Ha sido un placer conocerte.



Él se encogió de hombros. —Si cambias de opinión...



Notaba la mirada de Sheila en la espalda cuando la precedía hacia mi tumbona. De repente, me encaré con ella. —Vamos a ver, ¿sólo tiene instrucciones de intervenir cuando me aborda alguien? ¿O tiene una lista de situaciones posibles?



Ella dudó un momento, luego suspiró. No podía por menos de imaginarme lo que pensaría de mí, un bombón, una rubia guapa a la que no se podía dejar sola mezclándose con la gente. —Existe una lista.



—Claro que existe. —William no dejaría nada al azar. Me pregunté cuándo habría elaborado esa lista, si la habría hecho cuando hablé de Las Vegas o si ya la tendría a mano. A lo mejor la había compuesto cuando estaba con otras mujeres. A lo mejor la había redactado para Corinne.



Cuanto más pensaba en ella, más furiosa me ponía. —¡Es increíble, joder! —me quejé a Cary cuando ella se apartó discretamente, como si eso fuera suficiente para olvidarme de que andaba por ahí—. Tengo niñera.



—¿Qué?



Le conté lo que había sucedido y vi cómo se le tensaba la mandíbula. —Eso es de locos, Maite—dijo.


—¡Y una mierd***! No pienso tolerarlo. Tiene que aprender que las relaciones no son así. Después de todas esas chorradas que me dijo sobre la confianza. —Me dejé caer en la tumbona—. ¿Cuánto confía en mí, si tiene que contar con alguien que me siga de cerca para espantar a los desconocidos?



—No me gusta nada, Maite. —Se sentó y pasó las piernas a un lado de la silla—. Esto no está bien.



—¿Crees que no lo sé? ¿Y por qué una mujer? No es que tenga nada en contra de mi género y los trabajos duros. Simplemente me pregunto si espera que la chica me siga hasta los servicios o es que no se fía de un tío para que me vigile.



—¿Lo dices en serio? ¿Y qué haces tomando el sol en lugar de montarle una buena?



Estaba dándole vueltas a una idea que finalmente tomó forma. —Estoy tramando algo.



—¡Oh! —Torció la boca en una malvada sonrisa—. Cuenta, cuenta.



Cogí mi smartphone de la pequeña mesa de mosaico situada entre los dos y busqué entre mis contactos hasta dar con Benjamin Clancy, el guardaespaldas personal de mi padrastro. —Hola, Clancy. Soy Maite —le salude cuando respondió, nada más sonar el primer tono de llamada.



Cary abrió los ojos de par en par detrás de sus gafas de sol. —¡Oooh!



Me puse en pie y articulé sin voz: Me voy arriba. Él asintió. —Todo bien —dije, en respuesta a la pregunta de Clancy. Esperé hasta que entré en el hotel y comprobé que Sheila estaba varios pasos detrás de mí y aún fuera—. Oye,
quiero pedirte un favor.



Nada más terminar de hablar con Clancy, recibí una llamada. Sonreí al ver quién era. —Hola, papá —respondí eufórica.



Él se rio. —¿Qué tal está mi niña?


—Metiéndome en líos y disfrutando de ello. —Extendí el pareo encima de una silla del comedor y tomé asiento—. ¿Cómo te va?



—Tratando de evitar que haya líos y, en ocasiones, disfrutando de ello.



Victor Reyes era un agente de policía de la ciudad de Oceanside, California, razón por la que había elegido ir a la Universidad de San Diego.



Mi madre había atravesado una mala racha con su marido número tres y yo me encontraba en una fase de rebeldía, pasándolo fatal mientras intentaba olvidar lo que Nathan me había hecho durante tanto tiempo.



Salir de la sofocante órbita de mi madre había sido una de las mejores decisiones que había tomado en la vida. El amor callado e inquebrantable que me tenía mi padre, a mí, su única hija, me había cambiado la vida. Él me concedió una libertad muy necesaria —dentro de unos límites bien definidos— y lo dispuso todo para que viera al doctor Travis, lo cual me llevó al inicio del largo viaje de la recuperación y de mi amistad con Cary.



—Te echo de menos —le dije. Quería mucho a mi madre y sé que ella me quería a mí, pero mi relación con ella era inestable, y era tan fácil con mi padre...



—Entonces, a lo mejor te alegras con la noticia que voy a darte.



Puedo ir a verte dentro de unas dos semanas, la semana después de la que viene... si te va bien. No quiero molestar. —Por favor, papá, tú nunca podrías molestarme. Me encantará verte.



—Será un viaje corto. Cogeré un vuelo nocturno el jueves por la noche y regresaré el
domingo por la tarde.



—¡Qué contenta estoy! Pensaré en algo. Lo pasaremos bomba.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:39 pm

La suave risilla de mi padre me llenó de emoción. —Voy a verte a ti, no Nueva York. No te vuelvas loca por llevarme a ver monumentos ni nada por el estilo.



—No te preocupes. Me aseguraré de que tengamos tiempo para nosotros. Y conocerás a William. —Imaginarlos juntos me estremecía el estómago.



—¿William Cross? Me dijiste que no había nada.



—Ya. —Arrugué la nariz—. En aquel momento pasábamos una mala racha y creí que habíamos terminado.



Hubo una pausa. —¿Va en serio?



Guardé un momento de silencio yo también, removiéndome inquieta. A mi padre le habían enseñado a observar; vería enseguida que había tensión, sexual y de otro tipo, entre William y yo. —Sí. No siempre es fácil. Da mucho trabajo, yo doy mucho trabajo, pero los dos nos estamos esforzando.



—¿Te valora, Maite? —La voz de mi padre era brusca y muy, muy seria—.



Me da igual el dinero que tenga; tú no tienes nada que demostrarle. —No es así. —Me quedé mirando cómo retorcía los dedos de mis cuidados pies y me di cuenta de que el encuentro sería más complicado que la sencilla presentación de un padre protector al novio de su hija. Mi padre tenía problemas con los hombres ricos, gracias a mi madre—. Ya verás cuando le conozcas.



—De acuerdo. —Su voz estaba teñida de escepticismo.



—En serio, papá. —No podía tomarme a mal su inquietud, dado que había sido mi tendencia autodestructiva hacia los chicos que no me convenían la que le había llevado a buscar al doctor Travis. En especial se las había visto con un cantante, para quien yohabía sido poco más que una groupie, y con un artista del tatuaje a quien mi padre había obligado a detener el coche para encontrarse con que le estaban haciendo una Oops! mientras conducía... pero no yo—. William es bueno para mí. Me comprende.



—No iré con ideas preconcebidas, ¿vale? Y te enviaré un correo electrónico con una copia de mi itinerario cuando reserve el vuelo. ¿Cómo va todo lo demás?



—Acabamos de empezar una campaña para un café con sabor a arándanos.



Otra pausa. —Me tomas el pelo.



Me eché a reír. —Qué más quisiera yo. Deséanos suerte para que se venda. Te guardaré un poco para que lo pruebes.



—Pensaba que me querías.



—Con todo mi corazón. ¿Qué tal tu vida amorosa? ¿Te fue bien la cita?


—Bueno... no estuvo mal.



—¿Vas a quedar con ella otra vez? —pregunté, resoplando.



—Ése es el plan, de momento.



—Eres una fuente de información, papá.



Volvió a reírse y oí el crujido de su silla favorita al cambiar de postura. —Realmente no te gustaría saber cosas de la vida amorosa de tu viejo.



—Cierto. —Aunque a veces me preguntaba cómo había sido su relación con mi madre. Él era un latino de los barrios bajos y ella una rubia debutante con el símbolo del dólar en sus ojos azules. Suponía que había habido mucha pasión entre ellos.



Hablamos durante unos minutos más, entusiasmados los dos de volver a vernos. Había confiado en que no nos alejaríamos una vez que terminara la universidad, razón por la que había hecho de la llamada de los sábados una necesidad para seguir en contacto. El que viniera a verme tan pronto aliviaba mi preocupación.



Acababa de colgar cuando entró Cary, con todo el aire del modelo que era. —¿Sigues maquinando? —preguntó.



Me levanté. —Todo preparado. Éste era mi padre. Viene a Nueva York en dos semanas.



—¿En serio? Mola mazo. Victor es genial.



Los dos fuimos a la cocina, y cogimos dos cervezas del frigorífico.



Me había dado cuenta de que la suite estaba provista de una serie de artículos y productos que yo solía tener en casa. Me preguntaba si William era así de observador o si había conseguido la información de otra forma, como mirando recibos. No le creía capaz. Le costaba reconocer que había límites entre nosotros, y el que me hubiera puesto bajo vigilancia lo había evidenciado.



—¿Cuándo fue la última vez que tus padres estuvieron juntos en el mismo estado? — preguntó Cary, levantando las tapas de los botellines con un abridor—. Por no hablar de la misma ciudad.



Ay, Dios. —No estoy segura. ¿Antes de que yo naciera? —Di un buen trago a la cerveza que me pasó—. No tengo intención de juntarlos.



—Por los grandes planes. —Entrechocó el cuello de ambas botellas —. Por cierto, estaba pensando en echar un casquete rápido con una piba que he conocido en la piscina; pero, en cambio, he subido aquí. He pensado que como ni tú ni yo tenemos nada que hacer, podríamos pasar el día juntos.



—Es un honor —respondí con guasa—. Me disponía a bajar.



—Hace demasiado calor fuera. El sol es bestial.



—El mismo que tenemos en Nueva York, ¿no?



—Sabihonda. —Le brillaban sus ojos verdes—. ¿Qué te parece si recogemos y nos vamos a almorzar por ahí? Invito yo.



—Muy bien. Pero no aseguro que Sheila no quiera apuntarse también.



—Que la jodan, a ella y a su jefe. ¿Qué les pasa a los ricos con eso de controlar?



—Se hacen ricos porque saben controlar.



—Lo que sea. Yo prefiero a los pirados como nosotros... por lo general nos jodemos a nosotros mismos. —Se cruzó un brazo en el pecho y se apoyó en la encimera—. ¿Vas a aguantar esas gilipolleces?



—Depende.



—¿De qué?



onreí y empecé a caminar hacia mi habitación. —Prepárate. Te lo contaré en la comida.



6



Acababa de meter mis cosas en la bolsa para el viaje de vuelta cuando oí el inconfundible sonido de la voz de William en la sala de estar. Por mis venas empezó a fluir una descarga de adrenalina. William aún tenía algo que decir sobre lo que yo había hecho, pese a que habíamos hablando la noche anterior después de que Cary y yo regresáramos de la discoteca y otra vez al despertarme por la mañana.



Fingir ignorancia destroza un poco los nervios. Me preguntaba si Clancy se las habría arreglado para hacer lo que le había pedido, pero, cuando volví a hablar con el guardaespaldas de mi padre, me aseguró que todo iba según lo planeado.



Descalza, me dirigí sin hacer ruido hacia la puerta abierta de mi dormitorio justo cuando Cary salía de la suite. William estaba plantado en el pequeño vestíbulo, con su inescrutable mirada fija en mí, como si esperara que yo apareciera en cualquier momento. Vestía unos vaqueros holgados y una camiseta negra, y había echado tanto de menos su presencia que me dolieron los ojos. —Hola, cielo.



Con los dedos de la mano derecha, no dejaba de toquetear, nerviosa, el tejido de mis pantalones negros de yoga. —Hola, campeón.



Por un momento se le afilaron aquellos labios tan hermosamente delineados. —¿Tiene algún significado especial esa palabra cariñosa?



—Bueno... sobresales en todo lo que haces. Y es el apodo de un personaje de ficción que me chifla. Me recuerdas a él a veces.



—No estoy seguro de que me guste que te chifle nadie excepto yo, sea de ficción o no.



—Te sobrepondrás.



Moviendo la cabeza, echó a andar hacia mí. —¿Como me voy a sobreponer al luchador de sumo que me has puesto para que me siga los pasos?



Tuve que morderme los carrillos por dentro para no reírme.
Cuando pedí a Clancy que buscara a algún conocido suyo de la zona de Phoenix para que vigilara a William como Sheila me vigilaba a mí, no había especificado mucho sobre el aspecto que debía tener dicho guardián.



Sencillamente le pedí que me encontrara a alguien y le proporcioné una lista, relativamente pequeña, de cosas ante las que debía intervenir. —¿Adónde va Cary?



—Abajo, a jugar con el crédito que he dispuesto para él.



—¿No nos vamos ahora mismo?


Lentamente fue acortando la distancia entre nosotros. El peligro inherente a su forma de acecharme era inconfundible. Se le notaba en la postura y en el brillo de los ojos. Me habría preocupado más si la sinuosidad de su paso no hubiera sido tan descaradamente sexual. —¿Estás con el periodo?



Asentí con la cabeza.



—Entonces tendré que correrme en tu boca.



Enarqué las cejas. —¿En serio?



—Ah, sí. —Torció la boca—. No te preocupes, cielo. Primero me ocuparé de ti.



Me embistió, me cogió en brazos, entró a toda prisa en el dormitorio e hizo que los dos cayéramos sobre la cama. Yo grité y su boca estaba sobre la mía; su beso, profundo y voraz. Me vi arrastrada por su fogosidad y por aquella maravillosa sensación del peso de su cuerpo hundiéndome en el colchón. Olía tan bien y su piel era tan cálida... —Te he echado de menos —gemí, envolviéndole con los brazos y las piernas—. A pesar de que a veces eres francamente irritante.



—Y tú eres la mujer más exasperante y desquiciante que he conocido —masculló William.



—Ya, bueno, me cabreaste. No soy una posesión. No puedes...



—Sí lo eres. —Me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja, provocándome un dolor punzante que me hizo gritar—. Y sí, puedo.


—Entonces tú también lo eres, y yo también puedo.



—Y lo has demostrado. ¿Tienes idea de lo difícil que es hacer negocios con alguien cuando ese alguien no puede acercarse a ti a menos de un metro de distancia?



Me quedé de piedra, porque la regla del metro de distancia sólo era aplicable a mujeres. —¿Y por qué iba alguien a acercarse tanto a ti?



—Para señalar áreas de interés en esquemas de diseño extendidos delante de mí y para caber a mi lado dentro del campo visual de una cámara para una teleconferencia, dos cosas que me has puesto muy difíciles. —Levantó la cabeza y me miró—. Yo estaba trabajando; tú, jugando.



—Me da igual. Si es bueno para mí, es bueno para ti. —Pero en mi fuero interno me alegraba de que William hubiera aguantado las inconveniencias, como lo había hecho yo.



Bajando las manos, me agarró por el dorso de los muslos y me separó más las piernas. —No vas a conseguir un cien por cien de igualdad en esta relación.



—¡Y una leche que no!



Encajó las caderas en el hueco que había hecho. Empezó a balancearse, restregando la gruesa protuberancia de su erección contra mi sexo. —Te digo que no —repitió, hundiendo las manos en mi pelo para agarrarme y mantenerme quieta.



Meneando las caderas, me frotó mi clítoris hipersensible. La costura de sus vaqueros rozaba en el lugar apropiado para activar mi siempre hirviente deseo de él. La excitación me repercutía en el flujo menstrual. —Para. No puedo pensar cuando haces eso.



—No pienses. Tú escucha, Maite. La persona que soy y lo que he creado me convierten en un objetivo. Sabes lo que pasa, porque sabes lo que es vivir en la opulencia y la atención que eso atrae.



—El tipo del bar no era un peligro.



—Eso es discutible.



Noté que empezaba a sublevarme. Era la evidente falta de confianza lo que me mosqueaba, sobre todo porque él no me confiaba sus secretos, y yo tenía que lidiar con ello. —Quítate de encima.



—Estoy muy cómodo aquí. —Meneó las caderas, frotándose contra mí.



—Y yo estoy cabreada contigo.



—Ya veo. —No dejaba de moverse—. Eso no impedirá que te corras.



Traté de apartarle empujándole las caderas, pero pesaba demasiado para moverle. —Cuando estoy enfadada no puedo.



—Demuéstramelo.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:41 pm

Andaba él muy ufano, lo que me encorajinó aún más. Como no podía girar la cabeza, cerré los ojos para no verle. No le importó. Siguió cimbreándose contra mí. La ropa que mediaba entre nosotros y la ausencia de penetración me hizo más consciente de la elegante fluidez de su cuerpo.



Aquel hombre sabía folla***.



William no se dedicaba únicamente a meter y sacar la verg***. Se trabajaba a la mujer con ella, probando fricciones, cambiando ángulos y la profundidad de la penetración. Los matices de sus habilidades se perdían cuando yo estaba retorciéndome debajo de él y centrada únicamente en las sensaciones que avivaba en mi cuerpo. Pero ahora los apreciaba todos.



Me resistí contra el placer, pero no pude reprimir un gemido. —Eso es, cielo —me engatusaba—. ¿Notas lo duro que estoy por ti? ¿Notas lo que me haces?



—No utilices el sexo para castigarme —me quejé, hundiendo los talones en el colchón.
Se quedó quieto durante unos instantes, y entonces empezó a chuparme el cuello, ondulando el cuerpo como si estuviera follándome a través de la ropa.



—No estoy enfadado, cielo.



—Lo que tú digas. Me mangoneas.



—Y tú me estás volviendo loco. ¿Sabes lo que ocurrió cuando me di cuenta de lo que habías hecho?



Le miré desafiante con los ojos achinados. —¿Qué?



—Que me puse cachondo.



Abrí los ojos desmesuradamente. —Inoportuna y públicamente. —Me puso una mano en un pecho, acariciándome con el pulgar la punt*** endurecida del pezón—. Tuve que alargar una reunión ya terminada para esperar a que me bajase. Me excita que me desafíes, Maite. —Su tono de voz era más bajo y áspero, y rezumaba sexo y pecado—. Me entran ganas de follarte... durante mucho, mucho tiempo.



—¡Dios! —No dejaba de tirar de las caderas hacia arriba, y notaba cómo se me tensaba la vagina con la necesidad del orgasmo.


—Y como no puedo —ronroneó—, voy a hacer que te corras así y luego contemplaré cómo me devuelves el favor con tu boca.



Dejé escapar un quejido, haciéndoseme la boca agua ante la perspectiva de complacerle de esa manera. Estaba tan en consonancia conmigo cuando hacíamos el amor... El único momento en que realmente se dejaba ir y se centraba en su propio placer era cuando yo me ponía debajo de él. —Eso es —murmuró—, sigue frotándote el coñ*** contra mí de esa manera. ¡Joder!, eres tan ardiente...



—William. —Deslizaba las manos sin parar por su flexionada espalda y sus nalgas, mientras mi cuerpo se arqueaba y rotaba contra el suyo. Me corrí con un largo e interminable gemido, transformándose la tensión en una oleada de alivio.



Me cubrió la boca con la suya, absorbiendo los sonidos que yo hacía mientras me estremecía debajo de él. Yo le agarré del pelo, besándole a mi vez.



William hizo que rodáramos los dos de manera que él quedó debajo de mí, llevándose las manos al botón de la bragueta y abriéndosela.



—Ahora, Maite.



Retrocedí a gatas hacia los pies de la cama, tan impaciente por saborearle como lo estaba él por que lo hiciera. En cuanto se bajó los calzoncillos, le cogí el pene entre las manos, pasándole los labios por su amplia corona suavemente.



Gimiendo, William agarró una almohada y se la puso debajo de la cabeza. Cruzamos la mirada y avancé un poco más.



—Sí —susurró, enredándome el pelo con los dedos de la mano derecha —. Chupa deprisa, con fuerza; quiero llegar.



Aspiré su aroma, notando la satinada suavidad de su carne caliente en mi lengua. Entonces le tomé la palabra.



Ahuecando los carrillos, me metí su verg*** hasta el fondo de la garganta y a continuación tiré de ella hasta la corona. Una y otra vez.



Concentrada en la succión y en la velocidad, tan ávida de su orgasmo como lo estaba él, aguijoneada por los desinhibidos sonidos que emitía y por la visión de sus inquietos dedos clavados en el edredón.



Agitaba las caderas rápidamente, guiándome el paso con una mano aferrada a mi pelo. —¡Oh, Dios! —Me miraba con ojos oscuros y enardecidos—. Me encanta cómo me la chupas. Es como si nunca pudiera saciarme.



Yo no podía. Creía que nunca podría. Su placer significaba mucho para mí, porque era puro y verdadero. Para él, el sexo siempre había sido algo representado y metódico. Conmigo no podía contenerse porque me deseaba con locura. Dos días sin mí y estaba... perdido.



Me ayudé a bombeársela con la mano, notando las gruesas venas por debajo de la piel tersa. Un sonido desgarrado le brotó de la garganta y en la lengua noté algo cálido y salado. Estaba cerca, tenía la cara sonrojada y los labios separados por la respiración entrecortada. El sudor le perlaba la frente. Mi excitación crecía con la suya. Estaba
completamente a mi merced, casi sin sentido con la necesidad de llegar al orgasmo, musitando obscenidades sobre lo que iba a hacerme la próxima vez que follara conmigo.



—Eso es, cielo. Ordéñamela... haz que me corra para ti. —Arqueó el cuello y le estalló el aire de los pulmones—. ¡Joder!



Su orgasmo fue como el mío... intenso y brutal. El semen le brotó de la punt*** de la polla en un chorro espeso y caliente que resultaba difícil de tragar. Masculló mi nombre, levantando las caderas hacia mi atareada boca, tomando de mí todo lo que necesitaba, entregándome todo lo que tenía hasta vaciarse por completo.



Luego se enroscó a mí, ahogándome casi en un abrazo que me inmovilizó contra su pecho agitado. Me tuvo abrazada sin más durante un buen rato. Yo escuché cómo se le iba calmando el furioso latido del corazón y se le normalizaba la respiración.



Finalmente, habló con los labios en mi pelo. —Lo necesitaba. Gracias.



—Te he echado de menos —dijo en voz baja, apretados sus labios en mi frente—. Muchísimo. Y no sólo por esto.



—Ya lo sé. —Necesitábamos eso (la cercanía física, el roce frenético, la urgencia del orgasmo) para liberar parte de los abrumadores y tormentosos sentimientos que nos invadían cuando estábamos juntos—. La próxima semana viene mi padre a verme.



Se quedó quieto. Levantando la cabeza, me miró con expresión burlona. —¿Y tienes que decírmelo cuando aún estoy con la polla colgando?



Me eché a reír. —¿Te he pillado con los pantalones bajados?



—¡Joder! —Me besó con fuerza en la frente, luego se puso boca arriba y se alisó la ropa—. ¿Has pensado ya cómo te gustaría que fuera el primer encuentro? ¿Cena fuera o en casa? ¿La tuya o la mía?



—Cocinaré yo en mi casa. —Me estiré y me desarrugué la camisa.


Él asintió con la cabeza, pero cambiaron las vibraciones. Mi saciado y agradecido amante de hacía un momento se transformó en el hombre de expresión adusta que tanto veía últimamente. —¿Preferirías algo diferente? —pregunté.



—No. Es un buen plan y lo que yo habría sugerido. Se sentirá a gusto ahí.



—¿Y tú?



—También. —Apoyó la cabeza en una mano y me miró, retirándome el pelo de la frente—. Prefiero no darle con mi dinero en la cara si puedo evitarlo.



Respiré hondo. —No es por eso. Sencillamente he pensado que estaré más tranquila, en caso de que organice un desastre, en mi cocina que en la tuya. Pero tienes razón, William. Saldrá bien. En cuanto vea lo que sientes por mí, le parecerá bien que estemos juntos.



—Sólo me importa lo que piense si afecta a tus sentimientos. Si no le caigo bien y eso cambia algo entre nosotros...



—Sólo tú puedes hacer eso.



Me respondió con un cortante gesto de la cabeza, que no ayudó a que me sintiera mejor con respecto a lo que él sentía en ese momento. A muchos hombres les ponía nerviosos conocer a los padres de sus parejas, pero William no era como los demás hombres. Él no perdía la calma.



Por lo general. Yo deseaba que mi padre y él estuvieran relajados y tranquilos el uno con el otro, no tensos y a la defensiva.



Cambié de tema. —¿Solucionaste todo lo que tenías que solucionar en Phoenix?


—Sí. Uno de los directores de proyectos detectó algunas anomalías en la contabilidad, e hizo bien en insistir en que las examinara. No tolero la malversación.



Me estremecí, pensando en el padre de William , que estafó millones de dólares a los inversores y luego se suicidó. —¿Qué proyecto es?



—Un centro de golf.



—¿Clubs nocturnos, centros de recreo, viviendas de lujo, vodka, casino... con una cadena de gimnasios incluida para mantenerse en forma y disfrutar de la gran vida? — Sabía, por la página web de Cross Industries, que William tenía también una división de software y juegos, y una creciente plataforma de redes sociales para jóvenes profesionales—.



Eres un dios del placer en más de un sentido. —¿Dios del placer? —Los ojos le brillaban con ironía—. Gasto toda mi energía adorándote.



—¿Cómo has llegado a ser tan rico? —solté de repente, al venírseme a la cabeza las insinuaciones de Cary sobre cómo William podía haber acumulado tanto siendo tan joven.



—A la gente le gusta divertirse, y está dispuesta a pagar por ese privilegio.



—No me refería a eso. ¿Cómo empezaste Cross Industries? ¿Dónde conseguiste el capital para poner las cosas en marcha?



Su mirada adquirió un brillo inquisitivo. —¿Tú qué crees?



—No tengo ni idea —respondí con sinceridad.



—Blackjack .



Parpadeé. —¿En las apuestas? ¿Me tomas el pelo?



—No. —Se echó a reír y me estrechó entre sus brazos. Pero no veía en William a un jugador.



Había aprendido, gracias al tercer marido de mi madre, que jugar podía convertirse en una enfermedad muy desagradable e insidiosa que provocaba una absoluta falta de control. Y no me imaginaba que alguien tan dueño de sí mismo como William encontrara ningún atractivo en algo tan dependiente de la suerte y el azar.



Entonces caí. —Conteo de cartas, eso es lo que haces.



—Cuando jugaba —añadió él—. Ya no. Y los contactos que hice en las mesas de juego fueron tan decisivos como el dinero que gané. Traté de asimilar aquella información, pugné con ella, luego la dejé pasar por un momento.



—Recuérdame que no juegue a las cartas contigo.



—El strip poker podría ser divertido.



—Para ti.



Bajó una mano y me pellizcó el cul***. —Y para ti. Ya sabes cómo me pongo cuando estás desnuda.



Lancé una significativa mirada a mi cuerpo totalmente vestido. —Y cuando no lo estoy.



William esbozó una deslumbrante e impenitente son risa. —¿Aún juegas?



—Todos los días. Pero sólo en los negocios y contigo.



—¿Conmigo? ¿Con nuestra relación?



Me miró con placidez, con tanta ternura que se me puso un nudo en la garganta. —Tú eres el mayor riesgo al que me he expuesto nunca. —Apretó sus labios contra los míos—. Y el mayor premio.

***

Cuando llegué a trabajar el lunes por la mañana, me sentía como si finalmente todo hubiera vuelto a su ritmo natural pre-Corinne.



William y yo tratábamos de amoldarnos a mi periodo, que nunca había sido una
contrariedad para ninguno de los dos en relaciones anteriores, pero que lo era en la nuestra porque el sexo era la forma en que me demostraba sus sentimientos. Podía expresar con su cuerpo lo que no sabía comunicar con palabras, y la avidez que yo tenía de él era como demostraba la fe en nosotros, algo que él necesitaba para seguir conectado a mí.



Le decía que le amaba una y otra vez, y yo era consciente de que le conmovía que se lo dijera, pero necesitaba la entrega total de mi cuerpo —esa demostración de confianza que él sabía lo mucho que significaba debido a su pasado— para creérselo de verdad.



Como me dijo en una ocasión, había sido objeto de muchos te quiero a lo largo de los años, pero nunca se los había creído porque no se basaban en la verdad, la confianza y la sinceridad. Esas palabras significaban poco para él, razón por la que se negaba a decírmelas a mí. Procuraba que no se diera cuenta de lo mucho que me hacía sufrir que no me las dijera. Lo veía como un arreglo al que tenía que llegar para estar con él.



—Buenos días, Maite.



Levanté la mirada de la mesa y vi a Mark en mi cubículo. Aquella sonrisa suya, ligeramente torcida, llevaba siempre las de ganar. —Hola. Estoy lista para empezar cuando quieras.



—Primero, un café. ¿Quieres tú otro?



Cogiendo de la mesa mi taza vacía, me levanté. —Por supuesto.



Nos dirigimos al cuarto de descanso. —Te has puesto morena —dijo Mark, echándome un vistazo.



—Sí, he tomado un poco el sol este fin de semana. Me ha sentado bien estar tumbada sin dar un palo al agua. En realidad, probablemente ésa es una de las cosas que más me gusta hacer, y punto.



—Te envidio. Steven no puede estar quieto durante mucho tiempo.



Siempre quiere arrastrarme a algún sitio para hacer algo. —Mi compañero de piso es igual. No se cansa de ir de un lado a otro.



—Ah, antes de que se me olvide. —Me hizo un gesto para que entrara yo primera en el cuarto—. A Shawna le gustaría hablar contigo. Tiene entradas para un concierto de no sé qué grupo de rock. Creo que quiere saber si te interesan.



Pensé en la atractiva camarera pelirroja que había conocido hacía una semana. Era hermana de Steven, y Steven era el compañero de Mark desde hacía muchos años. Los dos hombres se habían conocido en la universidad y eran pareja desde entonces. Me caía muy bien Steven.


Estaba segura de que también me gustaría su hermana. —¿Te parece bien que trate con ella? —Tenía que preguntárselo, porque era, a efectos prácticos, la cuñada de Mark y Mark era mi jefe.



—Claro que sí. No te preocupes. No tiene nada de raro.



—De acuerdo. —Sonreí, confiando en contar con una amiga más en mi nueva vida en Nueva York—. Gracias.



—Agradécemelo con una taza de café —dijo él, sacando una taza del armario y pasándomela a mí—. Te sale más rico que a mí.



Le lancé una mirada. —Mi padre utiliza el mismo pretexto.



—Debe de ser verdad, entonces.



—Debe de ser la típica artimaña masculina —repliqué—. ¿Cómo os repartís Steven y tú la tarea de hacer el café?



—De ninguna manera. —Sonrió—. Tenemos un Starbucks en la esquina de nuestra calle.



—Seguro que hay una forma de llamar a eso hacer trampas, pero aún no he tomado la suficiente cafeína para pensar en ella. —Le pasé su taza llena de café—. Lo que probablemente significa que no debería compartir la idea que acaba de ocurrírseme.



—Suéltala. Como sea desagradable, te la guardaré de por vida.



¡Vaya, gracias! —Sujeté mi taza con ambas manos—. ¿Funcionaría comercializar el café de arándanos como té en lugar de café? Ya sabes, un café en taza y platito de té,decorados con motivos chintz, y quizá con un scone y un poco de nata cremosa al fondo. Ofrécelo como algo para tomar a media tarde, pero con un toque de distinción. Añádele un inglés guapísimo tomándo selo a sorbitos.



Mark frunció los labios mientras lo pensaba. —Creo que me gusta. Vamos a contárselo a los creativos.



—¿Por qué no me dijiste que te ibas a Las Vegas?



Suspiré para mis adentros cuando oí el tono agudo e irritado de la voz preocupada de mi madre, y me ajusté el auricular del teléfono de mi mesa.



Acababa de volver a colocar las posaderas en mi silla cuando sonó el teléfono. Me imaginé que si revisaba el buzón de voz, me encontraría con algún que otro mensaje de ella. Cuando se emperraba en algo, no lo soltaba. —Hola, mamá. Lo siento. Pensaba llamarte a la hora del almuerzo para ponernos al día.



—Me encanta Las Vegas.



—¿Ah, sí? —Yo creía que detestaba cualquier cosa remotamente relacionada con el juego—. No lo sabía.



—Lo sabrías si me lo hubieras preguntado.



En la voz entrecortada de mi madre noté con pesar que estaba dolida. —Lo siento, mamá —volví a disculparme, habiendo aprendido de pequeña que las disculpas reiteradas daban muy buenos resultados con ella—. Cary y yo necesitábamos pasar tiempo juntos. Pero podemos plantearnos un futuro viaje a Las Vegas, si alguna vez te apete ce ir.



—¿A que sería divertido? Me gustaría hacer cosas divertidas contigo, Maite.



—A mí también me gustaría. —Los ojos se me fueron a la foto de mi madre y Stanton. Ella era una mujer muy guapa que irradiaba una sensualidad vulnerable a la que los hombres no podían resistirse. La vulnerabilidad era real (mi madre era una persona frágil en muchos sentidos), pero también era una devoradora de hombres. Los hombres no se aprovechaban de mi madre; ella los arrollaba.



—¿Tienes planes para almorzar? Podría hacer una reserva y pasar a buscarte.



—¿Puedo llevar a una compañera? —Cuando entré, Megumi me había abordado para invitarme a almorzar, prometiendo que me haría reír con el relato de su cita a ciegas.



—Oh, me encantaría conocer a la gente con la que trabajas.



Esbocé una sonrisa de genuino afecto. Mi madre me volvía loca, pero, después de todo, su mayor tacha era que me quería demasiado.



Combinado con su neurosis, era un defecto exasperante, bien intencionado, eso sí. —Vale. Recógenos a mediodía. Y recuerda que sólo tenemos una hora, así que tendrá que ser cerca y rápido.



—Me encargaré de que así sea. ¡Qué emoción! Hasta luego.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:43 pm

***

Megumi y mi madre se gustaron inmediatamente. Reconocí esa mirada arrobada, tan conocida, en la cara de Megumi cuando se conocieron, porque la había visto muchas veces en mi vida. Monica Stanton era una mujer despampanante, de esa belleza clásica que no podías evitar quedarte mirando porque no te podías creer que hubiera alguien tan perfecto.



Además, el regio tono violeta del sillón orejero donde había elegido sentarse era un increíble telón de fondo para su pelo rubio y sus ojos azules.



Por su parte, mi madre estaba encantada con el sentido de la moda que tenía Megumi. Mientras que mi vestuario se inclinaba más hacia lo tradicional y ya confeccionado, a Megumi le gustaban las combinaciones y los colores excepcionales, similares a la decoración del moderno café cercano al Rockefeller Center al que nos había llevado mi madre.



Aquel lugar me recordaba a Alicia en el país de las maravillas, con sus terciopelos dorados y colores brillantes utilizados en muebles de diseños únicos. El diván en el que se había encaramado Megumi tenía un respaldo exageradamente curvado, mientras que el sillón orejero de mi madre tenía gárgolas por patas.



—Aún no me explicó qué le pasaba a ese tío —seguía contando Megumi —. Yo no
hacía más que mirar, ya te digo. Me refiero a que un tío tan increíble no debería rebajarse con citas a ciegas.



—Bueno, yo no diría rebajarse —protestó mi madre—. Estoy segura de que se está preguntando cómo ha podido tener tanta suerte contigo.



—Gracias. —Megumi me sonrió—. Estaba buenísimo. No tanto como William Cross, pero buenísimo de todas formas.



—Por cierto, ¿cómo está William?


No me tomé a la ligera la pregunta de mi madre. Ella sabía que William estaba al tanto de los abusos que yo había sufrido de niña, y no lo llevaba nada bien. La avergonzaba sobremanera que no supiera lo que ocurría bajo su propio techo, y la culpa que sentía era inmensa, a la vez que totalmente inmerecida. No lo supo porque yo lo oculté. Nathan me había aterrorizado con lo que me haría si alguna vez se lo contaba a alguien. Aun así, a mi madre le preocupaba que William estuviera al corriente. Yo confiaba en que pronto se diera cuenta de que William no le guardaba ningún rencor, como yo tampoco lo hacía.



—Trabajando mucho —respondí—. Ya sabes cómo es esto. Le he robado mucho tiempo desde que nos enrollamos, y creo que le está pasando factura.



—Te lo mereces.



Tomé un buen trago de agua cuando sentí la abrumadora necesidad de contarle que mi padre venía a verme. Sería una gran aliada para convencerle del afecto que Gideon sentía por mí, pero era una razón egoísta para decir nada. No tenía ni idea de cómo reaccionaría si se enterara de la presencia de Victor en Nueva York, pero era muy posible que la afligiera, y eso nos haría la vida imposible a todos. Por las razones que fueran, ella prefería no mantener ningún contacto con él. No podía ignorar que se las había arreglado para no verle ni hablar con él desde que yo era lo bastante mayor para comunicarme directamente con él.



—Ayer vi una foto de Cary en el lateral de un autobús —dijo.



—¿De veras? —Me puse más derecha—. ¿Dónde?



—En Broadway. En un anuncio de pantalones vaqueros, creo que era.



—Yo he visto uno también —intervino Megumi—. No es que me fijara en la ropa que llevaba. Ese hombre es increíblemente guapo .



La conversación me hizo sonreír. A mi madre se le daba muy bien admirar a los hombres. Era una de las muchas razones por las que la adoraban; les hacía sentirse bien. Megumi estaba a su altura en lo que a la apreciación masculina se refería.



—Le reconocen por la calle —añadí yo, contenta de que en este caso estuviéramos hablando de un anuncio publicitario y no de una fotografía indiscreta conmigo en un periódico sensacionalista. A los cotillas les parecía muy jugoso que la novia de William Cross viviera con un sexy modelo masculino.



—Por supuesto —dijo mi madre, con un ligero tono de reconvención—.



¿Acaso dudabas que terminaría por ocurrir?



—Confiaba en que así fuera—maticé—. Por él. Es una pena que los modelos masculinos no ganen ni trabajen tanto como las mujeres. —Aunque estaba segura de que Cary triunfaría de algún modo. Desde el punto de vista emocional, él no podía permitirse que fuera de otra forma.



Había aprendido a valorar tanto su físico que no creo que pudiera aceptar el fracaso. Uno de mis mayores temores era que su elección profesional acabara obsesionándole de maneras que ninguno de los dos podríamos soportar.



Mi madre dio un delicado sorbo a su Pellegrino. El café estaba especializado en opciones de menú con buenas dosis de cacao, pero tenía mucho cuidado de no gastar toda su asignación calórica diaria en una sola comida. Yo no era tan prudente. Había pedido una sopa, y un sándwich mixto, más un postre que iba a suponerme después al menos una hora más en la cinta de correr. Justificaba aquel lujo, recordándome que estaba con la regla, lo que, en mi opinión, daba carta blanca en lo que al chocolate se refería.



—Bueno —Monica sonrió a Megumi—, ¿vas a repetir tu cita a ciegas?



—Eso espero.



—Cariño, ¡no lo dejes al azar!



Mientras mi madre compartía su sabiduría respecto al manejo de los hombres, yo me eché hacia atrás y disfruté del espectáculo. Ella creía firmemente en que todas las mujeres se merecían tener a un hombre rico que las adorara, y por primera vez en una eternidad, no centraba sus esfuerzos casamenteros en mí. Me inquietaba cómo congeniarían mi padre y William, pero sabía que eso no debía preocuparme en absoluto con mi madre. Las dos pensábamos que era el hombre adecuado para mí, aunque por
razones diferentes.



—Tu madre mola mucho —dijo Megumi, cuando Monica se fue al lavabo a retocarse antes de marcharnos—. Y tú eres igual que ella, suerte la tuya.



¿Cómo sería tener una madre mucho más atractiva que tú? —Tienes que venir con nosotras más veces. Esto ha funcionado de maravilla — contesté, riéndome.



—Me encantaría.



Cuando llegó el momento de irnos, vi a Clancy con el coche aparcado junto al bordillo y me di cuenta de que quería dar un paseo para bajar el almuerzo antes de volver al trabajo. —Creo que volveré a pata —les dije—. He comido demasiado. Marchaos sin mí.



—Me voy contigo —dijo Megumi—. Me vendrá bien un poco de aire, por caliente que sea. El aire enlatado de la oficina me seca la piel.



—Yo también voy —se apuntó mi madre.



Miré sus delicados tacones con escepticismo, pero, claro, mi madre no llevaba otra cosa que no fueran tacones. Para ella caminar con ese calzado era como hacerlo con zapato plano para mí.



Nos encaminamos al Crossfire al ritmo habitual en Manhattan, que era algo así como un trote decidido y constante. Mientras que sortear obstáculos humanos formaba, por lo general, parte de ese proceso, resultaba mucho menos problemático con mi madre a la cabeza. Los hombres se echaban a un lado respetuosamente para dejarla pasar, luego la seguían con la mirada. Con su sencillo y sexy vestido cruzado azul intenso, tenía un aspecto relajado y refrescante, pese al calor húmedo que hacía.



Acabábamos de doblar la esquina para llegar al Crossfire cuando se detuvo de golpe, provocando que Megumi y yo nos chocáramos con su espalda. Ella dio un traspiés hacia delante, tambaleándose, y la agarré del codo justo antes de que estuviera a punto de caerse.



Miré al suelo para ver lo que le había entorpecido, pero, como no vi nada, la miré a ella. Estaba contemplando el Crossfire deslumbrada por completo.



Estás blanca como el papel. ¿Te está afectando el calor? ¿Estás mareada? —¿Qué? —Se llevó la mano a la garganta. Seguía con los ojos muy abiertos clavados en el Crossfire.



Volví la cabeza para mirar hacia donde ella miraba, tratando de ver lo que ella estuviera viendo. —¿Qué estás mirando? —preguntó Megumi, escudriñando la calle con el ceño fruncido.



—Señora Stanton. —Clancy, que había aparcado el coche a una distancia prudencial detrás de nosotras, se acercó—. ¿Va todo bien?



—¿Has visto...? —empezó a decir, mirándole de manera inquisitiva.

—¿El qué? —pregunté, mientras él levantaba la cabeza y escrutaba la calle con su adiestrada visión. La intensidad de su concentración me produjo un escalofrío.



—Vamos, os llevo a las tres en el coche lo que queda de camino —dijo en voz baja.



La entrada al Crossfire estaba, literalmente, al otro lado de la calle, pero había algo en el tono de Clancy que no admitía discusión. Nos montamos todos, mi madre en el asiento de delante.



—¿Qué pasaba? —preguntó Megumi después de que nos bajáramos y entráramos en el fresco interior del edificio—. Cualquiera diría que tu madre había visto un fantasma.



—No tengo ni idea. —Pero me sentía mal.



Algo había asustado a mi madre. Terminaría por volverme loca si no averiguaba qué era.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:44 pm

7

Caí de espaldas en la esterilla con tanta fuerza que me quedé sin respiración. Aturdida, parpadeaba mirando al techo, tratando de recuperar el aliento. De repente apareció la cara de Parker Smith. —Me estás haciendo perder el tiempo. Si quieres estar aquí, que sea al cien por cien. Y no con la cabeza a miles de kilómetros de distancia.



Agarré la mano que me tendió y, de un tirón, me puso de pie. A nuestro alrededor, Parker tenía unos doce estudiantes más de Krav Maga entrenando duramente. Aquel estudio ubicado en Brooklyn era todo ruido y actividad.



Tenía razón. No podía dejar de pensar en mi madre y en la forma tan extraña en que se había comportado cuando regresábamos al Crossfire después de almorzar. —Lo siento —musité—. Hay algo que me preocupa.



Se movía como un rayo, agarrándome primero de una rodilla y luego del hombro con trepidantes manotadas. —¿Crees que el agresor va a esperar a que estés atenta y lista para ir a por ti?



Me agaché, obligándome a prestar atención. Parker se agachó también, con los ojos marrones serios y vigilantes. La cabeza afeitada y la piel café con leche que tenía le brillaban bajo la luz de los fluorescentes. El estudio estaba en un almacén reformado, que se había deteriorado tanto por razones económicas como por el ambiente. Mi madre y mi padrastro estaban tan paranoicos que habían pedido a Clancy que me acompañara a las clases. En la actualidad, el barrio estaba experimentando un proceso de revitalización, que en mi opinión era alentador; y en la suya, inquietante.



Parker volvió a por mí, pero esta vez conseguí bloquearle. El contraataque fue vertiginoso, y dejé las preocupaciones para más tarde.



Cuando William vino a verme al cabo de una hora, me encontró en el baño rodeada de velas de vainilla. Se desvistió y decidió acompañarme, aunque, por el pelo húmedo, se diría que ya se había duchado después de hacer ejercicio con su entrenador personal. Le observé desnudarse, absorta. El juego de los músculos bajo la piel y la gracilidad intrínseca en su forma de moverse me produjeron una deliciosa sensación de contento.



Entró en la profunda bañera oval y se colocó a mis espaldas, deslizando sus largas piernas a cada lado de las mías. Me envolvió con sus brazos y me sorprendió levantándome y echándome hacia atrás, de manera que quedé sentada en su regazo y con las piernas sobre las suyas. —Apóyate en mí, cielo —murmuró—. Necesito sentirte.



uspiré de placer, sumiéndome en la dureza de su fornido cuerpo al tiempo que me mecía. Mis doloridos músculos se relajaron con la rendición, ansiosos, como siempre, por hacerse totalmente dúctiles a su tacto.



Me encantaban aquellos momentos, cuando el mundo y nuestras reacciones emocionales quedaban muy lejos. Momentos en los que sentía el amor que no me declaraba. —¿Remojando más magulladuras? —preguntó con su mejilla pegada a la mía.



—Culpa mía. Tenía la cabeza en otro sitio.



—¿Pensando en mí? —susurró, acariciándome la oreja con el hocico.



—Ojalá.



izo una pausa y cambió de repente. —Dime qué te preocupa.



Adoraba la facilidad con que me leía el pensamiento, y cómo se acomodaba rápidamente a mi estado de ánimo. Yo procuraba ser tan adaptable con él. Realmente, la flexibilidad era un requisito esencial en una relación entre personas muy dependientes.



Entrelazando mis dedos con los suyos, le conté el extraño comportamiento de mi madre después del almuerzo. —Casi esperaba darme la vuelta y encontrarme con mi padre o algo así.



Me preguntaba... Tenéis cámaras de seguridad en la fachada del edificio, ¿verdad?



—Por supuesto. Echaré un vistazo.



—Son unos diez minutos como máximo. Simplemente quiero ver si puedo averiguar lo
que sucedió.



—Dalo por hecho.



Eché la cabeza hacia atrás y le besé en la barbilla. —Gracias.



Él posó los labios en mi hombro. —Cielo, haría cualquier cosa por ti.



—¿Como hablarme de tu pasado? —Noté que se ponía tenso, y me di de bofetadas mentalmente—. No ahora mismo —y me apresuré a añadir —: pero en algún momento. Dime que lo harás alguna vez.



—Almuerza mañana conmigo. En mi oficina.



—¿Vas a hablarme de ello entonces?



William exhaló con aspereza. —Maite.



Aparté la cara y me solté, decepcionada con su evasiva.



Agarrándome a los bordes de la bañera, me dispuse a salir y a alejarme del hombre que de algún modo me hacía sentir más unida a otro ser humano de lo que nunca me había sentido, pero que también era tremendamente distante.



Estar con él volviéndome loca me hacía dudar de las mismas cosas de las que estaba segura momentos antes. Vuelta a empezar. —He terminado —musité, soplando la vela que tenía más cerca. El humo ascendió en espiral y desapareció, tan intangible como lo que me ligaba al hombre que amaba—. Me salgo.



—No. —Me rodeó los pechos con sus manos, sujetándome. El agua salpicaba a nuestro alrededor, tan agitada como lo estaba yo.

—Suéltame, William. —Le agarré de las muñecas y le aparté las manos. Él hundió la cara en mi cuello, sujetándome con obstinación.



—Lo haré, ¿vale? Algún día... lo haré.



Me desinflé, sintiéndome menos exultante de lo que esperaba cuando le hice la pregunta y esperaba su respuesta. —¿Podemos dejarlo por esta noche? —preguntó con brusquedad, aferrándose aún a mí —. ¿Dejarlo todo? Sólo quiero estar contigo, ¿vale? Pedir que nos traigan algo para cenar, ver la tele, dormir abrazado a ti. ¿Es posible?



Dándome cuenta de que pasaba algo serio, me retorcí para mirarle a la cara. —¿Qué ocurre?



—Sólo quiero pasar tiempo contigo.



Se me saltaban las lágrimas. Había muchas cosas que no me decía... muchas más. Nuestra relación se estaba convirtiendo rápidamente en un campo minado de palabras no dichas y secretos no compartidos. —Vale.



—Lo necesito, Maite. Tú y yo, sin dramas. —Me acarició la mejilla con los dedos mojados—. Concédemelo. Por favor. Y dame un beso.



Me di la vuelta, me puse a horcajadas sobre sus caderas y le rodeé la cara con mis manos. Ladeé la cabeza para buscar el ángulo perfecto y apreté mis labios contra los suyos. Empecé despacio, con suavidad, lamiendo y chupando. Le tiré del labio inferior, luego le hice olvidar nuestros problemas pasando juguetonamente mi lengua por la suya.



—Bésame, maldita sea —bramó, poniéndome las manos en la espalda, arrullándome sin descanso—. Bésame como me amas.



—Lo hago —le aseguré, exhalándole las palabras—. No puedo evitarlo.



—Cielo. —Con sus manos en mi pelo mojado, me abrazó como él quería y me besó hasta dejarme sin sentido.



Después de cenar, William trabajó un rato en la cama, apoyado contra el cabecero de la cama y con el ordenador portátil sobre un soporte para portátiles. Yo me tumbé boca
abajo en la cama, de cara a la televisión mientras agitaba los pies en el aire. —¿Te sabes todos los diálogos de esa película? —preguntó, intentando desviar mi atención de Ghostbusters para que le mirase. Sólo llevaba puestos unos calzoncillos bóxer negros.



Me encantaba verle de aquella manera: relajado, cómodo, íntimo.



Me preguntaba si Corinne habría visto aquella estampa alguna vez. De ser así, imaginaba su desesperación por volver a verla, porque yo deseaba desesperadamente no perder nunca ese privilegio. —Es posible —reconocí.



—¿Y tienes que decirlos todos en voz alta?



—¿Tienes algún problema, campeón?



—No. —Las ganas de reír le iluminaron los ojos y le curvaron los labios —. ¿Cuántas veces la has visto?



—Un montón de veces. —Me di la vuelta y me puse a cuatro patas —. ¿Quieres más?



Una ceja oscura se enarcó. —¿Eres tú el Maestro de las llaves? —ronroneé, avanzando lentamente.



—Cielo, cuando me miras de esa manera, soy lo que tú quieras.



Le miré desde debajo de mis pestañas y dije en un susurro: —¿Deseas este cuerpo?

Sonriendo, dejó el portátil a un lado. —En todo momento.



Me puse a horcajadas sobre sus piernas y me agarré a su torso. Le rodeé el cuello con mis brazos. —Bésame, engendro.



—Eso no era así. ¿Ya no soy el dios del placer? ¿Ahora soy un engendro?



Apreté mi vulva contra la dura protuberancia de su polla y meneé las caderas.
—Tú eres lo que yo quiera que seas, ¿recuerdas?



William se aferró a mis costillas y me echó la cabeza hacia atrás. —¿Y qué soy?



—Mío. —Le pellizqué el cuello con los dientes—. Todo mío.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:45 pm

***

No podía respirar. Quise gritar, pero algo me tapaba la nariz... me cubría la boca. El único sonido que pude emitir fue un agudo gemido, las frenéticas llamadas de auxilio atrapadas en mi cabeza.



Quítate de encima. ¡Para! No me toques. Oh, Dios... por favor, no me hagas eso . ¿Dónde estaba mamá? ¡Ma-má!



Nathan me había tapado la boca, estrujándome los labios. El peso de su cuerpo me hundía, aplastándome la cabeza en la almohada. Cuanto más me resistía, más se excitaba él. Jadeando como el animal que era, se abalanzaba sobre mí, una y otra vez... intentando penetrarme. Mis bragas se lo impedían, protegiéndome de aquel dolor desgarrador que había experimentado incontables veces.



Como si me hubiera leído el pensamiento, me bramó al oído: «Aún no has sentido dolor, pero lo harás».



Me quedé inmóvil. Comprenderlo fue como un jarro de agua fría. Yo conocía esa voz. William. ¡No!



La sangre me palpitaba en los oídos. Sentía náuseas. La boca se me llenaba de bilis.



Era peor, mucho peor, cuando la persona que intentaba violarte era alguien en quien confiabas plenamente.



El miedo y la rabia me inundaban. En un momento de claridad, oí las furiosas instrucciones de Parker. Recordé lo esencial.



Agredí al hombre que amaba, al hombre cuyas pesadillas se mezclaban con las mías de la manera más horrible. Ambos éramos supervivientes de abusos sexuales, pero en mis sueños yo seguía siendo una víctima.



En los suyos, él se había convertido en agresor, brutalmente decidido a infligir a su agresor el mismo tormento y la misma humillación que él había sufrido.



Clavé mis agarrotados dedos en el cuello de William. Él se encabritó y soltó un exabrupto; se movió, y yo le encajé un rodillazo entre las piernas.

Doblándose por la mitad, se apartó de mí. Me levanté de la cama rodando y caí al suelo con un ruido sordo. Levantándome con dificultad, me precipité hacia la puerta que daba al pasillo.



—¡Maite! —gritó con la voz entrecortada, despierto y consciente de lo que casi me había hecho mientras dormía—. ¡Por Dios! Maite, ¡espera!



Salí de golpe por la puerta y corrí hacia la sala de estar.



Encontré un rincón oscuro y me hice un ovillo, tratando de recuperar el aliento, resonando mis sollozos por todo el apartamento. Apreté los labios contra las rodillas cuando vi luz en mi dormitorio y no me moví ni hice ningún ruido cuando William entró en la sala des pués de una eternidad.



—¿Maite? ¡Dios mío! ¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?



El doctor Petersen lo llamó parasomnia sexual atípica, una manifestación del profundo trauma psicológico de William. Yo lo llamaba infierno. Y los dos estábamos sumidos en él.



Me rompía el corazón ver la expresión de su cuerpo. Le pesaba la derrota en su porte por lo general orgulloso, caídos los hombros, agachada la cabeza. Estaba vestido y llevaba su bolsa de noche. Se detuvo en el mostrador de desayuno. Abrí la boca para hablar; entonces oí un ruido metálico en el cuarzo de la encimera.



La última vez le había detenido; le había hecho quedarse. Esta vez no me veía con fuerzas. Esta vez quería que se marchara.



El ruido apenas audible de la cerradura de la puerta de la calle reverberó en mí. Algo murió en mi interior. Me invadió el pánico. Le eché de menos desde el mismo momento en que se marchó. No quería que se quedara. No quería que se marchara.



No sé cuánto tiempo estuve sentada en el rincón hasta que tuve fuerzas para levantarme y caminar hasta el sofá. Me di cuenta vagamente de que empezaba a clarear cuando oí el distante sonido del teléfono móvil de Cary. Poco después, entró corriendo en la sala de estar. —¡Maite! —Se acercó a mí inmediatamente, agachado delante de mí con las manos en mis rodillas—. ¿Hasta dónde ha llegado?



Le miré sin dejar de parpadear. —¿Qué?



—Cross me ha llamado. Me ha dicho que había tenido otra pesadilla.



—No ha pasado nada. —Noté que me rodaba una lágrima caliente por la mejilla.



—Tu aspecto es de que algo ha pasado. Pareces...



Le agarré de las muñecas cuando se levantó de golpe soltando maldiciones. —Estoy bien.



—¡Joder, Maite! Nunca te había visto así. No puedo soportarlo. —Se sentó a mi lado e hizo que me apoyara en su hombro—. ¡Basta ya! ¡Corta con él!



—No puedo tomar esa decisión ahora.



—¿A qué estás esperando? —Volvió a desafiarme con la mirada—.



Esperarás demasiado tiempo y luego ya no será otra relación fracasada, sino la que te joderá de por vida. —Si le dejo ahora, no tendrá a nadie. No puedo...



Ése no es tu problema. Maite... Maldita sea. No te corresponde a ti salvarle.



—Es que... Tú no lo comprendes... —Me abracé a él, hundí la cara en su hombro y lloré—. Él me está salvando a mí.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:47 pm

***

Vomité cuando encontré las llaves de William de mi apartamento en el mostrador de desayuno. Casi no llegué al fregadero.



Cuando se me vació el estómago, el dolor era tan atroz que no podía ni andar. Me agarré al borde de la encimera, jadeando y sudando, llorando de tal manera que dudaba que pudiera sobrevivir los siguientes cinco minutos, por no hablar del resto del día. Por no hablar del resto de mi vida.



La última vez que William me había devuelto las llaves, nos separamos durante cuatro días. Era imposible no pensar que repetir el gesto significaba una ruptura más permanente. ¿Qué había hecho? ¿Por qué no le había detenido? ¿Por qué no había hablado con él? ¿Por qué no le había obligado a quedarse?



Oí que me había entrado un mensaje en mi smartphone. Me tambaleé hasta mi bolso y lo saqué, rezando para que fuera William. Ya había hablado con Cary tres veces, pero aún no se había puesto en contacto conmigo.



Cuando vi su nombre en la pantalla, sentí una intensa punzada en el pecho.



«Hoy trabajo desde casa», decía en su mensaje. «Angus te estará esperando a la puerta para llevarte al trabajo».



Volvió a contraérseme el estómago, de miedo. Había sido una semana muy difícil para los dos. Comprendía por qué se había rendido. Pero esa comprensión iba acompañada de un miedo que me reconcomía las entrañas, tan frío e insidioso que se me puso la carne de gallina.



Me temblaban los dedos cuando contesté a su mensaje: «¿Te veré esta noche?».



Hubo una larga pausa, tan larga que estuve a punto de exigirle una respuesta con un sí o un no cuando él me envió lo siguiente: «No cuentes con ello. Tengo cita con el doctor Petersen y mucho trabajo».



Sujeté el teléfono con más fuerza. Tuve que intentarlo tres veces antes de poder teclear: «Quiero verte».



Mi móvil permaneció en silencio durante un tiempo larguísimo.



Estaba a punto de coger el teléfono fijo, presa del pánico, cuando contestó: «Veré lo que puedo hacer».



Oh, Dios mío... Casi no podía leer con las lágrimas. Estaba destrozado.



«No huyas. Yo no lo hago».



Pasó lo que me pareció una eternidad antes de que contestara: «Deberías».



Después de eso, me planteé llamar al trabajo para decir que estaba enferma, pero no lo hice. No podía. Había pasado por esto demasiadas veces. Sabía que podía volver fácilmente a los viejos hábitos autodestructivos de dolor sordo. Me moriría si perdía a William, pero me moriría de todos modos si me perdía a mí misma.


Tenía que seguir. Sobreponerme. Arreglármelas. Poco a poco.



Así que me subí al asiento trasero del Bentley, donde se me esperaba, y mientras el sombrío rostro de Angus sólo conseguía que me preocupara más, me aislé y puse el piloto automático del instinto de supervivencia que me ayudaría a superar las horas que tenía por delante.



La jornada pasó casi sin darme cuenta. Trabajé mucho y me centré en mi tarea, sirviéndome de ella para no volverme loca, pero no ponía el corazón en ella. Pasé la hora del almuerzo deambulando por ahí, incapaz de soportar la idea de comer o de hablar sobre trivialidades. Cuando terminé mi turno, salí volando a la clase de Krav Maga, pero me atasqué y presté más o menos la misma atención a los ejercicios que la que había prestado a mi trabajo. Tenía que seguir adelante, incluso aunque estuviera yendo en una dirección que me resultaba insoportable.



—Mejor —dijo Parker, durante un descanso—. Sigues estando en otra parte, pero lo haces mejor que anoche.



Asentí y me enjugué el sudor de la cara con una toalla. Había empezado las clases con Parker únicamente como una alternativa más intensa a mis ejercicios habituales en el gimnasio, pero lo que había ocurrido la noche anterior me había demostrado que la seguridad personal era algo más que un efecto colateral práctico.



tatuajes tribales que lucía Parker en los bíceps se flexionaron al llevarse la botella de agua a los labios. Como era zurdo, su sencilla alianza de oro brilló con la luz y me fijé en ella. Recordé que William me había regalado una y lo que me dijo sobre que las X engarzadas en el diamante que rodeaban el oro representaban su «apego» a mí. Me preguntaba si aún pensaría lo mismo; si aún pensaría que merecía la pena intentarlo. Dios sabe que yo sí lo pensaba.



¿Lista? —preguntó Parker, arrojando la botella vacía al contenedor de reciclaje.



—Vamos.



Sonrió. —Ahí está.



Parker me dio una paliza, pero no sería porque yo no pusiera de mi parte. Estaba concentrada en todo momento, dando rienda suelta a mi frustración con un bueno y sano ejercicio. Las pocas veces que conseguía ganar espoleaban mi determinación de luchar también por mi inestable relación. Estaba decidida a dedicar tiempo y esfuerzo a estar ahí para William, para ser una persona mejor y más fuerte, de manera que pudiéramos superar nuestros problemas. E iba a decírselo, tanto si quería oírlo como si no.



Cuando se terminó la hora, recogí y me despedí de mis compañeros y a continuación empujé la barra de la puerta de salida y me entregué al aún cálido aire de la tarde. Clancy había llegado ya con el coche hasta la entrada y estaba apoyado en la verja en una postura que sólo un imbécil creería que era espontánea. A pesar del calor, llevaba puesta una chaqueta, que escondía el arma que llevaba colgada en el costado.



—¿Van progresando las cosas? —Se irguió para abrirme la puerta del coche. Desde que le conocía, siempre había tenido el pelo rubio cortado al rape. Eso contribuía a dar la impresión de que era un hombre muy sombrío.

***

De camino a casa, me pregunté si William habría ido a ver al doctor Petersen o si habría cancelado la cita. Había accedido a la terapia individual sólo por mí. Eso ya no formaba parte de la ecuación, y podría considerar que no había razón para hacer el esfuerzo.



Entré en el sencillo y elegante vestíbulo del edificio de apartamentos de William y me anuncié en recepción. Fue cuando ya me encontraba sola en su ascensor privado cuando los nervios me traicionaron. Me había apuntado en su lista de personas autorizadas semanas antes, un gesto que significaba mucho más para él y para mí que para los demás, porque para William su casa era su santuario, un lugar en el que admitía muy pocas visitas. Yo era la única amante que había recibido ahí y la única persona, aparte de los empleados del hogar, que tenía llave. El día anterior no había dudado de que sería bien recibida, pero hoy...



Salí a un pequeño vestíbulo decorado con azulejos de mármol estilo tablero de ajedrez
y un aparador antiguo en el que había un inmenso arreglo floral con lirios de agua blancos. Antes de abrir la puerta, respiré hondo, armándome de valor por si me lo encontraba. La vez anterior que me había atacado mientras estaba dormido le había dejado hecho polvo.



No podía dejar de temer lo que la segunda vez le habría provocado. Me aterrorizaba pensar que fuera su parasomnia lo que terminara por separarnos. Pero en cuanto entré en su apartamento, supe que no estaba en casa. La energía que latía en aquel espacio cuando él lo ocupaba estaba marcadamente ausente.



Las luces que se activaban con los movimientos se encendieron cuando entré en el amplio salón de estar, y me obligué a ponerme cómoda como si mi sitio estuviera allí. Mi habitación estaba al fondo del pasillo y me fui hasta allí, y me detuve en el umbral para asimilar la extrañeza de ver mi dormitorio reproducido en la casa de William. La copia era asombrosa, desde el color de las paredes, los muebles y los tejidos, pero su existencia era más bien desconcertante.



William la había creado para que fuera mi cámara acorazada, un lugar adonde podía huir cuando necesitara un poco de tranquilidad. Supongo que ahora estaba huyendo, en cierto modo, al utilizarla en lugar de la suya.



Dejé la bolsa de deporte y mi bolso encima de la cama, me duché y me puse una de las camisetas de Cross Industries que William había cogido para mí. Traté de no pensar en por qué no estaba en casa. Acababa de servirme una copa de vino y de encender la televisión de la sala de estar cuando sonó mi smartphone. —Hola —respondí, sin saber a quién correspondía el número de la llamada no identificada.



—¿Maite? Soy Shawna.



Ah, hola, Shawna. —Traté de que no se me notara la decepción en la voz.



—Espero que no sea muy tarde para llamar.



Miré a la pantalla del teléfono, fijándome en que eran casi las nueve. Los celos se me mezclaron con la preocupación. ¿Dónde se había metido? —No te preocupes. Estaba viendo la tele.


—Siento no haber oído tu llamada de anoche. Ya sé que esto es avisar con poca antelación, pero quería saber si te apetecería ir a un concierto de los Six-Ninths el
viernes.



—¿Un concierto de qué?



—De los Six-Ninths. ¿No los conoces? Eran indies hasta el año pasado. Llevo un tiempo siguiéndolos y enviaron por email la lista con las primeras peticiones, y yo conseguí entradas. El caso es que a todos mis conocidos les gusta el hip-hop y el baile pop. No te voy a decir que eres mi último recurso, pero... bueno, eres mi último recurso. Dime que te gusta el rock alternativo.



—Me gusta el rock alternativo. —Sonó un pitido en mi teléfono. Una llamada. Cuando vi que era de Cary, dejé que saltara el buzón de voz. No creía que fuera a estar mucho tiempo hablando con Shawna y podía llamarle después.



—Ya lo sabía yo. —Se rio—. Tengo cuatro entradas si quieres traerte a alguien. ¿Quedamos a las seis? Comemos algo antes. El concierto empieza a las nueve.



William entró justo cuando contesté: —No faltaré a la cita.


Entró y se quedó en la puerta con la chaqueta colgada de un brazo, el botón superior de la camisa desabrochado y un maletín en la mano.



Llevaba puesta la máscara, y no mostró ninguna emoción en absoluto al encontrarme tirada en su sofá, con su camiseta y una copa de vino en su mesa y con su televisión encendida. Me miró de arriba abajo, pero aquellos hermosos ojos ni siquiera pestañearon. De repente me sentí violenta e inoportuna.



—Te llamaré para decirte algo sobre la otra entrada —expliqué a Shawna, sentándome despacio para no mostrar nada—. Gracias por pensar en mí.



—Me alegro mucho de que vengas. Lo vamos a pasar en grande.



Quedamos en hablarnos al día siguiente y colgamos. Mientras tanto, William había dejado el maletín en el suelo y arrojado la chaqueta en el brazo de uno de los sillones dorados que flanqueaban los extremos de la mesa de centro de cristal. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó, aflojándose el nudo de la corbata.



Yo me levanté. Tenía las palmas húmedas sólo de pensar en que pudiera echarme. —No mucho.



—¿Has cenado?



Negué con la cabeza. No había comido mucho en todo el día. Había sobrevivido a la sesión con Parker gracias a un bebida proteica que me había comprado a la hora del almuerzo.



—Pide algo. —Pasó a mi lado camino del pasillo—. Los menús están en el cajón de la cocina, junto al frigorífico. Me voy a dar una ducha rápida.


—¿Tú quieres algo? —pregunté a aquella espalda que se alejaba.



No se paró a mirarme. —Sí, yo tampoco he cenado.



Finalmente me había decidido por una delicatessen que presumía de tener una sopa orgánica de tomate y barras de pan recién hechas... —figurándome que mi estómago quizá podría con eso— cuando volvió a sonar mi teléfono. —Hola, Cary —contesté, deseando que ojalá estuviera en casa en lugar estar a punto de presenciar una dolorosa ruptura.



—Hola, Cross ha estado aquí hace poco, estaba buscándote. Le he dicho que se fuera al infierno y que se quedara allí.



—Cary —suspiré. No podía culparle; yo habría hecho lo mismo por él—. Gracias por decírmelo.



—¿Dónde estás?



—En su casa, esperándole. Acaba de llegar. Probablemente estaré de vuelta en casa más temprano que tarde.



—¿Le vas a dar la patada?



—Creo que eso está en el orden del día.



Exhaló ruidosamente. —Sé que no estás preparada, pero es por tu bien. Deberías llamar al doctor Travis cuanto antes. Cuéntaselo. Él te ayudará a poner las cosas en perspectiva.



Tuve que tragar saliva para que me pasara el nudo que tenía en la garganta.
—Yo... Sí. Tal vez.



—¿Estás bien?
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por tamalevyrroni Mar Oct 13, 2015 3:48 pm


—Terminar cara a cara es más digno. Ya es algo.



William me quitó el teléfono de la mano. —Adiós, Cary —dijo, luego me apagó el teléfono y lo dejó en la mesa.



Tenía el pelo húmedo y se había puesto un pantalón de pijama que llevaba caído en las caderas. Verle me impactó mucho y me recordó todo lo que me disponía a perder, la espera y el deseo con la respiración entrecortada, la comodidad y la intimidad, la efímera sensación de que todo era como tenía que ser y que hacía que todo mereciera la pena. —¿Con quién has quedado?



—¿Eh? Ah, con Shawna, la cuñada de Mark. Tiene entradas para un concierto el viernes.



—¿Has decidido ya qué quieres cenar?



Afirmé con la cabeza, tirándome del dobladillo de la camiseta, que me llegaba a los muslos, porque me sentía cohibida. —Sírveme una copa de lo mismo que estés tomando tú. —Me rodeó y cogió el menú que había dejado encima de la mesa—. Pediré yo. ¿Qué quieres?



Me sentí aliviada al tener que acercarme al armario donde estaban las copas. —Sopa y pan tostado.



Mientras descorchaba una botella de Merlot que había en el mostrador, le oí llamar a la tienda y hablar con esa voz firme y áspera que tenía y de la que me enamoré desde el primer momento que la oí. Pidió sopa de tomate y tallarines con pollo, lo que me hizo sentir una dolorosa tensión en el pecho. Sin que nadie se lo dijera, había pedido lo que yo quería. Era otra de las muchas serendipias que siempre me habían hecho sentir que estábamos destinados a terminar en el mismo sitio, juntos, si es que conseguíamos llegar ahí.



Le pasé la copa que le había servido y le observé mientras se tomaba un sorbo. Parecía cansado, y me pregunté si se habría pasado la noche en vela como yo.



Bajó el vaso y se lamió el rastro de vino que le había quedado en los labios. —He ido a buscarte a tu casa. Supongo que Cary te lo ha dicho.



Me toqué ahí donde tenía el profundo dolor en el pecho. —Siento... todo esto y... —Me señalé lo que llevaba puesto—. Maldita sea. No lo planeé para que saliera así.



Se apoyó en el mostrador y cruzó un tobillo sobre el otro. —Continúa.



—Pensé que estarías en casa. Tendría que haber llamado primero. Puesto que no estabas, tendría que haber esperado a otra ocasión en lugar de ponerme cómoda. —Me froté los ojos, que me escocían—. Estoy... confusa sobre lo que está pasando. No pienso con lucidez.



Expandió el pecho al respirar profundamente. —Si estás esperando a que yo rompa contigo, ya puedes dejar de esperar.



Me agarré a la isla de la cocina para no caerme. ¿Ya está? ¿Éste es el final? —No puedo hacerlo —dijo con voz cansina—. Ni siquiera sabría decir si te dejaré marchar, si ésa es la razón por la que estás aquí.



¿Qué? Fruncí el ceño, perpleja. —Dejaste la llave en mi casa.



—Quiero que me la devuelvas.


—William. —Cerré los ojos y las lágrimas me resbalaban por las mejillas—. Eres imbécil.



Me di la vuelta y me dirigí a mi dormitorio con un ligero tambaleo que nada tenía que ver con la pequeña cantidad de vino que había bebido.



Casi no había llegado a la puerta de mi habitación cuando él me agarró del codo.
—No entraré ahí contigo —dijo con brusquedad, inclinando la cabeza hacia mi oído —. Te lo prometo. Pero te pido que te quedes y hables conmigo. Escúchame al menos. Has venido hasta aquí...



—Tengo algo para ti. —Me era muy difícil hacer que las palabras me atravesaran la garganta.



Me soltó y me apresuré a coger mi bolso. Cuando le tuve otra vez de frente, le pregunté: —¿Estabas rompiendo conmigo cuando me dejaste la llave en la encimera?



Ocupó la entrada. Extendió las manos por encima de los hombros, blancos los nudillos de la fuerza con la que agarraba la jamba, como si estuviera reprimiéndose físicamente para no venir detrás de mí.



Aquella postura mostraba su cuerpo maravillosamente, se le definían todos los músculos, permitiendo que la cinturilla fruncida con cordón de sus pantalones le quedara justo encima de los huesos de la cadera. Le deseaba con todas mis fuerzas.—No estaba pensando con tanta antelación —reconoció—. Sólo quería que estuvieras segura.



Apreté con más fuerza el objeto que tenía en la mano. —Me hiciste polvo, William. No tienes ni idea de lo que supuso para mí ver la llave allí, del daño que me hizo. Ni idea.



Cerró los ojos e inclinó la cabeza. —No pensaba con claridad. Creí que hacía bien.



—A la mierd***. A la mierd*** con tu puñetera caballerosidad o lo que coñ*** lo considerases tú. No vuelvas a hacerlo —mi voz se hizo más aguda —. Estoy hablando en serio, más en serio que nunca: si me devuelves las llaves otra vez, habremos terminado. No hay vuelta de hoja, ¿comprendes?



—Yo sí, pero no estoy seguro de que lo comprendas tú.



Solté el aliento temblorosamente. Me aproximé a él. —Dame la mano.



Tenía la mano izquierda apoyada en la jamba, pero me tendió la derecha. —Yo nunca te di la llave de mi casa; sencillamente la cogiste. —Sostuve su mano entre las mías y deposité mi regalo en la palma—. Ahora te la estoy dando yo.



Le solté y retrocedí, observando cómo miraba la reluciente anilla con el monograma a la que estaba unida la llave de mi apartamento. Fue la mejor manera que se me ocurrió de demostrarle que le pertenecía y que yo se la había dado libremente.



Cerró el puño con mi regalo dentro. Después de un ratito, levantó la vista hacia mí y descubrí las lágrimas que le mojaban la cara. —No —le susurré, completamente. Le cogí la cara entre las manos y con los pulgares le acaricié las mejillas—, por favor, no...



William me levantó la cabeza y apretó sus labios contra los míos. —No sé cómo alejarme.



—Shh...



—Te haré sufrir. Ya lo estoy haciendo. Tú te mereces algo mejor.



—Calla, William. —Me encaramé a su cintura y le envolví con las piernas para sujetarme.



—Cary me contó cómo estabas... —Comenzó a temblar violentamente—. No ves lo que te estoy haciendo. Estoy destrozándote, Maite.



—Eso no es cierto.



—Te he tendido una trampa con esto. Ahora no lo ves, pero lo sabías desde el principio: sabías lo que te haría, pero yo no te dejé escapar.



—No voy a escapar nunca. Tú me has hecho más fuerte y me proporcionaste la razón para intentarlo por todos los medios.



—Dios mío. —Tenía una expresión de angustia en los ojos. Se sentó, estirando las piernas y acercándome más a él—. Estamos jodidos, y yo lo he hecho todo mal. Vamos a matarnos el uno al otro. Nos haremos pedazos mutuamente hasta que no quede nada
de nosotros.



—Calla. No quiero oír más tonterías de ésas. ¿Fuiste al doctor Petersen?



Dejó caer la cabeza contra la pared y cerró los ojos. —Sí, maldita sea.



—¿Le contaste lo de anoche?



—Sí. —Apretó las mandíbulas—. Y dijo las mismas cosas con las que empezó la semana pasada. Que estamos demasiado involucrados y que vamos a ahogarnos recíprocamente. Opina que necesitamos un poco de distancia, relacionarnos platónicamente, dormir separados, y pasar más tiempo con otras personas y menos nosotros solos. Yo pensé que eso sería lo mejor. Mejor para nuestra salud mental, mejor para nuestras perspectivas.



—Espero que tenga un plan B.



William abrió los ojos y me miró con el ceño fruncido. —Eso es lo que yo dije. Otra vez.



—Así que estamos jodidos. En todas las relaciones hay problemas.



William dio un bufido. —En serio —insistí. —Vamos a dormir separados. Eso es ir demasiado lejos.



—¿En camas separadas o en apartamentos distintos?



—Camas. Hasta ahí puedo soportar.



—Vale.— Suspiré y apoyé la cabeza en su hombro, agradecida por tenerle en mis brazos de nuevo y de que estuviéramos juntos—. Yo puedo cumplirlo. De momento.



A él le costaba trabajo tragar saliva. —Cuando llegué a casa y te encontré aquí —sus brazos se cerraron a mi alrededor—, creí que Cary mentía respecto a que no estabas, que sólo era que no querías verme. Pensé que estarías fuera... siguiendo adelante con tu vida.



No es tan fácil prescindir de ti, William. —No podía imaginarme prescindiendo
jamás de él. Estaba en mi sangre. Me enderecé para verle la cara.



Se puso la mano en el corazón, la mano de la llave. —Gracias por esto.



—No la pierdas —le advertí.


—No te arrepientas de habérmela dado.— Puso su frente sobre la mía. Sentí la calidez de su aliento en mi piel y me pareció que había susurrado algo, pero, si lo hizo, no le entendí.



No importaba. Estábamos juntos. Después de un día largo y horroroso, ninguna otra cosa importaba.
tamalevyrroni
tamalevyrroni

Mensajes : 2372
Puntos : 15126
Reputacion : 10
Fecha de inscripción : 22/08/2015

Volver arriba Ir abajo

Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire) Empty Re: Reflejada en ti WebNovela LevyRroni(+ 18 Saga CrossFire)

Mensaje por Contenido patrocinado


Contenido patrocinado


Volver arriba Ir abajo

Página 1 de 5. 1, 2, 3, 4, 5  Siguiente

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.